Estaba disfrutando de unas tranquilas vacaciones en casa, me desperté con el deseo de intimar con mi esposa. A pesar de no ser una mujer mayor, tenemos ambos 30 años. Ella es sumamente atractiva, con unos pechos grandes y naturales, y un trasero irresistible. Aunque no sigue una rutina de ejercicios y no visita el gimnasio, su llamativo derriere y sus prominentes atributos siempre llaman la atención de quienes la ven.
Hemos mantenido una vida sexual muy activa a lo largo de los años, especialmente al inicio de nuestra relación a los 21. Sin embargo, últimamente nuestra intimidad ha disminuido considerablemente. El estrés laboral, las deudas y nuestras circunstancias actuales han afectado nuestra conexión. Cada vez que intento acercarme a ella, las excusas no faltan: "Me duele la cabeza", "Estoy muy estresada", "No tengo ánimos", "Hoy me siento muy triste", entre otras.
Esa mañana desperté con un fuerte deseo de estar con ella, pero su respuesta fue una nueva excusa: "No me agrada tu cabello, córtatelo y entonces lo hacemos". Esta condición me impulsó a bañarme de inmediato. Durante el baño, decidí explorar una faceta de mi sexualidad que hasta ese momento me había negado por miedo: mi propio ano.
Cada vez que me aventuraba más con mi dedo, la excitación crecía. Me masturbé mientras exploraba esta parte de mí que desconocía, llegando casi al clímax. Sin embargo, detuve el acto ante el deseo de compartir ese momento íntimo con mi esposa. Terminé de bañarme y salí en busca de un corte de cabello lo antes posible.
Tras caminar unos 10 minutos, divisé a lo lejos una hermosa transexual barriendo el suelo frente a una barbería. Llevaba un diminuto vestido negro, unos pechos medianos a pequeños pero firmes, una diminuta cintura y un trasero espectacular, aún más prominente y redondo que el de mi esposa. Decidí arriesgarme y ver si podía disfrutar de su cuerpo.
Solicité el corte, pero percibí un fuerte olor a alcohol en el ambiente, lo cual me generó dudas. Le consulté sobre su estado y ella, con amabilidad, me aseguró que si no quedaba satisfecho, no tendría que pagar. A pesar de las dudas, la tentación de probar ese tentador trasero fue más fuerte.
Mientras me cortaba el cabello, la conversación fluyó y me sinceré sobre mi vida: mi hija, mi esposa y los detalles que mencioné previamente. Ella me explicó que algunas mujeres, como mi esposa, pueden percibir el sexo de manera distinta, no tan vital como para otros. Sugirió que quizás mi esposa mantenía un romance con alguien más, lo cual afectaba nuestra relación.
Esta reflexión quedó rondando en mi mente. A pesar de considerarlo, no encontré fallas en su argumento. Por un momento, simulé creer en esta posibilidad, actuando decaído y víctima de la situación, a lo que ella intentaba consolarme. Finalmente, terminó de cortarme el cabello y me llevó a un espacio improvisado, diciendo que tenía algo que alegraría mi día.
Apenas entramos en la habitación, él agarró mi rostro, se acercó y introdujo su lengua en mi boca. Pude percibir el olor a alcohol en su aliento, junto con el atractivo aroma a tabaco. Sus labios ardientes se fundían con los míos, me sostuvo la mirada y me dijo: “Hay que hacer lo mismo con esa chica”.
Bajó mis pantalones, expuso mi miembro y lo llevó a su boca. Mi pene llegaba hasta el fondo de su garganta, me tumbé en la cama y me acariciaba las nalgas, me giró y lamió mi ano. Fue la primera vez que me lo hacían, una experiencia extraña y placentera en ese momento, sentí como intentaba adentrar su lengua en mi trasero, al mismo tiempo que volvía a practicar sexo oral.
Cogió un preservativo de su mesita de noche, me preparé para que me lo pusiera, pero para mi sorpresa, se quitó el vestido, bajó su ropa interior y su impresionante miembro salió a mi encuentro. Nunca antes había visto un pene tan grande, por un instante me pregunté cómo una persona trans podría tener ese tamaño, pero eso resultaba insignificante, lo que realmente me sorprendió fue que ella misma se colocara el condón. Al parecer notó mi temor y me aseguró que todo estaría bien, que estaba a punto de experimentar algo nuevo que cambiaría mi percepción del mundo.
