Falta de fidelidad como forma de retribución.
El tiempo parece detenerse mientras aprecio su atención. Aunque por suerte no me ha ocurrido nada grave, él sigue preocupándose por mí, lo cual es reconfortante. ¡Es una buena señal!
En su reloj, veo que es un poco más de la una de la madrugada, y en mi smartwatch, además de indicarme la misma hora, noto que la saturación de oxígeno está al 97% y mi ritmo cardíaco se mantiene estable. Sin embargo, me sobresalto al escuchar que se acercan pasos rápidos sobre las suaves olas del mar que llegan a la orilla, por lo que giro rápidamente la cabeza.
— ¿Ha ocurrido algo? —Con un tono de voz estridente, la pregunta interrumpe este apacible momento. La emite el joven alto y fornido que conocimos antes, el encargado de llevar el altavoz portátil, del cual no recuerdo ahora el nombre.
— ¿Estás bien? —La voz aguda y dulce de la rubia, situada al lado del joven, dirige su supuesto interés hacia mí.
— Por favor, no se acerquen, estoy en una situación incómoda. —Con cierta alarma, le digo a Camilo y automáticamente cubro con mi antebrazo derecho la translúcida forma de mis pechos, mientras con la mano izquierda oculto mi entrepierna empapada.
— Está todo bien, no es nada serio. Gracias por preocuparse. Por favor, sigan disfrutando. —Les dice Camilo al detenerlos levantando la mano en señal de alto.
— De acuerdo amigo, si necesitan algo saben dónde encontrarnos. —Se despide el fornido moreno, arrastrando casi a la sonriente rubia con él, aunque ella nos dirige una última mirada. ¡Más a mi esposo que a mí, por supuesto!
Ese gesto de despedida marca un quiebre entre mi marido y yo, ya que nuestros ojos se encuentran, generando entre ambos un silencio distinto, acompañado de una sonrisa cómplice en la que apenas mostramos los dientes, lo cual provoca en Camilo una mirada que reconozco pero que he extrañado durante meses. Lentamente retiro el brazo de mis senos exhibiéndolos y lo llevo hacia atrás, reposando suavemente mi cabeza.
¿Qué pensar ante esta situación? –Reflexiono. – De forma pausada, alejo también mi mano de mi pubis exponiendo mi zona íntima, la cual fue objeto de deseo de muchos en el pasado, pero que ahora solo me interesa atraer la atención de mi esposo, permitiendo ver el espacio entre mis pliegues, a través de la tela húmeda de mi ropa interior, separando ligeramente mis muslos para mi placer y su tentación.
Observo cómo sus ojos se enfocan en mi zona íntima, entonces elevo levemente la cadera simulando un ajuste, mostrándome a sus intensos ojos marrones, y… ¿Qué reflejan sus pupilas? ¿Deseo? Quizás… ¿Pasión y anhelo? Mi interior reacciona, lubricándose a pesar de lo ocurrido anteriormente, ante la posibilidad de lo que desearía intensamente, estando completamente desnuda para él, sin miedo ni inhibiciones, aquí y ahora en esta playa, frente a quienes quisieran observarnos. ¡Si tan solo mi amor me lo pidiera!
Nuestros ojos se encuentran de nuevo, pero al igual que en otras ocasiones del pasado, ahora sin reservas, se desplazan de su mirada azul hechizante hacia las prominencias de sus senos operados, vislumbrando a través de la fina tela húmeda del top que le ajusta como una segunda piel, sin oprimirlos ni restringir sus sutiles movimientos al
Respiraba con calma.
En el centro de cada uno de los círculos de esa vernativa vegetación, sus pezones atraían mi atención por su firmeza desafiante hacia el cielo. Sin embargo, no me detenía mucho en ellos. Mariana, más serena, se acomodaba sobre la arena, con sus talones apoyados y cubiertos de arena, como si fueran pequeñas sandalias granuladas. Abriendo las piernas sin pudor, mostraba su abultada anatomía cubierta por el cachetero negro, aún húmedo por la salina humedad. ¡Qué hermosa exhibición!
—Cielo, ¿No tienes frío? —preguntó Camilo encogiéndose de hombros, mientras yo lo miraba con malicia, manteniendo una sonrisa picara en mi rostro solo para él.
—Un poco sí. —Respondí, y ante su propuesta de acercamiento tras el incidente, me hice el desentendido. A pesar de que deseaba abrazarla, no debía hacerlo, así que me agaché para tomar los dos vasos de ron y le ofrecí cortésmente el suyo.
Sabía que era una tontería, me reprendí mentalmente. Era demasiado pronto y él me evitaba, luego de la ridícula pregunta sobre la hora y la brisa fría de esa madrugada. Aun así, se la había hecho en un intento desesperado por atraerlo y recibir su calor en un abrazo, como lo había sentido momentos antes.
Encontré la cajetilla de cigarrillos bajo mis nuevos pantalones al lado de mi mochila Wayuu y saqué uno. Aunque sentía frío y nerviosismo al verla casi desnuda frente a mí, ¡no podía flaquear en ese momento!
