Fanática del cerrajero (parte 4)


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Al día siguiente había quedado en encontrarme con una conocida para tomar un café, ya que tenía tiempo sin comunicarme con ella. Aunque deseaba mucho contarle lo que estaba viviendo, sabía que sonaría descabellado. ¿Cómo explicarle que yo, una joven recién casada con el hombre de mis sueños, estaba siendo utilizada por un par de hombres mayores y poco atractivos? Aún más, disfrutaba como nunca siendo intimada por esos hombres y solo esperaba la oportunidad para repetir la experiencia.

Tan solo recordar lo sucedido con don Lucas y con don Jaime me excitaba de tal manera que mi zona íntima se humedecía. En varias ocasiones, me acaricié recordando esos encuentros, pero no era lo mismo...

El lugar de reunión para el café era un centro comercial de la ciudad. Sin dudarlo, me vestí con un conjunto de lencería blanca de encaje, una falda blanca hasta la mitad del muslo, una blusa corta de color rosa claro que resaltaba mis pechos y unas sandalias de tacón alto. Era consciente de que mi atuendo era un tanto provocativo, ya que las sandalias hacían que resaltara mi trasero y la blusa dejaba ver claramente el tamaño de mis senos, pero al dirigirme a un centro comercial, no me parecía inadecuado.

Al salir del departamento para tomar un taxi, noté que don Lucas se encontraba con otros hombres mayores en su establecimiento. Al verme, los tres me silbaron y dijeron algunas obscenidades que no alcancé a oír, ya que estaba a punto de subir al taxi. Durante el trayecto al centro comercial, noté que el conductor, un joven casi de mi edad, miraba disimuladamente mis pechos por el retrovisor. A pesar de ello, decidí ignorarlo, sintiéndolo casi molestoso.

En el café, estuve un buen rato charlando con mi amiga sobre temas cotidianos, nada fuera de lo común. Ella también era atractiva y notamos que muchos hombres de todas las edades nos miraban de más. Aunque nos causaba gracia, no le dimos mayor importancia y continuamos hablando de asuntos comunes. A pesar de tener la tentación de contarle mi situación con esos hombres mayores, me contuve, creyendo que no era un tema apropiado para compartir.

Cuando llegó la hora de regresar a casa, nos despedimos en la entrada del centro comercial. Mientras me dirigía al paradero de taxis, escuché a un par de jóvenes que pasaban junto a mí, uno de ellos dijo al otro:

"Mira qué mujer más provocativa, me encantaría tenerla a mi merced" mientras su amigo se limitó a reír. Este comentario, proveniente de un chico joven, me excitó de cierta manera. Al abordar el taxi para regresar a casa, el conductor, un hombre de unos 60 a 65 años con gesto adusto, ajustó su retrovisor para mirarme mejor.

"Buenas tardes preciosa, ¿a dónde le gustaría ir?" - al pronunciar esas palabras, me sostuvo la mirada fijamente, lo cual me hizo sentir un poco inquieta. Dudando, le di la dirección de mi hogar.

A lo largo del trayecto, intercambiamos algunas palabras. El conductor no era muy hábil para entablar conversación y yo me sentía algo incómoda por la presencia de un hombre mayor con gesto adusto y una mirada penetrante. En cada semáforo en rojo, me observaba fijamente, con un descaro excesivo. Su descaro era tal que me dejaba entre asustada y excitada.

El trayecto se hizo pesado pero rápido. Por alguna razón, de manera inconsciente

Le pedí al conductor que me dejara faltando un poco más de una cuadra, aboné el trayecto y al recibir el cambio, cuando lo tomaba, él agarró mi mano con fuerza, casi lastimándome, y me dijo: "Que tengas un bonito día, guapa. Hoy pensaré en tus senos al encerrarme".

Me solté de sus manos y descendí rápidamente del taxi, con una excitación intensa. Comencé a caminar hacia mi departamento, muy excitada, casi sintiendo cómo mis fluidos se deslizaban por mis piernas. Por suerte, la calle estaba desierta y apresuré el paso para llegar a mi destino. Tenía un deseo abrumador de autocomplacerme. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me percaté de que la puerta de la cerrajería estaba abierta y que don Lucas estaba parado allí.

Al pasar, me preguntó: "¿A dónde te apuras tanto, Pamelita?" Al girarme, vi que se tocaba su entrepierna, que lucía imponente incluso con los pantalones puestos. Experimenté una descarga que recorrió todo mi ser, haciéndome salivar de inmediato. Anhelaba tener su miembro en mi boca, en mi vagina y en mis nalgas.

"No tengo un destino en particular, don Lucas. ¿Me acompañará o prefiere que le haga compañía?" - Le respondí con una voz entre excitada y lasciva.

Ví cómo se le formaba una sonrisa lujuriosa en el rostro, apartándose me dijo: "Pasa, Pamelita. Creo que anhelas un poco de leche".

