¿Fenómeno de Electra? (padre-hija)


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A lo largo de la historia familiar, el ambiente en casa solía ser pacífico y armonioso, hasta que en determinado momento, Roxana, nuestra hija menor, entró en conflicto con su madre, mi esposa. Al principio pensamos que se trataba de la típica rebeldía adolescente y decidimos abordar la situación de forma estratégica, como si estuviéramos en una película policiaca, con roles de policía bueno y policía malo. Mi esposa tomó el papel de la mala, imponiendo límites, mientras yo cedía en ciertos aspectos para calmar la situación.

La mirada de Roxana, con esos ojos celestiales que parecían prestados por el cielo, tenía un efecto derretidor en mí.

En plena juventud, su rebeldía contrastaba con su apariencia, que irradiaba ternura. El dorado de su cabello hacía un marcado contraste con el ébano de su piel, una mezcla poco común.

Con el tiempo, la situación en casa mejoró. Cuando cumplió diecinueve años y se acercaba el cumpleaños de su madre, a Roxana se le ocurrió una brillante idea para celebrar: regalarle un crucero de ocho días desde Buenos Aires, con escalas en Montevideo e Ilhabella y finalizando en Río de Janeiro. Me pareció una excelente idea, así que nos pusimos en marcha para conseguir su pasaje.

El día después del cumpleaños, partió el barco que la llevaría a una semana de descanso, quedando pactado que la recibiríamos a su regreso.

- Bien papá, espero que descanse y vuelva renovada.

- Sí, Ro, necesita descansar, pero luego tendrás que organizar un descanso para mí, estos días de ser el amo de casa me agotarán.

- No te preocupes, papá, yo seré la mujer de la casa y no te faltará absolutamente nada. (concluyó susurrando) Absolutamente nada.

Ese viernes, día de la partida, preparó una cena espectacular después de haber limpiado la casa y me pidió permiso para tomar algo de alcohol en la cena del sábado. No vi inconveniente y accedí a su petición.

Pasemos al día siguiente, directamente a la noche.

- Papá, ya me bañé y te dejé la ropa en el baño. Cuando quieras, puedes ir a prepararte mientras yo termino la cena.

- Gracias, señorita, eres muy amable.

- Quiero asegurarme de que descanses y disfrutes al máximo estos días.

- Gracias, cariño, desde que tu hermano se fue de viaje de estudios, no he logrado relajarme.

- No te preocupes, él está bien, y aquí tienes a tu compañera terapéutica.

Mientras me dirigía al baño, sus melodiosas palabras y risa siempre fueron un bálsamo para mi alma.

Al regresar, la mesa estaba lista y se percibía un delicioso aroma a comida recién horneada.

La cena transcurrió de forma natural, entre conversaciones sobre la vida y copas de vino.

Debo admitir que me impresionó lo madura que se había vuelto, además de lo bella que lucía con un vestido ajustado de tela lycra que destacaba sus curvas. En la parte superior, lucía unos pechos bien definidos, con pezones prominentes, y su cola lucía firme. La transparencia del vestido dejaba entrever una tímida tanga formando un triángulo en la parte delantera, y perdiéndose entre sus glúteos en la parte trasera.

Mientras tanto, noté que tenía una erección evidente, aunque intentaba apartar esos pensamientos de mi mente, sin éxito. ¿Era por el alcohol? ¿Por su cuerpo? ¿Por las veces que pasó cerca de mí rozando sus senos en mi nuca, o cuando pasó

el plato que había utilizado, situó su hermoso trasero muy próximo a mi rostro.

Roxana se aproxima con dos copas más de vino en sus manos.

- No hija, gracias, ya me siento lo suficientemente mareado.

- Vamos papi, compartamos una copa más y luego te vas a dormir.

- Está bien hija.

Inclinándose, me dio un beso rozando los labios, su boca era como una fruta fresca, sentándose a mi lado, intenté ocultar lo más que pude mi erección, no sé si lo logré.

Tomamos la bebida de un trago y me acompañó a la cama, me ayudó a desvestir, me arropó con las sábanas, salió de la habitación y me dormí.

No puedo precisar la hora, la luz plateada de la luna brillaba en la habitación, escuché su voz, reconfortante como siempre, era un bálsamo para mi alma.

- Perdón mi amor, pero mi deseo de estar contigo supera cualquier tabú impuesto por esta sociedad puritana.

