No importa experimentar y escuchar.
No consigo evitarlo, simplemente me siento muy molesto al saber que ella realizó tantas acciones a mis espaldas, y para empeorar las cosas, ahora me doy cuenta de que con él, ella sí logró superar su arraigada reticencia a pasear en motocicleta. Presionada por las circunstancias, solo para aparentar valentía, según ella. ¿Pero y si no? ¿Si era lo que realmente deseaba? ¿Demostrar ser una mujer decidida y empoderada? ¿Qué otras acciones habrá realizado por él o con él "por primera vez"?
Justo en ese momento, al pasar por delante de uno de los muchos bares y restaurantes de esa calle, de repente se abre la puerta y de ella sale visiblemente afectada por el exceso de alcohol, una mujer adulta mulata de larga melena rizada, caminando apresuradamente y de forma bastante desequilibrada, al igual que el marcado balanceo de sus grandes senos a punto de escaparse de su escotado vestido de tirantes color salmón, para acabar tropezando fuertemente con Mariana.
Por la fuerza del impacto, ambas chocan contra la cuadrada jardinera de ladrillo visible, que resguarda el tronco de una gallarda palmera, haciendo que Mariana caiga de espaldas y la mujer ebria de costado. Dos jóvenes morenos salen rápidamente del local y levantan a su amiga ebria, uno sujetándola por el brazo y el otro abrazándola por la cintura; me aproximo y rescato a mi pareja, sujetándola con mis brazos por la cintura, logrando que se ponga de pie rápidamente.
Aún sorprendida por lo insólito de la situación, Mariana me mira con los ojos abiertos de par en par. Y sin pensarlo, la giro un poco para limpiar con mi mano la suciedad de su vestido, a la altura de sus nalgas. Mientras tanto, la mujer se acerca e intenta hablar, tal vez para disculparse con Mariana, pero antes de poder articular alguna frase comprensible, se tapa la boca con las manos y sus mejillas se inflan como si fueran un par de globos color canela; sus ojos amarillentos y vidriosos se desorbitan, y lentamente se da la vuelta hacia la maceta, ubicada junto a la cabina telefónica. Dobla su espalda y apoya las manos, no sobre los ladrillos, sino sobre la tierra que rodea el tronco de la palmera.
Aunque no puedo verla, ya que sus amigos la rodean, mis oídos y los de Mariana captan con claridad los desagradables sonidos que emite, esforzándose por vomitar lo que ha consumido, y por supuesto todo lo que ha bebido. Mariana, tan escrupulosa como es, -evidentemente en esto no ha cambiado-, se tapa la boca con la mano derecha, apretando los párpados con fuerza, y observo cómo su rostro congestionado palidece, con ganas de también vomitar. Se acerca más a mí, buscando refugio, con su cabeza apoyada en mi pecho y con su brazo izquierdo rodeando mi cintura, me insta a caminar más rápido para alejarnos y poder tomar aire fresco.
Nos alejamos de ellos. Ya no escucho a la mujer, pero puedo oír la música que suena en el interior del local. Frase tras frase de la balada de Marvin Gaye, "Let´s Get It On", me lleva a imaginar de inmediato la expresión de satisfacción de ese individuo, sintiéndose triunfante e intentando seducir a mi mujer con su apariencia de macho rebelde, desprendiendo su olor a testosterona motorizada para que Mariana se sienta aún más atraída hacia él, y un débil "Gracias cielo", le oigo decir.
— ¿Gracias por qué? —Le pregunto mientras busco un sitio para que pueda sentarse.
—Por esto. Por lo de antes, y por todo. Gracias por estar todos estos años tan pendiente de mí. —Le respondo, y de nuevo abrazada bajo su abrazo, la melancolía se transforma en lágrimas silenciosas, que mi esposo ni ve ni escucha.
—
¿Cómo te sientes? —Inquiere amoroso y preocupado por mi bienestar, como siempre. Retira con sus dedos su mano de mi hombro derecho y suavemente levanta mi barbilla para confirmar visualmente mi estado. Sin pronunciar palabra alguna ni cruzar miradas, niego con la cabeza mientras sigo sintiendo náuseas.
— ¡Respira profundamente por la nariz! Vamos a sentarnos aquí. —Me alienta a hacerlo y luego me da un esperanzador pronóstico… ¡Te sentirás mejor! Pero en seguida me sorprende con una desalentadora orden… ¡No te muevas de aquí, vuelvo enseguida!
Inhalo con calma y exhalo lentamente, manteniendo los ojos cerrados y presionando mi vientre con ambas manos, todavía sintiendo esa molesta sensación en mi abdomen inferior. Percibo los sonidos de los vehículos pasando cerca, primero a mi izquierda y luego frente a mí, también puedo escuchar pasos apresurados y el roce de las suelas de los zapatos de algunos transeúntes. Voces hablando en papiamento, otras en inglés americano, además de risas lejanas mezcladas con las voces de niños que imagino jugando cerca.
Decido finalmente levantar la cabeza con calma, abro mis párpados lentamente y me doy cuenta de que estoy sentada bajo la sombra de un frondoso árbol de Marañón, sobre la barda amarilla que rodea el edificio de las oficinas de abogados. Busco con la mirada el recorrido que habría tomado Camilo, pero solo logro visualizar las figuras verdes de las dos grandes iguanas que adornan a cada lado, la misma jardinera donde Mateo, junto a su padre, se divirtió deslizándose varias veces por el tobogán que hay en el centro, la primera vez que visitamos la plaza Guillermina, acompañados por William.
Detrás de las esculturas se mantienen erguidas las cinco letras de la primera palabra peculiar que aprendí en esta isla, frente a las cuales, Camilo con nuestro hijo sobre sus hombros, y yo a su lado abrazándolo, fuimos fotografiados por nuestro anfitrión para enviar aquella imagen, junto con otras más, a nuestras respectivas familias, para asegurarles que estábamos bien, disfrutando y explorando este paraíso. ¡DUSHI! Quizás el letrero más reconocido de Curaçao.
Me levanto apresuradamente y atravieso la plaza, veo a Mariana sentada con mucha atención en el mismo lugar donde la dejé. Observa en todas direcciones, probablemente buscándome y aunque creo que no me he demorado mucho, su bello rostro brilla como un faro que me guía hacia ella, con sus ojos azules brillando intensamente, donde solía encontrar refugio para mis pequeñas batallas diarias. Mariana es hermosa, atractiva y sumamente guapa. Una sonrisa se dibuja en su rostro al verme acercarme, iluminándole la cara por completo.