Caminé hacia Mariana y sin decir palabra, me senté detrás de ella, colocando las nalgas sobre mi camisa mojada y arrugada, con las piernas cruzadas casi en posición de loto, espalda contra espalda. Aunque no era el abrazo que deseaba, era algo de calor que podríamos compartir. ¡Algo es mejor que nada!
Tomé el ron y junté las piernas contra mi pecho para generar calor, ya que mi marido se negaba a abrazarme. Camilo, con su vaso y cigarrillo encendido, se ubicó a mi espalda. Aunque no me abrazaba, me brindaba el calor de su piel, acercando su zona lumbar a la mía, haciendo que su tibieza se deslizara respetuosamente por mi piel. Me acomodé, sintiendo cómo sus omóplatos rozaban mis escápulas, llenándome de cariño sin llegar a perturbar el cabello húmedo en mi cabeza.
— ¿Te sientes mejor? —pregunté interesado en su bienestar.
—Sí, mucho más tranquila. —respondió Mariana, aunque en realidad seguía sintiendo algo de frío y deseaba una posición diferente en la que pudiéramos estar más cerca uno del otro.
—Entonces, ¿continuamos desde donde lo dejamos? ¿Pudiste encontrarte con esa señora al final? —pregunté, presionándola a seguir, y escuchando tras de mí su suspiro profundo, presagiando que se avecinaba otra tormenta.
Después de sus preguntas, exhalé con fuerza por mis labios apenas entreabiertos. Camilo estaba ansioso por saber y no podía negarle esa información,
A pesar de sentir un atisbo de vergüenza en mi interior, suspirando ante lo que me falta por expresar.
Debo volver a aquella semana de septiembre, donde Camilo estaba lejos de casa, ajeno a mi rutina diaria. Solo nos comunicábamos lo justo y necesario durante el día, y por supuesto, en secreto. Hablábamos para preguntarnos por nuestra salud y por la noche, con más libertad, nos veíamos por videollamada para responder emocionadas preguntas de Mateo a su padre: "¿Ya viste las ballenas, papá? ¿Son muy grandes?". Camilo le respondía que no había tenido la oportunidad de verlas pero le prometía una y otra vez que intentaría salir a navegar al día siguiente para encontrarlas. Mi pequeño príncipe se quedaba dormido con una sonrisa de satisfacción, ilusionado con la idea de que su héroe sin capa lograra fotografiarlas o filmarlas desde cerca, mientras yo intentaba obtener más detalles sobre las reuniones de Camilo con los socios de la constructora, pero sin éxito.
—Con una sonrisa en mi rostro por haber conseguido una cita con la señora Margarita, fui a buscar a Eduardo a su oficina para mostrarle el contrato y despedirme, pero ya no estaba. Así que organicé mi agenda y trabajé en la consecución de otros negocios antes de salir del edificio, sin imaginar lo que me esperaba más tarde.
Me imagino a Camilo con un cigarrillo en la boca y un vaso de ron vacío en medio de las piernas, acomodando sus brazos detrás de la cabeza y cruzando los dedos, rozando accidentalmente mi cabello. Mientras tanto, inhalo el humo de mi cigarrillo y retengo la maldita nicotina en mis pulmones para seguir con lo que falta por contar.
—Además, me preocupó ver que K-Mena no sabía disimular sus emociones, lanzándome desde su escritorio miradas demasiado afectuosas y buscando cualquier excusa para acercarse a mi lugar de trabajo y acariciar mis mejillas o acomodar mi cabello, incluso retirando motas inexistentes de mi saco para rozar disimuladamente el contorno de mis senos. Esto me puso nerviosa, ya que revelaba un interés desconocido y demasiado evidente para los demás.
—Impresionada por estas muestras de afecto, Diana fue la primera en comentármelo mientras nos dirigíamos a la cafetería en el primer piso a fumar un cigarrillo y yo tomaba mi cappuccino diario. Luego, José Ignacio insinuó maliciosamente por mensaje de texto que me estaba adentrando demasiado pronto en terrenos peligrosos, al notar que las hormonas de K-Mena estaban revolucionadas ese día y su atención estaba más centrada en mí que en él. Su último mensaje fue tan brusco y explícito como solía ser.
—Tuve que esperar un momento sin miradas ni oídos curiosos en el noveno piso antes de marcharme, y finalmente pude hablar con ella a solas, haciéndole ver la excesiva demostración de afecto hacia mí y pidiéndole que fuera más prudente para evitar chismes. Se sorprendió por mi comentario, ya que para ella, solo actuaba como siempre conmigo, pero me prometió que intentaría moderar sus gestos y su afecto, aunque confesó que no podía sacar de su mente los momentos que habíamos compartido. Me preocupé, ya que aquella relación casual estaba adquiriendo un tono diferente en su mente debido a las emociones que sentía, y temí que la situación se saliera de control si permitía que K-Mena desarrollara sentimientos más allá de la amistad, poniendo en peligro su relación con Sergio.
