Infiel por mi responsabilidad. Prostituta por deber (33)


Escuchar este audio relato erótico
0
(0)

Recordar es... ¿Amarse un poco?

— ¿Entonces, todo?... –Bajo la cabeza. – Lo que sucedió esa noche entre los dos fue un... ¿Me manejaste, Mariana? —Grito mientras observo que la distancia entre nosotros se reduce.

—Por favor cariño, no eleves tanto la voz que vas a... —Con cierta vacilación, posa la palma de su mano en mi hombro descubierto y la miro con furia en mis ojos.

—Me importa poco lo que piense la isla entera. ¡¿Fue todo una mentira?

—¡No! No mi amor, en absoluto cielo. ¡Te lo juro! —Responde acercándose a mí y desplaza su mano desde mi hombro izquierdo, arrastrando la palma por mis omóplatos hasta situarla en el opuesto.

Apoya su frente en el espacio que ha dejado instantes antes y escucho claramente sus lamentos. Llora y se agita, percibo cómo su pecho se expande y ahora cómo se contrae. Le falta aire por su angustia y... ¡Me contagia con su tristeza y el fervor por el cruel agobio!

— ¡Te amo, mi amor! ¡Perdóname, cielo! ¡Lo siento! Lo... Lamen... Tant... —Murmura, mientras busca compasión con su otro brazo pasando por delante del mío y mi pecho, tratando de abarcarme, y el hilo de su voz se desvanece tras un sentido suspiro, seguido por la cascada de lágrimas y los angustiosos lamentos que no cesan.

Mientras ella llora avergonzada, reflexiono sobre cómo Mariana ha desafiado el convencional tabú de la infidelidad en el que crecí. Es erróneo pensar que los hombres tienen un mayor apetito sexual que las mujeres, y que por eso sostienen que no podemos satisfacer nuestras necesidades dentro de casa, y aprovechamos cualquier oportunidad fuera del hogar para buscar sexo, ya sea en bares ocultos o contactando a mujeres en anuncios no tan discretos de los diarios, con cualquier mujer que llame nuestra atención, y, por supuesto, que podamos costear económicamente.

Esa idea parece obsoleta en estos tiempos. Mariana también siente y anhela, consciente de que atrae muchas miradas por su exquisita belleza, y ella... ¡Ella también se siente atraída! Así como yo, con disimulo, lo estaba con Natasha. Como observé en algunas ocasiones de reojo a Liz, aprovechando descuidos inocentes, siempre que se agachaba sobre la mesa de dibujo, esperando que su blusa se abombara o se entreabriera justo entre los dos pequeños botones nacarados y me permitiera vislumbrar los tres lunares pequeños con sus cien diminutas pecas como escolta, entre el canal de sus senos.

O como he deseado ir más allá con Maureen, mientras compartíamos momentos semidesnudos en mi cabaña durante las calurosas tardes, a escondidas de sus padres durante estas últimas semanas; ella tan pura y apasionada, esforzándose por contrastar su hermosura morena con mi palidez desesperanzada, y yo... Trastornado, con olor a tres paquetes de cigarrillos y varias cervezas, mientras Mariana invade mis pensamientos con su inesperada traición. Ambos pecadores. ¡Ella y yo tan comunes!

Y no, no intento justificar el hecho de haberme hecho vivir en una mentira, destruyendo la sólida confianza que le tenía. Quizás solo intento analizar de manera coherente su traición, –en un esfuerzo vano por mitigar mi dolor– buscando ejemplos para equilibrar la balanza de los hechos.

Y ahora, hombres y mujeres no somos tan distintos en nuestros deseos internos. Mariana pudo haberse sentido perdida en ellos en muchas ocasiones, sin intención de lastimarme, aprovechando esas oportunidades para buscarme después en nuestra cama, después de acariciar, –forzadao no– extraños cuerpos.

Quizá el trasfondo del asunto no residía en la infidelidad en sí misma. Tal vez el problema radicaba en el miedo psicológico y ético, al descubrirse desleal pero a la vez poderosa en esa nueva vida, y que su sexualidad, reprimida al vivirla recatadamente a mi lado, era lo que verdaderamente anhelaba en su interior, sin desear separarse de su familia, ni desilusionarse de la que ya tenía junto a mí, idealizando que eso nos liberaría de tabúes y nos uniría más, a pesar de sus fantasías.

Creo que Mariana llegó a reflexionar en si esa era la forma en que podríamos evitar el temor a perdernos una o más veces, ella con su "Nachito de la maldita verga" y yo con mi joven y rubia vecina, si aceptábamos que ese era el mejor camino para extrañarnos y reencontrarnos de forma apasionada, como siempre, pero más vigorosos bajo las sábanas o sin ellas, en nuestra cama.

Era su derecho vivir de esa manera, sí. Pero también estaba en la obligación de expresarme sus deseos sin rodeos ni engaños. Y yo, como esposo enamorado, tenía la obligación de escucharla, pero al mismo tiempo, el derecho de debatir sus ideas, y Mariana, de aceptar mi decisión, ya fuera favorable o no a lo que ella pretendía.

Después de permanecer en este incómodo silencio durante unos minutos, sin articular palabra alguna, Mariana seguía llorando y yo pensando profundamente, -sin siquiera intentar contener mi llanto-, noto cómo la tensión en su brazo disminuye y su respiración se torna más pausada. Curiosamente, yo también me siento más tranquilo.

—Durante los dos días en los que estuviste ausente, -decido comenzar a expresar mis sentimientos-, tuve tiempo de reflexionar sobre lo sucedido mientras observaba a Mateo jugar en el parque más grande, justo enfrente de nuestra urbanización. ¿Fui yo quien se sintió mal a propósito? Fue lo primero que me cuestioné. ¡Claramente, sí! Fue mi respuesta abrumadora, pero Mateo, con su voz tierna, me llamó, emocionado al escuchar al vendedor de helados anunciar los diferentes sabores que llevaba en su colorido carrito, y con su alegría infantil, despejó de mi mente esa angustia existencial. Rápidamente fui tras sus pequeños pasos, con un billete de veinte arrugado en mi mano.

