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Una vivencia inesperada con mi superior


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Desde hace un tiempo, mi relación con mi jefe en la oficina ha sido amistosa, llegando incluso a salir juntos a conversar y tomar algo. A pesar de esto, nunca había visitado su hogar. Él, con 63 años, una estatura de 1.70 metros, canoso y delgado, no destacaba por su apariencia, pero siempre se mostró como una persona agradable. Por mi parte, tengo 23 años y he trabajado bajo su dirección durante los últimos 4 años, fortaleciendo nuestra amistad, aunque nunca le había revelado mis preferencias por la vestimenta travesti.

Un día, me invitó a su casa. Mientras estábamos disfrutando de unas bebidas y charlando, él se ausentó momentáneamente para ir al baño, dejando su celular a mi alcance. Al escuchar una notificación en su dispositivo, pensé curiosamente en revisar lo que era. Fue entonces cuando descubrí unas fotografías comprometedoras en las que una chica travesti exhibía su trasero siendo penetrada por un pene protegido con un preservativo. Mi mente comenzó a formular teorías sobre la identidad de los protagonistas de esas imágenes, viendo los mensajes que acompañaban a las fotos. Mi jefe retornó mientras yo estaba absorto en aquellas instantáneas, y al ser descubierto, no tuve más remedio que confesar mi intrusión al revisar sus mensajes.

Él se mostró avergonzado, seguramente no deseaba que yo descubriera sus encuentros con personas travestis. Traté de tranquilizarlo, admitiendo que también encontraba excitante ese ambiente, lo cual lo hizo relajarse. Esa calma inicial pronto se tornó en curiosidad, como si deseara saber más sobre mis vivencias. Afirmé tener pocas historias que compartir, destacando mi experiencia más memorable con una chica trans que me había complacido. Entonces, él me cuestionó acerca de si alguna vez había sido penetrado vistiendo prendas femeninas, a lo que respondí negativamente. Tras unos minutos de compartir más bebidas y comentar sobre la televisión, él me propuso vestirme con ese atuendo en ese instante. Aunque dudaba un poco, accedí y pregunté si había ropa adecuada a mi disposición. Nos dirigimos a su habitación, donde descubrí un pequeño armario repleto de prendas de vestir femeninas.

Me decanté por un elegante vestido de cóctel color vino, con vuelo en la falda y un cinturón que realzaba mis caderas. Asimismo, mi jefe disponía de lencería, eligiendo un tanga negra, un corset con copas y un par de medias de red.

Una vez vestido y presentándome ante él, noté cómo su mirada se posaba en mis piernas con un brillo lascivo en sus ojos. Me interrogó sobre mis habilidades con el maquillaje, a lo que respondí negativamente (una verdad). Acto seguido, comenzó a maquillarme con un tono sarcástico, bromeando sobre si prefería un aspecto más atrevido. Durante esta sesión de maquillaje, mientras me miraba al espejo y él se movía de un lado a otro preparando los productos, percibí cómo su entrepierna respondía con firmeza bajo su pantalón. La excitación me invadió y anhelaba devorar aquel miembro con besos y caricias, impresionado por su vigor a pesar de la edad.

Momentos después, escogió una peluca para mí y me besó al colocarla. Aquel primer beso resultó extraño, pues jamás había considerado a mi jefe de esa manera, sin embargo, no pude resistir la tentación de buscar más muestras de cariño. A medida que nos besábamos, mi deseo crecía y me aferraba a él para percibir a través de las telas del vestido la protuberancia que me resultaba tan atractiva. Durante nuestros besos, mi jefe acariciaba mis nalgas cubiertas por el traje, hasta que finalmente sucumbió ante la pasión.y lo levantó de manera brusca para agarrarme. Al sentir mis nalgas apenas cubiertas por la tanga, dejó de besarme repentinamente y gimió, después me dijo, “Oh, putita, traes todas las ganas de calentarme. Me parece que ya sabías cómo me atraen las mujeres como tú y solo estabas esperando el momento para mostrarte interesada en mí, ¿no es así?” Aunque no sabía que le interesaran las personas transgénero, al verlo tan excitado le respondí “sí, la verdad es que siempre has despertado mi interés. Desde que te conocí he deseado ser tu compañera sensual, que disfrutes de mi cuerpo como desees. Quiero que me conviertas en tu amante, cariño”.

Retomamos los besos apasionados, pero pronto él me agarró de los hombros y los empujó ligeramente hacia abajo diciéndome, “hazme sexo oral”. Me arrodillé, desabroché su cinturón, desabotoné su pantalón y, mientras bajaba la cremallera, noté como su gran miembro erecto desde hace un buen rato se iba poniendo más firme. Luego, retiré su prepucio liberando su glande y comencé a estimularlo suavemente, más bien acariciaba toda su extensión desde la punta hasta sentir sus testículos. Al aumentar la velocidad de mis movimientos, me di cuenta de que me costaba deslizar mi mano por su miembro, supongo que debido a su edad, ya que su piel se sentía algo áspera.

