El jardinero y el trasero ardiente de Ana


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Mi nombre es Ana, resido en una mansión con numerosas habitaciones y desempeño labores para los dueños, una familia adinerada, en el área doméstica. El grupo está conformado por cuatro mujeres: una ama de llaves, una cocinera, el jardinero y el conductor.

Hoy deseo narrar un acontecimiento que quizá cambie mi existencia.

Un estruendoso trueno me despertó. A pesar de que el cielo lucía cargado de nubes oscuras, la claridad de un nuevo día se filtraba por la ventana de mi habitación.

Me estiré bajo las cobijas, acompañando el gesto con un bostezo y una sonrisa que se esfumó en el momento en que la realidad invadió mi mente con pensamientos del pasado.

Consulté el reloj. No tardarían en llegar.

Los nervios se apoderaron de mi estómago y busqué aire respirando por la boca.

"Tranquilízate", me repetí a mí misma.

Me recosté de lado y de forma distraída introduje mi mano bajo el pantalón del pijama para rascar mis glúteos.

Logré calmarme un poco, al menos conseguí respirar por la nariz y exhalar...

Bueno, al menos el gas hizo que mi estómago se relajara un poco.

Cinco minutos después, la puerta se abrió y dos compañeras junto con la ama de llaves ingresaron a la habitación con gesto serio.

La ama de llaves llevaba consigo una vara.

Mantuve firmemente agarrada la sábana e instintivamente contraí los glúteos.

- Ana, acuéstate boca abajo - dijo la mujer.

Obedecí, no tenía otra opción.

Una de las chicas se sentó cerca de mi cabeza y me sujetó por los hombros. La otra compañera me bajó el pantalón del pijama y las bragas dejando al descubierto mi trasero. Luego se sentó en mis pies y sujetó mis tobillos.

- ¿Preparada? - preguntó la mujer que dirigía la situación.

Respondí en un susurro afirmativo y la vara descendió sobre mis glúteos dejando una marca roja.

Minutos más tarde, tras veinte azotes, las mujeres abandonaron la habitación dejándome con el trasero enrojecido y dolorido.

Lloré, porque escocía. Lloré, por la humillación.

Escuché un ruido y al mirar hacia la puerta noté que no estaba cerrada.

- ¿Quién anda ahí? - pregunté recuperando el habla.

No hubo respuesta, sin embargo, mis instintos me indicaban que...

- Por favor, ¿quién anda ahí...? - repetí al borde de las lágrimas nuevamente.

- Soy yo... - dijo una voz masculina.

Me sonrojé de vergüenza. Aunque molesta, quise confrontar al intruso. Me acosté de lado ignorando la sensación de ardor en mis nalgas y me cubrí con la sábana.

- Entra, no te acobardes.

Un joven vestido con camisa blanca y tirantes apareció.

- ¡Ricardo! - exclamé reconociendo al jardinero.

En un principio, el joven no emitió sonido alguno.

Después, intentó explicarse.

- Vi que se dirigían por el pasillo a castigar a alguien... y... bueno, al darme cuenta de que eras tú... me enojé y estaba a punto de intervenir... pero... pero soy un cobarde y tú, tú eres valiente y bella y...

- ¿bella? - cuestioné.

- Sí... y... bueno, eso debe doler...

- Sí, un poco. - admití.

El silencio incómodo se prolongó por un lapso de tiempo indeterminado.

- Bueno... yo... ¿quieres que te... alivie tus nalgas?

El comentario me tomó por sorpresa y me llenó de vergüenza, no obstante, me coloqué boca abajo y expresé.

- Sí, por favor.

Cuando Ricardo descubrió mi trasero, una mezcla de nervios y emoción recorrió mi cuerpo.

Luego, sentí sus dedos cubiertos de crema fresca masajeando mis adoloridas posaderas y suspiré.

- Listo. - mencionó al concluir, cubriendo mi desnudez con la sábana

Le observé mientras se retiraba y...

- Gracias.

- De nada.

Presencié su partida y... -

Espera.

- Claro. - contestó él.

- Bueno... te... te importaría darme un beso.

Ricardo regresó a mi lado y acarició mi cabello mientras me miraba, sin pronunciar palabras.

"Probablemente esté expresando su negativa de forma cortés" pensé.

De pronto, tomó mi rostro entre sus manos y acercándose a mí, me besó en los labios con anhelo, con dulzura, con fervor.

Su boca tenía un sabor exquisito.

Me puse de pie ignorando el dolor en mi trasero y rodeé su cuello con mis brazos.

Una mueca reveló la molestia en mi parte trasera.

- ¿Estás bien? - me preguntó, siendo consciente de mis emociones.

Ese gesto de preocupación terminó de convencerme.

Me levanté de la cama y me deshice de la parte de arriba del pijama y el sujetador.

- Por favor, cierra la puerta y quítate la ropa. - le indiqué.

Él me obedeció en todo.

- Acuéstate en la cama.

El joven se recostó boca arriba en la cama, con su miembro viril erecto. Yo me instalé encima de él, con mis pechos sobre su pecho, mis labios junto a los suyos.

Le besé con intensidad.

Abrimos la boca, exploramos con nuestras lenguas y nos rozamos mutuamente.

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