Pigmalión para Marisa (tercera entrega): Etapa secundaria


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“Pigmalión para Marisa (parte dos): Primer curso"

En los próximos tres meses, mantuve encuentros con ella una o dos veces por semana, incluso pasamos un fin de semana en un acogedor hotel campestre. Realmente, Marisa había progresado enormemente, especialmente en técnicas, pero, sobre todo, en su actitud: su resistencia ante la idea del sexo había quedado atrás y ahora mostraba una sexualidad más intensa. Afortunadamente, conservaba su elegancia y no se comportaba de forma imprudente en público, algo que temí al principio pero que resultó infundado. Además, había mejorado discretamente su aspecto personal y ya no parecía una anciana, sino que lucía radiante, una vez aceptadas sus imperfecciones.

Fue todo un desafío introducirla al sexo oral; creo que, de forma inconsciente, aún le afectaba el mal recuerdo de experiencias pasadas y rechazaba la idea de practicarlo. Al principio, tuve que motivarla haciéndole sexo oral a ella para que experimentara el placer de recibir caricias en esa zona y comprendiera la excitación tanto de quien las recibe como de quien las da. Cada paso fue un desafío: al principio apenas rozaba el glande como quien acaricia a un niño; luego logré que utilizara la lengua para lamerlo; después, que lo succionara como si fuera un caramelo; finalmente, que lo introdujera en su boca (aunque debí recordarle constantemente que evitara usar los dientes y abriera la boca lo suficiente para adaptarse al tamaño del pene).

Posteriormente, abordamos la cuestión de aceptar la eyaculación en la boca. Este desafío tuvo dos problemas: el primero, obviamente, su repulsión inicial hacia la idea; el segundo, más complicado, fue mi dificultad para llegar al orgasmo con sexo oral, algo que excitaba mucho pero rara vez me hacía alcanzar ese punto, incluso con mujeres experimentadas, algo muy lejano a las habilidades de Marisa. Para compensar esta falta de "materia prima", tuve que recurrir a la masturbación, a veces mutua (lo cual también requirió paciencia, ya que era inexperta en este ámbito).

De a poco, fui introduciéndola en diversas técnicas. En una ocasión sugerí contratar a una profesional para que le enseñara aspectos que yo no podía transmitirle, pero Marisa se negó rotundamente: no quería involucrar a una tercera persona en su intimidad, aunque fuera en un contexto controlado. Supongo que sus prejuicios seguían presentes. Aun así, estábamos progresando satisfactoriamente.

Quedaba un desafío pendiente, entre muchos otros, pero uno de los más comunes: explorar el sexo anal. Pensé que al plantearlo podría generar rechazo, sin embargo, para mi sorpresa, Marisa estuvo receptiva desde el principio. Le enseñé ejercicios, preparé su entrada con delicadeza y finalmente iniciamos la penetración anal de forma gradual, empezando por poco más que la punta del pene. Para mi asombro, le gustó. No es algo universal: algunas mujeres disfrutan de esta práctica, mientras que a otras les resulta desagradable y solo acceden por complacer a sus parejas. En el caso de las que disfrutan, suele ser estimulante e incluso pueden alcanzar el orgasmo más rápidamente a través de la penetración vaginal o el sexo oral. A Marisa le interesó explorar esta área, algo que no esperaba. Además, aceptó aprender a estimular internamente a su pareja introduciendo un dedo en su ano y estimulando la próstata.

De esta forma, llegó un momento en el que estar con ella se transformó

orgánico, al igual que cualquier otro, ya no me reconocía como el "profesor" sino simplemente como el amante, y la pasábamos muy bien juntos. Estaba a punto de finalizar mis "servicios" cuando me sorprendió con una propuesta inesperada (casi sorprendente para mí).

Resulta que la vecina del lado opuesto del pasillo, le preguntó un día quién era yo, ya que me veía con frecuencia. Ella le respondió con un comentario común, pero la otra persona no se dejó engañar:

– No intentes engañarme: te he visto besándote y estabas desnudo. Olvidaste cerrar la ventana del patio interior.

Así que resulta que la vecina y su esposo eran simpatizantes del intercambio de parejas y, casualmente, a ella le había interesado yo y su marido le había comentado varias veces que le encantaría tener relaciones con Marisa. La oportunidad estaba a la vuelta de la esquina.

