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Un incidente con desenlace positivo


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En una soleada mañana de agosto, aboné el café que había degustado mientras hojeaba el diario. Al salir del café ubicado cerca del hotel donde me alojaba, en la entrada, una mujer de unos cincuenta años, de atractiva apariencia, tropezó y cayó en mis brazos. Poseía unos senos hermosos que se mantenían firmes para su edad y que presionaban mi pecho por la caída, el resto de su figura, proporcionada y agradable a la vista. El único aspecto que no coincidía con mis preferencias era su vestimenta recatada, aunque el aroma de su perfume me hizo considerarla como una nueva conquista para mí. Tras recuperarse ante la mirada de los presentes, se disculpó.

-No hay necesidad de disculparse, cualquiera podría tropezar -respondí.

Luego, cada uno prosiguió su camino. Mientras yo continuaba mi paseo matutino, no podía apartarla de mi mente, seguía percibiendo su fragancia.

Al día siguiente, regresé al mismo café con la ilusión de volver a encontrármela. Ella ya estaba allí cuando ingresé, solo acompañada por un café, una tostada y su teléfono móvil. Me animé a acercarme y probar suerte, tal vez era alguien que ansiaba compañía. No tenía nada que perder y disponía de tiempo de sobra al encontrarme de vacaciones. Vestía con una falda negra por debajo de las rodillas y una blusa blanca con mangas hasta el codo, su cabello castaño claro caía suelto sobre sus hombros, sin rastro de canas. Mientras consultaba su móvil, me situé a su lado.

-Buenos días -la saludé.

-Buenos días -respondió ella.

-¿Me reconoces? -inquirí.

-¡Claro! Tropezamos en la entrada ayer, gracias a tu presencia evité golpearme duramente.

Ella me observaba con interés, evaluando la situación.

-¿Estás sola? -pregunté.

-Sí -contestó.

-¿Puedo acompañarte y invitarte a almorzar? -propuse.

Tras unos segundos de reflexión, aceptó. Fue entonces cuando me presenté.

-Soy Eduardo -me presenté.

-Yo soy Cristina, un placer -respondió ella.

Realicé mi pedido y conversamos sobre asuntos triviales. Cristina era oriunda de la ciudad, mientras yo le contaba sobre mis vacaciones y mi exploración por el lugar, manifestando mi intención de visitar el museo de ciencias naturales y almorzar en cualquier local. Amablemente, se ofreció a hacer de guía turística y acepté. Media hora después, aboné la cuenta y salimos juntos del café. Llamé un taxi que nos llevó al museo. Descubrí que también estaba de vacaciones, era profesora en un instituto de la ciudad y viuda desde hacía unos años. Le sugerí que su atractivo físico le permitiría participar en anuncios publicitarios, a lo que, sonrojada, me agradeció.

Tras la visita al museo, donde pude constatar sus conocimientos en el tema, elegimos un restaurante cercano para almorzar. Probamos platos típicos de la región acompañados de vino local. Cristina no quiso más de dos copas, argumentando que le subía a la cabeza. Le pregunté:

-Estás de vacaciones, ¿verdad? ¿Por qué preocuparte? ¿Tienes a alguien esperándote en casa?

-No, en realidad no. Mi hijo está en Francia -respondió.

-Te acompañaré a tu casa luego, es lo mínimo que puedo hacer -ofrecí.

-Está bien, pero solo una media copa -accedió Cristina.

-De acuerdo, una media copa para cada uno y te llevaré a casa -convenimos.

El taxi nos dejó en la dirección que indicó Cristina. En la entrada del edificio, ella expresó:

-Normalmente no invito a desconocidos a mi casa, pero contigo me siento cómoda. ¿Te gustaría tomar un café? -propuso.

-Claro, me encantaría. Regresaremos al café donde nos encontramos, encontraremos un lugar tranquilo para charlar más -respondí con una sonrisa.

No suelo aceptar invitaciones de personas desconocidas, pero en esta ocasión haré una excepción. Ella mostraba una amplia sonrisa.