—Uhumm, una
vez que se experimenta el sabor de lo desconocido, llega el momento de las comparaciones y si lo degustado nos cautivó y fascinó, pues es evidente que para esa joven, te volviste su plato favorito y se enamoró de ti, convirtiéndote en el centro de atención. ¡Eso era previsible, Mariana! —Intervengo para compartir mi opinión, dejando un rastro de humo blanco flotando en espirales desordenadas sobre nuestras cabezas, al inclinarme hacia atrás y golpear sin querer su nuca, sintiendo aún la humedad de la tela de su top, goteando por su espalda.
—No caí en cuenta de aquel peligro, ya que para mí solo fue una lección sexual para satisfacer su curiosidad, y nunca evalué las consecuencias de mis acciones. Sin embargo, a partir de eso, me fui distanciando de ella, aunque continuaba observando su comportamiento hacia los demás y, en especial, su inclinación por estar riesgosamente cerca de José Ignacio.
—En fin, dejemos ese episodio para más adelante, ya que ahora necesito recordar con precisión la reunión que tuve con la señora Margarita, la cual fue significativa para nosotros, a pesar de que debido a mi silencio y a tus ocupaciones, tú no te enteraste. —Le comento a mi esposo y el aroma a tabaco me incita a buscar mi paquete de cigarrillos, tomando un momento para ordenar mis pensamientos.
—Espera un instante, Mariana. ¿Importante para los dos? ¿En qué sentido?
—Tranquilo, cariño, deja que repase el video de mis recuerdos y si no lo alcanzas a comprender, te lo explicaré al final. ¿Dónde me había quedado?
—Humm, como te mencioné, la cita fue en una cafetería amplia y elegantemente decorada, muy cercana a la iglesia de Lourdes. A pesar del tráfico, llegué antes de la hora acordada y, al ingresar al local, ella ya se encontraba allí, sentada en una mesa junto al ventanal.
—¡Queridaaa! Qué bueno que has podido venir. —Me saludó con besos en mis mejillas y un abrazo afectuoso, como si fuéramos amigas de toda la vida.
—Las gracias son para usted, señora Margarita, por permitirme enmendar el error de no contestar sus llamadas. No me di cuenta de que había silenciado el móvil al entrar al banco para pagar la factura mensual de mi tarjeta de crédito y, ya tarde en casa, me di cuenta. —Creo haberle respondido así, con una pequeña mentira piadosa para corregir ese desliz, y noté el movimiento de sus labios, muy finos, pero que parecían conservar su suavidad y brillo, coloreados con un carmín intenso.
—Ohh, no hace falta que te disculpes por eso. A todas nos sucede de vez en cuando. De todas formas, tu jefe fue muy amable y nos atendió tan pronto supo que estábamos buscándote sin poder contactarte, apartando a ese joven impertinente que quería atendernos a toda costa. —Me respondió y, con un suave impulso de su mano en mi cintura, me invitó a sentarme en la mesa, justo enfrente de ella.
—Recuerdo que hizo una señal al camarero, quien se acercó rápidamente para tomar nuestro pedido, anotando en su tableta lo que solicitamos. Un vaso de un joven Malbec argentino para ella y el clásico Chardonnay francés para mí, con la intención de combinarlos con unas rodajas de queso gouda y sumergirlas en salsas de tomate con cebolla y una mayonesa espesa, para picar y compartir mientras conversábamos del negocio.
—La idea, amor, como me lo explicó al inicio Eduardo en sus charlas de ventas, era hablar poco y escuchar mucho, por lo que una vez tuviera el contrato firmado en mis manos, debía irme rápidamente, por si acaso la cliente se arrepentía. No necesité hacerlo, porque, sin que yo lo supiera, ella ya tenía el contrato firmado en una carpeta escondida frente a mí, bajo su bolso colocado en la silla al lado de la mía.
—Tampocofue una o dos las copas que bebimos ese día. La señora Margarita es una persona agradable y también una excelente interlocutora, por lo que cada una de nosotras consumió nuestras respectivas botellas. Al principio charlamos sobre asuntos sencillos, como su vida, sus hijos y una joyería que era una herencia familiar, la cual poseía varias sucursales en el país y algunas más en el extranjero.
—Le compartí algo de mi vida. Le mencioné que me apasiona diseñar y decorar interiores, y que mi hobby es la pintura. Por ello, disfruto mostrando a mis clientes los espacios con una paleta de colores pastel o presentándoles los últimos diseños en tendencias a través de bocetos en mi tableta, lo cual es mi gran ilusión. Aunque podría hacerlo desde casa, me resulta más satisfactorio hacerlo en persona, interactuando con ellos y guiándolos en la elección de los inmuebles. Le comenté que me sentía más realizada trabajando fuera de casa, involucrándome con los clientes en sus decisiones de compra.
—Ella asumiendo el rol de la experta vendedora, exponía sus propuestas, mientras yo, la ingenua cliente, escuchaba atónita sus peculiares argumentos de compra.
— ¿Argumentos de compra, Mariana? ¡¿Cómo es posible?! —intervino Camilo sorprendido, girando ligeramente hacia mi lado derecho, pero no era el momento de detenerme a explicarle, así que continué recordando aquella conversación. ¡Ya lo entenderá!
