Tú confiesas, yo hago lo mismo. ¿Todos nos confesamos?
—¡Tú qué opinas, Nachito!... ¿Debo ser la mujer que, habiendo aprendido bastantes cosas del esposo, me toca enseñarle ahora, –y sobre cada brazo suyo, coloqué mis pantorrillas y ajusté las rodillas, presionando su cabeza para inmovilizarlo– a este hombre tan aventurero y experimentado, cómo hacerme alcanzar un orgasmo clitoriano? —Cuestioné.
—¡Jajaja! —Inesperadamente Camilo se da la vuelta y suelta una ronca carcajada en cuya irónica resonancia, vislumbro bastante escepticismo. Mientras tanto, se seca las lágrimas de los ojos. Primero del lado izquierdo con el dorso de su mano derecha hecha un puño, después, utilizando el ancho y largo de los tres dedos de la misma en el otro lado, para secar la humedad de su lado derecho.
—Lo sé… Es cierto, cariño. Puedo comprender tu desconfianza, ya que hasta yo misma acabo de escucharme, y se ha oído extraño. —No deja de reír, pero ahora con su tono algo más bajo, decaído y nada alegre. Murmura, pero soy yo quien habla.
—En serio le hablé así, de esa forma. Fue una declaración muy peculiar, puesto que, a pesar de querer apartarte de mi mente, en ese momento anhelé que aparecieras y le mostrases a mi amante, la destreza adquirida a mi lado y tus expertas técnicas para llevarme al clímax sin las tediosas rutinas que él me mostraba.
—Miel derramada sobre la hendidura, o chocolate esparcido desde mis senos hasta el ombligo. A veces con el aliento a menta helada de tu boca, introduciéndomela con tus labios usándolos como émbolos, y gracias a tu lengua ancha o cónica, provocando en mi pecho y en la garganta multitud de suspiros y gemidos, al atraerla y absorberla de nuevo hacia el interior de tu boca, para pasearla sin prisas por los pliegues carnosos de mi vulva, y después sí, con la vehemencia adecuada de tu pene dispuesto y alerta, provocarme diversos orgasmos, unos largos y otros cortos, pero todos ellos sentidos en mi bajo vientre con una constancia sinusal. Placer en exceso dentro de mí, y por fuera, sobre los pétalos de mi vulva.
Mariana se mueve por detrás de mí. Lo hace mirándome de reojo, como quien prefiere no ver, pero la curiosidad la impulsa a hacerlo. Intenta, como es natural, averiguar qué llamó mi atención, y ha captado mi interés. Seguramente preocupada por saber si la melancolía y la baja entonación de sus palabras han tocado las fibras más íntimas de mi ser.
—Abrí yo misma con los dedos, mis labios vaginales y le mostré dónde se ubicaba la cima, mi montículo del placer. Le instruí cómo descubrirlo, consentirlo, mimarlo y saborearlo, –lamiéndolo con el borde de la lengua– e igualmente le expliqué la mejor forma de rodearlo lentamente, con la yema ensalivada por mi boca, de su pulgar, y cómo presionarlo delicadamente, rodeándolo por los lados, friccionándolo entre su dedo medio y el índice, tal como me lo hacías tú de forma espontánea, romántica y natural. —Camilo deja de jugar con el cigarrillo y finalmente decide encenderlo y fumar.
—Apreté su cabeza contra la almohada y dejé que su barbilla casi a noventa grados me presionara, y con ella comencé a estimularme toda la… Se la restregué por toda su cara e incluso me penetré con su nariz, obviando el enrojecimiento de su piel cuando se le acababa el aire en los pulmones, y yo hacía caso omiso a sus quejas cuando deseaba dejarle respirar. ¡La placentera asfixia, a la que tú sí estabas acostumbrado, fue un tormento para él! Aun así, hubo un después donde se esforzó por aprender, habituándolo, antes que nada, a arrodillarse ante mí.
Le mantengo la mirada, indiferente por supuesto. Es ella quien la aparta y levanta la cabeza. Vuelve a hacerlo, me ve en diagonal por…La esquina húmeda de su ojo izquierdo brilla. Baja la mirada y se concentra en el suelo, en el área vacía frente a él, y da otro paso. Mariana da por hecho que la escucho con interés, aunque me resulte difícil. Me da la espalda, confiada en que a través de su elegante narrativa, convertiré sus recuerdos en imágenes.
—Sumiso aprendió a ejercer la presión justa con su lengua en aquel tejido rosa para endurecerlo, y al lubricarlo bien, provocar los estremecimientos esperados. Con caricias más suaves y su cálido aliento sin tocarlo, logró que mi clítoris y mi cuerpo se relajaran con el tiempo. ¡Sin darse cuenta, me convertí en su maestra después de haber sido su alumna aventajada!
Con sus palabras susurradas, agudas y cargadas de emoción, Mariana decide quedarse quieta y en silencio en la otra esquina. Desde allí, contempla el cielo despejado, de un azul caribeño y cálido, en contraste con sus ojos ahora tristes y enrojecidos. Esta pausa y distancia me resultan agradables, ya que me permiten respirar tranquilamente y... ¡Analizar la situación!
—Creo que, interrumpo nuestro silencio, aquella idea tuya era una dicotomía ventajosa pero imposible de realizar. Jamás estaría con ustedes en el mismo lugar, especialmente en ese. ¡Digerirlo... Observarlos... ¡Yo, Mariana, nunca te compartiría!
—Pero estuviste allí, Camilo. Aunque físicamente ausente. No tienes la culpa de haber sido invitado sin presenciarlo. ¡Fui yo! —Me dice sin mirarme, concentrada en la uña rosa de su pulgar que examina nerviosa la cutícula del dedo índice de la otra mano, inflando sus mejillas aún pálidas de aire sin que yo lo solicite, aclarándomelo.
—Quiero decir que fue mi falta emocional de costumbre al intentar apartarte, pero extrañándote al mismo tiempo, lo que te trajo a mi mente en ese momento. Fui yo con mi urgente necesidad de imaginarte allí, para hacer de tu presencia imaginaria cómplice de mi traición sin pensar que te estaba engañando... con él en realidad... Entregando mi cuerpo por completo... ¡Maldición, Camilo! Convirtiendo mi deseada venganza en...
—¿Estás insinuando que fui el responsable de que tu noche haya salido mal?... ¡Vaya! ¿Quieres decir que tu bebé, tu amado Nacho... no resultó ser tan valiente? —La interrumpo con enojo y mis dudas aún presentes.
—Sí, así fue, amor, pero luego... Me moví con placer mis caderas sobre su boca y su rostro, disfrutando de un placer reconfortante. Pedí más, mentalmente y con los ojos cerrados pensando en ti, pero utilizando su cuerpo. ¡Así sucedió, te lo juro!
Vuelve a sentir la necesidad de moverse para explicarse. Se desplaza lentamente, con precaución al hablar de eso. Y vuelve la manía neurasténica de juntar y separar los dedos de sus manos repetidamente, buscando en vano su calma, y de paso arrebatándome la mía.
