Diferentes las vistas. ¿Pero el panorama es el mismo?
De manera curiosa, ahora que pasamos por el centro de esta avenida, ya vacía del abrumador bullicio y desiertos los andenes del paso curioso de los turistas, tan solitarios los accesos de las coloridas edificaciones y extrañando que las fachadas brillen con los rayos solares del día, me siento extrañamente más tranquilo y menos confundido. ¿Estoy conforme? Tal vez, aunque la presión en mi pecho y el estrés se combinan para desencadenar mi gastritis.
Cuando Rodrigo me avisó que Mariana vendría, indicó que debíamos aceptar a las personas que llegan a nuestras vidas tal como son. Con su felicidad, cambios de humor, realidades y complejidades. También con su inmadurez romántica, cambios físicos y actitudes emocionales. Debíamos dejar de creer que no evolucionaríamos en nuestro día a día y que no dejaríamos de ser como éramos al principio; aceptar que mañana tras mañana seremos, no como pensamos seguir siendo o pretendemos que sean, sino como terminaremos existiendo después de madurar juntos o… ¡sólos! La amé por lo que era. ¿Debo aceptarla y seguir amándola tal como es ahora?
Realmente no lo sé. Pero así es mejor, enfrentando directamente los golpes que Mariana aparentemente no se atrevió a darme. Me sentía como un náufrago, sumergido en un mar de dudas, pero al desvelar este desleal camino crudamente, de forma curiosa me ha lanzado un salvavidas para poder salir a flote. Esta intranquilidad poco a poco se va disipando, como si se despojara mi piel quemada gracias al ardiente sufrimiento de conocer la verdad sobre su infidelidad. ¡Si ella encontró la llave, ahora yo, al fondo de este oscuro laberinto, he visto una pequeña luz para curar mi dolor!
Agradezco esa sinceridad, aunque con sus recuerdos como fustas, me siga azotando. ¿Me siento indiferente? Para nada. Aún me duele profundamente, y mi embriaguez y amor por ella están hechos añicos. Los fragmentos, todos, están dispersos en los rincones de mi corazón. Tal vez con el tiempo logre recogerlos y volver a ensamblarlos en su lugar. Algunos bordes los encontraré desgastados y erosionados, perdiendo algo de consistencia y quizás un poco de brillo. ¿Estaré dispuesto a embarcarme en eso por segunda vez? Darle otra oportunidad a Mar...
— ¡Te fuiste y me dejaste solo! —Interrumpe Mariana, sacándome de mis pensamientos.
— ¿Ah? No, no. Sigo aquí. Solo estaba pensando. —Le contesto de inmediato.
—No me refería a eso, Camilo. Sino a tu escape de la fiesta, después de bailar con tu asistente varias canciones, incluyendo tu divertida danza con Diana, sin siquiera bailar conmigo.
— ¿Y qué esperabas que hiciera si ni siquiera me prestabas atención! –Sin darme cuenta, elevo el tono de voz. – Pasaste todo el tiempo hablando con tus amigos y otras personas que ni siquiera conocía. Tuve que contener mi enfado y desviar mi mirada para no hacer ninguna tontería, por eso bailé con Elizabeth, la señora Carmencita y Fadia. ¡Ah!, y aguantar la larga charla y bromas de tu compañera.
— ¿Te refieres a Diana? –Camilo parpadea y con ese gesto me lo confirma. – Los vi bailar, por supuesto, pero la verdad es que no me preocupaba por ella. Pensé que te estaba coqueteando, pero confiaba en ti. ¿No es así?
— ¿Coqueteando? Sería más preciso decir que tu compañera se me insinuaba descaradamente. Estaba bastante pegajosa bailando merengue o vallenato conmigo, e incluso me preguntó por qué había ido a esa fiesta sin mi esposa.
—Arquitecto… ¿Y dónde dejó a su esposa? ¿Por qué no la acompañó esta noche?
—Se sintió mal antes de salir. Quizás el almuerzo le sentó mal.
y elegimos que descansara. —Le contesté.
—Exhaló sospechosamente contenta y apoyó la frente en mi hombro. Después de un rato se separó un poco y sus manos ascendieron sin recato por mi pecho hasta el cuello, y luego tras mi nuca con determinación, entrelazó sus dedos acercándose todo lo posible a mi falsa barriga. Yo sabía claramente lo que ella quería, –una loba disfrazada de Caperucita Roja– y al aspirar el intenso y poco refinado aroma de su perfume, o quizás al sentir sus senos presionándose contra mi pecho, logró que la sangre fluía rápidamente hacia mi miembro viril y este comenzara a endurecerse, y yo sin la privacidad necesaria para enderezarlo y acomodarlo, me sentí avergonzado.
—Seguí bailando con ella, mezclados entre las demás parejas, incluyéndote a ti y a ese caballero disfrazado de faraón pero sin perder de vista, atento a cada gesto tuyo o a cada movimiento de sus velludas manos sobre tu espalda en cada giro que daban al bailar, mientras mi cuerpo cada vez sentía más adherido el notorio torso de tu compañera. Los dos, ella y yo. Los cuatro, tú y ese caballero. Y todos los que bailábamos en esa abarrotada sala estábamos muy cálidos y relajados al sostener charlas triviales, sin sentido y con estridentes carcajadas celebrando toda clase de chistes débiles e insinuaciones subidas de tono; con mi mirada disimulada hacia el lugar donde estabas dando lentas vueltas y el alegre brillo en tu rostro, regalando sonrisas pintadas con el vibrante carmín en tus labios, en respuesta a comentarios incomprensibles de tu compañero de baile, con su frente tan brillante por el sudor como el deseo por ti que mostraban sus codiciosos ojos.
—La excitación de tu amiga Diana era tal, que susurrándome con una voz más suave y sensual que de costumbre, me pidió que la acompañara un rato al patio trasero de la casa, mientras tres de sus dedos rozaban la piel de mi pecho, jugando a despejar con las uñas en mis vellos negros, un camino de caricias disimuladas hacia mi mentón, intentando excitarme para escapar conmigo de ese poco iluminado salón y que perdiera el control abandonándote allí, olvidando con su compañía y bromas, mi enfado. Antes de que terminara la canción, bajó disimuladamente su mano hasta mi muslo e intentó colarla por debajo de la tela pero respetuosamente me aparté y le dije que yo no estaba dispuesto a traspasar límites ni cruzar fronteras traicionando mi fidelidad matrimonial, y mucho menos faltar el respeto que debía a una compañera de trabajo, pasada de copas.
— ¡Pues yo sí creo que tienes bastante larga la paciencia, para encender sin tanta precaución este fuego! —Bromeó conmigo, mientras la palma de su mano exploraba por encima de la imitación de piel de leopardo, la rígida extensión de mi pene.
