Desleal por mi error. Prostituta por deber (34)


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Ante dos propuestas. ¿Un acto de deslealtad idéntico?

—Pero… ¡Maldita sea! ¿De qué estás hablando ahora?

Molesto, deja caer el vaso tallado contra la colcha, manchando a la inocente. Una gota amenazante se eleva pero finalmente cae, uniendo fuerzas con las demás en el fondo del vaso. Las gotas se dispersan en el aire sin notar que la mañana comienza a asomarse en el horizonte despejado. Son absorbidas por la tela del edredón, convirtiéndose en parte de él y... ¡La paz se ve interrumpida!

Se sienta en el borde de la cama y me da la espalda con desdén. Coloca el vaso a medio tomar en la mesa de luz de forma estruendosa y, sin soltar el cigarrillo que se ha mojado, se lleva las manos a la cabeza.

Ya sabía que algo tan bueno no podía durar para siempre. La revelación de Mariana me sorprende, pero lo que más me irrita es darme cuenta de que, por miedo y estupidez, pasé por alto esta información inesperada. Tal vez no sea tan relevante, pero... ¡Maldita sea!

— ¿De qué mujer estás hablando entonces? ¿No te bastó con engañar a tu amante? ¿O es que te gustó tanto que ya no le haces asco a nada ni a nadie, y aprovechas cualquier oportunidad para involucrarte en algo prohibido? —Sin mirarla, la cuestiono con sarcasmo y preocupación.

—No te voy a mentir. Aunque me tomó por sorpresa en su momento, ambos lo disfrutamos al final. Pero para ser justos, cariño, no fui yo quien lo buscó. Fue el destino y la intervención de Eduardo. —Ella aclara mientras no puedo ver su mirada para descifrar la verdad o la resignación, pero su tono de voz sigue siendo neutro. Sin emociones exageradas.

— ¿Te obligó de nuevo? —Le pregunto, pero me quedo pensativo... ¿De qué placer habla exactamente?

—Eso creyó él. Así lo entendí yo. Pero con el paso de los días, después de varias conversaciones en persona y por teléfono, aproveché su tono mandón para realmente conocerla, traspasar la barrera de su personalidad fuerte y comprender su mente revolucionaria, desentrañando sus comentarios cáusticos en las redes sociales, y descubriendo su mundo nocturno oculto y prohibido para sus seguidores, aquellos que la idolatraban virtualmente. —Camilo gira su cuerpo, arrugando la tela, y lentamente gira el cuello para mirarme de reojo.

—Mariana, tus explicaciones me marean. ¿Podrías ir al grano? No sé si quieres confundirme o si simplemente quieres prolongar la incertidumbre. ¿Puedes ser más directa?

—Déjame explicarte, cariño. Al comenzar la semana laboral, con tu nueva rutina que te lleva lejos de la ciudad sin explicaciones, y yo con el teléfono empresarial encendido, José Ignacio me había llenado de mensajes rogándome que le llamara y respondiera siquiera por WhatsApp...

— ¿Qué quería exactamente?

—Bueno... ¿Adivina? Saber cuándo nos veríamos de nuevo para... terminar lo que empezamos. Además, mensajes de K-Mena y Diana, cada una preguntando lo mismo. ¿Cómo me fue en el viaje de regreso y cómo estaba de salud? Parece que ninguna se dio cuenta de que nos encontramos con él y regresamos juntos. Parece que Eduardo no les informó.

— ¡Claro que sí! Estaban conspirando. Era algo que se veía venir. ¡Qué atento de parte de tu protector celestial!

—En realidad, no fue así, mi amor. Nacho, según lo que pude averiguar, no estaba al tanto de la trama en la que estaban envueltos, a pesar de que, por su culpa y mi descuido, terminé bajo el control de Eduardo. Y hablando de él, debimos reunirnos temprano por su manejo administrativo, para discutir sobre los negocios pendientes y los problemas para concretar las ventas. Fue entonces cuando nos sugirió intercambiar las carpetas de clientes con los que, a pesar de identificar cierto potencial, no lográbamos cerrar tratos.

—José Ignacio se opuso, afirmando que no tenía dificultades de acercamiento y que su cartera de clientes era privada y sagrada para él. Carlos, como fiel seguidor, intentó respaldarlo, pero bastó un golpe en la mesa y una mirada acusadora de Eduardo, acompañada de cuatro palabras entre signos de interrogación, para hacerlo bajar la cabeza: ¿Cómo van tus ventas?

—Realmente no creía tener problemas de conexión con ninguno de los clientes. De hecho, mi preocupación esa semana era reunirme con el padre del abogado a mitad de semana y finalizar un negocio, atendiendo algunas inquietudes que el magistrado quería discutir en privado. En resumen, acordamos revisar las carpetas con nuestros mejores clientes potenciales y elegir con qué compañero intercambiarlas ese mismo día.

—Antes de almorzar, como de costumbre, me llamaste a mi teléfono privado y tuve que escabullirme hasta el décimo piso, para colocarme disimuladamente junto a la máquina de café y conversar tranquilamente contigo, usando mi cappuccino como excusa. Volvimos a tratarnos con la misma cercanía de siempre. Te emocionaste al contarme la sorpresa que te había dado la noche anterior, lo cual despertó ciertas sensaciones en mí y dejó mis mejillas sonrojadas con recuerdos apasionados.

—Mientras me informabas que no estarías en la oficina y que almorzarías fuera, escuché la voz urgente de tu asistente en segundo plano. Camilo, desechando su cigarrillo embebido en tequila y jugo de naranja, para encender uno nuevo y mirarme de reojo con intenciones de contradecirme.