Yo ya veía venir lo que se avecinaba y, antes de que me lo planteara, me negué rotundamente. La situación con Marisa se había salido de control y yo no estaba dispuesto a continuar. Es cierto que, después de su cambio, tener intimidad con Marisa se había vuelto agradable para mí, pero era momento de poner punto final. Y así se lo hice saber.

– Mira, no. Si te interesa el esposo de esa mujer, me parece perfecto que tengas relaciones con él; además, creo que ya estás lista para explorar otras opciones y te conviene. Sin embargo, yo me detengo aquí. Podemos seguir viéndonos de vez en cuando y disfrutar juntos, aunque ya no será tan frecuente, pero me agrada estar contigo y no me importa seguir así en el futuro. Pero no más juegos. No de esa manera, al menos...

– Pero ellos solo están dispuestos a tener relaciones con otros si es mutuo, si ambos están de acuerdo.

– Pues que busquen a otras personas.

– Cariño, escúchame... Será la última vez que te lo pida: luego de esto, no habrá más solicitudes. Pero piensa que aún me da algo de temor estar con otro hombre. Sé que dices que estoy lista, pero tengo miedo. Si lo hago con ese hombre, que, por cierto, no está nada mal ¿eh?, sabiendo que tú estás cerca, podré disfrutar de la experiencia sin preocupaciones, sabiendo que estás presente. Ella es atractiva, un poco más joven que yo, debe tener justo cincuenta años o a punto de cumplirlos y creo que te gustará. Podemos quedar una tarde, cambiar de vivienda y ya está. Por tu parte, hazte el despistado.

Cedí, por supuesto. Siempre termino cediendo ante la mujer que está a mi lado en la cama. Las mujeres desnudas y dispuestas a tener relaciones conmigo son mi debilidad, así que, en fin, Marisa invitó a la vecina y a su esposo a tomar café tres días después.

La verdad es que la pareja de vecinos me sorprendió gratamente. Al ver el entorno social de la vecindad, temía encontrarme con una ama de casa desaliñada y un bruto con un palillo en la boca, pero resultaron ser un matrimonio bastante agradable, vestidos sencillamente pero bien arreglados, limpios, sin fragancias estridentes y, al escucharles hablar, parecía que tenían cierta educación, al menos a nivel secundario. Él trabajaba como gerente de área en una empresa de transportes y ella como dependienta en una perfumería. Así que, empezamos con buen pie.

Él se acomodó en el sofá junto a Marisa, la vecina, Marta, en el único sillón de la sala y yo me senté en el brazo del sillón. Por ahora, estábamos dispuestos para lo que viniera. Marta, efectivamente, tenía alrededor de cincuenta años, bien llevados y una figura bastante envidiable, tanto que muchas mujeres de cuarenta, e incluso algunas de treinta, podrían envidiar. Con curvas en las caderas, pecho y trasero, pero sin llegar al exceso de peso. Tenía unas piernas bonitas y muslos muy atractivos. Y lo más importante: tenía un gran sentido del humor, su tono de voz y sus palabras transmitían cordialidad y alegría. En fin, no parecía que estar con ella fuera a ser una tarea ardua. Por otro lado, él, Miguel, iba a juego con ella: alto, no delgado -incluso con algo de barriga-,

Más peludo que yo -que ya es ser peludo- y con una espesa cabellera bien peinada en la cabeza, con esas canas en las sienes que hacen atractivos a los hombres maduros. No parecía un rudo y no estaba mal para que Marisa «tomara la iniciativa».

Estuvimos conversando un rato, enfocándonos en su pasión por el revoltillo y nos explicaron curiosidades: por ejemplo, que era necesario tener mucho cuidado con los bares o clubes de esa especialidad, que estaban repletos de meretrices y que los novatos cedían a sus parejas -las reales- a un sujeto que había pagado a una prostituta... o que se la había cedido la propia administración del establecimiento para mantener la actividad en alza. Nos mencionaron dos o tres recursos en Internet para ejercer esa actividad de manera segura y, bueno, aunque no es mi estilo, intenté recordar uno o dos... por si acaso.

