Acepta mi propuesta de matrimonio


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En una cama sucia y descuidada, la rubia Isabel recibía los embates de un hombre musculoso que había conocido menos de treinta minutos antes en la panadería que frecuentaba. Todo ocurrió de forma muy rápida: una barra de pan que cae al suelo, una mano apresurada que la recoge en el aire y toca sus pechos, un "Ay, disculpa", un "No te preocupes"... Isabel salió de la tienda y esperó; el hombre la vio al cruzar la puerta: ella, coqueta, acomodaba el tirante de su vestido, mostrando el comienzo de sus prominentes pechos; él, simplemente, se llevó la mano a su entrepierna abultada. Se marcharon juntos a la casa de él. Y allí, sin más preámbulos, él la cargó en brazos y la tendió en la cama. Solo le quitó las bragas, subió el vuelo de la falda hasta el ombligo de ella, y la penetró bruscamente, algo que a Isabel le encantó.

"Oye, ¿pero sin preservativo?", preguntó su amiga Inés por teléfono; "No, se colocó uno", respondió Isabel; "Ah, bien..., oye, pero qué coqueta estás últimamente", comentó la morena Inés; "Sí, no me puedo quejar, con mis kilos de más, bueno, una hace lo que puede..."; "Oye, ¿y cómo...", rió Inés; "Ya sabes, chica, los hombres están excitados, enseñas algo de piel y ya los tienes erectos", también rió Isabel; "Claro, oye..., bueno, me voy que llega mi jefe, luego te llamo, adiós"; "Adiós".

Isabel se recostó en su cama después de la llamada. Estaba desnuda tras la ducha fría que había tomado luego de haber ido a la panadería y haber tenido relaciones con el desconocido. Isabel vivía sola. Por lo tanto, no tenía que preocuparse de nada: podía andar en ropa interior por su casa si así lo deseaba, siempre y cuando tuviera corridas las cortinas, porque desde el edificio de enfrente alguien podría sorprender su desnudez. "Me provoca deseo sexual", pensó.

El jefe de Inés llegó y rompió el hielo con el personal de la sala diciendo: "Este mediodía vamos a tener mucho trabajo". Todos rieron. En el fondo sabían que esa afirmación significaba que tendrían más mesas reservadas de lo normal para un día de septiembre tan caluroso, es decir, que iban a trabajar mucho. Pero lo tomaron con filosofía y continuaron preparando la sala como siempre. Inés escuchó el sonido de una notificación de WhatsApp en su móvil, el cual sacó del delantal para leerla. "Me provoca deseo sexual. 13:24", leyó. Inés sonrió y miró a su alrededor contenta. Le encantaba la actitud positiva de su amiga Isabel. Por otro lado, a ella, más reservada, solo le apetecía echarse una siesta. Eso sí, si fuera en compañía de su jefe... pues mejor: tan enamorada estaba de él... Y todo empezó por un revolcón. Sí. El día de la apertura del restaurante. Bajo los efectos del alcohol aceptó los tocamientos de su jefe y todo terminó con ellos dos teniendo relaciones apasionadas en el almacén del negocio sobre una de las mesas de plástico que iban a usar en la terraza. El trasero de Inés presionado contra la mesa suavizaba los embistes de su jefe que, inclinado, agarrado a los muslos abiertos de ella, con los pantalones bajados hasta los tobillos, no paraba en sus movimientos: "Oh, oh, Inés, qué bien te ves", le decía en voz baja mientras mordisqueaba y baboseaba los pechos; "Ah, sí, sí, sigue, Miguel", gemía Inés con el rostro lleno de placer; "Oh, oh, Inés, me estoy corriendo, me corro-oh"; "¡Correte, ah, sí, correte, aahh!". Miguel sacó su miembro del interior de Inés y se masturbó hasta eyacular sobre el vientre de Inés, que suspiró satisfecha. Sin embargo, Inés renunció a ese empleo, y no supo ni quiso saber más de su jefe.

Isabel caminaba en ropa interior por su casa, arreglando esto, limpiando aquello, cuando sonó el timbre. Tomó una camisa del perchero que tenía junto a la puerta, la vistió y abrió. "Buenos días, señora", le dijo un hombre vestido de técnico de algo; "¿Qué deseas?", preguntó Isabel. No le cupo duda a Isabel de que. Hasta aquí he llegado.

Sus pechos habían atraído la atención de aquel hombre; por supuesto, se había abrochado la camisa rápidamente y parte de un seno al menos quedaba a la vista. Después de una serie de preliminares en los cuales las sugerentes insinuaciones de Isabel habían impactado al "especialista en algo", este ingresó a la casa y se quitó el uniforme en la sala. Ahí, sin ropas y de pie, esperó a que Isabel se arrodillara frente a él. Ella comenzó a practicar sexo oral; percibió cómo su miembro se endurecía en su boca; y continuó. Isabel se despojó de la camisa y tomó las manos del hombre para dirigirlas hacia sus pechos, para que los acariciara mientras ella ofrecía sexo oral. Ella introdujo sus dedos bajo la tela de sus bragas para estimularse, y seguía con la felación. La habitación se llenó de gemidos y quejidos: guturales los de él; delicados los de ella. La erección se intensificaba cada vez más. Isabel estaba al tanto de que el hombre llegaría al clímax y aumentó la velocidad de sus movimientos: "Mmm, mmm, mmm", succionaba Isabel; "Oohh, oohh", rugía el hombre. El semen salió disparado hacia la garganta de Isabel. Ella miró al hombre, escupió el abundante líquido en la palma de su mano y lo degustó con su lengua diciendo: "Uff, chico, qué excelente eyaculación".

Entre las dos amigas, elegí a Inés. Fue durante una fiesta de fin de verano que se llevó a cabo en un chiringuito frente al mar. Yo bailaba solo cuando ellas me observaron. Quizás les llamó la atención mi corte de pelo al estilo militar; o quizás mi torso velludo asomando por mi camisa abierta. Isabel lucía muy provocativa con un kimono transparente sobre su lencería; Inés llevaba una camiseta de los Lakers y unos shorts cortos. La figura de Isabel era voluptuosa, mientras que la de Inés era esbelta como la de una delicada muñeca de porcelana. Inés y yo conectamos de inmediato. Ella solicitó las llaves de la casa a Isabel y nos dirigimos hacia allí. Al llegar, Inés y yo nos duchamos juntos: quedé impresionado por su desnudez: la noche prometía; los senos medianos con sus pezones oscuros, la esbelta cintura, el vientre acogedor y el sexo perfectamente triangular me excitaban desde el principio. Posteriormente, en la cama, introduje mi miembro en su cuerpo emocionado. Inés gemía de manera apasionada con mis avances. Inés acariciaba mis hombros y mi pecho mientras estaba debajo de mí mientras yo llevaba a cabo el acto sexual. Observaba su rostro extasiado y pensaba para mis adentros: "Está disfrutando, sigue así". Decidí colocarme un preservativo, para eso tuve que arrodillarme en la cama frente a ella y colocar el condón, momento que Inés aprovechó para, levantando su torso, practicarme sexo oral con el propósito de mantener mi erección. ¡Ah, sí, qué bien! Ahora sí podría eyacular con tranquilidad. "Uf, Inés, Inés, oh, oh, oohh". Y eyaculé. Luego abracé a Inés y le susurré al oído: "Cásate conmigo", mientras ambos escuchábamos los gritos de Isabel desde la otra habitación teniendo un orgasmo.

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