Vivencia (2)


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Saliendo de su residencia, me aseguré de cerrar la entrada principal.

Al regresar a mi vehículo, me sentía totalmente desolada, con el cabello desordenado, sin mencionar que perdí los tacones y terminé ingiriendo accidentalmente un poco de lápiz labial.

Aquella noche no había esperado vivir y escuchar el relato más insípido de mi vida; ¿qué le sucede a este individuo? Me cuestioné.

Decidí detenerme en una pequeña tienda local que descubrí en mi trayecto a casa, compré un par de cervezas y una bolsa abundante de papas. Opté por ahogar mi tristeza con un festín para meditar sobre lo ocurrido.

Pero, ¿qué diablos iba a meditar si me corrió encima?, reflexioné. En mi mente solo se repetía una y otra vez el embiste que me había brindado aquel anciano libidinoso e inesperado.

El hombre menos probable de encontrarse por casualidad en las calles. Sus caricias, sus besos, la fuerza con la que me obligó a montarlo, el vestido empapado, mi clímax. ¡Mi clímax!, me oriné encima, exclamé. Por momentos, sentí que me había meado encima.

Esto provocó un enorme pesar, arruinando todo.

Decidí encender el ordenador y revisar mis correos, que no paraban de llegar con las inquisitivas de todas mis conocidas, opté por hacer caso omiso y me acosté en la cama a descansar. Al día siguiente, tendría que inventar la excusa que daría a mis amigas durante todo el trayecto hacia la Universidad.

El recuento de lo ocurrido en aquella celebración sonaba más como un susurro lejano mientras yo solo recordaba el sabor de sus besos, sus gemidos, las caricias recibidas y la embestida de aquel individuo, cuando una de ellas replicó - hoy es la despedida de Betty y estás invitada, es en el mismo sitio.

No podía perder la oportunidad de encontrarme con ese hombre de nuevo por azar o de buscarlo, ¿no es así? al menos debía intentarlo, así que regresé a casa y me preparé.

Con un atuendo ajustado, tacones y labial, y una gabardina para rebajar un poco el aspecto provocativo que llevaba puesto, decidí acercarme a su residencia un poco antes de la hora, ¿qué podía suceder? Que me echara, simplemente.

Otra vez lloviendo intensamente, llamé al timbre y el hombre respondió asomándose por la ventana —¿Qué deseas, muchacha?

—Ábreme, quiero hablar

—Pasa, muchacha

La puerta estaba sin seguro y entré, allí aguardé en la sala como una tonta durante unos minutos, hasta que le inquirí —¿Por qué no bajas?

—Estoy esperando a que subas, tonta

Los nervios me invadieron de tal manera que empecé a transpirar y a sentir cómo un cálido chorro fluía entre mis piernas. Subí lentamente, realmente estaba muy nerviosa y ansiosa, me detuve en el pasillo —no sé a dónde ir— le dije.

-A la izquierda

En esa dirección había un espejo grande donde me detuve a observarme, mis pechos estaban inflamados, mi falda manchada de fluidos y mis piernas temblorosas, así que acomodé mi cabello a un lado.

Abrí la puerta cuando de repente sentí un tirón y reaccioné con mi cuerpo en sus brazos, me sostuvo colocándome de rodillas frente a él, dirigiéndonos hacia un balcón en la parte trasera de su vivienda, me acercó al barandal y señalando el gran patio trasero de la casa vecina me dijo —¿Es ahí a donde vas?

—Sí, pero quise pasar a saludar y disculparme.

—Ya estás disculpada, pero no te irás sin terminar lo que empezaste ayer.

Con una mano apoyó ligeramente mi cuerpo en el barandal de esa terraza y con la otra tomó y elevó un poco mi cadera para penetrarme, sin moverse y con su miembro ya dentro de mí, recogió los fluidos a su alrededor para humedecerme, al mismo tiempo que con suavidad hacía subir y bajar mi cuerpo logrando

una incursión intensa.

En ese instante cedí mi cuerpo y decidí enfocarme en mis sensaciones, estaba entregada a él sin poder hacer más que disfrutar de aquel éxtasis que me brindaba su robusto miembro.

Escuchaba mis gemidos y él me besaba para calmar mi ansiedad y mi incomodidad con deleite, ya que su grande pene me penetraba muy hondo y él percibía cómo mis gemidos respondían a su fuerza, mientras mantenía su mirada fija en mí observando cada mínimo detalle de las reacciones de mi rostro, estaba sumamente sonrojada y al sentir que mi clímax se acercaba, se detuvo para retirar su miembro, tomar mi cintura y penetrar suavemente mi vagina.

Me quedé paralizada, clavando las uñas en su espalda como una gata en celo, perdí el aliento. Me preguntó en susurros —¿quieres que vaya más profundo, cariño?— Yo asentí gustosa y abrumada con la cabeza y con sus labios entre los míos mientras él introducía su miembro un poco más, luego volvió a preguntar —¿te gusta así de profundo, mi amor? Yo seguía asintiendo con la cabeza aferrándome a su cuello, me abrió hasta que finalmente logró insertarlo por completo, se detuvo y preguntó —¿Estás lista? Al escuchar esto cerré los ojos. Y agarrándome firmemente de las nalgas, comenzó a moverse.

Era increíble la cantidad de fluidos entre el lubricante natural y la humedad que se esparcían por todos lados, volví a mojar su miembro pero esta vez comprendí que era un intenso orgasmo el que me estaba haciendo estallar y de repente sentí cómo empezó a eyacular, explotamos juntos, abrazados, jadeando de un placer incontrolable, era maravilloso. Jamás imaginé experimentar ese increíble disfrute sexual con alguien que triplicaba mi edad.

Sin soltarme, entramos a su habitación, me dio un beso y me recostó en la cama —¿Cómo te llamas? —Alondra, ¿y tú? —Eso no importa..., ¿cuántos años tienes? a lo que respondí -eso ¿importa? —Realmente no, pero no estaría mal que al menos me asegures que no eres una menor de edad. Le pregunté —¿Cuántos años tienes tú? Solo respondió —Tengo la suficiente experiencia, toma vístete, y no olvides cerrar la puerta.

Esta historia fue real y ocurrió en el año 1992, se cambiaron los nombres por unos ficticios. Alondra era una joven adulta de 19 años, recién cumplidos y ese hombre tenía 56 años, nunca más se volvieron a ver.

FIN

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