Desleal por mi error. Prostituta por obligación (39)


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Rutas alternativas, destellos hacia su clandestinidad.

No podía permitir de seguir tolerando que Mariana continuara escondiendo su atracción hacia ese individuo, omitiéndome entre sus confesiones, lo que para mi mente resonaba como señal de desinformación física. Mi corazón resistía a no dar lugar a las inseguridades, mientras mi memoria repasaba rápidamente los cambios que mi percepción detectó, no tanto en su comportamiento íntimo dentro de nuestra casa, sino en sus modos de actuar cuando estaba fuera del hogar.

¿Debía seguir disimulando mi ignorancia, siguiendo las instrucciones de Rodrigo? ¿Era aún necesario, para evaluar su sinceridad a través de sus reacciones? ¿Debía quitarme ya la careta de mi ingenuidad, para juzgarla de una vez por todas?

Creo que lo más acertado será continuar escuchando su explicación, lo que, según su versión, sucedió después con ese hombre seductor y por supuesto con esa otra mujer. Y observar en sus gestos cuánto se arrepiente.

¿Qué desencadenó en ella ese deseo repentino de llevar una vida al estilo "quaintrelle"? ¿Por qué esa repentina obsesión por cambiar su forma de vestir, de holgada y recatada, a prendas cada vez más ajustadas, llamativas, seductoras y siempre de marcas exclusivas de diseñadores franceses? ¿Fue para complacer a ese individuo? ¿Por eso cambió su apariencia, el color y corte de su cabello? Y, sobre todo, ¿Esa actitud provocativa y sumisa, masoquista y depravada en nuestra intimidad?

—Comenzaste ignorando mis mensajes, incluso en ocasiones dejando sin respuesta mis llamadas o respondiendo evasivamente a mis preguntas; haciéndome sentir mal al victimizarte, transformando tu semblante amable y tu actitud cariñosa en cuestión de segundos para convertirte en una persona agresiva.

Y con ello, en lugar de protegerme de sus atropellos y burlas, apartándome físicamente cuando intimabas con él, -aunque no sensorialmente ya que me tenías muy presente con tus comparaciones- lograste hacerme sentir inseguro y lograste exactamente lo contrario. Cosechar dudas sobre mí mismo, mi trato hacia ti, y por supuesto en mis habilidades en la cama.

—Pero en realidad muchas veces estaba ocupada. De veras no podía responder de inmediato, como antes cuando no tenía grandes responsabilidades en casa. Tenías cosas que hacer, al igual que yo. —Responde, acomodando su postura en el borde de la silla.

Ligeramente inclinada, mantiene su mirada fija más allá del horizonte. Entre su índice y su dedo medio extendidos de su mano derecha, la colilla del cigarro está por acabarse. El pulgar -apretado por el dedo anular- es levemente mordido por sus dientes, mientras evalúa quizás, su explicación.

—¡Claro que sí! Por supuesto. Muy ocupada como ese fin de semana largo.

—Lo que te conté fue cierto. Afortunadamente tuvimos muchos visitantes, la mayoría bastante interesados. Planeaba llamarte más tarde, como de costumbre, para hablar de nuestras vidas privadas, pero entonces apareció este caballero y cambió totalmente nuestra rutina.

—Como te decía, José Ignacio se mostró serio e incluso diría que irritable con la visita del dueño y su familia. Al despedirnos de algunos trabajadores para dirigirnos como siempre al hotel en la camioneta, apareció don Gonzalo. Su llegada nos sorprendió a todos, especialmente a él, que ya me había insinuado con un gesto que su estado de ánimo había cambiado.

—El gerente se unió a nuestro grupo y en una especie de reunión extraordinaria, nos informó que don Octavio no estaba contento al enterarse que estábamos bajo la dirección de José Ignacio, y que no había sido informado sobre la autorización para viajar,

–quedándonos solos– que Eduardo se había tomado. La aprobación la dio don Gonzalo, por lo tanto, él fue asignado para supervisarnos. Es por eso que la llegada repentina y el mal humor regresaron al rostro de José Ignacio. Nos solicitó los informes de ese sábado. Personas atendidas, ventas cerradas, prospectos potenciales, y así pasamos más allá de las ocho en la recepción del grupo.

—Al regresar a nuestro hotel, después de ducharnos, nos reunimos en el comedor y con el gerente presente, esta vez no hubo exceso de alcohol. Solo dos cervezas para calmar la sed, no tanto por el calor, sino por la impresión de tenerlo cerca. Fue precisamente este señor quien, de forma cordial pero firme, nos indicó que nos dirigiéramos a nuestras habitaciones y descansáramos para el día siguiente.

—Fue perfecto para mí, ya que realmente no tenía muchas ganas de encontrar excusas para evitar estar a solas con él. Él quería repetir conmigo, obviamente, pero la verdad, amor, es que yo… Seguía arrepentida de haberte fallado y, de igual forma, digamos que ya había saciado mi curiosidad. K-Mena fue el siguiente obstáculo para mi descanso completo. Tenía que compartir la habitación con ella y al estar a solas me propuso que… me expresó que la había descuidado y que quería hacer algo juntas esa noche. ¡Fue en ese momento cuando… Uf! Perdón, mi vida. —Le miro y veo las alarmas en su rostro.

—Al hablar contigo y con nuestro hijo, pero no por falta de interés mío en saber cómo estabas y qué habías hecho, –le aclaro– sino porque prolongué la conversación lo más posible, contándote detalles irrelevantes de mi día con los clientes para aburrirla y que el cansancio la venciera, hasta que se quedó dormida sobre mi pecho, desnuda como estaba, mientras chismeaba también con Iryna y Naty sobre cómo lo estaban pasando en la fiesta de cumpleaños. José Ignacio me envió algunos mensajes y chateé con él un rato más, ambos intrigados por la llegada del gerente y la visita inesperada de don Octavio.

—De hecho, traté de que me explicara por qué estaba de mal humor esa mañana y si tenía algo que ver con la visita del dueño de la constructora y su familia. Evadió mi pregunta, preguntando si había pensado en él o en lo que habíamos hecho, y si deseaba repetirlo tanto como él lo deseaba.

—¡No estuvo mal, pero esperaba algo mejor! —Le respondí, y luego me despedí con dos emoticonos seguidos. Y no, Cariño, no fueron corazones ni labios rojos como los que nos enviamos tú y yo, no. Solo caritas de sueño. Te lo prometo.

