Una vez adentrada en el mundo del travestismo, la siguiente etapa era compartirlo con otras mujeres como yo. Me interesaba escuchar los relatos de quienes habían sucumbido a los encantos de las medias, las tangas, las faldas y los corsés, así que me uní a un grupo en línea de mujeres que se reunían los fines de semana en la casa de una de ellas para maquillarse, vestirse y disfrutar.
En una de estas reuniones conocí a un chico que se autodenominaba admirador de las mujeres transgénero. Este individuo, al que llamaremos Pablo, compartía algunos gustos y pasatiempos conmigo, como ciertos deportes, series de televisión e incluso platos de comida, por lo que empezamos a llevarnos muy bien más allá de la atracción física que se daba entre nosotros. Esta conexión hizo que nos viéramos fuera del grupo, siempre en horarios que no interfirieran con otras citas que cada uno tuviera.
Un fin de semana en particular, quedé en encontrarme con Pablo en un hotel por unas horas, pero temprano ese día me llamó para cambiar de planes: ahora nos reuniríamos en un restaurante al sur de la Ciudad de México, ya que tenía que resolver un asunto de trabajo urgente. Me pidió que fuera vestida en mi identidad pública y que luego de resolver el asunto laboral podríamos retirarnos a una habitación para que me arreglara, vistiera y entregara a él. Así que guardé mis cosas en una bolsa (peluca lisa de cabello negro iridiscente, maquillaje, un vestido negro corto y ceñido con botones decorativos, medias de red y un sujetador con relleno, prescindiendo de los calzones esta vez). Al llegar al lugar acordado, Pablo estaba hablando con un hombre bien vestido, lo cual era inusual para un desayuno en sábado; este hombre, de alrededor de 50 años, con cabello algo canoso y ondulado, un bigote frondoso, delgado pero con un poco de barriga, como pude notar cuando se retiró del restaurante. Pablo me lo presentó como el señor Salas, un cliente de su trabajo que, al parecer, tenía una relación muy estrecha con mi amigo a pesar de su formalidad. Me presentó simplemente como su amiga, saludé al señor Salas y compartimos un rato durante el desayuno, donde conversamos de temas laborales, noticias, moda, entre otros.
Al marcharse el señor Salas, se despidió de nosotros de manera muy cordial y sugirió que nos viéramos de nuevo pronto, pero sin tener que hablar de trabajo. Me sorprendió esta despedida tan amigable, considerando que era la primera vez que nos encontrábamos y, la verdad, yo no había sido muy hablador esa mañana.
Después de la partida de este caballero, Pablo me informó que teníamos que ir a su lugar de trabajo, una casa que utilizaba como oficina de dos pisos, así que nos dirigimos allí. Al llegar, Pablo me dijo que tenía que esperar una llamada de un cliente, pero luego con tono juguetón sugirió que me vistiera en su oficina y que pudiéramos tener un momento íntimo mientras atendía el teléfono. Confíando plenamente y estando solos, acepté; me arreglé en su baño y salí muy coqueta, tomé una libreta de su escritorio y le ofrecí ser su secretaria:
-¿En qué puedo ayudarle, Licenciado? ¿Le gustaría un café?
-Sí, por favor.
-Enseguida se lo preparo, le va a encantar...
Movía mis caderas en este juego de roles, sabiendo que Pablo tenía sus ojos fijos en mi trasero apenas cubierto por el vestido corto. Al dar la espalda para preparar el café, me agaché consciente de que la falda se levantaría, dejando ver parte de mis nalgas que excitaban a Pablo. Mientras llenaba la cafetera con agua, escuchaba el crujir del suelo de madera.
Imaginando cuáles serían los siguientes movimientos de mi amigo, me sorprendí cuando empezó a acomodar mi vestido. Sin embargo, sin quitar las manos de encima, lo deslizó hacia arriba hasta llegar a mis hombros. Con suavidad pero con energía, me volteó y comenzó a besarme el cuello mientras me abrazaba con firmeza, haciendo que nuestros cuerpos, excitados y tensos, se rozaran intensamente.
Disfrutamos de una faja apasionada de pie, al lado de la cafetera. Con cada beso, él se iba volviendo más firme, apretando mis nalgas con más fuerza, mientras yo gemía con cada apretón, con las manos en su pecho. Luego me condujo detrás de su escritorio, se acomodó en la silla y se expuso. ara que yo arrodillarme y realizarle sexo oral. Posteriormente, me incorporé, me subí el vestido, y él pudo ver mis glúteos al desnudo, listos para recibirlo. Mantuvimos relaciones íntimas mientras él me endulzaba con palabras como "preciosa", "encanto", "corazón"...