Pasé mi lengua por mi palma de forma coqueta frente a él para excitarlo aún más y volví a estimularlo; sin embargo, mi mano se secaba rápidamente, por lo que tuve que practicarle sexo oral (aunque quería hacerlo desde que me estaba maquillando, pero a pesar de lo excitados que estábamos, aún me sentía cohibida). Después de disfrutar de su pene como si fuera un dulce, él me indicó “ven”, me tendió la mano para levantarme y me llevó hacia su cama, pero antes de llegar a ella, me detuvo, me atrajo hacia un mueble junto a su cama.

Comenzó a acariciar mis glúteos, a apretarlos, sentí cómo los mordía, los besaba, pasaba su lengua entre ellos. Yo disfrutaba de todas esas atenciones que dirigía a mis nalgas cuando noté que trataba de desatar el ceñidor para subir mi vestido. “No”, le dije, al ver mi reflejo de reojo en el espejo de su tocador; así, con las nalgas en alto, el maquillaje que me hacía lucir como una joven de 18 años, siendo acariciada por este hombre mayor canoso y lujurioso me generó tal excitación que deseaba que me tomara así, con la ropa puesta.

“Morbosa, ¿te gusta ver cómo te poseo, cariño?”; rompió un poco las medias para abrir paso a su miembro y apartó el tejido de la tanga. Con cuidado, comenzó a humedecer mi zona anal, lubricando sus dedos hasta dejarla lista para recibir su miembro. Ver cómo me penetraba a través del espejo me excitaba mucho y empecé a gemir suavemente. De lo placentero que resultaba, se me escapó un murmullo “sí… delicioso, amor… delicioso, amor” mientras él emitía sonidos similares a gruñidos.

Noto cómo su expresión facial cambiaba a medida que me embestía con más fuerza, parecía concentrarse cada vez más y sus palabras como “así, disfruta, barata” se hacían más intensas. Así estuvimos un rato teniendo relaciones íntimas a buen ritmo cuando el clímax se acercaba; mi jefe desplazó sus manos desde mi cintura hasta mi pecho, aferrándose al corpiño y apoyando su rostro en mi espalda, mientras continuaba con los movimientos que impactaban mi zona íntima con una mayor potencia. Experimentó un fuerte espasmo mientras me llenaba con su líquido, entre los gemidos del orgasmo me susurró, manteniendo su rostro cerca de mi espalda “me darás esto en el trabajo cuando lo desee, recuerda que soy tu jefe”. Esto me provocó cierto temor, pero también me excitaba mucho, por lo que simplemente respondí “cuando quieras, jefecito, aquí estaré para ti”.

Esa noche me quedé a dormir con él, tuvimos relaciones una vez más antes de dormir y a la mañana siguiente desperté con deseos de practicarle sexo oral. Dado que era fin de semana y no nos veríamos hasta el lunes.

Disfruté

Recordar tanto aquella vivencia que al regresar al trabajo, no contemplé las implicancias que acarrearía aquella noche de pasión. El día laboral transcurría de manera cotidiana, incluso mi superior y yo compartimos bromas como de costumbre, como si no hubiese disfrutado tanto de ese encuentro íntimo un par de noches atrás. Sin embargo, cuando ya estábamos a mitad de la jornada laboral, mi jefe se aproximó seriamente a mi escritorio con una carpeta en mano: "Necesito que revises estos documentos, no revisten urgencia, pero échales un vistazo antes de retirarte y tráemelos antes de irte".

Actuando en mi rol de empleado, le respondí que no había inconveniente y tomé la carpeta. Antes de revisar su contenido, culminé algunas de mis tareas pendientes, mas al abrir la carpeta, experimenté un sobresalto: en su interior había una nota con un juego de llaves adherido y... ¡la misma lencería con la que sostuve relaciones con mi jefe en su residencia! La nota rezaba: "Una llave es para la oficina, la otra es del armario que hay adentro. Aguarda por mí allí y arréglate apropiadamente".

Al concluir la jornada laboral, aguardé a que todos se retiraran para dirigirme a la oficina de mi jefe. Desbloqueé el armario y me encontré con diversos vestidos, medias, un par de pelucas y maquillaje. Lo que me había expresado cuando se aproximó a mí era verídico, ahora me hallaba en la situación de ser sumiso ante mi jefe, y él hará conmigo cuanto le plazca.

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