—Te veo mejor, más animada. Traje agua y estas galletas de soda. —Recibe el paquete pero no la botella.
—Gracias cariño. Sí, me siento mucho mejor. —Responde, rasgando el envoltorio de las galletas soda con sus uñas, mientras desenrosco la tapa de la botella.
Mientras me mira, muerde levemente un trozo de galleta con sus dientes. Mastica y luego toma otro bocado. Después de que le entrego la botella de agua, ella aparta la mirada y bebe largos sorbos. Aprovecho para colocar mi mano en su frente, verificando que su temperatura ha vuelto a la normalidad.
Disfruto de esta cercanía. Su interés en cuidarme sigue intacto, demostrando que me ama a pesar de todo lo que ha pasado por mi causa. Termina de comer las galletas y bebe dos sorbos de agua, luego me devuelve la botella.
la botellita.
— ¿Me echas una mano? —Me solicita y une sus manos en forma de cuenco. Entiendo al instante y vierto un poco de agua en ellas.
Mariana lleva el agua a su rostro, mojando sus ojos y mejillas. Luego, manteniendo sus manos húmedas, se golpea la frente suavemente con palmaditas para pedirme más agua. Inclina la cabeza y esta vez deja caer el líquido en la parte superior de su cabeza, dejando que se deslice por su cabellera.
Observo cómo sacude la cabeza de un lado a otro, haciendo que las gotas salgan de su oscuro cabello en un arco. Luego, con sus dedos, peina su cabello desde la frente hasta la nuca, dándole una nueva forma a su corte. Me regala una mirada intensa con sus ojos azules, sonríe y parece mucho más tranquila, húmeda y encantadora.
— ¿Te sientes mejor? —Le pregunto con calma.
—Sí, mucho mejor. Gracias, cariño.
—Entonces, acompáñame a buscar mis cigarrillos. —Le ofrezco mi mano y Mariana la toma, recoge su bolso y su sombrero, y se levanta.
Cuando cruzamos la calle, suelta mi mano. Caminamos juntos por la plaza, respetando su deseo de caminar en libertad.
— ¿Ves algo? —Le pregunto a Camilo.
—No. Tal vez cerca de allí... —Señala una esquina donde hay varias personas, principalmente turistas, tomándose fotos frente a un letrero con el nombre del lugar.
Para mi sorpresa, Camilo acierta una vez más. Sin embargo, aún no ha visto al vendedor ambulante cerca. "El Mocho" Amado va por la acera con su carrito de mercado. Lo llamo con un silbido fuerte, sorprendiendo a Camilo.
— ¿De dónde has sacado eso? Parece que aprendiste a silbar como un profesional. —Camilo frunce el ceño. —Bueno, da igual. Supongo que todo se pega estando juntos.
—Error, amor. No todo lo aprendí de él en el pasado. ¡Fue Diana! Una tarde, ella me enseñó. Había restricción vehicular y tomé un taxi. Aprovechó para enseñarme. ¡Es cuestión de practicar! Ahora me sale fuerte y claro. ¡Jajaja! —Me río, pero él no parece compartir mi entusiasmo.
—Claro, la práctica hace al maestro. —Responde Camilo, con un tono que no logro descifrar. Siempre parece molesto cuando hago algo nuevo.
—Vamos, apresúrate, no vaya a irse el "Mocho". —Le insto a avanzar para alcanzar al vendedor y evitar más discusiones.
Mientras tanto, pienso en cómo aprendí a silbar. No solo para detener un taxi, sino también para expresarle a Chacho lo mucho que me gustaba su cuerpo. Descubrí que al vestir de manera sugerente, atraía miradas. Con el tiempo, entendí que lo hacía para llamar la atención de los clientes, no para agradarle más a mi marido.
O
al quitármela insinuante de manera forzosa en algunos casos, para despertar emociones en otros cuerpos recién conocidos y así cerrar los malditos tratos para favorecer finalmente a ese desgraciado. Desde luego que también aprendí a engañar para sostener mi matrimonio, no alejándome sino acercándome más, haciendo nuestros días juntos más alegres sin denegarle nada, incluso otorgándole todo, ofreciéndole incluso lo que él no quería, aunque pasando menos tiempo siendo fiel. ¡Ser una infiel tiene un precio y yo, no encontré otro modo diferente para compensarle mis errores!
Camilo y yo nos acercamos. Él lo hace por el costado y le da palmaditas en la espalda. El Mocho se sorprende al principio pero después de reconocerlo le sonríe y lo abraza. Yo me quedo detrás, a unos pocos pasos. Algo le dice mi esposo al oído y el Mocho voltea a verme sin mostrar sorpresa.
—Buenas noches, señora. —Me saluda con amabilidad pero no me reconoce, lo cual me desanima un poco. Hace más de dos años era yo quien le hacía el gasto, no solo de cigarrillos sino de algunos dulces y paquetes de papas fritas para Mateo.
Camilo toma del improvisado estante de madera dos paquetes de Marlboro y otro de Parliament para mí. Le extiende un billete y le toma la mano, obligándolo a cerrar el puño, evitando que el Mocho se apresure a devolverle el cambio. Otro abrazo le da Camilo por despedida y de mi boca sale un: ¡Gracias, cariño! y buena venta esta noche. Recibo una sonrisa de su parte y un respetuoso… ¡Que disfrute la noche, señora!
—Bueno… ¿Y ahora? ¿Adónde vamos? —Le pregunto a Mariana mientras caminamos por la acera empedrada hasta la otra esquina de la plaza, esquivando a las personas que se nos van cruzando.
— ¿A la playa? Allí podríamos descansar un poco los pies. —Le respondo, recordando a Emma y su consejo de caminar un rato sobre la arena para reflexionar.
—Entonces… ¿Cómo te fue? —Me pregunta, mientras veo cómo va abriendo su nuevo paquete de cigarrillos y toma uno de ellos para ponérselo en la boca.
— ¿Qué cosa? —Le respondo sin entender a qué se refiere.
— ¡Pues tu primera vez! —Mariana me mira extrañada, y entonces entiendo que debo aclarárselo.
—El paseo con él, en su motocicleta. —Y enciendo mi cigarrillo mientras espero su respuesta.
