Como es costumbre, relataré otra de mis peripecias económicas. No logro salir de una mala racha para caer en otra. Parece que la mala suerte me persigue.
Tras divorciarme de Lupita, me casé con Aurora. Era una mujer hermosa, alta, morena, con curvas pronunciadas, ojos expresivos y cabello negro. Todo iba bien con ella, pero la desgracia tocó a mi puerta con la pandemia y los recortes de personal en mi trabajo. Un martes 13, el Gerente de Recursos Humanos me llamó y me dijo:
- Joselito, tengo malas noticias. Te han dejado sin empleo. Debemos liquidarte según la ley. Por tus tres años de servicio, te corresponde una indemnización de cien mil pesos.
Con tristeza en el rostro, miré al Gerente. Aunque el dinero de la indemnización no era poco, mi mayor preocupación era ¿Dónde encontrar otro trabajo para poder seguir manteniendo a mi familia? Le supliqué:
– Por favor, déme una oportunidad más. No le fallaré.
Él me respondió:
– No está en mis manos. Me han enviado la lista y tu nombre está en ella. Lamento la situación. Te sugiero que recojas tu cheque lo antes posible.
Seguí las instrucciones. Al llegar a casa por la tarde, Aurora ya tenía la comida lista. Mientras comíamos, le conté sobre mi despido. Ella me dio ánimos y me dijo:
– No te preocupes. Con ese dinero saldremos adelante. La pandemia no durará mucho, verás como salimos de esto.
Yo le respondí:
– Ojalá tengas razón.
Después de siete meses, la situación económica empeoró y la angustia por no tener trabajo ni dinero era insoportable. Me vi obligado a pedir ayuda a un conocido que seguía prosperando a pesar de la situación.
– Martín, necesito dinero prestado. Te prometo que te devolveré hasta el último centavo.
- Mira, no suelo prestar dinero, pero te ayudaré en una condición. Necesito un favor personal y te daré trabajo. Ven a Guadalajara a trabajar conmigo operando las máquinas soldadoras.
- Pero Martín, no tengo dinero para pagar el pasaje.
- Te daré un adelanto del 50% de tu salario. ¿Te parece bien? Si aceptas, dame tu número de cuenta y en dos días quiero verte aquí.
Consulté con Aurora y ella me animó a aceptar la oferta.
– Toma la oportunidad. Ve a Guadalajara. Yo arreglaré las cosas aquí. Entregaré la casa al arrendador y me quedaré en casa de mi mamá.
Sin pensarlo dos veces, partí hacia mi destino. Pasé tres meses en Jalisco y lamentablemente Martín apenas me pagó el 30% del acuerdo y luego me despidió aduciendo problemas de liquidez. Mientras tanto, en la Ciudad de México, Aurora luchaba por sobrevivir. Sus trabajos eran esporádicos y mal remunerados. No ganaba lo suficiente ni para ayudar a su madre con la despensa. Para distraerse de la frustración, empezó a visitar redes sociales en internet. Sin darse cuenta, accedió a una página de citas que llamó su atención, por lo que creó un perfil con el pseudónimo "la caminante".
Un día, recibió un mensaje de alguien que se identificaba como "el conductor de taxi". Comenzaron a intercambiar mensajes y luego números de teléfono. En sus conversaciones, Aurora descubrió que "Lalo" era en realidad un conductor de Uber con una flotilla de vehículos. De mensajes de buenos días pasaron a conversaciones más íntimas, llenas de morbo, intercambio de fotografías, masturbación y orgasmos;no la responsabilizo porque yo no estaba presente ni tenía dinero, y cuando uno se encuentra en una situación complicada, aumentan las ganas de alimentarse y tener relaciones sexuales.
Llegaron a un acuerdo para tener una cena juntos, pero la tentación de la lujuria surgió en pleno día. Un sábado en la casa de mi suegra, llegó un Uber flamante que hizo sonar la bocina; de la vivienda salió mi esposa Aurora, vestida con una gabardina oscura hasta la rodilla y zapatillas rojas que realzaban sus hermosas piernas, mientras que Lalo, un caballero de unos cincuenta años, de estatura mediana, canoso, conversador y muy amable.