El cálido contacto entre su frente y mi hombro desnudo desaparece. Su brazo cae lentamente por mi espalda, al igual que lo hace Mariana con su brazo izquierdo. ¡Ahora siento frío! Da dos pasos hacia atrás y agarra una de las sillas que no estaban ocupadas, dejándose caer pesadamente en ella. Lleva un cigarrillo a su boca y lo enciende con mi encendedor.

Se inclina casi hasta la mitad sobre la mesa redonda, con el brazo extendido sobre la superficie de madera, sosteniendo entre sus dedos el cigarrillo y mi mechero. Decido entonces que es mejor quedarme de pie, agarrado al barandal con ambas manos, para así controlar la furia que siento hacia aquellos tres individuos que convirtieron mi matrimonio en un desastre, imaginándome cómo les torcería el cuello hasta acabar con sus vidas.

—Incluso me pregunté, mientras pedía al camarero el mismo menú para niños para el almuerzo, para que Mateo recibiera dos sorpresas Kinder en lugar de una, si mis celos eran justificados, o si tus gestos y movimientos al bailar con esos hombres, muchos de ellos desconocidos para mí, fueron premeditados. ¿Lo hiciste con la intención de destacarte entre las demás mujeres que lucían más piel con sus disfraces, o específicamente para castigar mis ojos por mis infundadas sospechas?.

— ¿Acaso me estaba convirtiendo en el típico hombre controlador e irracional? ¿Acaso me estaba faltando autoestima, después de tantas batallas superadas para poder sobresalir? ¿Desde cuándo me sentía tan inseguro, al punto de que cada vez que mi esposa...Me alejaba, sentía el miedo de perder lo que consideraba mío, como si fuera una mercancía que había comprado. Y detestaba esa parte desconocida que comenzaba a modificar mi tranquila personalidad, mientras daba otro bocado al penúltimo pedazo de pizza que mi pequeño loco me compartía mientras veíamos sus videos favoritos en la televisión, disfrutando de nuestra noche de "hombres".

—Por supuesto recordé, la sensación no expresada de impotencia y humillación que me hizo arder el pecho, solo por mantener las condenadas apariencias, al ver cómo ese maldito de siete mujeres te apretaba sin ocultar sus deseos de tocar tu cintura, -y con cuatro dedos te apretaba- acercando descaradamente su miembro, seguramente erecto, contra tus firmes glúteos. Y tú, Mariana… ¡Tú lo permitías!

—Y si no lo celebraste con aplausos, sí lo hiciste con tus risas, dejando que te hablara al oído de manera melosa, quién sabe qué obscenidades. ¡A ti! La mujer que detestaba la vulgaridad y la grosería. Al menos a la esposa que unas horas antes, creía conocer a la perfección.

—Quise pensar que te dejabas acariciar y amansar, -por las mismas manos que ya habían agarrado el volante del auto que te regalé, y que hasta entonces no me permitías conducir-, para mantener las apariencias ante los demás, y que el coqueto guiño, que diría yo que con complicidad lujuriosa, lo hiciste deliberadamente para hacerme creer que tenías bajo control la situación y entre ustedes no ocurría nada grave o inhabitual.

—Simplemente pensé, que no podías deshacerte de ese pesado, y que la forma en que me mirabas desde el centro de la sala, era para demostrarme que estaba equivocado en mis suposiciones, y que te comportabas así para enseñarme una lección y hacerme ver que, a pesar de las tentaciones a tu alrededor, sabías comportarte como una leal esposa que lo controlaba todo. ¡Y nos dominabas a él y a mí!

—Que la culpa de nuestro disgusto, sin quererlo, era exclusivamente mía, porque te miré mal y censuré la elección de tu ajustado y sexy disfraz de gata, pues cuando me lo mostraste, en mi mente vino la imagen de ese Playboy playero, disfrutando cada curva que mostrabas, observándote con deseo al aprovechar lo ajustado en tus senos y, sobre todo, marcando la "V" de tu entrepierna con esa segunda piel de látex. Y como tonto te concedí el beneficio de la duda. ¡Me eché la culpa entera!

—Muy temprano ese domingo, cuando decidí salir a hacer algo de ejercicio, trotando lentamente y asegurándome de que nuestro hijo no se cayera de su triciclo, ni chocara con algún otro niño en la ciclovía, -intentando dejar de lado ese mismo tema-, recibí en mi celular tu mensaje. Sin las palabras cariñosas de siempre, pero tu interés por saber cómo estábamos y qué actividades haríamos el resto del día seguía presente.

—Tan normal y casi puntual tu "¡Te Amo!" en mayúsculas, con el corazón latiendo en rojo como siempre al final del mensaje que al mediodía me indicaba que saldrías a almorzar. Realmente me tranquilicé un poco y dejé de preocuparme sabiendo que estabas trabajando con él, para dedicarme por completo a disfrutar de una tarde de asado en familia. Cuando intenté llamarte por la tarde, recibí providencialmente una llamada de Eduardo, pidiéndome detalles sobre el piso de cerámica que teníamos en la entrada de la casa, y después de responder a esa extraña solicitud, le pregunté por ti.

—Y sí, Mariana. Fíjate que acertó con tu ocupado fin de semana, según él, obteniendo resultados prometedores y en ese momento, con cuidado atendías a un soltero con deseos de formar una familia.

Muy intrigado en la sala de exhibición. ¡Profética y chismosa la excusa de ese calvo sinverguenza, que me prometió ser tu protector!

El viento es más helado a esta hora de la madrugada y decido ingresar a la habitación para coger la bandeja con ambas manos. Al regresar al balcón para sentarme frente a ella, – en esa mesa redonda – observo que Mariana sigue desaliñada. Cuidadosamente, coloco la botella de tequila y la de jugo de naranja en la mitad. Armo una barrera con ellas, usando también el cenicero para fortalecer ese límite, y como si estuviera a punto de jugar una partida de «Batalla Naval» contra Mariana, coloco mi móvil apoyado en el borde de la bandeja con la pantalla en posición horizontal y la cajetilla de cigarrillos entreabierta, con tres filtros amarillos sobresaliendo de forma desigual simulando ser conos de misiles, dificultando su cierre, que a partir de ese momento se convertirán en mis armas de autodestrucción interior. ¿Y mi encendedor?

