Presentación.
Ezequiel, un individuo maduro que superaba los 50 años, se encontraba vistiéndose para iniciar la jornada. Consumido por una profunda melancolía y una soledad abrumadora, anhelaba fervientemente aliviar su carga emocional. Habían pasado cinco largos años desde que la enfermedad se llevó a su amada esposa, dejando su corazón seco y anhelante de afecto femenino. Solo su pequeño comercio de frutas y verduras le permitía sobrellevar su existencia.
En esos momentos sombríos, Ezequiel no buscaba el amor. El lazo íntimo que compartió con su difunta esposa parecía haberle arrebatado cualquier posibilidad de entregar su corazón nuevamente. No obstante, la pasión sexual latente ardía en su ser, aguardando ser avivada. Deseaba mitigar su soledad en los brazos de una mujer, aunque fuese de manera efímera y sin compromisos.
Una vez concluyó su preparación, tomó las llaves y se observó por última vez en el espejo de la entrada de su hogar. Recordó los pedidos que debía entregar durante la jornada.
Ezequiel había iniciado hacía algún tiempo una especie de labor asistencial, llevando sus frutas y verduras a personas mayores con dificultades de movilidad. Esta labor le servía como una distracción saludable para apartar su mente de la tristeza y sobrellevar su soledad.
Mientras tanto, a unas decenas de kilómetros de distancia, Claudia, una joven seductora de piel tostada de apenas 18 años, salía de la ducha. Su anatomía desnuda parecía una obra de arte en términos de sensualidad. Sus generosos pechos, firmes y exuberantes, desafiaban la gravedad con cada movimiento. Su redondo y apetitoso trasero, perfectamente esculpido, constituía una invitación irresistible para cualquier mirada atrevida.
Gotas de agua se deslizaban por su piel suave y bronceada, realzando su atractivo natural. Su cabello castaño y húmedo caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando su rostro angelical y sus labios tentadores.
Liliana, una madre joven de 36 años, lucía un cuerpo con algunos kilos de más, distribuidos de forma perfecta en curvas y atributos generosos. Era una versión madura de su exuberante hija, Claudia. Mientras entregaba una toalla a Claudia, reprendía en tono enérgico a su hija por repetir curso y poner en peligro sus posibilidades de ingresar a la universidad.
- ¡Claudia, es inaudito que tengas que repetir el año! - exclamó Liliana, su voz reflejando frustración y preocupación. - Te he advertido una y otra vez sobre la importancia de tus estudios. ¿Cómo pretendes alcanzar el éxito si no te esfuerzas?
Claudia, envuelta en la toalla, observó a su madre con un gesto de desafío y rebeldía.
- No es tan terrible, mamá. Fue solo un mal año. Puedo recuperarme - respondió desafiante.
Liliana suspiró, visiblemente molesta.
- No se trata solo de un mal año, Claudia. Esto pone en peligro tu futuro. ¿Quieres desperdiciar las oportunidades que te he brindado? No permitiré que arruines tu vida de esta manera.
Buscando una sanción ejemplar por los resultados deficientes de su hija en la escuela, Liliana tuvo una idea.
- Tendrás que pasar el verano en casa de tu abuela y cuidar de ella como una lección de responsabilidad - dijo Liliana, con un tono firme y decidido.
Enfadada y llena de frustración, Claudia salió de la habitación soltando palabras de rabia hacia su madre.
- ¡Perfecto, mamá! ¡Ojalá encuentres un compañero y me permitas vivir mi vida! - exclamó con voz exasperada.
La cólera de Claudia radicaba en que pasar el verano en casa de su abuela frustraba sus planes de conocer personas, explorar y experimentar su sexualidad ahora que había alcanzado la mayoría de edad.
de edad.
Rosa trató de mantener la serenidad, pero sus expresiones denotaban su enojo.
— No se trata únicamente de tus proyectos, Claudia. Consiste en asumir responsabilidades y extraer lecciones de tus equivocaciones. Es fundamental que comprendas las repercusiones de tus actos — comunicó con firmeza.