Ingresé al local y allí estaba más oscuro de lo habitual. Avancé hacia el fondo mientras escuchaba a don Lucas cerrar con llave la puerta. Al girarme, me percaté de que no estábamos solos: dentro se encontraban los otros dos hombres que lo acompañaban cuando salí hacia el centro comercial.

Ambos mostraban una expresión cargada de lujuria mientras se frotaban sus entrepiernas sobre los pantalones. En otra circunstancia, habría gritado ante tal situación, pero ahora era presa de la lascivia. Aunque aún conservaba algo de raciocinio, la verdad es que no oponía resistencia a la excitación que el momento ofrecía.

Una joven recién casada, con un cuerpo envidiable y ataviada de forma sugerente, encerrada en un local con tres ancianos poco agraciados, cada uno con una erección y restregando sus entrepiernas sobre sus pantalones, con una expresión lujuriosa que no dejaba dudas sobre sus intenciones… sobre lo que obtendrían sin objeciones.

Don Lucas fue el primero en hablar: "Pamelita, permíteme presentarte a don José y don Raúl, buenos amigos míos. Han oído maravillas sobre ti".

"¿De veras?" Respondí con un gemido.

"Sí, Pamelita. Hace poco les contaba lo exquisitas que son tus nalgas y lo apretado que estás cuando te introduzco mi miembro en tu trasero, lo bien que lo haces al practicar sexo oral. ¿Te gustaría disfrutar de una dosis triple de leche?" - Mientras pronunciaba estas palabras, sacaba su erecto miembro del pantalón, imitando sus amigos.

Contemplé tres penes distintos: el de don Lucas era el más grande de los tres, el de don José lucía muy prominente, y el de don Raúl mostraba mayor grosor y venosidad. La verdad, ansiaba tanto probar los tres miembros que creo que mi deseo era visible en el brillo de mis ojos; tanto así, que, sin darme cuenta, ya me estaba estimulando la vagina.

"Pamelita, ¿qué te parece si empiezas con mi miembro? Te encantará su sabor" - Dijo don Raúl mientras comenzaba a acariciárselo lentamente, llenándose de líquido preseminal la punta de su miembro.

Cuando me disponía a arrodillarme en el suelo, don Lucas intervino: "Espera un momento, Pamelita. No quiero que tus hermosas piernas se lastimen". Así hablando, tomó un cojín viejo y sucio que había en una silla cercana y lo arrojó al suelo frente a los tres. Yo me arrodillé de inmediato y tomé con una mano el miembro de don José, con la otra el de don Lucas, mientras introducía el de don Raúl en mi boca.

"Ven cómo les dije que era una lasciva. Disfruten de este cuerpo delicioso" - Les decía don Lucas a los otros dos hombres, mientras...

Ellos se reían, sus expresiones me excitaban y yo les complacía con más entusiasmo, al mismo tiempo que introducía el pene de don Raúl lo más adentro que podía.

Permanecí de rodillas mamando y acariciando a los 3 ancianos durante aproximadamente 10 minutos. En cierto momento, don Lucas se apartó de nosotros mientras yo continuaba satisfaciendo a los otros dos ancianos, quienes disfrutaban del momento. Pronto don Lucas regresó con un colchón que colocó en el suelo, se recostó con su miembro erecto, ya protegido con un preservativo, y me dijo: "Pamelita, acércate y tóma lo tuyo, conoces el camino, putita".

Sin dudarlo, dejé de estimular a los dos ancianos, me acerqué y me senté sobre el miembro de don Lucas, lo introduje lentamente, mientras emitía un gemido prolongado. Una vez completamente dentro, comencé a cabalgar, levantándome lentamente y dejándome caer de golpe, introduciendo su pene lo más profundo posible.

Mientras don José y don Raúl se masturbaban, viendo cómo me clavaba el pene de don Lucas, este les dijo: "No sean tontos, aprovechen a esta mujer, en el cajón de la mesa hay preservativos, quien desee penetrarla debe colocárselo".

Don José, sin decir palabra, se puso frente a mí y me ofreció su miembro en la boca, el cual comencé a succionar de nuevo. Instantes después, sentí cómo don Lucas abría mis nalgas y don Raúl comenzaba a introducir su pene en mi ano.

Estaba en un estado de éxtasis, todos mis orificios estaban ocupados, lo que más me estimulaba era saber que ninguno de los 3 ancianos estaba considerando mi placer, simplemente estaban allí para satisfacer sus deseos más primitivos. Los 3 ancianos, feos y algo rellenitos; estaban teniendo relaciones íntimas con una mujer recién casada, joven y con un buen cuerpo; de hecho, me estaba ofreciendo a ellos como una mujer fácil.