—Y en ese momento, Eduardo y Fadia me rescataron de sus garras, ofreciéndome finalmente una refrescante cerveza casi helada. O al menos eso fue lo que agradecido e ingenuamente pensé primero esa noche, pero ahora entiendo que fue parte de su malvado interés para distraerme y encubrir tu escapada. —Mariana se muestra avergonzada, pero no sorprendida.
—A pesar del elevado volumen de la música, pude escuchar el rugido de un motor ostentosamente acelerado que comenzaba a alejarse, seguido de vítores y aplausos. La curiosidad me hizo dirigir mis ojos hacia la puerta de la casa, al igual que mis pasos, seguido de cerca por la lustrosa calvicie de un Drácula traidor y las ojeras demasiado oscuras de la falsa Morticia Adams. Justo antes de salir me topé nuevamente con Diana bajo el marco caoba del portón, a quien sin indagar por el ruidoso motivo, risueña nos informó que su amiga finalmente lo había logrado.
— ¿De quién hablas? —Finalmente le pregunté para satisfacer mi curiosidad.
— ¡Pues de la escrupulosa de Melissa! ¡Se fue a dar una vuelta con…
Nacho en su motocicleta! El pobre estaba ansioso por estrenar el obsequio que ella le dio para conmemorar su cumpleaños. Nachito la desafió y ella aceptó locamente. —Nos relató con rubor y entusiasmo sobre la hazaña de su amiga.
— ¿Qué regalo? —Pregunté haciéndome el despistado frente a ella.
—La chaqueta de piel de cordero de importación. ¿No la viste? La negra "Made in U.S.A", idéntica a la de los típicos motociclistas rudos y musculosos de las películas americanas. —Me respondió.
—Asombrado y molesto, decidí escapar de esa maldita casa y de la angustia que me provocaba saber que estabas con él. Acompañado por un cigarrillo para soportar el frío, caminé perdido por esos lugares desconocidos, esperando encontrarte. Por supuesto, no te vi en ningún lado, así que regresé desilusionado a buscar la 4x4 y, vencido por la evidencia, regresé solo a nuestra casa.
—Me fui de la fiesta sin despedirme de nadie, con el sinsabor de escuchar una explicación de tu parte sobre todo lo sucedido, mucho menos un... "¡Detente, no te vayas!", porque simplemente ya no estabas. Tú y él me habían dejado atrás, saliendo disparados en su motocicleta, solo para estrenar su nueva chaqueta contigo y que tú, a quien creí que daría su primer paseo en moto, te fueras con él. Me alejé con disgusto y decepción al saber qué estabas haciendo con él, algo que conmigo... ¡Nunca te atreviste a hacer!
En Mariana reside la amargura, con los ojos semicerrados por el llanto. La veo vulnerable, caminando a paso lento, con la cabeza gacha y sintiéndose culpable. Escucho claramente su respiración entrecortada. Levanta la vista con sus ojos azules tristes y las pestañas oscuras humedecidas por las lágrimas; suspira suavemente y se seca las mejillas con las manos.
— ¿Falta mucho? —Le pregunto a Mariana, anticipando que quiere hablar al respecto. ¿Defenderse? ¿Expíar sus culpas?
— ¡No, ya casi llegamos! Solo unas cuantas calles hasta la esquina de Johan Van Walbeeckplein y luego caminamos un poco desviándonos por Penstraat, al frente de...
—No me refería a la distancia. Me interesa más el tiempo que me queda para conocer todo tu pasado. —Le aclaro, interrumpiendo su distracción.
—Fa... Faltan algunas cosas por contarte. –Me responde con titubeos. – Sí, aquella noche hablé con algunos amigos de José Ignacio y otros colegas de la constructora. ¡Uff! –Exhala ruidosamente. – Todavía estaba molesta contigo por hacerme sentir mal con esa mirada. Rodeada por él, K-Mena, Carlos, Eduardo y el gerente del banco, respondía a sus preguntas sobre el cambio en mi atuendo. Estaban sorprendidos por... Resulta que cuando me probé el traje de látex en casa, frente al espejo del baño antes de mostrártelo y pedir tu opinión, me hice algunas selfies posando como Gatúbela y... ¡Wow! Me vi tan espectacular que... ¡La vanidad se apoderó de mí y las subí a mi falso perfil de Instagram!
—Todos ellos, por supuesto, desaprobaban el nuevo atuendo. Decían que sí, que era divertido y diferente, pero poco revelador. José Ignacio, astuto e irreverente como siempre, dio en el clavo al verme llegar a la fiesta sin mi falso esposo. Inventé la excusa de un viaje de trabajo imposible de postergar, pero para él y su olfato de mujeriego, todo indicaba que me habían obligado a asistir vestida así para no despertar demasiadas pasiones. Frente a todos, con desvergüenza se agarró sus partes íntimas, apretando el paquete sobre los pantalones de su disfraz, imitando al Sheriff de "Toy Story", provocando risas en todos los presentes.
—Me entró el bichito de la rebeldía en la cabeza y pensé que había actuado mal al dejarme afectar por tu desaprobación que vi en tu mirada, la cual me obligó —sin necesidad de pronunciar palabras— a cambiar de vestimenta para complacerte. ¡Y me enfurecí aún
¡Te extraño más! Por ese motivo decidí ignorarte esa noche en la fiesta, haciéndome pasar por otro invitado más y actuando como si no estuvieras presente. Si te molestabas y te enojabas al pensar en otros hombres mirándome con deseo, eso sería algo que resolveríamos al día siguiente, pero antes quería darte una lección. Bailaría con todos los que me invitaran, especialmente con él, y entonces tendrías dos problemas. En primer lugar, tendrías que calmarte. Y en segundo lugar, ¡tendrías que reconquistarme!
Apenas la escucho, me doy cuenta de que Mariana camina melancólicamente por la acera. Camino a su lado con la cabeza gacha, a unos dos metros de distancia, pisando el gris pavimento. Estamos cerca, pero nuestros recuerdos nos mantienen distantes. Aunque no corre mucho viento en esa avenida, puedo percibir el aroma cítrico de los naranjos y limoneros que decoran los jardines cercanos. ¡Un instante! Siento la humedad en mi mejilla izquierda y mentón, como si fuera un arroyo fino. ¿Estoy llorando? Paso mi pulgar derecho por las lágrimas, y al probarlas con la punta de mi lengua, confirmo que son saladas. Me doy cuenta de que estoy llorando. Una lágrima brota de mi ojo derecho, cerrado por completo, seguida de otras más.
