Tras darme un baño, me recosté en la cama sin ropa, buscando refrescar mi cuerpo por unos momentos.
En ese preciso instante, no había nadie en la habitación que compartíamos tres personas. Era la hora de la siesta y algunos preferían salir a pasear.
Mientras estaba medio dormido, percibí que abrieron la puerta y unos pasos se acercaron a donde me encontraba. Se detuvieron y un suspiro se escuchó de repente.
Permanecí acostado, sin preocuparme si me observaban.
Poco a poco, los pasos se acercaron y sentí cómo alguien posaba sus manos en el colchón. Sentía la mirada y resultaba excitante. Quizás era él, con quien nos habíamos cruzado las miradas en repetidas ocasiones, o tal vez era un desconocido que se había equivocado de habitación. El ambiente de la habitación estaba semioscuro, ya que había bajado las persianas para poder relajarme mejor.
Una mano empezó a acariciar suavemente una de mis piernas, luego la otra hizo lo mismo. Dos manos recorriendo mi piel, no quería mirar, disfrutaba de lo que acontecía.
Noté cómo alguien se subía al colchón y se acercaba a mí. Las manos se desplazaron hasta mi trasero y comenzaron a acariciarlo, apretándolo y soltándolo. Mi pene ya estaba en erección a esa altura y mi trasero ansiaba jugar.
Una lengua comenzó a saborear mi piel, haciendo que mi corazón latiera con más fuerza. La lengua pasó por mis glúteos y se aproximó a mi ano, lo acarició con suavidad y elegancia, probando un poco con la punta antes de continuar.
Después de estimularme y excitarme por completo, la lengua regresó a mi ano y empezó a explorarlo, dilatándolo. Mis gemidos se hicieron más audibles y mi pene estaba completamente erecto.
Lo que pensé que sería una siesta normal se convirtió en algo distinto: un desconocido me hacía sexo oral en mi trasero y dilataba mi ano. Primero introdujo un dedo suavemente, luego otro, preparando así mi trasero. Con el cuerpo boca abajo en la cama, desnudo y entregado a un desconocido, todo se detuvo cuando se apartó de la cama, se adelantó hacia mí y dejó caer sus pantalones. Mis manos sintieron la urgencia de agarrar su pene, que estaba erecto y grande, al verlo.
Me puse de pie y comencé a practicarle sexo oral, abriendo lentamente la boca para introducir su pene, saboreando su gusto intenso y agradable al mismo tiempo. Disfruté cada momento, probando cada detalle mientras mi pene estaba al límite.
Después de esta excitante experiencia, cambió de posición y se dirigió nuevamente a mis piernas. Subió a la cama, me giró, escupió en mi ano, lo estimuló con su lengua con fuerza. Me tumbó y me dijo "Hace tiempo que quería penetrarte, travieso".
Comenzó lentamente a introducir su enorme pene, dilatándome suavemente mientras mis gemidos se asemejaban a los de una persona en celo. El ritmo aumentaba a medida que mi trasero se abría, sintiendo su miembro firme y duro entrar y salir como si fuera dueño de todo.
Me penetró sin descanso hasta que alcancé el clímax y apreté su pene, eyaculando con fuerza y liberando toda la tensión acumulada.
A él no le importó y continuó penetrándome una y otra vez, encendiéndome, mientras mi cuerpo pedía más y más. Aunque el preservativo impedía sentir su piel, la firmeza de su pene era exquisita y nunca antes experimentada.
Cuando percibí que estaba a punto de eyacular, le pedí que lo hiciera en mi rostro. Quería sentir su sabor, su calor en mi boca. Me giré, abrí la boca y recibí su eyaculación, luego disfruté del sabor, tragándolo todo y limpiándolo con mi boca hasta dejarlo impecable.
Mi cuerpo ardía y estaba empapado de excitación. Nos miramos y reímos, luego me volví a dar la vuelta y seguí durmiendo placenteramente.
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