— ¿Terminaste? —Me habla con su voz a ras de la mesa y la observo. El sonido parece provenir de los rincones de su parpadeo, aun con su mirada apagada, sus ojos enrojecidos y sin brillos, careciendo de destellos, de chispas y de ganas de renacer... ¿Su vida anterior?

— ¡Pues claro que no! ¿Otro cóctel para combatir el frío? —Le pregunto sin esperar su respuesta y comienzo a prepararlo primero en su vaso, luego lo haré en el mío. Creo que es mejor seguir desahogándome, mientras Mariana se acomoda en la silla y yo termino de mezclar su vaso.

— ¡No sé cómo rayos se te ocurrió llegar de esa manera a nuestra casa esa noche! Como si nada hubiera ocurrido. Recién saciada de tus deseos y saludando a Mateo con besos en la frente y las mejillas, intercambiando su rostro emocionado al verte regresar después de dos días sin ti, por esos regalos y los paquetes de achiras. Y a mí saludarme con un beso soso en la boca, pero con esa mirada acusatoria en tus ojos azules, indicando un… « ¡Más tarde hablaremos!»

— ¡Qué gran actuación la tuya! ¡Qué valentía la tuya! Besándonos con esos labios que habían recorrido, desde la boca hasta el pene de ese individuo. ¿No sentiste arrepentimiento? ¿No te sentiste mal al abrazar a nuestro pequeño, sabiendo que esas mismas manos habían rodeado la cintura de un hombre diferente a su padre?

—Y yo, sin ninguna preocupación aparente, permitiendo que tus dedos acariciaran la punta de mi nariz con tanta familiaridad, dejándolos seguir la rutina cariñosa de recorrer mis labios hasta llegar, con un guiño juguetón, al mentón, sin mostrar remordimiento porque esos mismos dedos habían sostenido y apretado el pene de ese malnacido, excitándolo y provocándole, quién sabe cuántos orgasmos. Y esas mismas manos que acariciaron mis mejillas, y esa lengua tuya con la que humedeciste mis labios, habían tocado y probado toda su repugnante viscosidad.

—Ahora que lo sé, que escuché lo que has contado… ¿Quieres que crea que no hubo engaño?

— ¡No! Por supuesto que no te engañé. ¡Y sí! Claro que me sentí terrible. Tener que regresar a casa, al lado de mis dos hombres más queridos, con la culpa a cuestas, no era agradable. ¿¡Pero qué querías que hiciera!? ¿Acaso debí decir... «Hola amor, ¿Cómo estás? He estado practicándole sexo oral al hombre que tanto odias, pero tranquilo que solo fue por un rato, sin llegar a más y sin permitir que me penetrara.» ¡Por favor, obviamente tenía que disimular! —Le respondo a Camilo, alterada.

—Antes de entrar, mientras conducía, imaginé los pasos a seguir. Al abrir la puerta respiré hondo y me tranquilicé. Primero abracé a Mateo y luego te saludé como si entre tú y yo no

Podría haber sucedido algo grave, aunque me habría convertido en objeto de tus celos y te habría reprendido por ello, conversando recostada en el sofá, frente a nuestra chimenea. Por eso, después de la cena y de jugar con mi pequeño en su cama hasta que se durmió con el calor de mi abrazo y el suave roce de mis uñas en su cabeza, decidí comunicarte que te perdonaba, pero que, debido a tus acciones tan inmaduras y controladoras, -tras pensarlo detenidamente- consideraba que la mejor solución para evitar dolores de cabeza innecesarios era que nos separáramos por completo.

—Recuerdo tu rostro sorprendido, obviamente no esperabas que esas palabras salieran de mi boca... Y te rendiste. No hubo resistencia y estuviste de acuerdo conmigo. Te disculpaste como un niño regañado mirando hacia abajo, con tus ojos marrones brillantes con un toque de humedad y ese ligero temblor en tus labios. No quería volver a ser tratada como una mujer barata por vestirme a mi manera y con la ropa que me hacía sentir más hermosa o disfrutar bailando al ritmo de la música de moda. -Camilo continúa observándome, detallando cada movimiento, mientras su barbilla, encajada entre la "U" formada por su dedo índice y pulgar, es acariciada persistentemente.

—Tenías que aprender a confiar en tu esposa y comprender que yo pondría límites a aquellos que intentaran sobrepasarse, confundiendo mis ganas de divertirme con sus fantasías. —Y finalmente Camilo deja de mirarme detenidamente, con una mezcla de enojo y sorpresa, abre la palma de su mano izquierda y la extiende hacia mí, esperando que le devuelva su encendedor. ¿Cuándo lo tomé?

Mariana, con el cigarrillo consumido entre sus labios sensuales, se inclina hacia adelante y apoya ambos codos en la mesa. Entrelaza sus dedos formando un arco con los nudillos donde descansa cómodamente su mentón, y en esa postura, me desafía con la mirada con esos ojos azules, sabiendo que ponen en duda mis convicciones. ¡Por suerte, he recuperado el encendedor y enciendo mi cigarrillo!

— ¡Lo hago por ti, me visto así por ti, cariño! -Le dije y era verdad. De hecho, todavía lo siento así. - Todo para que te sientas orgulloso de estar a mi lado, incluso si los demás no lo saben ni lo imaginan. —¿Me prestas tu encendedor, por favor?

—Pero igualmente te mencioné de manera amable que... - ¡Uff!, inhalo un nuevo cigarrillo enrollado y entre el humo, continúo hablando. - ...Para que no te sintieras frustrado, humillado u ofendido por José Ignacio, ni yo, sin quererlo, te hiciera sentir inferior a cualquier otro hombre que intentara cortejarme. Por eso, deberíamos evitar a toda costa encontrarnos de nuevo en las reuniones empresariales de los jueves en el bar y los viernes de cada mes en otro lugar. Mucho menos en celebraciones de cumpleaños u otros eventos sociales que surgieran en el futuro.