—Está bien. Te creo. ¿Y entonces qué? —Le contesto, animándola a seguir.

—Al día siguiente fue más de lo mismo, pero bajo la estricta vigilancia de don Gonzalo, lo que generó una incomodidad inusual en José Ignacio y nerviosismo en Carlos. Me fue bien al cerrar tres ventas adicionales a las dos del día anterior y, a la hora del almuerzo, pude devolverte la llamada a media mañana, un poco tarde lo sé, pero te expliqué los motivos por los que no te contesté. Es cierto que hablé más de mí y de mis logros comerciales, estaba eufórica, más de lo habitual, pero es que yo… Estaba nerviosa y no encontraba otra forma de calmar mi curiosidad, imaginando que entre Naty y tú, ya hubiese ocurrido eso… ¡Algo!

—Por la noche fue un poco diferente, ya que don Gonzalo, contento con los resultados, nos invitó a los cuatro al centro comercial en Girardot y allí pudimos distraernos, hablar de otros temas, comer pizza y tomar una cerveza bien fría. Regresamos temprano al hotel, pero estando allí, Carlos y José Ignacio nos invitaron a una última copa en el bar del hotel, don Gonzalo no se opuso y nos acompañó bebiendo un cóctel sin alcohol. A K-Mena se le antojó uno también, mostrando en su rostro angelical un puchero rosa en sus labios.

Ganó gracias a su atractivo soborno y solicitó al bartender un refrescante "Mint Tonic". Yo, al igual que Nacho y Carlos, disfruté lentamente de una Club Colombia dorada, muy fría. Tu favorita.

En nuestra habitación, K-Mena, llena de ilusión, quiso tener la experiencia que no compartimos la noche anterior, pero alegué dolor de cabeza y de pies. Lo de mis pies no era mentira, estaba agotada tras caminar mucho, mostrando las casas a mis clientes. Amablemente, insistió en darme un masaje en los pies, pero sus caricias me envolvieron y terminé desnuda, recibiendo un masaje completo y relajante.

K-Mena, de manera sutil pero cariñosa, me propuso que nos bañáramos juntas antes de acostarnos para evitar hacer ruido. Camilo ya no abría los ojos como antes, pues ya sabía lo que estaba por suceder. Fueron caricias tiernas y rápidas, besos profundos y toques precisos, ya que ambas conocíamos nuestros puntos sensibles, lo cual nos llevó al orgasmo rápidamente, sumiéndonos en un estado de relajación reparador.

Debo admitirlo, Camilo. ¡Por favor! Era cierto que después de nuestra primera clase de... aquella introducción al sexo, no le había prestado atención a K-Mena. Mi inocente amiga, a quien protegía de un hombre que ya no parecía ser un lobo feroz y al que aparentemente, ya tenía controlado.

Al día siguiente, me crucé con él en varias ocasiones. Coincidimos en tres casas con nuestros respectivos clientes. En otra, mientras visitaba el campo de golf con los míos. Parecía seguirme, ya que mi teléfono no dejaba de sonar con mensajes suyos alabando mi piel bronceada y mi trenza de espiga hecha por K-Mena.

Todo transcurría con normalidad hasta que me encontré con la señora Margarita y su esposo don Fernando en el gimnasio. Me sentí avergonzada, pero ellos me saludaron cordialmente y me invitaron a almorzar a su casa. Claro, rechacé la invitación argumentando mucho trabajo. Al final del día, nos reunimos de nuevo para entregar el informe a don Gonzalo. Parecía preocupado por el desempeño de José Ignacio y se lo llevó aparte, lo que confirmó su regaño al ver su rostro preocupado.

Presentamos nuestros informes a don Gonzalo antes de su partida. José Ignacio quería estar a solas conmigo, pero Carlos no se separaba de nosotros. Casualmente, a K-Mena le surgió la necesidad de que la acompañara de compras, por lo que José Ignacio tuvo que contener sus ganas de estar conmigo a su manera y lejos de mí.

Libre de su acoso, en la habitación del hotel, te llamé para saber cómo estaban y me alegré al saber que habíais regresado a Bogotá. Luego, hablé con Mateo, quien me contó con emoción todos los detalles de su viaje. Fue un viaje muy feliz para él, y asumí incorrectamente que también lo había sido para ti.

Efectivamente, no pasé las noches con mi "amante", como imaginaste. Ambos estábamos equivocados. No lo deseaba, ya que no ocupaba mi mente todo el tiempo.

Algo ocurrió para que siguiera con esa persona que mencionas. Si no había amor de mi parte, como mencioné, y él no era lo mejor en la cama, ¿por qué seguía acostándome con él?

No fueron tantas las ocasiones en las que yo, -interrumpí con un gesto hacia él-, tuve relaciones con él.

No fue por falta de tu atención.

—¿Entonces qué fue? –Me adelanto a lo que está pensando. – Debes haber sentido algo por ese chico, ya que cuidaste de tu amiga virgen, según entiendo, hasta diciembre cuando finalmente se casó.

—¿Sentir? Hummm… Al principio solo quería tener control sobre él, y manipularlo con mi altanería vanidosa, –rechazando un nuevo encuentro– hacer que me deseara, para luego descartarlo y hacerle pagar por ello. De hecho, lo rechacé en varias ocasiones, evadiendo ir con él por las tardes, y salir a mi manera, para… Para tener relaciones con él, y… Quizá me encariñé un poco. ¡Puff!, porque conocí algo de su vida, de su pasado y me… Me conmoví.

—Sucedió la segunda vez que estuve con él, cuando harta de sus insistencias le di el sí, y luego de separarnos durante unos diez minutos, nos encontramos media hora más tarde en su casa. Te llamé, mientras estabas en la oficina, para… Mentirte una vez más. Creo que te comenté que no podría almorzar contigo en el piso diez, ya que tenía una reunión de negocios. Acostumbrado a mis idas y venidas, siguiendo estrictamente mi agenda comercial, me deseaste buena suerte y lo tomaste con naturalidad.

—Así que, con mi engaño, logré tener la tranquilidad de olvidarme de ti durante unas horas. Las lluvias matinales a mediados de noviembre, provocaron con su clima frío y gris que, en su casa, la chimenea de la sala estuviera ya encendida, cuando me invitó a tomar un vino con él. Le faltaban muchas cosas para ser el hombre que pudiera reemplazarte. Muchas para que me importara más él que tú.