Saliendo del ascensor, entramos en su piso.

-Voy a preparar el café, siéntete a gusto mientras tanto.

-Gracias, voy al baño un momento.

Al salir del baño, me dirigí hacia la cocina y, silenciosamente, la rodeé con mis brazos, girándola suavemente. Noté cómo su respiración se aceleraba. Con delicadeza, tomé su rostro, la besé en los labios y mi lengua bailó suavemente con la suya. Sentía cómo se dejaba llevar mientras la abrazaba. Después de separarnos, la volví a girar hacia la cafetera y, desde detrás, acaricié sus brazos hasta llegar a sus pechos, continuando por su espalda hasta llegar a sus redondeadas nalgas. Ella permanecía en silencio, permitiendo mis caricias, y el café comenzó a prepararse.

-El café ya está listo - dijo ella con la voz entrecortada.

-Sírvelo, por favor - respondí con un tono más firme.

Ella preparó dos tazas y, con un ligero temblor, me ofreció una de ellas.

Tomé un sorbo, la miré a los ojos y le dije:

-Cristina, me atraes. Voy a hacerte el amor como desee, tengo el deseo de tenerte, de poseerte. Sin embargo, si prefieres que me marche, simplemente date la vuelta y me iré sin decir nada más.

Ella se ruborizó, como si quisiera expresar algo pero optó por guardar silencio. Mantenía la mirada fija en mi taza, como señal de consentimiento. Tras otro sorbo de café, dejé la taza en la mesa de la cocina, me coloqué frente a ella y desabroché su blusa. Bajo ésta, un sostén color piel quedó al descubierto. Levanté su mentón y la besé, desabrochando lentamente el sostén. Ella continuaba en silencio mientras lo retiraba y acariciaba sus senos, jugando con sus sensibles pezones antes de morderlos, lo que provocó en ella un gemido combinado de placer y dolor. Quería descubrir hasta dónde llegaría. Bajé la cremallera de su falda y ésta cayó al suelo, revelando unas bragas del mismo tono que cubrían su intimidad.

-Quítatelos - ordené.

Ella obedeció, mostrando su sexo velludo ante mí.

-Separa tus piernas - introduje dos dedos y noté la humedad, moviéndolos mientras la besaba. Ella gimió.

-Arrodíllate - desabroché mi pantalón y dejé al descubierto mi miembro erecto.

-Ahora, tómalo en tu boca - ella comenzó a realizar el acto, pero su falta de destreza era evidente. Después de unos momentos, me separé y la ayudé a levantarse.

-¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hiciste esto?

-Desde la muerte de mi esposo. A él no le agradaba mucho esa práctica, éramos convencionales en nuestras relaciones sexuales.

-Parece que necesitas algo más que eso, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza, en señal de aceptación. La tomé del cabello y la guié.

-Toma tus bragas y el café, y dirígete al salón.

Yo la seguía, observando cómo se movía su cuerpo rítmicamente, el balanceo de sus caderas, su piel nívea y su figura bien conservada para su edad, pensé que esta mujer debía frecuentar un gimnasio. Sentí la tentación de lanzarme sobre ella y devorarla, como lo haría un depredador, pero me contuve. Debía hacerla mía, hacerla disfrutar para que ansiara más. Ella era un diamante en bruto que debía ser pulido. Una vez en el salón, dejamos las tazas de café en la mesa, la tomé del cabello y la acerqué a la mesa del comedor. Puse sus bragas en su boca y la incliné sobre la mesa, comenzando a azotar suavemente ese trasero que pedía guerra. Sus gemidos aumentaban a medida que intensificaba los golpes, ella soportaba. Desnudándome, la penetré por detrás sin contemplaciones. Un grito escapó de sus labios, amortiguado por las bragas en su boca. Continué así por unos instantes mientras ella se relajaba, luego empecé a moverme sin contemplaciones, embistiéndola sin piedad, agarrándola de las caderas. Sus senos hermosos se mecían sobre la mesa y sus nalgas bailaban al compás de mis embestidas.

