Infiel por mi error. Prostituta por necesidad (27)


Escuchar este audio relato erótico

Un discurso… ¿Incitador?

— ¡Tranquilo amor! No te asustes porque no es lo que piensas. En ese aspecto sí fuiste el primero, te lo juro. Era algo personal, más bien mío… Un desafío que me impuse en soledad para superar mi fobia, –y aprovechando la oportunidad– quería vencerla para luego practicarla contigo. —Explico a Camilo, mientras lo retengo. ¡Espera, cariño! Quédate y déjame aclararte.

Mariana extiende su brazo izquierdo y me toma el tobillo, angustiada por mi reacción. Como hipnotizado por su voz suplicante, o por sus ojos azules encantadores, –dignificando con su mirada su gesto de súplica– me quedo inmóvil a menos de un metro de la arrugada tela rosa de mi camisa, que le sirve de humilde trono a sus nalgas.

Permanezco tranquilo respirando pausadamente, y eso parece calmarla, ya que sujeta con menos fuerza mi empeine y sus dedos, que han presionado mi pie brevemente, se retiran lentamente, alejándose hasta encontrar un nuevo lugar, reposando en el centro de sus senos. ¡Liberándome de esa sensación táctil tan familiar pero extraña!

— ¿El primero, has dicho? –Le pregunto mirándola. – De acuerdo, Mariana, te doy el beneficio de la duda y fingiré que es cierto lo que me dices. Aun así me queda el amargor de que es muy probable que no haya sido exclusivo para mí, ni que yo haya sido el último en disfrutarlo. ¿Me equivoco? —Le digo mientras golpeo mi trasero con fuerza para quitarme la arena acumulada y por supuesto para ahuyentar esos malditos pensamientos de mi mente.

—Estás en lo correcto nuevamente, Camilo, pero eso no significa que no lo haya disfrutado más contigo a pesar de las molestias iniciales, porque te lo di por amor y no obligada o comprometida como la última vez. ¿Entendido? —Mi esposo asiente con paciencia, pero mi mirada se dirige más allá de su imponente figura, ya que veo a Verónica observándonos ansiosa a lo lejos. Se da cuenta de que la he descubierto, pero la rubia no aparta la mirada y, al contrario, con desenfado me sonríe.

— ¿Puedo continuar y explicarte lo que intentaba superar? —Le pregunto de nuevo a mi esposo, enfocando mis ojos en el café de los suyos, reajustando la posición de mis nalgas y piernas, presionándolas contra mi pecho, asegurándolas con las manos y entrelazando mis dedos sobre mis rodillas para continuar con el desenlace de esa tarde junto a K-Mena.

—Con algo de miedo, sujeté el pene de silicona con una mano, –que sobresalía verticalmente de su pubis como un periscopio– y acerqué mi rostro nuevamente a ese falo artificial. Lo recorrí con mis labios de forma disciplinada y lo introduje parcialmente en mi boca, para luego lamer el tronco con esas venas simuladas y posicionar mis manos bajo sus caderas, moldeando mis palmas para sostenerlo y mantenerlo a flote, evitando que se hundiera.

—K-Mena acariciaba mi frente, despeinando mis cejas con sus pulgares, logrando que cerrara los ojos y me concentrara en la lección que me ofrecía. Lo chupé y lamí varias veces, para después sacarlo de mi boca y levantar la mirada, asegurándome de que sus hermosos ojos grises me observaran, atentos a cómo le enseñaba a hacer sexo oral a ese amante imaginario.

—Una emoción me invadió, tal vez por diversión, –no lo supe en ese momento y tampoco lo pregunté–.

pero con firmeza, ella colocó ambas manos sobre mi coronilla y presionó mi cabeza hacia abajo, lo que causó que casi me ahogara con ese miembro masculino. Rápidamente saqué su miembro de mi boca y la miré con cierto disgusto.

— ¿Qué pasa, churri? ¿Será que es tan grande que tu boquita no puede con él por completo? ¡Jajaja! —K-Mena encogió los hombros, inflando el pecho y emulando la apariencia arrogante y varonil de aquel Nacho inventado, incluyendo la voz gruesa, burlándose y retándome a hacerle una felación más profunda y completa.

—Fulminé su desafío con la mirada y decidí aceptarlo. Escupí abundante saliva sobre la cabeza rosada de ese juguete de silicona y, desafiante, lo introduje hasta la mitad en mi boca, sin apartar la mirada de sus ojos grises, redondos y expectantes.

—Ella, traviesa, sonrió y movió sus caderas hacia abajo para sacarlo de mi boca, sumergiéndolo en el jacuzzi y alejándolo de mi alcance. En ese preciso instante, decidí tomar aire y sumergir mi cabeza, buscando el falo sumergido con los ojos cerrados. Lo capturé de nuevo entre mis labios, rozando la circunferencia con los dientes y el paladar, manteniéndolo en mi boca unos segundos. Apenas unos instantes, pero aguanté la respiración mientras ella movía sus caderas arriba y abajo, penetrando mi boca.

