Puede que las fiestas familiares sean siempre animadas, repletas de personas desconocidas y sinceramente, estoy harta de escuchar las mismas conversaciones con las mismas damas siempre. Especialmente con las vecinas de mi abuela que suelen asistir a estas reuniones, incluso si se realizan en otros lugares, como en este caso, el bautismo del tercer hijo con diferente padre de una de mis primas.
Como es habitual, me acerco a saludar a mis familiares y me presentan a los invitados, entre ellos se encontraba una pareja clásica: él bajito y robusto, usando botas y sombrero, bebiendo cerveza como si no hubiera un mañana; ella, de baja estatura y delgada, con un vestido naranja muy recatado, con un semblante que reflejaba aburrimiento y desilusión por su pareja. El nombre de él no era relevante, el de ella resultó ser Delia, según supe más tarde, a quien saludé con un apretón de manos y un beso en la mejilla, o casi en la mejilla, porque calculé mal y rozó sus labios. Al enderezarme, vi que estaban sentados en una mesa con mi abuela, le sonreí a Delia y ella me devolvió la sonrisa. Mientras le soltaba la mano, acaricié su palma con el dedo medio, sonriéndole nuevamente. Ella esbozó una leve sonrisa y luego volteó inmediatamente a mirar a su esposo, quien estaba a su lado y a quien saludé de la misma manera.
Me retiré de la mesa para ir a la mía, donde pedí un whisky al camarero y comencé a observar a Delia detenidamente. A pesar de que su vestido era bastante recatado, llegando hasta el cuello, aún así se podía apreciar unos senos de generoso tamaño, diría que de copa C, pero los sostenes y los vestidos a veces pueden engañar.
Con el transcurso de la velada, la oscuridad fue llegando poco a poco. El robusto hombre se iba embriagando cada vez más, incluso se cambió de mesa para sentarse con mis tíos, con quienes siguió bebiendo intensamente, mientras que Delia permanecía en la mesa de las mujeres. De vez en cuando, cruzábamos miradas, hasta que en una de esas miradas nos quedamos fijamente observándonos y, con una mano, hice un gesto circular mientras con el dedo medio de la otra mano simulaba penetrar dicho círculo. Ella rió y desvió la mirada.
Unos minutos después, me levanté y pasé junto a su mesa sin dejar de mirarla, hasta que ella volteó y me vio pasar. Nos encontrábamos en un área pequeña con césped, donde había cuatro baños distribuidos alrededor de las mesas, cada uno con una puerta separada para mujeres y otra para hombres. Me detuve como esperando mi turno para ingresar a uno de los baños, pero observando la mesa donde se encontraba Delia.
Al cabo de unos segundos, ella se acercaba y se formaba en la fila de mujeres. Cuando la chica del frente de ella entró al baño, nos quedamos solos y, sin decir una palabra, la atraje hacia mí y la llevé al baño de hombres. Sin perder un segundo, se abalanzó sobre mí, aferrándose a mi cuello y dándome un beso largo y húmedo, mientras me rodeaba con sus piernas por la cintura. Correspondí metiendo mis manos bajo su vestido y acariciando sus piernas, muslos y llegando a su trasero.
La bajé al suelo, tomándola del cabello para que se arrodillara junto al lavabo y, automáticamente, me desabrochó el cinturón, bajó mis pantalones y calzoncillos para introducir mi miembro ya erecto en su boca, comenzando a dar una demostración magistral de cómo practicar sexo oral, combinando sus labios con sus manos.
La hice ponerse de pie y me senté en el inodoro bajando la tapa. De espaldas a mí, le bajé las bragas, levanté su vestido y la hice sentarse sobre mi miembro, firme y erecto. Ella se agarró al lavabo y a la pared con las manos, empezando a moverse arriba y abajo, mientras yo simplemente acercaba sus bragas a mi rostro y las olía como un animal husmea a su presa. Luego la giré, la llevé contra la pared con sus piernas en mis hombros, y comencé a embestirla con rudeza contra la pared, hasta eyacular lo más profundamente posible en su interior.
Permanecimos en esa posición unos momentos mientras empezábamos a besarnos, luego la hice bajar lentamente al suelo inclinándose para limpiar mi miembro con su boca. La ayudé a incorporarse, nos vestimos y salí del baño sin mirar atrás. Al regresar a mi mesa, me senté y pedí otro whisky, cuando me di cuenta de que me había quedado con sus bragas, unas panties de seda plateadas muy elegantes, al igual que ella, ya con sus años, pero ansiosas de acción.
Minutos después, ella regresó perfectamente arreglada, como si nada hubiera sucedido. Poco tiempo después, el robusto hombre regresó a la mesa, hablaron un rato y se retiraron del lugar. Por mi parte, llegué a mi departamento y me masturbé con sus panties, esperando que se repita porque parece que tengo cierta debilidad por las damas recatadas.
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