—Con Fernando hemos estado conversando sobre…
—Probablemente acerca de la posibilidad de adquirir la casa, supongo. —Me atreví a interrumpir.
—Sí, querida. Pero no exclusivamente sobre eso. —Aclaró.
—¿Entonces? —Le pregunté con gran curiosidad.
—De ti, Melissa. —Me respondió, y en la oscuridad de sus ojos vi un destello de emoción, que intensificaba el marrón de sus iris, ocultando las arrugas de su rostro.
— ¿De mí? ¿Por qué, si se puede saber? —Le pregse con interés.
—Aquella tarde en que visitamos la casa modelo, –respondió, y su rostro sonriente se tornó serio, lo cual me alarmó– me di cuenta de que mi esposo te observaba detenidamente, con un brillo de deseo intenso que creía apagado en él, y que no veía en sus ojos desde hacía mucho tiempo, sin importarle si yo notaba.
—Al principio me sentí incómoda, extrañamente celosa, pues a mi edad pensaba haber superado ese sentimiento, y solo lo había experimentado ligeramente con Fernando al inicio de nuestro matrimonio, cuando en nuestra juventud miraba discretamente a otras mujeres en la calle, y yo le daba un pellizco en el brazo, pero luego me susurraba al oído que no me preocupara, porque solo tenía ojos para mí. —Concluyó, disculpándose en sus palabras.
—Siempre me ha considerado su reina, y lo demostraba con delicados gestos durante el día y con atenciones especiales por las noches en nuestra habitación, –su rostro reflejaba alegría al recordarlo–, luego nos reíamos, hacíamos el amor con pasión y yo ignoraba esos comportamientos. ¡Nunca pasaron a más! —Dijo con orgullo.
—Nunca lo descubrí en situaciones comprometedoras con sus secretarias o empleadas, aunque ocasionalmente paseara abrazado conmigo por la calle, generándome celos para luego reconciliarnos con regalos, paseos o caricias afectuosas. Con el tiempo, llegaron los hijos y los años nos hicieron olvidar esas travesuras, convirtiéndose en un hombredemasiado serio y bastante antipático. Muy parco para expresar sus emociones hacia los demás, gruñón por todo o por nada, seco y poco afectuoso con sus hijos. —Una mueca de desesperanza o resignación, sirvió de colofón para detener su charla, y recuerdo que mientras bebía otro sorbo de aquel violáceo Malbec, sus ojos conectaron con los míos y dejando la copa sobre la mesa, me sonrió antes de continuar.
—En nuestra intimidad procuraba ser el mismo, pero había dentro de su ser, un deseo aplazado. Hasta que nos atendiste en la sala de ventas y del pasado sin esperarlo, regresó a nuestro dormitorio aquel hombre del ayer, nuevamente cariñoso, divertido y esmerado en atenciones para mí.
— ¡Me alegra por ustedes dos! –Le respondí mientras dejaba a un lado del móvil empresarial mi segunda copa, y en su borde, la huella de mi pintalabios. – Y a continuación le pregunté…
— ¿Pero yo qué tengo ver? No comprendo.
—¡Mucho Melissa, mucho! Mientras te esmerabas por enseñarnos todos los espacios, la hermosura de aquellos jardines antecediendo a la entrada, la claridad y amplitud de las habitaciones, detallando cada uno de sus rincones, esa sensación de inseguridad mía al principio, fue cambiando hacia algo que no podía determinar pero que ahora puedo describirla con una sola palabra. ¡Admiración! Para mi esposo por recuperar tan espontáneamente su ego de hombre coqueto y «picaflor», y en ti, por tu buen hacer y sobre todo, saber cómo comportarte ante una situación tan embarazosa, centrándote en tus metas, sin sobresaltarte de más ni formar un desproporcionado escándalo, –justificado por demás– debido al interés que suscitaste en Fernando, tantos años después.
—Tal vez ustedes no se dieron cuenta, ni tu jefe y mucho menos tu o mi marido, no se dieron cuenta, pero salí de aquella casa modelo con una sonrisa de satisfacción, por dos motivos. El primero es que sí, Melissa, esa casa sencillamente me encantó. Las modernas fachadas y la perfecta distribución de los espacios de sala y comedor, esa cocina tan moderna y clara, la cuidadosa y esmerada decoración, la amplitud de las habitaciones, en fin Melissa… ¡Me fascino todo!
—Suspire aliviada, cielo, pues di como un hecho que aquel negocio estaba concluido y cerrado, sin embargo se me encogió algo en el vientre cuando ella prosiguió con su discurso, hilando más recuerdos.
—Y en segundo lugar, me reía por dentro al haber visto a mi marido, intentar flirtear con una mujer tan hermosa como tú, mucho más joven que él, y tan puesta en orden ante su coqueteo. Otras vendedoras en tu lugar, hubiesen aprovechado ese aspecto de burro viejo buscando comer pasto biche, y usando su juventud como anzuelo, con seguridad hubiesen intentado utilizarlo para cerrar el negocio. Sin embargo no podía dejar de pasar el hecho de que se había descarado haciéndote pasar un mal rato y por eso en el viaje de regreso a nuestro hotel, le hice el justificado reclamo.
