Sin dudar, logra su objetivo.
Apenas tengo tiempo para pensar en la respuesta más adecuada que puedo ofrecer a su propuesta. ¿O es acaso un desafío? En cualquier caso, Mariana con gran tranquilidad, se desplaza descalza hasta el costado izquierdo de la cama y acomoda su nalga y muslo derecho sobre la colcha de fresco algodón, dejando el muslo izquierdo extendido y sostenido en el suelo, simulando un paso de ballet.
Tras dar un sorbo al tequila, coloca el vaso sobre la mesita de noche, con elegancia, y con paciencia retira los pendientes dorados de sus orejas. Primero el derecho, luego el izquierdo. Conozco este ritual. Ahora los colocará donde pueda verlos, junto a la lámpara de noche y rodeados por sus pulseras y gargantillas. Así lo hacía en nuestra casa, quitando todo lo artificial de su piel, a excepción de la alianza matrimonial. Dado que no lleva pulseras en las muñecas, seguramente los colocará junto a su smartwatch… ¡Ya lo sabía!
En ese preciso momento, como si estuviera espantando abejas, Mariana mueve sus cabellos con los dedos, desde la frente hasta la nuca, y luego hacia atrás. Cuando vivíamos juntos y su melena alcanzaba la cintura, ella solía lanzarla hacia adelante con las manos, y empezaba a peinarla con los dedos desde la frente hasta las puntas, buscando las horquillas. A veces, mientras lo hacía, notaba que la observaba embobado desde la cama, y en tono juguetón me preguntaba: "¿Por qué me miras tanto, loco?" Luego se acercaba caminando de forma divertida, con el pelo tapándole la cara, y terminábamos entre risas haciéndonos el amor.
Pero ahora, con el pelo corto, desconozco qué va a pasar. Debe haber adoptado un nuevo ritual en mi ausencia. Me intriga descubrirlo y no dejo de observarla. Efectivamente, inclina la cabeza hacia atrás y la mueve rápidamente de un lado a otro, como si estuviera reprendiendo a alguien, pero luego se detiene para acomodar los mechones con la mano derecha.
Se levanta de la cama, se ve satisfecha, y me sonríe. Sabe que me gusta verla y que me encanta perderme en esos ojos azules, seductores y atractivos. Toma su vaso, termina de beber en dos sorbos y, acercándose a mí, me lo entrega con su gesto característico de niña consentida, achinando los ojos y arrugando la nariz. Dejo el vaso en la bandeja y la veo pasar por el lado izquierdo de la cama con una sonrisa en los labios. Aunque no hace calor, limpio un poco el sudor de mi frente con la mano izquierda, mientras sostengo el vaso con tequila en la derecha.
El hielo se ha derretido por completo, pero en estos momentos eso es lo que menos me preocupa.
Mi total atención está centrada en observar detenidamente los elegantes movimientos, deleitándome al contemplar la belleza de su figura mientras se desviste, con el fin de nunca olvidar esos momentos, para mantenerlos en mi memoria eternamente. ¡Quién sabe si llego a perdonarla o si dejamos de vernos!.
Con tranquilidad, los dedos de sus manos deshacen el sencillo nudo que ajusta su cintura. Mariana, postada frente a la puerta del baño, se inclina para recoger el dobladillo del vestido con ambas manos cruzadas sobre sus brazos; sube la tela hasta por encima de las rodillas, –con un ligero movimiento de cadera– y finalmente se lo quita, colocándolo cuidadosamente sobre la cama.
Me sonríe, me guiña un ojo; Mariana sabe que me encantaba verla desnudarse, y ahora espero ansiosamente lo mismo. Deseo verla despojarse del top blanco que ajusta sus senos, anhelo que esos cucos negros que llaman mi atención hacia el centro de su esbelta figura, desciendan por sus muslos sin ser obstaculizados, llegando hasta sus tobillos.
Deja de mirarme y se concentra en rascarse la nalga derecha. Da un cuarto de vuelta sobre sus talones y observo cómo introduce los pulgares por los costados de sus panties y con cuidado se los baja, pero la pierdo de vista al entrar al baño. «Me deja como en ascuas», y en mi mente aún retengo la imagen de sus muslos, junto a la perfecta curvatura de su trasero y la atractiva línea que recorre su espina dorsal hasta el erguido cuello que sostiene su cabeza. ¡Vaya! Necesito otra copa, creo que Mariana también. ¿Y un cigarrillo para tranquilizarme? ¡Sí, puede ser!
Dado nuestro cercano vínculo, me deshago del vestido delante de Camilo y noto en el brillo de sus ojos café que su admiración por mi cuerpo no ha disminuido a pesar de nuestro tiempo separados. Desde el inicio de nuestra relación ha sido igual. Su actitud de voyeur enamorado no ha cambiado a pesar de todo lo que ha tenido que soportar, y eso... ¡Eso es una clara señal de que no me ha olvidado en absoluto! Me encantaría desnudarme por completo ante él, y permitirle nuevamente disfrutar admirando cada parte de mi cuerpo con su mirada. Sin embargo, temo que pueda interpretar mal mis acciones y pensar que estoy intentando seducirlo a cambio de su perdón. ¡Ese sería otro error imperdonable por mi parte!
A pesar de mi tentación, debo reprimirme. Mejor haré como si no pasara nada y entraré al baño para lavar mi ropa interior y tomar una reconfortante ducha. Pero no cerraré la puerta, ya que no somos desconocidos a pesar de la situación actual. No seré yo quien rompa este pacífico silencio invitándolo a pasar, pero si él lo desea y se atreve, podrá deleitarse con mi desnudez completa. Mmm, ¡Que disfrute un poco!... Antes de enfrentar la incómoda conversación que nos espera y que preferiría olvidar.
Me encuentro solo, como atrapado en el limbo de sus memorias dentro de esta habitación, –mientras termino de mezclar los dos cócteles– pensando en qué hacer. ¿Debería acompañarla al baño para seguir escuchando sus relatos y finalmente verla desnuda después de tanto tiempo? Pero... ¿Y si mi mente se nubla y surgen irresistibles deseos de volver a tenerla a mi lado? Ah, demonios. ¡Estoy confundido! Definitivamente necesito un cigarrillo.
Nuevamente, casi a la misma hora que ayer, observo a una Mariana más serena frente al espejo, sin rastro de lágrimas en mis ojos ni la vacía esperanza que tenía.
Hasta aquí. Curiosamente, a pesar de lo difícil que ha sido confesarle mis deslealtades, al parecer estoy libre de la jaqueca, encerrada entre estas cuatro paredes casi desnuda, enjabonando mis bragas con cuidado, presionando la tela con mis dedos, frotándola suavemente contra el algodón para mantener mi higiene, enjuagándolas con agua más que tibia para luego dejarlas secar en…
— ¡Ups, lo lamento! Pensé que ya estabas en la ducha. —Le comento a Mariana desde el marco de la puerta, con un cóctel en cada mano y con mi cigarrillo rubio entre los labios, dejando que su humo retorcido se eleve hasta el techo.