—Sumergida, abrí los ojos para ver cómo el oxígeno escapaba por mi nariz, formando burbujas que ascendían frente a mí. Sin embargo, no sentí alarma y, satisfecha con mi logro, saqué lentamente mi cabeza a la superficie, tomando una bocanada de aire entre una mirada victoriosa hacia su rostro... ¡Precioso y sorprendido!

—Con una sonrisa, repetí el proceso varias veces hasta que me sentí satisfecha. Con ambas manos aparté los cabellos mojados de mi rostro y, lanzándole una mirada osada, me sentí contenta al vencer mi irracional temor a sumergir la cabeza, manteniéndola bajo el agua sin miedo a ahogarme. Mis dos amantes, el hombre imaginario y la verdadera mujer fusionados en uno, ya despojados de su arrogancia, simplemente se reían de su travesura al otro extremo del jacuzzi.

—Para vengarme, agarré a K-Mena por las piernas y la jale hacia mí, logrando que se sumergiera bajo el agua. Jugamos como niñas a salpicarnos durante un rato, creando charcos fuera del jacuzzi, hasta que el timbre del teléfono de la habitación sonó cuatro veces, recordándonos que el tiempo estaba por terminarse.

—Nos duchamos y nos vestimos rápidamente en silencio, ambas satisfechas pero pensativas. Después de pagar por el servicio de la habitación y estar dentro del coche, K-Mena volvió a su actitud tradicional, un poco avergonzada, me agradeció por lo que le enseñé. Manteniendo mi papel de esposa infiel, le di un beso en la mejilla y le rogué que lo ocurrido en esa habitación quedara entre nosotras, advirtiéndole que si se enteraba de chismes en la oficina, nunca más se repetiría, quedando sus deseos como simples ganas.

— ¿Y así se resolvió todo, Mariana? Demostraste cómo hacerlo, pero no la dejaste intentarlo. ¿No era ese el propósito de la cita? —Interrumpí intrigado.

—Exactamente. Y ella, con suspenso, me lo preguntó como tú.

— ¿Y qué le dijiste?

—Le contesté que la próxima vez, sería ella quién

en la fémina.

—Entonces… ¿Simplemente la abandonaste con los deseos insatisfechos, porque así lo decidiste? ¿Qué pretendías en realidad? ¿Mantener su interés en ti? ¿Acaso no consideraste esa posibilidad?

—Claro que lo tuve en mente. Tuve la convicción de que me había convertido en la primera persona, –de hecho en la primera dama– en tocar no solo su cuerpo, sino también su espíritu, quedando para siempre grabada en sus recuerdos al brindarle sus primeros momentos de éxtasis, y por supuesto, enseñándole a disfrutar de su incipiente sexualidad.

—Para ser completamente franca contigo amor, no podré olvidar fácilmente la conmoción que vi en su rostro, debido a la revolución física y la agitación mental que le causé al llegar al clímax sorprendente, el cual, por temor a pecar, K-Mena se negaba a experimentar en solitario. Afortunadamente para mí, esa vez conmigo, ella no sintió el dolor de la primera penetración, en cambio, con mis besos y caricias, esa tarde le regalé una sonrisa por el placer que experimentó y el que me brindó. Nos entregamos por completo al disfrute lésbico, hasta alcanzar juntas el inefable clímax del orgasmo, nuevo para ella, exótico para mí, y definitivamente tan novedoso para ambas.

La verdad es que, absorto, observo el semblante apenado de Mariana, y me cuesta entender todo esto. He asumido a regañadientes que para ella no fui el único, ni previo a nuestro encuentro ni mucho menos después de caer en esa trampa maldita, donde satisfizo sus deseos de explorar y alivió su aburrimiento con experiencias nuevas, decepcionándome en el proceso. ¿Y ahora qué? ¿Llevar a una mujer a la cama de un motel para supuestamente enseñarle algo que cada individuo debe descubrir a su manera? Y en medio de ellas dos y sus cuerpos, en las mentes de ambas la presencia de ese individuo despreocupado. ¡Fantástico para ellas, desalentador y amargo para mí!

Dudas y más dudas. Si, como acaba de decirme, no puede olvidar fácilmente ese rostro y sus gemidos, es porque lo disfrutó intensamente y sin remordimientos. Lo mismo podría ocurrir con todo lo demás, lo que hizo o deshizo con ese mujeriego de playa, y… Solo Dios sabe qué más. ¡Demonios! ¿Cómo puedo estar seguro de que, si regreso a su lado, cuando tengamos intimidad de nuevo, no estén rondando en su mente la imagen de ese hombre, o la de su amiga? ¡Maldita sea! Y para empeorar mi desdicha, el sabor de esta cerveza no ayuda, está tibia y no tengo hielo para enfriarla.

Camilo se inclina para agarrar otra cerveza y se rasca la cabeza. Mientras lo hace, mis ojos se fijan en el casi hipnótico balanceo de la cadena de oro que pende de su cuello, con su anillo de matrimonio actuando como contrapeso. Arruga el ceño después de dar el primer trago y me mira. Supongo que está caliente, y eso no le agrada en absoluto, al igual que su reacción tampoco me gusta, tan tranquila como las olas de este mar en calma, pero oscuro. Su calma aparente, al normalizar la infidelidad que acabo de confesarle, me inquieta, pues podría estar asimilándola, y esa serenidad podría ser la antesala de la tragedia y el llanto, –tanto suyo como mío– que se avecina.

