Malestar (ético)


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Por precaución, los nombres han sido modificados, pero se basa en la familia de mi compañera y en sus auténticos deseos de disfrutar de su hijo de esa forma. Si te sientes molesto con estos temas, por favor, no sigas leyendo. Y si, por el contrario, te agrada o te sientes identificado, espero que puedas apreciarlo tanto como ella y yo.

Gracias.

Es un domingo por la mañana, uno de esos amaneceres tardíos en casa donde tanto Rafa como su hija tenían planes y ambos están fuera. David, por su parte, regresó de la fiesta con sus amigos en la madrugada y apenas se levanta alrededor de las 13:30 con un fuerte dolor de cabeza.

La noche anterior tú también tomaste un par de copas que te hicieron ir a la cama de inmediato y al despertar, el deseo de quedarte en la cama era más fuerte de lo normal. Esa mañana, Rafa tiene un gesto amable y deja el desayuno a ambos en la cocina, llevando a su hija a una actividad que durará hasta la tarde.

Optas por permanecer tumbada en la cama y decidir si ver una película, leer historias en la cama o escribir con alguien sobre tus numerosas aventuras. Lo cierto es que, ya sea por comodidad o pura pereza, la vestimenta que llevas puesta es bastante escasa, apenas un short muy corto y una blusa de tirantes sin sostén que te permite sentirte extremadamente cómoda.

A pesar de todo, el hambre y la sed afectan a todos por igual, así que decides salir a tomar algo refrescante y optas por un albornoz para ir a la cocina esa mañana.

David pasó toda la noche persiguiendo a una chica, estuvo a punto de tener un encuentro íntimo con ella, como le gusta a él. Sin embargo, las circunstancias de ese día no le permitieron a tu hijo satisfacer sus deseos con esa joven. En su lugar, pasó el tiempo charlando con sus amigos, bebiendo más de la cuenta y ahora no logra recordar cuándo ni cómo llegó a casa.

Lo cierto es que envió mensajes a esa chica estando borracho y la conversación se puso muy candente por chat, pero solo logra visualizar lo que se escribieron sin recordar cómo sucedió todo aquello, por lo que se siente como si hubiera tenido una victoria poco merecida.

El dolor de cabeza es fenomenal. David apenas viste un short de dormir y todavía lleva puestos los calcetines. Con el cabello despeinado y el cansancio de lo ocurrido la noche anterior pesándole en hombros y piernas, además de sentir un calorcillo por lo sucedido con esa chica por chat, se siente invulnerable por casi haber alcanzado su objetivo.

Prácticamente arrastrando los pies, se dirige hacia la cocina para servirse algo y recuperarse pronto, encontrándote a ti inclinada sobre la mesa de la cocina. David, al percatarse de que no te has dado cuenta de su presencia, aprovecha para observar lo que normalmente no puede ver. Los pensamientos le invaden cuando distingue la silueta de tus nalgas a través del albornoz que deja ver claramente el contorno de cada una, y de inmediato sopesa mentalmente lo bien que lucirían tus nalgas en esa postura.

Sin embargo, su torpeza lo delata y, sin que te des cuenta de su presencia, se sorprende al ver tus pechos al girarte, lo que solo confirma sus suposiciones sobre las provocadoras vistas que podrías ofrecer a tus amantes.

Se da cuenta de cómo se marca la aureola de tus pechos en la diminuta prenda de tirantes y, antes de poder reaccionar a tiempo, tras haber estado contemplando tus nalgas, su indiscreción queda al descubierto ante tu saludo matutino.

-Hola cariño, ¿cómo estás? ¿Tienes malestar?

-Hola mamá, me siento fatal en este momento, responde tratando de apartar la vista de los pechos que lo acunaron de pequeño. Aquellos que alguna vez vio desnudos y que ahora parecen tan lejanos.

Observa sus miradas y, como en ocasiones anteriores, has disfrutado del sabor de la curiosidad de David por

Tu zonas erógenas. Ha descrito meticulosamente la dirección de su mirada que no son más que la punta de tus pechos que flotan liberados en esas prendas.