Sentí la humedad y el calor en mi miembro de algo que me resultaba familiar, al acostumbrar mi vista a la escasa luz presente, confirmé que Sarita, mi niña, tenía mi verga endurecida y venosa en su boca, con una mano la sujetaba mientras que con la otra acariciaba mis testículos, a veces los apretaba ligeramente. Instintivamente quise apartarla, pero se resistió, y la lujuria que me invadía prevaleció, dejándola continuar.

Hacía mucho tiempo que no experimentaba las mil sensaciones que vivía en ese momento, la dejé seguir, el fluido cálido que salía de su boca y se deslizaba por mi pene erizaba cada centímetro de mi piel, mi corazón latía rápidamente, sentía su pulso, un calor recorría mi interior, mi esperma estaba ansioso por liberarse, hasta que sentí su camino hacia la salida, salió rápidamente, impactando en su garganta, parecía apurarse para no desperdiciar nada.

Continuó saboreando por unos momentos más, subiendo hacia mi boca con delicados besos que recorrían mi abdomen, pecho y cuello, deseando fundirse en mis labios.

Llorando, le dije:

- Perdón hija, lo que hemos hecho es inenarrable.

- Calla, papá, no hemos hecho nada, lo hice yo, lo busqué, lo deseaba desde hace tiempo, estoy tan enamorada de ti que no te imaginas, no te sientas mal, disfrutemos el momento.

- No está correcto, somos padre e hija.

- Anhelaba estar en esta cama contigo, pero siempre está ocupada por mamá.

- ¿Entonces lo del viaje?

- Sí, se me ocurrió a mí, quería estar contigo, necesitaba ser tuya, necesito que seas mi primer hombre.

- Por favor, dime que estoy soñando.

- No, papá, estás bien despierto.

Selló mi boca con la suya, no sabía qué hacer, la sorpresa me paralizaba, pero ella sí sabía...

Continuó explorando mi cuerpo como si fuera una experta, debo admitir que, hasta ahora, en cuanto a iniciativa se refiere, le gana a su madre.

Sus caderas comenzaron a moverse hacia mi boca, rozándola casi, me di cuenta de que estaba completamente depilada, posó su vagina en mis labios, mi lengua recorrió los pliegues inflamados alrededor de la abertura vaginal, separándolos para poder saborear sus jugos agridulces, ansioso por llegar al clítoris, mientras mis manos se aferraban a sus pechos, deseando tenerlos entre mis labios, acaricié con ternura sus pezones, escuchando los suaves suspiros que salían de su boca.

El aroma de su sexo virginal me embriagaba, tras dar pequeños mordiscos en sus muslos, mi lengua ascendió por los húmedos labios vaginales, moviéndose arriba y abajo por ellos hasta alcanzar el ansiado clítoris, lo atrapé entre mis labios succionando de la misma forma en que lo haría con sus negados pezones por la posición.

Ella suspiraba, gemía, sus caderas habían adoptado un ritmo lento de movimientos delicados, me agarró del pelo tirando hacia ella, diciendo...

- Sigue, por favor, no pares.

Me agrada, ¿me acompañas al paraíso?

Su clímax fue tan intenso que me pareció escuchar su éxtasis, introduje mi lengua para saborear ese flujo de líquidos vírgenes.

La dejé descansar, que se reponga, estaba ya en una etapa que no podía revertirse, la pasión y la lujuria nos había invadido.

Pensaba que era su primera ocasión y como tal su vivencia tendría que ser inolvidable para ella, más allá de ser yo quien iba a tomar su virginidad. Estábamos a punto de dar el salto al siguiente nivel.

Mientras le brindaba ese tiempo de reposo, con la excusa de ir al baño, agarré un frasco de lubricante (tengo para llevar a cabo sexo anal con mi esposa) pensando en que es su primer momento, aunque me demostró la capacidad de lubricarse que tiene.

Regreso a la habitación y allí estaba ella, su esbelto cuerpo descansando sobre las ya revueltas sábanas blancas, sus zafiros mirándome fijamente, sin perder esa lujuria inicial, entre sus labios se veían unas blancas perlas cada vez que sonreía, extendió sus brazos para tomar mis muñecas, atrayendo mi cuerpo al suyo. Me recuesto a su lado abrazando su cuerpo, se pone de lado, mis manos toman sus senos firmes y juveniles, mientras la redondez de su trasero se apoya en mi miembro que había comenzado a erguirse nuevamente, beso su esbelto cuello recorriendo el camino hacia el lóbulo de su oreja, dando un pequeño mordisco que la hizo estremecer.

