Relato de un terapeuta sensual


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Yo albergo en mi interior a un hombre apasionado que descansa. No tengo dificultades económicas, trabajo en una empresa internacional durante 6 horas diarias, asisto al gimnasio a diario, en ocasiones por la mañana y por la tarde. Tengo 32 años y considero que la única carencia que tengo en mi vida es saciar mis ansias sexuales.

Hace algún tiempo decidí instruirme en el arte de los masajes. Inicialmente, me formé en masajes tradicionales, luego profundicé en reflexología, posteriormente en ayurveda y finalmente realicé una especialización en masajes tántricos. En realidad, me dediqué a estudiar todas estas técnicas porque experimento una excitación increíble al hacerlo. Me resulta estimulante acariciar un cuerpo y brindar placer, incluso si este placer se manifiesta a través de la relajación.

Recuerdo claramente la primera ocasión en la que atendí a un cliente masculino. Preparé el ambiente en un apartamento que alquilé para utilizar como consultorio, logrando crear un entorno agradable, moderno y sensual al mismo tiempo. Este primer paciente, Pablo, fue la primera persona que respondió a mi anuncio en un sitio web especializado en estos servicios.

Nuestra conversación fue bastante directa:

Pablo: Hola, ¿cuánto cuestan los masajes?

Yo: Buen día, ¿qué tipo de masaje buscas? ¿Descontracturante, relajante, tántrico?

Pablo: Descontracturante, soy un conductor de larga distancia y siempre tengo contracturas. Respecto al ‘tántrico’, supongo que te refieres a algo más picante. Me gustaría decidirlo en el momento, ¿puede ser?

Le proporcioné la tarifa, concretamos el día y la hora, y así nos encontramos por primera vez.

Pablo, un hombre de unos 45 años, tenía una apariencia atractiva a simple vista. Observé que, aunque algo corpulento, cumplía con mi gusto por los hombres robustos. Contrariamente a lo que esperaba por el tono de sus mensajes, resultó ser muy amigable y su sonrisa iluminaba un rostro verdaderamente hermoso. Lentamente, se despojó de su camiseta, dejando al descubierto un vientre y unos pectorales que denotaban ejercicios pasados. Poseía brazos anchos y hombros bien definidos, pero lo que más llamó mi atención fue la cantidad de vello en su cuerpo, justo como me gustaba: algo en el pecho, un poco en el vientre, pero sin un solo pelo en la espalda. Al quitarse los pantalones, mis ojos se dirigieron directamente a sus fornidas y hermosas piernas, luciendo únicamente un ajustado bóxer negro.

El masaje empezó con él boca abajo. Comencé por los pies, ascendí por las piernas y luego me centré en su espalda. Le consulté si aceptaba masajes en los glúteos, a lo que accedió, por lo que le solicité permiso para retirarle la ropa interior. Es fácil imaginar lo atractiva que era su cola también. Mientras masajeaba sus glúteos, podía divisar su zona anal ligeramente separada debido a los movimientos circulares. En un instante, al deslizar ‘sin querer’ un dedo por su raja y percibir su placer, pasé a estimular directamente su entrada anal. Pablo comenzó a susurrar, no lo hacía de forma estridente, pero su respiración se tornaba más profunda.

Continué con mi labor en su espalda, esforzándome por demostrar que era un profesional enfocado en el masaje, no alguien que buscara satisfacer sexualmente a sus clientes. Seguí trabajando únicamente para mantener un enfoque más formal. Luego de la espalda, proseguí con las cervicales. En ese momento, su mano descendió de la camilla y comenzó a acariciar mis piernas. Llevaba pantalones blancos largos y nada debajo, ya que no suelo utilizar ropa interior. Era evidente que, ante la provocación visual y el roce en su ano, mi erección estaba en pleno apogeo, por lo que su mano se dirigió directamente a acariciarla. Incliné su cabeza hacia un lado, como si estuviera mirando hacia donde se encontraba mi bulto, y bajé ligeramente mis pantalones. Pablo.

Me estimulaba muy bien, ya tenía líquido preseminal en la punta de mi miembro. Decidí acercárselo a su boca. Pasé la punta por sus labios, él mantenía la boca cerrada, mis movimientos eran como si le estuviera pasando labial. Por supuesto, abrió la boca y empecé un vaivén muy placentero para mí. Pablo agarró mi miembro con una mano y empezó a succionar de forma más intensa. Había arqueado la espalda como si estuviera haciendo el saludo al sol en yoga, sus glúteos estaban tensos y carnosos, deseaba penetrarlo. Siendo mi primera vez, no sabía cuánto debía avanzar, así que dejé que él guiara.

En un momento se volteó y, mientras seguía succionándome, dejó su miembro a mi disposición, así que empecé a estimularlo también. Mientras trabajaba, Pablo me pidió amablemente que se la chupara, su pedido me dio gracia. Por supuesto, lo complací con entusiasmo. Él no dejaba de estimularme, nunca soltó mi miembro. A este ritmo, no aguantaría mucho, pero el enfoque era él, así que tomé medidas y con una mano estimulaba su miembro mientras chupaba y con la otra introduje uno y luego dos dedos en su ano. Eso claramente era lo que necesitaba, porque a los 20 segundos me dijo jadeando que se iba a correr, lo cual me alivió, ya que estaba en la misma situación. Le advertí que también iba a acabar y aumenté el ritmo de succión.

Pensé en detenerme cuando sintiese que iba a eyacular para que terminara en su abdomen, y yo haría lo propio con mi miembro. Pero Pablo tenía otros planes. Su estimulación se volvió tan intensa que tuve que acabar primero. Para mi sorpresa, cuando intenté apartarme para no eyacular en su boca, él me lo impidió y tuve que liberar todo en su garganta. Grité de placer, grité con fuerza, mientras él también acababa en su zona púbica y yo retiraba mis dedos de su ano.

Después de todo eso, Pablo se levantó de la camilla, aceptó mi propuesta de bañarse y, luego de pagarme el doble de lo acordado, solicitó una cita para la semana siguiente.

Así comenzaron mis recuerdos como masajista promiscuo. Con el tiempo, me convertí en un masajista exclusivo para aquellos interesados en cumplir fantasías.

Continuaré relatando en otras historias.

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