— ¡Señora Margarita, le juro que yo no provoqué a su esposo! —Sintiéndome acusada y nerviosa me defendí, pensando que aquel hombre hubiese usado la tradicional excusa de que yo me le había insinuado, para calmar la ira de su mujer y la venta por ese motivo estuviera en riesgo.
—Lo sé querida, –me respondió enseguida tranquilizándome– me di cuenta de algunas cosas, no todas seguramente, pero si noté que no te quitaba los ojos de encima y hasta se atrevió a tocarte y olerte el cabello. Lo vi hacerlo gracias al reflejo del espejo que está ubicado en la pared adyacente en el pasillo, y sé que aunque no dijiste nada, quizás para no formar un altercado y dañar tu venta, por la cara que le hiciste no te agradó para nada y lo supiste poner en su lugar. Pero seguiste adelante con la demostración, centrando tú atención en mí o en mis pequeñas nietas, y eso me encantó de ti, querida Melissa. Te comportaste como toda una dama y con solo una mirada lo pusiste en su sitio. Eso me gustó de ti. Pero…
¡A mi marido también!
Tomando un sorbo de mi vaso de Chardonnay, –agradeciendo sus cumplidos– observé detenidamente la elegancia de sus gestos, y la sobriedad de su vestimenta, discreta y acorde a su edad. Su blusa de fino chifón semi transparente, de color blanco con pequeños lunares negros y abotonada hasta el límite de un discreto escote en forma de "U", me permitía admirar las arrugas verticales en su escote y los surcos horizontales en su cuello moreno, adornado con un collar de perlas satinadas y pendientes a juego. Su reciente corte de cabello platinado, con raya lateral y flequillo ligeramente ondulado, hacía que intentara, con gracia femenina, restar años a su rostro.
—¡Me lo confesó al llegar a casa! –Dijo mientras juntaba las manos para tomar su copa, sus uñas largas y postizas pintadas de rojo coral resaltaban sobre su piel salpicada de pecas pardas.– Llevamos casi cuarenta años de matrimonio y durante todo este tiempo "mi muñeco", como cariñosamente le llamo, ha sido un hombre preocupado por mi bienestar. Aunque en el pasado, como todos los hombres, haya dejado que sus deseos lo llevaran a mirar indiscretamente los traseros de otras mujeres bonitas.
—Pero mi muñeco nunca ha pasado de ahí. No me ha sido infiel, al menos físicamente. Quizás en sus pensamientos, pero a mí también me ha pasado, al imaginar estar con algún actor mientras hacíamos el amor, o recordando a mi primer novio de la adolescencia. ¿A ti no te ha sucedido? —Sus ojos marrones brillaban detrás de sus gafas doradas.
—Terminó su copa de un sorbo y la volvió a llenar, suspirando como tomando valor.
—Querida, lo que quiero decir es que le has impresionado mucho y has hecho algo en él. Mi marido, como ves, ya no es un joven, por lo que la posibilidad de que tenga una aventura extramatrimonial es cada vez más remota. A pesar de tantos años juntos, todavía nos amamos, pero nuestros encuentros sexuales han disminuido debido a su disfunción eréctil, algo común con el paso de los años. Él lo intenta, pero no logra mantenerse firme durante mucho tiempo. —Se entristeció, desviando la mirada hacia la ventana y suspirando antes de seguir con sus confesiones.
—Es comprensible que, debido a su edad, ya no pueda... –Vaciló por un momento, pero luego prosiguió tocándose la oreja derecha. – ¡Cumplir con sus deberes conyugales! ¿Me entiendes? Pero una mujer aprende a vivir con su ser amado más allá del aspecto físico. Aprende a vivir sin la parte más rígida de la relación. Es decir, a sobrellevar la falta de actividad sexual en nuestra edad dorada, encontrando placer en la soledad de las noches mediante la estimulación manual, o en ocasiones, si insisto lo suficiente, a través del placer oral, aunque no es tan frecuente. —Bebe de su copa, reflexiva y mirándome fijamente a los ojos, sorprendiéndome con sus revelaciones tan íntimas.
—Y así es comosupuesto, Melissa estimada, hasta la noche del domingo pasado, cuando conversamos sobre lo sucedido en nuestra visita a la casa modelo, sincerándose conmigo al elogiar tu belleza y elogiar también tu conocimiento e inteligencia al hablar sobre los beneficios de adquirir esa vivienda y las diversas actividades en Peñalisa. Realmente me impresionó tu habilidad para manejar situaciones incómodas que Fernando te hizo pasar, y te confieso que nos quedamos despiertos hasta tarde, no discutiendo solo la posibilidad de comprar la casa, sino también hablando sobre tu belleza peculiar.
— ¡Qué amable eres! —Le contesté con una sonrisa y aprovechando para probar un poco de dip de mayonesa.
Anhelo ver a Mariana y observar sus reacciones al contarme sobre su encuentro con su cliente, intentando descifrar cuál será el próximo paso que quiere darme. Pero quizás sea mejor para mí seguir así, a su lado sin mirarla directamente.