—Sabía que tendríamos una fuerte discusión en casa, pero decidí hablar, pensando en arreglar las cosas con una disculpa... ¡Perdóname, amor! Esperaba escuchar esas palabras de tus labios, acompañadas de un hermoso ramo de flores entregado por ti antes del mediodía, o tal vez tendría que ser yo quien las dijera primero, con un delicioso desayuno preparado por mí y colocado con amor en tus piernas en nuestra cama, como solíamos hacer. Me excedí, lo reconozco, y tu amigo, ese asesor del concesionario, me hizo ver mi error al pedirle ayuda. Me comporté de manera infantil y arrogante, como una niña mimada. ¡Me equivoqué contigo esa noche!
Guarda silencio por unos segundos, sin mirarme. Llora suavemente y seca las lágrimas con un pañuelo. Su melena corta ondea desordenada bajo la luz ámbar de los postes, al igual que en su rostro pálido, donde el cansancio se mezcla con la vergüenza. Está pensando en algo desagradable, negando con la cabeza varias veces. Deduzco que necesita revivir esos recuerdos para cerrar ese capítulo, hiriendo aún más mi corazón. ¡Y lo hará!
—Salir de la casa sin despedirme de ti ni de Mateo fue solo el comienzo. Ver la desilusión en tus ojos cuando recibí las llaves del Audi de sus manos en la cocina fue otro golpe. Entregar el regalo del amigo secreto a José Ignacio, permitiendo que me agradeciera con un abrazo demasiado apasionado y dos besos cerca de mis labios, que desafortunadamente presenciaste, fue el siguiente. Y no puedo olvidar la forma en que bailé tan provocativamente y permití que él se acercara demasiado. Para rematar, acepté de manera irresponsable dar una vuelta en su motocicleta, los dos bastante ebrios, ya entrada la madrugada.
Escucharla reconocer sus errores alivia un poco mi angustia. La observo detenidamente y veo el pesar y la desolación en su rostro pálido.
Absorta en sus pensamientos, sin levantar la vista ni prestar atención a mi reacción, avanzamos unos metros más. Una lágrima borrosa se forma en mis ojos, quizás también en los suyos, cuando un gato atigrado salta desde la verja de metal a la derecha de Mariana y cruza frente a ella. Sin apartar la vista de la suya, el brillo de sus ojos tapetal
de sus dos globos oculares, en cuatro brincos ya se siente confiado al otro lado de la calle y elegante camina alejándose con la cola en alto.
Mariana se ha detenido de repente, y yo tan distraído por el felino he avanzado unos cuatro pasos adicionales, hasta que la suavidad en su tono de voz me paraliza.
—Hemos llegado, Camilo. Aquí es donde me hospedo.
Los pasos de mi esposo avanzando lentamente uno tras otro, generando ruidos secos al arrastrar las suelas de vez en cuando, – como si su humanidad al soportar mis verdades le añadiera kilos de peso – de repente pasan a estar completamente inmóviles. Al detenerse ante mi llamado, simplemente gira su cabeza y me observa con sus ojillos pardos, un tanto sorprendido. La luz amarillenta de las lámparas ubicadas en los dos postes de la entrada, erigidos tras de mí, ilumina por completo su rostro. Su rostro trasnochado, ¿habrá llorado? ¿En qué momento sin que yo lo notara? Mmmm, pobrecito mi amor. Debe estar igual de exhausto y adolorido que yo. ¡Él al escucharme y yo tras atormentarlo! Mis ojos lo ven demacrado y notan sombras oscuras bajo sus párpados, agotados por soportar el constante embate del sufrimiento convertido en lágrimas.
— ¡Finalmente lo lograste! —respondí a Mariana, – secándome los ojos con dos dedos – que permanece de pie en la entrada del estacionamiento del hotel.
— ¡Así es! Aunque en esta situación, sin ti y sin nuestro pequeño revoltoso a nuestro lado, no es lo mismo. —me responde sin dudarlo.
Recién llegados, al dar un paseo por los alrededores de la isla en el modesto barco de William, tanto a Mariana como a mí nos llamó la atención este lugar, con sus playas de arenas blancas, aguas de un azul turquesa muy tranquilas, y la disposición de las habitaciones con la gran mayoría de los balcones, situados frente al mar.
Camilo da dos pasos en mi dirección, pero se detiene después del tercero. Muestra indecisión y nerviosismo. Con la palma de la mano cóncava, se frota la nuca por debajo de la correa que sujeta su gorra de los Yankees, y carraspeando antes, luego expresa con alteración su decepción.
— ¡Por qué razones tuviste que hacerlo Mariana! ¿Por qué con ese otro y no conmigo? —me pregunta y siento una gran vergüenza, bajo la cabeza y cruzo los brazos delante de mi pecho, – sosteniendo el sombrero a un lado con la mano derecha – y con la punta dorada de mi sandalia, la del pie derecho, dibujo líneas imaginarias en el andén frente al izquierdo.
Supongo que Camilo se refiere al paseo en esa motocicleta. ¡Fue una afrenta para él! Lo entiendo ahora, en ese momento, para mí solamente fue otra demostración de independencia ante las demás personas que nos rodeaban en el jardín de la casa, sus amigos y algunos colegas, – mientras algunos fumaban hierba y otros como yo, cigarrillos – que el control de mi vida lo llevaba yo y nadie más. Ni siquiera mi supuesto y ausente esposo.
— ¡La quiero más que a mi pareja! –Le contesté orgullosa. – Aunque haya sido ella quien me la regaló desarmada en una caja de madera, y al estar ahora de viaje por Europa, no pueda presenciar cómo la armo con mis propias manos. —le aclare a Camilo, para explicarle lo que no vio ni escuchó.
—En ese momento, rodeando la motocicleta por detrás, se acercó a mí y acariciando con sus dedos los remaches metálicos y las tiras de cuero de mi regalo, me dijo delante de todos…
— ¡Y con esta chaqueta que me has regalado, haré lo mismo, cosita rica! Cuando la lleve puesta, de aquí en adelante siempre la tendré conmigo, ojalá contigo como principal compañera.
—Ajá. ¡Claro que sí, cuántos más. —Le respondí con una sonrisa irónica y empoderada.
—Te lo prometo cariño. ¡Vamos! Acompáñame a estrenarla de una vez por todas. –Ya un poco confundida
Por culpa del alcohol, lo miré sorprendida. – ¡Te prometo que solo daremos una vuelta a la manzana y regresaremos! —Aunque no le creí en absoluto, me subí detrás de él.
—Es cierto que, tal como escuchaste, arrancó despacio, apenas haciendo ronronear el motor. Pero al girar para tomar la siguiente calle a la derecha, aceleró ruidosamente, como si quisiera asustar a los vecinos que ya dormían; y yo, asustada, me acurruqué en su espalda, con la tela amarilla de mi chaqueta elevándose detrás de mí como si fuera una capa de superhéroe.