No lo haces sentir incómodo, al contrario, disimulas como si nada hubiera ocurrido, después de todo, esos pechos le pertenecieron en algún momento. Sin embargo, te sientes un poco afectada, has estado chateando con un individuo que te excita mucho en internet y el deseo sexual es considerable cuando, además, tu hijo te encuentra atractiva y se recrean mirando cómo se ven tus pechos hoy.

David casi tartamudea al contarte que su noche estuvo muy buena pero que al final la chica se le escapó mientras busca el jugo de naranja en la nevera, dándote la espalda.

No puedes creer lo grande que está tu chico, hablándote de esas cosas medio desnudo y tú con esa excitación que traes de hablar con ese individuo de internet.

Su espalda es la de un hombre ahora y sus piernas están muy bien formadas, además, la belleza de la juventud simplemente te muestra la perfección del hombre que ha salido de ti. Uno que esa chica debería haber sabido aprovechar y que ahora sospechas que está excitado como tú solías estar a su edad.

Es un día caluroso de verano y le respondes a David como una buena madre sobre cómo sentirse mejor de la resaca y en el fondo deseas profundamente que él esté bien y se sienta estupendamente.

¡Qué subidón de ego sentir que David te redescubriera atractiva o deseable y con las cosas que has estado escribiendo, se forman nudos de deseos entre tus piernas, pero después de una breve charla con tu hijo, regresas calmada a tu cama para seguir conversando con este hombre que te excita tanto.

Una vez allí en tu cama, con el móvil en la mano y sumergida en las conversaciones con el interlocutor, con las piernas entreabiertas para dejar deslizar la mano cuando escribe comentarios lascivos.

Cubriéndote con una manta por el frío del aire acondicionado y con las gafas en la punta de la nariz, tu expresión de placer es extraordinaria tras puertas cerradas.

Sin previo aviso, David entra en tu habitación sin ser invitado, lo cual no te molesta pero te altera por la inoportuna interrupción de algo que no debería estar ocurriendo. Excitarte como solo deberías hacerlo con su padre.

Las dudas te invaden y las piernas se cierran de inmediato, pero con destreza y naturalidad conviertes tu semblante en una expresión de sorpresa feliz al ver a David entrando en la habitación, digna de una consumada mentirosa.

El chico se deja caer en la cama junto a ti como derrumbándose exhausto por el cansancio.

Su rostro aplastado sobre la colcha de plumas, en territorio de su padre en esa cama, mientras tú respiras aliviada por el susto, sin que pueda verte y también para contemplar la forma en que se muestra su espalda desnuda y cómo se perfilan sus bien formadas nalgas delante de ti, haciéndote recordar los comentarios del hombre que hasta hace unos instantes estaba logrando humedecer tu intimidad.

-"¿Qué haces?" pregunta David y comienza a acomodarse a tu lado intentando meterse bajo las sábanas para alcanzar el máximo confort en tu cama.

-"Quería ver una película", mientes, pero recurres a eso al haber sido tu primera idea. -"Pero no sé qué podemos ver."

El chico consigue meterse bajo la colcha y siendo un hombre que está explorando nuevos terrenos en el sexo, reconoce sin duda el aroma de una mujer excitada bajo las sábanas.

No está seguro, pero le parece que es eso. ¿Pero cómo puede ser, es el aroma a sexo de su madre el que está llegando a su mente? Y lejos de sentirse incómodo, lo encuentra suave y apetecible, por lo que permanece bajo la colcha hasta la cabeza.

Por tu parte, sospechas que esto podría estar ocurriendo y entre la vergüenza y el deseo de que no te descubra, le animas a acostarse a tu lado para...

que te ayude a elegir una película entre ambas con el mando en tu mano.

El joven, astuto y vivaz, husmea en silencio una última vez bajo la manta antes de prepararse para enfrentar tu rostro, pero para su sorpresa, tus piernas de piel clara exponen un muslo casi hasta la cadera debido a que llevas el short muy subido, lo cual parece ser un deleite visual para cualquier hombre, especialmente si están tan bien proporcionadas como las tuyas.

David no esperaba encontrarse con tus piernas de esa manera, y al salir, su expresión denota más sorpresa que malestar por la resaca. Aun así, al cruzar miradas contigo, busca algún indicio revelador sobre lo que había descubierto bajo la manta.

