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¡Vamos Tigres!


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Jorge intentaba apartar la mirada hacia las otras jugadoras, pero terminaba fijándose en las curvas de su hija. No era para nada delgada: muslos y caderas generosas que hacían juego con sus nalgas redondas, y unos senos grandes que desafiaban salirse del uniforme cada vez que corría. Para él, y seguramente para muchos más, era un placer verla moverse y saltar; el balanceo hipnótico de sus nalgas era todo un espectáculo. Partido tras partido tenía que soportar la tortura de ver todo eso sin poder tocarlo, y era la tercera vez que sentía deseo en uno de sus juegos. La primera vez fue cuando, emocionada, lució el uniforme que usaría al estar finalmente en la selección. Le quedaba muy ajustado y el corto se insertaba por todos lados sin dejar mucho a la imaginación.

Eso lo perturbaba demasiado porque era su hija a la que veía con el deseo de quien ve por primera vez a una bailarina exótica. Sencillamente no podía apartar la vista de sus curvas. Al llegar a casa, tenía que satisfacerse casi frenéticamente para "liberar" todo eso y por las noches, el sexo con su esposa era bastante intenso y desordenado. Mayte nunca relacionó una cosa con la otra porque era su hija y, por el contrario, le gustaba que la tomara con fuerza. Los embates que le daba eran tan fuertes que Victoria podía escuchar los gemidos de su madre claramente en su habitación, sin sospechar que era ella quien provocaba aquel acto desenfrenado.

Un día, Jorge se dirigía a su hogar cuando recibió un mensaje en su teléfono. "Pa, ¿puedes venir por mí?" preguntaba su hija. Inmediatamente, dio media vuelta y se dirigió a la universidad. Al llegar, Victoria estaba sentada en un banco en la entrada con el muslo vendado hasta la rodilla. Estaba rodeada por sus compañeras y el entrenador le daba palmaditas en el hombro.

- ¿Qué ocurrió? -preguntó apenas descendió del auto.

- Me caí en la práctica. -Respondió su hija apenada.

- ¡No es verdad! ¡La derribaron! -exclamó una de sus compañeras mirando al entrenador.

- Hay que aplicarle esto -le dijo el entrenador entregándole un frasco de ungüento a su padre-, y estará como nueva en un par de días. El médico confirmó que no es nada grave. -Jorge ayudó a su hija a subir al auto y regresaron en silencio a casa.

Al llegar, fue necesario que la ayudara a descender ya que no podía apoyar bien la pierna, y al no poder caminar correctamente, decidió cargarla hasta su habitación. Victoria se ruborizó y le agradeció con un sonoro beso en la mejilla. "¿Necesitas ayuda para cambiarte?" Le consultó su padre desde la puerta. "No, pero debes ponérmelo que te dieron" Le respondió a punto de quitarse el suéter. Jorge se volteó hacia la pared y aguardó unos minutos a que se cambiara. "¡No puedo!" gritó su hija casi al borde del llanto. Jorge se aproximó a ella y le dio un pequeño beso en la frente. Le indicó que se acostara y llevó sus manos al short. "Solo lo hago porque lo necesita" se decía mentalmente. Bajó lentamente el short con los ojos cerrados ya que sintió la mirada de su hija completamente sonrojada. Victoria le entregó otro en la mano y se lo puso lentamente también, abriendo un poco las piernas.

Nervioso, su padre tomó el ungüento y sujetando firmemente su muslo empezó a masajearlo de arriba abajo; la suavidad y calidez de su piel eran embriagadoras para él y se moría por besarlos. Eran tan gruesos que cubrían buena parte de su ajustada entrepierna. Victoria se subió el short y abrió un poco más las piernas, permitiéndole ver su vulva perfectamente de cerca. Era abultada y con los labios muy definidos, formando un pequeño canal que descendía más abajo. Se concentró en el masaje sin apartar la vista de su monte de venus,

que aseguraba que latía cada vez que presionaba su piel con los dedos. Movía sus manos arriba y abajo, ejerciendo presión justo en la zona afectada cada vez que Victoria suspiraba por el dolor.

Estuvo así un buen tiempo hasta que consideró que el ungüento se había aplicado por completo. Aunque le costaba dejar de tocarla, sabía que ya no era necesario continuar. Bajó sus manos hasta las rodillas y al incorporarse, para su sorpresa, Victoria le pidió que continuara con la misma expresión que usaba cuando le rogaba que no parara de balancearla en los columpios cuando era niña. Sin perder tiempo, aplicó más ungüento y retomó el masaje en su extremidad, esta vez con mayor delicadeza.