Escuché el grifo correr y asumí que mi esposa ya estaría dentro de la cabina, protegida en parte por el vapor que debería empañar los cristales salpicados. Sin embargo, la encuentro frente al lavabo de cristal ovalado, lavando sus calzones, con su desnudez parcial, captando mi atención, ya que aún lleva puesto un ajustado top.
—No te preocupes, mi amor. No verás nada diferente a lo que ya has visto. —Le respondo sin preocupación. Por el contrario, me agrada su audacia.
—Ya casi termino. –Le informo viéndolo a través del espejo. – Pero sabes una cosa, quítate la ropa y dame tus calzoncillos para lavarlos. Deben estar tan sucios y llenos de arena como mis bragas. —Camilo vacila. En silencio ante mi solicitud, no se decide.
— ¿En serio lo dices? ¿Y si no se secan, qué me pongo? —Contesta después de pensarlo detenidamente.
—No te preocupes por eso. Tenemos tiempo para que se ventilen en el balcón. Y si no, usaré el secador de pelo. Mientras tanto, ve adelantando. ¡Vamos! –Sin querer, le indico. – Date una ducha y seguimos conversando ¿De acuerdo?
—Está bien. —Me responde con desgana pero me hace caso y deja los dos cócteles sin probar sobre la mesa de madera, mientras mi cigarro sigue entre mis dientes.
Primero desabrocho los tres botones de mi camisa y luego aflojo el botón de los pantalones cortos y bajo la cremallera. No me preocupa que las dos prendas caigan al suelo y queden esparcidas a mis pies, estoy segura de que Mariana las recogerá, como siempre. Aunque lo hago yo, para cubrirme un poco al quitarme la ropa interior después.
—Vamos, cariño, pásamelos ya. Dame ese cigarrillo para tirarlo y la camisa y tus pantalones cortos para alisarlos un poco con la mano mientras te bañas. Y deja de preocuparte, no te morderé las nalgas. —Lo apuro. ¡Aunque ganas no me faltan!
— ¿Y tú, Mariana? Me dijiste que ibas con el irresistible siete mujeres en su caballo blanco, –bromeo mientras abro el grifo de la ducha. – y le diste el gusto. Se consiguió un excelente copiloto. Auto para carreras, moto clásica y… ¡Demonios! ¡Está helada!
—El agua caliente está en el grifo de la izquierda, cariño. —Debo tapar rápidamente mi boca con la mano para que no escuche mi risa por su torpeza, pero la sonrisa desaparece en este momento, ya que debo recordar que...
—Sentí una repentina presión en mi muslo izquierdo y sobresaltada pregunté… ¡¿Qué haces?! —No me miró, ni siquiera respondió, pero sonrió con malicia. Su mano era firme y sin embargo se movía suavemente hacia arriba unos centímetros, llegando justo por debajo de la tela de mi falda, –sin subir más– para luego bajarla suavemente unos milímetros hasta rozar mi rodilla.
— ¡Me encanta lo suave de tu piel! —Su posterior elogio me pareció sincero y permití que permaneciera allí.
—El habitáculo de su desgastado Honda, –sin revestimientos ni tapicería– conservaba el calor matutino y aún así, la tibieza que emanaba al rozar su palma contra mi muslo me calentaba más que la temperatura exterior. Nacho ocasionalmente la retiraba para cambiar de…
Voy, pero en cuanto podía, regresaba a colocarla casi en el mismo sitio con gran familiaridad. Y yo seguía mirando a mi derecha por la ventana, como si estuviera realmente interesado en observar el paisaje, pero en realidad seguía pensando en ti e imaginando los posibles escenarios que se presentarían cuando finalmente pudiéramos reunirnos y hablar a solas para aclarar las cosas.
—Detuvo el coche en un lugar a un lado del camino, justo después de girar a la derecha y dejar atrás Tocaima, para comprar algo y beber, ya que tenía mucha sed. Era cierto, ese día estaba muy soleado. Él salió y yo me quedé en el interior, sentada y sujeta por cuatro correas rojas que se unían en el centro debajo de mi esternón. Observé cómo Nacho rodeaba el coche por delante, mostrando sus dotes físicos. Con las gafas coloridas sobre la cabeza como una diadema, la camisa de un amarillo brillante llamando la atención y su andar presumido, sabiendo que era encantador.
—Entiendo, Mariana. ¿Y luego qué sucedió? —Intervine mientras me frotaba los ojos.
—Él se acercó a la entrada de un pequeño local y las dos chicas que estaban delante de los escaparates se miraron codiciosamente al verlo llegar, tropezando entre sí por la ansiedad de atenderlo. José Ignacio tiene un aspecto masculino y atractivo... —continuó Mariana.
—Sí, claro. Un auténtico mujeriego. ¿Y qué pasó después?
—No escuché lo que les dijo, pero una de las chicas giró los ojos hacia mí y luego volvió a mirarlo, dedicándole su atención nuevamente y los tres rieron. Regresó al coche con dos botellas de agua helada en las manos y una sonrisa traviesa precediendo sus pasos. Se posicionó a mi lado apoyando los antebrazos en la parte baja de la ventana, su mirada clavada en mis piernas. Instintivamente las junté. Sonrió maliciosamente para luego inclinarse y meter toda la cabeza dentro de la cabina, girándola hacia mí. Como hipnotizada, observé destellos en sus ojos color avellana y vi sus labios entreabrirse, moviéndose lentamente hacia los míos y... Perdón, pero ante la proximidad del beso me estremecí por primera vez. —Camilo murmuró algo incomprensible.
—Rápidamente interpuso su mano en forma de barrera entre su boca y la mía. Se rió, pero no dijo nada. Sin embargo, lo que es un zorro siempre regresa a su presa, así que dejó caer una de las botellas de agua sobre mis muslos y ese contacto frío me hizo reaccionar, erizando mi piel y abriendo la boca. La suya, también abierta, reclamó la victoria al unirse con la mía. –De un lado a otro, la cabeza de Camilo niega o al menos eso me parece. – Sentí la presión de sus labios, su lengua explorando mi paladar y respondí con la mía húmed… ¡Acepté su beso! Nos besamos por unos segundos, tal como él había deseado que hiciera. ¡Exactamente como me vio besando a K-Mena!
— ¡Basta! —Le dije, apartándole la cara con las manos.
—¡Realmente besas bien, Deli, deli! —Alabó mi destreza, y finalmente se apartó del medio cuerpo que había invadido, rodeó el coche y se subió con orgullo.