—Ahhh… —Camilo no se le escapa nada, quiere saber… ¡Saberlo todo! Antes de responderle me detengo un momento para buscar en mi bolso la cajetilla con mis cigarrillos.
Verlo fumar me anima creo yo, –además del nerviosismo que de nuevo comienzo a sentir– y me incita a refugiarme en el tabaco. O tal vez, al tenerlo entre mis dedos sea la excusa perfecta para disimular mi súbito ataque de ansiedad. Tomo uno y lo enciendo esta vez rápidamente. Inhalo y exhalo el humo, por supuesto también sin mirarlo, suelto dos simples palabras: ¡Era eso!
—Pues te cuento. Recuerdo que al llegar los dos hasta el lugar donde tenía su motocicleta aparcada, tomó los dos cascos que estaban sobre las alforjas y me ayudó a ponerme el mío, ajustándome la correa. Después de ponerse el suyo se giró para subirse a su moto, enderezando la máquina y dándole al botón de arranque. Al montarme en ella, comprendí que era mucho más grande e imponente de lo que recordaba. ¡Y muy ruidosa!
—Con cuidado puse mi sandalia derecha en el reposapiés y me ayudó a subir ofreciéndome el apoyo de su brazo; levanté rápidamente mi pierna izquierda estirando la tela del vestido lo máximo posible para no mostrar mi ropa interior y terminé por sentarme, colocando estratégicamente entre mis piernas y la parte baja de su espalda, el bolso bien sujeto por mi mano izquierda.
—Te juro que busqué a los lados algo a donde agarrarme. No pude encontrar nada, así que no tuve más opción que simular tranquilidad y colocar mi mano.
—Mira hacia la derecha sobre su hombro, para sujetarme.
— ¡No así, puedes caer! Mejor abrázame y despreocúpate pastel, que iré despacio. No quisiera llegar a nuestro destino y encontrarme de repente sin mi paquete. —Recuerdo que me lo dijo con su característica bravuconería.
—Reflexioné y pasé mis brazos por debajo de los suyos, entrecruzando mis dedos sobre su pecho y recostándome ligeramente en su espalda, pidiéndole que no acelerara demasiado al salir del estacionamiento para tomar la avenida. Tenía mucho temor y una extraña sensación me invadió, una mezcla de nervios al ser la primera vez que viajaba en ese tipo de vehículo, ¡y un... ¡Un placer desconocido!
—No estaba seguro de la causa exacta, y pensé que tal vez ese escalofrío se debía al recordar que siempre rechacé la idea cuando me la propusiste, diciéndote que nunca viajaría contigo o con alguien más en una motocicleta, incluso si me ofrecieran un millón de dólares. Y justo en ese momento, lo estaba haciendo... Con otro.
—¡Pero al final, lo hiciste! —Me dice Camilo con un tono débil, envolviendo sus palabras en tristeza y dolor.
Mientras rodeamos un templo por la acera opuesta, le contesto...
— Sí, lo hice para jactarme ante él de ser una mujer completamente distinta a la imagen tonta que al principio tenía de mí. ¡Una mujer decidida, sin miedo a nada!
—Claro que sí Mariana. Solo querías demostrarle a ese desgraciado que eras una mujer con carácter, decidida y a la vez simpática y alegre. Completamente opuesta a la mujer recatada y fiel que eras en tu matrimonio. Oh, y además, presumir tu figura mientras paseabas con él en su motocicleta con ese vestido ajustado. ¿Realmente pensaste que esa era la mejor forma de empoderarte? ¡Por favor! Qué tontería. Lo único que lograste al acompañarlo fue llamar más su atención, gustarle más. —Hablo con ironía pero con total sinceridad, aunque no le guste.
—No, Camilo, no fue para agradarle a él. Lo hice por mí. Quería vencer ese miedo absurdo y sí, también para disfrutar de la sensación de libertad e independencia que tú mismo mencionaste al intentar persuadirme para subir a una moto contigo. ¿Y sabes qué? Tenías razón. A pesar de tener los ojos cerrados, pude percibir eso, al sentir el cálido viento de esa noche golpeando mi rostro, brazos y muslos, y notar cómo me seducía una extraña excitación física, desde mis pies hasta mis muslos, terminando con ritmos estremecimientos que vibraban en... ¡En cada nalga!
Veo a mi esposo fumar, lenta y dubitativamente. Aunque me alarme y moleste, decido continuar narrándole el resto de ese paseo con lujo de detalles. ¿Contará eso también como una infidelidad para Camilo?
—No sé si fue por ser la primera vez, pero yo... Esas vibraciones del motor, o al pasar por los baches y las irregularidades de la carretera, sentía que me estremecían aquí Camilo, aquí en mi entrepierna. —Lo miro sin tapujos, posiblemente con algo de enfado realmente y me pongo la mano sobre mi zona íntima sobre el vestido para que me entienda. Baja levemente la cabeza y me observa. Sin embargo, no dice nada y yo continúo recordando esa noche.
—Una excitación deliciosa se apoderaba de mí, causada por el vértigo en mi stomach, al sentir la fuerza de la gravedad más de cerca, al tomar las curvas de forma tan inclinada; o por el empuje hacia atrás que producía en mi cuerpo cada vez que aceleraba para rebasar a los vehículos, haciéndolos sentir muy cerca. Una sensación desconocida en mi corazón latiendo muy rápido, similar a las mil revoluciones...por minuto de aquel reluciente motor que rugía como un toro cada vez que él cambiaba de marcha. Sí, cielo, tenías toda la razón cuando me decías que iba a sentir… ¡Adrenalina pura!
— ¡Ahhh, maldición! Ahora resultará que fui yo el responsable. —Me dice Camilo con un toque de sarcasmo.
—En absoluto, todo fue culpa mía. Ya te lo había mencionado. Del mismo modo te comenté que a pesar de todo, siempre estabas presente en mis pensamientos. ¿Sigo? —Le respondo con total honestidad y él asiente.
—En un abrir y cerrar de ojos, literalmente, ya que durante la mayor parte del corto trayecto los tuve cerrados, para ser sincera, pero experimentando en mi cuerpo los giros a derecha o izquierda, por calles cuya anchura desconocía; unas calladas y otras bulliciosas, cada una diferente. En ocasiones me atrevía a abrirlos, solo cuando percibía que reducía la velocidad, bajando las marchas en orden para frenar. Así continué hasta que se detuvo por completo y mi rostro, al igual que mis pechos, chocaron repentinamente contra su espalda, diciéndome al estacionarse:
— ¡Hemos llegado! Puedes abrir los ojos. —Aunque estábamos detenidos, mis manos seguían aferradas con fuerza, manteniendo mis brazos ligeramente por debajo de su pecho.