Ambos se observan fijamente por un instante, justo cuando tu aroma femenino se desprende de la manta y te deja en evidencia ante él. Sin embargo, ninguno se atreve a decir algo al respecto, y la situación se resuelve con David acomodándose a tu lado.

Sin saber por qué, sientes cómo tu corazón late con fuerza en tu pecho y tus pechos se endurecen, como si estuvieran listos para recibir placer. Sin embargo, solo es David acurrucándose a tu lado y pasando una mano por tu vientre mientras intenta visualizar la pantalla de la habitación.

Intentas ocultar el olor cerrando el conducto de aire mientras recibes a tu hijo en la cama con resaca del domingo.

Él está allí, ocupando el lugar que suele tener tu esposo, aunque es mucho más joven y, en este momento, te resulta mucho más atractivo. Con frases cruzadas en sus mentes y una tensión placentera entre tus piernas que provoca que la humedad de tu vagina no desaparezca, la interacción entre David y tú para encontrar una postura cómoda parece una danza erótica de coqueteo entre un hombre y una mujer.

Aunque es un hombre, se percibe y se comporta como cualquiera de los que has llevado a tu cama en el pasado.

Con la edad que tiene, se abraza a tu lado como un niño pequeño, posando su brazo sobre tu vientre como si fuera a abrazarte, mientras disfrutan de una charla amena para elegir una buena película.

Lo que sorprende a David no es tu falta de reacción ante su cercanía en la cama y al tomarte entre sus brazos sin motivo aparente. Aunque se amen mutuamente, se trata de un tipo de amor que no incluye tal intimidad en la cama. Lo que le llama la atención, pero sobre lo que mantiene silencio mientras contesta tus preguntas para decidir qué película ver, es el calor que emanas en tu vientre. Tanto su antebrazo como su bíceps se sienten abrumados por dicha calidez un poco más arriba de tu ombligo, lo que lo lleva a prestar atención al resto de tu cuerpo bajo la manta y descubrir el intenso calor que emanas a través de tu piel.

Decide asegurarse y rodea una de tus piernas con la suya, acurrucándose a tu lado como hacía de niño. Sin embargo, ahora es más grande y fuerte que tú, y sus brazos te rodean con firmeza, como si te estuviera protegiendo, como si le pertenecieras.

Para él está claro que estás completamente excitada, aunque intentes ocultarlo y hacer como que no te has dado cuenta. Pero es demasiado tarde. Ahora puede percibir cómo desprendes feromonas para atraer a los machos.

Está seguro de ello y juega junto a ti a ese juego de mentiras para elegir una película.

Aun así, él también se siente atraído por tener a una mujer ardiente entre sus brazos, no solo por las frustradas ansias de la noche anterior, sino por el infinito placer que experimenta al sentirse dueño de tu cuerpo. Te encuentra pequeña, indefensa y frágil, pero al mismo tiempo erótica, ardiente y poderosa, despertando en él un nuevo placer.

Lo que para él solían ser simples miradas al cuerpo de una mujer y fugaces fantasías sobre su madre teniendo relaciones sexuales, ahora se manifiestan con tu presencia entre sus brazos. Su pierna te retiene debajo de él a corta distancia.

Sin poder evitarlo, se Añade a todo volta a su startActivity para

ardiente intensamente y su miembro se hincha por la excitación que siente hacia ti, pero lo que desencadena su falta de control son tus acciones.

No estableces límites con él, no le reprochas ninguno de sus actos o movimientos durante esos momentos de hipocresía cuando su mano se desliza por debajo de la colcha, te acaricia y te suelta sin importar la trayectoria, tratándote como a una chica de su edad cuando ven una película.

A pesar de la resaca, la olvida al notar tus muslos que le queman entre las piernas y deja disimuladamente que su miembro intrépido roce tu muslo superior.

-"¿Apagamos la luz?" pregunta cuando deciden ver una comedia romántica.

-"Yo la apago", responde al levantarse para apagar el interruptor de la luz y cerrar un poco más las cortinas.

En este momento, solo lo ves como el macho que anhelas entre tus piernas, observando detalladamente sus muslos tensos al caminar y su torso joven y atrayente, familiar y sexy.