—Espera, no arranques aún y por favor, libérame de este arnés. —Le ordené, y aunque sorprendido, en un abrir y cerrar de ojos me desabrochó el cinturón y abrí la puerta para salir. Me dirigí al mostrador de cristal, donde las dos jóvenes me miraban con cierta precaución y sin siquiera saludarles pregunté...
— ¿Tienen "achiras" frescas?
—¡Sí, señorita! Acabadas de hacer. —Respondió la de cabello claro. — ¡Entonces me llevaré dos paquetes!
— ¿Y los "alfandoques" también son del día? —Pregunté al ver los paquetes colgando de la viga de madera, sin dirigirme especialmente a ninguna de ellas.
—Sí, también la señorita. —Respondió la más bajita y rellenita, conpoca cortesía. – Al igual que los «rincones», las magdalenas y los «cornudos». Los envases de dulce de leche, los dulces de «Vélez» y las higos en almíbar, también.
—Mmmm, entonces embálese en una bolsa, dos de cada producto mencionado. —Y sin más le entregué un billete de cien. Recibí mi pedido gastronómico, notando en todo caso, la falta de interés en atenderme en las dos. Guardé el cambio en mi billetera, pero antes de girarme y darles la espalda, con una sonrisa amable en mi rostro les dije…
— ¡Señoritas! Las apariencias engañan. A pesar de lo que ven, no besa bien. Tiene mal aliento por las mañanas, le sudan mucho los pies y además no pone mucho esfuerzo en trabajar duro. Ahh y otra cosa queridas… ¡Es mejor despertar la envidia que sentirla! —Mirando sus caras de sorpresa, me reí en sus rostros y sin demora me subí al Honda.
— ¡Listo, ya realicé las compras! ¿Podemos salir? —Le hablé con firmeza.
— ¡Por supuesto, por supuesto! El viejo truco de llegar con el pan bajo el brazo a casa, para que al tonto de tu marido se le pase la rabia. —Me respondió mientras aceleraba al arrancar. Y de paso se reía a carcajadas.
—Recordé nuestro noviazgo, nuestras nerviosas y torpes primeras veces y ofendida le respondí…
— ¡Mi esposo es el mejor hombre del mundo! Es el mejor amante que he tenido, mi maestro y la mejor decisión que he tomado en mi vida. ¡Y no está molesto! —Le mentí.
—Ehhh, qué bueno Meli. ¿Y qué cosas te enseñó? —Me preguntó y tomando unos segundos para responder, llevé a mi boca un nuevo cigarrillo y encendí el encendedor de su auto. Mientras esperaba a que el resorte lo hiciera saltar ardiente para encenderlo, le dije…
—Ufff, si supieras querido. ¡Muchas cosas!
—Y recordé que decidimos hacerlo juntos, aprender el uno del otro, enseñarnos… ¡Complementarnos! Aceptamos la masturbación compartida y la enseñanza de las formas en que debíamos hacerlo para complacernos, mirándonos detenidamente, y mostrándonos los lugares donde acariciar para hacernos explotar, casi al mismo tiempo. Y de ese reconocimiento de la superficie de nuestra piel, pasamos a la lección de sexo oral para variar la intensidad de los estímulos físicos, antes de que desesperada por el placer a medias que me proporcionaba tu boca, te lo pidiera yo… —« ¡Hazlo ya, por favor, amor mío!» O con esas venas palpitando en el grosor de tu pene, ansioso lo hicieras tú al rogarme… —« ¡Quiero hacerte el amor ya, mi cielo!».
—Y conforme avanzábamos, probamos y disfrutamos más unas posturas que otras, intercambiando después de los gemidos y jadeos, nuestras opiniones entremezcladas con apasionados besos mientras me invitabas a cenar en la calle, perritos calientes o las sabrosas «arepas de choclo» con queso, y brindar con un par de bebidas gaseosas bien frías, en la esquina opuesta a la entrada del motel.
— ¡Y todo eso, nuestra historia, tu intimidad y la mía!... ¿La resumiste para él? —Le pregunté a Mariana, con mi cabeza cubierta de espuma y mis ojos cerrados para que el jabón no me los hiciese arder.
— ¡Pues sí! El caso cielo, es que seguimos el camino y en un momento de silencio, bostecé. Y al hacerlo, él, al estar mirándome hizo lo mismo.
— ¿Tienes hambre Meli? No desayunaste por salir como una loca, corriendo a los brazos del marido para que no te regañe más. ¿Cierto? —Me dijo y yo absorta no le respondí.
— ¿Sabes algo, cariño? Conozco por aquí cerca un buen lugar para desayunar. Donde veas que paran los camioneros y los autobuses a comer… ¡Ese es el lugar! —Me aseguró, con sus aires de corredor conocedor.
— ¿Pues sabes algo, querido? Yo también he viajado lo suficiente por esta zona y saliendo de Anapoima, por la central, te diré dónde vamos a detenernos para desayunar. ¿De acuerdo?
—Levantó ambas manos del volante unos segundos, y luego sin replicarme continuó conduciendo, hasta que llegamos al restaurante aquel, donde solemos…
Comes al mediodía porque te encanta el sabor con el que cocinan las carnes, y también porque a Mateo le gusta dar un corto paseo a caballo después del postre. —Observo a través de las muchas gotas que dispersan la imagen de su cuerpo en el cristal húmedo, como Camilo apoya sus manos en las baldosas frente a él, mirando fijamente el suelo con la cabeza inclinada, dejando que el agua caiga al suelo desde su cabello y recorra toda su espalda ancha.
Nos sentamos a desayunar y comenzamos a conversar mientras preparaban nuestro pedido. –Le sigo contando después de ver que se endereza. – Nos pusimos al día hablando sobre lo que había ocurrido en la fiesta, evaluando entre quienes se habían portado bien y quienes habían tomado de más; nos reímos de los disfraces, recordando lo graciosa que lucía la señora Carmencita con su atuendo de La Chilindrina, o el de sacerdote que llevaba su amigo Sergio y a él… ¡Le pareció muy ridículo el tuyo!
Así que entre bocado y masticada, llegamos al tema de nuestras vidas. Y es que José Ignacio, ya a solas los dos en la poca intimidad de nuestra mesa, me mostró otra faceta, un rostro melancólico debido a aquella relación a distancia que mantenía con su novia. No reveló muchos detalles, apenas la describió de manera general como una mujer hermosa, inteligente y adinerada. Con mi curiosidad característica le pregunté cómo y dónde se habían conocido por primera vez.