En un momento dado, Miguel empezó a acariciar a Marisa en los muslos y yo miré a Marta, quien me guiñó un ojo colocando una mano en mi rodilla. Tomé su otra mano y la besé. No voy a jactarme ahora de mi vasta experiencia: la verdad es que me avergonzaba demostrar afecto a una dama frente a su esposo. Pero bueno, cuando se está en el juego, hay que jugar, así que me incliné y la besé en los labios tímidamente. Ella respondió a mi beso, pero al momento se puso de pie y dijo:

–Bueno chicos, aquí se quedan. Este jovencito y yo nos retiramos a la casa a debatir sobre mecánica cuántica. Quienes terminen primero, que avisen...

Antes de irme lancé una mirada a Marisa, quien parecía disfrutar mientras Miguel manoseaba debajo de su falda.

La vivienda de Marta y Miguel estaba decorada con mucho más estilo que la de Marisa. Los muebles eran bastante modernos, de tipo práctico, y la decoración era minimalista. Habían transformado un dormitorio en una amplia cocina, donde tenían el comedor y así este quedaba únicamente como sala de estar. Pero al tratar de imaginar cómo era la sala de estar -estaba en penumbra- vi que Marta me rodeaba con sus brazos y me besaba apasionadamente, con delicadeza. Despedía un perfume muy ligero y fresco, como de esencia de limón o quizás lavanda, o ambas, y sentí en mi pecho sus pechos vigorosos.

–Espera -me dijo- pondré algo de música. -Se dirigió al reproductor, manipuló un dial por unos segundos y luego, sonó, muy suavemente, música de bossa-nova; incluso me pareció reconocer el saxofón de Stan Getz.

Marta se aferró a mí y empezó a bailar, muy lentamente con sus brazos alrededor de mi cuello. Volvimos a besarnos mientras la abrazaba por la cintura, pero lentamente fui deslizando una mano hasta acariciar su trasero. Ella se acercó más a mí y entonces deslicé mi mano por debajo de su falda y la introduje por debajo de sus bragas. Tenía un trasero carnoso de piel muy suave. Ella lo movió un poco -provocando, de paso, un buen movimiento en mi bragueta- y comenzó a darme pequeños mordisquitos en el cuello. Sí, me estaba excitando sintiendo su cálido aliento detrás de mis orejas. Y valía la pena.

No sin cierta dificultad, que –creo- supe ocultar bien, logré desabrocharle la falda y se la dejé caer, quedando solo en bragas y blusa. Lucía impresionante. Sin dejar de besarla, desabroché su blusa y surgieron de ella, sin sujetador, unos pechos preciosos como nunca antes había visto: proporcionados, suaves, firmes... y naturales, algo bastante raro en una mujer madura. Evidentemente, Marta se había cuidado y seguía cuidándose mucho. Acaricié esas maravillas sin alejarme de ella y la intensidad de nuestros besos aumentó. Luego fue ella quién desabrochó mi camisa y me la quitó; se separó un momento para contemplar mi torso y luego se acercó a él. Seguimos bailando así por unos pocos minutos y luego me guió hacia un sofá espacioso, casi como una cama individual, que seguramente se convertiría en una vez activados los mecanismos correspondientes.

Me encontraba recostado, en una posición intermedia entre sentado y estirado, mientras ella se recostó a mi lado. Continuamos besándonos, y ella comenzó a acariciar mi paquete (que, sin duda, ya se encontraba en plena forma). Decidí ser diligente y no hacerla cargar con la incómoda tarea de desabrocharme los pantalones, así que me los quité de un salto después de desabrocharlos; previamente ya me había quitado los náuticos, uno con la puntera del otro.

Por su parte, ella desabrochó sus zapatos de tacón, dejando sus pechos al descubierto. Eran realmente hermosos, nunca antes había visto algo similar en persona, solo en esculturas griegas o en revistas de modelos, aunque en estos últimos casos se percibía demasiado la influencia de la cirugía estética y el retoque fotográfico. Al reincorporarse, dudé si tocarlos; me resultaba complicado tocar tanta belleza (¿cómo era posible -me preguntaba de nuevo- que una mujer de cincuenta años tuviera unos pechos así sin pasar por el quirófano?), pero ella pareció notarlo y los acercó a mi rostro, dejándolos a escasos centímetros. La invitación era evidente, así que no dudé más: con mi mano derecha acaricié su pecho izquierdo y con mi pulgar jugueteé con su pezón.