—Apenas me di cuenta de que en pocos minutos habíamos llegado al lado oeste de la autopista. Giró la rueda delantera hacia el sur y llegamos a la Lara Bonilla. Aferrada a su vientre con mis brazos, al inclinar la motocicleta, en un instante ya estábamos girando hacia el norte nuevamente, evitando el habitual control policial frente al centro comercial. En cuestión de minutos, estábamos de vuelta. Frenó un poco brusco antes de entrar al garaje, y después de darle un golpecito afectuoso al pulido depósito de la moto, la apagó y la estacionó al lado izquierdo de mi Audi.
—Al bajar de la moto, estaba más despierta. ¡Ya sea por el frío de la madrugada o por el miedo que sentía al tener que enfrentarte a ti! Te busqué con la mirada, sin prestar atención a los comentarios insinuantes de Diana, ni a los aplausos de los amigos de José Ignacio; mucho menos le di importancia a la mirada asesina que me lanzó K-Mena al devolverme el sombrero amarillo que completaba mi disfraz, y a pesar de sentir miedo de encontrarte enojado dentro de la casa, te busqué por todas partes. Pero no estabas ni arriba ni abajo. Decidí preguntarle a Fadia, pero ella tampoco sabía exactamente dónde estabas.
—Salí a la calle y revisé la fila de autos estacionados, buscando tu camioneta. No la encontré y eso me asustó. Entré rápidamente para recoger mi regalo y mi bolso, despidiéndome del asistente y su esposo que estaban junto a las escaleras, y desde lejos le hice una seña de despedida a Diana y a K-Mena. Al presionar el botón de encendido y encender las luces, José Ignacio se acercó apresuradamente y se convirtió en una estatua rígida con los brazos cruzados al lado de la ventana. No bajé la ventanilla, pero pude escuchar claramente que, molesto, preguntaba por qué me iba. Sin importarme su molestia, retrocedí y lo dejé allí parado sin darle ninguna respuesta.
—Mientras me dirigía a nuestra casa, reflexionaba sobre todo lo ocurrido. Aterrada, sabía que me enfrentaría a un esposo furioso y muy decepcionado. Al abrir la puerta, la lámpara colgante de seis brazos cromados sobre la mesa del comedor estaba encendida, sin comensales sentados en sus sillas para iluminar; todas las demás luces de la cocina, la sala de estar y el estudio estaban apagadas. Subí al segundo piso, mentalmente preparada para recibir tu enojo y tus justas reclamaciones, pero tampoco estabas en nuestra habitación. Fui a la habitación de Mateo, imaginando que habías buscado consuelo en su cama, pero al abrir la puerta, la tenue luz de la mesita de noche me reveló que quien dormía plácidamente junto a nuestro hijo era Natasha.
—Escuché un ruido seco en la habitación de invitados y me dirigí allí, pero la puerta estaba cerrada con llave y entonc…
— ¡No tenía la menor intención de verte en ese momento!
— ¡Claro que me di cuenta! Golpeé suavemente la puerta varias veces con los nudillos. Estabas dentro, pero no abriste y no podía gritarte para no despertar a Naty, y mucho menos a nuestro hijo. Decidí llamar a tu teléfono móvil mientras me desmaquillaba encerrada en nuestro baño. ¡Lo tenías apagado! Me costó trabajo quitarme todo ese maquillaje verde de las manos, el cuello y las orejas, extrañando mucho pedirte ayuda para quitar los restos.
—Mientras la cálida agua de la ducha caía sobre mí, seguí llorando. ¡Temía lo peor! Tenías razones de sobra.
para estar molesto, pero... ¿Serían suficientes para lograr separarnos? Nunca habíamos experimentado una situación similar. ¡Tan complicada y estresante! Y durante el resto de las horas que pasaron hasta que vi amanecer, nerviosamente me mordía las uñas mientras lloraba desconsoladamente, pensando que por mis absurdas opiniones tal vez te perdería.
— ¿Podemos entrar y subir a mi habitación por favor? Prometo no lastimarte ni obligarte a hacer algo que no desees, pero me gustaría refrescarme y cambiar de ropa, para luego seguir conversando. Deberías hacer lo mismo. Estamos sucios, salados y sudorosos. —No me respondió con palabras pero se dirigió hacia el interior del estacionamiento de manera indecisa, con las manos en los bolsillos de su pantalón corto arrugado, ya no tan bien planchado. Anda despacio, con la cabeza gacha y reflexionando. ¡Pero avanza!
Acepto con temor su propuesta, porque por alguna razón indeterminada, me siento fuera de lugar, desprotegido y desamparado por la inesperada compañía de las personas que hemos encontrado durante este viaje. Entraré a su habitación y estaremos a solas nuevamente en un lugar que me resulta ajeno y al que ella y yo, en algún momento, pensamos visitar de noche de manera romántica, pero con las remodelaciones en la casa, los paseos para familiarizarnos con la isla, y la obligatoria presencia de Mateo, –tan pequeño– decidimos posponerlo.
Por eso quizás me siento cohibido al pensar que podré quedar expuesto al redescubrir sus encantos. La quiero y me encantaría volver a estar con ella, adorarla y amarla como antes, pero debo saberlo todo y quitarme esa preocupación que tengo clavada en el pecho. Tengo… ¡Necesito preguntarle antes de subir a su habitación!
Mientras nos dirigimos hacia las amplias puertas de madera rústica de Nogal, ambos en silencio, –caminando lentamente frente al color «curuba» de la fachada colonial con sus cornisas blancas– quiero indagarle sobre lo que pensaba y sentía, ya que me pareció imprudente hablarle esa madrugada para no ofenderla o decir tonterías, de las cuales pudiera arrepentirme más adelante. Necesitaba tiempo y espacio a solas para analizar su extraño comportamiento y decidir cómo actuar con ella, según sus respuestas a mis preguntas.
Mariana, con su instinto femenino, se adelanta a mí, como si durante este monólogo, y basándose en las arrugas marcadas en mi frente de forma intermitente, –cual si fueran puntos y rayas en clave morse– decifrara mis cuestionamientos.
—Me sentí confundida cuando bajé a la cocina para prepararme un desayuno contundente y aliviar la resaca, causada en parte por las bebidas alcohólicas y por otro lado, debido a la intranquilidad reinante en mi interior. Sorprendentemente te vi preparando el desayuno para todos. Ni tú ni yo nos atrevimos a saludarnos con el habitual beso matutino y lo cambiamos por un frío… ¡Hola! ¿Cómo estás? De hecho evitamos cruzar miradas, yo rodeando la isla por la derecha y tú, saliendo por la izquierda con los platos en tus manos.