—Sí, lo sé. –Me anticipé antes de que pudiera intervenir. – Entre tú y ella no hubo nada, pero tal vez, debido a mis desconfianzas, empecé a juzgar mal a ella y me la imaginaba tratando de volverse imprescindible para ti, ganando tu confianza para aprovechar cualquier oportunidad. En su rostro asomó una sonrisa astuta que no me dio claridad.

—Bueno, retomando el tema. Al acercarme a mi escritorio, escuché una discusión acalorada entre Diana, en el cubículo contiguo al mío, y una mujer alta que la recriminaba por algo. ¿Recuerdas haber visto a Diana triste o seria antes? –Camilo negó con la cabeza y encogió los hombros. – ¡Exactamente! En esa ocasión estaba visiblemente alterada por la reacción de esa mujer tan elegante.

—Apenas estaba por sentarme en mi escritorio y organizar mi agenda semanal, cuando la voz de esa mujer atravesó los cubículos y llegó hasta mí.

— ¡Tú!... Sí, tú… ¡Blanca Nieves! Quiero comprar una casa en el condominio de Peñalisa, pero deseo que seas tú quien me la venda, ya que aparentemente esta chica no conoce la oferta y hace propuestas que no puede cumplir. ¿Crees que podrás satisfacer mis requisitos?

—En un instante la tuve frente a mí, con Diana aún en su escritorio, furiosa y abandonada. Y a lo lejos, Eduardo parecía tranquilo debajo de la luz del sol que entraba por las amplias ventanas.

La puerta nos observaba con una sonrisa sospechosa.

—Al quitarse los anteojos de sol, extendió su brazo con la mano abierta sobre la mesa, y al estrecharla pude sentir la suave calidez de su piel, mientras balanceábamos las manos en el aire con delicadeza y firmeza durante unos segundos.

— ¡María del Pilar De La Ossa! Mucho gusto. —Se presentó. ¿Reconoces de quién te estoy hablando?

—Sí, por supuesto. ¡La Pili! Despistado o recién llegado, aquel que niegue conocerla. Es lamentable ver cómo está en la actualidad. Sus andanzas en las noches rebeldes o la vorágine de la fama, con sus evidentes excesos no le han sentado bien. ¡Qué hermosa fue en su momento! Tan deseada por todos y envidiada por muchas. Objeto de desprecio para algunos moralistas, e incómoda agitadora contra el gobierno y los políticos de derecha para otros.

— ¡Pues yo soy uno de los despistados, debo admitirlo! Me conoces bien. –Camilo soltó irónicamente una bocanada de humo por la boca y la nariz. – Poco de noticias y nada de telenovelas o programas de famosos. No sabía quién era ella.

— ¡Hola! Encantada de conocerla. Soy Melissa López y sería un placer para mí atenderle. Por favor, siéntese y no se preocupe, no se irá de aquí sin encontrar la casa de sus sueños. ¿Desea algo de beber? ¿Un té caliente o una bebida fría quizás? —Hizo una oferta rápida, tratando de calmar su mal humor.

—Sin sonreír, ajustó la abertura de su falda de piel de cordero, subiendo unos centímetros más la cremallera, y cruzó con elegancia una pierna sobre la otra, que se entremezclaban bajo la elasticidad de sus medias. Luego miró con desdén a la pobre Diana, a lo que yo respondí con una sonrisa cómplice y un guiño.

— ¡Me gustaría un té de frutos rojos, si es posible, Blanca Nieves! Tal vez así pueda calmar esta molesta acidez estomacal que me causó tu torpe compañera. —Respondió con voz ronca, recortando la presentación distante pero poniéndome en alerta.

— ¡Lamentablemente no tenemos eso aquí! —Le dije con pesar, mientras le regalaba una sonrisa para no mostrar intimidación.

— ¡Vaya! Empezamos mal, Blanca Nieves. —Respondió con un gesto de disgusto, moviendo los dedos por encima de su cartera de diseñador francés, como si tocara un piano imaginario, con las uñas decoradas en tonos grises y perlados.

—Me levanté lentamente, procurando no ser brusca, pero aún así la incomodé.

—No tenemos esa opción aquí, pero en la cafetería del siguiente piso puedo conseguírselo, junto con algo de privacidad. –Le hablé con delicadeza. – ¿Nos vamos? Podemos charlar y detallar lo que necesita, y que mi compañera no pudo proporcionarle.

—Acomodó con los dedos su pañuelo de seda sobre la cabeza, formando una visera sobre la frente para cubrir su cabello por completo. Se levantó de la silla, mirando cautelosamente a su alrededor. Se ubicó a mi derecha y caminamos hacia los ascensores, dejando boquiabiertos a los presentes, incluido Eduardo, rompiendo el incómodo silencio reinante. Sus gafas oscuras ocultaban los tonos bronce en sus párpados, a pesar de estar dentro de las oficinas y recordar una fría mañana de octubre.

—Disculpe, –dije mientras esperábamos el ascensor en el corredor– pero… ¿Nos hemos visto antes?

— ¿Tanto me olvidó tan rápido? Soy la mujer que se reunió con esa incompetente en La Candelaria y casi me hace daño con tanto mirar. Esa tarde parecía que iba a desgarrarme la cara con la mirada.

de escolta y la aguardaba sentada en la barra del local. Nos topamos cuando yo buscaba el baño de mujeres. ¿No lo recuerda?

—Ahhh… ¡Ya! –Dejé de observarla para enfocarme en un mensaje que me había enviado Diana. – ¡Pero a mí me parece que era usted la más interesada en contar la cantidad de pecas en mi nariz! —Contesté mientras concluía de leer.