—Entonces Mariana, ¿fue después de tu operación… Te aumentaste el busto por él? ¿No es así?

—¡No! De ninguna manera. Estás equivocado en eso Camilo. Aumenté el tamaño de mis pechos porque no me sentía satisfecha con ellos, antes incluso de conocerte, y después de amamantar a Mateo, me imaginé con uno o dos tamaños más. No fue por él, ni por ti, ni por nadie más. Fue por mí, para mejorar mi autoestima y… Y si eso implicaba recibir más miradas y piropos, pues no me importaba, ya que me hacía sentir mejor. ¡Pura vanidad y nada más!

—Sentados frente al fuego, sobre la alfombra, me abrazó y, antes de hablar, puso música en el tocadiscos. Su elección musical para una cita romántica dejaba mucho que desear. A su falta de habilidades para complacer a las mujeres en la cama, se sumaba su desconocimiento en música para ambientar la escena y sus espacios. Como te conté, su sentido de decoración era demasiado minimalista. Pocos cuadros en la sala y en su… en su habitación apenas una guitarra y unos afiches demasiado infantiles para su edad. Muchos blancos en las paredes, muchas tonalidades grises en alfombras y en la colcha de la cama.

—Es cierto que, siendo soltero, su principal enfoque era vestirse con elegancia y modernidad, además de su obsesión por mejorar su motocicleta o darle más potencia al motor de su Honda, para las carreras callejeras, pero ciertamente su casa, y sobre todo ese cuarto, parecían no tener importancia para él en términos decorativos, y la falta de decoración en las paredes me hacía instarle a mejorarla, porque parecía la guarida de un cavernícola. A excepción de la pecera y los estantes con los... Con sus autos de juguete.

—¡Está bien, está bien, amor! —Me respondió mientras apartaba las cobijas de la cama.

—No tengo nada que colgar ni nada de qué presumir. —Y empezó a descalzarse sin prestar atención.

—¡Vamos!, al menos un cuadro con tu familia. O un par donde estés con tus amigos. Al menos uno abrazando a Grace. ¿Qué opinas? —Pero no obtuve respuesta.

—Lo que más recuerdo es que...

Tenía un evidente menosprecio en su mirada y una sonrisa sarcástica en los labios, sacudiendo su cabeza en desaprobación, sin articular ni una sola palabra hacia mí. Envuelto alrededor de mi cintura, me arrojó con fuerza sobre la cama. Nacho seguía siendo fiel a su comportamiento habitual, tratando de mostrarse ante mí como el mismo macho seductor y dominante de siempre.

—Su actitud brusca y poco caballerosa logró molestarme, así que le increpé mientras lo apartaba y me sentaba en el cabecero de la cama…

—¡Deja de comportarte así conmigo! ¿Sabes qué? ¡Creo que es preferible que me marche! —La sonrisa desapareció de su rostro, sin embargo, agarrándome por los tobillos, se montó sobre mí para inmovilizarme con su peso, y sus manos sujetaron firmemente mis muñecas.

—¡Vete al infierno! —Le espeté, pero él permaneció impasible y su expresión facial cambió.

En sus ojos azules, podía percibir que todo lo que estaba manifestando era sincero, reconocía ese brillo intenso, y en su rostro angelical se dibujó un gesto de disgusto al recordar.

—¡Jajaja, cariño! Conozco bien ese mundo, ya que tuve la desgracia de vivirlo desde muy temprana edad cuando fui abandonado por mi madre en las puertas de un convento. –Comenzó a relatar. – Crecí de orfanato en orfanato, soportando toda clase de vejaciones, golpes y soledad. No tuve la suerte de ser deseado al nacer, ni por un padre ni por una madre como los tuyos. Fui rechazado injustamente y sentí mucho miedo. Pasé mi niñez en un ambiente de aislamiento, convirtiéndome en un niño introvertido, inseguro y con dificultades para hacer amigos. —Mientras intentaba liberarme, él me mantenía inmovilizada con una mano, destrozando mi blusa de seda con la otra.

—Pero ¿sabes qué? —José Ignacio retomó su discurso agitado, apartando la tela blanca hacia los lados y deshaciéndose de mi delgado cinturón de cuero para luego bajarme con fuerza la cremallera del pantalón.

—Quizás todo ese sufrimiento me hizo crecer. Sí. Esos golpes en mi rostro y en mi cuerpo, propinados por los niños mayores, forjaron la persona que soy hoy en día. —Me bajó los pantalones hasta las rodillas, al igual que las bragas, y se abalanzó sobre mi cuello para besarme, morderme, lamerme la oreja y continuar hablando en voz alta junto a mi oído.

—Me volví fuerte, y soy tal como soy, gracias a todo el maltrato recibido por esos abusones. ¡En cada acto de maldad hay algo de grandeza, y yo lo descubrí! —Forcejeaba e intentaba moverme de un lado a otro. Logré zafarme momentáneamente. En ese instante, me agarró con fuerza del brazo y luego, con determinación, se desabrochó el pantalón y lo bajó hasta la mitad del muslo.

— ¿Planeas forzarme? —Le espeté, y él reaccionó de alguna manera, pero continuó su avance, introduciendo dos dedos en mi zona íntima sin mi consentimiento, causándome molestias.

—No será necesario, Meli. Has venido aquí por tu propia voluntad con la intención de entregarte a mí. Porque te deseo demasiado.

—Estás equivocado si crees que voy a permitir que me tomes así. ¡Cálmate de una vez! Me estás asustando. —Le dije de nuevo, pero él seguía estimulándose para endurecerse.

—Además, soy un hombre atractivo. –Sostenía mientras intentaba abrir un preservativo que había tomado del velador con los dientes. – Por suerte, los genes del hombre que fue mi padre, o los de la mujer cobarde que fue mi madre, jugaron a mi favor sin pretenderlo.

—Casi ninguna mujer puede resistirse a caer en la tentación conmigo por mis encantos, y tú no eres la excepción. ¡Otra más para la lista! Deja de moverte de esa manera y ayúdame, porque esta noche la vamos a pasar muy bien. —Inquieta por su actitud, colaboré con él, cambiando mi temor por un repentino humor, no para disfrutarlo, sino para calmarlo.