Aquellas palabras resonaron en mi mente, al mismo tiempo que mi erección menguaba, el temor se apoderaba de mí al observar como se colocaba el condón en la base de su falo. Me volteó y empezó a estimular mi ano con la boca, mientras introducía un dedo, me azotaba las nalgas y elogiaba lo excitantes que lucían, y lo placentero que sería disfrutar de un trasero virgen.
De repente, sentí un líquido frío penetrando en mi ano, era un dilatador de color verde, ahora introducía dos dedos en mi trasero mientras me besaba apasionadamente, lo cual hizo que mi erección volviera a resurgir al sentir sus senos en mi espalda, como si una mujer intentara poseerme. Así que simplemente me dejé llevar.
-“Voy a penetrarte ahora, tranquilo, no cierres el ano, relájate, como si estuvieras en el baño, y quedate tranquilo, si te pones nervioso y cierras tu ano, te dolerá”
Sentí cómo aquel falo entraba en mi ser, tal como ella me había indicado, permanecí relajado mientras ella lo introducía lentamente, primero la cabeza y luego la retiraba, una y otra vez, hasta que mi miembro comenzó a crecer más y más, finalmente me penetró más profundamente, el ardor y el dolor se desvanecían mientras ella me besaba y elogiaba la sensación placentera en mi trasero.
Me puso en posición de cuatro, introdujo por completo su enorme miembro en mi ano, mientras me azotaba y me llamaba su perra, ahora era su mujer, los golpes en mis nalgas dolían pero de una forma que me satisfacía, mis glúteos se tornaron rojos mientras ella embestía una y otra vez, tiró de mi cabello y me obligó a reconocer que era su mujer, su perra, su zorra, a lo que no me resistí, me sentí un mujer por primera vez, deseado, complacido, el dolor se transformaba en placer, hasta que pedía más y más, su miembro tocó un punto dentro de mí que provocó mi éxtasis en las sábanas.
Quedé agotado, pero eso no la detuvo, me giró hacia arriba, sudaba tanto que parecía haber salido de la ducha, una risa maliciosa y juguetona se dibujó en su rostro, se acercó y murmuró en mi oído “Ahora es mi turno”, introdujo una vez más su miembro, pero esta vez pude verlo, observé cómo aquel monstruo penetraba en mis intestinos, me sentí bien, me miraba a los ojos mientras lo introducía lentamente.
Mordiéndose los labios, sacó rápidamente su pene de mi desvirgado trasero, escuché el sonido de aquella hermosa y venosa virilidad saliendo de mí, se quitó el preservativo y colocó su pene en mi boca, jamás había experimentado eso, lo introdujo tan profundamente que llegó a mi garganta, se endurecía cada vez más, un sabor salado, dulce y amargo invadió mi boca, tomé sus hermosas nalgas y empujé con más fuerza.
En el interior, hasta que terminó, permaneció en mi boca, observando fijamente sus ojos y notando lo ruborizada que se volvía mientras parecía experimentar una sensación intensa y retorcer su mirada en blanco, escupí su eyaculado, el fluido de una chica, a pesar de tener órgano sexual masculino, siempre la percibo como si fuera una mujer.
Permaneció recostada en la cama, tan fatigada que le faltaban fuerzas incluso para hablar, me abrazó, me besó y con gran esfuerzo me preguntó si deseaba probar su trasero prominente, pero acababa de eyacular y ya no sentía el deseo.
- "No hay inconveniente, vuelve otro día y penetrarás, por ahora ve a casa".
Me duché rápidamente en su baño, al salir la vi acostada para dormir, "por favor, cierra al marcharte", me pidió, y así lo hice, mientras caminaba reflexioné sobre lo sucedido, me penetraron el trasero, y especialmente con un miembro mucho más grande que el mío, tal como ella misma lo mencionó, a partir de ese momento contemplaba el mundo desde otra perspectiva, había pasado de ser homofóbico a ser completamente versátil.
Al regresar a casa, a mi esposa le gustó mi nuevo corte de cabello, ella me esperaba con su ajustado top que resaltaba sus pechos grandes y jugosos, una tanga roja, apenas la vi, mi miembro se endureció, fue el mejor día de mi vida, desde entonces casi siempre la visito, ya sea para ser su hombre y experimentar ese trasero, esas dos pompas entre mi miembro, o para sentir su falo transformándome en su mujer.
Otros relatos que te gustará leer