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El misterio de lo desconocido (3)


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Aprovechando su estado de alegría, Ana había organizado la tarde para toda la familia, pero por separado. Había acordado con María encontrarse en La Vaguada para hablar sobre su traslado y de paso ir de compras, mientras a mí me correspondía llevar a los niños al cine. Observé la programación y me di cuenta de que ese fin de semana no prometía ser emocionante. Si al menos hubiera podido elegir la película y disfrutarla tranquilamente... "El Sueño de Gabrielle" sonaba interesante, evocador, pero cuando la alternativa era "Capitán Calzoncillos", sabes que las posibilidades de éxito son escasas. Después nos reuniríamos allí.

Ella apenas tocó la comida, y antes de terminar el postre, se levantó para ducharse y arreglarse. Yo ya había terminado de ordenar cuando apareció, radiante, con el pelo suelto, un aspecto fresco, labios rojos y maquillaje impecable. Llevaba un vestido corto de tirantes que mostraba unas piernas esculpidas, unos hombros bronceados y marcados, y un pronunciado escote.

- ¿Pero vais de compras o a la Joy Eslava?

Intenté hacer una broma, aunque mi sentido del humor estaba en un estado entre el verde enfermizo y el negro intenso. Fue entonces cuando Ana pronunció unas palabras que me causaron un profundo malestar.

- Vamos, cariño, no te enfades, todo saldrá bien.

Según estudiosos reconocidos, esa misma frase se ha dicho a lo largo de la historia en innumerables ocasiones y varios idiomas; Cleopatra se lo dijo a Marco Antonio, Julieta a Romeo, Eva Braun a Adolf Hitler, Jackie Kennedy a su esposo, o más recientemente Mariano Rajoy a Luis Bárcenas... y siempre con consecuencias desastrosas. Sin embargo, lo que más me molestó de su comentario fue la forma en que se dirigía a mí. Solo había dos palabras que me generaran el mismo rechazo que "cariño", y eran "gordi" y "cari". Primero, porque nunca sonaban genuinas; segundo, porque parecían sacadas de un programa de televisión de dudosa calidad; y finalmente, porque ese lenguaje empalagoso siempre precedía a una concesión más, por mi parte.

Ana se despidió de los niños con un beso y la acompañé a la puerta. Una de las ventajas de estar molesto es que te otorga ciertos privilegios, así que en respuesta a su beso de despedida, la atraje hacia mí y deslicé mis manos hasta sus nalgas mientras contemplaba de cerca su escote que dejaba sin aliento.

- Se nota que llevas tanga.

Este comentario restó fuerza a mi posición.

- Veo que lo has notado.

Sus ojos brillaban, realzando su sonrisa.

- Y se ve tu sujetador. Si no hubieras quedado con María, me sentiría celoso.

Bromeé mientras acariciaba sus pezones, que reaccionaron al instante, pero ella no retrocedió y pronto sentí su mano apretando mi entrepierna.

- Si María tuviera lo que tienes aquí, me lo pensaría, jajaja. Llámame cuando salgan del cine. Si terminamos de comprar estaremos tomando un café en Taruffi.

Solo la idea de encontrarme con su amiga María me incomodaba. Era una chica peculiar, distante, de trato complicado. Yo intentaba ser encantador con ella, mostraba simpatía, actuaba de manera convincente, pero toda la apertura, sonrisas, conversaciones y accesibilidad que mostraba con Ana, se transformaban en frialdad e indiferencia cuando intentaba entablar una conversación con ella. ¿Fría? No. Era gélida, un bloque de hielo. ¡O mejor dicho, el Perito Moreno de las enfermeras, la Princesa Elsa de Frozen, no solo por su carácter helado, sino también por su impresionante físico.