Él sabe que lo miras y sin esconderse, convencido de que disfrutas tanto la vista como él al observarte en casa en algunas ocasiones, así como él al mirarte a ti.

El bulto de su miembro no pasa desapercibido, te das cuenta instantáneamente de que no está en su estado natural. A pesar de haber visto su miembro en todas sus formas en innumerables ocasiones, esa mañana te percatas de que desconoces la verdadera dimensión de su virilidad, ya que ahora está listo para satisfacer a una mujer.

En esta ocasión, el confort es aún mayor. Permaneces semi-sentada en el respaldo de la cama mientras él te abraza por la cintura, recostando la cabeza en tu pecho y rodeándote con una pierna. Sin necesidad de palabras ni gestos, ambos se acomodan de esa manera en la cama, entregándose por completo a la película sin importarles nada más.

Ambos se ven embriagados por la sensualidad que sus cuerpos despiertan y la proximidad entre sí. La suavidad de tus pechos en su rostro y la firmeza de sus brazos en tu vientre, el peso de su cuerpo que te hace sentir rendida a sus encantos.

Mueven sus cuerpos con delicadeza para acariciarse mutuamente, procurando no ser evidentes porque ninguno desea dar el primer paso en el juego de seducción. Ambos evitan cargar con la culpa de haber intentado seducir al otro.

Debido a tu posición, te encuentras en desventaja, con tu pecho al descubierto para él y percibes tus latidos en su rostro. Tan detallista es que llega a notar el cambio en tus pechos al sentir su cercanía. Observa tus pezones endurecerse al respirar. Además, tienes un brazo libre mientras que él no, por lo que en teoría, la primera caricia debería surgir de tu iniciativa.

Sin embargo, es él quien opta por consentirte acariciando tu costado con su mano cálida por debajo de la ropa y acariciándote suavemente bajo la colcha. Su movimiento es un tanto atrevido, pero lo ejecuta con gallardía al extender su mano en tu costado, a poca distancia de la base de tus senos. David no aparta la vista de la pantalla mientras simulas cosquillas en lugar de aceptar el escalofrío que te provoca su tacto al tomarte como suya. Pero al igual que tú, él no quita la atención de la película.

La culpa se apodera de ti al no corresponder a sus caricias, limitándote a acariciar su cabello entre tus dedos. Para tu sorpresa, el roce de su cabello en tu mano resulta placentero. Todo tu cuerpo está en alerta ante cualquier contacto con David, sin distinguir si eres tú quien lo toca o él quien te toca a ti.

Permanecen de esta forma durante varios minutos jugando a amarse como madre e hijo, aunque en el fondo ambos anhelan explorar hasta dónde pueden llegar con esas intenciones pecaminosas.

Nuevamente, las formas las dicta David con sutileza.

Excepcionalmente, coloca una de sus extremidades por debajo de las tuyas, dejándote casi sentada sobre la suya, mientras ambos permanecen acostados. Hábilmente presiona tu muslo con sus dos piernas del lado en que se encuentra y, inevitablemente, confirma lo que lo atormentaba y que no sabía cómo revelar.

Tu respiración se profundiza como un suspiro sofocado entre posturas no tan comunes como placenteras. Extiende las piernas, aún comprimiendo la tuya como si se estirara, y logra acariciarte con sus pies, aunque su verdadero objetivo es estimularse con tu muslo.

No tiene noción de lo receptiva que está tu piel a cualquier caricia, y su pene presionado a un costado provoca que levantes la cadera involuntariamente, como si fuera una respuesta de tus instintos reproductivos.

Tus caricias no cesan, pero cambian; tu mano recorre su rostro con ternura, percibiendo cada rasgo almacenado en tu memoria. Conoces cada pliegue de su rostro a la perfección, pero ahora no estás verificándolo, simplemente le devuelves el amor que él expresa.

La oscuridad impera y la realidad se vislumbra menos, incluso debajo de la colcha que parece un sauna por los cuerpos de ambos. Y algo sucede.

Las caricias de David no se limitan a deslizarse sobre tu piel, ahora ejecuta toques profundos en tu costado, dejando marcados sus dedos en tu piel de forma ascendente. La posición de sus manos varía y se acerca más a tu vientre, justo debajo de los senos, donde le resulta más cómodo acariciar.