—Compartimos con honestidad después de tantos años juntos, expresamos nuestras inquietudes, –seguí hablando con Camilo, quien reflexivo y en silencio, fumaba detrás de mí– luego de haber vivido muchas experiencias y desarrollado una confianza y amor mutuos, como viejos amigos tuvimos esa charla sobre nuestros sueños no revelados.
—Mi esposo hablaba emocionado sobre ti, detallando cada aspecto de tu apariencia y belleza juvenil que lo impactaron. Halagaba la suavidad de tu piel, la forma de tu rostro y la belleza de tus ojos azules y cejas oscuras.
—Mientras mi esposo hablaba de ti, cerraba los ojos y describía cada detalle de tu cuerpo. Durante ese momento, acariciaba suavemente su pecho y abdomen, sugiriéndole imaginarse una noche de pasión contigo. ¿Qué harían? ¿Dónde? Y, lo más importante, ¿cuánto estaría dispuesto a pagar por ello?
— ¿Pagar? —pregunté a Mariana, preocupado de que la transacción por la casa pudiera involucrar a mi esposa.
—Sí, Camilo. Me sorprendió escuchar eso, y me incomodó pensar en ello. Fruncí el ceño al escuchar esos comentarios que me hicieron sentir incómodo. Ya no podía seguir escuchándola mientras jugueteaba con su copa, así que retiré mis lentes y los coloqué sobre la mesa. Aunque sus palabras eran halagadoras, también me hicieron sentir invadido y utilizado. A pesar de mi incomodidad, ella continuó con detalles de esa noche diciéndome...
—Al abrir la caja de Pandora en su mente, mis dedos se encontraron con su pene y mientras imaginaba lo que te hacía, se puso excitado. Le pedí que me contara más y su reacción no se hizo esperar.años anteriores, pero Melissa estimada, le permaneció más o menos rígido por varios minutos hasta que con la invasora ilusión de tu ayuda, y la corporal mía, contándome lo que en su imaginación te iba haciendo, mi muñeco pudo finalmente eyacular algunos tibios goterones que se fueron escurriendo por entre mis dedos, descansando al final sobre su vientre.
— ¡Ufff!... ¡Wow!... No sé si sentirme halagada por la reacción tan positiva que causé en su cónyuge, u ofendida por usar sin mi permiso la imagen de mi cuerpo. —Le contesté de forma tajante, aunque procurando no parecer descortés, mientras me movía ligeramente hacia atrás en la silla, sin poder disimular mi sorpresa.
Siento la brisa fría filtrarse entre nosotros. Camilo seguramente habrá terminado su ron e intrigado y preocupado se habrá encogido, arqueando su espalda como yo al principio, separándose un poco de mí. Él me escuchaba atentamente, mirando hacia las fachadas poco iluminadas de los apartamentos al otro lado de la plaza, y yo mirando más allá del malecón hacia el oscurecido sur de la bahía, conversándole acerca de cómo una extraña pareja de clientes había creado un trío imaginario con su esposa, en busca de un placer peculiar y difícil de obtener dada su avanzada edad.
—Al día siguiente en la mañana estuve reflexionando acerca de la sorprendente reanimación de su órgano sexual, y su recuperación, luego de haber probado todas las opciones, con diversos tratamientos aquí en la ciudad o con terapeutas sexuales en Nueva York, sin resultados, y ambos habíamos renunciado hasta que todo cambió de repente gracias a ti. Hablé con Fernando sobre ese suceso casi milagroso y decidí permitirle que intentara acercarse a ti e intentara hablar contigo, para cortejarte y hacerte una propuesta, pero con la mirada que le diste, lo cohibiste bastante y se mostró renuente a hacerlo. No quería que su mejoría fuera pasajera, y como deseo darle un regalo especial por nuestro próximo aniversario, pensé en ayudarlo un poco enviando un ramillete de flores a tu oficina.
—Así que fueron ustedes. Muchas gracias, son muy hermosas. —Le respondí de inmediato.
—Te lo has ganado, querida. ¡Eso y más! Sin embargo, estábamos nerviosos esperando tu llamada, pero ese día no recibimos una respuesta de agradecimiento por tu parte, y supusimos que te habías molestado. No era mi intención incomodarte, por lo tanto lo convencí para que fuéramos a buscarte con la excusa de hablar sobre la compra de la casa, por lo que contacté a tu jefe, quien me pareció una persona muy amable, para decirle que cerraríamos el negocio, pero no con ese otro joven que nos atendió tan pronto supo que te buscábamos. Me pareció altanero, bastante soberbio y además abusivo al afirmarnos que era igual negociar con él o contigo. A Eduardo, tu jefe, le dijimos que solo negociaríamos contigo y únicamente después de poder conversar contigo personalmente, y se mostró muy interesado en conocer los detalles de nuestra propuesta. Y bien Melissa, aquí estamos, tú y yo, para discutir las condiciones.
