Todas las personas tenemos un ideal de hombre o mujer.
Siendo varón, mi ideal de mujer era el siguiente:
Pelirroja de cabello y piel, ojos almendrados y de estatura promedio. En cuanto a su personalidad, que fuera divertida, que soportara bien mi tipo de humor y que pudiera conversar de cualquier tema sin escandalizarse. No requería mucho más. Comencemos.
Me encontraba siendo un joven de 27 años, dedicado a jugar fútbol y a conocer a cuantas mujeres fuese posible, ya me comprenden.
Estaba llegando la primavera y entablaba conversación con una mujer de la misma edad que yo, a pesar de nunca haberla visto en persona, pues éramos de ciudades distintas. Aunque en un principio no encajaba con mi ideal, algo en ella despertaba mi interés y estaba dispuesto a descubrir qué era. Pasaban las semanas conversando a diario y decidimos encontrarnos en persona. Quedamos en mi ciudad, ya que ella tenía una amiga que vivía relativamente cerca y así tendría donde pasar la noche.
Llegó el tan esperado día y, por alguna razón, me sentía algo nervioso. Estaba acostumbrado a relacionarme con mujeres, pero ella, solo a través de mensajes y llamadas, había despertado algo diferente en mí.
Llegó el momento acordado y su autobús apareció en la estación. Me puse de pie para recibirla y allí estaba descendiendo las escaleras: rubia, con ojos avellana, una sonrisa que conquistaba el corazón y una figura... oh, qué figura... 1,68 metros de estatura, senos perfectos y, por supuesto, aproveché el instante en que se agachó a recoger su maleta para apreciar que su trasero era de lo mejor que había visto en mi vida. Hasta entonces, todo era atracción física, aunque más adelante descubrí que había mucho más que eso. Durante el trayecto hacia casa de su amiga, tuvimos una primera conversación que me bastó para darme cuenta de la clase de mujer con la que me había citado. Me encantaba.
La dejé en casa de su amiga y me dirigí a la mía. Quería que se instalara y se relajara un poco después del viaje. Esa noche teníamos planeado ir a cenar a un restaurante japonés que me gustaba mucho, ya que compartíamos el gusto por la comida asiática, así que no fue difícil convencerla.
Llegó la noche y fui por ella a casa de su amiga, siendo ella misma quien me abrió la puerta. Había elegido un pantalón blanco y una camisa de lino verde oscuro para la ocasión, mientras que ella lucía un hermoso vestido rojo que realzaba sus atributos de forma perfecta. Esa mujer me estaba volviendo loco, deseaba tanto conversar con ella como verla sin ropa, tenerla entre mis brazos mientras gemía de placer... eran muchas sensaciones juntas.
Cenamos placenteramente en el restaurante japonés y ambos nos sentíamos muy cómodos el uno con el otro. Le propuse dar un paseo por una playa cercana y aceptó. Era la noche perfecta, con un clima agradable, la luna llena y una mujer que, cada vez que abría la boca, me enamoraba más... hasta que llegó ese momento en el que ya no pude contenerme y me lancé a besarla. La tomé con firmeza, presionándola contra mi cuerpo, nuestros labios se unieron y el mundo pareció desvanecerse, éramos solo ella y yo.
Fue una noche fantástica que llegaba a su fin. La acompañé de regreso a casa de su amiga y le dije que al día siguiente nos veríamos...
En la segunda noche que pasó en la ciudad, acordamos encontrarnos en mi ático. Vivía solo en un ático que había alquilado en el centro de la ciudad. Ella llegó puntual a la hora acordada, preparé unos burritos para la cena y nos sentamos en el sofá a tomar unas copas mientras conversábamos y nos conocíamos más. De repente, fue ella quien, como una leona, se abalanzó sobre mí, me besó apasionadamente y me quitó la camisa. No quise quedarme atrás y le quité la suya, desabroché su sujetador, lo lancé lejos y ahí estaban esos senos perfectos, redondos y con pezones rosados, sencillamente perfectos.
Los
Le lamí apasionadamente como si fuera mi último día en la Tierra. En mi zona íntima, ella percibió la firmeza de mi pene y decidió introducir su mano en mis pantalones. Durante un buen rato, acarició mi miembro mientras me besaba, hasta que optó por bajar mis pantalones. Al contemplar mi pene, ella me miró y me dijo:
-Voy a realizar sexo oral y jamás podrás olvidarme.
Comenzó besando la punta y recorriendo con su lengua toda la extensión de mi pene. Poco a poco lo introdujo en su boca, generando mayor lubricación. Logró llegar hasta lo profundo de su garganta, mientras con su mano estimulaba mi pene y acariciaba mis testículos, ofreciéndome un espectáculo de sexo oral. Sin perder tiempo, desabroché su pantalón y besé su vulva sobre la tanga roja que llevaba, hasta apartarla... su vagina apretada y rosada me cautivó, solo deseaba saborearla.
Lamí su delicado clítoris mientras mis dedos exploraban su interior. Ella me sujetaba la cabeza para que no detuviera mis caricias, pero yo tenía otros planes; la puse en posición de cuatro y también acaricié su derrier, no quería dejar ninguna parte de su cuerpo sin explorar, era una necesidad. Después de tanto sexo oral, aún en esa posición, introduje suavemente mi pene en su vagina lubricada, deseaba una penetración lenta para que se sintiera confortable. Continuamos con diferentes posturas y ritmos, parecía que llevábamos toda la vida juntos, nos comprendíamos a la perfección. Ella me sentó en el sofá y se colocó sobre mí, empezó a azotarme mientras me besaba, a lo que le dije:
-Deseo eyacular en tu trasero-, a lo que ella respondió:
-Besa mi vagina penetrada, follas mi trasero y luego eyaculas donde quieras-, sin más palabras, ella lo quería y yo se lo brindaba.
La puse nuevamente en posición de cuatro, besé su vagina penetrada que resultaba aún más deliciosa y luego introduje mi miembro en su trasero... era el momento de intensificar la pasión, la complací con fuerza y me corrí en sus nalgas, pero mi excitación era tal que mi semen se esparció por todos lados. Sin dudarlo, ella giró y lamió la punta para recibir también en su boca... esa mujer era excepcional, amigos y amigas, y no podía dejarla escapar. Era una compañera con la que disfrutaba conversar, nunca me aburría; además, en la intimidad, demostraba ser muy apasionada. Como se dice popularmente, en la cama era toda una "diosa", ella cumplía con creces el estereotipo de ser elegante en público y ardiente en privado.
Hoy en día, ya no es mi novia, es mi esposa, compartimos un hogar y un hijo... no era de cabello oscuro, era rubia y conquistó mi corazón. Los estereotipos son solo eso, estereotipos. Aprendí que, si bien la apariencia física es relevante, no es lo único que importa; es la combinación de diversos aspectos. Así se encuentra algo que ni siquiera sabemos que buscamos.
Gracias por leerme, espero que hayan disfrutado de la historia.
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