¡Saludos! Lo que voy a relatar ocurrió hace unos ocho o nueve años. Conocí a una dama de unos 40 años a través de Facebook.
Intercambiamos preguntas tontas hasta que la conversación se volvió más sugestiva. En un momento, le pregunté si tenía intenciones de intimar, considerando que vivía sola. Aunque al principio se mostró un poco reacia, finalmente aceptó.
Un día, de manera inesperada, me dijo:
-Ven mañana al mediodía -me indicó la dirección y luego no respondió más.
Al día siguiente, me levanté y me dirigí a su casa. Una vez allí, me hizo pasar. En cuanto entré, vi la cama enseguida. Era un espacio pequeño, como un monoambiente. Me senté en una silla al lado de la cama, mientras ella se recostaba y encendía la televisión. Pasamos unos incómodos cinco minutos de silencio que parecieron eternos.
-Ven, no muerdo -me dijo, y comenzó a desnudarse. Yo hice lo mismo y me uní a ella en la cama.
-Quiero ver cómo te desenvuelves -le expresé. Sin embargo, ella respondió que no practicaba sexo oral. En su lugar, me brindó un masaje profesional y luego compartimos besos apasionados. Yo ya estaba excitado y deseaba la penetración, así que la monté y empecé a introducirme lentamente en su intimidad, permitiendo que cada centímetro causara sensación en ella. Tras un rato de movimientos y besos, me pidió cambiar de posición. Cabalgó sobre mí hasta que se agotó, momento en que se dio la vuelta pidiendo más acción.
Me encanta esa posición porque la otra persona no puede resistirse. Continué el vaivén mientras ella mordía la almohada. Estaba cerca del clímax, así que le susurré al oído:
-¿Te gustaría probar algo diferente?
-No, por ahí no -respondió. Sin embargo, tomé mi miembro, lo posicioné en su retaguardia y lo introduje lentamente hasta el fondo sin que ella flaqueara. Ya estaba preparada.
La penetré unas cuantas veces y deposité mi ejército de vida en su interior.
Me vestí y me marché. Días después me propuso repetir la experiencia, pero nunca se concretó.
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