Capítulo 1:
El verano había dado inicio y Claudia ya llevaba varios días instalada en la residencia de su abuela. Mientras se esforzaba por adecentar la sala, Claudia lucía un top amplio y unos shorts cortos que resaltaban sus curvas atractivas. El calor sofocante provoca que cada movimiento de su cuerpo genere una danza hipnótica.
La abuela, sentada en el sofá, se dedicaba a doblar la ropa con manos temblorosas mientras instaba una y otra vez a su nieta a realizar una limpieza exhaustiva. Su mirada se posó en una prenda íntima de Claudia que sostenía entre sus manos. La observó con curiosidad y cierta perplejidad. "Estas prendas diminutas que utilizan las jóvenes actualmente... ¡no logro comprender cómo pueden resultar cómodas!", reflexionó, frunciendo el ceño y sacudiendo la cabeza.
— Sí, abuela, entiendo. ¡Estoy limpiando, ¿no lo percibes? — respondió Claudia con impaciencia.
La abuela, decidida a inculcar responsabilidad en su nieta, reiteró su punto de vista.
— Viniste aquí para aprender a ser una persona responsable, Claudia. El quehacer de la limpieza es una faceta esencial de ello — mencionó al tiempo que se incorporaba del sofá, apoyándose en su bastón.
En ese instante, el timbre de la puerta sonó insistentemente, interrumpiendo la tensión acumulada. La abuela solicitó a Claudia que continuara con la limpieza mientras ella se encargaría de atender la puerta.
Se escuchó la voz de un caballero anunciando que había llegado con un pedido. La abuela cruzó el salón seguida por un hombre maduro que sostenía en sus brazos una caja repleta de hortalizas y frutas frescas.
— Claudia, permíteme presentarte a Manuel — anunció la abuela con una sonrisa. — Es un hombre muy amable que nos trae hortalizas y frutas frescas.
Claudia, inclinada en sus labores de limpieza, dejó al descubierto el inicio de su provocativo trasero. Manuel, incapaz de evitarlo, clavó su mirada en ese tentador detalle. Claudia giró la cabeza y sus miradas se encontraron, generando un instante de tensión sexual en el ambiente.
— Encantado, Manuel. Soy Claudia, su nieta — articuló con una sonrisa coqueta.
Rápidamente, Manuel apartó la mirada del redondo trasero de la joven, sintiéndose avergonzado por su reacción. — El placer es mío, Claudia.
Desde la cocina, la abuela llamó a Manuel para que colocara la caja sobre la encimera. Esta interrupción rompió el hechizo del momento y se dirigió hacia la cocina con las frutas y verduras.
Claudia prosiguió con la limpieza, pero aquel incidente la dejó desconcertada y ligeramente excitada. El recuerdo de la mirada de Manuel sobre su jugoso trasero le hizo experimentar una mezcla de nerviosismo y excitación. Su mente se pobló de imágenes atrevidas y fantasías eróticas por unos instantes. Al pasar la mano por su frente, percibió el calor de la excitación palpitar entre sus piernas sin comprender del todo el motivo.
Manuel saliendo de la cocina sujetaba la caja vacía en sus manos mientras la abuela salía de la cocina para despedirse con cortesía. Se dirigió hacia la puerta, dispuesto a marcharse.
En ese momento, Claudia se adelantó con el pretexto de abrir la puerta, revelando una vez más parte de su provocativo trasero, esta vez de manera intencional. La mirada lujuriosa de Manuel se clavó en ese tentador espectáculo. Se despidieron al cruzarse en la puerta, y con un gesto audaz, Manuel posó los ojos un instante en los turgentes senos de Claudia, que asomaban por el escote del amplio top que llevaba puesto.
— Hasta otra ocasión, Manuel — expresó con una sonrisa más que coqueta.
Manuel se giró deleitándose una última vez con ese cuerpo color canela que invitaba.
al deseo carnal.
