La colega en prácticas


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Durante mi período universitario, me asignaron a una institución para llevar a cabo prácticas profesionales, allí conocí a otros jóvenes de mi carrera, entre ellos se encontraba una chica que captó mi atención desde el primer día, ya que me pareció muy atractiva visualmente, con una cintura pequeña y unas prominentes caderas.

Después de presentarnos y conocer nuestros nombres, la busqué en Facebook y la encontré, le envié una solicitud de amistad y para mi sorpresa, la aceptó. Debido a su personalidad distante, nunca hablábamos mucho, parecía fría y poco interesada. Un día decidí escribirle por Messenger para expresarle lo guapa que me parecía y preguntarle si quería salir conmigo. Su respuesta fue breve y desalentadora, lo cual me desanimó.

Finalizó el período de prácticas y nunca logré entablar una relación significativa con ella. Pasaron unos meses y decidí intentarlo de nuevo. Esta vez accedió a salir conmigo. La cité en un parque en el centro de la ciudad y desde allí caminamos hacia un cine cercano, pero la fila era demasiado larga, así que optamos por ir a un bar. Una vez allí, pedimos una cubeta con 10 cervezas y conversamos sobre temas cotidianos con las caras muy cerca. En ese momento, sentí que me miraba con ojos enamorados y empezamos a besarnos.

Terminamos las cervezas y le propuse ir a mi casa, a lo que respondió de manera coqueta y con la mirada pícara:

−¿A qué?

No recuerdo exactamente qué contesté, pero ella se distanció de ese primer encuentro, dejando claro que no estaba dispuesta a ceder fácilmente. Tuvimos una segunda cita con besos en su mayoría, hasta que en la tercera ocasión logré llevarla a mi casa. Esa vez pude desnudarla de la cintura para arriba y qué sorpresa me llevé al descubrir que sus senos eran más grandes de lo que imaginaba. Su piel era muy suave, acaricié sus pechos y alterné con besos en su boca. Luego, deslicé mi mano bajo su jeans y toqué su zona íntima, la cual se sentía suave y húmeda, evidenciando que se había depilado antes de venir. Introduje mi dedo en ella, estaba muy excitada. Intenté desabotonar sus pantalones pero no me lo permitió.

Fue en nuestro cuarto encuentro cuando, una vez más, estábamos en mi habitación repitiendo el procedimiento anterior. Sin embargo, en lugar de tocar su intimidad, intenté desabrochar directamente su pantalón, a lo que ella respondió:

−Es que quiero que sea especial.

Yo le contesté:

−¿Y por qué ahora no es especial?

Con esas palabras, la desvestí por completo, abrí sus piernas con mis manos y comencé a practicarle sexo oral (qué sabor delicioso y qué bonita era, por cierto). Cuando estaba a punto de penetrarla, me preguntó si iba a usar condón. Rápidamente tomé uno que tenía a mano, me lo puse y la poseí en posición de misionero. Después de un rato en esa posición, ella alcanzó el clímax aferrándose con fuerza a mi cintura con las piernas.

A pesar de que seguía excitado con una erección firme, me recosté un momento con ella sobre mi pecho, besándola y acariciándola, hasta que retomamos la actividad. Esta vez, ella se puso encima de mí y realizó unos movimientos de cadera espectaculares, mientras mis manos acariciaban sus prominentes caderas y sentía cómo sus fluidos resbalaban por encima del condón. Cambiamos de posición y volví a colocarla en misionero, llevándola una vez más al clímax.

A partir de ese momento, nos veíamos dos o tres veces por semana y ella comenzó a quedarse a dormir conmigo. Nuestra actividad se repetía desde que entrábamos a mi habitación, durante la noche, la madrugada y la mañana. Al principio era gratificante saber que podía llevar a mi compañera al orgasmo con facilidad, pero con el tiempo se volvió frustrante que solo ella lo alcanzara y yo no, lo cual hizo que nuestra relación no funcionara.

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