Cuando sentí que estaba por llegar al clímax, me detuve y la giré

Le quité las bragas de su boca, la besé, le mordí el cuello y la oreja, ella gemía con los ojos cerrados. La senté encima de la mesa y le mordisqueé los pezones, los chupaba y mordía mientras ella gemía de placer, la recosté y comencé a lamer su vulva sin rodeos. Pensé que su esposo quizás no se lo hacía con frecuencia después de lo que me había contado, incluso pensé que tal vez nunca se lo había hecho. Su clítoris estaba endurecido por la excitación y sus fluidos fluían por el interior de sus muslos, seguí con el sexo oral, ella con sus manos en mi cabeza se retorcía sobre la mesa hasta que alcanzó su primer orgasmo.

La bajé de la mesa y sin darle tiempo a reaccionar le propiné unos buenos azotes.

-Que quede claro que será la última vez que te corras sin decírmelo, ¿entendido?

-Sí.

-A partir de ahora serás mi esclava y yo tu amo, ¿lo comprendes?

-Sí.

-Así es.

-Sí amo. Contestó.

La arrodillé y le pedí que me practicara sexo oral, pero que lo hiciera como si fuera una excelente prostituta, de lo contrario la castigaría nuevamente.

Lo intentó y mejoró un poco, pero no lo suficiente, la incliné sobre la mesa y le di otro par de azotes.

-Eres una mala prostituta, tienes mucho que aprender. Le dije mientras mi mano azotaba su trasero blanco que se enrojecía poco a poco.

-Sí amo, tengo mucho que aprender. Dijo entre gemidos.

-Pero no te inquietes zorra, yo estoy aquí para enseñarte, de una forma u otra terminarás siendo una buena prostituta.

Con sus nalgas enrojecidas por mis azotes, la tomé de un brazo y la llevé al sillón, la puse de rodillas de espaldas a mí, lamí su oscuro agujero y le escupí, ella gimió con placer al experimentar algo nuevo, luego pasé la lengua por sus enrojecidas nalgas.

-¿Alguna vez te han penetrado por detrás?

-No.

-No qué. La volví a azotar por una respuesta inadecuada.

-No amo.

-Pues hoy será tu primera experiencia anal, ¿tienes vaselina?

-No mi amo.

La dejé por un momento y fui a la cocina, tomé la mantequilla de la nevera y regresé con lo que parecía ser mi esclava, le apliqué una buena cantidad en su trasero y otra en mi pene.

-Ahora relájate o te molestará.

Introduje la punta de mi pene y ella gritó, lo saqué y lo volví a introducir, lo hice varias veces hasta que su orificio se adaptó, poco a poco se lo fui introduciendo todo, hasta que mis testículos tocaron su trasero, ella gemía y gritaba, entonces empecé a penetrarla, una de mis manos la agarraba de la cadera mientras la otra sujetaba su cabello y echaba su cabeza hacia atrás, la penetré así hasta que todo mi caliente semen llenó su trasero, lentamente me retiré y observé cómo mi esperma salía de ella. Ella se relajó y esperó en silencio para ver qué ocurriría a continuación mientras recuperaba el aliento.

Por mi parte, me sentía satisfecho, había adquirido una nueva esclava en esta ciudad.

-Límpiame el pene. Ella tomó un papel y se dispuso a limpiarlo.

-¡Con la boca zorra! Dejó el papel y pasó su lengua por él, poco a poco hizo un buen trabajo. Ahora siéntate en el sillón y masturba para mí.

-Me da un poco de vergüenza hacerlo.

-Respuesta incorrecta. Le propiné una bofetada en el rostro.

-Obedece si no quieres recibir otra.

-Pero amo, es que nunca he realizado este acto, que me observen mientras me estimulo. Le propiné un par más de bofetadas, parecía que no le molestaba ser abofeteada. Le di un par más y le dije.

-Piensa antes de hablar zorra. Ella guardó silencio unos instantes y respondió.

-Sí mi amo, como tú prefieras.