—Al abrirlos, lo vi mirándome de perfil con su característica descaradez, llena de picardía y un cierto tono burlón. Me sentí avergonzada y solté mis manos de inmediato, dejando de abrazarlo, pero al mismo tiempo molesta conmigo misma por permitirle deleitarse con mi fragilidad.
—A ver pícaro, ¿qué te parece este escenario? ¿Ya lo conocías? —Me dijo mientras intentaba bajar de la moto sin llamar la atención de las personas que recorrían el lugar, con la visión de mi tanga negra brillando entre mis muslos blancos al tener que abrir las piernas a más de cuarenta y cinco grados.
Nosotros, al igual que lo que me narra, también tenemos delante un hermoso paisaje. La playa brillando con luz de bombillas incandescentes colgadas en una línea desde un cable entre palmeras, oscilando caprichosamente con la brisa costera, iluminando desde el principio hasta la estrecha pasarela de madera más allá, que rodea el rompeolas en forma de "L", donde dos grandes fogatas ya están encendidas casi juntas, y en medio de ellas, entre varias personas más, las tres compatriotas bailando descalzas sobre la arena blanca y los...
—Me giré sobre mis talones y... Camilo, ¿me estás prestando atención?
— ¿Qué?... Claro, por supuesto. ¿Y entonces qué pasó? —Le contesto volviendo mi mirada hacia ella, para mostrarle la atención debida.
—Aún con el casco puesto, caminé hasta el muro y desde allí contemplé el hermoso panorama nocturno de una parte de la ciudad, con sus luces multicolores titilando a lo lejos, y varios metros más abajo, el sonido que parecía elevarse desde el río Magdalena cruzando el valle, interrumpido por el croar colectivo y descoordinado de las ranas, o silenciado intermitentemente por el estruendoso chirrido de las cigarras y otros insectos amparados por la oscuridad.
—Es la primera vez que estoy aquí. Nunca había venido a este lugar antes. —Le respondí mirándolo al notar que se acercaba a mi lado.
—Espera, déjame ayudarte. —Me dijo y de inmediato desabrochó la correa que sostenía el casco en mi cabeza, acariciando mi mentón con su pulgar y acercándose un poco, inclinó su rostro con intenciones de besarme. Retrocedí un paso y le pregunté…
— ¿Qué intentas hacer? ¡Fuera, demonio! —Interponiendo mi antebrazo entre su rostro y el mío.
— ¡Darte un besito, cariño! El otro día,
Me quedé con las ganas y ya que es tu primera vez, al igual que tu paseo en mi motocicleta, deseo que sea memorable para ti. —Respondió extendiendo su brazo derecho hacia mi cuello y con la otra mano jugueteó con mis cabellos, dejándolos revueltos como un nido de pájaros.
— ¡Claro, cómo no! ¿Tu novia o alguna de tus otras compañías no te calmaron? De hecho, ¿no traes a tus conquistas aquí para enamorarlas? —Pregunté mientras me apartaba de él y buscaba en mi bolso el cepillo para arreglar mi melena, sin éxito.
— ¡Jaja! ¿Crees eso? Te equivocas. Aquí solo he venido con las dos mujeres que me interesan de verdad: mi novia y tú. —Terminó su frase con una sonrisa maliciosa y se acercó nuevamente con malas intenciones.
—Me resistí de nuevo moviendo mi cabeza hacia atrás, pero él avanzó y se acercó más. Rápidamente me di la vuelta para esquivarlo, pero de repente sentí como acomodaba mis cabellos, dividiéndolos en dos y colocándolos sobre mis hombros; sus manos se posaron en la nuca, presionando con sus pulgares los músculos de mi cuello, relajándolos con movimientos circulares, luego descendió hacia los trapecios y acarició mis omoplatos, realizando un masaje relajante que, sin pedírselo, disfrutaba. En lugar del cepillo, encontré mis cigarrillos y decidí fumarme uno para evitar que intentara besarme.
—Vamos Meli, no seas esquiva. Solo un beso y listo. Eso me basta. —Dijo suavemente, cambiando su tono a uno más sensual y provocador, muy cerca de mi oído.
—Prefiero mantenerme fiel a mi marido. —Respondí con sarcasmo, aunque había logrado erizarme los vellos de la nuca.
— ¡No te hagas la tímida! ¿Tan malo fui que ya lo olvidaste? —Con esas palabras me desafió, a lo que respondí...
—Aquella vez fue por un juego y porque estaba algo excitada. Decidí olvidarlo, fue efímero y no quise herir tu ego masculino dándole importancia.
—Se molestó un poco.
— Respecto al otro beso, fue una especie de compensación por tu esfuerzo, no era un deseo de besarte. Simplemente lo sentí necesario. —Aclaré.
Camilo levantó los hombros aparentemente resignado, al igual que sus cejas negras. Jugaba con el humo de su cigarrillo mientras caminábamos, se rascó la oreja y me preguntó...
— ¿Fue verdad que no te importó? ¿Que no pensaste en ello? —Interrogó mirándome a los ojos.
—Sí. Me impactó más haberme acostado por la fuerza con ese profesor, el sentimiento de culpa y temor a que lo descubrieras hizo que restara importancia a lo otro.
y le hice que hiciera a José Ignacio. —Respondí con franqueza.
—Mmm, entendido. Continúa relatando qué más ocurrió esa noche. —Me insta Camilo a continuar y así lo hago mientras seguimos avanzando, sintiendo, en mi caso, los granos de arena colándose dentro de las sandalias por debajo de la planta de mis pies.
—Si no me falla la memoria, le expresé algo así… «Y bien Nacho, sin duda me pareces un hombre atractivo y muy guapo, sería ciega si omitiera esa verdad, pero no cumples con todos los requisitos, te falta algo y no encajas totalmente en mis gustos personales. Para sentir atracción por un hombre, necesito experimentar algo adicional. Ser apreciada y valorada, como una mujer especial y sobre todo única». —Le respondí de manera sincera esperando que de esta forma se calmara un poco y disminuyeran sus revoluciones, sin embargo, él contestó de inmediato...