—Grité un prolongado ¡Qué rico! en una conjunción sexual de gemidos y placer que me has escuchado gritar innumerables veces. No centré mi atención en su rostro. Aunque le ungí la cara con mis fluidos. Al levantarme, libré mis brazos y cabeza del encierro. Gateando me acerqué a la esquina opuesta de la cama, donde él había dejado los condones, y en reversa me monté sobre él. ¡Exactamente como lo imaginas! Si bien mis senos fueron objeto de su obsesión, a pesar de burlarse de su tamaño al principio, mi trasero fue su delirio, y se lo mostré de cerca.
—Abrí un paquete con los dientes, sin importar si eran los aromatizados o los muy sensibles. Aprovechando su nueva erección, lo coloqué y él estaba dispuesto a sujetarme del...
Empiné mis muslos y así logré permitirle explorar con su boca y lengua, la esencia de mi estriado agujero. Mis dedos alcanzaron la base de su miembro, envolviéndolo con un condón verde neón. Contempló la escena ante sí y lanzó un silbido fuerte, demostrando su deseo de realizar un anilingus en mí. Se encontraba exultante por cumplir su fantasía, y sus dedos acariciaron mi diminuto orificio. Luego, escuché y sentí cómo escupía sobre él. ¡Me sobresalté y le llamé la atención!
—¿Qué estás haciendo?
—¡Preparándote un postre, Meli! Sería una lástima desaprovechar la oportunidad de disfrutar de tu trasero. —comentó de forma desvergonzada. —.
—Jajaja… ¡Ni lo sueñes! Esa zona está bien cerrada y necesita más preparación que simplemente besos negros. Y desde luego, no contigo, que eres muy brusco. Será mi esposo quien la explore, ya que él es más cuidadoso. –Mentí. – Además, se me hace tarde y creo que nuestro tiempo juntos se está acabando. ¡Tenemos que levantarnos temprano para llegar a Peñalisa!
—Si estás conmigo esta noche, es porque necesitas algo más que lo que tu esposo te ofrece. ¡Déjame ser yo quien lo estrene contigo! Con paciencia y suavidad, este elefante disfrutará de la hormiguita. —dijo, agitando su miembro en dirección a mí. —.
—No insistas y deja de ilusionarte. No disfrutarás del dulce, que luego podrías arrepentirte. —respondí con firmeza. —.
—Increíble Mariana, en serio. —comentó Camilo. —.
—¡No es cierto! No hice nada de eso, Camilo. ¡Déjalo ya! —
—Entonces, actúa como si letra el culo tradicional. Pero yo llevaré la batuta. Y por favor, no mencionemos a nuestras parejas cuando estemos juntos. No es apropiado para este momento. Concéntrate en durar más y satisfacerme, sin interrupciones. ¿De acuerdo?.
—No te creo. —refutó Camilo.
—Prosigamos. —continué. —
«Elevé mi cuerpo, ajustando mis rodillas en la cama. Aparté las sábanas, ya que molestaban. Descendí lentamente, sintiendo su miembro acariciar mi intimidad, y sin detenerme, me penetré disfrutando de la sensación de ser llenada por él».
—…Realicé unas cuantas movimientos con mi cadera y comencé a cabalgar, enfocándome en alcanzar el clímax rápidamente. Fue entonces cuando escuché sus palabras. —
—Estás perfecta, preciosa. Esta vista, viéndote disfrutar de mi miembro y sintiéndote estrecha y caliente, me tiene cautivado. —
Observé a Camilo, concentrado en el humo que se deslizaba hacia el techo. La brisa matutina parecía interferir y decidía. —
Es mejor colocar orlas desiguales para evitar que la madera del techo se manche con el humo. Esto me da tiempo para recordar detalles de esa conversación tan animada y agitada. Fue sudorosa y disfrutada, pero no revelaré todos los aspectos. ¿Por qué lastimarlo más con lo que sucedía entre nosotros?
… «¡Shhh!, No digas tonterías, Nacho. Uno no se enamora de… ¡Uf!... De lo que ve, sino de lo que el alma empieza a sentir por esa persona. Entre tu miembro y mi intimidad… ¡Hmm!... Solo hay una atracción… ¡Delicioso!… ¡Ay!... Nada más, querido. El… ¡Uf!... El sexo puede enamorar, pero no es lo principal. Es un complemento, nada más… ¡Continúa, continúa! Nacho, mientras sigue moviéndose, se ríe burlonamente de mi discurso y me dice:
¡Jajaja, Meli! Te has escuchado… ¡Hmm!... Igual que esos hombres maduros y adinerados, que pretenden ser muy dignos y… ¡Ay!... proclaman filosóficamente que el dinero no lo es todo en sus vidas, pero… ¡Ouch!... Lo dicen mientras nos muestran… ¡Uf!... su vida cotidiana, disfrutando en alguna playa paradisíaca, bronceando sus estómagos en tumbonas, con cócteles en cuencos de coco, y… ¡Hmm!... en compañía de mujeres atractivas, varias décadas más jóvenes que ellos».
—No pensaba en otra cosa más que en mi placer, así que… Me movía con entusiasmo… Encima de él. Me estaba gustando y pues… Sabes cómo me pongo cuando estoy a punto. Seguramente te estarás imaginando la escena.
Tartamudeando avergonzada, y tratando de ocultar la excitación de esa noche, le relato los acontecimientos a Camilo y… En este momento me siento nerviosa. Sé que quiere saber cómo fue todo, pero no sé cómo contárselo sin herir sus sentimientos, ¡Maldición!
… «Sus manos me sostienen un poco por las nalgas y aparta un poco su miembro de mi zona húmeda. Quiero sentirlo, así que vuelvo a introducirlo en mí, presionando mis nalgas contra sus muslos. Necesito más, deseo más. Estimulo mi clítoris, me pellizco un pezón y al sentirme cerca del clímax, necesito un poco más de grosor en él y siento que me sobran ganas. Logro introducir mi dedo medio mientras su miembro, y sin seguir su ritmo, lo mantengo inmóvil pero empujando hacia adentro parte de mis pliegues».
—Entre mis… Mis gemidos y sus respiraciones agitadas, además de sus palabras sucias para excitarme, escuchaba el… El sonido húmedo en mi entrepierna, producto de su excitación y la mía. Hemos experimentado esto muchas veces. ¿Recuerdas? Desde que descubrimos esto, te ha encantado llevarme al límite. Dejarme al borde, danzar en el filo del abismo, deteniéndote para mirarme fijamente, y esperar… Esperar sin empujar, para no precipitarme tan rápido!
—Aunque no la veo directamente, inmerso en los relatos que comparte, percibo que la distancia se acorta milimétricamente entre nosotros. Su codo izquierdo, –cubierto por la tela de su bata– roza mi antebrazo al apoyar los suyos sobre la baranda de madera, al igual que yo. Puedo escuchar claramente cómo inhala la humedad de su nariz, señal de que al igual que yo, llora con dolor recordando su pasado.