Entiendo que esta confesión que acabo de hacerle es una infidelidad, pero curiosamente no le duele o no le afecta, al menos no tanto como enterarse de mi relación, –para mí solo física, para Camilo incluso emocional– con José Ignacio. Quizás se debe a que fue una experiencia para satisfacer la curiosidad de K-Mena o para cumplir un deseo oculto de mi parte, por lo tanto, mi esposo lo considera aceptable, y a la larga, como la mayoría de los hombres, también era una fantasía sexual no declarada en su mente. ¡Ver a su esposa disfrutando del sexo con otra mujer!

Pero nunca me lo mencionó, tal vez por temor a mi reacción. Éramos compatibles en lo sexual, en lo físico.

En el aspecto psicológico, es por eso que nunca consideramos o conversamos sobre la posibilidad de involucrar a terceras personas de forma imaginaria en nuestras relaciones íntimas. ¡Nos sentíamos contentos como pareja y nos era suficiente el uno para el otro! ¿Entonces cuál es la razón por la que no se ve ninguna incomodidad en su rostro, y en cambio, al colocar sus manos delante de su entrepierna, ajustar su erección y tratar de disimular enderezándola, intentando ocultar la evidente dureza de su pene bajo la tela de sus bermudas?

— ¿Me pasas tu vaso, por favor? –Le pido con amabilidad para que no lo perciba como una orden de mi parte. – Voy a solicitarle a las chicas que nos traigan más hielo picado. ¡Vuelvo enseguida y continuamos!

—Sí, claro, ¡cómo no! ¿Y pretendes ir así? —Le pregunto señalando con mi dedo su notoria excitación, y mi esposo de inmediato desvía la mirada hacia su entrepierna, al percatarse de lo evidente de su situación, se cubre con la mano derecha, mientras los dedos de la mano izquierda parecen trazar surcos en su sudada frente.

—Lo siento Mariana, no me di cuenta. Creo que mi subconsciente me ha jugado una mala pasada, quizás debido a la forma tan detallada en que me contaste tu experiencia sexual. —Le digo avergonzado evitando el contacto visual, y para calmar la ansiedad respiro profundamente varias veces, como si fuera un remedio mágico para disminuir mi erección y recuperar mi dignidad.

Una vez que tomo los dos vasos, me doy la vuelta y me alejo de Mariana con calma, tratando de borrar esas imágenes eróticas de mi mente lo antes posible, y busco a la amigable chica rubia entre el grupo de jóvenes animados que brincan y bailan. No tardo en localizarla, a pesar de que está de espaldas, rodeada por sus amigas, sus ondas doradas y sueltas en el cabello alborotado la hacen destacar por encima de las demás.

Una de sus amigas, alta y morena, se da cuenta de que estoy cerca y con una complicidad no verbal típica entre mujeres, me señala con los labios y los ojos bien abiertos, logrando que Verónica gire un cuarto de vuelta, permitiéndome ver cómo brilla su rostro por el calor, que le da un rubor a sus definidos pómulos, y su sonrisa jovial se vuelve aún más amplia y expresiva.

— ¡Hola! Parece que finalmente te dejaron unirte a la fiesta. —Saluda con su acento paisa sensual.

—Para nada Verónica. Nunca pido permiso para hablar con alguien, si te refieres a ella. Estamos discutiendo algunos asuntos pendientes y, como aún no hemos terminado, es por eso que no nos hemos acercado. —Respondo sinceramente.

—Vaya, parece que ella es la culpable entonces. —Comenta con sorpresa.

—En cierto modo, sí. Son los inevitables desacuerdos en el matrimonio. ¿Adivinas cosas así de forma natural?

—No estoy a dieta y suelo comer de todo. Si algo me apetece, simplemente lo como. Aunque no veo muchas telenovelas, sí tengo experiencia en la vida cotidiana. Tu esposa parecía reservada y desconfiada al saludarnos. Transmite una energía un poco pesada, pero no del todo negativa. Se puede notar en su rostro y en los gestos nerviosos de sus manos que está desesperada por sanar una… ¡O mil heridas! Aunque no lo sepas, tengo sangre gitana y, además de ser diseñadora gráfica, a veces actúo como adivina para mis amigos más cercanos. Ella está claramente desesperada por sanar un corazón herido. ¿El tuyo? —Dice con una sonrisa, logrando que me ría por su ocurrencia.

—Oye Verónica, ¿podrías recargarme estos dos vasos con más hielo por favor?

La cerveza caliente me sienta mal. —Respondí, cambiando la dirección de nuestra conversación y restando interés a sus preguntas directas que, de alguna manera, me causan vergüenza.

— ¡Vamos, amigo! Aprovechemos que el camino está libre y la nevera portátil está desatendida, por lo tanto, no debemos esperar en la fila. ¡Jajaja!