—Simplemente me invitaste a sentarme a la mesa y desayunar. Chocolate, huevos revueltos, tostadas y jugo de naranja servidos para dos personas y, sin embargo, tres puestos dispuestos en la mesa del comedor. Uno para Naty, que al escucharte, bajó rápidamente con nuestro hijo en brazos, con prisa por regresar a casa para cambiarse y dirigirse al colegio. El otro para Mateo, con su tazón lleno de cereales coloridos, y por supuesto el mío, en mi lugar habitual junto al tuyo, aunque tu silla estaba apartada del borde de la mesa y no había cubiertos ni vajilla destinados para ti.
—Sin demostrar tu enojo, saludándonos, subiste rápidamente las escaleras para ducharte, ya que anunciaste a voces que tenías una reunión importante temprano, y me encargaste, –sin cambiar el tono de voz– llevar a Mateo.
hasta la parada del autobús del colegio.
Cruzando las puertas de entrada, nos recibe un amplio y solitario lobby. Decido detenerme por un momento para admirar la arquitectura de las vigas de madera y los inclinados techos, así como la exquisita decoración interior, sin mostrar emoción alguna ante Mariana ni la sonrisa amable, impecablemente blanca, de la mujer que nos espera en la recepción.
Sin duda, es un espacio bien cuidado, con una decoración elegante y sobria, pero le falta la acogedora calidez familiar que tanto valoramos en nuestro hostal.
¿Nuestro? ¡Qué costumbre más estúpida! Sé que mi boca adopta una leve mueca hacia la izquierda, evidenciando mi desconcierto, pero no puedo seguir con ese pensamiento ya que Mariana, dirigiéndose hacia la recepción, continúa hablando en voz baja sobre lo que ocurrió al día siguiente de la fiesta.
—Yo sabía que esa era una excusa débil para escapar y evitar enfrentarnos, pero delante de nuestro hijo y de Natasha, no pude detenerte para hablar y acepté resignada tu partida. En la oficina, pues... ¡qué puedo decir! A pesar de mi evidente cansancio y la falta de sueño, no pude eludir las preguntas de todos, incluyendo las de él. Todos querían saber por qué me fui tan abruptamente.
—¡Hartazgo y la hora de cuidado por parte de la niñera! Esas fueron las razones que di. Solo Diana notó la similitud entre tu huida y la mía, aunque estábamos solas en el baño cuando lo mencionó. K-Mena se comportó de manera extraña conmigo, tanto el sábado como el domingo siguiente, cuando tuve que trabajar en Peñalisa. José Ignacio intentó distraerme y coincidir en la hora del almuerzo, pero mi mente confundida no prestó atención a sus intentos de galantería ni a sus chistes sobre los regaños que me dio mi esposo por quedarme hasta tarde y regresar convertida en la sumisa versión de "La Máscara". En mi mente solo estabas tú, confundido, enojado y... ¿celoso?
—Al sentarme a almorzar, esperaba encontrarte en nuestro lugar habitual en la mesa de la esquina, pero nunca llegaste. Solo estaban los ingenieros y tu asistente. En toda la mañana no recibí mensajes ni una llamada tuya. Cobardemente, yo tampoco te contacté, así que la única opción que tuve fue preguntarle discretamente a Elizabeth dónde estabas.
—Por suerte la encontré junto a la máquina expendedora, tomando un tinto oscuro, al igual que tú sueles hacer. Me acerqué mientras bebía mi cappuccino y elogié su elección de disfraz de Campanita y el de su esposo de Peter Pan.
—¿Y nuestro travieso Pedro Picapiedra? ¿Por qué no bajó a almorzar? —le pregunté, y tras unos momentos de elogios y risas, me enteré de tu paradero.
—Esta mañana estuvo visitando un terreno en las afueras de la ciudad para instalar un campamento base para un nuevo proyecto y esta tarde irá a varios concesionarios de vehículos para obtener presupuestos —respondió tu asistente con amabilidad.
—La conversación se interrumpió cuando se acercó el ingeniero que te había regalado el juego de construcción. Intercambiamos un breve saludo y por suerte una llamada de Iryna, para hablar de la fiesta, me permitió escapar de sus cumplidos. Nunca mencionaste que te habías ofrecido para gestionar la compra de varios camiones, y mucho menos me dijiste que ese viernes, tu amigo de fiesta y varias cervezas hasta altas horas de la noche fue quien nos vendió el Audi.
—Te espero aquí mientras reclamas la llave de tu habitación.
Mariana levanta las cejas, abre los ojos sorprendida y encoge los hombros resignada.
avanza hacia la recepción. Desde allí, presencio cómo saluda de manera amistosa a la empleada detrás del mostrador, quien corresponde con la misma amabilidad, como si mi esposa llevase varios días en este hotel.
Luego, la joven de tez morena inclina un poco la cabeza, y con sus ojos redondos y algo desconfiados, me escudriña rápidamente por encima del hombro de Mariana; intercambian algunas palabras y de forma bromista le entrega la tarjeta. Mi esposa se voltea, mostrando la recién adquirida alegría en su rostro sin intentar ocultarla.
—Sígueme por aquí. ¡Vamos! —Me indica, y avanza con elegancia por el pasillo a nuestra derecha, procurando no hacer demasiado ruido al caminar con sus tacones golpeando las amplias baldosas de mármol. Le hago caso, despidiéndome con un gesto de la mano de la empleada y su cómplice mirada.
—Esa noche, amor, mientras te esperábamos jugando con Mateo, estuve reflexionando sobre cómo abordar nuestra conversación, buscando las palabras precisas para disculparme contigo sin que pensaras que me consideraba totalmente culpable. Según mi otro yo, la Melissa que los demás conocen, no había hecho nada tan grave. Bueno, nada lo suficientemente malo como para que te comportaras de manera tan infantil, con esos celos incipientes y esa actitud primitiva. Llegaste tarde, casi a medianoche y con olor a alcohol. ¿Recuerdas?
—Más o menos. —Respondo con indiferencia, mientras la sigo observando moverse con gracia y elegancia, y ese constante… ¿Por aquí o por allá? que parecen indicar sus caderas indecisas, pero cuya tela negra no logra ocultar la atractiva curvatura de sus glúteos.
—A Mateo no le gustaron tus efusivas muestras de cariño para despertarlo, ni las cosquillas en su pancita, y poco después buscó refugio entre mis brazos en nuestra habitación, dejando a su padre dormir borracho en su cama boca abajo.