Poco a poco empezó a mover sus manos en círculos, rozando ahora una parte de sus nalgas y de su entrepierna, lo que provocaba breves suspiros en su hija. El masaje se tornaba más suave y lento, extendiéndose más allá de los muslos. Jorge se sentía excitado y deseaba ir más allá, pero el miedo lo invadía; sabía que estaba mal y que debía parar, pero se veía incapaz. Elevó la mano hasta las caderas y aplicó una suave presión. "¿Te molesta?" preguntó tratando de disimular sus intenciones. "Un poco", respondió Victoria con los ojos cerrados. Llevó su mano más arriba, llegando a la cintura para luego regresar a la pierna, deslizando los nudillos cerca de su entrepierna. El movimiento era prolongado, llegando a rozar abiertamente sus labios. Victoria flexionó la otra pierna, mostrando completamente la forma de su vagina. Jorge contemplaba ansioso ese tesoro, asegurándose de que ella no notara su mirada. Pronto, el calor en su entrepierna le indicó que no solo lo disfrutaba, sino que no se resistía a sus acciones.

Continuó ascendiendo hasta acariciar por completo su glúteo, lo que provocó un ligero estremecimiento en Victoria, que guardó silencio; ahora acariciaba ampliamente sus nalgas y parte de su entrepierna.

Fue entonces que la voz al otro lado de la puerta los sacó de aquel trance en el que se hallaban. "¿Jorge? ¿Amor?" llamó su madre al ingresar a la habitación. Victoria dio un respingo, bajándose rápidamente el short, mientras que Jorge se enderezaba al darse cuenta de lo cerca que estaba de ella.

- ¿Qué sucede? – preguntó Mayte, con la mirada fija en su hija.

- Victoria tuvo una caída durante el entrenamiento y se lastimó el muslo. Debemos aplicarle esto durante 3 días. -respondió entregándole el ungüento a su madre.

- Gracias, papá.- expresó Victoria, aún sonrojada, antes de que Jorge abandonara la habitación. Se encerró en el baño y se masturbó vigorosamente.

Más tarde, tras la cena, se sentaron los tres a ver la televisión en la sala. Jorge se encontraba en medio de ambas, abrazándolas con cariño, pero de vez en cuando desviaba su mirada al escote de su hija. Con el transcurso del tiempo, Victoria se acomodó casi sobre él, aprisionando su brazo con los suyos. Podía sentir el movimiento de sus senos al respirar y notaba que su miembro se endurecía. Lentamente se movía en su lugar, ejerciendo presión sobre sus pechos, y con cada movimiento, sus pezones se ponían más erectos. "¿No lleva sujetador?" se preguntó sorprendido; desplazó un poco su brazo frotando sus pezones hasta quedar en medio de sus senos. Su pene ya palpitaba y sabía que debía actuar. Hizo una señal a Mayte, quien comprendió al instante y posó su mano sobre su entrepierna. Sonrió satisfecha y comenzó a acariciarlo suavemente, siempre pendiente de Victoria; cuando su pene estuvo completamente erecto, ambos se pusieron de pie, despidiéndose de su hija.

Apenas ingresaron a la habitación, se despojaron de la ropa y, abrazados, se dirigieron a la cama. Aquella sesión de sexo fue más prolongada de lo habitual, con embestidas fuertes en diversas posturas y masajeando enérgicamente los pechos de Mayte. Esta última alcanzó un orgasmo casi explosivo, sin poder evitar un gemido intenso que tuvo que acallar tapándose la boca. Ambos rieron cómplices.

CasiEn la madrugada, Jorge se levantó buscando un vaso de agua. Al pasar por el cuarto de su hija, escuchó un sonido familiar. Se detuvo y prestó atención a los gemidos ahogados que provenían del interior. Intrigado, pegó la oreja a la puerta y pudo identificar claramente lo que estaba ocurriendo. ¿Qué estaría haciendo su hija? Con el corazón acelerado, abrió la puerta lentamente y se asomó sin hacer ruido. El cuarto estaba a oscuras, iluminado solo por la luz del baño que se filtraba por debajo de la puerta. Allí estaba Victoria, acostada con las piernas abiertas, moviendo su mano rápidamente debajo de su ropa interior. Con la otra mano se acariciaba y apretaba los pezones sobre la camiseta semitransparente. Respiraba entrecortadamente con la boca entreabierta, balanceando las caderas al ritmo de sus movimientos. Jorge abrió los ojos sorprendido, conteniendo el aliento al presenciar esa escena. La respiración agitada de su hija hacía que su pecho se elevara y al introducir sus dedos en su intimidad, emitía un gemido apenas perceptible.