—Ella inclinó la cabeza y bajando un poco la montura de sus lentes de sol me examinó detenidamente, y luego frunciendo el ceño me manifestó…

— ¡Pero usted no tiene nada ahí! —Sonreí y le respondí…

—Y usted tampoco tenía los ojos tan grises esa tarde, cuando desde su mesa no paraba de mirarme cada vez que levantaba la copa de cristal y el nivel de su sangría disminuía, en lugar de estar atenta escuchando la información que la «tontis» de mi compañera les proporcionaba. Por cierto, María del Pilar... ¿Dejó en remojo las lentes de color azul por no estar urgida de vigilar a su esposo?

—Se abrieron las puertas del ascensor y las de su boca por la risa, y a pesar de no subir con más de dos o tres personas, ella cruzándose de brazos se acurrucó al fondo, y al verme en el espejo posterior sonriendo detrás de ella, siguió haciéndolo hasta que sonó la campanita del elevador indicando la llegada al décimo piso.

—Entonces las dos, La Pili y tú, se reconocieron enseguida y se… ¿Se cayeron bien desde esa ocasión? ¿Es eso lo que me quieres decir? —Y tras recriminarme, Camilo terminó de un trago lo poco que quedaba del coctel, tras el choque contra el edredón y como un felino enjaulado, camina de una pared a la otra pero sin salirse de la franja delimitada por el borde derecho, –a medias desplegada la colcha de la cama– y el otro muro beige, desprovisto de cuadros, tan desnudo como lo estamos mi esposo y yo, debajo de estas batas de baño.

—A ver cariño, –imitándolo, bebo de mi vaso y le confirmo– por supuesto que era ella, pero sabes cómo soy de despistada y no la reconocí de inmediato. ¡Mi memoria no se activa, si no oprimo antes el botón de mi interés! Y no fue una atracción inmediata como sugieres. Al menos no lo fue para mí. Tenía para ese entonces, muchas otras cosas en mente por las cuales preocuparme y mostrar interés.

—Ajá, por supuesto. ¡Entre ellas tu familia! Yo siempre tan equivocado. ¿Y qué pretendía conseguir la famosa estrellita?

—Cuando las puertas del ascensor se abrieron, me apresuré para salir de primeras. Mostrándole tranquilidad y aplomo, me dirigí a la cafetería con esa mujer caminando a mi lado, quedando por debajo de su elevada estatura pues me sacaba medio rostro de ventaja, a pesar de que yo ese día calzaba mis zapatos de plataforma separándome del suelo unos ocho centímetros, y María del Pilar, unas estilizadas sandalias muy cómodas con tacón kitten.

—Sentadas a la mesa, con ella en frente de mí, la adulé sinceramente mientras esperábamos a que nos atendieran, diciendo que encontraba muy melodioso su nombre de pila. « ¡Me encanta el tuyo por lo cadencioso!», me contestó. Adornó su elogio con una perlada sonrisa que precedió a dos dedos de su mano derecha, que retiraron por la bisagra sus costosas gafas italianas y doblaron las patillas doradas con esmero, guardándolas entre las murallas de sus delgadas manos.

—Ya tomando nuestras bebidas calientes para quitarnos el frío de la mañana y su engreída actitud, –a ella la infusión de frutos rojos y un cappuccino con caramelo para mí– antes que nada me pidió disculpas, recordándome el lugar donde esa tarde visualmente nos cruzamos. Tras el primer sorbo se dejó calentar por sus justificadas quejas, acerca de la poca información suministrada por Diana, para que se le aceptara como garantía bancaria para el préstamo, una propiedad rural en cercanías a su Villa de Leyva del alma. ¡Una herencia familiar!

El espacio entre la cama y la pared, se rellena del volumen de su cuerpo.

y del humo de cigarrillo que deja tras de sí, mientras que yo la sigo narrando.

—Y por supuesto, en segundo término, que la vivienda que le había atraído por su ubicación clara, ya no estaba libre para ella y su pareja, ya que curiosamente era la esquina que yo había vendido a la señora Margarita. Es cierto que Diana no le había dado seguimiento a la solicitud de financiación y mucho menos le había sugerido algún pago adelantado para reservar antes que nadie esa vivienda. Realmente, con su arrogancia y otras palabras ofensivas, La Pili me expresaba toda su molestia, sin preocuparse en absoluto por si ofendía con su altivez y otros términos despectivos.

—Pero, ¿sabes algo, cariño? Me quedé impresionado. ¡Qué mujer tan fascinante, por Dios! En su rostro, –aunque un poco desgastado– se mantenía una belleza natural, sin artificios. Y en la frialdad de sus ojos como la luna llena, brillaba la sabiduría y resultaban inquietantes las sombras de sus misterios.

—También me llamó la atención la mirada madura y angelical que seguramente habría cautivado a los elegantes galanes de sus tiempos de actriz, al igual que a sus seguidoras noveleras y románticas en el horario estelar nocturno, y que había fascinado con sus agudas entrevistas a los fieles espectadores del noticiero que precedía a las ficticias tragedias en sus telenovelas, muchos de ellos a escondidas de sus parejas, deseando acariciar el espectacular cuerpo de la ex reina de belleza detrás de las abultadas pantallas de sus televisores… ¡Esa belleza juvenil que perduraba en su madurez como diva!

¿Cariño? ¡Qué argumento puedo hallar para explicarle a mi mente lo que este corazón experimenta cada vez que ella pronuncia con ternura ese nombre! Me llena de emoción hasta más allá del firmamento, y es en ese momento que recuerdo cómo solía inundarme de felicidad cuando también me llamaba "¡Mi vida!", logrando que renaciera en mí una sensación que inexplicablemente aún permanece. ¿Amor? ¿A pesar de estar escuchando los preparativos para su nueva traición? ¡Maldición! Y es que desde el azul precioso de sus ojos, descendiéndose hasta el paraíso rosado encarnado de sus labios, se me hace inevitable de una manera terrenal… ¿Odiarla? ¡No! ¿Rechazarla? Por supuesto. ¡Qué dilema tan complicado en el que esta mujer me ha involucrado!