—Pero vamos mamacita, es que tú no te dejas querer. Si cambiaras un poco tu actitud hacia mí, podríamos desarrollar algo entre nosotros. ¡Así es increíblemente complicado! —Replicó sacando de su billetera un trozo de marihuana.
— ¡Qué situación más peculiar! Ahora resulta que el hijo de la gran playa es un amante de la marihuana. —Comenta Camilo molestó al descubrirlo, y yo paso por alto su comentario para continuar con la historia.
—O podríamos dar por terminado todo. Tú con mi matrimonio y yo con tu noviazgo. No Nacho, debes entender que ese hombre tan atractivo para mí, ya no lo busco en ningún otro, porque lo tengo a mi lado desde hace años. Porque mi esposo supo transmitirme desde el principio ese tipo de sensaciones. Hummm… Entre nosotros hubo chispa, magia y… ¡Una conexión más emocional que física! —Concluí ese tema y me recosté en el muro para fumar con tranquilidad.
— ¡En todo caso, debo agradecerte por tener esa percepción de mí, delante de tu amante! —Le digo a Mariana y sin esperar su respuesta, me alejo de ella para dirigirme a las rocas cercanas pisando descuidadamente pedazos de madera, envoltorios vacíos de snacks e incluso pequeñas cucharas de plástico. Con un pequeño salto, logro llegar a la esquina lateral de la plaza del Fuerte, y dejo la colilla de mi cigarrillo en el contenedor de desechos.
— ¡Aunque te cueste creerlo Camilo, eso le dije, y es lo que siempre he expresado a los demás cuando me preguntaban por mi esposo! —Me grita Mariana a mis espaldas y yo muestro una mueca de desaprobación con mi boca, que ella no nota mientras regreso escuchándola decir...
—Me contó que esa noche en el hotel, él dejó gran parte de su orgullo arrodillado allí, con su… ¡Puff! Con su rostro entre mis piernas y con… Con su lengua sumergida dentro de los labios de mi «Panocha mojada». ¡Así lo expresó! Y también que no le parecía justo que lo dejaran pasar por alto y que, a pesar de ser su primera vez, no le había parecido que lo hubiera hecho tan mal.
—De acuerdo, Mariana. —Irumpo para expresar su inconformidad, sus dudas y sus suposiciones. —Imagino que te creíste cada palabra que te dijo y por eso terminaron ocurriendo los hechos entre ustedes dos.
— ¡Eso no es cierto en absoluto! ¿Cómo se te ocurre pensar que me dejaría llevar por ese discurso tan lamentable? En absoluto fue así, simplemente le respondí con un toque de ironía… «¡Oh, qué amable! Muchas gracias por tus palabras.», pero José Ignacio continuó con sus explicaciones, sincerándose conmigo al parecer, mientras se fumaba su porro de marihuana.
—Escucha Corazón, me atraes más de lo que imaginas, posees una apariencia angelical y un cuerpo envidiable, pero es tu actitud hacia mí lo que me vuelve loco. Y es claro que yo te resulto atractivo… ¡Aunque te niegues a admitirlo! —Se quedó en silencio acercándose a la parte trasera de la motocicleta y sacando de una alforja una botella de vidrio sin etiqueta, luego regresó para continuar diciéndome...
Por eso considero que esimportante que tú y yo experimentemos algo juntos. Realmente me atraes mucho, ya que has demostrado ser distinta a las demás mujeres, que únicamente me buscan para saciar sus impulsos más bajos, liberándose de sus traumas, y que me acosan constantemente. Son muy fáciles de satisfacer. En cambio, tú me evitas, muchas veces ni me defines, o cuando lo haces no muestras emoción alguna, provocando en mí un sentimiento confuso. ¡Tampoco habrás probado esto! —Me comentó e intrigada le pregunté: ¿Qué es?
— ¡Aguardiente! Vamos, prueba un poco. —Y me ofreció la botella sin abrirla.
—No, gracias Nacho. Ya lo probé alguna vez pero no me gustó. —Le contesté y rápidamente se la devolví. Él sí la destapó ágilmente y tomó un sorbo para decirme después...
— ¿Sabes algo? Desde aquel beso en mi casa, sin que te hayas lanzado a mis brazos al mostrarme desnudo frente a ti, he estado pensando que una mujer como tú es la que realmente necesito a mi lado. ¡En serio!
—Pero ya tienes a tu pareja. ¿Acaso no es suficiente con ella? Porque déjame decirte que por mi parte, cada día que paso con mi esposo y mi hijo, me llena de felicidad. ¡Me sobra y me basta con él! —Así le respondí y empecé a notar un cambio en su actitud hacia mí.
Nos quedamos en silencio por un momento y entonces pensé, al saber que era deseada por el hombre que antes se burlaba de mí, me emocionó un poco. No lo puedo negar. ¡Tan deseada pero inalcanzable para aquel hombre conquistador! Y por otro lado, sentí bastante preocupación por lo que vi en el brillo de sus ojos. Me había convertido en su objetivo, en su… ¡Obsesión! Y no quería complicarme más de lo que ya estaba, así que finalmente traté de pararlo diciendo...
—Ni siquiera has logrado entrar en mi mente. ¿Comprendes? No has invadido ninguno de mis pensamientos, para bien o para mal. Al contrario. Lamento haber actuado de la manera en que lo hice contigo. Me equivoqué, y con esas acciones quizás te di falsas esperanzas. Lo siento mucho. No eres el tipo de hombre amoroso y fiel, cariñoso y sincero, que siempre he querido para mí, y afortunadamente ya lo encontré en mi esposo. —Y sin apartar la vista del rostro de Camilo, observando su reacción, decido detenerme no muy lejos de una fogata para descalzarme y descansar los pies caminando sobre la arena fría.
—Y adivina qué me respondió. Camilo levanta los hombros confirmando con ese gesto que no tiene idea, así que prosigo compartiendo mis recuerdos.
—Me juzgas mal, galleta. No soy un hombre malo, lo juro. Sucede que no has intentado conocerme bien, y por tanto no sabes lo duro que ha sido para mí llegar hasta aquí, y si soy así es por la vida misma que me ha enseñado desde pequeño que es mejor reservar lo mejor de mí para después. Se podría decir que soy como soy, por naturaleza. ¡Un soltero feliz y hermoso sin tantas responsabilidades! Jajaja.