—Es una tortura estar tan cerca del clímax y no poder alcanzar el orgasmo por razones involuntarias. ¡Aunque tú estabas ausente, de alguna forma me retenías! —Le explico a Camilo, destacando que no estuve sola, pensando en él.
—Así que recurrí a otro recurso. –Sigo explicando. – Utilicé mis dedos como herramientas, haciendo movimientos circulares y estimulando mi clítoris entre ellos. Le… Le pedí que aumentara la intensidad, y… Empecé a sentir más placer. Mis sentidos se elevaron. Sentía calor por todas partes, corrientes eléctricas ascendiendo por mis muslos hasta mi… ¡Uff! Percibí mi fragancia, mi aroma femenino excitado
y la transpiración... La suya, combinada con la salada mía.
—El punto es que... Él lo notó y apretó mis caderas con las palmas de sus manos contra su... Me embistió con mayor intensidad y de esta manera... Sin preliminares ni mi autorización, sentí cómo un dedo, creo que el pulgar, se introdujo por completo en mi ano. Fue inoportuno, sorpresivo y abusivo, pero yo... Gocé, sí. ¡Personal y absolutamente satisfecha!
De reojo analizo la expresión de su rostro. Cabizbajo, o resignado, Camilo permanece inmóvil sin mostrar nuevas emociones. Ha llorado mucho por mi culpa. De hecho, continúa haciéndolo en silencio, respetando mi caprichosa decisión de no interrumpir mis recuerdos, mientras sigo clavándole más puñales a nuestra relación y añadiendo más clavos a mi ataúd.
—Sentí cómo se me tensaba el vientre y apreté las pantorrillas. –Extiendo esta confesión. – Incluso sentí que se me recogían los dedos de mis pies. El clímax, como si fuese una cuerda imaginaria de un arco, logró que arqueara la parte alta de mi espalda, intentando en vano juntar los omóplatos, y sí... Sí logré alcanzar mi orgasmo. Prolongado y tan intenso, que sentí contracciones en mi esfínter, apretando al mismo tiempo su dedo invasor.
—Tanto las paredes de mi vagina como el clítoris hinchado, los sentí arder. Entonces me elevé hacia ese infinito sensorial tan placentero, del cual uno ya no querría descender, anhelando que perdurara, se mantuviera y no se detuviera. Disfrutando de esa especie de deliciosa agonía, mientras los gemidos los contenía al tragar saliva, y mis suspiros surgieron con aires casi místicos.
—Y entre espasmo y espasmo, regresaste a mi mente. Recuerdo el momento en que sucedió, pero no recuerdo a dónde se fue mi entusiasmo. La fogata se apagó de forma repentina, pero sí. Sí, Camilo, disfruté estando encima de él, pero no por él, sino por mí misma. Aunque, al final de cuentas, para ti ya no tenga mucha relevancia. ¿Fui feliz esa noche con él? Pues sí, y no del todo. Digamos que me gustó a medias, y de la otra mitad, me tocó a mí arreglármelas sola.
—¿Has terminado? —Me pregunta con tristeza, y yo niego con la cabeza, mirando en dirección opuesta. Necesito clarificarle el desenlace. Para que su obsesiva conjetura obtenga algo de resolución, y aunque no sea del todo precisa, le clave yo otra daga.
—Rendida por el esfuerzo, caí de costado sobre la frazada arrugada y fría. Me acurruqué, convirtiéndome en un ovillo de piel sensible y sudorosa. José Ignacio me alzó para acomodarme transversalmente en la cama. Me reconfortó ver cómo, con sus ojos color avellana, ya me adoraba. Y creí que... Pensé que, aunque hubiera sido la primera vez, con eso había tenido suficiente para quedarse grabado en mi mente. Me invadió un poco la sensación de sus caricias suaves, tiernas y desbordantes recorriendo mi cuerpo. No eran las tuyas, tan acostumbrada mi piel a descubrir nuevos puntos de placer contigo.
—Sí, Cielo. Sé que te duele escuchar eso, pero precisamente esa fue mi intención al principio. —Guardo silencio de nuevo y giro el cuello para poder mirar a mi esposo, sufriendo emocionalmente, por mi culpa y porque... Porque así lo quiso. Y me duele. ¡Maldición! Me tortura lastimarlo aún más, al informarle acerca de mis experiencias, mucho más doloroso de lo que varias noches atrás, antes de decidir venir, imaginé.
—Sus brazos me cobijaron, mientras seguía inhalando oxígeno, –que había aspirado antes de derrumbarme– y liberaba en esa habitación, metros cúbicos de dióxido de carbono y más calor. En ese momento nos tapamos, usando únicamente la sábana estampada. La frazada, arrugada y húmeda en el centro, la mantuvimos apartada en nuestros pies.
—¡Solo cinco minutos! ¡Nada más que cinco! Pensé. Teníamos tiempo de sobra para cumplir con las tres horas pagadas, pero... Dormité por más de cuarenta. Un movimiento involuntario de mi pierna izquierda sobre las suyas, parecido a una alarma natural, me despertó. Y después de ese breve peroUn fortuito movimiento lo despertó también a él.
Se aleja de mí, recargándose en el poste de madera, apoyando su cabeza y mentón en su esternón. Sus lágrimas caen de sus ojos marrones al suelo, oscureciéndolo al mojarlo.
—Examiné rápidamente la habitación desordenada que había alquilado, buscando donde había dejado mi ropa tirada: el tanga, el sostén negro y demás prendas. Al mirar el reloj y darme cuenta de que había transcurrido casi dos horas y media desde que pagué mi deuda, las pulsaciones se aceleraron. Pensé que, vistiéndome sin bañarme, podría llegar a casa sin demasiado retraso, aprovechando la hora y el poco tráfico.
—Así fue todo. Nada extraordinario, Camilo. Simplemente le di un último toque con un poco de "ámame", para que guardara un recuerdo de mí por un tiempo. Lo importante era sentirme bien con esa otra mujer que llevaba dentro. Y permitirle a él disfrutar un poco más de mi cuerpo.
—Claro. Imagino la dedicación con la que decidiste "terapearlo" -ironizó.
—La terapia que le ofrecí esa noche consistía en enseñarle a darme placer. Eso era todo. Sin embargo, me cuestionaba... ¿Qué podía hacerle yo, que las demás mujeres o incluso su novia no le hubieran hecho, para cautivarlo y mantener su interés solo en mí? ¿Cómo podía hacer que se enamorara de mí y se alejara del acoso de K-Mena?
—¿Otra vez sacando a relucir la excusa de proteger la virginidad de tu amiga? ¿No crees que ya es hora de admitir que esa excusa solo era una tapadera para acostarte con él? —le reprochó, cansado de que Mariana evitara la verdad.
—No, no es así. Siempre tuve en mente la idea de una dulce venganza. En medio de mis pensamientos sobre cómo humillarlo y superarlo en los negocios, surgió el noviazgo de ella con Sergio, y decidí proteger su inocencia. Una vez que creí tener todo bajo control, me pregunté qué debería hacer a partir de ese momento. Mi mundo estaba patas arriba, con él en la oficina todos los días y tú, el hombre que realmente amaba, confiado en casa. Surgió en mí una fuerte vanidad y determinación, al descubrir el poder que tenía.