Cansado de pasear descalzo por el mismo espacio estrecho, Camilo se dirige hacia el escritorio, dejando allí su vaso de cristal con el escaso contenido de tequila y jugo de naranja que le quedaba. Lo veo escapar hacia las puertas-ventanas, abriéndolas un poco y extendiendo sus brazos para atrapar entre sus dedos el marco de aluminio. Contempla con determinación el horizonte iluminado con una paleta de colores vivos y resplandecientes, de una cálida calidez además de los tonos rojizos suaves, bordeando el azul ya no tan oscuro de esta hora dorada, sin lograr que su figura a contraluz, como una hermosa y masculina silueta, me aleje de los recuerdos.

—Y los labios delineados de un rosa no tan pálido se fruncieron. Los repasó con la lengua y pronto se convirtieron en una sonrisa, llamativa y efusiva. Frente a mí, con su gesto sensual de abrir y cerrar, actuaron como una "Venus atrapamoscas" capturando toda mi atención, –y estas palabras mías, junto a los ojitos marrones de mi esposo – asó como a muchos hombres y algunas mujeres, que soñaban con tenerlos muy cerca para besarlos y adorar su boca con besitos y mordiscos, para luego mimar otras partes de su hermosa figura de reina de noviembre, celebrada en Cartagena de Indias.

—Con La Pili ya más relajada, regresamos al noveno piso, esta vez lado a lado descendiendo por las escaleras. Erguida, se adelantó por el pasillo y caminó delante de mí, –acallando nuevamente con su presencia dominante las risas de José Ignacio burlándose de lo acontecido junto a Carlos, y

El llanto de Diana se calmó al recibir un reconfortante abrazo de K-Mena, mientras buscaba la silla frente a mi escritorio, desatendiendo todo a su alrededor.

Al darle la espalda, pude observar bajo la amplia correa de su corta cazadora de piel, justo en el doble pespunte central de la ajustada falda, lo que me pareció la sombra de un delgado tronco ascendiendo por el centro de su trasero sin llegar a la cintura, ya que las arrugas en las que se transformaba más arriba se expandían en curvas crecientes, como las ramas angustiadas de un árbol, despojadas por el otoño de los años.

Caminé por detrás de ella, deshaciendo el nudo de su pañoleta bajo la barbilla, quitándola de su abultada cabellera, para acercarme al cubículo de Diana y solicitarle que me entregara toda la documentación relacionada con el negocio con La Pili y su pareja. A regañadientes sacó la carpeta de su archivador y me la entregó.

Tranquilízate amiga. - Le susurré. - De alguna manera, llevaré adelante este negocio, lo registraré como propio pero la comisión seguirá siendo enteramente tuya. ¡Te lo prometo! - Y Camilo, ya en el balcón, se dispuso a enfrentar de nuevo la brisa matutina y salada, acompañado solo por el olor a tabaco y el humo de su cigarrillo, en una lucha desigual.

Regresé a mi escritorio y me senté frente a María del Pilar para revisar en la computadora los planos digitalizados en busca de una casa disponible con una ubicación similar, aunque el precio fuera diferente. También analicé las cifras de sus finanzas y las de su pareja, simulando los pagos mensuales según variaban los montos de las cuotas iniciales en la fórmula de Excel. Luego se los presenté.

¡No mostró buena cara! Se sorprendió al ver la cifra de la casa tipo "B" que había apartado un cliente de Carlos, y aún no tenía la respuesta final del banco. Me encomendé mentalmente y me lancé al abismo de las posibilidades, apostando a que obtendríamos la aprobación del crédito. Le mostré el video de la casa y, junto con mi tarjeta de presentación, le di el número de cuenta de la constructora y la referencia para que realizara el depósito y la apartara.

Quiero verla antes con mi esposo. A Bruno quizás no le guste - advirtió decidida. Pero yo, con firmeza, le respondí...

El señor Guimarães es extranjero, no tiene propiedades a su nombre y desafortunadamente sus ingresos no son óptimos. Además, usted ha tenido algunas moras con créditos anteriores. Me esforzaré por llevar adelante este negocio, pero necesito que confíe en mí. El que no arriesga, no gana. Por lo tanto, le sugiero que una vez salga de aquí, realice el depósito, me envíe el comprobante escaneado y luego se comunique con él para darle la sorpresa. Y... - Revisé mi agenda frente a ella y comenté...

Mañana martes no puedo viajar a Peñalisa. El miércoles tengo otra reunión que no se puede posponer con otro cliente. Podría ser el jueves por la tarde o el viernes muy temprano, ya que el sábado y el domingo los dedicaré a mi familia. Tiene mi número. Avíseme cuándo estará disponible para mí.

Ya veremos Blanca Nieves, ya veremos - Se acercó para besarme en la mejilla despidiéndose.

Como guste y cuando quiera, Bruja Malvada - Le respondí con una sonrisa, y ella, lejos de ofenderse, sonrió divertida.

Pero según entiendo, Eduardo no tuvo nada que ver. Fue esa diva la que te eligió de antemano. Y por la emoción con la que has descrito ese encuentro... - Camilo se da la vuelta y protesta - ¡A ti te gustó! ¿Dónde estaba la obligación?

En su imaginación, cariño. ¡Se la incrusté en su mente! Después del almuerzo, y al no verte de nuevo con los demás en el comedor, nos convocó a su oficina para implementar...

Con su reciente estrategia, orgulloso de su convicción, respaldando su propuesta en el incidente matutino. Carlos cambió dos de sus transacciones en los apartamentos de interés social por una carpeta de un cliente renuente de Peñalisa con K-Mena. A Diana le cedí un negocio casi cerrado de otra de las viviendas tipo "D", las más pequeñas pero las más solicitadas por su accesible precio, ubicadas en la parte trasera del complejo campestre.