—Con cierta dificultad, me quité el sujetador por mí misma, y lo retiré lentamente, dejando al descubierto la redondez de mis senos, mientras él procedía a deshacerse de los pantalones, manteniendo las medias y acto seguido, quitándome todo lo demás. La lencería.

¡y los calcetines de pantalón... Todo lo enrolló alrededor de mis pies!

—Me imagino que verificaste la fecha de vencimiento antes de ponértelo. No querrás descuidarte y dejarme embarazada, como sucedió entre tus padres. —Guardó silencio, reflexionó y luego él empezó a reírse.

—Conseguí sacarle una risa por un momento, a pesar de la mirada llena de tristeza y un poco de desprecio que aún mantenía, se abrió paso entre mis piernas y me penetró despacio, pero con fuerza debido a mi sequedad.

—¡Me duele, Nacho! No estoy lista. ¡Por favor, sácalo! —Lo miré y escupí sobre su miembro y mi parte íntima. Continuó con sus embestidas con intensidad y, sí, con enfado, descargando su frustración en mí por lo que su madre le había hecho pasar.

—¡No te quejes tanto! No tengo la culpa de que seas una insensible «casquisuelta», que se cree la mejor en todo. Por eso crees que puedes manejarme a tu antojo, para luego abandonarme, igual que hizo ella, como suelen hacer todas las madres cobardes. —Me respondió, aumentando la intensidad de sus embestidas, mientras yo acomodaba mi pelvis para reducir el escozor.

—Las mujeres pueden ser crueles con nosotros cuando quieren, especialmente cuando nos ven enamorados. Pero contigo no funcionará esa artimaña, porque no permitiré que me engañes. Menos aún tú, que después de todo lo que compartimos, me ignoras por completo para actuar como si fueras una santa con tu esposo y sigues manteniendo relaciones aburridas con él, fingiendo sentimientos que no existen, gemidos falsos junto a él, mientras realmente estás pensando en mí. —Terminó diciéndome, introduciéndome su lengua en la boca de forma agresiva, como si intentara silenciar cualquier respuesta a su vanidad, con un beso que percibí como violento y desagradable en lugar de apasionado.

—Sí, Meli, me convertí en un desgraciado cínico, manipulando a quienes estaban a mi alrededor para lograr mis objetivos, y no me arrepiento de ello, aunque pueda dañar a otros hombres, involucrándome con sus parejas mejor que ellos. Pero al final, esas mujeres me lo han agradecido y sus maridos cornudos, sin saberlo, también. —Su respiración acelerada fue disminuyendo, al igual que la intensidad de sus movimientos, que se suavizaron.

—La infidelidad conmigo es un placer, les doy algo de diversión a todas y no me comprometo con ninguna. Sé que te gusto, que te excito y que deseas que sea yo quien te posea por las noches. Engañar, acostándose con esta persona, no es una afrenta a tu matrimonio, ¡sino tu válvula de escape! —Aunque su tono de voz se mantuvo, la intensidad de sus palabras disminuyó repentinamente y, cerrando los ojos con fuerza, empezó a sollozar sobre mi hombro. Lágrimas gruesas rodaban por sus mejillas mientras dejaba de moverse por completo.

—Me conmoví al sentir que su miembro dentro de mí se detenía. Mis dedos se enredaron en su cabello, recordando lo mismo que solía hacer con tu melena. Se relajó mientras continuaba llorando en mi hombro izquierdo, tratando de mantener su fachada de macho indomable. Cuando salió de mí, se acostó a mi lado, recogiendo sus piernas. Yo lo abracé y nos tapamos con las mantas de lana para alejar el frío y el tamborileo constante de la lluvia sobre la ventana, hasta que su respiración se tranquilizó y finalmente se quedó dormido.

—Por supuesto, yo también me quedé dormida. Unas leves cosquillas en mi costado me despertaron. Al abrir los ojos, lo vi con una expresión diferente, tranquila y sonriendo para sí mismo, mientras con sus dedos pulgar e índice sujetaba un pequeño coche rojo de su colección, moviéndolo desde la curva de mi cadera como si condujera por un camino imaginario.

el desfiladero de mi cintura, hasta elevarse nuevamente por el redondel de mi seno izquierdo, hasta impactar de frente, contra el rosa erguido de mi pezón.

—¡Jajaja! ¿Pero qué estás haciendo, Nacho? —Le cuestioné sonriendo ante su juego infantil, y vi como el color de sus mejillas, pálido como vela de iglesia en cuaresma, se tornaron al verse sorprendido.

—Ehhh, solo sigo este sendero. Quiero memorizar la textura de tu piel, con todos sus poros y estas marcas de frenada, casi imperceptibles, que tienes en la cadera y a un lado de tus senos. ¡Vaya, Mamasota! ¡Tú con esas lolas y yo, con ganas de disfrutar de una buena comida! —Había vuelto a ser el de antes, tomando conciencia.

—¡Se mira, pero no se toca! Ya te lo había advertido. Estoy recién intervenida. —Y me puse de pie, desnuda como estaba para buscar en mi bolso los cigarrillos. Me coloqué la blusa porque sentía frío, y él entonces pensó que me iba a vestir para irme, así que se acercó y con solemnidad me dijo mientras me abrazaba…

—¡Deliciosa Mamasota! Quiero saborearte entera, mordisquear y tirar con mis dientes esos ricos pezones y luego hacerte el amor con pasión. Escucharte gemir como la mujer sensual que eres y no la recatada que muestras, y luego terminar sobre tu vientre, llenándote con mi esperma el hueco de tu ombligo y frotarte mi miembro sobre esas lolas hasta que flaqueé.

—Tan tonto. Pareces un niño pequeño. ¿No te da vergüenza? ¡Tan adulto y jugando con juguetes! Era lo que me faltaba. De ahora en adelante dejaré de llamarte Nacho, y en cambio por insurrecto, te diré Nachito, puesto que aún eres un jovencito. Dejarás de ser el macho dominante, y solo serás el Chacho de tu Melissa. Yo lidiaré con tus caprichos, como si fueras un bebé. No te preocupes más por el cariño que no recibiste de niño y mejor enfócate en cambiar tu forma de relacionarte con los demás. Confía más en las personas que te quieren y te rodean, valorando sobre todo, más a las mujeres. Deja de mirarnos como si entre las piernas solo tuviéramos la hendidura de una alcancía. No todo es sexo, ni todas somos unas arpías, aunque ahora creas que lo soy para mi esposo.