Después de unos veinte minutos desde que Pablo concluyó, sonó el teléfono. Él salió de la oficina para contestar y me pidió que no cambiara mi vestimenta, sino que la mantuviera un poco más. Aunque, debido a la excitación y la confianza, esta solicitud no me pareció extraña, poco a poco comencé a escuchar cómo Pablo bajaba a abrir la puerta de la casa, y en el vestíbulo, hablaba en voz baja con alguien. Mientras me contemplaba en un espejo grande que Pablo tenía en su oficina y retocaba mi maquillaje, peluca y ropa, por el reflejo vi la puerta abrirse. Era el Sr. Salas. Me quedé paralizada, ¿qué hacía este individuo allí?, ¿cómo y por qué Pablo le había permitido la entrada?
Con un tono coqueto, me saludó diciendo "hola", como si supiera lo que encontraría en esa oficina. Yo le devolví el saludo amablemente. "Ah, qué trabajador es Pablito, ¿verdad? Viene a la oficina incluso en fin de semana para cumplir con sus tareas. Por eso es que me cae bien ese muchacho", mencionó mientras recorría la oficina con despreocupación. Continuaba charlando conmigo, retomando temas de la conversación en el restaurante, y al mismo tiempo, formulando preguntas sobre mí. Aunque me sentía sorprendida, mantuve mi personalidad de joven y acepté todo tal como sucedía.
Mientras estaba sentada en el escritorio de Pablo, el Sr. Salas se acercó a mi lado. Continuaba con su charla, muy cordial, cuando percibí cómo posaba su mano en mis rodillas. Al ver que Pablo no llegaba, supuse lo que ocurriría (lo que estaba por suceder) y me dejé llevar. No retiré mi mano de la del Sr. Salas, en cambio, abrí mis rodillas y permití que me acariciara los muslos. "Estás maravillosa. Apenas se nota lo atractiva que eres cuando estás vestida de hombre, pero así te ves como toda una dama muy hermosa". Salas subió la mano hasta encontrar mi miembro erecto, comenzando a acariciarlo y a estimularlo. Posteriormente, se colocó frente a mí, me expuso, y comenzó a practicar sexo oral en mí. Me fascinaba cómo este caballero de bigote y traje se arrodillaba frente a una mujer con pene.
"Así, síguele, cariño. ¿Te agrada el sabor de mi miembro?" -preguntó Salas.
"Sí, tiene un sabor delicioso" -respondí.
"¿Te encanta el pene, mi amor? Debes ser tan ardiente como yo... ¡Vamos! ¡Enséñame tu miembro!"
Salas se puso de pie, se desabrochó el cinturón y bajó su pantalón, dejando al descubierto su pene grande y voluminoso. "Voltéate, te haré mía, zorrita". Así que me di la vuelta, quedando frente al escritorio, y levanté mis nalgas. De inmediato, Salas comenzó a rozar su miembro entre mis glúteos y jugueteó de esa manera por unos minutos hasta que finalmente penetró suavemente. Mientras abría mi trasero, aún débil por la relación sexual con Pablo, sentía una mezcla de disfrute y esa sensación incómoda, sucia y placentera, de querer ir al baño de inmediato. Emití un gemido que le dio seguridad a Salas para aumentar el ritmo y tomarme con más brusquedad de la cintura. "Ya no me ves como un hombre, ¿verdad, golfa?, ¿quién es la promiscua ahora?" Salas me penetraba a buen ritmo, haciéndome gemir. "Oh, Sr. Salas, qué placentero me penetra, qué bien me la introduce..."
Salas incrementó sus embestidas, acelerando el paso y haciéndome anhelar el orgasmo. Tomé mi miembro y empecé a masturbarme mientras Salas disfrutaba de mi trasero y casi al mismo tiempo ambos alcanzamos el clímax. Sin muchas palabras, Salas limpió su pene en el baño, se despidió de mí con un tímido beso en la mejilla y me dejó su tarjeta. Mientras yo también me aseaba, pude escuchar a Salas decirle a Pablo fuera de la oficina: "Ya quedamos a mano, amigo. Nos vemos en la semana".
Cuando regresó Pablo, me encontró cambiando de ropa. Me esperó y salimos de su trabajo. Subí a su coche y mientras íbamos en busca de un lugar para comer, le dije con un tono fingido de molestia: "Pablo, ¿me utilizaste para saldar una deuda con ese hombre, eh?" Pablo simplemente se rió y me dijo: "Vamos, ¿de verdad vas a decirme que no disfrutaste, querida?".
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