—Decidí quedarme a solas con Eduardo unos minutos adicionales, para solicitarle que me acompañara a la reunión con el magistrado en la Corte Suprema, actuando frente a él como si estuviera preocupada por las sospechosas intenciones que percibí en su invitación. ¡Lo engañé con premeditación!

Parece que la explicación no satisface a Camilo, ya que sacude su melena con la mano derecha y decide volver a la cama. Me sorprende al sentarse exactamente en el extremo opuesto de donde estoy recostada, alejado de mi cuerpo mirándome a los ojos con atención pero con su rodilla al descubierto cerca de mis pies e inmutable mi voz, exponiéndole con claridad los hechos.

—Dime cariño, conoces la tendencia de Eduardo a entrometerse en mis negocios, sobre todo cuando se daba cuenta de que algún cliente era una figura relevante en la sociedad. Entonces se lanzaba de lleno para involucrarse, llamar la atención e intentar sacar provecho de la situación. Con el magistrado Christopher Archbold sucedió exactamente eso, especialmente cuando se armó un revuelo en la entrada de la sala de ventas al llegar en tres camionetas blindadas buscando aparcar con espacio suficiente. Eduardo, esperanzado por lucir su sonrisa gerencial de bienvenida, intentó acercarse a la segunda Toyota para presentarse a la familia, pero un miembro de seguridad lo detuvo preguntándole exclusivamente por mí. Así que esa tarde de ese sábado, él se quedó con las ganas de sobresalir.

— ¿Recuerdas que te conté que el magistrado Archbold y yo hablamos a solas mientras esperábamos a que su esposa y su hijo abogado –quien no soltaba la mano de su novia en ningún momento– exploraban entusiasmados las instalaciones del gimnasio?

—Sí, claro. ¿Y qué quería él de ti?

—Bueno, durante esa conversación el magistrado me puso al tanto de la situación sentimental de su hijo Kevin, informándome que estaba profundamente enamorado de una sanandresana de piel morena, desde sus días en la escuela en las islas, y que aunque su nuera no era desagradable, provenía de una familia modesta y no agregaba valor al futuro prometedor de su hijo como abogado en la capital. Como un magistrado reconocido, aspiraba a liderar la Corte Constitucional, pero necesitaba rodearse de personas que impulsaran su carrera, para luego, en unos años, aspirar a ser fiscal general del país.

—Por lo tanto, solo un senador le ofrecía ese respaldo político, quien casualmente tenía una hija soltera trabajando en una entidad del gobierno y mantenía cierto interés sentimental en su hijo, tras haber estudiado juntos en la universidad, pero para el joven cliente, ella pasaba inadvertida ante sus ojos y su corazón.

La mano derecha de mi esposo llega a su mentón y cubre su boca. La presiona con su palma y sus dedos, pulgar e índice, sellan ambas fosas nasales brevemente. Reflexiona sobre lo que acabo de revelarle.

—Por sugerencia de ese senador, continuo mi narración, se planteó la idea de crear lazos familiares y al mismo tiempo consolidar los vínculos políticos necesarios para avanzar en la carrera. En resumen, él deseaba que su hijo desistiera de casarse y terminara su relación adolescente, para empezar una nueva con la hija del senador.

— ¿Y tú qué tenías que ver en todo esto?

—Eso era lo que debía averiguar en su oficina, pero al estar en Peñalisa esa tarde, no tuvo el tiempo suficiente para aclarármelo, pues.Uno de los integrantes de su equipo de seguridad, quien estaba tomando notas, se aproximó para susurrarle algo al oído antes de alcanzarle un teléfono satelital, interrumpiendo nuestra conversación. Al despedirse de mí, frente a su esposa Isabel, su hijo Kevin y su nuera, me solicitó encontrarnos en Bogotá para comunicarme la resolución final. Como ya me había advertido su hijo, las decisiones importantes eran tomadas únicamente por él.

— ¿El típico progenitor autoritario? — especula Camilo.

—Exactamente has dado en el clavo, querido. El magistrado Christopher Archbold, –decido brindar una descripción detallada– es un individuo que, debido a su educación anticuada y su prominente estatus social y político, busca controlarlo todo. Posee una imponente presencia gracias a sus casi dos metros de altura, a pesar de sobrepasar los cincuenta años, no presentaba sobrepeso ni flacidez, aunque claramente exhibía un prominente vientre bajo la tela blanca de su camiseta deportiva. Aunque conservaba la mayoría de su cabellera, las entradas de su frente mostraban cierta calvicie incipiente, no intentando disimular en absoluto los efectos del paso de los años. "¡Me hace parecer más sabio!", puntualizó cuando le cuestioné al respecto.

—Además, lucía una barba completamente blanca, aunque no densa, que iba desde una mejilla hasta la otra, otorgándole una apariencia bastante benevolente. Sus manos eran grandes, con dedos gruesos y uñas tan pulidas que esa tarde parecía que acababa de salir del salón de belleza. Tenía una voz grave y pausada, con una tendencia a la reflexión antes de hablar. "¡Es mejor pensar antes de hablar!", me aclaró la primera vez que le apremié por una respuesta.

—Era pesado, se desplazaba lentamente y tenía una espalda bastante ancha. Tal vez por eso caminaba levemente encorvado, especialmente al caminar tomado del brazo de su delicada esposa. Por el contrario, Isabel, su esposa, parecía una muñeca a su lado. Rubia, delgada y con una elegancia natural en su andar. Aunque no era baja, junto a su marido parecía diminuta. Sus gestos delicados y su voz tenue contribuían a esa percepción. Parecía ser una mujer bondadosa, aunque excesivamente sumisa.