—Y en segundo lugar, te compensaría por la traición que realicé horas antes, seduciéndote después de que nuestro hijo se durmiera, con la clara intención de entregarme por completo a ti, final y exclusivamente. Fue importante para mí dártelo, a pesar de que para el hombre que ocupa mis pensamientos y mi corazón todos los días, al parecer no le dio la misma importancia que para mí tenía hacerlo por primera vez. —Camilo lo niega con la cabeza.

— ¿Qué fue un engaño mío? Sí, evidentemente. Pero lo que sucedió luego en nuestra cama, no fue una ilusión ni una fantasía. Lo deseé, lo promoví y lo amé. ¡Fue inolvidable! Por eso me molesta que pienses y afirmes que te engañé.

—Y quiero que quede claro, cariño. Jamás, a causa de él ni mucho menos pensando en alguien más, alcancé el clímax estando contigo, encima o debajo de ti. Te juro que apenas llegaba

En nuestro hogar, bloqueaba de mi mente esas deslealtades. Cambiaba mi perspectiva y me transformaba. Buscaba intimar con la persona con la que anhelaba estar y aún lo hago, que eres tú, mi amor. El único hombre en el que pensaba y deseaba. Y no por lástima o arrepentimiento, sino porque eres el único que logra excitarme sin siquiera tocarme, eres tú. Desde que te vi, desde que nos vimos, la química ha sido evidente entre nosotros y logras encenderme con solo una mirada tuya. Así de simple, así como suena.

—A la penumbra te vi ingresar al vestidor para desvestirte. Te deshiciste de tu chaqueta de mezclilla, la blusa y luego bajaste la cremallera frontal de la falda de jean, y la desabotonaste. Todo quedó en el suelo, a tus pies. Quedaste solamente con el sujetador y la tanga blanca puesta. Ah, y tus medias tobilleras. Pareciera que te preparabas para dormir, al menos eso pensé y cerré los ojos. Esa escena quedó grabada en mi mente porque me importó lo que sucedió, lo que hiciste y lo que permitiste que hiciera.

—¡Mentirosa, estúpida mentirosa! Me hiciste creer que dormías. Y yo pensando que te habías aburrido de esperar... ¿Entonces lo recuerdas bien?

—Casi aciertas. Te tardaste demasiado en el estudio, según tú, revisando datos.

—En realidad, tenía tiempo y además, ordenaba algunas cosas. Y…

—... ¡Sí, Mariana. Recuerdo perfectamente todo! Nunca olvidaré esa sorpresa.

—A la luz tenue abrí el penúltimo cajón, donde guardo la ropa interior para hacer ejercicio y tomé la caja con todo lo que había comprado en la tienda erótica, para respetar tu descanso, caminé hasta el baño en silencio y me encerré. Me desvestí por completo entré a la ducha para bañarme y asearme. Mientras me enjabonaba pensaba cómo lo haría. Seguramente seguías molesto por lo que ocurrió en la fiesta, a pesar de que no me reprochaste nada y te sentías culpable.

—Tenía que hacer algo para enmendar la incómoda situación que atormentaba mi conciencia, aceptando que fui una ingrata, sintiéndome profundamente culpable. Mi plan desde el principio fue seducirte de alguna manera. Por eso, decidí tomar uno de los tapones anales del juego. No elegí el más grande, ya que apenas había probado a llevar el pequeño puesto durante toda una tarde, y la sensación era incómoda. Opté por el mediano, aunque me doliera al insertarlo, debía soportar el ardor inicial y acostumbrarme a su tamaño para que al final, si todo salía como esperaba, disfrutaras al cumplir tu deseo y el mío, concluyendo con aquella fantasía.

Camilo termina su cigarrillo y su coctel de un trago. Se encoge de hombros y se frota las manos. En la piel de sus antebrazos, los vellos se le erizan como un campo de flores de alhelíes.

—Ven, amor. Vamos adentro que tienes frío. —Le digo con ternura.

—¿Yo? ¡Para nada! ¡Aquí estoy bien! —Me responde con obstinación.

—Claro, cariño, pero de todas formas tus pelos de punta y pezones arrugados delatan que tienes frío. ¡Vamos, no seas terco! Yo llevaré todo adentro y tú ocupate del resto. —Sin abrochar bien la bata, con un pronunciado escote, tomo la bandeja con las botellas y los vasos. Inicialmente indeciso, Camilo se levanta y coge las dos cajetillas, el cenicero y su encendedor. ¡Ah! Y por supuesto, el teléfono celular.

Mariana se sitúa frente al pequeño escritorio y con elegancia sirve las bebidas en los vasos y mezcla con cuidado. Mientras tanto, decido acercarme a la mesita de noche del lado derecho de la cama y coloco las dos cajetillas de cigarrillos, mi encendedor y el cenicero en su superficie. Me...

Me siento exhausto, tanto física como mentalmente. ¡Sí, tengo frío! Me desplazo descalzo hasta el baño que ha permanecido iluminado y selecciono una de las batas blancas del estante, dejando caer la toalla sobre la tapa del inodoro.

Aunque me queda algo corta, enseguida mi piel se abriga entre el esponjoso algodón de la bata. Al salir, noto a Mariana sentada a la izquierda de la amplia cama, reflexiva y balanceando la anaranjada bebida en su vaso de cristal. Entiendo que es otro desafío por superar.

Muevo mis pies al lado derecho, –para indicarle que no me siento intimidado por nuestra cercanía– como primer paso. ¿¡Me debería dar la espalda!? O quizás sería más expresivo recostarme, apoyando mi cabeza en el mullido almohadón. Sí, definitivamente la segunda opción será la indicada.

—Estaba convencida de que al ponerme a tu lado en la cama, con mi transparente tanga brasileña de Lycra y delicada seda elástica –adornada con coquetas florecitas negras bordadas sobre la gasa– combinada con el sostén que completaba el sexy conjunto, sentirías mi presencia y al abrir los ojos, al verme casi desnuda, comprenderías mis intenciones, dejando de lado tu enfado. Pero fingiste tan bien que realmente creí que te habías quedado dormido, y molesta porque al parecer mis planes se arruinaron, bajé a la cocina para prepararme una bebida caliente.

— ¡Un té! —Le recuerdo.

— ¿Qué?