Al final del solitario pasillo, se abre una luminosa habitación elevada, con otro sendero inclinado y empedrado, que bordeando los jardines y una piscina rectangular y apacible, apenas movida por la suave brisa del este a estas horas, parece dirigirnos hacia el ala este del complejo hotelero. Mariana acelera el paso para no hacer ruido, y su vestido ondea como si quisiera desafiar al viento invisible que lo mueve.
—Dejé temprano a mis dos hombres al cuidado de la niñera, y conduje sin muchas ganas hasta la oficina para estacionar mi automóvil en el estacionamiento subterráneo, encontrándome en la entrada al edificio con mis compañeros, y sentándome en el asiento delantero de la camioneta, con Eduardo gesticulando con impaciencia a un lado para que subiéramos rápido.
Siguiendo el camino empedrado bordeando el malecón hasta el extremo, evitando tres palmeras medianas, una estructura de madera con amplias escaleras nos bloquea el paso. Mariana ha elegido sin duda alguna uno de los pisos superiores o simplemente ha optado por habitaciones de mayor costo, las únicas disponibles. La tarjeta Platinum que guarda en su billetera desde antes de casarnos tiene sus beneficios globales.
—Uno de sus pies, el derecho, pisa el primer escalón. La madera cede y cruje bajo su peso. Mariana se detiene al apoyar el izquierdo, se inclina lentamente, pero yo, que estoy detrás, me agacho primero y suelto las correas de ambas sandalias con mis dedos, levantándolas.
—Gracias, amor, eres muy amable. Así no haremos ruido. —Agradecida, me regala una sonrisa con sus ojos azules brillantes, y subimos en silencio el primer tramo hasta el rellano. Al subir el segundo tramo, ya lado a lado,
Mariana vuelve a dirigirse a mí.
—Todos teníamos mala cara por la falta de sueño, así que nos quedamos dormidos hasta que llegamos al hotel y el conductor nos despertó. Me sentía mal físicamente, pero lo que más me molestaba era la parte emocional. Si no hubiera acordado previamente esa reunión con el abogado y su familia, habría preferido decir que estaba enferma y quedarme en casa para hablar contigo.
Cuando llegamos al segundo piso, Mariana apoya una mano en el pasamanos a la derecha. Da un giro y sube al siguiente escalón. Parece que la habitación está en el último piso.
—Después de desayunar con apetito, nos cambiamos de ropa en la habitación, poniéndonos el uniforme para ir a trabajar. Llevábamos una camiseta azul marino tipo polo con el logo de la empresa en el pecho, con los dos últimos botones desabrochados. Además, unos shorts blancos de talle alto, medias tobilleras y zapatillas deportivas. Nos dirigimos a la sala de ventas en el condominio listos para empezar. Media hora más tarde, como era costumbre, él llegó.
Llegamos al tercer piso y me detengo un momento. Quiero contemplar el paisaje, con el horizonte todavía oscuro pero de vez en cuando iluminado por relámpagos que destellan en la distancia.
—¡Qué bonita vista! —Comento y Mariana asiente, luego se da la vuelta, avanza unos cuatro o cinco pasos y se detiene frente a la primera puerta.
—Esta es mi habitación, amor. ¡Por favor, pasa! —Entra y yo la sigo.
Junto a la cama King Size, deja su sombrero de paja, cuelga su bolso negro del hombro y lo coloca allí también. Acomoda sus sandalias al lado de la mesa de noche y yo me dirijo al otro lado, hacia la silla frente al pequeño escritorio, donde pongo mi mochila y la cubro con mi gorra de los Yankees.
Mariana abre por completo la puerta-ventana que da al balcón y se sienta en la silla más cercana. Coloca su paquete de cigarrillos "Parliament" y el encendedor rosa en la mesa de cristal. Toma uno y lo enciende, tocando sus labios carnosos con la palma de la mano. Espera a que me siente a su lado, intuyendo lo que quiere, y así lo hago. Saco mi cigarrillo del bolsillo de mis bermudas y, con una sola chispa, le ofrezco fuego, manteniendo la llama encendida para prender el mío. Me siento a su lado, moviendo la silla en diagonal detrás de mí.
—Debe ser hermoso el panorama desde aquí. —Digo nervioso para romper el pesado silencio. Ella me mira fijamente, no comenta sobre mi opinión y con seriedad me dice…
—Desde ese momento dejaste de llamarme para preguntarme cómo había llegado, y te lo juro, no olvido esa sensación de abandono que sentí. Obviamente me lo merecía, pero dolió, aunque con el pasar de los fines de semana alejados, me acostumbré a tu indiferencia. –Sintiéndose señalado, Camilo echa la cabeza hacia atrás. – Con desgana atendí a los visitantes interesados durante la mañana y fui yo quien te llamó. Respondiste bruscamente a mi pregunta, interesada en saber sobre nuestro hijo. Antes de colgar, te dije que te amaba y que eras lo más importante para mí. ¡Necesitamos hablar de todo cuando regrese!
—Como tú quieras. —Respondiste y colgaste sin despedirte.
—Tu respuesta no me dio paz, pero aun así dejé de preocuparme y dediqué la tarde a atender a mis clientes.
—Te fue bien con ellos. –Mariana se sorprende al saber que ya estaba informado. – ¡Eduardo me contaba sobre tus ventas récord! —Le aclaro, creyendo que aún estoy al mando.
de la charla. Pero no es así, porque enseguida mi esposa me devuelve el golpe.
—Sí, pero no ocurrió durante la exhibición de la vivienda ni al argumentar las ventajas de vivir y disfrutar de las comodidades del condominio. No cerré la venta ese día. Sucedió una semana después, pero ese es un asunto del que no deseo hablar en este momento. Tengo la sensación de que deseas conocer otras cosas, para ti más relevantes. Quieres que te cuente... Que te hable de... De mi relación con él. Porque eso es lo más relevante para ti. Lo que al parecer, mi vida, te ha afectado más. —Y Camilo se reclina en su silla, apoyando su espalda por completo en el respaldo.
—La verdad es que aún no logro entender por qué terminaste involucrada con ese playboy de la playa, cediendo a sus des...
Tres golpes breves provenientes de la puerta interrumpen la pregunta que quiero hacer. Mariana se levanta por completo, mostrando su esbelta estatura, y con el cigarrillo entre los dedos, se dirige hacia la puerta. Intento girarme para observar, pero el cuerpo de Mariana y la posición de la puerta me impiden ver quién nos ha interrumpido. Presto atención para escuchar su breve conversación.
—Aquí tiene lo que me pidió. Por suerte no tuvo un día desagradable. ¡No llovió, tal como le dije!
—Es cierto cariño, el clima ayer estuvo cambiante pero esta madrugada aún no ha terminado y es posible que me alcance algo de esa tormenta que evité ayer. ¡Gracias, mi querida Dushi! Eres maravillosa.