Comentó brevemente que se habían encontrado en un evento publicitario organizado por la constructora para celebrar el lanzamiento del proyecto de vivienda de interés social, al sur de la capital, y la llegada del nuevo año, cerca de veintiún meses atrás. Fue un flechazo instantáneo para ambos. Hubo un romance apasionado los primeros meses, pero luego se fue enfriando debido a las ocupaciones laborales de ambos. El perro al que vi saludar y mimar esa noche, Amarok, fue un regalo que él le hizo a su novia, pero esta mujer, aunque inicialmente no lo rechazó, terminó devolviéndolo porque no podía ocuparse de él. Y la motocicleta, una obra de arte desarmada que compró pensando en él y su espíritu aventurero, en una subasta en línea. Me confesó que Grace últimamente le pedía tiempo para resolver un asunto pendiente en el extranjero, lo que les impedía avanzar en su vida afectiva y sexual. No era tan feliz ni tan libre como aparentaba.
¡Pobrecito el «guambito»! Pásame el champú, ¿por favor?
Era evidente que necesitaba desahogarse con alguien sobre todo aquello y… –Aquí lo tienes. – al escucharlo, una vez que terminamos el desayuno y salimos al estacionamiento para fumar, yo con mi Parliament y él con su porrito de marihuana, apoyó su cabeza en mi hombro tras la tercera o cuarta calada, pudiendo sentir en su aura la verdadera soledad que lo rodeaba y cuánto ansiaba una buena compañía, y que no se trataba solo de su deseo de fardar con los amigos, de haberse «culiado» a una nueva casada engañada.
Un cierto agobio se reflejaba en su rostro cada vez que mencionábamos a esa mujer. Pero todo cambió en él al terminar su porro y nos quedó pendiente concluir nuestra charla y recibir abrazos, ya que en cuanto reanudamos el camino, volvió a ser el caprichoso de siempre y no podía quitarse de la cabeza su obsesión por verme, o al menos saber que viajaba a su lado con mi entrepierna al aire libre, exponiéndome a algo más grave que un resfriado.
Meli, no seas traviesa, déjame verte sin esa tanguita blanca. Regálamela, la quiero para mi colección.
Pero claro Nacho, como tú quieras. Sin embargo, yo también tengo mis debilidades, querido, y también me provoca ver lo que guardas en tus pantalones. Así que si tú te animas a enseñar, yo también lo haré al mismo tiempo. ¡Vamos!
contentísimos como las lombrices. ¿Es justo o no?
Me doy cuenta de que Camilo ha cerrado las llaves de la regadera. ¿Se habrá bañado tan rápidamente? ¡Y yo sin terminar de restregar su bóxer! Debo apresurarme a terminar de lavar a mano y… ¿Qué acaba de decir?
—No te escuché claramente, cariño. ¿Puedes repetirlo, por favor? —Y acerco mi oreja al vidrio de la cabina.
— ¿Pero qué tontería fue esa? ¡O tal vez no!, y solo era un deseo tuyo, íntimo y reprimido. —Y el agua de la ducha vuelve a escucharse caer, su voz a callar y yo acusada, lista para responder.
—Sí, lo entiendo. Fue un error retarlo, cariño, lo siento. Pero realmente no pensé que ese insensato iba a cometer semejante locura. Bajarse los pantalones en plena vía pública, incluso conduciendo y no precisamente a baja velocidad. No, eso no lo haría nadie con cinco dedos de frente. Pero a él, que disfruta del riesgo y la aventura, le pareció un juego divertido.
— ¡No me digas! En serio, uno nunca sabe dónde puede surgir algo inesperado. Te has mostrado más atrevida de lo que parecías. ¡Jajaja! Pero bueno, chiquillo espabilado, vamos allá. Te has revelado más lanzado que una oreja colorada. Pero al menos ayúdame a desabrochar el pantalón. ¿O prefieres conducir tú? —Me respondió de inmediato, sin tapujos, conversador y tal vez relajado tras consumir la marihuana.
Con la mano, aclaro el vidrio de humedad y comprendo la razón del repentino silencio. Veo a Mariana medio desnuda, separarse perezosamente del marco de la puerta del baño y acercarse con paso firme, para sentarse en el inodoro y dar un rápido sorbo a su cóctel.
Arquea la espalda para despegar su cabeza, cruzar los brazos y mirar pensativa, hacia el suelo embaldosado. Seguramente entiende en parte, lo mucho que me hará sufrir, y sin más, empujo hacia un lado la mampara de vidrio templado, para alcanzar la toalla y empezar a secarme la cabeza. Mariana apenas percibe mis pies mojados desde su posición baja y continúa con su relato.
—Se dibujó en su rostro un atisbo de triunfo exagerado, una marcada contracción mandibular debido a mi posición ladeada, y su reciente curiosidad al ver mis dedos desabrochándolo, entremezclándose con la satisfacción por lo que vendría, alterando su excitación, creyéndose victorioso.
— ¿Y en tu rostro, Mariana? ¿Qué gesto se formó? Cualquiera menos el de culpa por la traición, seguro. —Un tanto alterado, con la toalla enrollada en la cintura, dejo huellas húmedas en el suelo frente a sus pies, que parecen escapar del baño en busca de nuevas superficies secas. En realidad, busco mi encendedor y un poco de nicotina nueva.
—En el mío, –mirándolo de reojo– es posible que Cha… Que Nacho notara la cautelosa intención con la que los dedos errantes de mi mano derecha desabotonaron y deslizaron torpemente hacia abajo la cremallera de su corto pantalón de lino, mientras con la otra mano imprudente, –debajo de la elástica tela de su calzoncillo– sujetaba su semi-erecto miembro. —Así le respondo a Camilo, con voz sincera pero suave, sabiendo lo difícil que puede ser para él asimilar la información que le estoy proporcionando.
—¡Eso es! ¡Quítalos del todo! —Casi me suplicó, y así lo hice.
—Él levantó el pie del acelerador y tanto los pantalones cortos de lino como sus calzoncillos sin costuras cayeron por su tobillo hasta el tapete de goma. Lo mismo ocurrió con el otro pie, dejando expuesta su parcial desnudez de cintura para abajo.
— ¡Ahora es tu turno! Y si eres hombre de palabra, Meli, creo que me debes algo. —Y me miró a las piernas con deseo morboso, dibujando primero una sonrisa peculiar y luego, con la lengua dentro de la boca, hinchó la mejilla derecha insinuando claramente lo que quería que yo cumpliera.
hiciera.
—Levanté un poco mis caderas, arremangué también la tela que ajustaba mis muslos, y sin intención de exhibir demasiado, primero de un lado y luego del otro, bajé lentamente la tanga blanca que había provocado sus deseos, deslizándola hasta mis tobillos y allí la dejé reposar.