—Está bien, mami. Como quieras. —Me respondió con sarcasmo.

—Es en serio Chacho. Además, quiero que sepas algo, y que quede claro. Tengo un esposo que no solo me ama, sino que me adora, y yo a él también. Vivimos en un mundo muy feliz y aparte del tuyo. Estoy conforme con él, y para ser más sincera, Chacho, entre tú y yo no habrá nunca esa conexión que buscas. Intenta lograr eso con tu novia, pero si no cambias, seguirás siendo un libertino para siempre, solitario y descontento con tu vida, y mientras tanto, disfrutaré de la compañía y el amor de mi hijo, así como de la libertad y confianza que me brinda mi esposo. —Silenció y me solté, comencé a quitarme la tanga, las medias y el pantalón de sastre, para girarme y decirle después…

—Y te vuelvo a preguntar. ¿Qué ocurre con tu Grace? ¿Por qué tampoco tienes alguna imagen de ella colgada en la pared, ni siquiera una foto de ustedes dos, sobre la mesa de noche?

—Estamos en competencia, pastel. Ella por dedicarme más de su tiempo, escapándose de su mundo, y yo, por adentrarme en su universo. Pronto ascenderé a una mejor posición en la constructora, para poder ofrecerle algo más acorde con su estilo de vida. Mientras tanto, seguiremos luchando... ¡Por separado!

He abierto mis ojos, después de rememorar todo esto, y Camilo no está donde estaba, afuera en el balcón. Asustada me levanté y allí entre la penumbra, extendido sobre la cama, boca abajo y atravesado a lo ancho, lo veo con la cabeza y los brazos, colgando de ese lado, y sus pies bordeando el abismo de este costado. Respira de manera pausada, y lo escucho… Está maldiciendo, maldiciendo varias veces, y con…

insultos inusuales para mis oídos, dirigidos hacia el suelo, pero con José Ignacio como destinatario, y algunas groserías, a mí.

—¡Jajaja! —Me asusto. Se ríe de forma sardónica de repente.

—Mira eso, al final el siete mujeres te prestó atención.

—¿Cómo? No entiendo, amor. ¿Qué quieres decir? —Interesada en aclarar el asunto, me siento en la esquina de la cama, cerca de sus pies. Camilo, al notar mi presencia, se da la vuelta y se coloca boca arriba, alejándose un poco. Mira al techo y empieza a hablar.

—Lo observé por más de treinta minutos. Paraba su coche y luego de un rato volvía a arrancar, dando la vuelta y retrocediendo por el mismo camino, despacio. Yo, vigilando a nuestro hijo, miraba de reojo hacia la entrada, esperando a que aparecieras por la puerta de vidrio, superándola para reunirte con él.

—¿Qué? ¿Cuándo fue eso, Camilo?

—En esos momentos de incertidumbre, tuve que controlar mi enojo, después de imaginar las posibles veces que lo habrías introducido en nuestra casa, aprovechando mi ausencia.

—¡No lo hice! ¡Nunca… Nunca, Camilo! —Le replico.

—Sentí una furia enorme al repasar mi mente tratando de recordar detalles, buscando pruebas de su presencia en mi ca… En nuestro hogar. ¡Quizás fue en la sala, o tal vez en la cocina! –Le digo rascándome la cabeza, recordando esa sensación de impotencia.

—También pudieron haber estado en la habitación de invitados, o incluso en nuestra cama teniendo relaciones… Manchando nuestras sábanas, entregándote a él. Tantas imágenes, Mariana, y tantos detalles posibles que, confiado, podría haber pasado por alto.

—Te juro por la memoria de mi padre que nunca lo llevé a nuestra casa. Ni siquiera José Ignacio sabía dónde vivíamos exactamente. ¡Me aseguré siempre de que no me siguiera! ¡Me aseguré de que no se enterara!

—Esperé a que se fuera definitivamente. No entendí por qué no se produjo ese encuentro. Supuse que debido a la situación por la que pasábamos en esos días –sin hablarnos, evitando encontrarnos para no mirarnos a los ojos, recluyéndome en el estudio la mayor parte del día y tú, ignorándome al pasar las tardes con Natasha y su madre, o con algunas de tus amigas, tal vez ustedes pactaran otro lugar para encontrarse y…

—Sé que no me creerás, pero nunca me esforcé por recordar su número de teléfono. Nunca le di mi número personal, a pesar de que insistió, y nunca le pedí el suyo. Desde que nos despidieron de la constructora, no volví a cruzar palabra con él. Si me buscaba, fue porque quiso. Yo no tuve nada que ver.

—Por las noches, después de fingir despedirnos con cortesía delante de Mateo, y esperando en la cocina a que terminaras con él, durmiendo en su habitación, mientras yo usaba la habitación de invitados. Te seguí los últimos días, después de que aquella tarde no saliste a la calle para… ¡Para verlo! Quería conocer tus horarios y rutinas, para pillarlos en el acto y... ¡En fin! Resultó que no hacías nada fuera de lo común, solo visitar a tu madre o a tus hermanos en la empresa. Incluso te esperé en la calle durante más de tres horas, cuando te encontraste con tu tía en la peluquería.

—La desconfianza no me permitía vivir en paz ni dormir como solía hacerlo. El penúltimo día, después de acompañar a la niñera junto a Mateo, en el parque, fui al estudio y empecé a...

Con Mateo fui a la parada del autobús escolar y al regresar, me sorprendí al no encontrarte. Mis dudas enfurecidas se adueñaron celosamente de mi inseguridad. Furioso, mi mente comenzó a crear una serie de imágenes ficticias en las que tú y él se besaban con pasión, listos para tener relaciones sexuales a mis espaldas.

—Comencé rápidamente a perseguir tu automóvil por la avenida, sin lograr localizarlo entre el intenso tráfico matutino. Había varios lugares sospechosamente propicios para su encuentro, pero lamentablemente todos eran desconocidos para mí, excepto uno. ¡Su casa!

—¡Pero Camilo, por favor! ¿Cómo pudiste siquiera pensar eso?

—Pasé frente a esa casa que me traía malos recuerdos, dando vueltas a la manzana dos o tres veces, al igual que él lo había hecho días antes en nuestro conjunto residencial. Observé detenidamente y no vi tu auto estacionado allí, ni resguardado en el garaje para evitar robos.

