Mientras ascendía por los peldaños que llevaban a la parte superior de La Luna, las posaderas de Ana se mostraban en todo su esplendor bajo la delicada tela de lino blanco, que dejaba entrever el tanga negro que capturaba todas las miradas de los demás clientes, que, ebrios o sobrios, abarrotaban el establecimiento.
Ana era consciente de cuáles eran sus atributos, y había aprendido a emplearlos como un arma letal, de manera rápida, con la habilidad y seguridad de una experta, y con el orgullo de alguien que reconoce que no siempre fue así, de quien valora el esfuerzo y sacrificio necesarios para llegar a la sabiduría a través del aprendizaje y la experiencia.
Y justamente eso era lo que ella había estado haciendo últimamente: experimentar. Enfrentarse a todos sus temores, dudas e inseguridades, hasta vencerlos de manera despiadada, sin ninguna pizca de compasión... o eso creía ella.
Yo tropezaba en cada escalón, más por el efecto del alcohol que por la escasa iluminación del bar, pero a pesar de todo me resistía a apartar la mirada de ese trasero incomparable que tanto había disfrutado, y que ahora se asomaba y desaparecía ante mí. Daba gracias a la suerte por poder seguir deleitándome con él y a Amancio Ortega por diseñar una talla 25 del modelo Cargo Bolsillos que realzaba el trasero de Ana hasta convertirlo en una pieza de arte digna de exhibirse junto a la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia. A veces se ocultaba de mi vista debido al cuerpo de Diego, flamante jefe de Cirugía del Hospital San Pedro, que se interponía entre nosotros. Yo cerraba el grupo, y delante de nosotros, Laura y Javier encabezaban la comitiva, abriéndose paso en busca de un espacio escaso en esas horas, que debía disputarse centímetro a centímetro.
Al llegar aproximadamente a la mitad de las escaleras que conducían al piso de arriba, ocurrió algo que disipó la nube de alcohol que se había instalado en mi mente y que hizo que mis sentidos, aunque de forma vaga y titubeante, regresaran a mí; la mano de Diego se posaba con total desfachatez y sin disimulo alguno en el trasero de Ana. No se trataba de una leve caricia o un roce sutil, era un manoseo inequívoco y descarado que empezaba en la parte inferior de su glúteo derecho y se extendía por toda la zona posible hasta adentrarse en su raja y convertirse en una extensión externa de su tanga. Ana se volteó y como respuesta le dedicó una amplia sonrisa, mostrando unos dientes perfectamente alineados y muy blancos. Subió otro escalón, pero un ZAS audible desde donde me encontraba la hizo girarse nuevamente. El azote que le había propinado Diego como desafío hizo que por un instante temiera que esa escena terminara con otro ZAS aún más estruendoso en forma de bofetada. Si algo detestaba Ana era que le azotaran el trasero. Argumentaba que resultaba humillante y que si quería una mujer sumisa sería mejor que buscara una geisha. Si alguna vez lo hacía sin poder contenerme ante ese trasero dispuesto a recibir sin protestar cientos de azotes, acto seguido me disculpaba diciendo:
- Se me escapó
Dependiendo de su estado de ánimo ese día, mi comentario era seguido de una sonrisa o una mirada de desaprobación.
Se volvió a girar, quedando ahora frente a Diego y dos escalones por encima de mí, lo que me permitía verla solamente de la cintura hacia arriba. El top rojo borgoña con un amplio escote en forma de V me pareció un botón más desabrochado de lo habitual en ella, y se notaban claramente las tiras del sostén de encaje negro que apenas sostenían sus deliciosos senos. Si su trasero era un arma de destrucción masiva, expansivo, suave, modelado,
Sus senos eran como un arma letal, una fusión de todas las reservas de uranio enriquecido del mundo al servicio de la sensualidad, capaces de cautivar a distancia, al menos a la distancia de un metro en la que me encontraba, sin más protección que la presencia de Diego.
En ese momento, ambos teníamos la mirada fija, como escáneres de rayos X, en el mismo punto. Él imaginaba y yo recordaba la forma y tamaño de sus pechos, una suave pendiente que descendía delicadamente hasta que, de manera abrupta, iniciaba un ascenso contrario a la gravedad, coronado por areolas claras de considerable tamaño, de las cuales surgían dos pezones imponentes, grandes, gruesos, marrones, rígidos, que en momentos de excitación o sensibilidad extrema sobresalían tanto que parecían demandar su propia atención y reconocimiento.
Una talla 90 es lo que en el ámbito de los hombres se considera como unos buenos senos, pero una talla 90 en el cuerpo frágil y menudo de Ana le otorgaba la categoría de "unos senos espectaculares", "unas auténticas tetazas" o "unas peras excepcionales", dependiendo de la región del país en la que nos encontráramos.
Aun así, no fue su espléndido busto ni la vista morbosa de su sostén lo que me impresionó. Justo unos veinte centímetros por encima, su rostro lucía una sonrisa aún más amplia que antes, y sus ojos brillaban al mirar a Diego, como una bengala en un pastel de cumpleaños. Luego, su mirada descendió para encontrarse con la mía, y su sonrisa se hizo más genuina, menos forzada pero al mismo tiempo más traviesa, gesto que solo pude interpretar como un...
—Esto es lo que querías, ¿verdad?
Inmediatamente después, dio media vuelta y subió rápidamente los últimos escalones, no tanto para evitar la posible reprimenda de Diego, sino para exhibir el movimiento hipnótico y oscilante de su trasero al acelerar el paso, sumiéndonos en una especie de trance del cual solo salí al escuchar, o al menos eso me pareció, el murmuro de dientes de Diego.
—¡Qué traviesa! Ya verá cuando la pille.
Borracho, mareado, privado de la vista por la tenue luz que iluminaba mal la parte superior, y del sentido del oído por el exceso de decibelios que salían de los altavoces, apenas pude encontrar un sofá en el que ya había reparado en otras ocasiones, frente a la puerta de los baños. Me dejé caer pesadamente en él y apoyé mi cabeza en la pared.
¿Cuándo fue que todo comenzó? Sí, eso es, hace exactamente dos años... ¡solo dos años!... ¡dos años ya!
"I don’t care if Monday’s blue
Tuesday’s grey and Wednesday too
Thursday I don’t care about you
It’s Friday, I’m in love"
En ese instante en el que la voz grave de Robert Smith adormecía la poca lucidez que me quedaba y mis párpados se negaban a permanecer abiertos por más tiempo, alcancé a distinguir entre las figuras borrosas, en un rincón, a Diego y Ana, con su distintivo trasero, sosteniendo un vaso y conversando tan cerca que ni el instrumento de medición más preciso habría podido calcular el espacio entre sus cuerpos.
Protegidos por la penumbra del lugar y el estruendo musical que retumbaba en los altavoces, la atmósfera se hizo densa, opresiva... ¿Era necesario que Diego rozara el oído izquierdo de Ana con sus labios mientras apartaba su cabello revelando su cuello? ¿Y que ella posara sus manos en el pecho de él? Quizás sí, pero lo que no lograba entender cómo podía mejorar la comunicación entre ellos era que Diego deslizara su mano desde el cabello de Ana, recorriendo su espalda hasta posarla en su trasero. La mano en su trasero fue lo último que vi antes de que mis ojos se cerraran por completo y un cabezazo al vacío me sumiera en un profundo sueño.
—¡Despierta, Dani!
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