—Un hombre hermoso pero irresponsable e inmaduro. Arrogante, pedante, sarcástico, emocionalmente inestable y además, infiel a su pareja sin mostrar arrepentimiento alguno. ¿Todo eso lo aprendiste en tu difícil camino por la vida? ¿O también es culpable la naturaleza? —Se lo expresé de esa manera, directamente y sin rodeos.
Camilo se detiene, mira hacia el grupo de personas –la mayoría muy jóvenes– que felices hablan, ríen e incluso saltan de alegría al ritmo de la música, y luego mi esposo me sorprende al desabrocharse la camisa.
— ¿Qué piensas hacer? —Me pregunta Mariana al darse cuenta de que me estoy quitando la camisa.
— Pues sentarnos aquí para descansar y poder hablar con tranquilidad. —Le respondo y extiendo mi camisa sobre la arena y saco de la mochila la botella de ron y los dos...
pequeñas copas. Me alejo de allí, manteniendo aún oculto todo a su vista.
— ¡Vamos, siéntate ya! —La ayudo a arrodillarse primero, y luego Mariana con su característica gracia, acomoda sus piernas cruzadas, subiendo un poco el dobladillo de su vestido, apartando el bolso, las sandalias y el sombrero a un lado.
— ¿Qué tal un brindis? —Le pregunto mientras le entrego su copa rebosante de ron.
— ¿De veras? ¡Jajaja! ¿Por qué motivo, razón o circunstancia? —Responde algo intrigada pero con una amplia sonrisa iluminando su rostro.
— ¡Por tus verdades y por nuestro dolor! —Contesto devolviéndole una leve sonrisa.
—Salud entonces. —Y chocamos las copas suavemente, lo que provoca que mis senos se eleven levemente y que la cadena de oro con la alianza de Camilo salte.
— ¿Ya viste? Allí está la rubia que te miraba fijamente. —Señalo a Camilo con mi dedo índice.
—Sí, las había notado. Esperemos que no noten que estamos aquí para que nos dejen continuar nuestra charla. Y, entre otras cosas, ¿me estabas contando cómo te sedujo con su labia a lo Don Juan Tenorio?
— ¿Qué? ¡Nahh, para nada me sedujo! No fue así en absoluto. Recuerdo que me dijo...
—«Cariño, debes entender que si estoy con una u otra, es porque tengo mis necesidades, y ninguna ha logrado satisfacer esas expectativas, creo que si me quedo solo con una, me perderé de conocer a otras que quizás puedan llenar esas carencias. ¡Como sucede contigo! Por eso considero que deberíamos explorarnos más... Profundamente. ¡Quizás seas tú el amor de mi vida!»
—Me eché a reír viendo el oscuro panorama iluminado por las pequeñas luces a lo lejos, para luego responderle sin mirarlo...
— ¡Jajaja! Tienes dos problemas, cariño. Primero: Estoy felizmente casada. Y segundo: No estoy tan necesitada como para requerir tus servicios. —Con el porro entre su pulgar e índice, inhaló profundamente contemplando su respuesta, para luego exhalar una densa nube de humo con aroma a madera y tierra, antes de replicarme...
—Bahh, eso no importa, porque al final las cadenas de una relación se oxidan y se rompen con facilidad. Y además, estoy seguro de que mientes y en el fondo querrías probar estar conmigo, al menos por un tiempo.
—Finalmente me giré para encontrarme con su mirada, ajustando al mismo tiempo mi despeinado cabello hacia atrás, y de manera pausada pero sarcástica le dije algo así:
— ¡Casi, cariño! Casi me apena haber llegado tarde a tu vida. No sabes lo triste que me siento al saber que, como en la canción de Arjona, llegamos tarde a este cruce de caminos. ¡Jajaja! Pero hablando en serio... ¿Sabes qué pienso? Creo que por el bien de ambos, deberíamos dejar las cosas como están. Olvida todo sobre mí... sobre mi boca y ese beso... Y también cualquier otra cosa. Nacho, no compliquemos nuestra vida ni arruinemos lo hermoso que tenemos con nuestras parejas. Nos aman y no merecen ser traicionados. Bueno, al menos hablo por mi esposo. No sé si tú puedes decir lo mismo de tu novia. —Su sonrisa desapareció, llevando una mano a su nuca para frotársela, adoptando una expresión seria al decirme...
—Solo respóndeme algo, Meli, pero con sinceridad: ¿Eres feliz con tu marido?
—¡Por supuesto! —Después de darle una rápida fumada al cigarrillo, soplo el humo hacia su rostro, sonriendo ligeramente por mi travesura.
— ¡Qué graciosa eres, mi cariño! Sin embargo, te aseguro que en la vida, antes de morir, es mejor probar de todo. Lo dulce y suave, y también mezclarlo con lo amargo y lo fuerte. Siempre quedándote de un solo lado, terminarás aburriéndote. Por eso, es mejor experimentar y...es que en la cama te enrosques, te estires y al final, te des la vuelta para acomodarte de forma distinta. —Respondí yo.
— ¡Qué curioso! Ahora resulta que el Playboy de la playa también es un filósofo. —Comentó Camilo, a lo que yo le contesté sonriente...
—Así es. Sin embargo, él tenía sus razones para pensarlo. Igualmente mencionó que vivir de manera platónica y fiel podría resultar agotador, y que si no lo experimentaba en ese momento, lo haría sin duda en el futuro. Ya fuera por mi culpa o la tuya, mi verdugo. Pero por favor, Camilo, déjame terminar sin interrupciones, estoy tratando de recordar los hechos tal como sucedieron. ¿De acuerdo?
Camilo asintió aún de rodillas, y con un gesto de poner un dedo sobre sus labios en señal de silencio, sirvió más ron mientras yo tomaba un sorbo. Dejé caer la colilla de mi cigarrillo a mi derecha, en una huella en la arena. Decidí usarla como mi cenicero personal antes de continuar recordando aquella conversación a media luz, con Chacho y yo de pie, cercanos físicamente pero distantes en nuestras opiniones sobre la fidelidad, en aquella plaza cuadriculada bajo un cielo estrellado, gracias a la débil luz de la luna.