No obstante, esa mano inapropiada está cargada de deseos que cualquier mujer percibiría, incluso en el vientre de una madre. David deleita con esas caricias, logrando que la humedad que le había provocado el otro hombre parezca una sequía absoluta. Puedes notar cómo te lubricas abundantemente, como si estuvieras a la espera de una intensa sesión de placer. Hacía tiempo que no te sentías tan húmeda, y estás convencida de que no solo se debe al hombre que te hace sentir así, sino también a lo prohibido que resulta que ese chico te posea a su antojo y placer.

Tu pierna libre se abre descaradamente bajo la colcha sin mediar palabra. Ambos son conscientes de ello. Sin embargo, ninguno aparta la mirada como si eso ocultara lo que sucede bajo la colcha.

Tus caricias se centran en acariciarle la cabeza como si fuera un niño pequeño en tu regazo, y las suyas en ti como si fueras más joven y no su madre.

La resaca ha quedado en el olvido y la sangre circula con vigor y emoción por todo su cuerpo, acumulándose repentinamente en su miembro al percibir que abres la pierna descaradamente, como si alguien los estuviera observando y ambos simulando para que nadie descubra que esas caricias incestuosas los excitan a ambos.

No tardas en notar cómo su mano desciende lentamente y con temor por tu vientre, a modo de pedir permiso o aguardar una reprimenda, pero en su lugar, inspiras profundamente indicándole claramente que lo estás esperando.

A pesar de ello, no logra sacar de su mente quién eres, y debate entre la razón y el deseo, distraído por el contacto que se produce.

Sus dedos continúan ascendiendo con intención de justificar que se resbala por el peso, y no es hasta que percibe la banda del pantalón en su muñeca que se posa en tu vientre y te presiona suavemente con la mano.

En este momento, su pene está notablemente más rígido, y sabes perfectamente que te desea y desea tocarte, pero no se decide a dar el siguiente paso. A su vez, te embarga el temor por lo que está a punto de acontecer; ¿cómo sería posible permitir eso? Sin embargo, al mismo tiempo, te preguntas por qué ningún hombre te ha generado esta excitación antes, y curiosamente, es tu propio hijo quien te enloquece de tal manera.

Permanecen unos instantes en esta situación de incertidumbre, hasta que un ligero movimiento de tu cadera, aparentemente para acomodarte, obliga al joven a sentir el short en la palma de su mano, y sin quererlo, el pubis de su madre oficialmente está a su alcance.

Quiero que te masturbes constantemente sobre la ropa y alcances el orgasmo tan rápido como puedas en la...

Lleva puesta la tanga y sin tocarte directamente, una vez lo hayas hecho, continúa leyendo mi relato con David mientras te recuperas.

Silenciados por la película, con los diálogos en inglés de fondo y la música sonando, ambos esconden la transgresión bajo una manta mientras sus mentes exploran un sinfín de placeres y sus cuerpos apenas contienen los actos de lujuria.

David está nervioso, su corazón late con fuerza, como si fuera a salirse de su pecho. Puedes percibirlo en tu costado y muslo mientras su pene late constantemente, en su rostro que calienta tus senos irremediablemente y en la respiración apenas audible de su miedo.

Deja de ser un niño en el instante en que comienza a deslizar su mano hacia abajo con sutileza, fundiéndote por dentro al sentir su cuidadosa cercanía con tu intimidad. Allí está David, explorando apenas la zona que le dio la vida, la fuente de su existencia, con la intención de conectar parcialmente con ella.

Su gran mano abarca todo tu ser incluso con una pierna entreabierta, anhelando que sus dedos se cierren y te acaricien la zona íntima de una vez por todas, haciéndote suya.

Pero no, el ingenuo de tu hijo solo te acaricia sobre la prenda que siente arder entre humedades, escuchando tus susurros ahogados. Afortunadamente, el joven descubre tu pubis latir en su mano y no deja de presionar gradualmente sobre la tela que cubre el punto sensible.

Como si recordara cómo encontrar y estimular el clítoris, sabiendo que alguna vez estuvo allí.

La valentía yace oculta bajo la manta, ya que ninguno se atreve a reconocer lo que está sucediendo frente a la pantalla. Ambos disimulan la excitación mutua como si no fuera real, entumecidos para mantener la incómoda posición que ninguno quiere abandonar.