La felación que le estaba realizando a don José debía ser muy placentera, ya que en menos de 5 minutos alcanzó el clímax. En un momento, perdiendo el control sobre la felación, me agarró de la cabeza y comenzó a moverse más rápido, ser usada de esa manera y por ese anciano me llevó al orgasmo al mismo tiempo que él exclamaba: "Vamos, Pamela, traga mi semen, ahhh", liberando chorros de semen que, al estar su miembro dentro de mi boca y no poder retirarlo, me vi obligada a tragar, su sabor era un tanto salado pero delicioso.

Una vez que terminó de ser complacido por mi boca, sacó su pene y se sentó en una silla cercana, mientras afirmaba: "Ha sido la mejor felación que he recibido en mi vida, casi me dejas seco, puta".

Yo seguía extasiada con dos penes dentro de mí, penetrándome sin piedad, colmando tanto mi vagina como mi ano. En un momento, sentí cómo don Raúl sacaba su pene de mi ano, estaba a punto de protestar porque había dejado mi orificio desatendido, cuando lo vi retirando el preservativo para luego colocarse frente a mí y sin mucha delicadeza introducirme su miembro en la boca.

Una vez más, me encontraba con un delicioso pene en mi boca, empecé a realizar una felación de forma dedicada, acariciando su extensión y disfrutando de su sabor, degustando todos sus líquidos preseminales que fluían. Nuevamente, no pasó mucho tiempo y, imitando la acción de don José, me agarró de la cabeza y comenzó a penetrar mi boca.

"Toma, zorra, sé que lo estás disfrutando, te vas a tragar mi semen", estas palabras vulgares y su manera tosca de penetrar mi boca provocaron una descarga eléctrica en todo mi cuerpo, el segundo orgasmo llegó y mientras lo experimentaba, él llenaba mi boca con su delicioso semen, el cual tragué con total sumisión, no dejando escapar ni una gota. La verdad es que me estaba gustando bastante ser tratada de esa forma, disfrutaba siendo un objeto de deseo para esos ancianos.

Al finalizar la eyaculación, sacó su pene de mi boca y se sentó en la mesa que estaba al lado, yo me encontraba en el éxtasis, acababa de experimentar dos orgasmos y me había hecho tragar más semen de lo que jamás había imaginado.

En mis pensamientos más audaces, mi mente ya solo estaba concentrada en el placer carnal, pues don Lucas, al notar que había experimentado dos clímax y me encontraba debilitada, me levantó sin mediar palabra y me colocó en posición de perrito, mientras él se situaba detrás de mí y me penetraba sin miramientos. Continuó embistiéndome con fuerza durante un tiempo indeterminado.

La imagen de la esposa leal y casta se había desvanecido en mí, ahora me sentía una mujer desinhibida, una amante de aquellos hombres mayores; disfrutaba no siendo valorada, de ser utilizada como un objeto sexual, de sentir que mis cavidades eran empleadas hasta llevarme a la locura del placer.

En cierto momento, don Lucas retiró su miembro de mi intimidad y me dijo: "Párate, Pamelita, que deseo que también te tragues mi semen". Sin vacilar, me arrodillé, él se colocó frente a mí y comencé a dar una felación a ese erecto falo, el más delicioso que había disfrutado jamás. Estuve succionando por unos breves instantes, hasta que afirmó mi cabeza y eyaculó en mi boca, una vez más, no me quedó más opción que ingerir todo su fluido seminal.

"Traga mi leche, Pamelita, saborea mi semen", expresaba don Lucas mientras colmaba mi boca con la más copiosa descarga de las tres de ese día, su esencia me saboreaba divinamente. Finalmente, me soltó y me dejé caer exhausta sobre la colchoneta, empapada en sudor. Nunca antes me habían poseído de esa manera esos tres caballeros.

"¿Ven? Les dije que era una completa lasciva", les comunicaba don Lucas a los otros dos caballeros. "Ya me la he tomado en otras dos ocasiones y apuesto lo que quieran a que ella regresará por más virilidad de forma voluntaria. ¿No es así, Pamelita?"

Sin muchos movimientos, giré mi rostro hacia los tres hombres y, con una sonrisa en los labios, respondí: "Claro que sí, cuando deseen, pueden poseerme de igual manera."

Los tres ancianos se carcajearon, y don Lucas me indicó: "Pamelita, sabes dónde está el lavabo, ve a asearte que debo abrir el negocio."

Me puse en pie como pude, me arreglé lo más apropiadamente que pude y salí del establecimiento de don Lucas. Al dirigirme hacia la salida, los tres hombres se me acercaron y me manosearon, don Lucas me besó con cierta brusquedad, don José me acariciaba los pechos y don Raúl me palpaba las nalgas con firmeza; afortunadamente, en ese momento la calle estaba desierta. Regresé directamente a mi vivienda y me quedé dormida, plena y satisfecha como nunca antes en mi existencia.

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