Inmediatamente, Verónica, –sin dejar de enseñarme su blanca dentadura – se acerca un poco y mira hacia donde está sentada mi todavía esposa, luego pasa su brazo por debajo del mío agarrándome para caminar pegada a mí, rozando su cadera con la mía de manera coqueta, mientras avanzamos por la arena suelta hacia la fogata. Es evidente que Mariana debe estar observando esta situación. ¿Qué estará pensando al verme cerca de esta rubia que claramente está coqueteando conmigo?

¡Maldita mujer desagradable! - Murmuro entre dientes. - ¡No, mujer no! —Rectifico. Una hiena que, con su mirada sarcástica y risa burlona, muestra sus dientes blancos, como si quisiera morder a mi esposo. Se lleva a mi esposo un poco más lejos mientras lo abraza y mueve sus caderas de forma exagerada. Probablemente piensa que mi esposo es presa fácil para satisfacer sus deseos esta misma noche en la playa. ¡Está equivocada, esa chica idiota!

A pesar de que me dan la espalda, por sus expresiones faciales, puedo notar que están conversando. ¿De qué? No lo sé, pero ambos parecen interesados. No solo hablan, sino que Camilo le sonríe y yo, atenta a esa complicidad emergente, siento un escalofrío recorrer mi espalda, enderezándome al sentir un calorcito subir desde mi pecho hasta mis mejillas. Soy consciente de que, después de lo ocurrido, puedo perderlo en cualquier momento cuando sus instintos primarios intenten olvidarme buscando placer con otra persona en esta playa. Aunque su alma y corazón amoroso le indiquen que aún me pertenece.

Observándolo lejos de mí y abrazado por la rubia que parece devorarlo con la mirada, percibo que al contarle todas mis verdades con tanto detalle, también corro el riesgo de perderlo definitivamente. El consejo de su amigo Rodrigo fue ser sincera y eso hice. Aunque Iryna también me aconsejó ser prudente. Ocultar la verdad fue una opción que decidí utilizar en repetidas ocasiones para no arriesgar lo que tenía. Pero ahora que no está a mi lado… ¿Debo ocultarle la realidad pasada? ¿O debo arriesgarme a ser completamente honesta de una vez, afrontando las consecuencias? ¿No fue eso lo que decidí hacer? ¡Carajo! No sé qué haré si lo pierdo, si eso llega a suceder. Mi corazón late con fuerza y las pulsaciones en mis sienes son intensas. Debo calmarme, serenarme y pensar. Otro cigarrillo me vendría bien.

— ¡Qué genial sería bailar contigo! —Verónica, con su desparpajo característico, habla con naturalidad mientras llena los vasos con hielo picado.

—Estoy un poco oxidado para bailar salsa "choke". ¿Qué te parece si bailamos cuando suene merengue o vallenato? —Respondo intentando evitar hacer el ridículo y regresar pronto junto a mi esposa abandonada.

— ¡Ja, claro! Vamos, aquí no hay competencias de baile y nadie se fijará si lo haces bien o mal. —Me responde, y

me jala con fuerza.

Caminamos juntos, ya que su mano me impulsa por la espalda con determinación, conduciéndonos al centro de la felicidad y la alegría de los demás, rodeados de sus amistades que siguen disfrutando de la fiesta. Las chicas y chicos me saludan por igual, levantando las manos, yo respondo con un gesto amable, inclinando la cabeza y regalando una sonrisa un tanto tímida. Verónica comienza a moverse con destreza frente a mí, como si fuera una experta contorsionista. Intento seguir su ritmo imitando sus movimientos de baile lo mejor que puedo, pero mis pies en esta arena no se deslizan como lo harían en una pista de baile, así que simplemente doy pequeños saltos de un lado a otro levantando la arena. Con mi torpeza, logro levantar nubes de polvo.

Por suerte, los sonidos alegres de las trompetas, la vibración de la marimba y los tonos caribeños de las congas van disminuyendo poco a poco hasta que finalmente calman el movimiento sinuoso de las caderas de Verónica y sus amigas, todas radiantes a mi alrededor.

A lo lejos, veo a Mariana fumando tranquilamente, ajena a la algarabía, ensimismada en sus pensamientos. Aprovecho el momento de pausa y, en un descuido, me doy la vuelta para dirigirme a la nevera portátil y recoger los dos vasos para regresar junto a ella.

— ¡Rolo! ¿Te vas tan pronto? —Escucho que me grita y me detengo. Al girar la cabeza, la veo riendo por algún comentario divertido de sus amigas, por lo que la espero tranquilamente.

No quiero parecer descortés ni que se haga una idea equivocada de mí, pensando que soy un aburrido. Pero la verdad es que no me siento cómodo aquí, rodeado de gritos alegres y sudor impregnado de alcohol, mientras Mariana está sola esperando con calma mi regreso, sumida en sus pensamientos y sin su trago de ron frío con hielo.

— ¿Tequila o miedo? —Me reta con una sonrisa y me acerca un vaso plástico con un tercio de aguardiente y un rastro de pintalabios en el borde.