—Te seguí sigilosamente por el pasillo hasta las escaleras y te acompañé, oculto y en silencio, indeciso sobre si seguir observando desde las sombras o abordarte en la cocina y someterte sobre la encimera.

— ¿Así que recuerdas bien? ¡Qué detallista!

—¿Cómo podría ocurrir eso, Mariana? Si al igual que a ti te sucedió, para mí también fue la primera vez contigo, y la emoción fue máxima al lograrlo.

— ¡Jajaja! ¿En serio? Hablas de eso como si fuera el lanzamiento de un cohete desde Cabo Cañaveral.

La ceniza de su cigarrillo amenazaba con caer sobre la colcha, así que coloco el cenicero en el centro de la cama, entre su cadera y mi muslo, manteniendo una imaginaria separación para evitar que la camaradería se torne excesiva.

—Recuerdo que te mantuviste unos minutos absorta, alejada de este mundo mientras el agua de la tetera hervía. ¿Pensabas en él?

— ¡No!... Bueno, sí. Pero no de la manera en que imaginas. —Camilo se recuesta boca arriba, cruza un pie sobre el otro y, decepcionado, suspira.

—Ya te expliqué, y seguiré haciéndolo hasta que entiendas que… ¡No me enamoré de José Ignacio! Supongo que me viste justo en el momento en que reflexionaba sobre la extraña influencia que ejercía sobre él. No lograba entenderlo del todo. Me preguntaba qué tenía yo que lo hacía tan atractivo para él, siendo un hombre tan guapo y deseado por tantas mujeres, y habiendo llevado a la cama a quién sabe cuántas.

—Calmada por la bebida caliente y el silencio de la medianoche, regresé a nuestra habitación y una vez más me coloqué a tu lado de pie para apagar la luz de tu mesa de noche, cuando tu mano atrapó la mía en el aire y me tomaste por sorpresa. ¡Casi me muero del susto! Pero el asombro no fue solo mío, lo compartícon tus ojazos pardos, iluminados por la cálida luz y chispeantes de deseo al mirarme vestida... Casi desvestida así, para ti.

—Tus dedos, los de esta mano, –y le cojo la siniestra por encima del redondo cenicero y que descansaba sobre su pecho– acariciaron mi vientre, por debajo de mi ombligo y suavemente de revés, exploraron hacia abajo mi anatomía, hasta hallar el raso decorado de mi tanga, para descubrir que la tela apenas cubría mi monte de venus y bajo ella los recortados vellos púbicos. Pero por la mitad, por el surco de los placeres se terminaba la seda y quedaba mi vulva expuesta a la travesía de las yemas de tus dedos.

Mariana me da la espalda un instante. Recoge su cóctel y bebe un sorbo. Gira el cuello mientras lo hace y me mira, sonrosada y sonriente. Deja el vaso casi exactamente donde lo tomó y sigue recordando.

—Pero te sorprendiste al sentir que ellos tropezaban con algo rígido que interrumpía el trayecto. De lado inclinaste tu cuerpo y me miraste asombrado, con ganas de formular una pregunta que la punta de mi lengua, atrapada misteriosamente entre mis dientes, detuvo tu inquietud.

—Me senté, y abriendo el compás de mis piernas, –contigo en medio de ellas– te atraje hacia mí, y agradecida con mi mejilla apoyada sobre la tersura de tu vientre, mis diez dedos presionaron la carne de tus glúteos, imaginando la forma cilíndrica que te perforaba y el motivo de su permanencia allí. Sí, lo recuerdo perfectamente.

—Sujetada por la cintura entre tus brazos, me elevaste sin esfuerzo al incorporarte de la cama y nos besamos. Lo hicimos con pasión y en silencio perdonándonos. Rodeé tus caderas con mis piernas bien abiertas y de nuevo exploraste con yemas y uñas, el tapón en forma de campana y yo estando así, sentí que se me salía.

Camilo cruza los brazos por detrás de su cabeza pero emite su característico gruñido de disgusto. Sigue incómodo por la posición y retira el mullido cojín. Cuidadosamente lo acomoda entre sus piernas y las mías, para terminar apoyando la espalda contra el cabecero mediano y su cabeza contra la pared. En su mano siniestra el vaso y en la diestra, un cigarrillo y su encendedor.

—Cuando sentí que mis pies tocaban la lana de la mullida alfombra, me separé de ti para que observaras en mi cuerpo el resto del sensual conjunto. En mi pecho el sujetador ajustándose al contorno de mis senos, con su tela transparente apenas conteniendo la firmeza de mis pezones. Y los besaste, succionándolos y mordiéndolos con esmero y pasión sin quitar la tela. Me hiciste soltar un placentero gemido y preguntaste… « ¿El niño? ».

—¡Bien dormido!, te respondí. Pero aún así, decidiste dejarme allí e ir hasta su cuarto para comprobarlo. —Dos chisporroteos, y la llama ilumina su rostro.

—Lo verifiqué y tranquilo regresé hasta nuestra alcoba, excitado aún. Yacías parcialmente desnuda, boca abajo sobre la cama. Mi boca recorrió la extensión de tu espalda, bañándola con besos profundos, húmedos y bastante pausados. Mis manos se aventuraron por ambos costados, deslizándose hasta llegar a tus caderas y te escuché gemir, mientras acariciaba con deseo tus nalgas. Las separé tanto como pude y tú ronroneando, te mordías el labio inferior. Dirigí mi mirada hasta la hendidura abierta, deleitándome con la vista del tapón facetado que ocultaba tu ano rosado.

—Con cuidado, a horcajadas me coloqué sobre tus nalgas, apoyando las mías sobre tus muslos, y posé mi miembro erecto y palpitante, justo sobre el tapón y en medio de ellas. Aprisionaste con fuerza la sábana estirándola, arrugada entre tus puños cerrados, y yo clavé con fuerza mis dedos venciendo la resistencia de tu trasero. Hasta puedo recordar que pude percibir tu deseo de ser acariciada, expresado al arquear tu espalda y elevar las caderas para presionarlas contra mi pene y mis testículos. Tomándolo con una mano, llevé de paseo mi glande por tu otra abertura, sin introducirlo en ella, dándole tiempo para saborear la textura.suavidad de tus pliegues.