—He traído algunas propuestas con distintos planes de financiamiento para que los revises y me des tu opinión. —Le dije y busqué en mi maletín la computadora portátil para mostrarle las opciones de adquisición de la casa, con intereses bajos muy favorables para ellos, considerando su avanzada edad, pero para nada la sorprendí. La sorpresa me la llevé yo, cariño, al escucharlo decir…
—El negocio lo haremos a nombre de la empresa de mi esposo y que ahora dirigen mis hijos. Ellos se encargarán de realizar los trámites correspondientes, utilizando la modalidad de leasing habitacional que nos ofrece nuestro banco, por lo tanto no hay problema, Melissa.
—Me alegré por eso, mi vida. Pero la alegría se esfumó antes de poder siquiera abrir la carpeta con el contrato previamente diligenciado, pues la señora Margarita colocó su mano
encima de la mía, impidiendo que pudiera abrirse.
— ¿Qué significado, tras tantos años, tendría para mí evitar que Fernando se atreviera a acostarse con otra mujer? Ninguno. Por el contrario, me resulta esencial que mi muñeco aproveche esta nueva vitalidad, y poder verlo nuevamente como era hace tan solo unos años. Un hombre atractivo, alegre y seguro de sí mismo. Por lo tanto, pensé que debería hablar primero contigo para proponerte algo distinto, incluso si tú piensas mal de mí o me consideras una mujer desesperada, a quien se le ha ido la olla, pero querida, créeme una cosa, por mi muñeco soy capaz de cualquier cosa, cueste lo que cueste.
—Claramente, cariño, esa señora me parecía bastante extravagante e incluso absurda con esa postura. Pero detrás de esa desesperada locura, solo encontré la fortaleza mental y emocional de una mujer aún enamorada de su esposo, dispuesta a ceder para que su marido mantuviera su mejoría, y que pretendía, con su complacencia, hacer realidad, en el otoño de sus días, uno de sus sueños nunca realizados. Y de ninguna manera la juzgo mal. Más bien, me pareció sumamente romántico.
—Y cómo te has convertido para Fernando en una ilusión sanadora, continuó con su discurso, no lo dudé ni por un segundo y me puse manos a la obra. Loco, obsesionado o como quieras verme, pero con la clara intención de hacerle realidad su sueño fracasado de tener un romance fuera del hogar y con una mujer tan joven y hermosa como tú, pues he pensado en ofrecerte una compensación adicional, bastante superior a la suma que te puedan pagar en tu empresa por la venta. La cuestión, querida Melissa, es si aceptarías salir una noche con nosotros a cenar y luego concederle el deseo a mi muñeco de intentar tener relaciones sexuales contigo.
— ¿Perdón?... ¿Cómo lo has dicho? ¿Estás sugiriendo que me acueste con tu marido a cambio de dinero? No sé por quién me has tomado, le respondí sin ocultar mi enfado, pero soy una mujer casada que, como bien has observado, tiene las ideas muy claras y los límites bien definidos. Me estás ofendiendo con tu propuesta, señora Margarita. No soy una mujer de la calle cualquiera. Si quieres, puedes conseguirle a tu marido una acompañante de las muchas que hay anunciándose en los periódicos o en internet, con mejores atributos físicos y experiencia sexual que los míos.
—No te alteres ni me hables de esa manera, y mucho menos me mires así, por favor. En absoluto quiero ofenderte y mi propuesta solo responde a una urgente necesidad. ¡Piensa algo, querida! Si esa mejoría se debe a ti, y solo empleando la imaginación, convertirlo en una realidad, debe ser para Fernando el mejor regalo que yo le pueda ofrecer en agradecimiento por su amor, entrega y fidelidad durante todos estos años. Es mi demostración de amor. Mira esto. —Me dijo.
—Recuerdo que inclinó su cuerpo, y levantando ligeramente el bolso que mantenía a su lado, sobre el asiento de la silla a su derecha, tomó una carpeta marrón y la colocó sobre la mesa.
—Aquí tienes el primer pago por tu dedicación y esfuerzo laboral. Este es el contrato de compraventa ya firmado, junto con la consignación en el banco al número de cuenta de tu empresa. Tu jefe me lo entregó cuando nos reunimos esta mañana, y junto a Fernando hace dos horas lo revisamos y acordamos los términos. Es una buena suma de dinero como anticipo por la compra de la casa.
— ¿Cómo es esto? ¿Ya se reunió con él? ¿Por qué no me lo informaste? —Sorprendida le pregunté, pero ella no se inmutó ni aclaró mis preguntas. Y de nuevo, cielo, la preocupación se instaló dentro de mí y se me revolvieron las tripas, palideciendo frente a esa señora.
—Y en este otro cheque de gerencia, la bonificación por el favor que estoy segura de que me harás, al aceptar acostarte con mi esposo. Querida, será cosa de una sola noche, unos breves momentos para ti, pero un instante de suma importancia para mí. Puede que pase algo entre ustedes, como puede ser.