—En efecto, solo mantenías una relación laboral con él para seguir alimentando tu gusto por la traición, prolongando el débil lazo que los unía como amantes. Aunque te pareciera racional, compartir un "nosotros" oculto con ese seductor fue una misión absurda para intentar superarlo, desvirtuándote al extremo, tal como lo hacía él con su ego y vanidad. Lo convertiste en tu cómplice en la oficina, con privilegios, pero sin permitir que te desviara de nuevo hacia mí, a quien debías tu lealtad.
—Sí, es cierto. Mi idea inicial era equipararme a él, jugar su mismo juego y luego superarlo. Siempre tuve en mente la idea de transformarlo en mi "amante secreto", haciendo que poco a poco cambiara su comportamiento conmigo, imponiéndole límites a su libertinaje y logrando que me perteneciera. Después de enamorarlo, hacer que me deseara intensamente, superarlo en los negocios, sobresalir en la empresa por encima de él y finalmente abandonarlo. ¿No era una idea de venganza algo descabellada?.
—Pero
Era justo que recibiera su merecido, considerando cómo me había molestado frente a los demás. Todo lo que te llegó a ofender a ti frente a mí. La forma en que se expresó acerca de ti, mi esposo, sin saber que yo te esperaba despierta en casa para despedirnos ese fin de semana haciéndonos el amor. Aquella noche, al tomar mi bolso, las llaves del Audi y mi teléfono de trabajo, abrí la puerta sin esperar a que él se pusiera los calcetines y los zapatos, y fue entonces cuando escuché sus palabras...
—Tranquila cariño, tu tonto marido no se va a enterar de nada. Debe estar allí, acostado en el sofá siendo engañado. Lo que lamento es que te estás yendo ahora, sin llevarte mi esperma desbordante en tu zona íntima, para que la disfrutes en el desayuno. ¡Será para otra ocasión! Mañana y durante el lunes si quieres, podemos pasar más momentos juntos. A Carlos el bobo y a Carmen Helena la intensa, los dejaremos en el hotel por la noche. Respecto a Eduardo, no te preocupes, porque se irá temprano para reunirse con su esposa y una prima de ella, que acaba de llegar de Oriente Medio y quieren que conozca la región del eje cafetero. Yo mismo les conseguí una acogedora hacienda para que disfruten y me dejaron a cargo de ustedes.
—Yo no tenía idea. Ese desgraciado no me había informado sobre nada. En ese momento, lo importante era apurarme y llegar pronto a nuestro hogar.
—Qué irónica es la vida, ¿no crees? Así que, mientras yo estaría paseando con Mateo, Iryna y Natasha, ¿ustedes dos planeaban continuar la fiesta en Girardot? Interesante, interesante. —Dijo Camilo dejando escapar esas palabras casi en vertical, mientras soltaba la colilla ya apagada al suelo. La colilla, al quedar libre, rodó y, impulsada por la brisa, cayó precipitadamente al primer nivel.
—Bueno cariño, eso es cosa de él, ya que la verdad es que yo ya había perdido el interés, al igual que la presión por saber cómo sería estar con él en la intimidad, y lo único que concluí es que no fue una experiencia excepcional y que él no resultó ser tan varonil, experimentado o resistente como aparentaba. Y yo... tenía aún un largo camino por delante, y poco tiempo para llegar y rendirme, pecadora, entre tus brazos.
Manteniendo mis ojos cerrados, concentrándome en su voz, intentaba en vano contener mis lágrimas, para que no cayeran por mis mejillas como un acantilado. Me aferré al poste que sostenía el techo.
No era muy tarde y el fuerte aguacero ya había amainado, aunque al sacar el auto del estacionamiento de aquel motel, seguida a distancia por el Honda blanco de José Ignacio, todavía lloviznaba. Opté por tomar dos calles distintas para evitarlo, pero él persistía y continuaba siguiendo mi Audi a dos autos de distancia, así que detuve el vehículo y Chacho estacionó detrás de mí. Activé el bluetooth de la radio y desde el teléfono empresarial, llamé a su móvil.
—¡Ni lo pienses! –Le dije apenas contestó– ¡Deja de seguirme y regresa a tu casa! Ya es suficiente. No arruines mi noche y me pongas de mal humor contigo. —Se rió como siempre, y cuando iba a decir algo más, con autoridad le pedí que hablaríamos al día siguiente por la mañana, finalizando la llamada mientras volvía a arrancar. Miré por el espejo retrovisor las luces amarillas que, intermitentes, se desvanecían moviéndose a la izquierda, y me sentí aliviada al perderlo de vista finalmente. Pude continuar pensativa, en el camino a casa.
Repasé mi historia, y pensé que no merecía tanta suerte. Tenerte a ti y a nuestro hijo era lo mejor que me había pasado en la vida. En ese momento, con tu ilusión a punto de hacerse realidad y mi éxito superando al líder de ventas que nadie de los dos grupos había logrado destronar. Sonreía, sintiéndome triunfadora; también ganaba finalmente la atención excesiva de él, sin darme cuenta de la magnitud de mi traición. La fidelidad que le pedí, con algo más que cariño y deseo, mi...
amiga amada parecía lista para entregarse. Por el contrario, yo le era infiel al amor que, sin condiciones, me esperaba en casa.
Mariana guarda silencio después de recordar lo bueno que tenía y el futuro crucial que debía asegurar. Aun así, continúa, después de tomar un sorbo corto de su bebida.
—Una luz roja me detuvo a unas cuadras de donde debía girar a la derecha, y encendí la radio mientras esperaba. En la emisora que siempre escuchas, pusieron una vieja canción de Sade. «No Ordinary Love». Esa pizca de felicidad se tornó amarga. Pensé en ti y en mí. En nuestro amor diario, tan significativo e indispensable para mí. Las lágrimas brotaron amargas de mis ojos, mientras seguía envuelta en la melancolía, acompañada por la suave voz de esa mujer. Avancé despacio, sin importar los cambios de luces ni los bocinazos de los autos impacientes por pasar.
—Llegué a la entrada del residencial, y me detuve frente a las rejas negras por unos instantes, aunque el guardia se apresuró a abrir. Lloraba indecisa y temblorosa, con la frente apoyada en el volante. Al estacionarme dejé el motor encendido, no porque no quisiera bajarme y abrazarte. Solamente necesitaba tiempo, aire y pañuelos para secarme. ¡Vergüenza es lo que sentía! Esa era la razón que me mantenía en el asiento. Tomé más pañuelos de la guantera con una mano, mientras con la otra me secaba las lágrimas.
Debo reunir todas mis fuerzas para no lanzarme hacia mi esposo y abrazarlo. Las ganas sobran, pero mi mente sabe que no es prudente invadir, en este momento, su espacio personal junto al poste de madera. La sensatez lucha contra los latidos acelerados de mi corazón, avergonzado y apesadumbrado por causar daño y destrucción en el hombre que tanto amo.