— ¡La punta! —Parecía escucharte murmurar con la boca muy abierta y babosa sobre la almohada, mientras tu respiración... ¡Se escuchaba como un eco de pasión chocando contra el colchón!

— ¡Introduce la punta un poco, por favor! —Exclamaste de manera repentina, acompañando la petición con un jadeo celestial y un mayor flujo emanando mientras te masturbabas, lubricando la entrada al paraíso de nuestros deseos. Te hice caso Mariana, y apoyé cuidadosamente el glande justo en la entrada de tu vagina, introduciéndolo un poco, sacándolo por completo y luego volviéndolo a introducir. Repetimos este movimiento rápidamente, apretando tus piernas alrededor de él. Pedías más, mientras yo luchaba por contener mis ansias de poseerte por completo.

—Me incliné sobre tu espalda de alabastro, y con destreza comencé a explorar con mis dientes tu cuello y a marcar tu oreja izquierda. Mis manos se adentraron entre los hilos de lino y tu piel caliente, con el anhelo de encontrar tus pezones escondidos entre tus pechos aplastados. Al hallarlos, los retorcí hasta que gemiste y arqueaste tus caderas. ¡Tu trasero rozando mi pelvis!

— ¿Deseas que te penetre? Te pregunté. ¿Recuerdas cuál fue tu respuesta, Mariana? —Me miraste con coquetería y arrugaste ligeramente la nariz.

—Quiero que me hagas el amor, pero no así. ¡No esta noche! Lo que realmente deseo es que me penetres por detrás. Saca eso de ahí, ponte un preservativo y hazlo por mi "trasero" de una vez por todas. Estoy ansiosa por expresar nuestro deseo de amarnos de esa forma. ¡Hazme tuya, por favor!

—Así es, casi con las mismas palabras pero sin la misma entonación placentera. —Mariana sonriente, se acerca a mí. Estira su pierna izquierda y coloca la otra por encima. La tela no nos separa.

— ¡Como prefieras, mi amor! —Respondí, besando sus labios mientras acariciaba su nalga derecha, y terminando con un ligero cachete en sus redondas nalgas, finalizando nuestro beso con una risueña queja por el ardor.

—Me erguí sobre tus nalgas, permitiendo que tus caderas se elevaran, y con cuidado, utilizando mi pulgar, índice y dedo medio, retiré el tapón con un sonido corto y seco. Había destapado la botella. ¡Solo nos faltaba el champán para celebrar!

—Un escalofrío recorrió tus hombros, notando el hormigueo en los poros de tus glúteos antes de caer aliviada sobre la colcha. Pude observar el brillo de tu flujo que lubricaba tus labios vaginales y me excitó. Extendí mi brazo, mi pulgar presionó tus labios. Permitiste la entrada y los humedeciste. Luego, acerqué mi mano a tu estrecho orificio y, deslizándola sobre él, lo lubricé. Tú... ¡Respirabas nerviosa!

— ¡Uhumm! Pocos segundos después, tus dedos se apartaron de mi clítoris y penetraron decididamente en mí, iniciando un ritmo conocido y apreciado. Retuve la respiración y exhalé lentamente, mientras me llevabas rápidamente hacia un orgasmo que deseaba postergar. Jadeabas por el esfuerzo, mientras mi omóplato recibía el suave roce de tu lengua, y mi nuca se calentaba con tu aliento.

—Un gemido prolongado escapó de mi garganta, debido a la habilidad con la que me masturbabas. Escuchar el chapoteo en mi vagina fue extremadamente placentero y la eternidad que esperaba disfrutar, se desvaneció en espasmos momentáneos y la liberación involuntaria de mis caderas, junto con el aumento de corrientes eléctricas anticipando lo inevitable. Tras el intenso clímax que me dejó exhausta pero satisfecha, en medio de los últimos estertores, gemí dos veces intercalando vulgaridades. Después del primero pronuncié tu nombre y antes del segundo... "¡Jueputa, qué delicia!", un auténtico te amo se abrió paso.

—Nuevamente me recosté sobre tu espalda y aproveché la abertura seca de tu

Besa de pasear dos dedos sobre el borde de tus dientes. « ¡Cariño, chúpalos bien!». Le susurré en tu oído. No te apresuraste en seguir mi instrucción. « ¡Vamos bonita, moja bien!». Insistí y entonces reaccionaste, obedeciendo sumisamente mi deseo. Presioné en tu cavidad trasera, rodeando alrededor y los introduje en tu ano sin dificultad. Sentí en ellos la presión del rechazo inicial, para luego ceder la tensión mientras gemías y te acomodabas mejor.

—Los adentré más pero de inmediato los retiré. Gemiste de nuevo al volver a introducirlos hasta la segunda falange para provocar la dilatación de tu apertura, y en tu respiración agitada percibí el alto nivel de excitación. La sensación en las yemas y nudillos al retirarlos lentamente, era sumamente estimulante. Ya no temía lastimarte, y mi miembro dando pequeños saltos, ansioso deseaba penetrarte. Finalmente después de acariciar tus glúteos y besar tus escondidos lunares, me puse de pie para buscar dentro del cajón de mi mesita de noche, la caja de preservativos y el frasco de gel lubricante.

—Con prisa me coloqué el condón, untando el glande y el tronco de mi miembro, al igual que froté tu ano distribuyendo una cantidad generosa. Colocaste una almohada bajo tu abdomen y con ambas manos te abriste las nalgas, tan entregada y dispuesta. Alineé la cabeza y presioné. Empujé, gemiste y suspiré. Sentí como atravesaba tu dilatado anillo y vi orgulloso como te penetraba profundamente.

—Sujetaste firmemente mis caderas y mordiste el dorso de mi mano izquierda. No entraba tan fácil como lo habían hecho tus dedos y por instinto alejé mis caderas de tu miembro, pero rápidamente me acerqué de nuevo con mi trasero lubricado a su encuentro, y con esa sensación de deslizamiento tan placentera me relajé. Fui yo quien inició con movimientos suaves, permitiendo que avanzaras cada vez más.