—Como el magistrado había previsto, luego de inspeccionar las habitaciones del segundo piso con todo su séquito de guardaespaldas a cuestas, me pidió que recorriéramos los alrededores para observar con detenimiento las áreas comunes, las piscinas, las canchas de tenis y, por supuesto, el campo de golf. Los escoltas, por su parte, se encargaban de tomar nota de las preocupaciones de seguridad en el lugar.

—Justo en ese momento, frente a las dos palmeras de la entrada, nos cruzamos con Nacho, dirigiéndome una de sus habituales miradas seductoras, y tras sonreírnos cortésmente, ingresaron tras él dos mujeres de mediana edad, posibles interesadas en la propiedad. Intentó posar su mano en mi hombro al dejar pasar a las damas, pero sus dedos chocaron contra la tela Chambray de la blusa que cubría el pecho izquierdo de la novia del abogado. Nacho se disculpó, mirándola con pena y respeto frente a mí, mientras la chica se ruborizaba y balbuceaba algo, pero su novio la interrumpió jalándola hacia adelante, apresurado por seguir a su padre.

—Nos montamos en el carrito de golf, que a pesar de contar con seis asientos, el magistrado se sentó a mi lado, dejando atrás a su esposa y al jefe de seguridad, y en los puestos traseros a la nuera y a su hijo. Sus otros dos guardaespaldas, trotando a nuestro lado, como si temieran un posible atentado. Eso me inquietó un poco y tal vez lo demostré, ya que mientras avanzaba hacia la zona social, el magistrado, sin ninguna vergüenza, puso su mano en mi muslo derecho para calmarme. Sin embargo, en pocos instantes retiró su mano al indicarme el camino hacia el gimnasio.

— ¿Y qué te pareció lo que viste? —me pregunta Camilo, levantándose nuevamente.

— ¿Estás hablando de la residencia y sus alrededores? ¿O te refieres a mí? —Él contra interrogó.

Camilo está ansioso por saber la respuesta. Puede que sospeche que yo también tengo historias con ese magistrado. Sin embargo, se muerde la lengua y no contesta.

—No mostró interés por el diseño de la casa para su hijo, tampoco se impresionó con el paisajismo ni las comodidades de la urbanización. Tampoco se sorprendió por el precio, cuando su hijo le mencionó que le parecía una buena compra desde el principio. Supongo que la visita fue más una obligación paterna para cumplir los sueños de su hijo que un agradable paseo familiar para buscar casas y comprar una donde disfrutar y ver crecer a sus futuros nietos. ¡Y pasó de mí, si eso es lo que quieres saber!

Él sonríe levemente al descubrirse y toma mi vaso con delicadeza mientras me pregunta:

— ¿Quieres otro cóctel? Porque yo sí necesito sentir de nuevo esa sensación con el primer trago de tequila. —Y en su constante parpadeo, percibo su nivel de inquietud, y ahora escucho cómo suspira al darse la vuelta, y entiendo que mi respuesta lo tranquiliza. Al menos por ahora.

—Al tenderme la trampa, –continué explicando y extendí mis piernas por completo, cerrando los ojos para concentrarme– terminé la jornada laboral con calma, rodeada por Diana y K-Mena, con Carlos y José Ignacio a la espera.

—Oye Meli, pon atención a lo que voy a decir. Esa mujer es vanidosa, trepadora y extremadamente creída. Se cree superior a los demás. Piensa que por ser conocida, todos deben adularla y estar a sus pies. En serio, Meli. ¡Es más molesta que una irritante espinilla en el trasero! —Dijo Diana sin sonreír, informándome de la situación sin dejarme salir de mi cubículo.

— ¿Famosa? ¿De quién se trata? —Expresé mi desconocimiento en temas de farándula con ingenuidad.

—Se refiere a La Pili, chikis. ¿En qué mundo vives? —Intervino K-Mena.

—Una ex reina de belleza, actriz por conveniencia, presentadora de televisión por su apariencia y pseudo-periodista por interés filosófico. ¡La Diva de Divas! —Me informó José Ignacio.

— ¡Ah, sí! Y con comentarios hirientes si nota que llevas una vestimenta inapropiada, un perfume que no le gusta, o si tienes una uña mal pintada. Una mujer desagradable en decadencia, y a pesar de todo se cree el ombligo del mundo. No te dejes influenciar por ella, Meli, y no dudes en mandarla lejos, porque le gusta presumir de su intelectualidad frente a las cámaras y controlar a su audiencia, pero creo que en realidad es una mujer frustrada que es todo lo contrario cuando las luces de la farándula no la iluminan. —Diana me lo recalcó, tomándome del brazo para finalmente llevarnos hacia los ascensores.

—Estaba estresada y deseaba llegar a casa para descansar mi cuerpo y mente, pero en cuanto se abrieron las puertas del ascensor, casi choco con Sergio, quien sin avisarle a K-Mena, había decidido ir a buscarla a la constructora. Al encontrarme, me saludó primero, luego a los demás, y por último a su novia. Deduje de inmediato que estaban molestos. Sergio se acercó a mí, nervioso, y me invitó a tomar un café en la cafetería de la esquina.

—No me comprendes, cariño. –Escuché a K-Mena quejarse en voz baja a Sergio, mientras Diana hablaba por teléfono con su madre. – ¡Bueno, quizás un poco, pero también tengo derecho a cambiar. —Le respondió ella, esta vez con un tono un poco más serio y alto, a un comentario preocupado de Sergio, que no pude escuchar claramente.

Tanto Diana como Carlos y José Ignacio, al escucharlo, se autoinvitaron, y aunque noté un gesto de fastidio en Sergio, finalmente todos nos dirigimos allí. Tuve tiempo de enviarte un mensaje explicándote que me iba a demorar un poco más, luego recibí tu llamada y te respondí, sintiéndome cohibida por tenerlo tan cerca.