— Eh… Nos vemos otro día…— pronunció al salir de su ensimismamiento por el encanto que Claudia ejercía sobre él.
Al fin, Manuel partió y Claudia cerró la puerta tras él. Se encaminó rápidamente al salón, informando a su abuela que se sentía indispuesta y que retomarían la conversación después.
— Como es habitual, inventando excusas— le reprochó su abuela. Claudia, haciendo caso omiso, cerró la puerta de su habitación y se recluyó en ella.
Recostada en la cama, Claudia se sintió extrañamente alterada, con la imagen de las miradas libidinosas del hombre maduro aún fresca en su mente. Incapaz de resistirse, introdujo su mano en su pantalón corto en busca de su intimidad, que ya se hallaba húmeda. Sus dedos se deslizaron sin tapujo por su entrepierna mojada, incrementando su frenesí con cada movimiento.
Mientras una mano se ocupaba de su ardiente coño, la otra se entregaba a masajear y apretar sus pechos, pellizcando con lascivia desenfrenada sus pezones erectos y oscuros. Un gemido ronco escapó de sus labios, mezclándose con el sonido de sus fluidos empapando su pubis.
Claudia se masturbaba sin restricciones, estimulando con avidez su clítoris hinchado y sensible con furia y pasión desenfrenada. Sus gemidos fueron sofocados por la almohada, su abuela aguardaba al otro lado de la puerta. Sus ágiles dedos exploraban más y más profundamente, llevándola al límite del placer.
Finalmente, en un estallido de puro éxtasis, su cuerpo se sacudió en un orgasmo salvaje y liberador. Los espasmos placerosos la invadieron con fuerza, dejándola jadeante y temblorosa mientras el goce se expandía por cada fibra de su ser. Exhausta pero plenamente satisfecha, Claudia se entregó al lecho y cayó dormida con una sonrisa leve en su rostro angelical.
Capítulo 2:
El verano avanzaba y en cada visita de Manuel a la casa de la abuela de Claudia, esta se mostraba más osada y provocativa, disfrutando de llamar la atención del hombre. Él, a su vez, no podía evitar observarla con descaro y deseo, sin esforzarse ya por disimular su excitación.
En una ocasión, Manuel llevaba en sus manos una caja de frutas para dejar en la cocina de la abuela. Claudia, con una sonrisa traviesa en los labios, tomó un plátano de la caja y lo peló lentamente, introduciendo una porción en su boca. Sus ojos se encontraron directamente con los de Manuel, quien luchaba por mantener la compostura. En su mente, ansiaba que fuera su falo erecto el que penetrara en la boca ávida de Claudia.
—Me encanta el plátano ¿a ti no, Manuel? -inquirió Claudia con cierta impaciencia.
En ese instante, Manuel se encaminó a la cocina asintiendo, procurando disimular el abultamiento en su entrepierna producto de la excitación. La tensión sexual entre ambos era cada vez más tangible, y ambos anhelaban el momento en que sus deseos se materializaran.
Soltando apresuradamente la caja, Manuel extrajo las verduras y se retiró despidiéndose de la anciana. Se dirigía directo hacia la puerta sin mirar a los lados para evitar la tentación, cuando una voz desde el sofá lo detuvo.
—Adiós, Manuel, hasta otro día —con una voz que combinaba inocencia y picardía.
El hombre, que apenas un instante antes había intentado salir velozmente de allí, giró la cabeza y se topó con una imagen que perduraría en su memoria durante días. Claudia recostada en el sofá, con las piernas apoyadas en el respaldo, exhibía sin tapujos la forma de su trasero marcada en el ajustado short que vestía y su abultada vulva completamente visible. Sintió que llegaría al clímax allí mismo.
—Manuel, olvidas la caja aquí —advirtió la abuela, sacando a Manuel de su ensimismamiento.
Retornando sobre sus pasos, Manuel le arrebató la caja bruscamente a la anciana. Esta vez, abandonó casi corriendo aquel antro de lascivia. Subió a su furgoneta, la puso en marcha mientras suspiraba agobiado, sintiendo su miembro erecto,pensó que era necesario regresar a casa antes de continuar con la distribución.