Después de cerrar la puerta, Mariana vuelve trayendo una bandeja metálica. Coloca la jarra con agua, un vaso alto con hielo picado y otros dos vasos medianos, vacíos. También trae una botella de tequila de color amarillo pálido y otra botella más delgada con zumo de naranja. Coloca la bandeja sobre el escritorio y comienza a servir las bebidas con cuidado. ¡Me encanta todo de ella! Su elegancia y la corrección de su postura, la suavidad de sus movimientos y esa expresión que, sin quererlo, cuando se esfuerza un poco para abrir la botella... ¡Sin pedir mi ayuda!
Sus dedos finos, –con las uñas ya no tan largas y decoradas al estilo francés que tanto me gusta verle– toman los dos vasos de cristal y en ellos, los cócteles ya preparados. Viene hacia mí, sonriente y triunfante, girando suavemente los dos bebidas.
— ¡Aquí tienes, amor! —Le entrego su vaso y al ver que me mira embelesado, le sonrío. Pero me alejo para recostarme en una esquina del balcón y presumir un poco ante él.
—Ya ves, Camilo. No eres el único que sabe utilizar sus habilidades de relaciones públicas por aquí. —Lleva el vaso a la boca y prueba el trago. Su rostro muestra satisfacción y sin embargo le pregunto.
— ¿Ha quedado muy fuerte? —Y luego pruebo el mío cerrando los ojos. ¡Ni tan caliente que queme, ni tan suave que no tenga sabor!
—Para nada, está perfecto, justo como me gusta. ¡Ya conoces mis preferencias! —Responde con un sonido de placer al final, y luego da una calada a su cigarro con satisfacción. ¿Y dónde demonios deje el mío? ¡Maldita sea!
Apresuradamente, regreso al escritorio y lo encuentro consumido por completo. Vuelvo a sentarme a su lado, dejando los restos en el cenicero y encendiendo un nuevo cigarro.
—Bueno, cariño. ¿En qué estábamos? —Pregunto y él responde, depositando la colilla en el cenicero de cristal, junto a la que olvidé anteriormente.
—Sobre tu jornada de ventas el sábado, atendiendo a esa familia.
—Ah, sí. Estaba pensando en otra cosa, en la ciudad contigo, y lo que menos me importaba era ocuparme de otras personas, por eso dediqué tiempo a mostrarles la casa, paseándolos por el campo de golf, las canchas de tenis y las zonas húmedas, entablando una conversación reveladora con el magistrado,
Mientras la abogada, su pareja y la madre cotilleaban en el gimnasio, Diana, Carlos y José Ignacio estaban preocupados por mí. K-Mena y Eduardo, en cambio, no mostraron inquietud.
—Durante la cena en el hotel, alejada de los demás, te envié varios mensajes. En algunos preguntaba por las actividades de Mateo durante el día. En otros te inquiría sobre tus acciones y emociones. Todos ellos los concluí con un ¡Te amo, eres lo más importante en mi vida! En pocas palabras te contaba las travesuras de Mateo en el parque de atracciones. Una respuesta breve… ¡Estoy jugando en la consola con Natasha! Y en ninguno de ellos un… ¡Yo también te amo! O tu típico… ¡Igualmente te extraño!
—Preocupada, dormí intermitentemente y por la mañana del domingo le dije a las chicas que se adelantaran, que me encontraría con ellas en Peñalisa más tarde. Sin embargo, lo único que ansiaba era verte, hablar contigo y aclarar las cosas. Llamé a Eduardo y le dije que no iría, porque me encontraba mal. Él ofreció acompañarme para tomar un autobús en la terminal, pero le dije que no se molestara, que tomaría un taxi a la salida del hotel. Sin cuestionar nada, me apresuré a empacar en mi maleta la poca ropa y los elementos de aseo personal. Bajé al restaurante y pedí un cappuccino para acompañar mi cigarrillo antes de partir. ¡Tenía muchas ganas de sorprenderte!
Camilo me sostiene la mirada fijamente, examinando mis gestos y evaluando en el tono de mi voz la sinceridad de mis palabras. Tomo un breve sorbo de mi cóctel, una insípida imitación de un Tequila Sunrise, inhalo, retengo el humo en mis pulmones y lo exhala por la boca, viendo cómo se dispersa frente a mi rostro. Mi esposo se levanta, sin decir nada, vacía de un sorbo su vaso y camina hacia la baranda de madera en la esquina del balcón. Sus manos se aferran a la madera y, después de suspirar profundamente, su mirada se pierde más allá del malecón, hacia Marichi Pier o quizás divisando la entrada a la bahía, y de allí imaginando el camino hasta nuestra casa en Otrobanda.
— ¿Quieres otro trago, cariño? —Le pregunto para distraerlo de su melancolía y llamar su atención. Él voltea la cabeza y asiente, mientras me guiña un ojo con una sonrisa. Está tranquilo, mi amor... ¡Por ahora!
— ¿Quieres que te acompañe mientras me sigues contando? —Escucho que dice detrás de mí, mientras recojo su vaso.
¡Es el momento! Quiere saber y yo… ¡Maldita sea! ¿Cómo se lo digo sin lastimarlo?
—Claro, cariño, sígueme y te lo cuento. —Respondo, asegurándome de que él no vea mi rostro aún, porque estoy segura de que está pálido.
Se sitúa muy cerca, casi puedo sentir el roce de su respiración en mi oreja. Antes, habría disfrutado de ese agradable escalofrío, pero ahora no. Estoy muy nerviosa.
—Estás temblando. ¿Tienes frío? —Camilo lo nota de inmediato. No tengo opción. Terminaré de preparar estos cócteles y se lo contaré todo con lujo de detalles.
—No, cariño, estoy bien con esta temperatura. Me gustaría darme una ducha antes de...
—Mariana, déjate de rodeos y cuéntame de una vez. ¿Cómo sucedió todo?
—Hmm, cariño, te prometo que no lo busqué ni lo llamé. Él simplemente apareció por detrás y me tomó... «Con sus dedos presionando mi clavícula derecha, sus ojos color avellana escudriñando mi vestimenta de arriba abajo, y esa sonrisa juguetona de niño travieso. Pero estos detalles sobran y no te los contaré.»... antes de cruzar la calle frente al hotel para tomar un taxi.
—Me sorprendió verlo allí y le pregunté. ¿Qué haces tú aquí? Y él me dijo... —Espera aquí, bombón, saco el coche y te llevo a casa, o si cambias de idea en el camino, nos dirigimos directo a la mía y cerramos el trato.
—En un abrir y cerrar de ojos, tenía frente a mí la puerta abierta del Honda Blanco.