—Tomaré solo uno, debo irme pronto. ¡Pero hazlo bien cargado! —Respondo y adopto una postura temeraria, la favorita de mi hijo Mateo. Verónica, sin perder su entusiasmo, coge la botella de aguardiente de al lado de la nevera, junto a otras variedades de licor, y llena el vaso hasta el borde como le pedí.

Beb o el aguardiente de un trago, sin inmutarme, aunque siento el ardor en la garganta. La miro fijamente mientras habla con ese acento paisa tan encantador, saboreando el anís y pasando la lengua por mis labios.

—Ve entonces, espera que terminen de arreglar sus asuntos. Si quieres, puedes regresar solo —me dice, coqueta, guiñándome un ojo— o acompañado, estaré aquí esperándote más tarde. Prometo poner tu canción favorita de la Playlist y bailar de nuevo. Pero eso sí, asegúrate de que tu mujer no se ponga celosa y arme un escándolo. ¿De acuerdo?

—Quizás, Verónica. Aún hay algunas cosas por aclarar y espacios vacíos en nuestras vidas por llenar —respondo con sinceridad y cierta melancolía en mi voz.

Me acerco para besar su mejilla, y sin querer, siento el sabor salado de su sudor en mi boca. Verónica me mira con picardía, sin dejar de sonreír, y acaricia brevemente mi mentón al recibir su vaso, con unas pocas gotas de aguardiente en el fondo, pero ya sin rastro de su labial.

— ¡Y muchas.Gracias por el hielo. —Agradezco, gritándole, mientras me alejo unos cuatro metros de su calor corporal.

De reojo veo que Camilo regresa. Respiro profundamente para tranquilizarme, me siento confundida y furiosa. ¿Celosa? Sin duda. ¡Caramba! Aunque siento celos, no debo interpretarlo así ni mucho menos reclamarle. No ha actuado mal ni ha permitido que esa mujer rubia se propase con él, a pesar de que bailó terriblemente mal el "Ras-Tas-Tas" con ella.

Ahora me pongo en su lugar, después de verme a mí misma haciendo lo mismo con Chacho en esa fiesta, bailando más cercanos de lo que ellos lo hicieron, y de manera más sensual. Delante de él, permití que el hombre que mi esposo detesta, me frotara de forma obscena su virilidad endurecida en mis nalgas mientras bailaba reguetón. En este momento me doy cuenta de que mi acto de rebeldía estuvo completamente mal y fue inapropiado. ¡Y no se siente en absoluto bien!

Llego donde está Mariana, arrodillada y fumando. Me detengo a una distancia prudente, sosteniendo dos vasos de plástico que enfrían mis manos, y sin mirarla le pregunto...

— ¿Cerveza o ron?

— ¡Necesito ir al baño! —Es su primera respuesta, sin embargo, sigo adelante y sirvo ron para los dos, exprimiendo hasta la última gota. ¡Caramba! Se ha acabado. Me rasco la nuca mientras la veo apretar los muslos y mover los pies, frotando primero el empeine de uno con la planta del otro, y luego repitiendo el movimiento con el otro pie.

Mariana me mira y sin decir una palabra más, extiende su mano derecha hacia la mía. Coloco los vasos, que están inclinados de manera peligrosa sobre la arena, y los recibo, sintiendo la suavidad de sus dedos estilizados, con uñas bien cuidadas y reluciente argolla matrimonial, destacando con destellos dorados sobre su piel pálida.

Con su otro brazo ligeramente doblado, se apoya en la manga de mi camisa y se levanta, colocando su figura escultural a pocos centímetros de la mía, inhalo la fragancia floral de su cabello, mientras ella, a menor altura, respira mi aliento anisado con confianza.

Ella afirma sus cincuenta y algo kilos sobre la arena, que parece ceder ante el peso de su belleza, la playa parece no querer igualarse a ella, aparta los granos de arena blanca y ambarina a los lados de sus pies, trazando un horizonte a lo largo de sus plantas, dejando sus talones al descubierto y cubriendo sus dedos, aplanándose bajo la forma de sus pies.

— ¡Pues sabes qué, Mariana! ¡Yo también! —Respondo mirando a ambos lados, pero la solución al problema parece lejana.

— ¡No hay más remedio! —Le digo sin quitarle la mirada, desabrocho mis pantalones y bajo la cremallera, dejando caer mis shorts de forma desconsiderada, sacudiéndolos para quitarles la arena antes de doblarlos y dejarlos descuidadamente sobre mi mochila Wayuu. Reviso mi teléfono, con varios mensajes que decido no responder, algunos de William y otros de Eric, y me quedo solo con mis bóxer negros.

— ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco? —Mariana, con los brazos en jarras, me mira sorprendida pero finalmente sonríe.

Aún sin hablar, nos entendemos, sus brazos se mueven hasta tocar la parte posteriorsu garganta. Rápidamente Mariana desata los tirantes de su vestido y se precipita sobre la arena, subiéndolo y ocultando sus pies.