Finalmente, David aprieta la mano y sus dedos alcanzan la entrada al éxtasis, aferrando a su madre por la zona íntima. Pero no se detiene allí.

Aprieta con fuerza, deslizándose las pieles de tu zona íntima entre sus dedos a pesar de la ropa. Tan excitada estás que nada puede dañarte en ese momento, y David interpreta el primer gemido de placer que emites como un logro.

Eres consciente de lo audaz que ha sido al dar un paso adelante por ambos y consideras que es tiempo de participar activamente. Lo que interpretas como un acto de complicidad para lo que vendrá a continuación, tomas el control del televisor y, presionando el botón rojo, desvaneces los temores de ambos y liberas la oscuridad que permite que tus demonios se unan a los suyos.

No hay palabras, excusas ni señales, solo tu mano sobre la de él, después de soltar el mando televisivo con anhelo, para guiar sus dedos hacia donde deben estar.

Gira su rostro para perderse entre tus senos, inhalando el olor familiar y seguro que percibió en su infancia pero ahora con matices de pasión.

Con pasión, tu mano lo conduce firmemente debajo de la prenda, como un segundo bautismo que le otorgas a sus dedos, dispuestos a continuar el juego.

El hombre que huele tus pechos y respira tu excitante aroma femenino introduce con increíble facilidad dos dedos en ti, palpando hábilmente el interior de tu ser como un experto en tu anatomía, siendo él, de hecho, el único hombre que ha salido de ahí y por ende, el verdadero conocedor de tu feminidad.

Sueltas su mano y deslizas lentamente la manta para permitir que tu prenda caiga desde tu vientre hasta tus tobillos, con ayuda de tus pies.

Mientras David te toca con destreza y fuerza, arrebatándote lentamente el placer que te queda antes de llegar al clímax.

Él jadea suavemente en tus pechos, sin atreverse a...

Besarte, se asemeja a una barrera que da temor cruzar, pero que controla al mojarte cada vez más.

Tus manos ansiosas buscan su cadera, aprovechando la escasa luz que hay, y sin dificultad logran descender lo suficiente para liberar su miembro.

Como dos bestias en celo se acomodan descaradamente para copular como amantes clandestinos, como si la tranquilidad de la mañana careciera de importancia y se cambiara por la urgencia de sentirte poseída por David.

No hay vergüenza ni engaños, ambos coinciden en gemidos de alivio al llegar a la pelvis del otro. Sin embargo, cuando David siente el primer roce con la punta de su pene, lo cual te hace suspirar por la intensidad del acto en sí, entre lamentos y caricias, lo empujas contra ti.

**********************

Párrafo de desahogo:

Si pudiera, te haría amar con tantos hombres como tu moral permita, solo para disfrutar de la liberación de tus complejos, mezclados con el semen antiguo que otros te hagan derramar.

********************

David, abrumado por el éxtasis, no puede más que retrasar la inevitable eyaculación. Mientras tanto, lo acomodas correctamente entre tus piernas abiertas para que ese hombre te posea como una diosa de la pasión, sin permitirle salir del santuario de tu cuerpo, donde David introduce su pene hasta llegar a tu útero hambriento, el lugar donde engendraste al semental que logró excitarte solo con sus manos y que ahora anhela poseerte con fuerza, tal como alguna vez imaginó en su dormitorio.

Sin sacar su miembro, David se apoya en tu vagina y presiona tu clítoris con todo su peso para follarte conteniendo su placer.

Finalmente, David no pudo contenerse más al escuchar a su madre susurrarle al oído suavemente.

"Me estoy corriendo, David."

El chico perdió la razón al sentir complacida a la única mujer que sería capaz de amarlo tal como él deseaba. Sus fuertes gemidos dieron paso a una intensa eyaculación que proporcionó a su madre justo en el lugar donde él mismo cobró vida, depositando de nuevo en ti.

La genial y perturbadora escena no fue presenciada por nadie, pero no hizo falta, ya que la atracción mutua permitió que ambos compartieran el placer en igual medida, enfrentando juntos sus demonios y demostrando que carnalmente se alimentan y se fortalecen.

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