—Desde mi punto de vista, –dijo mientras bebía directo de la botella de aguardiente–, y basándome en mis experiencias, la traición manejada con astucia ha resultado en disfrute posterior para el marido engañado, a diferencia de lo que puedas pensar. Te lo aseguro. Algunos de esos hombres, esperan con confianza o enojo en casa, el regreso de sus esposas después de haber estado conmigo. Ellas, para ocultar sus culpas, ya sea arrepentidas o no, se esfuerzan en intimar con ellos y hacerles olvidar su desconfianza o ira a través del sexo. Se entregan con generosidad y no les niegan nada. Comienzan de forma tradicional para luego aventurarse incluso en nuevas experiencias que nunca se atrevieron a explorar con sus engañados esposos. Como puedes ver, esos traicionados parecen más felices así. ¡Disfrutando sin saberlo de mis sobras!
—Entiendo. Según tu versión, esos esposos engañados deberían agradecerte por mejorar sus aburridas vidas matrimoniales. ¡Jaja!
—Me burlé de él, cielo. ¡Lo juro! Pero no pareció molesto por mi comentario y, al igual que yo, se recostó en el muro de piedra para seguir fumando marihuana, entonces continué diciéndole...
—Bien, ahora en serio. Es un enfoque diferente y quizás para algunas mujeres necesitadas de emociones intensas funcione así, pero para mí, ser infiel y mentirle a mi esposo va en contra de mis valores morales y la ética en una relación establecida.
—Quizás estés equivocada y ser infiel contigo no sea malo para ti ni tan desastroso para tu esposo. Piénsalo un momento, o mejor aún... ¡Déjame adivinar! ¿Acaso volviste a casa sintiéndote culpable por lo que pasó entre nosotros y lo buscaste esa noche? Lo convenciste fácilmente y tuvieron un buen encuentro, ya que, aunque tu esposo no sospechaba nada, te sentía más cariñosa y apasionada que de costumbre. Ustedes dos disfrutaron lo que habíamos comenzado y dejado a medias. ¿Adiviné? —Y creo que con total seriedad le respondí...
—Casi aciertas. Tuvimos una noche apasionada, pero no porque me sentía culpable al llegar a casa, sino porque entre nosotros todavía existía el deseo de tener una buena sesión de sexo después de un tiempo sin estar juntos, porque nos extrañábamos. Eso es amor, querido Chacho. ¿Y tú? Apuesto a que te entretuviste pensando en mí esa noche.
— ¿Yo? ¡Jaja! ¡Pero
¡Qué abusiva! Para ser honesto, me dejaste con la erección pero con Carlos durmiendo al lado no pude satisfacerme, sin embargo, pensé en ti y en que debía hacer contigo aquello que nunca le había hecho a ninguna mujer. ¿Te gustaría? Contigo sí, por eso me gustaría que me permitieras hacértelo bien.
—Qué amable de tu parte Nacho, pero en serio, no es necesario que te preocupes, mi esposo me complace con dedicación, y disfruta aún de mi intimidad. Sería mejor que practicaras con tu novia o con alguna de tus conquistas. ¿Qué tal con K-Mena? La vi muy cariñosa contigo hoy. ¡Puede que le interese escucharte a ella!
— ¡Jajaja!... Con Grace sí lo intentaría, pero hasta que regrese de su viaje. Las otras me resultan desagradables, y con Carmen Helena... no debo entrometerme. Se va a casar con mi amigo, mi hermano del alma. Además, te cuento en confianza, ella aún es virgen. ¡El novio Sergio no se ha atrevido todavía a dar ese paso!
— ¿En serio, Nacho? Qué sorpresa. ¡Hoy se veía muy coqueta, incluso te pidió pasear en moto! —Respondí con gesto de asombro intentando indagar más.
— ¡Vaya! Pareces ser muy observadora. —Dijo, antes de desechar los restos de marihuana, para finalmente compartir sus sentimientos por K-Mena.
—Es verdad que hoy ella está muy enérgica, y esta tarde me ha insistido en... Olvídalo. Aunque si insiste mucho, quizás deba ceder. ¡Jajaja! ¿Estás molesta y por eso me has evitado?
— ¿Yo? ¡Jajaja! Para nada. Si decides arruinar esa bonita amistad, es asunto tuyo. Además, estaba ocupada atendiendo a unos clientes con Eduardo, que estaban molestos porque no fueron atendidos adecuadamente. —Le respondí.
— Quizás te refieres a una pareja mayor y molesta con dos niños traviesos que solo causaban problemas. No quería perder el tiempo con eso. Espero que te hayas entretenido atendiéndolos. Y volviendo al tema de Carmen Helena, solo demuestra que algunas quieren problemas. —Mientras hablaba, se sujetaba el bulto sobre el pantalón con su mano izquierda.
—Meli, debes entenderlo de otra manera. La infidelidad es solo otra faceta de la vida. Forma parte de todos, tu esposo y tú también. Tarde o temprano, les ocurrirá, si no ha sucedido ya. Es como la muerte misma, siempre presente. No debes temer lo que pueda suceder entre ustedes dos.
— ¿Entre tú y yo? ¡Ja-ja-ja! Deja que me ría. Pareces muy seguro. No veo que tus sueños se hagan realidad pronto. ¿Y sabes por qué? Porque ser infiel no me haría sentir bien, sino atormentada, al poner en riesgo mi relación por un deseo sexual, y sufriendo al saber que sería una apuesta arriesgada. —Le respondí.
—Conmigo te sentirías diferente, como ahora. ¡Lo sabes! Tan independiente como yo, sin ataduras. Te ofrezco libertad para que disfrutes más de ti misma, disfrutando conmigo y sin complejos. Luego vuelves a casa fresca y relajada.
Y oliendo agradablemente a los brazos de tu esposo, notarás que al romper con la rutina, tu matrimonio mejorará, si es tu deseo conservarlo.
—Qué bonitas palabras, querido, pero será mejor que las reserves para tus otras conquistas, aquellas que puedan estar descuidadas o aburridas, y que no se sientan realizadas con la vida que llevan. Deja tu propuesta para las insatisfechas que dudan del amor en sus hogares. Personalmente, no me aburre en absoluto compartir mi vida con mi actual esposo.