— ¿Contento? —Inquirí mientras me extendía la mano, abierta esperando que se la entregara. – ¡Ja! Ni sueñes querido. No voy a descompletar mis conjuntos solo para complacerte. –Él tomó la situación con humor haciendo gestos de resignación. Y la sorpresa que planeaba darte, la disfruté yo al dejarte de lado.
—Descubierto su miembro del material sintético y yo de mis precauciones, –relato la revelación de mis acciones– tras su triunfante silbido, aquel pálido órgano somnoliento comenzó a crecer imponente frente a mis ojos y al extender mi mano segundos después, quedó atrapado tras los frágiles barrotes de solo tres de mis cinco dedos, –y en otro de ellos el falso anillo brillante de mujer casada– resaltando el rosado glande, que en su mente conquistadora, era el premio mayor para la compañera más resistente y caprichosa. Pero en mi realidad, esfera desconocida para él, era yo la mujer casada más experimentada en infidelidades.
—Con un gesto pausado que me pareció muy atractivo, –tras sostenerla levemente entre el pulgar y los dos dedos siguientes– le guiñé un ojo segundos antes de acercar mi boca a la porción de pene que emergía de la piel retraída, terminando mi traviesa acción con un suave mordisco a la esponjosa textura de su glande. Extendió su brazo para acariciar mi cabeza con la palma de su mano, enredando sus dedos en mi cabello, en una caricia que me resultó muy familiar y nada desconocida, ya que tú hacías lo mismo cuando te lo practicaba oralmente.
La he dejado hablar, recordando Mariana con la cabeza baja y el cigarrillo casi consumido entre sus dedos tras unas pocas caladas, las escenas de la primera felación que le realizó a su amante. Pero ahora aquí frente a ella, a unos pocos centímetros de su dedo gordo y el pequeño meñique de su pie, aturdido, nervioso y expectante, espero escuchar sus impresiones. El difícil momento de las comparaciones ha llegado. ¡Y Mariana finalmente se pone de pie!
—Incomoda por la posición, de manera algo brusca comencé a mover mi mano arriba y abajo, y él a su vez con la mano libre cambiaba con calma el dial de la radio, buscando alguna emisora que, en su emisión matutina, pusiera una canción que ambientara el momento. Lo agarraba con tanta fuerza que llegué a pensar que le causaba molestias con las uñas, ya que en un momento dado juraría haberle oído susurrar un… — ¡Me haces daño, espera un momento!», y levantó un poco sus glúteos para acomodar sus testículos, sin quitar el pie del acelerador y yo retiré mi mano de su pene y la punta de mi lengua, que no alcanzó a rodear la circunferencia de aquel glande poco lubricado.
— ¡Déjala sonar, no la cambies! —Le dije desde mi posición recostada. Donna Summer cantaba con su voz exquisitamente sensual y los gemidos orgásmicos de «Love to Love You Baby». En su rostro se podía ver la transformación de la nada al placer. Concentrados sus ojos en la carretera, transformados y engreídos mantenían sus mejillas sonrosadas, y el relieve anguloso de su mandíbula, petulante y altivo como el mármol pulido de una efigie romana. Ardiente se sentía bajo mi palma su piel, retraído y suave su prepucio, rosado el glande y húmedo el ojal de… De su glande.
Guarda silencio y la escucho sollozar mientras se deshace de la colilla en la papelera, y se bebe de un sorbo su tequila. Llorando y avergonzada, no puede mantenerme la mirada y se da media vuelta levantando finalmente la tela que cubre su torso a medias. Mariana ha estado llorando en silencio mientras hablaba. Es evidente que también sufre con lo que recuerda. ¿En el mismo nivel
de angustia que soy el autor?
Allí resplandece una vez más frente a mis ojos. Un regalo que fue hecho. También para mí, según ella, pero hábilmente ocultado por unos días, a pesar de tener su espalda pegada a mi torso a finales de enero, cerca de su cumpleaños. Mariana no me advirtió, un poco molesta por mi reacción, esperó a que lo descubriera dos semanas más tarde y le preguntara al respecto.
Mientras ella entra a la ducha, sin decir más, rememoro claramente que fue en una noche no tan fría, cuando estábamos durmiendo separados debido a alguna pelea más, –principalmente por sus constantes llegadas tarde– en un descuido de su parte entré segundos después que ella al vestidor mientras se cambiaba de ropa, y yo no encontraba una camisa. Y me llevé la misma sorpresa que ahora, al observarla de espaldas.
…«Un diseño estéticamente bien elaborado noté, mientras ella me ofrecía una vista desnuda de su espalda de alabastro. Un tallo delgado, –totalmente teñido de negro– asciende a lo largo de las vértebras de su columna, desde el centro del rombo que forman sus hoyuelos lumbares, hasta terminar en una acuarela de una flor de lirio, también ennegrecida, unos centímetros antes de su nuca. Con un gusto perturbadoramente gótico, letras diminutas ascienden formando dos frases separadas. La redondeada A inicial está hermosamente decorada, las demás son angulosas, estrechas y puntiagudas, excepto la hermosa esfericidad de la “S” final, todo escrito aparentemente en latín. Una frase que al principio no entendí, pero que despertó una gran curiosidad en mí.
Días más tarde, –no recuerdo exactamente cuándo– en otro descuido suyo por la mañana, tomé una fotografía de su espalda mientras se duchaba, para poder traducirla luego con tranquilidad. Pero la calma no perduró mucho y se convirtió rápidamente en un torbellino de pensamientos, ya que al traducir palabra por palabra al español, mi mente elucubrando ideas, me llenaba de celos aún más y me instaba a tomar, –además de un buen trago de aguardiente– una decisión seria. “Me darán su amor y el placer de poseerlos. Yo por ti ardo y en ellos me consumo”. Y fui yo quien terminó más que ardiente y muy confundido, sospechando de su fidelidad, pero sin pruebas para incriminarla.
—Claramente continuamos en el camino, –le hablo de nuevo a Camilo– sin saber con certeza por dónde íbamos, ocasionalmente fijándome en los números naranjas del reloj digital en el centro del tablero, controlando el tiempo necesario para llegar a casa y por otro lado, para prolongar su placentero tormento. ¡Y era temprano para ambas situaciones! Una que ocupaba mi mano y a veces mi boca, y la otra que, ya liberada de preocupaciones, me esperaba kilómetros más adelante al llegar a Bogotá.
Los chorros de la regadera, –más templados que los que usé para lavar nuestra ropa interior– mojan mi rostro y debo apartarlo por un momento, pues nuevamente siento que me ahogo. Parece que la prueba no ha sido superada por mis dos personalidades. La infiel Melissa la superó con holgura, y la angustiada Mariana, por el contrario, sigue demostrando el mismo temor. ¡Caramba! ¿Será que no cambiaré? En fin, debo continuar, enjabonándome y haciéndonos sufrir... ¿De manera equitativa?