Se sentó en el sillón y empezó a tocarse, su mirada estaba baja, pero poco a poco se fue excitando y ese pudor fue reemplazado por el deseo, cuando ya estaba bastante excitada me preguntó sin mirarme.

-¿Quieres penetrarme amo?

-Lo haré cuando lo decida, ahora quiero disfrutar del espectáculo de mi zorra. Aquella respuesta pareció complacerla.

parecía estar comenzando a sentirse cómoda en su reciente rol de sumisa esclava.

-Sí mi señor, cuando lo desees. Empezó a gemir y cerró sus ojos, sus gemidos aumentaban, su cuerpo se retorcía mientras estimulaba su clítoris con vigor, alcanzó el clímax y cruzó las piernas indicando que había llegado al orgasmo.

Me aproximé a ella y le propiné unas bofetadas en el rostro mientras la sujetaba del cabello.

-¿Qué te dije acerca de comunicarme que te habías corrido?

-Disculpe, señor, le fumé un cigarrillo y cuando lo acabé le dije.

-Ahora debes hacérmelo oralmente y exijo una buena succión.

Ella obedeció y se arrodilló frente a mí, su lengua mejoraba en cada intento, la introducía en su boca y yo presionaba su cabeza para introducirla toda, la mantenía unos instantes y la soltaba, ella hacía arcadas y babeaba pero continuaba.

-No olvides mis testículos.

Ella recorría toda la erección con la lengua, incluyendo los testículos, y se la tragaba toda hasta el fondo sin necesidad de que se lo indicara. Cuando estaba a punto de eyacular se lo dije.

-Voy a eyacular, trágatelo todo, puta.

Ella acató y después de mi clímax me mostró mi semen en su boca, la cerró y al abrir nuevamente, ya no estaba, me sonrió y la besé con ternura mientras acariciaba su cabello.

Dame tu número de teléfono, ella me dio su número y yo le di el mío. Tomamos otra taza de café y una copa de licor que estaba en el minibar. Después de unos treinta minutos en los que predominaba el silencio, la senté sobre mí de espaldas y empecé a masturbarla, mordía su oreja y su cuello, ella se acomodaba en mi regazo para disfrutar del placer que le brindaba mi mano y mi boca.

-Me encanta tu vagina mojada, zorra, serás mi prostituta a partir de ahora mientras esté en la ciudad, te poseeré cuando lo desee y de la forma en que quiera. Le dije mientras estimulaba su clítoris y introducía los dedos en su vagina, ella abría las piernas y me empapaba con sus fluidos. Parecía gustarle escucharme decirle esas cosas porque entre gemidos decía.

-Sí, mi señor, sí, deseo ser tu prostituta. Yo continuaba acariciándola con la certeza de que ya me pertenecía, no mucho tiempo después exclamó.

-¡Señor!

-¿Qué sucede?

-¡Estoy a punto de tener un orgasmo!

-Así me complace, zorra, que me lo comuniques.

**Mi erección, que se había vuelto a poner rígida al escucharla gemir y sentir su cuerpo sobre el mío, aproveché y la penetré en su húmedo sexo, casi de inmediato ella llegó al clímax al sentirme dentro mientras apretaba uno de sus pezones, seguí copulando con ella. Ella colocó sus pies en mis rodillas hasta llegar mi turno para alcanzar el clímax, permanecimos en silencio en la misma posición por un buen rato, me levanté y le pedí una toalla para ducharme. Al salir de la ducha, me vestí y le informé que me retiraba, ya estaba atardeciendo y tenía hambre. Ella llevaba puesta una bata fina que marcaba sus pezones y debajo seguía desnuda.

-Puedo preparar algo para cenar, señor.

-Hoy no, mañana por la mañana te llamaré, deseo que sigas guiándome por la ciudad.

-Estaré encantada de hacerlo, por cierto, señor.

-Dime.

-Puedes azotarme con más fuerza si lo deseas.

Me acerqué a ella sonriendo, la tomé del cabello y le di un beso, mordí su labio inferior con fuerza, ella gimió pero no dijo nada, sin voltear hacia ella subí al ascensor y me marché.

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