—Al llegar a casa después de saborear el éxito, siendo aplaudida por mis colegas, la sensación de superioridad dominaba mis pensamientos. Merecimientos alcanzados por mi esfuerzo en algunos negocios honestos, y en otros usando mi sexualidad como poder. Gustar para despertar deseos en los hombres y conseguir el éxito que buscaba, con o sin placer involucrado. Y, sobre todo, teniéndolo a él, a otros hombres y hasta a las mujeres, completamente rendidos a los encantos de mi personalidad y las curvas deseables de mi cuerpo.
Escucho claramente mis latidos y, al fondo, el murmullo de voces alegres y el canto de un turpial más cercano. También escucho a Mariana suspirar, quejarse y sufrir. Llora desesperadamente, al igual que yo.
—Me calmé y dejé de llorar. Me maquillé de nuevo, como si en vez de llegar estuviera a punto de salir de casa de nuevo, para que no te dieras cuenta, y así poder continuar con nuestra vida cotidiana, aunque con un detalle que lo cambiaba todo. ¡Mintiéndote! Frente a la puerta de entrada, con las llaves en la mano, me detuve para asegurarme de no llevar el aroma de otro hombre, para no ser descubierta, y con la llave en la cerradura, escuché en mi interior el silencio desolador que parecía augurar mi destino, sola, sin ti, solo unos meses más tarde, y finalmente perdiéndote.
—Di media vuelta a la llave, las lágrimas llenaron mis ojos nuevamente. Mi seguridad, de la que tanto presumía últimamente, al igual que mis piernas, flaqueó. Temía que la mujer que estaba afuera de la casa, a punto de entrar en nuestro hogar, y que se aprovechaba de su buena suerte, terminara perdiendo todo lo que la aguardaba adentro, y que siempre… ¡siempre confiaba en encontrar! La poderosa Melissa de la oficina era una farsante. La Mariana,¡tú, Mariana! La mujer de casa, la madre intachable, en realidad resultó siendo una traidora.
—Lo... Lo noté en el tic nervioso. Lo vi en tus ojos.
—¿Qué... Qué viste?
—El pecado. Presentí que algo había ocurrido contigo. No olías a alcohol, no llegaste tan alegre a pesar de tu habitual sonrisa al vernos. Y estabas... Estabas muy arreglada para venir después de salir con tus amigos. Ni siquiera tu ropa tenía olor a humo de tabaco, tras celebrar por ahí.
Al recordarlo, no puedo contener el llanto y me reprocho mi ingenuidad o mi falta de determinación al no decirle aquella noche, y tan solo darle el beneficio de la duda para no incomodarla con mis sospechas y arruinar nuevamente nuestro fin de semana con otra discusión, para la cual no tenía evidencia alguna para confrontarla por su demora.
—Camilo, cariño... Por favor, deja de llorar. —Le ruego, pero él simplemente extiende su mano derecha y abre por completo los dedos, indicándome que está bien y que no desea que lo moleste. Pero es mentira. Él está mal y a mí... A mí me destroza verlo así.
—Mi vida, yo... No fue mi intención. No quería rememorar esa parte de mi pasado. La estaba superando, gracias a las terapias, pero ahora has hecho que regrese en el tiempo, a una época que nos causó tanto dolor. No merezco que derrames más lágrimas por mí. Tú ya... Ya has sufrido suficiente.
Finalmente, en mi corazón, mi amor por él vence el temor al rechazo, y mis manos exploran la suave superficie de sus hombros. A pesar de que parezcan tan tangibles y pesadas como para no sentirse, Camilo no se mueve.
Deseo abrazarlo. Lo hago con temor y, por consideración o por su amor hacia mí, no me aparta. Esto es reconfortante para mí, en realidad, para ambos, a pesar de que yo no pueda ver en sus ojos el dolor, ni Camilo pueda percibir en los míos mi resignación ante su clara decisión. Con su increíble nobleza a flor de piel, comprende perfectamente mi intención de no abandonarlo, ni apartarme en este momento, ni siquiera cuando estemos separados. Por eso lo permite, porque todavía nos necesitamos y, aunque me asuste decirlo, si acaso el silencio perturba mi pensamiento, aún nos amamos.
En silencio los dos, sufriendo ambos, le permito apoyar su pesar en mi hombro derecho y, con sus brazos, transmitirme su arrepentimiento apretándome fuertemente el pecho, sintiendo cómo me sujeta con sus dedos entrelazados para evitar que caiga en la desesperación.
—Me... Me provoca un cappuccino en este momento. ¿Te gustaría tomar un café conmigo? —Susurro mi deseo cerca de su oído derecho y Camilo sacude la cabeza y su melena.
—Sí, es una excelente idea. Me encantaría uno bien fuerte, a ver si logro despejarme un poco. —Le respondo mientras deshago su abrazo con mis manos y me doy la vuelta, al mismo tiempo que él lo hace y volvemos a quedar como antes, pero al revés.
—Si prefieres, podríamos vestirnos y bajar a desayunar. —Le sugiero mi idea, mientras le doy la espalda para dirigirme hacia la habitación. Un escalofrío súbito me recorre por completo, al sentir cómo sus brazos me retienen y su mano derecha, ya sea por descuido mío o por gracia divina, se desliza bajo el dobladillo de esta bata y se ajusta perfectamente a la redondez de mi seno izquierdo.
Fue sin intención, pero mis dedos inocentes, al retirar el brazo desde mi costado derecho para abrazarla, terminan deslizándose por debajo de la tela y se posan ampliamente sobre su seno, rozando en el descenso con la palma de mi mano el obstáculo de su pezón. La textura es diferente ahora respecto a la primera vez que lo acaricié con ternura. Sin embargo, no la suavidad y calidez de su piel.
Deseo creer que esta vez sus palabras fueron sinceras y su arrepentimiento genuino. Así me lo pareció al escucharla.
—La camisa está muy sucia, y... ¿Sabes que nunca llegaré a amar a otra?
mujer, ¿cómo he amado tanto a ti? —Susurro ahora yo, mientras la abrazo por la cintura, atrayéndola hacia mí, y la mano intrusa se aferra a la tibieza y al abrigo que encontró, mientras la dueña de ese seno no parece querer romper el cálido contacto. Permanece allí, mansa y amorosa, como debió haber sido siempre.
—Hummm… Mis pantalones siguen mojados, Mariana. ¿Podrías pedir que nos los suban? —Termino por decir, besando su coronilla oscura, como antes.
—Lo entiendo, amor. Nunca he dudado de eso. Ojalá pudiera hacerte ver que, a pesar de todo, nunca dejé de sentir lo mismo por ti. Y aunque decidas no volver conmigo, nunca dejaré de amarte. Ahora… déjame ir, para llamar a recepción. —Y me libero con poco entusiasmo de su abrazo, aún con lágrimas en los ojos.
—¡Yo tampoco! —Le respondo, retirando mi mano de su pecho, y en nuestro mutuo silencio, ella se dirige hacia el intercomunicador, dejándome atrás una vez más.