Con una melena larga, lisa, rubia deslumbrante, generalmente recogida en una trenza que dejaba al descubierto un cuello pálido, una piel nívea, suave y delicada, que contrastaba con la contundenciade su aspecto facial y la frialdad de su expresión. Unos ojos grandes, azules, con una intensidad y vigor semejantes al rayo de un sable Jedi. Elevada, extremadamente delgada, esbelta, con un trasero perfectamente redondeado... solo había algo en ella que me proporcionaba el disfrute de una pequeña revancha personal ante su evidente indiferencia: sus pechos. Su incomodidad con ellos, que parecía detectarse únicamente a mis ojos, confirmaba que sus escotes pronunciados eran simplemente una pose fingida de autoconfianza, de afirmación... Como si llevaran inscrito en ellos "sí, son pequeños, pero firmes y duros", aunque fuera difícil escribir un mensaje tan extenso en un espacio tan reducido.

Mientras transitaba por la Avenida de Monforte de Lemos con Lucas y Sofía agarrados de la mano, no podía dejar de reflexionar sobre el futuro sombrío que se presentaba ante mí; ciudad nueva, hogar nuevo, amistades nuevas, vida nueva... ¿Acaso estaba siendo excesivamente pesimista? Quizás también era una oportunidad para recobrar aquellas cosas que habíamos ido perdiendo con el paso de los años; pasión, ilusión, sorpresa, complicidad... alegría. Sí, eso era, habíamos intercambiado la alegría por la comodidad, y como en los engaños más burdos, nos resistíamos a admitirlo por vergüenza y preferíamos ignorarlo.

- Papá, ¿podemos darle algo?

La pregunta de Sofía me sacó de mis pensamientos y me devolvió a la realidad. La observé sin comprender y seguí la dirección de su dedo índice, que señalaba a un cantante callejero corpulento, sudoroso y enfundado en un frac al menos dos tallas más pequeño que la suya, esforzándose por entonar un aria, exagerando su voz de tal manera que en las notas más graves y complicadas su semblante adquiría un tono rojo intenso por la falta de respiración y sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas.

“Qui dove il mare luccica

E tira forte il vento

Su una vecchia terrazza

Davanti al golfo di Surriento

Un uomo abbraccia una ragazza

Dopo che aveva pianto

Poi si schiarisce la voce

E ricomincia il canto

Te voglio bene assaje

Ma tanto tanto bene sai

È una catena ormai

Che scioglie il sangue dint' 'e 'vvene sai”

Saqué unas monedas de mi bolsillo y Sofía corrió veloz hacia aquel doble de Pavarotti para dejarlas caer sobre un paño sucio que amortiguó el tintineo de las escasas monedas recolectadas. El mendigo le brindó una sonrisa y le acarició el cabello en un gesto cariñoso de agradecimiento.

- Vamos Sofi, que llegamos tarde.

Volvió dando saltos y se agarró de mi mano.

- Papá, ¿soy bonita?

- Claro que sí, Sofi. Eres la niña más hermosa del mundo.

- ¿Más que mamá?

Su pregunta me tomó por sorpresa

- Tan hermosa como mamá. Las dos son preciosas.

- Ya. Eso mismo me dijo el señor que cantaba.

Me detuve de inmediato y me giré justo a tiempo para ver cómo el corpulento tenor recogía sus objetos, y al cruzar nuestras miradas me dedicó una reverencia y una amplia sonrisa.

No podía imaginar cómo alguien así podía conocer a mi esposa. No existían dos mundos más distantes, dos niveles sociales más opuestos, dos físicos más contrarios... La llegada a la entrada de La Vaguada, con el consiguiente júbilo de los niños, me sacó de mis reflexiones y me devolvió a la cruda realidad: combo de palomitas, refresco y película infantil.

Un ronquido apagado coincidió con los créditos en la pantalla y la iluminación de la sala. Al salir, los niños se percataron de una sesión de cuentacuentos que estaba a punto de comenzar, y me pareció una buena idea dejarlos entretenidos mientras iba en busca de Thelma y Louise, así que después de indicarles que se quedaran allí sin moverse y esperaran a que regresáramos, los dejé absortos en las narraciones de una mujer mayor que expresaba con abundancia de gestos y un lenguajecorporal exagerado capturaba la atención de todos los pequeños que la observaban sin perderse detalle.