Eso ya no está en mis manos. Dependerá de cómo uses tu encanto con él y de si mi muñeco reacciona ante tu desnudez. Eduardo nos informó sobre tus dificultades económicas. No creas que nos estamos aprovechando de tu situación, siendo madre de dos hijos pequeños y con un esposo desempleado, alcohólico y drogadicto que no se preocupa por su familia, dejando todas las responsabilidades del hogar en tus hombros. Estaremos haciendo un favor mutuo, solo en esta ocasión. Te aconsejo que lo pienses cuidadosamente antes de rechazar mi propuesta.
Esas fueron las últimas palabras que dijo antes de pedir que volvieran a llenar nuestras copas. Me sentí como una estatua, incrédula por la forma en que Eduardo había negociado la compra de esa casa y mi integridad. Necesité un momento para ir al tocador y pensar en cómo actuar, evitando mandarlo todo al traste. Necesitaba desbaratar la venta de una de las casas más caras de la urbanización.
Marqué frenética y enojada su teléfono. Intenté llamar al teléfono de la empresa varias veces, pero no contestó. Lo intenté en su móvil personal, sin éxito. Necesitaba un cigarrillo urgentemente para calmarme. Justo cuando salía del baño para fumar, recibí una llamada de su teléfono de trabajo.
¿Qué has hecho, Eduardo? ¡¿Cómo has podido decir semejante mentira?! Eres despreciable. Sigues usando mi situación para tu beneficio y llenándote los bolsillos a mi costa. Vete a ver cómo solucionas esto, porque no permitiré que toquen a ese viejo. -Le grité, asegurándome de que estábamos solos en el baño de mujeres.
Escúchame, primero, cálmate y respétame. Segundo, entiende que debes cumplir mis órdenes por el bien de los dos. Recuerda que mantengo mis promesas, como la que le hice a esa pareja, protegiendo tus secretos con mi amigo. ¿Sabes qué? Hablé con él recientemente y parece estar disfrutando en el extranjero, ni siquiera preguntó por ti. Es extraño, ¿no crees? Siempre ha sido tan amoroso. Mejor arregla tu aspecto, sonríe y únete a la mesa. Estamos esperando para celebrar nuestro acuerdo.
Recibí su llamada, preguntándome sobre el viaje y el proyecto hotelero en los terrenos. También bromeó sobre las mujeres locales. Como era habitual, no le di importancia y estaba ocupada con otros asuntos.
Espera un momento, ¿no estaban solos ustedes dos en ese lugar? -Pregunté para aclarar la situación.
Ciertamente pensé lo mismo, cariño, pero igual de sorprendida que tú, me encontré nuevamente con la Señora Margarita y los vi a ellos dos alegres en la mesa. Eduardo hablaba animadamente con el Señor Fernando, con una sonrisa falsa en el rostro.
De antiguos conocidos, al verme, con cortesía se levantó rápidamente y apartó una silla para que me sentara a su lado.
—Me alegra encontrarte de nuevo don Fernando. Buenas tardes ¿Cómo está usted? ¡Qué sorpresa verte aquí! —Saludé con una sonrisa, aunque ocultando mi molestia.
—Melissa, te veo más tranquila. ¿Cuál es tu decisión? —preguntó la señora Margarita.
Tomé mi copa y la alcé, los demás entendieron la indirecta y brindaron también.
—¡Está decidido! —anuncié a todos, pero mirando de manera directa y exclusiva a don Fernando, colocando mi mano izquierda en su hombro y expresándole con claridad y voz sugerente…
—Solo falta que me indiques cuándo, dónde y a qué hora deseas que nos encontremos, para así tener oportunidad de arreglarme y organizar las cosas en casa.
—Podría ser el próximo viernes por la noche, ya que tu esposo estará fuera de la ciudad. ¿No es así? —intervino Eduardo de manera imprudente, lanzándome un guiño que pensó que pasó desapercibido, pero no fue así para la señora Margarita, quien tras chocar su copa con la mía por segunda vez, expresó su entusiasmo por esa fecha.
—¡Sí, sería fantástico pero lamentablemente no será posible! —dije esas palabras que los impactaron, especialmente a Eduardo, quien se incomodó en su asiento y mostró su descontento. Sin embargo, si él deseaba seguir aprovechándose de mí y vendiendo mi cuerpo al mejor postor, había decidido hacerlo a mi manera y con total disposición. A partir de ese momento, sería yo quien tomara las riendas y decidiera cómo manejar la situación sin rechazar sus propuestas morbosas y oscuras.
—Justamente acabo de empezar mi periodo menstrual. Es una pena, pero así son las cosas. Tendremos que posponer nuestra salida para la próxima semana. Ahora, si me disculpan, debo ir a recoger a los niños donde la cuidadora y preparar la comida para mi esposo, para evitar que se enfade y termine agrediéndome o algo peor. Les informaré a través de mi jefe la fecha y el lugar al que creo que Fernando me llevará para observar las estrellas.
Tomé la carpeta de la mesa, verifiqué que estuviera completa y firmada. También el depósito y el cheque a mi nombre, luego salí de allí dejándolos sorprendidos y maravillados. Él y ella felices y admirados por aceptar su propuesta. Y Eduardo, sorprendido por mi respuesta complaciente, pero abrumado por mi conducta dominante.
Otros relatos que te gustará leer