—Quizás eso indicaba que estaba equivocado y solo estaba imaginando cosas, sediento de venganza, vagando por el desierto de la desconfianza y viéndote en los brazos de ese sujeto como si fuera un maldito espejismo, aunque las situaciones que mi mente creaba no lo fueran. O por otro lado, tal vez tu astucia te aconsejó esconderlo en algún lugar cercano para evitar miradas indiscretas, tal como lo hacía yo en ese momento.

—No lo sé, no lo pensé mucho, di la vuelta y estacioné la camioneta a dos calles de distancia de su casa, frente a la cafetería que ya conocía por experiencias desagradables, en caso de que salieras de allí con él en su auto, o él conduciendo el tuyo y pudieras reconocerme. Crucé la calle y observé a lo lejos, la escena donde sospechaba que se gestaba de nuevo la afrenta a mi honor.

—No te vi por allí, no vi a nadie más en la calle. Era posible que ya lo hubieras recogido, llegando demasiado tarde de nuevo. Mis ganas de enfrentarlos no decrecían, al contrario, crecían cada vez que recordaba haberlo visto merodear en su automóvil justo frente a la entrada principal de nuestro conjunto residencial, mientras Mateo jugaba con sus amigos en el arenero.

—A mitad de la cuadra me percaté de que tu amante salía de la casa desaliñado, en pantaloneta y chancletas, arrastrando al perro que se resistía a subir a un pequeño camión de una guardería canina para ser transportado. En la desigual batalla entre el perro y dos humanos, el conductor y su dueño, lograron meterlo en una jaula y al despedirlo como lo hacía con Mateo cuando se iba al colegio, el estúpido animal se volvió y me descubrió.

—¡Arquitecto! ¿Qué hace usted acá? —Me preguntó sorprendido.

—No perdí la compostura, Mariana. Por el contrario, fingí muy bien y le dije que precisamente estaba buscando su ayuda.

—¡Hola José Ignacio! Qué bueno encontrarte. Tuve un problema con la 4x4. Con tantos baches en estas calles y la lluvia de anoche, caí en uno de esos charcos y pinché una llanta al no verlo. El inconveniente es que hace unos días le pedí a mi esposa que la llevara a lavar y ahora no encuentro la llave adecuada para aflojar los pernos. Estando por aquí, recordé que vives cerca y quizás puedas prestarme la de tu auto, creo que me serviría.

—Claro, Arquitecto, por supuesto. Déjame ir por ella y te ayudo, para sacarte de apuros. —Se ofreció cortésmente, tu engreído siete mujeres.

—Gracias, pero no te preocupes. –Le respondí. – Puedo hacerlo solo. No quiero interrumpir lo que estés haciendo o colaborando conmigo. —Entró directamente

Fui al garaje y al minuto regresé con la herramienta en la mano.

—Me devolví solo hasta la camioneta, y me quedé allí esperando un rato. Luego me bajé y abrí el cofre para mancharme las manos con el aceite de la varilla del motor. Me ensucié bien con polvo y barro al borde de la acera. Regresé a su casa con la llave en la mano y las mangas de mi camisa arremangadas.

—No tardó en abrir la puerta y al entregarle la herramienta agradeciéndole por el favor, al verme sucio, me permitió pasar al interior y limpiarme las manos. Pero no en el baño del primer piso, ya que según él, estaba obstruido. Me indicó que lo hiciera en el suyo, ubicado en su habitación en la planta alta.

—Suba las escaleras, arquitecto, y a la izquierda encontrará mi cuarto. Es el único con la puerta abierta. Las otras habitaciones están cerradas porque mis compañeros ya salieron a trabajar. Adelante, ¡siéntase como en casa! —Dijo con una sonrisa tras su invitación.

—Esa actitud calmó mi preocupación y tranquilizó un poco mi nerviosismo al entender que no estabas allí. Sin embargo, al llegar al segundo piso, observé con cuidado las otras dos habitaciones que tenían las puertas cerradas, excluyendo el baño que las separaba, cuya puerta estaba entreabierta y no escuché ningún ruido dentro. Lo único que percibía era la música alegre sonando abajo en la cocina.

—Entré con precaución a su habitación y mi sorpresa al no verte, me dio un vuelco en el estómago. ¡Te encontré!

Mariana abrió sus ojos azules ampliamente, sorprendida por mis palabras y me dijo...

—¿Cómo es posible, Camilo? ¡Yo no estuve allí! Yo nunca volví a ver...

—Enmarcadas en el muro junto al baño, en ocho cuadros flotantes que formaban un gran rectángulo, estabas tú. –No le permití continuar y seguí narrando. – En los tres superiores, tú, él y tus colegas de trabajo. Sonrientes, vestidos con sus uniformes de oficina, frente a la recepción, junto a la piscina y dentro del gimnasio de la empresa en Peñalisa.

—En los tres inferiores, estabas tú con él, abrazados, junto a tu amiga y su novio, al parecer cantando y bailando en el bar de siempre. Y en los dos del medio, a cada extremo de la central, Eduardo, él y tú, en varias poses, nada provocativas ni comprometedoras en verdad. Lo que me sorprendió fue el escenario utilizado de fondo en las fotos. ¿Lo recuerdas? Las murallas del Castillo de San Felipe en Cartagena de Indias. Por cierto, Mariana, ¿quién tomó las fotos? ¿Sería un turista?

Lágrimas y más lágrimas brotan de sus ojos celestes. En los míos, vislumbro aún las marcas de la humedad que se desborda a los lados.

—En el del centro, un cuadro más grande y cuadrado mostraba a ti con él. Era de noche. Tú llevabas puesto el bikini rojo, similar al negro, que tanto te gustaba por el color que te hacía resaltar. Y tu acompañante, con un bóxer corto de tela negra, un paso atrás. ¿No lo recuerdas tampoco? ¡Yo sí!

—Él rodeaba con su brazo tus hombros, y el tuyo se extendía hacia atrás, llevando tu mano hasta su nuca, acercando su rostro al tuyo y recibiendo un beso; ambos posaban para el fotógrafo, desde una terraza rodeada por un bajo cerramiento de vidrio templado, con una vista lejana y romántica de la ciudad amurallada, con sus calles iluminadas abajo y los edificios distantes, ligeramente borrosos.

—Se estaban besando, Mariana. ¿Eso era un gesto de cariño o compasión?

De acuerdo a tu relato, ¿estoy en un error?