—Te daré tiempo para reflexionar, cariño, y quizás comprendas que, por más que creas tenerlo todo, siempre existirá un vacío en tu interior que te hará sentir incompleta, y en ese momento, podría ser que aún desee ofrecerte un lugar en mi cama y despertar abrazados, con una sonrisa de satisfacción en tus labios —me respondió con altanería y petulancia, como de costumbre. Pero no me intimidé y le repliqué al instante…
—Si alguna vez engañara a mi esposo, no creo que tú seas mi primera opción. Afortunadamente, tengo varias alternativas a mi disposición en mi día a día. Cuando sienta deseos, elegiré lo que más me atraiga, y si no estoy satisfecha con lo que tengo delante, tal vez más tarde me gustaría probar el postre que me estás ofreciendo. No te ofendas, ¿de acuerdo?
—¡Jajaja! Vaya, qué exigente resultaste. ¿No te han dicho que tu franqueza es tan impactante como tu belleza? Esa actitud es la que me atrae. Por eso me fascinas, además de esos ojos azules y, sobre todo, ese trasero del que tanto sueño con darle unas buenas nalgadas —y, tomando desprevenida, me dio un ligero palmazo en una nalga.
—Bueno, querido, ya es hora de volver, está comenzando a hacer frío —comenté, arrojando la colilla de mi cigarrillo al vacío.
—¿Ya? ¿Eso fue todo, Mariana? ¿Solo palabras y nada de... nada?
—Así es, eso fue todo. Ni un beso ni una caricia. Nada. Sin embargo, debo confesarte algo. Después de que me dio su chaqueta de cuero, que me quedaba grande, al subir al soporte, se enredó la cadena de oro que llevaba en mi tobillo derecho desde que me la regalaste; al verla rota, solté un exabrupto que lo hizo volverse y ayudarme a recogerla. Observó el dije con forma de corazón y pasó el pulgar sobre las iniciales. Una sonrisa maliciosa asomó en sus labios y al devolvérmela dijo...
—¡Claro que sí, cariño! El destino nos está indicando que tu esposo, aunque intente encadenarte, no podrá mantenerte atada a él para siempre.
—No le respondí, ya que nunca me he sentido así ni me has hecho sentir de esa manera. Por el contrario, al haber ocultado lo ocurrido entre él y yo, y luego con ese profesor, fui yo quien deseaba mantenerte unido a mí, sin sospechas ni conocimiento de mis desdichas.
—Tomé la cadena con cuidado y, por la prisa de partir hacia el hotel, la guardé en el bolsillo lateral de su chaqueta. Por eso no la volviste a ver en mi tobillo y te mentí al decir que la mantenía guardada con las demás joyas. La verdad es que, debido a lo que ocurrió después, la dejé allí y olvidé pedírtela de nuevo para llevarla a arreglar. Lo siento, cariño.
No fue solo su voz ni el tono con el que me contó lo sucedido con la cadena de oro y el dije en forma de corazón lo que me hizo tranquilizarme y no reprocharle nada. Fue su expresión facial, visiblemente entristecida, y en sus ojos azules, la tristeza renacía gradualmente, junto con la vergüenza que empezaba a aflorar de nuevo en forma de lágrimas brillantes.
Mariana suspiró y con determinación pasó el dorso de la mano libre por sus ojos, luego los recorrió y extendió la palma por ambas mejillas.
Ella cambia de posición, se sienta doblando ambas piernas y acercándolas a su pecho, rodeándolas con los brazos y con la cabeza inclinada hacia abajo, bebe de su copa hasta vaciarla y luego continúa hablándome.
—Al principio, él se aproximó a mí con el casco en la mano, mientras yo desenredaba mis cabellos con los dedos. No quería que se enredaran demasiado con el viento, así que busqué una de mis bandas elásticas en el bolso pero no encontré ninguna para sujetarlos. Sin dudarlo, hice algo que sé que no te va a gustar saber. Fue una acción imprudente, pero debo confesar desde ya, que lo hice solo para... ¡Impresionarlo!
—Frente a él, -bastante cerca para que nadie más lo notara- llevé una mano por debajo de la tela de mi vestido y con cuidado, sin revelar demasiado, me deslicé hacia abajo la tira elástica del tanga y luego con la otra mano, realicé la misma operación, quitándomela por completo desde los muslos hasta los tobillos y luego levantando un pie, luego el otro, la tomé con cuidado con dos dedos y se la entregué diciéndole... ¡Sosténla por un momento, por favor!
Probablemente, Camilo esté sorprendido con mi confesión, al igual que Chacho lo estuvo con aquel acto inesperado, pero es necesario que termine de contarle cómo finalizó mi primer paseo en motocicleta con el hombre que tanto ha detestado. Seguramente tendré que darle más explicaciones cuando termine de relatar lo ocurrido esa noche.
—Tomé mis cabellos con una mano desde la nuca y los enrollé en una sencilla coleta baja, la cual suelo hacerme para salir a correr al parque o ir al gimnasio. Luego, con la palma de su mano, abierta al igual que en ese momento, con sus ojos color avellana y la boca entreabierta, tomé nuevamente el pequeño triángulo de tela negra y lo enrolle rápidamente, usándolo como si fuera una goma para atar mi melena. Le pasé el casco y me lo coloqué, ajustando la correa sin demora. Sorprendido por mi acción, sonrió y antes de que pudiera decir algo sugestivo, me adelanté y le dije...
—¡Al fin te hice caso! Estoy lista y sin calzones como querías. ¡Vámonos ya, que los demás deben estar pensando quién sabe qué y empezará el chisme en la oficina! Ahhh, y cierra la boca que tal vez durante el camino se te puede colar alguna mosca. - Se rascó la cabeza y pasó la lengua húmeda por los labios, mirando con deseo mis muslos y seguramente recordando lo que ya había probado.
—Tan pronto enderezó la motocicleta, me subí lo más rápido que pude, acomodando nuevamente el bolso entre mis piernas, cubriéndome mejor con la amplia y pesada chaqueta de motociclista, y dejamos atrás el mirador para regresar al hotel. Mantuve mis ojos bien abiertos para disfrutar del recorrido e intercambié algunas miradas pícaras y sonrisas cómplices con él a través del espejo retrovisor. Apartaba el peso de su mano de mi pierna cuando íbamos por una recta, y la presión de sus dedos, apretando la piel de mi muslo derecho cuando nos deteníamos por el tráfico o un semáforo en rojo.
—¿También se los apartaste? - Me pregunta mi esposo bastante desanimado, pero no quiero mentir, así que le respondo...
—No. Dejé que lo hiciera todas las veces que quiso. ¡Mientras él lo hacía, yo clavaba mis uñas con fuerza en su endurecido estómago!
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