Mientras la escucho hablar con el recepcionista, pienso, sonriendo con cierta melancolía, que este momento parece una pelea de boxeo donde ambos contrincantes estamos noqueados, y el destino, como juez benevolente, cuenta para protegernos a ambos.
Después de colgar la llamada, se voltea y me sonríe tímidamente al verme en el mismo lugar donde nos separamos. Decido vencer mi reserva y recordarle lo que me hizo sentir.
Fue la falta de amor en tus ojos azules lo que me hizo darme cuenta de que algo pasaba contigo, involucrándome en tu nuevo mundo cuando te rogué que te quedaras, que lo dejaras todo y viajaras con nosotros, y confirmaste tu negativa al menear la cabeza. Era obvio que ya no estabas dispuesta para Mateo y para mí. Pero para mantener las apariencias, tuve que ocultar mi temor bajo una sonrisa, despidiéndonos como si todo estuviera igual que siempre.
De hecho, al sentir que te alejabas con cada logro obtenido, cedí mi resistencia racional a la voz de mi corazón, que afirmaba que mi amor infinito por ti no encajaba con el recelo que me consumía, ya que tu crecimiento me obligaba a desaprender a conocerte. Detenerte ya no era una opción, probablemente me culparías por impedirte evolucionar.
Tranquilamente, sin moverse del rincón del balcón, Camilo me recuerda esa despedida. Un momento triste para los tres, al no poder acompañarlos y al tener que enfrentarme a mis responsabilidades laborales. A pesar de que nos separáramos ese fin de semana por mi compromiso de trabajo, en el fondo de mi ser esperaba que una rubia de carroza animara su viaje y cumpliera con la fantasía que él tenía de desflorar a una dama. ¡Aunque esa dama no fuera yo!
La verdad de esa noche, amor mío, no tuvo un impacto duradero en nuestra vida juntos, ni en nuestro hijo. Pero la responsabilidad sí. Tenía que cumplir con mis obligaciones. —Le respondo, sentada de costado, con una pierna descubierta y parte de mi pecho a la vista.
Y para que te sientas más tranquilo, nunca convertí mis mentiras hacia ti en la realidad que José Ignacio buscaba. Seguí siendo tuya, ya que el temor que sentía al regresar a casa y ser descubierta por ti, aclaraba mi mente. Porque si ya no te amara, si ya no me importaras, me sería indiferente ser descubierta.
Siempre viví aterrada ante la idea de perderte. Como aquella vez, al llegar muy temprano en la madrugada y encontrarte despierto, abrazándome apenas traspasé la puerta de nuestra habitación, mirando la foto de nosotros con Mateo en mis brazos cuando nació. Dudé de mi sensatez, ocultando mi pánico, pero mi arrepentimiento al ver tu felicidad al recibirme en casa, sana y salva, estuvo a punto de ser mi perdición.
de confesarte completamente todo.
—Tomé en consideración en fracciones de segundo la idea de dejar el trabajo de manera inmediata. Contarte más o menos lo que había estado haciendo hasta ese momento, la responsabilidad de entregar este cuerpo ante el soborno de ese hijo de… De su santa madre. Y por supuesto mi obsesión por vengarme, arriesgándome a perderte enseguida, y… Y justo pensando en eso, entre el repaso de tu mirada a mi indumentaria y mi fisonomía, para luego con ese beso tan apasionado, sentir que intentabas descubrirme, yo… Por poco y lo consigues, solo que…
—Pero Mateo, en pijama, - frotándose un ojito y llevando su peluche favorito - se lanzó a tus brazos y se interpuso entre tú y yo, y con su vocecita somnolienta nos ordenó... ¡Quiero dormir con mi mamita! —Y así te salvó.
—¿Así lo ves? En serio, amor mío, pienso de manera distinta. Creo que aquella interrupción me acobardó, y acabé hundiéndome aún más en el lodazal fétido de mis engaños.
—Me examiné frente al espejo del baño una vez más el cuello, mis senos y ambos costados de la espalda; las nalgas y las piernas por supuesto, buscando cualquier huella de sus uñas, mordiscos con esos dientes que apretaron mis pezones, o pequeños moratones que su boca hambrienta pudiera haber dejado marcados en la blancura de mi piel, y que el Baby Doll transparente, bastante corto y rojo, que dejaste sobre la cama con la intención de que me lo pusiera para ti, no lograra ocultar esos roces ni mis faltas, mucho menos camuflar la culpa, y acabara finalmente delatada ante ti.
—Al salir del baño me acosté en mi lado de la cama de golpe, abrazando a Mateo, y debido a la hora, no te resultó extraño que omitiera aplicarme crema reafirmante, en los brazos y mis piernas. Y no, Camilo, no pensaba en él al cerrar mis ojos. Tampoco soñé con lo que había hecho a tus espaldas. Por favor, créeme cuando te digo que… No me llevó al éxtasis con sus besos, ni me impresionó tanto como piensas. Eso jamás ocurrió, y antes de que digas algo, entiendo tu escepticismo, porque seguramente te estarás preguntando, ¿cuáles fueron mis motivos para, a pesar de todo, seguir viéndolo a escondidas?
—Lo comparé contigo, en esa ocasión y con eso bastó para las demás. Nunca fue capaz de clavarse en mi corazón y permanecer en mi mente como tú lo haces. Sus ganas y forma de… Tratarme como mujer en la cama, en nada se asemejaron a la tierna forma en que tú, agitabas mi deseo con tus miradas encendidas, y tus caricias envolventes, o con tus besos provocativos y tus demostraciones de amor.
—Con él, no buscaba obtener la seguridad y la tranquilidad que solo tú me brindabas para calmar mis temores o, contrariamente, para aumentar mis placeres. Siempre pendiente de mí, cumpliendo tu promesa de amarme infinitamente. Él fue mi objetivo, y una vez alcanzada esa meta, de clavar en su mente, lo utilicé en mi favor, sí. Pero mi amor, ten en cuenta esto. ¡Nunca lo hice para llenar tus vacíos!
—Horas más tarde me levanté de la cama, con ustedes dos abrazados y durmiendo plácidamente. Preparé el desayuno y mientras se bañaban, revisé por última vez el equipaje de Mateo por si faltaba algo. Y el tuyo por igual, pues desconfiaba de tu memoria y tu forma de doblar tus camisas. Te llamé mientras conducía hasta la oficina para dejar allí en el subterráneo, bien aparcado mi auto. Hablamos poco sobre mi salida nocturna, lo sé, todo por la prisa, pero durante la conversación te dije antes que nada lo esencial. ¡Cuánto te amaba y que eras la razón de mi vida! Y repasamos los itinerarios, nuestras horas de salida de la ciudad, muy similares, pero por cordilleras distintas. Tus preguntas, las mismas de siempre. Y mi promesa de darte respuestas, las pospondría para más adelante.
—En la carretera, yo de pasajera en la minivan, aproveché para escribirte y detallarte algunos aspectos. Algunos verdaderos y otros… Tuve que inventarlos. No fue hasta tres horas después
Al llegar a la recepción del establecimiento para formalizar mi registro, encontré un breve espacio de cinco minutos para contactarte y comunicarte que habíamos llegado ilesos, evitando mencionar que José Ignacio estaba presente en lugar de Eduardo, quien solía estar allí. ¿Y ustedes?