No pudo resistirse y comenzó a tocarse al mismo ritmo que su hija. Victoria apartó las bragas y comenzó a estimularse con ambas manos, buscando el clítoris con una y penetrándose con dos dedos con la otra. Nunca habría imaginado verla en esa situación, supuso que no solía satisfacerse de esa forma, pero sus movimientos demostraban que era experta en darse placer.

Jorge empezó a jadear sin apartar la vista de los pechos de su hija, que se movían al compás de sus caricias. Eran más grandes que los de su esposa y probablemente también más firmes. Se imaginaba la forma de esos pezones, que parecían querer atravesar la tela de la camiseta, deseando saborearlos con la lengua. De repente, Victoria arqueó la espalda por los espasmos de placer que indicaban que estaba a punto de llegar al clímax; su padre también estaba por alcanzar el suyo. Ella se llevó la mano a la boca deteniendo el movimiento, alcanzando un orgasmo intenso con las piernas cerradas. Jorge también llegó al clímax en su ropa interior. Victoria permaneció recostada un momento, con las piernas temblando, intentando recobrar el aliento; su padre se retiró después de observarla un instante, volviendo a su habitación. Nunca habría imaginado que ella se satisfacía de esa manera o que incluso veía pornografía, pero después de esa noche, intuyó que probablemente tendría contenido oculto en su computadora. ¿Habría fotos suyas también?

La imagen de su hija complaciéndose quedó grabada en su mente, y cada vez que pensaba en ello, se excitaba, aprovechando esa excitación para intimar con Mayte cuando estaban juntos. Su esposa no sospechaba nada de su comportamiento, mucho menos que esas fogosas noches de pasión eran inspiradas por su propia hija adolescente.

Al día siguiente, Victoria tenía entrenamiento y llegaría más tarde con su madre, así que Jorge decidió revisar su computadora. No era común que alguien más tocara sus cosas en casa, por lo que no tenía contraseña. Revisó primero el historial, curioso por saber qué contenidos veía, pero no encontró nada relevante. Lo único que le llamó la atención fue una página de ropa interior deportiva, con varios modelos guardados en el historial. Se imaginó a Victoria probándoselos en algún vestidor y el solo pensarlo, le excitó enormemente.

Luego, accedió a su correo y buscó las fotografías guardadas. No encontró nada llamativo, salvo las imágenes que compartía con sus compañeras antes y después de los partidos. A través de ellas, había desarrollado un fetiche por los uniformes de voleibol, y ver a todas esas chicas con caderas anchas y nalgas voluminosas lo puso al límite. Copió algunas en un USB y justo cuando estaba por apagar la computadora, notó una carpeta en la papelera titulada 'Fotitos'. Después de una breve pausa, se encontró con una enorme colección de fotografías de su hija en ropa interior.

Con pantalones muy cortos, pensó emocionado: "¡Excelente!". Más de 250 fotos en diferentes poses, mostrando sus glúteos y sus pechos, apenas tapados por prendas livianas o con su brazo mientras sostenía el celular frente a un espejo. Todas las imágenes habían sido capturadas en su baño y las más recientes en la ducha. Aquello era como hallar un tesoro oculto. Revisó todo rápidamente y nuevamente le llamaron la atención los -elementos compartidos- de la carpeta.

Encontró 6 archivos de vídeo sin vista previa, por lo que los abrió uno por uno. Contenían escenas XXX donde participaban hombres mayores con mujeres jóvenes. Estaba a punto de perder el control ante todo eso, así que copió todo velozmente y salió de su cuarto.

Se preguntaba aturdido: "¿Ella prefiere a hombres mayores?" Esta era la declaración perfecta que necesitaba para "avanzar". Aunque sabía que estaba mal, el deseo superaba sus escrúpulos, y Victoria era muy atractiva. Estaba decidido a tener intimidad con ella a cualquier costo.

Aquel mismo día, de manera inesperada, se le presentó la oportunidad.

Continuará...

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