—

¡Vale! A veces pienso que prefieres realizar rituales en la iglesia y rendir culto a los santos, en lugar de demostrar más amabilidad hacia mí. —Escuché a K-Mena decirle eso a Sergio, al finalizar nuestra llamada. Observé cómo ella soltaba su mano enojada y se volteaba hacia mí, sumergiéndome en su charla.

—¿Qué piensas tú, Chikis? —Me incorporó ella a su diálogo, aunque yo no lo deseaba.

—Flaquis, considero que nadie debería entrometerse en la relación de ustedes dos. Sin embargo, ya que lo mencionas, pienso que es importante que la pareja avance en su vínculo para fortalecerlo y conocerse mejor antes de dar el paso hacia el matrimonio. Convivir juntos puede ser complicado si desconocemos completamente los pensamientos y costumbres de nuestra pareja. Ser novios es una cosa, pero ser esposos es algo totalmente distinto.

K-Mena sonrió, iluminando su rostro, mientras que Sergio mantuvo su postura seria y José Ignacio seguía enviando mensajes en su teléfono. En mi bolso, podía escuchar las notificaciones que llegaban a mi móvil, y el codo de Diana me molestaba en las costillas, indicándome: «Meli preciosa, ¡Tu celular está sonando!».

— ¿Sí? —Respondí haciéndome la desentendida, aunque presentía quién podría ser.

Tomé el teléfono y revisé la pantalla para confirmar que era él quien me estaba escribiendo. «Ah, es un cliente. ¡Qué pesado! A estas horas quiere saber sobre el progreso de su financiación» —Comenté en voz alta para que todos escucharan, especialmente él, y después, sin mirarlo, me levanté y abandoné el local para hablar con tranquilidad.

—Qué falta de oportunidad. —Opinó Camilo, logrando que abriera los ojos y me sorprendiera al verlo de pie, ofreciéndome otro cóctel.

—José Ignacio, ¿estás en tus cabales? ¡Concéntrate! ¿Cómo se te ocurre sugerirme eso? ¿Acaso no sabes qué día es hoy? —Le recriminé al instante de contestar su llamada.

— ¿Hoy? ¡Jajaja! Espero que sea mi día de suerte y que más tarde me alegrarás la noche, aceptando mi propuesta de ir a un lugar que conozco en la montaña, para disfrutar juntos.

—Por favor, Nacho, no seas tan ridículo.

— ¡Me dejaste a medias! Todo por tus malditos apuros de ir a ver a tu esposo.

—Mira, José Ignacio, detén eso de una vez. Si hubiera sabido que ibas a ser tan fastidioso, ni siquiera te hubiera dado la mínima atención. Debes entender cuál es tu lugar en mi vida. Mi esposo y mi hijo son mi prioridad, mi familia es lo más importante, mis amigos son fundamentales y mis caprichos pueden esperar. ¿Lo has comprendido? ¿O necesitas una explicación más clara?

—Pero me gustas mucho y las cosas se ponen difíciles. ¡Jejeje! Creo que me estoy enamorando. —Dijo entre risas, mezclando sus palabras con la música de fondo y el bullicio del local. Sin embargo, pude discernir claramente sus palabras sobre el resto del ambiente.

—Lo digo en serio, bizcocho. Y así son las cosas... Mírame, Meli. —Noté que él ya se encontraba a dos metros de distancia de mí afuera del local, y sonrió cuando nuestros ojos se encontraron.

—Me encantas, Meli. Eres completamente distinta a la mujer que imaginé y eso me atrae aún más. Me interesa esa versión de ti que mantienes oculta, de la que nunca esperé recibir órdenes, y que no buscaba que me conquistara. Me haces sentir especial cuando estoy contigo. ¡Yo qué culpa tengo!

Traté de apartar esa conversación de mi mente y evadir una extraña sensación de... ¿temor? Sí, creo que eso fue lo que sentí, pues a pesar de sentirme victoriosa en cierto modo, también empecé a ponerme nerviosa al imaginar mi futur

Un futuro enredado con él, provocando que la armonía de nuestra relación se viera afectada. Finalicé la llamada y desvié la mirada para regresar al interior de la cafetería.

—Mi taza de café seguía sobre la mesa, aunque su contenido ya estaba frío. Consulté la hora en mi reloj inteligente y les informé que me marchaba. Hubo ciertas dudas ante mi prisa por despedirme, ya que al día siguiente todos descansaríamos. – ¡Debo preparar la comida para mi esposo y mi hijo! La niñera no trabajaría al día siguiente y tendría que asumir mi otra función de Soyla. – Expuse de manera jocosa a todos. Carlos, ingenuo, cayó en la trampa.

— ¿De quién? –Me preguntó. – ¡Soy la que barre, soy la que lava, soy la que trapea y soy la que plancha! Me reí y me retiré dejándolos entre risas y burlas hacia el pobre Carlos, pero Sergio me detuvo antes de cruzar la puerta para preguntarme con gesto preocupado… «¿Puedo llamarte más tarde?» ¡Claro que sí! Respondí y me alejé de allí en busca de mi coche en el aparcamiento subterráneo, aunque mientras caminaba, me sentía inquieta por lo que pudiera tener que decirme.

Nuestro encuentro en casa, al que llegamos casi simultáneamente, se convirtió en un festival de abrazos apretados con besos pausados y húmedos. En tu mirada se formó un letrero de neón muy revelador… «¡Deseo disfrutarte plenamente!», y en mi mente se dibujó una imagen erótica como respuesta, que mi voz no pudo articular… ¡Oh sí, mi amor, ¡quédate conmigo! Pues nuestras demostraciones de cariño nada discretas delante de Mateo, provocaron que celosito se interpusiera entre tú y yo, pero una vez enredado entre tus brazos y los míos, nos inundó de besos y risas, deshaciendo con su felicidad espontánea, la tensión en mi mente y el cansancio en tu cuerpo. ¿Recuerdas ese momento?