—Mmm... ¿Ya lo visualizas? ¿Puedes sentir el vacío en tu estómago y la desilusión en tu corazón? Mariana asiente. En silencio, con ambas manos cubriéndose el rostro, me da la respuesta sin pronunciar una sola palabra.

—Eso fue exactamente lo que experimenté. El caso de Mariana es que ese individuo se aproximó sin hacer ruido y no lo percibí hasta que estuvo detrás de mí.

—¿Te gustaría un café para el frío? —me dijo, y volteé para mirarlo.

—¡Gracias! —le respondí, pero decliné su oferta. Todavía tenía las manos sucias y en mi mente muchas interrogantes por resolver.

—¿Recuerdos agradables? –Sin dejarlo contestar, le lancé un comentario para desconcertarlo. – Es una pena que no nos avisaran de su renuncia para despedirnos. —Observé cómo fruncía el ceño en señal de cierta molestia.

—Fue extraño no verlos más en la empresa de construcción, y mucho menos en el bar. Siendo los mejores vendedores, supongo que esta mujer, –señalando la fotografía central– Eduardo y usted, renunciaron para irse a trabajar, ahh, con la competencia por un mejor sueldo.

—Pues sí, bueno... Cada uno tenía otras ofertas. Eduardo planeaba iniciar un proyecto inmobiliario de manera independiente y yo, pues... estaba cansado en esa empresa. Como usted comprenderá, es casi un negocio familiar, por lo que era complicado ascender a la posición que consideraba adecuada. —relató.

—Sí, lo entiendo perfectamente. Es difícil cuando te esfuerzas por algo o por alguien, y con el tiempo te das cuenta de que no aprecian ni valoran tus esfuerzos. —Mariana, con semblante compungido, me mira escuchando con atención mi conversación con su Don Juan de ocasión.

—Exactamente arquitecto. ¿Sabe? Ese es el punto. –Mientras conversa, camina con la taza en la mano hasta la ventana, reflexivo. – Me esforcé por ellos, sacrificando mucho de mi tiempo, dándolo todo para lograr venderles esas cuatro paredes, y al final, otros se llevaron el mérito.

—Qué lamentable que tuviesen que marcharse. Pero vamos, ¿qué hay de ella? Según tengo entendido, era la mejor vendedora en los últimos meses, junto a usted por supuesto. ¿Dónde está ella? ¿La has visto últimamente?

—Jajaja, Bueno, veo que también tenías interés en esa dama. ¿Verdad?

—Claro, José Ignacio. Es una mujer no solo hermosa, sino muy inteligente. Aunque no hablé mucho con ella, me dio la impresión de ser astuta en los negocios y... ¡Muy perseverante en lo que se proponía! —contesté.

—Jajaja, sí, sí, sí. Muy astuta y muy ambiciosa, la mujer esa. Me sorprende que no haya intentado nada contigo, con lo interesada que estaba en la oficina, tratando de escalar y obtener beneficios a toda costa, pasando por encima de los demás. —De manera franca, Mariana, me sorprendió con su respuesta, esperaba otro tipo de opinión sobre ti, y él se percató al instante.

—¿Y sabes cómo hablaba de ti? —Mariana expresa su desazón moviendo la cabeza, en silencio, sin emitir sonido alguno.

—No te sorprendas tanto, arquitecto, esa mujer seducía a más de uno y aprovechaba su belleza para obtener favores. No solo en la empresa, sino también con varios clientes con los que hacía negocios.

—¿Estás insinuando que ella, no solo negociaba mediante su esfuerzo sino también con... —y me quedé en silencio, levantando las cejas, simulando sorpresa, a la espera de que ese individuo termine la frase.

—Jajaja, por supuesto, arquitecto. Me resulta extraño que no te hayas dado cuenta. ¿Acaso el viejo Eduardo, siendo tan amigo tuyo, no te comentaba nada de sus andanzas?

—Al escuchar sus comentarios sobre ti, más ganas tenía de golpearlo contra el suelo y luego patearlo. Pero aguanté, era necesario. Necesitaba indagar más sobre su relación. Así que proseguí con mi actuación.

—Negativo, amigo, no tengo ni la más mínima idea. –Expresé mi sorpresa, moviendo la cabeza de un lado a otro. – Conmigo, él es bastante reservado. No creo que esté dispuesto a revelar eso. Entonces, ¿quiere decir que ella... con él... ella también...?

—¡Ja ja ja! Eso es imposible. Eduardo tiene poco más que un suspiro en lugar de un miembro viril, y con eso no logra complacer a nadie. Por eso su esposa lo controla como si fuera un títere. Lo mantiene a su lado porque le conviene mantener su estatus social. ¿No le parece extraño que no tengan hijos?

—Pensé que podían tener dificultades para concebir.

—Ja ja ja, arquitecto, usted es realmente inocente o un tanto ingenuo, permítame decirle. – Mariana se lleva las manos a la frente y luego hacia atrás, enredo sus dedos entre su cabello. – ¡No, amigo, ese no es el problema! Por eso mismo, le cuento en confianza, a sus espaldas nos burlábamos de ellos y les llamábamos "la pareja dispareja". Fadia, la esposa de Eduardo, por más recatada que parezca, tiene gran personalidad, al contrario. Es muy masculina y mantiene una relación amorosa con una prima suya. ¿No la conoció? Una joven que logró sacarla clandestinamente de un país del Medio Oriente. ¿Jordania?... Creo que era Siria. La liberó de las garras de su esposo, alegando que él la maltrataba. La trajo aquí sin documentos. Fadia es muy astuta. Tenga cuidado con ella, arquitecto. —Y dejó la taza de café negro sobre una mesita de noche.

—Vaya, qué familia tan interesante. Pero volviendo a Mar... ¿Cómo se llama esta mujer? —Y señalé de nuevo la foto.

—Melissa, arquitecto. ¡Melissa!

—Exacto, recuerdo que ¿no estaba casada? Y, a pesar de eso, por esto –señalando la foto central, donde estaban ustedes dos besándose. - parece que tuvo una historia con usted.

—Ya sabe arquitecto. ¡Quien tiene encanto, tiene éxito! Sin falsa modestia, ninguna mujer me resiste. Al principio ella se hizo la difícil, como todas, pero al final cedió fácilmente.

—Qué suertudo es usted. Esta mujer es realmente hermosa. Tiene un rostro angelical y... ¡Su atractivo trasero es impresionante!