—José Ignacio daba pequeños saltos sobre su silla sin preocuparse por reprimir sus gemidos, uniéndose a los de la erótica canción, y yo, semirecostada apretando o soltando rítmicamente aquel falo de carne, acariciaba lentamente con la lengua su uretra enrojecida y eso lo volvía loco. Me decía una variedad de obscenidades y golpeaba con la palma de su mano izquierda el volante barnizado de madera. Atenta a su mirada y al movimiento de mi mano, pasaba de sus ojos a su pene con la misma destreza con la que él hacía los cambios de marcha. — ¡Maldición, se me ha caído el jabón y yo con los ojos cerrados!
—Estaba cansada de estar tumbada con la palanca del freno de mano quizás ya dejando huella en mis costillas, fingiendo que se corriera pronto, pero eso implicaría tal vez que perdiera el control de su Honda y termináramos accidentados, dando tumbos por la carretera, hastaterminar con las ruedas hacia arriba en un acantilado solitario o en un polvoriento lado de la carretera. ¡No! De repente me detuve, aflojando un poco la presión de mi mano al sentir sus venas latiendo desaforadamente, y según tus enseñanzas, con mi pulgar y el índice apreté la base del glande y ejercí presión con todas mis fuerzas, hasta que las pulsaciones se calmaban, acorraladas por mi mano en el vertical eje de carne, mientras Nacho, jadeante y sudoroso, como conductor avanzaba unos metros más adelante.
— ¡Diablos! Al menos serví para algo. —Me grita Camilo a través del cristal empañado que nos separaba.
—Al enderezarme y arreglar mi blusa metiéndola bajo la pretina de mi falda de mezclilla, noté que mi mano estaba muy húmeda, más que mi propia vagina que ya se encontraba lubricada. Y el aroma que desprendía ese fluido transparente y viscoso era diferente al tuyo. En cuanto a su tamaño y grosor, quizá más delgado pero claramente más rosado que el tuyo, desde la base más estrecho y ligeramente curvado hacia la derecha. —Cierro el grifo con mi mano izquierda y entreabro la puerta para ver a Camilo sentado en el suelo, apoyando su espalda contra el marco de la puerta.
—Eso era lo que querías saber, ¿verdad? ¿Si él lo tenía más grande que tú? ¿Si eso lo hacía más hombre que tú? ¿Por eso me involucré con él? —Sus ojitos cafés continúan nadando en un mar de lágrimas, encontrando refugio en el fondo circular y vacío de su vaso de cristal, y sin responder con palabras, el movimiento de su cabeza de atrás hacia adelante me lo confirma. ¡Sigue llorando, sufriendo por mi culpa!
—Lo siento mucho, pero sí, inevitablemente los comparé en ese instante. Conocía todo sobre el tuyo, en longitud y grosor, en olor y sabor; ya sea flácido orinando o pulsante y rígido como para cortar piedra, expulsando su esencia. Con él, la verdad es que casi nada y eso, cielo mío... Esa novedad fue lo que desencadenó que... — ¡Demonios! ¡Lo estoy destrozando, Dios! Necesito un trago y, si se deja, abrazarlo.
Envuelta en la bata de baño esponjosa de algodón, Mariana levanta un pie y luego el otro para cruzar el obstáculo de mis piernas extendidas –y en ellas los temblores provocados por la rabia y mi maldita sensación de impotencia– al salir de estos pocos metros cuadrados, con sus fragancias a pétalos de rosa y vapores de cálida humedad, mezclándose con la atmósfera mucho más fresca y ligera de la habitación.
Frente al pequeño escritorio, mi esposa pensativa se sirve otro cóctel. Nada, salvo sus pensamientos, logra distraerla. No se ha secado por completo y de su cabello liso todavía caen incontables gotas, mojando el cuello de su impecable bata. Tras un breve sorbo, decide salir al balcón y tras ella, mis dudas revolotean.
— ¿Así fue entonces? –Le pregunto ocupando su lugar frente a la bandeja y, con una servilleta, enjugo mis lágrimas. – ¡¿Fue tan sencillo y fácil para ti renunciar a mí y olvidarme?!
No hay respuesta. Solo el sonido de las olas, empeñadas en romper contra el alto malecón, y mientras me acerco a la mesa para encender un cigarrillo, la veo recostada sobre el poste de madera en la esquina mirando las lejanas luces de algún crucero madrugador. Siempre, desde que la conozco, cuando se sentía herida por alguna discusión perdida, o regañada por algún error que creía exclusivamente suyo, buscaba consuelo en el primer rincón que hallaba, ya fuera en la cocina o la sala, incluso detrás de las cortinas de nuestra habitación.
—No quería recordar nada de esto, Camilo, y mucho menos tener que detallarlo para satisfacer tu masoquista deseo. Me duele tanto saber que sufres y te haces daño al imaginar lo que te cuento. —Le digo, mientras de reojo veo que enciende su mechero.
—Ni
Me entiendo a mí mismo, Mariana, pero es algo necesario. Ha sido así desde que me enteré de tu infidelidad con él. Revisé nuestro pasado en busca de posibles razones. Te daba todo mi amor y atención. Teníamos una familia con lujos que otros no tenían. Tu herencia estaba segura, bien administrada por tus hermanos. No encontré nada que te hiciera falta, según mi análisis, ya que el cariño de sobra, por lo tanto no sé en qué fallé. En conclusión, empecé a dudar de mi masculinidad. Mi orgullo masculino estaba herido y al no tener una respuesta cuando fui a confrontarte, supuse que te habías enamorado de ese Don Juan de la zona. Quizás por su apariencia de modelo, que encajaba perfectamente con tu belleza, o por su desempeño en la cama. ¡Quién sabe!
—No estoy enamorada de él, te lo he dicho. Sí, es atractivo, pero amor mío, tú no te quedas atrás en absoluto. ¿Desempeño en la cama? En cuanto a cualidades, cielo, tú eres mejor.
—Entonces, ¿puedo creer en ti?
—Entonces, para demostrarte lo que te digo, tendremos que soportar más tiempo con mis pensamientos y tú, preocupándote por cada momento. ¿De acuerdo, cielo? - Camilo asiente, exhalando humo hacia el techo de madera, mientras mi mente vuelve al punto en que me quedé.
—José Ignacio estacionó frente a un motel en la carretera, cerca de las casetas del último peaje. Con una sonrisa arrogante, me miró y solo levanté los hombros. ¿Por qué no? Pensé que la situación era lógica. Nos condujeron a una cabaña al final del complejo de apartamentos y, al entrar al garaje con el auto, la chica que nos mostró las instalaciones se sorprendió al verlo casi desnudo.