No con total claridad, ya que por lo general, Mateo siempre interfería cuando mostrábamos cariño. Pero creo identificar la noche a la que te refieres, cuando intenté sugerir algo más íntimo, pero una llamada interrumpió mis deseos al exigir tu atención.

Efectivamente, cariño. Cometí el error de no silenciar mi móvil a tiempo al llegar a casa. Mientras tú me esperabas en la sala, acababa de recoger los platos de la cena cuando sonó el teléfono.

Recuerdo cómo me mostraste la pantalla de tu celular, encogiéndote de hombros y pidiendo disculpas gestuales. Subiste al estudio y te encerraste allí durante horas. ¿Y qué quería?

Hablarme de K-Mena y su cambio de actitud o… de pensamientos.

¡Ella está comportándose de manera diferente! ¿Habrá conocido a alguien más y pretende cambiarme?

Esas fueron sus primeras preguntas antes de que comenzara a sollozar. Le aseguré que lo segundo no era cierto, y respecto a lo primero, apoyé a K-Mena, explicándole que era normal en una chica como ella, joven, con sueños por cumplir y apenas iniciando su vida adulta. Intenté tranquilizarlo, aunque en mi interior me sentía culpable, especialmente cuando mencionó cómo ella se expresaba ahora frente a los demás, no de forma grosera o altanera, pero sí marcando su posición y queriendo que respetaran su punto de vista, aunque esto pudiera ser mal visto por él, especialmente por su familia tan religiosa.

Logré calmarlo un poco prometiéndole que hablaría con ella y le informaría si veía algún pretendiente rondándola. Luego recibí otra llamada que mantuve en espera. Era la exigente clienta de Diana, es decir, la famosa Pili, quien me comunicó que, tras consultarlo con su pareja, podrían pasar por el condominio el viernes por la mañana. Fue muy precisa en ese punto, pero cordial y amistosa después, e incluso tuvimos tiempo para agregarnos en nuestras redes sociales. Ella en sus cuentas personales y yo en mis perfiles falsos.

También recibí tres mensajes de José Ignacio, pero le respondí que no era el lugar ni momento adecuado y que prefería hablar después.

lo haríamos al día siguiente.

—De acuerdo, entendido. De esa manera ya no estaré disponible para incomodarte. Bien pensado. ¿Y supongo que te propuso salir para hacer "algo"? —Preguntó Camilo con sarcasmo, gesticulando con los dedos al mencionar "algo".

¡Pero por ahora prefiero no contestarle! No me siento lista aún para causarle más sufrimiento. Creo que lo mejor es levantarme e ir al balcón a fumar. Así mismo, aprovecharé para añadir más alcohol a mi herida.

Mariana se queda en silencio y con frialdad se levanta de la cama, toma uno de sus cigarrillos junto al encendedor. Toma el cenicero y avanza lentamente, –envuelta en su bata de baño– hacia el balcón. Sin sentarse, enciende el cigarrillo y inhala. Luego, lleva el borde de cristal a sus labios y da un largo sorbo a su bebida.

La ceniza curvada del cigarrillo entre mis dedos, –amenazando con manchar la colcha– me obliga a levantarme con precaución y seguir el mismo camino que ha tomado mi esposa, dejando arrugas en la cubierta a mi paso.

El aroma a mar y tabaco de Mariana me recibe a tres pasos de su espalda. Sin embargo, me detengo a una baldosa y media de ella, ahora que al sentirme cerca de nuevo, sin voltear, me habla.

— ¡Así que eso sucede al ser tan hermosa y provocativa, señorita! —Fueron sus exactas palabras. Cuando respondí con irritación al magistrado el miércoles por la mañana, frente a Eduardo, ambos sentados al otro lado de su amplio escritorio. ¡Es un completo idiota! Pensé, pero por respeto a su posición, mantuve mi orgullo para mí.

—Nos hizo esperar casi dos horas en la recepción. ¿Y por qué? —Atrapada entre Camilo y el respaldo de una silla, comienzo a contarle a él sobre mi reunión con el Magistrado Christopher Archbold, la eminencia legal y jefe de su familia. Este fue el principio del final que tanto espera Camilo que le responda, acerca de mis conversaciones con Chacho al día siguiente.

¿Qué está insinuando ahora? Definitivamente no es la respuesta que esperaba escuchar. ¿Por qué evade mi pregunta? ¿Qué está ocultando?

—¿Me estás tomando el pelo? Eso no tiene nada que ver con lo que te pregu…

—Sí, mucho me temo, Camilo. —Decido interrumpirlo, aunque no será para su beneficio.

— ¿Ahora dirás que ese playboy tuvo algo que ver contigo, y esa cita tan importante con el padre del abogado?

Mariana se gira una cuarta parte para mirarme y estirarse como un gato, alzando los brazos, juntando las palmas en alto, equilibrando el cigarrillo en la comisura de sus labios mientras un poco menos de una onza de cóctel descansa en el barandal de madera.

No me reuní con él en mi día de descanso. Pasé toda la mañana ocupada con las tareas del hogar. Fue durante la tarde, mientras comía sola, que chateé con él antes de ir a recoger a Mateo. Después recibí la llamada de Eduardo, acordando encontrarnos con el magistrado temprano en la constructora y salir juntos en su auto al centro de la ciudad.

—¡Otra vez Eduardo! ¿Te obligó a tener algo con ese hombre mayor? —Termino mis palabras y, con Mariana en silencio, acomodándose en el asiento, ignorando que la abertura de su vestido muestre algo de piel entre sus senos, las imágenes de las últimas páginas del informe vienen a mi mente.

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