La palma de su mano izquierda, acaricia su mejilla sonrosada y le frunce el labio inferior, otorgándole a su rostro un toque de pura inocencia angelical. Y sobre la suave colina blanca de su muslo derecho, reposa el vaso con dos dedos todavía de su colorido cóctel de frutas.

—El grosor de tu miembro expandía el interior de mi recto, milímetro a milímetro, y lo mejor era que, sin un dolor excesivo, lo estaba disfrutando. Por tus gemidos exageradamente entrecortados, –tras ese último empuje– entendí que también te encontrabas disfrutando al máximo. Alcanzar la profundidad era tu objetivo y al lograrlo te detuviste para decirme apasionadamente lo mucho que me amabas, mientras tus manos acariciaban en varias direcciones, la piel de mis nalgas.

—Retrocediste un poco. Hmmm, ¿O mucho? No podía calcular los centímetros sin verlo, pero sí sentir que lo sacabas hasta dejar adentro solo tu cabeza, para luego comenzar el vaivén acompasado, muy tranquilo, introduciendo tu miembro con cuidado. ¡Pero no pudiste mantener la calma por mucho tiempo! ¿Verdad, mi amor? Aceleraste los movimientos y te dejaste llevar por la felicidad del logro que ambos habíamos alcanzado. ¡Cada vez tus caderas se movían más rápido! ¡Cada vez yo levantaba las mías deseándote con más pasión! Y finalmente… ¡Completamente penetrada por mi esposo!

—Me detuve, agotado y con sudor. Disfrutando de lo apretado de tu trasero y evitando apresurar mi orgasmo al escuchar tus gemidos. Me recosté nuevamente sobre ti para descansar y besar tu cuello. También para sincronizar mi respiración con la tuya, mordiendo de paso tu hombro derecho. Tu saliva se deslizaba por la comisura derecha de tu boca entreabierta, y deliberadamente movías tus caderas contra mi pelvis. Tus pechos, olvidados por mis manos, recibieron de repente en tus pezones, los apretones anhelados.

—Apoyado en los antebrazos, exhalé al inclinar mi cabeza hacia atrás. Sentí como apartabas tu pecho de mi espalda, pero seguías con todo tu miembro introducido en mi recto. Volví a mover mis caderas contra tu pelvis, y en mi entrepierna noté la presión de la almohada. Aprovechaste mi movimiento para acariciar con intensidad

Mis pechos caídos, presionándote un poco el trasero para sentir en las palmas de tus manos el roce de mis pezones mientras mis senos se balanceaban con el movimiento.

Al escucharla hablar, sonrío al ver sus ojos cubiertos por la piel descubierta de sus párpados, mostrando felicidad y tranquilidad. La abertura de su bata, desde la cintura hacia abajo, deja al descubierto su muslo y oculta lo esencial con un nudo suelto.

—De repente, sentí tu mano entre mis piernas, acariciando los labios de mi vulva. Dos dedos separaron mis pliegues internos, se humedecieron con mis fluidos y luego se deslizaron desde mi clítoris receptivo hasta la húmeda entrada de mi vagina. Sentí un calor interno intenso y el clítoris duro pidiendo atención. Seguías rozando mis paredes con tus dedos, moviendo mis caderas con tu otra mano para que, profundamente penetrada, me moviera al compás. Gemí y llegué a un placer desenfrenado.

—Necesitaba... Anhelaba besar tus labios y saciar mi deseo chupando tu lengua, pero estaban lejos y mis ojos empezaron a nublarse con cada embestida sincronizada de tus dedos saliendo y tu miembro entrando. Y cariño... –Camilo entrecierra los ojos y asiente con tranquilidad, sin saber qué decir. – Mi mente se nublaba, mis piernas se tensaban al máximo y mis muslos no colaboraban. Sentía cómo llegaba al clímax, desde la planta de mis pies hasta mis piernas, con una sensación de éxtasis que se concentraba en mi vientre, con tu miembro más grueso y palpitante en mi interior, y tus dedos jugueteando, acelerando mi corazón.

—Experimenté un orgasmo intenso vaginal y una sensación de placer inimaginable por la retaguardia, mis músculos se contrajeron y luego se relajaron. Mis brazos flaquearon y caí sobre el colchón, con las nalgas apoyadas en la almohada, las piernas temblorosas y abiertas para ti. Respiraste profundamente, hiciste un último empuje y sentí tu liberación, tu cuerpo se derrumbó sobre el mío.

—Acaricié tu nalga izquierda, recorrí tu costado y besé tu oreja antes de detenerme en tu sien, sin soltarte del todo, ya que parecía que "¡Tú cosita!" estaba listo para más acción y no quería dormirse aún.

—Entonces giré mi cuerpo hacia la derecha y el tuyo al unísono, sujetando tu trasero con mis manos para que no escaparas. Levantaste tu pierna izquierda y, doblando la rodilla, apoyaste el talón en mi rodilla, moviendo tus caderas con cuidado de adelante hacia atrás, sacando y volviendo a introducir mi miembro rígido lentamente en tu interior. A pesar de la sequedad del preservativo, lo retiré a pesar de tus ruegos. Tiré el condón a un lado y me lubriqué más, recostándome de lado y dirigiendo mi miembro hacia tu estrecho ano dilatado.

—Respiramos agitadamente y empezamos a movernos con fuerza. Tus caderas se movían hacia atrás al tiempo que yo avanzaba. Permanecimos así, disfrutando de cada centímetro de mi pene erecto entrando y saliendo de ti. Pero el caucho dificultaba la fluidez. Lo quité a pesar de tus protestas. Me acerqué a tu ano lubricado y comencé a penetrarte lentamente, disfrutando de cada momento juntos, besándonos y respirando profundamente. ¡Yo susurrándote al oído y tú gimiendo de placer!

Mariana se inclina hacia su mesita de noche en busca de un cigarro, dejando al descubierto uno de sus pechos al abrirse la tela de la bata. Al enderezarse, exhibe sin tapujos el pecho derecho, mostrando claramente la rosada areola.

emocionada, mis ojos se clavan en su erguido pezón. Al igual que sus dos ojos azules se clavan en la mitad de mi bata, la cual se infla por debajo debido a la firmeza y extensión pétrica de mi miembro, al rememorar lo que hace muchos meses, en nuestra previa primera vez, él disfrutó.