Me regala una vista de su pecho, sus senos cubiertos por un top blanco que resalta sus redondeces y deja al descubierto su vientre y ombligo. Mis ojos bajan hacia su delgada cintura y sus caderas anchas, cubiertas por un coqueto calzón negro con encajes de flores. Mariana nota que la estoy mirando embobado admirando su belleza y, sin disimular su satisfacción, en sus ojos azules veo la típica expresión de sorpresa y su mirada se posa en mi entrepierna, llevando una mano a su frente y sonriendo burlonamente. ¿Qué ha pasado? ¡Rayos, no puede ser! ¿Olvidé quitarle las etiquetas también?... ¡Un momento! Estos bóxers no son nuevos.

—Vamos, amor, necesito ir al baño. Pero recuerda quitar ese bóxer y darle la vuelta cuando te lo pongas de nuevo, ¡lo tienes al revés! —Dice apresurada mientras se dirige hacia la orilla.

— ¿Te has divertido? —Me pregunta mientras nos introducimos con precaución y sigilo en las oscuras pero frías aguas.

—No tanto como tú con esa mujer. Necesitaba un momento para pensar en lo que hiciste sin que yo lo supiera. Además, no podía faltarle el respeto a esa chica, que fue muy amable con ambos. —Mariana suspira en silencio y noto el cambio en su piel erizada, al igual que en la mía.

Avanzamos lentamente y la baja temperatura del mar aumenta nuestras ganas de orinar. Al llegar a la mitad de la piscina natural, protegida por el malecón en forma de "L", nos detenemos. Mariana, con una mano, baja sus braguitas hasta las rodillas y se agacha cubriéndose hasta que el agua llega a la parte inferior de su top blanco. Con la otra mano, se apoya con naturalidad en mi antebrazo, manteniendo el equilibrio.

—Cariño, algo sucedió mientras salíamos del motel y necesito contártelo. —Me dice mientras hace sus necesidades.

— ¿Más sorpresas? —Pregunto, observando a mi alrededor, esperando a que Mariana termine.

—Desafortunadamente, sí. Al revisar nuestros teléfonos dentro del auto, ella me mostró la pantalla de su móvil privado con tres llamadas perdidas de su mamá y de Sergio. En mi caso, al encender mi teléfono del trabajo, vi dos llamadas y un mensaje de voz de un número desconocido, además de cinco llamadas perdidas de Eduardo y dos de José Ignacio.

— ¿Ya terminaste? —Pregunto, mientras Mariana asiente, acomodándose las braguitas con cierta dificultad y enderezándose.

—Me asusté mucho, cariño. K-Mena me arrebató el teléfono y vio quiénes habían llamado. Con Eduardo no me afectaba que supiera, pero no sabía qué decirle si me preguntaba por las llamadas de José Ignacio.

Ahora me toca a mí. Meto las manos en mis bóxers, los bajo rápidamente y, agachándome un poco, me los quito por completo para darles la vuelta, mientras sigo orinando, sin darme cuenta de que una pareja muy cariñosa, tomados de la mano, están cerca caminando por la pasarela de madera desde la esquina opuesta y nos están mirando.

— ¡Bien! ¿Y entonces qué pasó? —Pregunto, ignorando a los curiosos, y apoyándome en su hombro para levantar una pierna e intentar ponérmelos correctamente, sin lograrlo.

Mariana, con los brazos cruzados para mantenerse caliente, se ríe. Yo no le presto mucha atención y hago otro intento, sin éxito.flotar un poco. Levanto una pierna y la punta del pie la introduzco en la hendidura de la tela, y al sumergirlos lo consigo. Con la otra pierna ya es más sencillo y por último me los acomodo, esta vez correctamente.

—No me preocupé por contestarles a ninguno, –siguió hablándole a Camilo mientras su cuerpo se balancea– y le expresé a K-Mena que «cada jornada tiene su preocupación» y no debíamos inquietarnos pues era nuestra jornada sin obligaciones. La conduje hasta su hogar y allí nos despedimos con un recatado beso en la mejilla y un agarre de manos tierno y delicado, acompañado por una cómplice sonrisa. Después pasé el resto de la tarde jugando con Mateo y durante la noche esperando tu llamada. Pero al mismo tiempo observaba constantemente el celular intrigada por aquella nota de voz y la cantidad de llamadas, sin atreverme a contestar. No quise mostrarle a nuestro hijo la intranquilidad que me embargaba por dentro y al recibir tu video llamada, compartiendo la alegría de nuestro Mateo al verte y hablar contigo, distrajo mi mente y como resultado de eso, me invadió una aparente calma.

—Por supuesto. ¡Oh, Santa Mariana! Preocupada por los demás, menos por haberme sido infiel con esa joven, y esta vez con todos los juguetes. Disfrutaste tu tarde, y la única duda tuya era saber qué querían Eduardo y el playboy de playa de ti. ¿Pero y yo? ¿No sentiste ni un ápice de remordimiento? ¿Nada? ¿Te planteaste en qué lugar quedaba yo? —Le pregunto con un tono de disgusto.