Al verse, intercambiaron sonrisas. Aurora estaba nerviosa y el hombre le dijo:
- En persona eres muy atractiva. Las fotos no te hacen justicia.
A lo que ella respondió:
- Muchas gracias, pero antes de salir contigo debo mencionar que estoy casada.
El conductor simplemente comentó:
- Tu esposo tiene mucha suerte, pero yo me siento aún más afortunado de tenerte hoy. ¿Estamos listos para irnos?
Para evitar posibles comentarios de la gente, Aurora fingió ser una pasajera y se sentó en el asiento trasero. Después de unas quince cuadras, el vehículo se detuvo para que ella pasara al asiento delantero. Una vez en el asiento del copiloto, sin detenerse, Lalo extendió la mano hacia su hombro, la atrajo suavemente hacia él y comenzó a besar y acariciar su cuello. Animada, ella buscó sus labios.
Los pezones de Aurora se endurecieron cuando Lalo empezó a tocarla sobre la tela. Con mayor control de la situación, acarició las rodillas de mi esposa, y se sorprendió al descubrir que debajo de la gabardina no llevaba ropa. Aurora había ido completamente desnuda.
El experimentado conductor acarició las piernas de mi esposa, quien excitada correspondió colocando la mano del hombre entre sus piernas. La situación se intensificó cuando Lalo deslizó dos dedos entre las piernas de mi esposa, provocando la excitación de la vulva. Con movimientos cuidadosos, exploró los labios íntimos, desde el pubis hasta la entrada vaginal. Una vez lubricada, la estimuló con velocidad, provocando gemidos y ampliando la excitación de mi esposa.
Posteriormente, mi señora tomó la iniciativa, bajó la cremallera de los pantalones y sacó el pene de Lalo, que aunque estaba erecto, era pequeño. Sin importarle el tamaño, lo introdujo en su boca para realizarle una felación intensa. Excitado por el momento, el conductor tomó la nuca de mi esposa y dirigió sus movimientos, deteniéndose brevemente cuando una patrulla se emparejó con ellos. Al adelantarse los agentes, el hombre tomó rumbo hacia la salida a Pachuca y se detuvo en un lugar poco iluminado y poco transitado.
Una vez en el lugar apartado y sin testigos, el hombre detuvo el vehículo, bajó y abrió la puerta para que Aurora descendiera. Sin quitarle la gabardina, desabotonó su prenda, revelando su par de pechos enormes pero firmes. Él dijo:
- Qué deliciosos pechos. Son los que me voy a saborear.
Colocó dos tapetes en el suelo del auto y le indicó a mi esposa que se arrodillara frente a él. Recogió su largo cabello negro y ella, respirando profundamente, reanudó la felación. Comenzó introduciendo la lengua en la punta del pene y luego lo lamió lentamente en círculos. Queriendo aumentar la intensidad, realizó movimientos enérgicos de arriba abajo, cada vez más rápidos.
Él agarró su cabello y movió su pelvis con brusquedad, haciendo que mi esposa apenas pudiera respirar. Después de unos minutos, Lalo comenzó a gemir. Aurora intensificó los movimientos de su boca. El pene del hombre latía cada vez más, indicándole:
-
Oh sí, continúa, sigue así mi querida. Chúpamela de forma exquisita, casi me haces llegar al clímax, ohhh sí.
En un instante, el conductor vació su líquido en la boca de mi esposa. Ella tenía una buena cantidad de semen en la boca. Con dedicación, bebía cada gota de aquel líquido blanco, parecido al atole caliente. Le gustó tanto su sabor que, con los dedos, recogió el líquido que escurría por las comisuras de su boca para llevarlo a su lengua y disfrutarlo. Él le decía:
- Preciosa, trágatelo todo. No desperdicies ni una gota.
