La esposa de mi suegra (parte 3)


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Al día siguiente me fui al trabajo antes de que Estrella se despertara. Pasé todo el día preocupado, imaginando que mi esposa, la traidora, arruinaría la armonía que había logrado con su madre.

Al volver a casa, vi a mi suegra como de costumbre: fresca, maquillada y vestida de forma llamativa. Llevaba una minifalda blanca, tacones altos y un top rosado que apenas sostenía sus senos. Me recibió con cariño, me besó en la boca, como siempre.

Estrella estaba en la sala viendo la televisión. Lucía mucho mejor, relajada, aseada y peinada. Mi suegra me llevó de la mano al comedor, donde me ofreció comida y bebida. Apenas hablamos, pero pude notar en sus gestos y miradas que todo seguía igual.

Ese día algo cambió, era evidente que mi suegra había puesto a Estrella en su lugar.

Después de cenar, nos sentamos en la sala y mi suegra miró con desprecio a su hija. "Siéntate allí", le dijo señalando el sofá. Nos acomodamos como de costumbre frente al televisor. Solíamos descansar viendo las noticias. Durante esa media hora, doña Marcela me trató como siempre: se acercó, acarició mi cabello y masajeó mis hombros suavemente. Estrella nos observaba de reojo, incrédula y temerosa.

Cuando la calma me invadió, sentí el calor de esa mujer deliciosa acariciándome y no pude resistirme a besarla intensamente. Mi suegra corresponde a mi pasión y terminó subiéndose sobre mí mientras nos besábamos apasionadamente. Estrella observaba con asombro, sin decir palabra. "Papi, estás muy excitado. Te haré sentir más cómodo", murmuró ella.

Sentí un rubor leve al mirar a Estrella. La situación era algo extraña: mi suegra me desabrochaba los pantalones mientras su propia hija nos observaba. Cerré los ojos y recordé el dolor que me había causado, perdiendo toda vergüenza. "Qué bien lo haces, suegra", le dije mientras ella disfrutaba de mi miembro erecto.

Luego, me levanté, tomé a doña Marcela y la puse de rodillas en el sofá. Le subí la falda y descubrí que no llevaba ropa interior. Besé sus nalgas y me adentré entre ellas, lamiendo sus secreciones. Su entrepierna estaba húmeda, así que la poseí profundamente.

Mi esposa observaba con expresión inexpresiva. Se acurrucó en el sofá, pero permaneció en silencio. Asegurándome de que pudiera ver cómo penetraba una y otra vez la vagina de su madre, continúe hasta sentir sus espasmos y gemidos de placer alcanzando el orgasmo.

Un momento después, mi suegra se tumbó boca arriba en la alfombra y abrió las piernas para que continuara. Después de una ronda de caricias y juegos en sus senos, la penetré nuevamente.

El sofá donde estaba sentada mi esposa estaba a escasos centímetros de nosotros.

Disfruté de la compañía y la pasión con mi seductora suegra mientras su propia hija nos observaba. Experimenté un placer mayor al derramar mi simiente en su cálido vientre. No solo liberé mi deseo en ella, sino también mi rabia y frustración hacia su hija, la traidora.

El fin de semana fue aún más intenso. Por alguna razón, el hecho de que mi esposa estuviera presente incrementaba nuestro deseo sexual a niveles extraordinarios.

En todo momento estaba listo y ansioso por entregarme a mi amante voluptuosa y querida.

suegra, estaba siempre dispuesta a satisfacerme. Si en algún momento perdía interés sexual por cansancio, ella se encargaba de excitarme una vez más. Regularmente teníamos relaciones con pasión en diferentes lugares, como la sala, el comedor, los dormitorios, e incluso en la ducha, sin preocuparnos por la cercanía de Estrella, su presencia parecía en vez de detenernos, encendernos.

Para el domingo por la noche, noté que mientras tenía relaciones íntimas con mi fogosa suegra, su hija observaba con interés y se estimulaba discretamente en el sofá. Parecía que ella comenzaba a aceptar la situación y a disfrutarla.

Mi trato con ella seguía siendo distante, solo interactuaba lo necesario. Mi suegra la tenía advertida y ella se mostraba sumisa y dócil.

En la noche del lunes, mientras estábamos en la cama, conversé con mi suegra. –Querida, agradezco mucho cómo has manejado la situación con Estrella. Temía que pudiera arruinar nuestra relación, pero veo que lo has manejado muy bien. –Papi, amor mío, nunca permitiría que esa ingrata te lastimara otra vez –me dijo doña Marcela mientras acariciaba mi pecho. –Incluso creo que las cosas han mejorado. Ahora me siento más atraída por ti y tú te has vuelto más desinhibida y atrevida. –Tienes razón, mi amor –confirmó ella –dime amor mío, ¿te excita hacer el amor conmigo delante de tu esposa?