Mientras tanto, con la otra mano recorrí su derrière por debajo de sus braguitas, mostrando buen gusto al no llevar tanga, una prenda que considero de mal gusto, y recorrí con mis dedos su intimidad a lo largo de toda su entrepierna, deteniéndome por unos segundos en la zona anal antes de continuar hacia la parte inferior de su vagina. Ella emitió un suave suspiro de forma elegante, para luego quitarse las braguitas y explorar en el interior de mis calzoncillos, encontrando rápidamente lo que buscaba y despojándome también de mi prenda. Ambos quedamos completamente desnudos, y aprecié en ella una zona íntima también hermosamente depilada.

Marta empezó a jugar suavemente con mi miembro, con un ritmo pausado y delicado, sin prisas, sin buscar un orgasmo repentino, simplemente disfrutando el momento. En un instante, dejó de acariciarme y, colocando mi pene frente a mi rostro, montó su zona íntima sobre mis testículos y comenzó a moverse de forma rítmica. Luego, se inclinó para practicarme sexo oral de forma exquisita. Sin embargo, fue algo breve: con un movimiento ágil, introdujo mi pene en su vagina -suave, cálida y acogedora- y comenzó a cabalgar con tranquilidad. Poco a poco inclinó su cuerpo para continuar moviéndose sobre mi miembro y alcanzar a besarme en la boca, en los pezones, en el cuello... Sus manos acariciaban mi pecho velludo como si fuera una almohada, y yo hacía grandes esfuerzos por contenerme, sobre todo cuando empezó a gemir con más frecuencia e intensidad hasta que, para mi sorpresa, lanzó un grito que probablemente se pudo escuchar hasta en el altillo, momento en el cual ya no pude contenerme y eyaculé dentro de ella.

Permanecimos un buen rato ambos acostados, respirando profundamente. Luego, se levantó y fue a un cajón del mueble para sacar algunas cosas, las cuales vi al regresar al sofá: dos consoladores y un bote de lubricante.

Ahora, jovencito, vas a hacer exactamente lo que te diga. No te preocupes, descubrirás lo que te gusta. Lubricó uno de los dildos con abundante lubricante.

- Levanta tu trasero -me ordenó. Y así lo hice, por supuesto.

Utilizó dos dedos con la substancia, los introdujo en mi ano y comenzó a estimularme la próstata. Hasta ese punto, todo marchaba bien. Algunas mujeres con las que había estado antes me habían practicado esto y era muy placentero; de hecho, me excitaba enormemente. No obstante, cuando ya estaba bastante excitado, retiró los dedos y me dijo:

–Ahora relájate, sobre todo no te pongas tenso. ¿Te han penetrado por atrás alguna vez?

–En el sentido convencional, no.

–Pero tú sí has penetrado por atrás, ¿verdad?

–Sí, bueno…

–Entonces sabes que no hay problema si se hace correctamente. Así que relájate.

Y observarás lo que te va a encantar. En realidad, se te va a poner el pene como un cohete, por más que hayas eyaculado hace diez minutos. Entonces, cuando ya lo tengas bien erecto, yo introduciré el otro dispositivo en mi vagina y tú, aguantando el tuyo, me penetrarás profundamente por el ano. Verás: o saldremos tan contentos o iremos a urgencias con infarto por el orgasmo.

Dicho y cumplido, ella introdujo, muy lentamente, el dispositivo por mi trasero. Lo hizo de manera excelente, no sentí dolor: para mí fue una sensación extraña, pero placentera. Y fue volviéndose más placentera a medida que pasaban los minutos. Sin embargo, prácticamente bastó uno para que mi miembro se pusiera como un globo. En ese momento ella activó la vibración y alcancé el éxtasis. Al mismo tiempo, ella se introdujo el otro consolador por la vagina, accionó su dispositivo y con voz ansiosa me ordenó imperiosamente:

–¡Ahora! Penétrame por el culo ahora. Pero, sobre todo, no retires el dispositivo de tu ano, déjalo ahí.

La obedecí. Tomé mi pene, que nunca había visto tan duro, y se lo introduje -lentamente y con suavidad, eso sí- en el ano. Hasta el fondo. Casi diría que me faltaba longitud para llegar al final de su trasero; no tengo un pene pequeño, pero tampoco descomunal, así que, pensando que encontraría un límite, comencé a empujar para intentar llegar hasta el final… de algo que no sabría identificar. El caso es que seguí empujando -porque mi propio cuerpo me lo exigía- cada vez con más rapidez y, tras… no sé… ¿Un minuto? ¿Cinco? Ella soltó, no un grito, sino un alarido que debió escucharse más allá del tejado, en algún satélite. Eso me llevó no a cien -que ya estaba- sino a mil y también eyaculé, pero tuve un orgasmo tan intenso que creo que lo que derramé en su ano no solo fue semen, sino que debí dejar allí hasta la cera de las orejas.