—Tienes todo el derecho de pensar eso, pero mi respuesta a esa intriga que te atormenta el alma, es que sí la disfruté Camilo, pero quizás el hecho de haberlo hecho con ella, viviendo esa experiencia por primera vez con una amiga a la cual pretendí enseñarle algo, redujo en mí el sentimiento de culpa o de traición. No me preocupé demasiado por eso y lo minimicé cielo, pues para mí fue una traviesa lección, un deseo interior que cumplí y al parecer... ¡A ti, también te agradó!

— ¿Intentas engatusarme con tus relatos para que me convierta en un cornudo esposo que tolera tus aventuras extramatrimoniales? ¿Construyes todos esos escenarios para provocar que mis tristezas suban desde el fondo y alcancen la cima de una repugnante tentación? ¡Pero no! No aclares que te oscurece. ¡Conmigo te equivocas! Me tomaste por tonto pero gracias a… Gracias a esa persona tuve lucidez. Amarga y dolorosa, pero ahora Mariana, ya no me puedes manipular. Creo que pretendes avivar las llamas de la fantasía que todo hombre suele tener, de ver o estar con dos mujeres a la vez, para tu beneficio. Y sí, por supuesto qué me llegué a excitar con tu relato porque sigo siendo humano, y a veces la mente con la razón, de la mano van por un lado, y las ganas con el deseo se juntan, marchando hacia otros lugares del cuerpo, pero no vayas a creer que dejé de verlo como lo que en verdad fue. ¡Otra traición injustificada!

—No es así, Cielo. No es como lo imaginas. Por más que te lo parezca, deja de pensar que todo esto se trata de mi interés para lograr que ahora me aceptes de vuelta en tu vida, con todo y mi pasado simplemente porque sí, intentando romper con tus creencias y pensamientos sobre mi comportamiento sexual.

Mariana intenta defender su punto de vista, pero hay algo bajo el agua que le hace dejar de mirarme y baja la cabeza intentando observar algo, evitando que sus manos flotando a los costados, rocen las suaves ondas al mover su torso de manera nerviosa, observando su alrededor.

—Otra mentira tuya, Mariana. Todo relatado con la intención de que yo acepte que el acto sexual que tuviste con ella y con él, no fue más que un acto físico sin mayor trascendencia, ya que según tus palabras, jamás involucraste los sentimientos y nunca dejaste de estar enamorada de mí. —Le respondo pero ella sigue pendiente de mirar al fondo, intentando descubrir qué es lo que la inquieta.

—La verdad es que te necesito y que no me siento capaz ni fortalecida para seguir.viviendo sin obtener tu perdón, porque esta carga sobre mis hombros, esta culpa que siento, me resta fuerzas para seguir adelante solo, sin ti para ayudarme a cuidar de nuestro hijo. Camilo, cariño... ¿Podríamos volver a la playa? Algo ronda mis pies.

— ¿Creíste que cambiaría de opinión? —Respondo mientras me doy la vuelta para regresar sin rozar nada.

—No, nunca seré el tipo de hombre que disfruta permitir que su amada esposa se acueste con otros y tenga romances con otras personas. Me duele perder tu amor sin siquiera haber sentido que te abandonaba, pero como puedes ver, sigo aquí, de pie, a pesar de pensar que no lo lograría sin ti. Así que nunca, Mariana, nunca habría consentido compartir mi amor con alguien más, ya sea mujer u hombre, con la persona que logre conquistar mi corazón de nuevo.

—No quiero complicar tu vida, Camilo, ni resolverlo convirtiéndote en un sufridor que acepte todo lo que hice a tus espaldas. A pesar de todo lo horrible que hice sin que lo supieras, nunca dejé de amarte y quiero seguir amándote. Aunque sea por mi egoísmo, seguirás estando en mi corazón, no por terquedad, sino porque te lo ganaste hace mucho tiempo. Me arrepiento enormemente, Camilo, aunque te lo digo tarde. Finalmente estoy asumiendo mis culpas y errores, que por estupidez, orgullo y vanidad mía, e incluso por el chantaje de Eduardo, cometí en tu contra.

Escucho más ruido y miro hacia un grupo de personas que han decidido seguir nuestro ejemplo y se están metiendo al agua, incluso Verónica corre por la orilla, mojando a sus amigas.

—De acuerdo, Mariana. ¿Puedes decirme qué querían contigo con tanta insistencia? —Centro de nuevo mi atención en ella, para saciar mi curiosidad finalmente pregunto.

—Al día siguiente tuve la respuesta. Un enorme ramo de rosas rojas adornaba mi escritorio y al lado, una caja de chocolates con una nota que decía: "Para mi querida y misteriosa amiga, de tu amigo secreto". Pero en el florero de las flores había una nota distinta, que decía: "Para la más alegre y hermosa asesora comercial, de un cliente muy satisfecho". Mi felicidad se desvaneció rápidamente cuando Eduardo llegó a la oficina y me llevó a la cafetería con una expresión molesta. No me dejó ni siquiera sentarme antes de llevarme a la cafetería del primer piso.

— ¿Dónde estabas ayer? Deberías estar pendiente de mis llamadas y de las de los clientes -me espetó furioso.