Tomé mi celular, que había puesto en silencio durante la película, y vi que tenía una llamada perdida de Ana. Marcando su número, una larga serie de tonos terminó abruptamente con la llamada colgada. Intenté nuevamente con el mismo resultado, así que me dirigí a Taruffi por si ya me esperaban en la cafetería. Con sorpresa, descubrí que no estaban allí, por lo que comencé a pasear por las tiendas de moda, a pesar de saber que encontrarlas no sería fácil.

Después de recorrer todas las plantas y más tiendas de lo que pensaba posible en el rubro textil, cuando estaba a punto de rendirme y regresar para escuchar el final de la historia del narrador, pasé frente a varias tiendas de lencería y al llegar a Calzedonia, noté a una pareja de chicos preadolescentes, nerviosos, tratando de disimular algo mientras otro entretenía a la dependienta. Aunque en un principio pensé que intentaban robar algo, y a pesar de no ser un héroe por naturaleza, mi curiosidad me impulsó a seguir a distancia su salida apresurada y ver cómo se refugiaban en los baños.

Inspirado en Mike Hammer, David Addison y Sonny Crockett, y motivado por la débil constitución de los jóvenes ladrones, me encaminé divertido a descubrir su travesura, sospechando que su botín se trataba de unas bragas brasileñas, un tanga de hilo o un sostén de encaje que les serviría de inspiración para sus futuras fantasías. Todo indicaba que mis sospechas eran correctas cuando entré silenciosamente y solo encontré cerrada la puerta del baño exclusivo para discapacitados. Me acerqué lo suficiente para escuchar claramente la acelerada conversación de los adolescentes excitados.

- ¡Dios! ¡Qué gran excitación! Colócalo encima de la taza para que podamos verlo los tres.

Había mencionado "colócalo" y "verlo", lo que reducía las opciones a tanga o sostén. Satisfecho con mis dotes de detective, estaba a punto de interrumpir ese momento cuando las siguientes frases desbarataron todas mis suposiciones y llevaron mi corazón al borde del colapso.

- ¡Dios! ¡Miren! ¡Qué hermoso busto tiene la morena!

- ¡Guau! ¡Qué bella está! Debe estar muy excitada, vean cómo tiene los pezones. Uff.

- ¡Miren! ¡Miren la rubia ahora! ¡Vaya sorpresa! ¡Son lesbianas!

¿Morena? ¿Rubia? Comencé a sentir falta de aire. El último en hablar continuó.

- Miren, miren, ahora la rubia se quita todo. ¡Guau! ¡Tiene la zona íntima depilada!

- Pero casi no tiene busto, amigo, es plana. En cambio, mira la morena. ¡Qué pechosones!

El tercero confirmó su opinión.

- Tiene los senos mucho mejor, ¡y fíjense en su mirada de seductora! Debe tener a los hombres a sus pies.

- ¡Por favor! Pero son lesbianas.

- Quizás sean bisexuales.

- A mí me gustan los pezones rosados de la rubia.

No podía creer que escuchaba esa conversación. ¿Realmente estaban hablando de Ana y María? Mi cuerpo temblaba de nervios y excitación.

- Callen, callen, ahora la morena se quita la prenda inferior.

- ¡Dios! ¡Qué colota! A ver si se inclina.

- ¡Miren! ¡Se da la vuelta!

- Uff ¡Lo sospechaba! ¡Qué zona íntima tan oscura! ¡La deseo!

- ¡Me corro! ¡Me corro! Ahhhh

- ¡Yo también! Ahh. Tóma leche, rubia.

- Uff. Yo se la doy a la morena, chúpasela, ¡toma! Ahh.