—Nos retrasamos un poco debido a los mareos de Mateo en varias ocasiones, y a los antojos de comida de Natasha en otras dos. Iryna me brindó una mano con el niño al trasladarse al asiento trasero del vehículo. Mientras tanto, su hija, con sus largas piernas moviéndose despreocupadamente a mi lado derecho, asomaba la mitad de su cuerpo por el techo panorámico que había abierto, intentando distraerme de la carretera.
—"¡Para que Mateo sienta el viento y el aire lo calme!" —me respondió, al tiempo que permitía que la tela estampada de su corto vestido se elevara, dejándome vislumbrar un poco más arriba, mientras bailaba descalza sobre el asiento, a ritmo de su lista de reproducción musical.
—De vez en cuando, unos pequeños granitos rosados salpicaban sus glúteos blancos divididos por un delgado hilo de tela negra. A pesar de estas travesuras adolescentes, y entre las quejas ocasionales de nuestra pelirroja vecina, logramos llegar a tiempo a Villavicencio para recoger a Jorge en el centro de la ciudad y dirigirnos al complejo vacacional donde nos alojaríamos.
—Me alegra que hayas disfrutado. —Camilo parece incomodarse por mi inocente comentario. Extiende exageradamente los dedos de ambas manos frente a su torso y niega con la cabeza, preparado para abordar algo que interpretó mal.
—Sí, el viaje fue estupendo. A Mateo le encantaron los caballos, el ganado cebú y despertarse con el canto de los pájaros. A mí me encantó la carne de Chigüiro asada, y especialmente la Ternera a la Llanera. —Respondo a su insinuación con una picara sonrisa.
—Me refería a Mateo y a las chicas. –Sus nudillos golpean suavemente la madera. – ¡Un momento, abriré la puerta!
Me acomodo en la silla para disfrutar mi café, acompañado de un cigarro. Me siento más relajado y ella también lo está. Mariana cierra la puerta y toma la cafetera del carrito para servirme en una taza de porcelana mi tan ansiado "tinto". Su cappuccino ya está listo y se acerca a la elegante mesa redonda, sonriente y serena, con ambas bebidas en sus manos y su bata ligeramente entreabierta por la mitad.
Enciendo mi cigarro, Mariana hace lo propio con un cigarrillo "Parliament" blanco, pero en lugar de sentarse a mi lado, decide dar el primer sorbo a su bebida caliente mientras permanece de pie.
—Creo que disfrutaste tu fin de semana sin la presencia de Eduardo, aprovechando esos tres días para divertirte a mi costa. Pude notar en tu tono de voz durante nuestras conversaciones que la alegría resonaba fuertemente. Sinceramente, Mariana, no creo que se debiera únicamente a las transacciones comerciales que concretaste. —Mis palabras escapan con un deje de sarcasmo y ofensa que no pasa desapercibido para ella.
—Vamos a ver, cariño. –Le respondo contrariada, pero manteniendo la compostura y una sonrisa cordial. – Efectivamente, ese fin de semana fue muy activo. Aprovechamos el tiempo y pude cerrar más ventas de lo habitual, al igual que los demás. Sin embargo, a mí me fue mejor que al resto. K-Mena y Carlos también tuvieron éxito, logrando tres contratos cada uno. Pero a José Ignacio no le fue tan bien. Pensé que, al estar pendiente de nosotros por la encomienda de Eduardo, como jefe en funciones, descuidó a las demás personas ese fin de semana. No obstante, meses después comprendí la verdad.
—El sábado estuve mostrando las casas tipo "A" y, al regresar a la sala de ventas para cerrar el contrato de separación, percibí cierto desánimo en su voz, y en ese momento...
El entorno. Posteriormente, al despedir a la familia que había adquirido recientemente, mientras estaba en la cocina preparando una limonada para saciar mi sed, una de las chicas de la recepción me informó sobre la situación. Resulta que Don Octavio, su esposa y uno de sus hijos habían llegado inesperadamente al complejo. Según lo que la chica pudo escuchar, venían acompañados por unos inversionistas ecuatorianos interesados en desarrollar un proyecto similar en su país al de Peñalisa. ¿No tenías conocimiento de esto?
—No, para nada. No me enteré de eso. —Respondí expulsando el humo por la nariz, aunque no le di importancia al asunto.
—Parece que José Ignacio estaba extrañamente de mal humor. No parecía estar a gusto con la presencia del dueño de la constructora. A pesar de eso, no descuidó su rol de jefe encargado y ayudó a K-Mena atendiendo a unos clientes, dándole instrucciones en un tema financiero, pero desde lejos parecía preocupado.
—Y Santa Mariana se ofreció a consolarlo y cambiar su estado de ánimo. —¡Uff! Una vez más, jugando con sus indirectas.
—¡Ay, Camilo! No arruines mi cappuccino, por favor. ¡Así no fue! En realidad me pareció extraño. De todas formas, me ocupé luego de otros clientes interesados y solo pude hablar contigo y con Mateo antes del mediodía, para saber cómo les estaba yendo en su viaje a los llanos orientales.
—Todo marchaba bien. Quería ir a la piscina con Natasha, pero Iryna, cariñosa, le aconsejó esperar un poco más, por si sentía mareo y estaba haciendo un berrinche tremendo.
—¡Exacto! Pero al final pudiste relajarte un poco y disfrutar, según lo que me contó Naty, omitiendo, por supuesto, que eras tú, refiriéndose al hombre que había asistido a su fiesta, y que la tenía tan encandilada, llevándola a hacer tantas locuras en ese momento.
—¡Por favor, Mariana! No estaba en ayunas, así que mis hormonas no estaban tan revolucionadas ni mi conciencia tan cegada como para intentar algo a la vista de su madre. Es cierto que Natasha me provocaba con sus intentos de seducción y sus supuestas motivaciones, pero pude resistir.
—«¿Me echas bronceador por favor?» —Me pidió ayuda, desatando la parte superior de su bikini, permitiéndome ver descuidadamente el lateral de su seno izquierdo y el tono rosa claro de su areola.
—«¿Puedes arreglar esto por favor?» —Tuve que ajustar y anudar las correas de su bikini en su cadera derecha, dejándome ver sin disimulo la mitad de su púbis y sus rizos dorados recortados. Sin mencionar que en la fiesta por la noche, para celebrar su cumpleaños, la forma en que bailaba conmigo era mucho más cercana y sexual de lo que la canción indicaba. Y todo delante de sus padres y los demás invitados.
—Por lo que veo, creíste más en su fantasía adolescente que en la imagen y sensatez del hombre que se supone que conoces tan bien. Sinceramente, cometiste otro error más.
—Es que supuse que… En realidad, deseaba internamente que se haya hecho realidad. No para equilibrar tus infidelidades, ¡no! Realmente quería que tu sueño se hiciera realidad, para finalmente experimentar eso.