Tuve que admitirlo –Sí, me excita mucho estar juntos delante de ella. Es el doble de placentero.

Mi suegra sonrió con picardía mientras acariciaba mi miembro por instinto. –Dime otra cosa papi, ¿te gustaría tener relaciones íntimas con Estrella? Sabes que tienes derecho, es tu legítima esposa delante de Dios. Y sabes que yo no me opondría. –¡Qué pensamiento tan repulsivo! –respondí solo imaginándolo. Había perdido completamente el deseo por mi esposa. –No tengo la menor intención de estar con ella. Me excita estar contigo delante de ella por la emoción de exhibirnos, y porque pensé que de alguna manera la lastimaba, que me vengaba de alguna manera. Pero parece que ahora le agrada vernos. –Es verdad papi, esa zorra se masturba al vernos. Lo he notado.

Al día siguiente, al regresar, me sorprendió ver un cambio en Estrella. Vestía un bonito vestido y tacones, algo que nunca había hecho durante nuestro matrimonio. Se veía muy atractiva. Además, había vuelto a teñirse el cabello de oscuro y se había maquillado.

No entendí del todo la situación, pero durante la cena, mi suegra lo explicó –Llevé a Estrella de compras. Le dije que a ti no te gustaba verla desaliñada y que si quería seguir observando lo que hacíamos, tenía que vestirse mejor, ya que te desanimaba verla de otra forma. –y me guiñó un ojo –además le compré un buen juguete, para que se entretenga como es debido.

Después de la cena, mientras descansaba con mi amante en el sofá, Estrella recogió y lavó los platos. Al terminar, regresó a la sala en silencio, con su nuevo juguete en las manos. Se sentó en el sillón y nos miró sumisa y expectante.

Apagué el televisor y empecé a excitar a mi suegra. Le acariciaba los senos mientras ella acariciaba mi miembro a través del pantalón. Nos besamos apasionadamente, con besos llenos de deseo y saliva. Las babas nos cubrían el mentón y las mejillas. Mi suegra era experta usando su boca, ya fuera para besar, succionar o hablar en términos atrevidos.

Cuando la erección se volvió incomoda, desnudé a mi suegra en medio de la sala y me desnudé yo. Ella se arrodilló de inmediato y empezó a practicarme sexo oral. Desde mi posición podía ver a mi esposa acariciando su nuevo juguete y levantándose el vestido. Se quitó las bragas rápidamente y descubrí que se había depilado. Su zona íntima se veía suave y brillante, muy distinta a la de su madre. Se introdujo el juguete en la boca para lubricarlo con su saliva y pronto lo llevó a su entrepierna.

Pude presenciar una combinación de

Se notaba una mezcla de excitación y bochorno en su rostro, sin embargo, continuó complaciéndose con su nuevo juguete sexual mientras observaba la felación que le hacía su madre. Sus gemidos eran tenues y disfrutaba cada inserción de su juguete. Era evidente que llevaba tiempo sin tener relaciones sexuales.

Tomé a doña Marcela, la alcé y la coloqué de espaldas. La obligué a inclinarse de manera que pudiera apoyar las manos en el respaldo del sillón de Estrella. En esta posición, pude penetrarla mientras seguía observando cómo usaba el consolador. Embestí a mi suegra con fuerza y profundidad, haciéndola gritar en cada embestida. Prácticamente expresaba su placer frente a su hija.

Poco después, Estrella alcanzó un orgasmo que la sacudió de pies a cabeza. Cayó jadeando en el sillón, cubierta de un leve sudor. Retiré mi miembro de la vagina de mi amante para que Estrella lo viera por completo, imbuido en los fluidos de la madre de la joven.

Mi suegra se arrodilló nuevamente y acarició mi miembro con destreza mientras me miraba a los ojos. "Dame tu semen, papi. Espárcelo en mi rostro, amor", me incitaba mientras alternaba besos y lamidas en mi pene con hábiles caricias.

Exploté en su ansioso rostro y tres potentes chorros cubrieron su nariz, boca y mejilla con mi viscosa eyaculación. Había estado guardando todo el día para ella y ahora escurría por su barbilla. Ella se giró y miró a Estrella directamente a los ojos. Sacó su juguetona lengua y se lamió los labios saboreando mi semen mientras su hija observaba en silencio, incrédula.

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