Una jornada, la abuelita de Claudia le comunicó que al día siguiente su mama, Rosa, vendría a recogerla para llevarla al doctor. Pidió a Claudia que permaneciera en casa por la mañana, ya que Manuel vendría a traer hortalizas y le suplicó que fuera amigable con él.
Claudia, con una leve sonrisa maliciosa en los labios, le respondió a su abuela.
—No te inquietes, abuela, me haré cargo de él— En su mente, Claudia planeaba un oscuro y prohibido plan para evaluar a Manuel de una vez por todas.
Claudia se alistó para el plan que tenía en mente y decidió afeitarse completamente su vulva. Desnuda en el baño, sus manos se desplazaban delicadamente por su piel sensible, sintiendo la fricción mientras se acariciaba. Sus pensamientos lujuriosos acerca de Manuel no podían ser controlados, y un deseo intenso la consumía.
En medio de su excitación, Claudia divisó un mango de cepillo del pelo cerca de ella. Sin poder resistirse, tomó el objeto y lo acarició con lujuria, imaginando que era el miembro erecto de Manuel. Poco a poco, inició a frotar su vulva mojada con el mango, disfrutando de la sensación de plenitud y placer que la invadía. Cada vaivén ascendente y descendente incrementaba su excitación, sintiendo cómo su clítoris se volvía más sensible e hinchado.
Sus gemidos ahogados llenaron el baño mientras se entregaba al placer en solitario, imaginando a Manuel frente a ella, observando cada uno de sus movimientos. Con cada roce del mango del cepillo, se aproximaba más y más al precipicio del orgasmo. Finalmente, en un estallido de éxtasis, su cuerpo se estremeció con espasmos de placer mientras el clímax la envolvía por completo.
Claudia se apoyó contra la pared del baño, recuperándose del intenso momento. Sabía que estaba lista para ejecutar su plan y desencadenar la pasión con Manuel.
Al día siguiente, Claudia se despidió de su madre y su abuela, quienes se retiraban al médico. Una vez que cerró la puerta, corrió emocionada hacia su recamara.
Dentro de su habitación, se despojó de su vestimenta lentamente, disfrutando del hormigueo que recorría su cuerpo. Sus pezones se endurecieron y su vulva se empapó mientras se alistaba para la llegada de Manuel. Decidida a provocarlo al máximo, eligió un pantalón diminuto de tela elástica que se ajustaba a la perfección a su cuerpo, marcando con claridad los labios de su vulva. Cada pliegue y contorno se hacía visible a través de la tela, invitando a la mirada lujuriosa de cualquier hombre que tuviera la fortuna de verla.
Complementó su atavío con un top ajustado y traslúcido que apenas cubría sus oscuros y erectos pezones, dejando ver sus senos tentadores con total descaro. Cada movimiento que realizaba, cada paso que daba, era una invitación sensual a la lujuria y al deseo desenfrenado.
Satisfecha con su elección, Claudia se sentó en el sofá, impaciente y ansiosa, sintiendo cómo el calor se acumulaba entre sus piernas. Cada minuto que transcurría se volvía más excitante y su vulva palpitaba de deseo. Sabía que en cualquier momento Manuel llegaría.
El timbre repicó, y Claudia saltó del sofá como un resorte, apresurándose a abrir la puerta. Al hacerlo, se halló con Manuel sosteniendo la caja de hortalizas en sus manos. Con una sonrisa pícara en los labios, lo invitó a pasar y juntos se dirigieron a la cocina. Claudia se movía de manera provocativa, contoneando su cuerpo delante de él, sabiendo que su mirada estaba fija en cada uno de sus movimientos.
—Vaya, Manuel, qué sorpresa verte aquí. Mi abuela no está en casa... parece que estamos solos —dijo Claudia con una sonrisa juguetona.