Terminado esto, la puso de pie el hombre y la llevó al asiento trasero del auto. Sin quitarse los zapatos, sus piernas quedaron por fuera. En esa posición, acercó su rostro a la entrepierna de ella. Después de olerla por un momento, empezó a besar y lamer sus piernas. La piel de ella se erizaba. Él le decía:
- Veo tu joya. Tienes tu intimidad muy velluda. Brilla por lo mojada que está. Y su aroma es delicioso. Qué perra tan deliciosa me ha tocado.
Ella dobló sus rodillas y le dijo:
- Sí, saborea mi regazo. ¿Ves cómo mis jugos fluyen por lo excitada que estoy?
Él respondió:
- Qué deliciosamente oscura y carnosa es tu parte íntima. Tan rosada por dentro y tan cubierta de pelo.
De manera enérgica, de golpe y con precisión, comenzó a realizar sexo oral en ella. Ella se retorcía y lanzaba gemidos, pero no de dolor, sino de placer. Estaba tan excitada que chorreaba por todo lo que aquel hombre le brindaba. Él no apartaba su cabeza, deseaba lamer y provocar que el clítoris sobresaliera de su escondite. A veces su lengua subía lentamente hasta llegar a su zona más íntima. Era tan placentero que le provocaba intensos orgasmos, haciéndola abrir la boca mientras gemía y lanzaba fluidos que bañaban la boca de él con su exquisito néctar.
Y la situación no terminó ahí, la levantó y la llevó hacia el frente del taxi, la inclinó sobre el capó con sus senos grandes y redondos, diciéndole:
- ¡Qué nalgas tan deliciosas tienes! ¡Te voy a poseer como la lujuriosa que eres! ¿Te gusta?
Mi esposa le respondió:
- Poseéme, haz tuyo mi ser. Hazme sentir como una perra en celo.
Él empezó a moverse frenéticamente, penetrándola con intensidad. Sus testículos golpeaban contra sus nalgas. Ella gemía como una gata en celo y cada vez se encontraba más mojada. En medio de la pasión, el hombre decía:
- ¡Tienes un regazo delicioso! ¡Qué apretada está tu vagina!
Ella sentía la gloria con aquel miembro dentro de ella y contestaba:
- ¿Te gusta poseerme, verdad? Soy tuya, hazme como desees. Me perteneces.
- ¡Maldita zorra, pide más fuerte!
- Dámelo más duro. Penétrame con fuerza.
Ella estaba tan excitada que apenas sentía el peso de él cuando la embestía. Agarraba sus glúteos y los apretaba, diciéndole:
- Tu fuerte energía me penetra. No niego el placer que me proporcionas, estoy empapada.
Después de unos minutos de intenso movimiento, él gritó:
- Estoy llegando. Eyacularé dentro de ti. Te voy a dejar embarazada, malvada.
Ella respondió:
- Yo también llego. Deja tus cálidos fluidos en mí. Lléname de vida.
Él apretó sus nalgas con fuerza y se mantuvo dentro de ella, llenando su útero con su cálido semen, parecía que nunca terminaría de salir. Una vez terminado, ambos se recostaron en el asiento trasero, ella sobre él, se besaban y acariciaban el cabello.
Después de unos momentos, ella se puso de pie y notó que mucho semen se deslizaba de su vagina, entre sus piernas recorría ese líquido pegajoso y delicioso, que con sus dedos recogió para saborearlo.
Ya de vuelta a casa, ella le dijo:
- Lalo, lamento decirte esto. No tengo dinero. ¿Podrías ayudarme?
El taxista, sonriendo, le contestó:
- Toma estos mil pesos. Te los entrego con cariño.
A partir de entonces, semanalmente le enviaba dos mil pesos. Me enteré de todo esto porque un día, al regresar de Jalisco, revisé su celular y encontré los mensajes entre ellos. Me tocó vivir esta situación. Ahora solo me queda aceptarlo y cargar con mis dolorosos cuernos.
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