—"Tenía prisa y empecé antes", dije bromeando para aliviar la tensión, y su rostro se iluminó con una sonrisa cómplice. Pedimos cerveza, aguardiente, hamburguesas y papas fritas, pues teníamos hambre. Sí, sí, era hambre de verdad.
—Después, sucedió algo similar a lo ya narrado...
— ¿Qué contaste sobre él? No lo recuerdo. —Le interrumpí momentáneamente a Mariana, intrigado.
—Hablé de K-Mena, amor. Fue tan parecido a lo que ella y yo imaginamos. Mientras él me empujaba contra la puerta de la habitación, besándome con pasión y tratando de desvestirme torpemente, mentalmente me reí. Era brusco en sus caricias, torpe al intentar quitarme la ropa y apresurado en poseerme.
—Me separé de él, con la blusa y la falda de jean quitadas. Obviamente sin la tanga blanca que quedó en su automóvil, así como sus pantalones. Le dije que me iba a duchar y me encerré en el baño para enviarte un mensaje, como siempre a la hora habitual. Un "te amo" en mayúsculas, seguido de un corazón rojo parpadeante en la pantalla. Terminé el mensaje. ¿Qué sentí al ver que lo leías, pero no respondías? Primero molestia, luego inquietud mientras me bañaba...
—Decidí bloquearte mentalmente y poner en vibración mi teléfono, porque reflexioné sobre la situación. Sabía que teníamos una conversación pendiente, donde al caer la noche te pediría perdón y cedería mi postura.y estaba ejecutando un plan que resultaría infalible ¡Solo es sexo! Me repetía a mí misma, al dirigirme hacia él con mi sostén deportivo puesto y la toalla anudada a mi cintura. No planeo hacer el amor, reflexioné nuevamente, para autoconvencerme y justificar mi deslealtad ¡No con este individuo que ahora me besa en las pompis! —Seguramente a Camilo le estará fastidiando escucharme, a pesar de que beba y fume a la par conmigo.
—Me empujó hacia atrás sobre la cama –continué sin darle tregua– y su boca recorrió desde mis pies hasta la parte interna de mis muslos, sus manos separaron mis pompis y su boca se posó en cada una de ellas, con lamidas y mordiscos suaves, hasta que su lengua se posó en mi ano. Allí permaneció un tiempo insondable, chupando y explorando el sabor de mi esfínter, hurgando con su pulgar. Sí, era placentero, pero esa zona de mi cuerpo estaba vedada, donde él no podría incursionar. Así que me giré por completo y con mi mano sobre su cabeza, le indiqué lo que debía hacer.
—Una situación tan común en mi vida de casada, era claramente distinta. No me sentía a gusto con cómo su barba incipiente me provocaba comezón en el pubis y su lengua exploraba de forma brusca mi vulva y apenas husmeaba en mi vagina. Inexperto en saltarse pliegues, carente de delicadeza al presionar cuando no debía, y apresurado en introducir, demasiado pronto, dos de sus dedos gruesos.
—Estaba a punto, después de indicarle cómo hacerlo, recordando tu experticia al complacerme oralmente y trasladarle a él la información, moviendo mis caderas o tirando de su cabellera, a modo de instrucciones detalladas, pero por su apuro y desobediencia no logré siquiera un mísero orgasmo. Solo tenía en mente poseerme y lo intentó, preparando su cadera y guiando con su mano su miembro rígido para penetrarme.
— ¡Vas demasiado rápido, cariño! Parece que desconoces que a la yegua primero se le acaricia el lomo para calmarla antes de ensillarla. Y además, no has preguntado si estoy protegida para permitirte penetrarme sin preservativo. ¿Es así con todas? ¡Vaya peligro es acostarse contigo! —Le recriminé por su ego de macho dominante, y elevé mi cuerpo a tiempo, evitando que su miembro, que ya se deslizaba entre la humedad de mi vagina, se introdujera en mí.
— ¡Mejor túmbate boca arriba aquí y déjame concluir lo empezado! —Indiqué, y él, sorprendido por mis palabras, se echó sumiso en la cama tal como le ordené.
Es hora de sentarme, no sé si frente a Camilo o en diagonal. Ya no llora, su rostro no refleja consternación. No está a gusto con mi descripción tan detallada, es evidente, pero soporta valientemente el ardor con el que mis palabras, quizás demasiado sinceras al relatar los hechos, se clavan en su pecho. ¡Me sentaré de frente!
—Indudablemente estaba excitada, igual o más que él. Me situé sobre su cuerpo en sentido contrario, con su cabeza cerca de mis rodillas y para sus ojos avellanos el regalo de contemplar de cerca toda la extensión de mi vulva hinchada por el deseo, empapada por el flujo que sentía fluir desde mi vagina. —Camilo prácticamente culmina su bebida y presiona con fuerza la colilla de su cigarrillo en el cenicero. Mi confesión lo golpea, tanto como a mí, retransmitírsela.
—Decidí comenzar suavemente la masturbación con mi mano, y luego, escupiendo abundante saliva sobre su miembro, intensifiqué el vaivén. Se relajó, jadeó y gimió. Moderé la rapidez de mis movimientos manuales y coloqué mi dedo pulgar en la abertura de su uretra para recoger todo lo que Nacho hubiera lubricado hasta ese momento. Me deleité torturándolo, acariciando suavemente en forma de espiral su glande, y al igual que lo hac… Como lo hacías tú, recogí sus fluidos raspando con la uña para llevármelos a la boca y succionar, comoMe ocurre con los envases de yogurt estilo griego, al recoger con mi dedo lo que queda en la tapa de aluminio y en las paredes antes de llevarlo a mi boca. Noté en el rostro de mi esposo una expresión de asco y repugnancia, a pesar de que intentara disimular al levantarse y tomar entre sus dedos ambos vasos vacíos de tequila y jugo de naranja.
Aprovechó para sostener mis piernas con sus manos, tratando de abrirlas. Poco a poco fui cediendo, las abrí más para él y para sus dientes, que mordían suavemente la parte interna de mis muslos. Después de lamerme el dedo, lo deslicé por mi entrepierna, impregnándolo con mi excitación y lo llevé a su boca entreabierta, mientras le apretaba los testículos con la otra mano e incluso introduje un poco mi dedo corazón en su trasero. Volteó la cabeza para mirarme y por eso se le derramaba el jugo fuera de mi vaso. Había visto hacer eso varias veces en las películas para adultos que veíamos juntos, pero por mantener una imagen más recatada contigo nunca lo intenté. Sin embargo, con él, tan diferente de mi vida matrimional conservadora, me atreví.