Los jóvenes se estaban estimulando al ver a las dos amigas en los probadores. Habría podido encontrarlo comprensible. Hasta gracioso si una de ellas no fuera mi esposa. ¿Pero por qué decían que eran lesbianas? En estado de shock, no pude apartarme de la puerta, pero fui lo suficientemente rápido.

Al momento en que se disponía a asaltar a los tres jóvenes con un tono enérgico y amenazante.

- ¡Policía secreta! ¡Entrega en seguida ese maldito móvil o todos iremos a la comisaría!

Aquellas dos afirmaciones me resultaron tan cómicas que por un instante pensé que estallarían en carcajadas, pero al ver cómo palidecían y cómo el más joven levantaba los brazos entre sollozos, supe que había logrado mi objetivo, así que insistí.

- El maldito móvil... ¡ya!

El mayor, con los ojos desorbitados y las manos temblorosas, sacó su celular y me lo entregó balbuceando.

- Solo era una broma... Íbamos a eliminarlo ahora mismo.

- ¿Son conscientes de que esto es un delito? ¿Saben las consecuencias que pueden sufrir? Vamos a ver qué han grabado. Desbloquéenlo. Y no se atrevan a moverse.

Actué con rapidez. Galería. Videos. Abrí el último. Todo encajaba. Cuatro minutos y cincuenta y tres segundos de grabación. Reproducir. El corazón a punto de salírseme del pecho, los latidos golpeando mi pecho. Allí estaban, Ana y María, en los probadores, con varios bikinis. Los tres jóvenes debían haber ingresado a la tienda después de ellas, porque el video comenzaba con un plano de Ana con la parte inferior de un bikini rosa y el sostén con el que había llegado. Luego se lo quitaba y lo dejaba junto al resto de su ropa amontonada en un rincón. La escena siguiente me sobresaltó al instante. Ana parecía solicitar a María que le pasara la parte superior del bikini y esta jugaba con ella y se reía. La dejaba caer al suelo y entre risas colocaba sus manos en los imponentes pechos de Ana, apretándolos y levantándolos entre risas de ambas. Los pezones de Ana se veían espectaculares, duros, oscuros, deliciosos. Luego María comenzaba a desvestirse y me sentí sorprendido. Los jóvenes tenían razón. Lucía un pubis cuidadosamente depilado y unos senos pequeños pero delicados, con unos pezones rosados que la hacían parecer aún más joven.

Algo no coincidía. No encajaba. ¿Por qué estaba abierto el probador? Detuve la reproducción. Enfoqué el rostro de María. ¡Vaya! ¡Estaba mirando a la cámara! ¡Sabía que los estaban grabando! Juraría que su rostro mostraba una sonrisa cuando Ana, de espaldas, se desataba el lazo de la parte inferior del bikini rosa y se inclinaba para recogerlo del piso mostrando su trasero en todo su esplendor. Luego se giraba hacia la cámara mirando hacia abajo, pero su rostro desaparecía porque habían hecho un acercamiento a su pubis, llevándolo al primer plano, para luego alejarse y captar una última imagen de las dos amigas desnudas. Fue entonces cuando los tres jóvenes debían haber reaccionado al unísono.

Confundido, mareado, empezaba a flaquear en mi postura, y los tres amigos lo notaban. Debía tomar una decisión de inmediato. No tenía tiempo que perder. Borrar video. Confirmar.

- Toma el móvil y lárguense de aquí, tontos.

Salieron corriendo como si estuvieran siendo perseguidos, pero al salir de los baños uno de ellos se detuvo y asomó la cabeza.

- Que te den, estúpido, no nos has eliminado las fotos del otro móvil.

No pude reaccionar y quedé petrificado en mi lugar. Si en aquel entonces hubiera sospechado las consecuencias que acarrearían esas fotos en el futuro... Me refresqué la cara para despejarme y salí de los baños. Al atravesar la puerta, me topé de frente con Ana y María.

- ¡Hola cariño! ¡Qué sorpresa verte aquí! ¿Y los niños?

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