—¿Sabes qué? No caí en la trampa tan fácilmente como tú lo hiciste con ese hombre. Con ese, Siete mujeres. ¡Yo sí pensé en ti y en nuestro amor! Y no podía faltarle el respeto a nuestra fidelidad. —Dijo levantándose de la mesa, colocando su taza con enojo en la mesa de cristal, mirándome con furia en lugar de tristeza.
—¡No fui engañado por él ni por nadie más! Te he explicado mil veces. ¡Fue tu decisión, estúpida! —Perdí la paciencia y terminé gritándole.
—Claro, tú y tus ideas. ¡Vete al demonio, Mariana!
—Yo también alzo la voz y al pasar cerca de ella, la empujo sin intención.
—¡Oh! ¿Ah sí? ¿Es eso lo que buscas? Pues de dónde crees que vengo, querido. De allí, donde me dejaste sola. Abandonando a tu hijo y a mí al mismo tiempo. Dejándome a cargo de resolverlo todo. Tener que explicarles, -con excusas inventadas- a tu familia esa ausencia tan repentina tuya. Y a la mía, responderles de forma evasiva a sus repetitivas preguntas, al verme exhausta, trasnochada y reflexiva, cuando me las hacían, y no ver en sus rostros que no quedaban satisfechos con mis respuestas.
—¿Y respecto a tu hijo? Tener que, a su corta edad, intentar explicarle que su adorado papá regresaría tarde o temprano a casa por motivos de trabajo, y con el paso de los meses, intentar por todos los medios ser fuerte, ante su indiferencia y rechazo a ir al colegio, sustituyendo como pude las noches de cuentos y tus juegos con Mateo antes de acostarlo, sin mostrarle a él ni a nadie cuánto me hacías falta.
—Deberías haberles dicho la verdad. Asumir tu culpa ante ellos. Contarles que fuiste tú la que montó un gran drama para acostarte con otros hombres y, por supuesto, con el playboy de playa ese, en cuanto se presentó la oportunidad.
—¡Y tú, Camilo! Podrías haberles contado que te acostaste con una joven de dieciocho años, quitándole la virginidad, y luego con su madre mientras tu esposa no estaba en casa, porque estaba de viaje. Es verdad que estaba en una situación muy complicada, pero tú, Camilo, no es que estuvieras en mejor estado.
—Eso era justamente lo que querías. ¿Verdad, Mariana? Porque fuiste tú quien permitió que esa intrometida ingresara en nuestra casa, aceptando que se quedara por las noches con la disculpa de que Iryna no la comprendía, o que ibas a tener una pijamada con Mateo y ella, permitiendo que usara tus insinuantes Baby Doll, dejándose ver sin tapujos por mí en el estudio. O en tu papel de mejor amiga y confidente, mimándola más a ella que a tu marido, y dedicándole horas y horas de conversación, por encima de mi necesidad de volver a nuestra intimidad. –Ya su rostro enrojecido va palideciendo, ante el estupor que no voy a disimular.
—No olvido aquella vez, algo tarde en la noche, cuando le abriste la puerta a Natasha, porque su madre la había castigado por mostrarse a sus compañeros por el móvil. ¿Y tú qué hiciste? Llevarla a nuestro dormitorio, donde ya te esperaba bajo las sábanas, y comenzaste a examinarle los muslos, ya que Iryna le había dado una paliza con un cinturón de cuero. ¿Y qué me hiciste hacer? Untarle cremas y aceite de rosa mosqueta sobre las marcas rojas de sus piernas y nalgas, al levantarle la falda de su uniforme de colegiala, y bajarle la tela de sus blancas braguitas, dejándonos solos.
—Me la mostrabas continuamente. "Mira qué niña tan linda, ¡Cómo le están creciendo los pechos! O, "¡Que trasero tan redondo y firme se le forma con esos pantalones!" ¡Pero mira qué piernas tan largas y firmes tiene!" Y así sucesivamente. ¿Para qué? ¡Para provocarme y distraerme, mientras tú flirteabas en esos malditos viajes!
Mariana contiene un gemido, –que se eterniza en su boca– con una mano. La que sostiene el envase de su bebida tiembla. Y por supuesto, hay tormentas en su par de cielos. Me calmo un poco, para… ¡Debo despejar sus nubarrones!
—En medio de sus insinuaciones y tus descuidos por estar de fiesta con ese tipo, tus colegas o esa cliente tan famosa, casi tropiezo con ella en la sala de nuestra casa, porque decidiste tenderme una trampa para desviar mis sospechas. Pero cuando regreses a Bogotá, podrás enfrentarla y lograr que confiese que su virginidad no fue uno de nuestros juegos de vídeo, y que al menos conmigo, se mantuvo intacta.
—Y lo que sucedió con Iryna, lo hice inadvertidamente o mejor dicho, casi inconscientemente, ya que acababa de regresar de visitar Nuquí con los dos.
Ingenieros y topógrafos. Probablemente contraje algún virus de gripe en el pueblo que me llevó directamente a la cama por tres días. ¿Y quién estuvo allí para cuidar de mis fiebres y escalofríos? ¿Tú? ¡Ja-Ja-Ja! Por supuesto que no. Fue nuestra vecina, quien se dedicó a cuidarme con esmero, tanto por la mañana como por la tarde, preparando caldos de pollo e infusiones de hojas de eucalipto, mientras tú... Ni siquiera respondías a las llamadas que Iryna te hacía para informarte, ocupado en quién sabe que actividades turbias con tu amante o con... ese cliente tan importante, en tu último viaje a Cartagena.
Su expresión de sorpresa lo dice todo.
—Estaba somnoliento por los medicamentos, desanimado entre los mareos y preocupado por tu falta de interés en mí, a principios de enero. ¿Llamaste? ¡Oh, claro! Pero no a mí, que sería lo lógico, sino a Natasha, tu pequeña aliada. Sí, hablé con ella, con tu amiga. Eso es verdad, pero no en nuestra cama. Fue en el baño, mientras me asistía a ducharme con agua fría, esforzándose por reducir mi fiebre.
—Se desnudó para acompañarme y sostenerme. Y... A este testarudo, la falta de intimidad, su desnudez y la mía... Junto con el flujo sanguíneo descontrolado, lo excitó y... Sucedió lo inevitable. Con ella, no sé cuántas veces, pero aproximadamente cada mes y medio, su amado Jorge venía de visita durante ocho días antes de partir de nuevo a las plataformas petroleras, por ende, creo que, en lugar de tener relaciones, compartimos diez o quince minutos de soledad y deseos reprimidos.
—¿Y sabes algo más? Podría haber intentado algo con Elizabeth o con esa nueva empleada de contabilidad que me ayudó con la declaración de impuestos, pero no lo hice. Ni siquiera cuando dejaste de llamarme "amor" para, con o sin razón alguna, burlarte de mí llamándome tonto a cada rato frente al desgraciado de Eduardo, o en el parque cuando hacíamos ejercicio con Iryna y Natasha.
—Sí, mi "amor", no soy tan puro como pregonas, pero no fui tan desleal contigo como tú lo fuiste, contaminando nuestras vidas únicamente para complacerte.
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