— ¿Pensabas irte rápido porque estabas enferma? Sube de una vez, Meli, que el carro se está calentando y este bellezón no tiene aire acondicionado.
—Y...Claramente te subiste y te fuiste con él. —Ahora Camilo lo sospecha, tomando de mi mano estirada su refrescante bebida, sentándose casi en el borde de la cama.
—Sí, coloqué mi bolso detrás del asiento negro de cuero con detalles anaranjados al igual que los rines de su auto, y él me ayudó a abrochar el cinturón de seguridad, diferente al de mi Audi, ya que era uno especial para competencias. Aprovechó mi desconocimiento y, en un descuido mientras lo ajustaba, me besó. Te aseguro, cariño, que lo aparté con las manos y ofendida le espeté...
—Nacho, ¿Qué te ocurre? Si vas a empezar así el viaje, es mejor que me dejes aquí. Se rió a carcajadas y arrancó, prometiéndome –cuando paró de reír– que se comportaría adecuadamente.
—Empezó a bromear, acelerando el auto mientras nos deteníamos en el semáforo en rojo de la salida de Girardot. Le advertí que no condujera de manera imprudente pues me mareaba. —Camilo me observa asombrado, sin haber probado su bebida.
—Si, cariño, mentí, pero de no haberlo hecho, con seguridad habría excedido el límite de velocidad en varias ocasiones o en alguna curva, lo que habría resultado en un accidente contra algún camión.
—Por lo que veo, él tomó en cuenta tu advertencia, ya que estás aquí, vivita y coleando. —Me menciona el refrán con un toque de sarcasmo.
—Afortunadamente, así fue. Para calmarlo y lograr que disminuyera el volumen de la radio, que me estaba provocando un fuerte dolor de cabeza, le pregunté por su novia, Grace, y literalmente, mi cielo, ¡Nacho hizo una mueca de desaprobación!
—No quiero hablar de ella, Meli. Hablemos de otras cosas. No estás enferma y no me vas a enredar con esa historia. Lo que te sucede es que estás peleada con tu esposo.
—No sé qué me pasó, pero no encontré una excusa válida para contradecir su acertada intuición. Guardé silencio y giré mi rostro hacia el paisaje a mi derecha.
—Sabes que suelo despistarme mucho, pero al ver un letrero me di cuenta de que habíamos tomado la otra ruta, la que pasa por Tocaima, y le comenté al respecto. Me respondió con aires de hombre experimentado que a través de esa ruta llegaríamos más rápido a Bogotá y, sin previo aviso, soltó... ¡Son blancos! ¿Me los vas a regalar?
—Entendí a qué se refería. Llevaba puesta la blusa blanca con botones pequeños en forma de diamante y estampado de flores multicolores que me regaló tu hermano mayor para Navidad. Y la falda de mezclilla que compré junto con la chaqueta del mismo tono y material cuando visitamos las tiendas outlet en busca de ofertas. ¿Recuerdas? Aunque me pareció que la falda no era demasiado corta y, de todas formas, torpemente intenté estirar la tela de mezclilla, apretada en esa silla que no permitía mucho movimiento.
—¡Qué obsesión la tuya por querer ver mis bragas! ¿No te basta con las vistas que obtienes cuando llevo puestos mis trajes de baño en la piscina del hotel? Oye, me preocupas José Ignacio. De verdad. ¡Estás mal de la cabeza! —Le dije, y ya conoces su reacción. Riendo a carcajadas, no le importó en absoluto mi comentario y continuó diciendo...
—¡Jajaja, Meli preciosa! No tienes ni idea de lo hermosa que te pones cuando tus mejillas se ruborizan, no por el calor, sino por los berrinches que te provoco. —Le pellizqué en el abdomen para hacerle daño, pero en realidad fue el comienzo de nuestra complicidad.
—Vamos, cariño, quítatelos y regálamelos. Pero espera Meli… ¿Me los dejas oler primero?
—Sí claro, ¡cómo no! ¿Quieres que te haga una felación también? —Le respondí bromeando, y saqué un cigarrillo de mi bolso para encenderlo.
—¿Me das uno? —Preguntó sin apartar la vista de la carretera, y lo miré con desdén. –Te voy a dar una patada en los testículos si sigues con insinuaciones. –Le respondí.
—Solo una calada, Meli, de tu cigarrillo. ¡Mujer malpensada! —Y me hizo reír.
—Guardamos silencio durante un rato, mientras fumaba y... Le acerqué mi cigarrillo a la boca.
Luego, con gesto preocupado en su rostro, me habló sobre K-Mena, intrigado por su repentino cambio de personalidad, y me confesó que ella había intentado seducirlo en su habitación la noche de la fiesta, llegando casi a obligarlo a tener sexo oral.
—La rechacé y se molestó, ¡te lo juro! Por eso no me habla. Estoy cumpliendo mi parte del trato, a diferencia tuya que no aceptas ni un beso ni me das tus calzones. ¡No cumples tu palabra ni tienes fecha en el calendario! —Me pareció gracioso su comentario, ya que no concuerda con la letra de la canción "Caballo Viejo", y aunque dudaba de la veracidad de su historia, era cierto que el comportamiento de K-Mena fue diferente con él esa noche y distante conmigo.
Camilo me escuchaba atentamente, semi recostado en la cama del lado izquierdo, pero de repente lo vi levantarse inquieto y descalzar sus pies, frotando un talón contra el otro. Luego lo vi dirigirse hacia el escritorio con un vaso de tequila en la mano, mirando directamente hacia la esquina donde yo estaba.
— ¡Te olvidaste de ponerle hielo, Mariana! —Me dijo mientras usaba tres dedos como pinzas para coger algunos trozos y añadirlos con cuidado en el vaso. Tuve que acercarme para que pusiera un poco en el mío, aprovechando para hacerle esperar un poco.
— ¿Es cierto que finalmente, mientras él conducía, te quitaste las bragas y las hiciste oler? ¿O me equivoco? —Sin aumentar el tono, ni mostrar enojo, Camilo me adelantó sorprendiéndome.
—Como te mencioné anteriormente, mi amor. Te estoy contando toda la verdad, con lujo de detalles. Aunque duela y te ofenda. Aunque puedas llegar a odiarme aún más, pero es lo que realmente buscas, querida, que con mis recuerdos te sumerja en el dolor y con mis verdades te saque a flote. Y no, no se las regalé, ni mucho menos se las hice oler. Pero admito que sí me las quité mientras Nacho conducía, justo antes de llegar a... ¿Sabes qué? Hay más, pero ahora necesito ir a bañarme. ¿Me esperas afuera o vienes conmigo para seguir contándote?
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