—Le expliqué que era mi día libre y me ocupé de asuntos personales. Me dijo que unos clientes buscaban hablar conmigo sobre la compra de una casa y se molestaron al no encontrarme. Logró calmarlos ofreciendo que alguien más los atendiera en mi lugar, pero ellos querían hablar conmigo antes de decidir.

— ¿Quiénes eran?

— ¿Adivinas? Eran la pareja de jubilados, la señora Margarita y su esposo.

— ¿Y todo ese alboroto fue por eso? ¿Eduardo se...

¿Te enfureció a ti?

—Así es, aunque luego de su reprimenda, él me explicó que había logrado hablar con ellos y convencerles de darme una oportunidad, comprometiéndose a una futura reunión. Y la inquietud volvió a surgir en mí... Escucha cariño, tengo la sensación de que algo intenta picarme o morderme. ¿Salimos ya?

—No te preocupes. Seguramente son solo algunos peces inofensivos. ¿Entonces los llamaste?

—Por supuesto que contacté al número desconocido del que me habían llamado para disculparme en primer lugar. Quien contestó resultó ser ella, efectivamente la señora Margarita, que amablemente aceptó mis disculpas y acordamos encontrarnos más tarde ese día para hablar, en una cafetería cercana a la plaza de la iglesia de Lourdes. Al comunicárselo a Eduardo, su expresión cambió de inmediato y se ofreció a acompañarme. Prevenida, me negué, diciéndole que manejaría la situación y que diera por hecho esa venta, porque cerraría esa negociación de todas formas. Luego seguí trabajando por la mañana con normalidad, chateando contigo en secreto en el baño y enviando a la señora de la cafetería, un chocolate grande que había comprado en la máquina dispensadora del décimo piso para endulzar a mi amigo secreto.

—Cielo, regresemos, me estoy congelando, y nos saldrán escamas si seguimos aquí. —Solicita Mariana, temblando ligeramente.

—Está bien, salgamos. —Respondo a Mariana y me doy la vuelta para salir del agua impulsándome con el movimiento de mis brazos, usando mis manos a modo de remos para facilitar mi avance.

—¡Ay! —Grita Mariana detrás de mí, al mismo tiempo que escucho un chapoteo desesperado que me hace girar rápidamente. Mi esposa se ha hundido y, aunque la profundidad aquí es poca, Mariana no parece soportar mantener la cabeza bajo el agua. Sin importar ahora, extiendo mis brazos hacia ella para socorrerla rápidamente, abrazándola por la cintura y sacándola del agua.

Con la boca muy abierta, los ojos desorbitados y la respiración agitada, Mariana queda con su rostro más pálido de lo usual y asustada, se aferra a mi cuello con fuerza y tose repetidamente, escupiendo en exceso.

—Ya pasó, Mariana, tranquila. Por favor, calma. —Le digo y ella, amablemente, me hace caso, cierra los ojos y apoya su cabeza en la hendidura entre mi hombro y cuello.

— ¿Qué ocurrió? —Pregunto al depositarla con cuidado sobre mi camisa y su vestido, mientras reviso detenidamente cada planta de sus pies sin encontrar nada.

— ¡Te lo dije, algo me mordió y no me prestaste atención! Me ha mordido la pierna. —Respondo a Camilo y de inmediato reviso la herida. En la pantorrilla derecha veo algo de sangre. No demasiada, paso con cuidado mi pulgar por la zona, limpiando la herida.

—Solo fue un pequeño mordisco de algún pez curioso por la atractiva blancura de tu piel. No es para tanto escándalo, afortunadamente. ¿Tienes pañuelos para limpiarte? —Comento en tono jocoso para restarle seriedad al asunto, y Mariana toma su bolso para sacar los pañuelos húmedos y entregármelos.

Con un pañuelo acaricio el área enrojecida, observando cuatro puntos rojos por donde asoma un poco de sangre. Es posible que le arda un poco, así que tomo un vaso con ron y hielo, vertiendo un poco sobre la mordida.

Mariana exclama de repente... —¡Ay, me arde mucho! Sopla. ¡Por favor, soplame! —Y, por supuesto, me inclino y lo hago con... ¿ternura? Decido colocar un poco de hielo sobre la herida y presiono el cubito con dos dedos sobre su piel.

Mi esposa, más relajada, se deja caer de espaldas sobre la arena, cierra los ojos y se muerde el dedo meñique, aún asustada y adolorida, pero evidentemente disfrutando de mis cuidados.

Mis ojos la observan completamente mojada, con sus cabellos negros y lisos goteando gotas salinas, mientras sus labios dibujan una sonrisa avergonzada. A pesar de su aspecto, sigue siendo la misma mujer hermosa, delicada y con ese azul infinito en sus ojos celestes que me emocionan. Ahora mi dolorida reina está tranquila y serena, a pesar de que segundos antes, medio seca, gritaba como una princesa asustada.

Pero la veo, como siempre lo ha sido para mí desde que la conocí. ¡El ser más frágil y precioso del universo!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Tu puntuación: Útil

Subir