—¡Delicioso! ¡Ja ja ja! Tuve que ayudar al marido a "destapar" ese asunto. Espero que ahora esté disfrutando de ello, ese tonto.

—Pobre marido. —Le respondí tratando de mantener la calma.

—Y esa apariencia tan tranquila, pero en la cama esa mujer es candela, arquitecto. Como le ayudaba a cerrar algunos negocios difíciles, terminaba pagándome con un buen encuentro íntimo.

—Es triste ser engañado por la esposa. Si fuera la mía, no la dejaría trabajar para evitarle tentaciones... de otros hombres. ¿Y usted qué piensa?

—Bueno arquitecto, o ese cornudo es muy tonto y permite que esa mujer lo engañe, o tiene a otra mujer guardada y, ocupado con ella, no le presta atención a su esposa. Uno nunca sabe, arquitecto. ¡Ja ja ja! Puede que sean una de esas parejas modernas, que tienen relaciones abiertas y disfrutan de otros placeres sin problema.

—¿Seguirán viéndose, supongo?

—Pues la verdad es que no he vuelto a verla últimamente. Estaba a punto de salir a buscarla. Estoy solo y aburrido porque mi novia está de viaje. Así que, planeo encontrármela y tener un buen encuentro, ya que durante el día el esposo la deja sola y a esta hora el niño que tiene con él, probablemente esté en el jardín de infantes.

—Ah, comprendo. ¿Y tiene un hijo entonces? Supongo que ya se lo presentaría.

—Sí, tiene un niño. Aunque no lo he conocido en persona. Tiene una foto del niño como fondo de pantalla en su celular, y una tarde aquí, mientras charlábamos, pude verla cuando contestó una llamada de una amiga suya. —Y al darse la vuelta, molesto por la referencia a Mateo, sobre una repisa de madera, debajo de una guitarra.

una guitarra de seis cuerdas que colgaba en la pared contigua a la ventana, lo vi.

—Observo que disfruta coleccionar automóviles a escala. –Tomé con delicadeza el modelo rojo y negro que captó mi interés. – ¿Sabe? A mi hijo también le gustan, y a veces jugamos juntos, organizando carreras por los pasillos de mi casa. —Los sollozos de Mariana aumentan y sus respiraciones entrecortadas se hacen más audibles.

—Así es. Llevo años adquiriéndolos. Excepto ese que tiene en la mano. –Le di la vuelta con el temor de confirmar mi sospecha. – Observé las iniciales de tu nombre escritas por mí, cuando te lo regalé.

—La perra de Melissa me lo obsequió hace un tiempo, diciendo que era por portarme bien. Jajaja. No quería que me le quitara la mujer a un amigo.

—¿Y lo logró? —Le pregunté, acercándome a él.

—Tanto insistió hasta que consiguió lo que quería. Pero le juro que ella se lo buscó. Todas son así, promiscuas y deshonestas. ¿Está seguro de que su esposa no le ha sido infiel, arquitecto?

—Y usted… ¿No lamenta todas sus acciones? ¿No reflexiona sobre el sufrimiento que causa al entrometerse en asuntos que no le conciernen? —Y comenzó a sonreír con burla ante mis preguntas.

—¿No experimenta remordimiento al saber que provoca tanto dolor en la vida de otras personas? ¿No ha imaginado el sufrimiento de tantos esposos al descubrir las infidelidades de sus esposas? ¿Es consciente de que puede arruinar vidas y destruir los sueños de muchas familias? —Me acerqué tanto a él que pude percibir su aliento desagradable, una mezcla de ajo, cebolla y humedad canina.

—Por supuesto que no. ¡Jajaja! Además de mis autos, me encanta acumular mujeres y para no apegarme a ninguna, escojo aquellas que tienen pareja. Y que ellas decidan. No pierdo el tiempo pensando en resolver sus problemas después.

—Gracias a individuos como usted, el mundo no avanza ni encuentra armonía. –Coloqué mi mano derecha sobre la franja de tela de su camisa blanca y desgastada. – Por personas como usted, continué expresándole con un tono de furia en mi voz, tantas mujeres son asesinadas por sus parejas, cegadas por los celos, dejando huérfanos a sus hijos. Casanovas y machitos soberbios como usted, no merecen reproducirse.

—Mi rodilla impactó en sus genitales, y mi frente chocó contra la suya. Quizás debido a la adrenalina que tenía en ese momento, no sentí dolor. Pero él sí. Gritó aterrado por el dolor, pero al sostenerlo de la camiseta en su pecho, evité que cayera.

—Individuos "encantadores" como usted, abusan de las mujeres inseguras o descontentas, y juntos, causan daño a los hombres que seguramente las aman más que a sus vidas. —Le golpeé en el rostro con mi puño. Ese golpe sí me dolió. Escuché el crujir de mis falanges y, evidentemente, el del tabique de su nariz. Luego, lo solté. Cayó al suelo, doblado y sin poder reaccionar.

—Destruiste mi mundo, maldito playboy, pero no me iré de aquí sin dejar claro que el ingenuo y estúpido esposo de tu Melissa, no es tan idiota ni débil como creías tú. —Le volví a golpear en el costado expuesto.

—Mi esposa puede ser una infiel y la más desleal, pero es mía. ¿Entiende? ¡Solo mía, maldito! Y ya veré cómo arreglo las cosas con ella. —En su propia sangre, lágrimas e incluso orina, me agaché para sujetarlo del cuello y con otro golpe en su pómulo, dejé las cosas claras…

—¡Tu Melissa, es mi Mariana, la mujer de mi vida! Aquella a la que tú has corrompido, y no quiero verte rondar por nuestra casa. Si te veo en las cámaras de seguridad, o si te encuentro por ahí… Si descubro que la buscas o le envías mensajes, y persistes en contactarla, personalmente te haré desaparecer, y me encargaré de eliminarte del mapa, para que dejes de dañar a otras parejas. ¿Te quedó suficientemente claro? ¡Maldito desgraciado! —Alergándome, tomé el Audi a escala, le di una última patada en los genitales y salí de la casa, dejando la puerta abierta, frotándome la mano derecha, pero con mi orgullo de hombre más valioso.

Mariana, en silencio, se desliza de costado sobre mis piernas, y siento de inmediato cómo los ríos salados que brotan de sus ojos, empapan el empeine de mi pie derecho.

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