— ¡Oí tus gemidos y gruñidos! —Me dice al tiempo que aspira al acercar la punta de su cigarrillo a la llama que le ofrezco con mi encendedor.

— Perdiste mi cadencia y yo mi raciocinio. Permití que tus caderas se moviesen sin control, embistiéndome con rapidez y brío. ¡Con mayor intensidad y premura! Igual de ansiosa, llevé mi dedo índice hasta el solitario clítoris y lo rocé. Lo presioné, lo acaricié, lo envolví con cariño y mis secreciones. Mis caderas imitaron el ritmo de tus embestidas, con tu mano izquierda sobre mi nalga, conduciendo expertamente la sinfonía de nuestros gemidos y suspiros, controlando la comunicación entre mi ano lubricado y tu miembro enardecido. Y al mismo tiempo acompañando agradecida al exitoso debut, el chapoteo de mis fluidos en mi autoestimulación. ¡Hasta que otro orgasmo me invadió y a ti el embriagador mareo de tu segunda eyaculación, esta vez directamente en mi interior!

— Continuabas penetrándome con fuerza y mi trasero empezaba a doler. Aun así, mi respiración se entrecortó y te supliqué que estimularas con tus dedos el pezón más accesible. El derecho fue el elegido y lo presionaste con tal vigor que grité de dolor. Ya estaba cerca y apresuré la presión y el roce justo sobre mi botoncito de placer. Grité al tiempo que estallaba, pero tu mano sobre mi boca sofocó el grito de éxtasis. Inmediatamente empujaste con más ímpetu, como deseando introducírmela por completo, incluyendo tus testículos, a pesar de que sabía que ya habías llegado al fondo.

— Entrelazamos nuestras manos y apretamos nuestros dedos. Tu abdomen se contrajo y tanto tus piernas como las mías se tensaron. Oí tus resoplidos, gruñidos y gemidos de placer, tal como hacía yo en ese momento, compartiendo juntos nuestra fantasía cumplida. Alcanzando el clímax, un instante después de sentir como derramabas tu semen en mi interior.

— ¡Me gustaría brindar contigo! ¿Podríamos? —Inquiero a Camilo, con la esperanza de no ser rechazada.

— Vale, acepto. Brindemos por los bellos momentos. Esos que, como has escuchado, tampoco he olvidado y tienen para mí la relevancia que pensaste que no le confería.

Mariana se inclina, la fuerza de la gravedad entra en acción y la tela cae cubriendo la redondez de su pecho, mientras sostiene un vaso de cristal en su mano, sin prestar atención al indicio de disgusto que se dibuja en mi rostro, al verme privado de seguir admirando el buen trabajo del cirujano y, por ende, conteniendo las ganas de lanzarme sobre sus pechos para alimentarme.

— ¡Salud! ¡Por el chiquitín! —Replico en tono jocoso y brindo su vaso naranja con el mío.

— ¡Salud! ¡Por tu cosita que me desfloró! —Contesto con una media sonrisa y nos quedamos en silencio luego de brindar.

— Fue una experiencia inolvidable, placentera y tan agotadora que, apenas terminamos de ducharnos, –confirmo a continuación a Camilo lo sucedido– mientras tú te encargabas de cambiar las sábanas y arreglar la cama, bajé a la cocina para servir dos vasos de leche tibia y añadirles a cada uno una copita de Brandy. Pero al regresar a nuestra habitación, ya dormías profundamente. A pesar de ello, aquella madrugada me sentí feliz. Por ti, por mí, por lograr realizar nuestra fantasía y entregarte finalmente algo mío, exclusivamente para ti.

— ¡Claro, por supuesto! —Responde quisquilloso, interrumpiendo este momento tan hermoso e íntimo. ¡Rescatando en Camilo su inseguridad!

— Recostada a tu lado, reflexioné sobre lo ocurrido entre nosotros, y vi la tristeza en su mirada apagada al despedirnos al oscurecer. Entonces medité sobre cómo debería acarrear desde

Desde ese momento en adelante, mi reciente vínculo con él se consolidó mientras dormías plácidamente, acurrucado junto a mí. En mi mente, sentí que tenía cierto control sobre José Ignacio y solo faltaba dirigirlo hacia mi esfera de influencia. Buscar un lugar para él en mi rutina diaria y lograr momentos distintos, sobre todo discretos, para luego establecer mis términos y lograr su total sumisión, permitiéndome así disfrutar plenamente de su deseo carnal y, a su vez, mantenerlo apartado de los coqueteos —como felina en celo— de K-Mena.

—En nuestro hogar todo debía permanecer igual, sin cambios significativos de mi parte, los cuales gradualmente se fueron introduciendo sin que me diera cuenta. Te aseguro que no tuve intención de imponerme, mucho menos incomodarte. Por eso acordamos evitar las fiestas de la constructora y las reuniones con mis colegas, juntos. Y cariño, sigo convencido de que fue la mejor decisión que tomamos. Dejé de sufrir al no tener que soportar tu semblante molesto o esa sonrisa fingida que pretendía ocultar tu justificado enojo, tras las bromas pesadas de José Ign...

— ¿Y con él? ¿Le diste una oportunidad a ese seductor Don Juan de vecindario... también?

— ¿Qué insinúas? ¡No fue así! Fue algo natural y exclusivo tuyo durante mucho tiempo. A pesar de las presiones, no cedí a sus insinuaciones. ¡Mantuve mi fidelidad hasta el final! Pero sí, debo admitir que tiempo después, cedí artificialmente ante una mujer. No, no fue con la que imaginas. No reincidí a pesar de su insistencia. ¡Otra mujer lo hizo!

¿Te ha gustado este relato erótico?

¡Haz clic en las estrellas para puntuarlo!

Puntuación promedio 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

Ya que que te ha gustado este relato...

Puedes compartirlo en redes sociales!

¡Siento que este relato no te haya gustado!

¡Déjame mejorar este contenido!

Dime, ¿cómo puedo mejorar este contenido?

Otros relatos que te gustará leer

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subir
Contacto | Seguinos en Ivoox