Manuel la miró intensamente y respondió—: Espero no ser una distracción, Claudia. Estás muy guapa hoy.
Claudia rio coquetamente y se giró sobre sí misma para que Manuel pudiera escanearla completamente.
—¿Tú crees, Manuel? Es que la temperatura
ha aumentado ligeramente aquí —comentó Claudia con astucia.
La atracción sexual entre ellos se hacía cada vez más patente. Cada mirada y gesto estaban llenos de deseo y provocación.
Mientras Manuel dejaba la caja en la mesa de la cocina, Claudia extrajo una jarra de agua fría de la nevera con la intención de brindarle un vaso. Con una sonrisa sugerente, Claudia le ofreció el vaso de agua.
— Toma, Manuel, seguro que tienes sed. Mi abuela siempre me dijo que te tratara bien —dijo Claudia con tono insinuante.
Justo cuando iba a pasarle el vaso, Claudia simulo tropezar y parte del agua se derramó sobre su torso. El líquido empapó su top, volviéndolo translúcido y dejando al descubierto por completo sus pechos. Sin perder tiempo, Claudia empezó a menear sus pechos, haciéndolos rebotar de manera provocativa.
Manuel llegó a su límite y en un acto impulsivo, descubrió el top de Claudia. Con una mirada ardiente, se lanzó sobre sus grandes y firmes senos, tomando sus pezones entre sus labios y succionándolos con avidez.
Claudia inclinó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y soltando un gemido de placer.
— ¡Oh, sí, chúpalos más fuerte, Manuel! Hazme tuya... quiero sentir tu lengua en todo mi cuerpo —gimió Claudia con lascivia.
Manuel agarró con fuerza las nalgas de Claudia y la sentó en la mesa de la cocina. Sus lenguas húmedas se entrelazaron en un beso apasionado. Manuel descendió nuevamente hacia sus pechos, succionándolos con dedicación mientras Claudia se retorcía de placer. Con maestría, Manuel le quitó el diminuto pantalón, dejando al descubierto la virginal entrepierna de Claudia.
Manuel se tomó su tiempo para contemplar aquel espectáculo, grabando en su memoria cada detalle. Los labios vaginales de Claudia estaban hinchados por la excitación y empezaban a segregar fluidos. Con suavidad, Manuel acarició el sexo de Claudia con sus dedos, explorando cada recoveco. Hundió su cabeza entre las piernas de la joven ardiente, comenzando a lamer y absorber su sexo que cada vez se tornaba más húmedo y sensible. La lengua de Manuel se movía con destreza, recorriendo aquel manjar y provocando gemidos de placer en Claudia.
Los susurros de pasión colmaron la habitación mientras Claudia se acercaba al clímax.
— ¡Sí, sí, sigue devorándome! ¡No pares, me estás volviendo loca! —jadeó Claudia intensamente.
La lengua de Manuel danzaba hábilmente sobre los pliegues de Claudia, llevándola al borde del éxtasis. Cada lamida, cada succión, era un embate de placer que la sumía en un torbellino de sensaciones. Los gemidos de Claudia resonaban en la cocina, mezclándose con los sonidos húmedos de su sexo.
Manuel intensificó su embestida con la lengua, aplicando una presión firme y rítmica en el clítoris de Claudia. Sus movimientos se sincronizaban con la creciente cadencia de los gemidos de ella. Los músculos de la joven se tensaron, su respiración se aceleró y su cuerpo se arqueó en respuesta al placer abrumador que la envolvía.
El clímax la arrastró en una ola de éxtasis, haciéndola temblar y convulsionarse en el clímax del placer. Sus gemidos se convirtieron en un grito ahogado mientras su cuerpo se entregaba al orgasmo. Manuel siguió lamiendo y acariciando suavemente el sexo de Claudia, prolongando el gozo de su orgasmo hasta que finalmente se relajó y recuperó el aliento.
Claudia se incorporó y no pudo evitar notar la prominente erección que tenía Manuel en sus pantalones. Su miembro viril parecía a punto de reventar y romper la tela.