Españó un par de veces más en mi mano y se la entregué, temiendo que se me escurriese, como si fuera arena de estas playas, y la apreté con fuerza con la mano izquierda. Lo hacía mejor, ya no le lastimaba. A pesar de ello, aún sentía algo de temor y al mismo tiempo una especie de compasión. Sí, eso era. Misericordia al tenerlo entre mis manos. Un trozo de carne palpitante, entregado e indefenso, como el pollito que nos regalaban de niños en la granja, y temíamos aplastar al resguardarlo entre nuestras pequeñas manos.
Relajé un poco el agarre y deslicé mi mano hacia abajo, hasta la base, y mientras lo estimulaba, observaba su rostro y sus ojos redondos desorbitados y abiertos. Luego cerrados, con sus oscilantes pestañas negras y densas, tan impresionantes como las mías, trazando una línea divisoria entre sus párpados arrugados. Estaba a mi merced, seducido por mis dedos y la humedad cálida de mi boca, rendido y vencido en su intento de dominarme. Debo confesar que para mí representó un esfuerzo titánico contener las ganas de cambiar de posición y montarme sobre su cintura, penetrándome para saciar mis deseos... ¡Y los suyos de mi vulva!
Sin embargo, no quise correr el riesgo de perderlo, Camilo me entrega el vaso. Antes de probar cómo le quedó el cóctel, quisiera encender un cigarrillo nuevo. ¡Vaya! –Te ha quedado un poco fuerte. ¿No te parece, amor?– Le reclamo con una sonrisa, pero él solo frunce el ceño y encoge los hombros. En fin, ¡gracias!
"Degustar en pequeños bocados permite apreciar mejor el sabor, la textura y la elaboración de los aperitivos". Recordé que era tu frase favorita cuando te apuraba para almorzar. Consideré oportuno hacerle saber a Nacho que no sería parte de su colección y, por el contrario, sería la obra de arte anhelada pero casi inalcanzable. Por su mirada, sabía que mis senos eran su obsesión, a pesar de manifestar a todos que le parecían como un par de huevos fritos, y que mi trasero era el durazno del que le encantaría darle un mordisco. Tenía suficiente para mantenerlo interesado e incluso quizás lograr que se enamorara de mí.
Escuché un gemido de placer escapar de su garganta cuando le apreté los testículos, y la presión en sus arterias y venas en la palma de mi mano me indicó que se acercaba su orgasmo. – ¿Estás a punto de venirte tan pronto, cariño?– Le pregunté con sarcasmo seductor, acariciando suavemente su uretra babosa.
—Ufff,
Sigue Meli. ¡Oh! Continúa pastel, qué delicioso... Estoy a punto de... ¡Me voy! —Y experimentó un intenso clímax que le provocó elevar las caderas, contraer los músculos de las piernas y juntar los pies, frotando uno contra el otro, para finalmente expulsar su fluido utilizando mi mano como una especie de lanzadera, alcanzando a salpicar mi mejilla y caer en gruesas gotas sobre su marcado vientre y algo más en su zona púbica.
— ¿Y yo qué? —Le pregunté, sin intenciones adicionales. ¡Lo juro! Solo lo mencioné para hacerlo sentir incómodo.
—Déjame descansar un momento, pastel. Verás cómo me recupero y te complazco ya sea por delante o por detrás. —Me respondió de forma habitual, –sin cortesía ni decoro– limpiando con su dedo pulgar la viscosa gota de su eyaculación, que había impactado en su abdomen lampiño.
Camilo enciende uno de sus cigarrillos rubios, bebe su cóctel hasta dejarlo a medias y se aleja, hasta situarse en la otra esquina, dejando una densa nube de humo en su camino. Cruza los brazos, protegiendo así su pecho desnudo, y suspira profundamente. ¡A parte del dolor, debe sentir algo de frío!
—Mientras Nacho reposaba después de alcanzar el clímax, –quizás pensando en penetrarme más tarde– me levanté de la cama y fui por la cerveza y un cigarrillo.
—Qué bien me estimulaste el pene, Meli. ¡Eres insuperable! —Fue lo único que mencionó y suspiró antes de cerrar los ojos.
—Me recosté en el otro lado de la cama y bebí sorbos cortos pero seguidos para saciar mi sed. Fumé lentamente, tomando conciencia de la situación y del paso que había dado. ¿Una oportunidad para aprovechar a mi favor o un grave error para arruinar mi matrimonio? De una forma u otra, José Ignacio se acomodó de lado, colocando su pierna derecha sobre las mías y descansando su brazo en mi vientre.
Veo a mi esposo pasear la mano derecha semi cerrada por su frente, deslizando su cigarrillo entre dos de sus dedos, y por su gesto, seguramente estará pensando... "¡Eso lo hacía con ella, exclusivamente yo!"
Era medio día cuando entramos en la habitación, y me desperté sobresaltada, mirando a través de la rendija que dejaban las cortinas entreabiertas, la tenue luz que se desvanecía, anunciando el anochecer. Me incorporé de golpe, asustada y con el corazón latiendo rápidamente. Había caído dormida y él estaba a mi lado, contemplando mi pecho derecho con admiración, sus dedos girando sobre mi areola, rozando el pezón, apoyado en su antebrazo. , Volvía a vivir en mí, tu santa Mariana vistiéndose rápidamente, pellizcándole las nalgas al hombre con el que Melissa había pecado.
—Me levanté de un salto y entré en la ducha para asearme, y Nacho se acercó con otras intenciones. Lo aparté para poder bañarme sola y, sorprendido, me dijo...
— ¿Pero qué ocurrió, cariño? ¿Acaso nos vamos sin tener relaciones?
—Déjame explicarte, querido. –Le respondí mientras me enjuagaba el cabello rápidamente. – Perdiste tu oportunidad y te quedaste dormido. Al parecer eres de esos hombres que se rinden fácilmente. ¡Y además, roncas como una foca! Date prisa en vestirte y pagar, que tengo poco tiempo para recoger mi coche. —Resignado y bastante molesto, salió del baño.
Camilo sigue apartado y pensativo, –con la mirada perdida en el horizonte– con las manos sobre la baranda de madera, sosteniendo entre dos dedos el vaso de cristal vacío, y con la toalla suelta en la cintura permanece semi recostado.
—Mientras avanzábamos hacia la salida del motel, –le comento acercándome– cogí mi bolso y revisé mi teléfono móvil. Una llamada perdida de Diana, dos mensajes de texto de K-Mena y de ti, cariño, ni una palabra, ni siquiera una llamada perdida que me preocupara.
—Otra mujer en mi situación, –pensé– habría estado contenta de pasar desapercibida para su marido, pero para mí fue evidente que mi comportamiento en esa fiesta te había molestado mucho, y que, afligido por la pérdida de confianza, pasaste todo un fin de semana sin preocuparte por mí, tu amada esposa. Así que decidí que llegar a casa para pedirte perdón ya no era la mejor solución para... ¡Mis errores!
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