De repente se giró ordenándome.

- ¡¡¡Ponte de espaldas!!!

Obedeciendo, lo hice. Se sentó a horcajadas sobre mi pelvis, tomó mi miembro guiándolo por toda la extensión de sus labios vaginales, de arriba hacia abajo, en su clítoris hacía círculos pequeños, mientras yo sentía la humedad bajar por el prepucio. Ubicó la punta en la entrada vaginal y comenzó a introducirlo. Le dije que esperara, que lo iba a lubricar para que no le doliera, no hizo caso, centímetro a centímetro se deslizaba en su interior hasta chocar con el himen, subía y bajaba hasta ese punto, en una de las bajadas descargó todo el peso de su cuerpo introduciéndolo por completo, hasta el fondo. Ahogó un grito, abrió su boca grande, sus ojos se pusieron en blanco, su cabeza se inclinó hacia atrás y se detuvo, parecía estar disfrutando el momento.

- Mi amor, ¿te duele?

- Shhh.

Instantáneamente comenzó una suave cabalgata, espectador privilegiado, veía cómo mi miembro se desnudaba y volvía a cubrirse dentro de ella.

Su movimiento era de arriba hacia abajo y cuando nuestras caderas se tocaban, adelante y atrás, arriba, abajo, adelante, atrás, por momentos su pelvis daba unos giros y repetía el ciclo.

Breve fue el tiempo en que tuvo su primer clímax producto de una relación sexual, gimiendo, suspirando y hasta a veces gritando alcanzó otro clímax. No aguantaba más, yo también quería llegar al clímax, se lo hice saber.

Mi capacidad de raciocinio estaba nula, pues no sabría definir qué fue lo que hizo sobre mí, tardé segundos en depositar mi semilla en su interior, inundando su cavidad vaginal. Al escucharme gemir, ella aceleró su cabalgata teniendo otro tremendo clímax, sentí en mi miembro una sensación como si no parara nunca de palpitar, las contracciones vaginales eran interminables.

Saqué mi miembro de su estrecha vagina donde quedaban vestigios de lo ocurrido con unos hilos bermellón a lo largo del falo, y una fugaz mancha escarlata en la sábana como testimonio de lo ocurrido en ese lecho.

- Gracias papá, a partir de hoy soy la mujer más feliz de la tierra.

- Hija, esto fue una locura.

- No, fue amor.

- Eres mi hija…

- Y tú mi padre, mi hombre, mi amante. Los tiempos cambian, ya a los jóvenes no nos intimidan los tabúes, basta de cielo e infierno. Basta de mojigatería.

- ¿Te ha gustado?

- Sí.

- ¿La has pasado bien?

- Sí.

- Dime que en algún momento no me has deseado.

- Sí,

- Sin embargo…

- No hay excusas, aprovechamos nuestros cuerpos, disfrutamos de nuestra intimidad, probamos de nuestras pasiones, aquella que me brindaste tú, la disfruté inmensamente pensando que fue la que me engendró.

- Pero tu madre…

- No tiene por qué enterarse, este es nuestro secreto, nuestro amor clandestino, antes de que empieces con objeciones, no te preocupes que no voy a quedar embarazada, desde que planeé esto empecé a tomar anticonceptivos, no quería un barrera de por medio.

Mi querida hija va directo al grano, me explicó que su rebeldía se debe a que su madre asume el papel de esposa en lugar de ella, de ahí la rivalidad/rebeldía.

Conversamos ampliamente sobre el tema y llegamos a un acuerdo, pues comprendí muchas cosas que me explicó y ella aceptó razones mías. A partir de ese momento seríamos amantes secretos.

En los días restantes antes de que regresara mi esposa, hicimos el amor a diario, en cualquier momento, en cualquier lugar y de mil maneras que ni siquiera conocía, pero Roxana investigaba en internet para llevarlas a cabo.

Al regresar de su viaje, retomamos la rutina normal, siempre que podemos hacemos el amor, en casa, en el coche, un hotel o donde haya un poco de intimidad, no sospecha nada, pero siempre comenta que la nena ha cambiado desde su regreso.

¿Será que mi amor era lo que ambas necesitaban para distanciarse un poco?

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