Manuel desabrochó su bragueta y, sosteniendo su pene erecto, se lo ofreció a Claudia, preguntándole con una sonrisa lujuriosa:
— ¿Hoy te apetece disfrutar de un plátano también, Claudia?
Claudia, sin apartar sus ojos bien abiertos, se bajó de la mesa y se arrodilló, contemplando aquel falo grande y firme que tenía delante. Con cierto temor y torpeza debido a su inexperiencia
En el acto sexual, Claudia inició la estimulación manual en Manuel.
Manuel apartó la mano de Claudia de su miembro, la tomó con su propia mano y la condujo hacia la boca de Claudia, quien abrió instintivamente su boca para recibirlo con sus labios. Comenzó succionando de manera torpe al principio, pero rápidamente adquirió destreza, moviendo su cabeza y experimentando arcadas cada vez que el glande de Manuel rozaba su garganta.
— ¡Sigue así, Claudia, me encanta cómo lo haces! —exclamó Manuel complacido, mientras disfrutaba de la estimulación oral.
Animada por las palabras de Manuel, Claudia aumentó la intensidad, incrementando el ritmo y la presión de sus succiones. Con cada vez más confianza, se entregó por completo a acariciar y envolver el miembro de Manuel con su lengua y sus labios.
Manuel, entregado al placer, entrelazó sus dedos en el cabello de Claudia, proporcionando suaves indicaciones mientras ella continuaba con su tarea exquisita.
Claudia estaba decidida a brindarle a Manuel el máximo placer posible, estimulando su miembro con dedicación y pasión.
— Así, Claudia, no pares. Me encanta cómo juegas con tu lengua y tus labios. Me llevas al clímax —manifestó Manuel entre gemidos de placer.
Las palabras excitantes de Manuel incitaron a Claudia a aumentar el ritmo de la felación, entregándose por completo al acto de estimulación oral.
Con un gemido gutural, Manuel sintió cómo el orgasmo se aproximaba rápidamente. Ondas de placer recorrieron su cuerpo, y su miembro empezó a palpitar dentro de la boca cálida de Claudia. Al retirarlo, seguido de hilos de saliva de la joven, Manuel comenzó a eyacular, cubriendo el rostro de Claudia con su semen ardiente.
Ella intentaba capturar cada gota con su lengua, saboreando el fluido de Manuel y disfrutando de cada instante de aquella experiencia.
Mientras Manuel recuperaba el aliento, Claudia retomó la estimulación oral, limpiando su miembro que comenzaba a perder rigidez, eliminando cualquier resto de semen. Observando con satisfacción, Manuel la elogió:
— Me encanta cómo limpias mi miembro con tu boca.
— Y a mí me encanta el sabor de tu semen —respondió Claudia con una sonrisa.
Tras dirigirse al baño para asearse, Claudia regresó desnuda, con sus pechos rebotando por la excitación del momento. Abrazando a Manuel por detrás, empezaron a besarse con pasión.
En un breve receso de los besos, Claudia expresó con pesar:
— Lamento decirte que mi madre y mi abuela regresarán pronto, sería mejor que te vayas.
Se despidieron entre besos, disfrutando los últimos instantes juntos antes de separarse.
Manuel descendió las escaleras con cuidado, aún sintiendo los efectos del intenso orgasmo que Claudia le había brindado con su estimulación oral ardiente, sabiendo que aquella sesión en la cocina era solo el principio.
Mientras tanto, Claudia cerró la puerta tras la partida de Manuel y se apoyó en ella, su cuerpo temblaba de excitación, con el sabor del deseo impregnando sus labios y su mente llena de incógnitas. Aquel encuentro había despertado en ella una pasión voraz, un deseo insaciable de explorar los límites del placer y la lujuria.
¿Se encontrarían nuevamente Claudia y Manuel en un nuevo episodio apasionado? ¿Se aventurarían a explorar nuevos horizontes del placer juntos, sin inhibiciones ni tabúes?
Para ser continuado…
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