Nos dejamos caer exhaustos en el sofá, abrazados… Ella retiró su consolador de su vagina y el mío de mi ano (y, fíjate, hasta me quedé un poco como perrito sin dueño). Ella fue la primera en hablar:

–Bien… ¿qué opina el amante de la vecina?

–El amante de la vecina está agotado…

–¿Ya estás derrotado a tu edad? ¡Venga ya! Lo que sucede con la tonta del trasero de la chica de enfrente es que no te da lo suficiente…

Eso me enfureció en extremo.

–Si la chica de enfrente me da mucho o poco, es algo que solo concierne a ella y a mí. Después, cuando tengas relaciones con tu marido, pueden contarse todo lo que deseen acerca de la vecina de enfrente y su amante, pero en lo que respecta a mí, hasta aquí.

–Vale, no te enojes…

–Sí, me enojo. No soy un experto en esto, pero ¿no es parte de la ética "swinger" no hacer comparaciones? Además, no hay necesidad de faltarle el respeto a Marisa. Si te has divertido conmigo, deberías agradecerlo, porque gracias a ella estoy aquí, y no insultarla.

–Sí, tienes razón, me he pasado…

–Bien, está bien. Ve a llamarlos para ver si ya han terminado y cada uno a su lugar.

–Manu, me siento mal por terminar así solo porque no he medido mis palabras. Eres un amante maravilloso y no me gustaría perder contacto contigo. No sé cómo disculparme.

–No te preocupes. Olvídalo.

–Manu…

–¿Les llamamos tú o les llamo yo?

Así terminó todo. Fue una lástima, porque era una mujer excelente en la cama y muy interesante fuera de ella, pero hay cosas que no tolero y esta es una de ellas. No la vi nuevamente. Aunque me perdí seguramente muchas experiencias muy excitantes, no tenía interés en ese mundo. En el mundo de Marisa, para ser claro. Había completado mi tarea con éxito, como le había mencionado a Marisa: mi función de integrarla en una sexualidad habitual había concluido y regresaría a mi entorno.

En el que Marisa desempeñaba un rol, por supuesto: continuó saliendo con la pandilla -incluso con una cierta frecuencia adicional-, nos seguíamos viendo de vez en cuando, pero como una pareja ordinaria de amigos que, además, comparten momentos íntimos de vez en cuando, y listo.

Ella, según me contó, antes de que la dejara -no más rumores- había disfrutado con Miguel, un individuo, aparentemente, muy agradable y competente. Le gustaría tener encuentros sexuales más frecuentes con él, pero él siempre se mantuvo fiel al código matrimonial de "o ambos o ninguno", entonces, una vez que me retiré de la escena, a Marisa no le resultaba sencillo -por el momento- encontrar a un caballero que, además de tener relaciones íntimas con ella, estuviera dispuesto a participar en intercambios de parejas. Podríamos decir que resultaba más complicado lo primero que lo segundo, aunque también es válido mencionar que, al final, Marisa siempre lograría conseguir a alguien para satisfacer sus necesidades...

_______________

Yo continué viéndome con Alicia, de forma ocasional, en teoría, pero cada vez más frecuente. Seguíamos siendo "amigos con beneficios" y manteníamos nuestra libertad individual: incluso dentro del grupo, solíamos realizar sorteos de llaves -colocábamos todas las llaves de los caballeros en una gorra, y cada dama sacaba una, correspondiente al caballero con el que pasaría la noche-, algo que, dicho sea de paso, le entusiasmaba a Marisa cuando nos acompañaba. Y solía emocionar también al afortunado que le tocaba estar con ella esa noche. Está claro que tengo habilidades innatas. Pero también estaba claro que Alicia y yo estábamos unidos por mucho más que una amistad en crecimiento y una creciente afinidad en la intimidad.

¿Cómo terminará esto? No lo sé. Quizá algún día lo descubramos. Y tal vez sea a través de aquí.

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