Tras alcanzar mi primer clímax, me sentí muy atrevida y deseaba más. Eliza no cesaba de estimular mis pezones, mientras Mauricio, ya desvestido, buscaba un preservativo. Elizabeth utilizaba un lenguaje obsceno que me excitaba cada vez más.
Eliza: Qué deliciosos pechos, amiga. Me encanta tu expresión como una mujer excitada. Sabía que te gustaría, ahora llega lo mejor.
Mauricio se colocó el preservativo y sonreía, en ese momento yo estaba completamente entregada, su mano rozó mi intimidad y la humedad ya empapaba mis muslos. Mauricio, con sus 19 centímetros de largo y 5 de diámetro, parecía un auténtico macho para mí, a pesar de sus casi 20 años. Eliza se apartó y lo besó apasionadamente antes de sentarse a presenciar el espectáculo que se avecinaba.
Mauricio: Relájate, pequeña traviesa, vas a experimentar un buen momento.
Sus palabras avivaban mi deseo, entre gemidos le respondía
Lorena: Sí, papi, cógeme como si fuera una vulgar delincuente de la calle.
No esperó para actuar, Mauricio posicionó su miembro en mi intimidad y con determinación lo introdujo por completo, el placer y el dolor se entrelazaban en mí, estaba siendo tomada por un hombre maduro, desconocido y en aquel primer encuentro. Elizabeth se acariciaba los senos y sonreía, comenzó con movimientos suaves y lentos, yo los disfrutaba y gemía, mi excitación era evidente y eso enloquecía a Mauricio, mi mejor amiga observaba complacida cómo su amiga era tomada como una verdadera perra. Él aumentó el ritmo de las embestidas, y no tardó en llegar otro clímax, esta vez más intenso que el primero.
Cambió de postura, me puso a cuatro patas, y dejó caer todo su peso sobre mi espalda, sus embestidas eran fieras, como las de un animal en celo
Mauricio: Qué deliciosa tienes la entrepierna, mi amor. Eres una buena zorra.
Yo solo gemía y asentía con la cabeza, incapaz de articular palabra por el placer que invadía mi ser, aquel hombre me manejaba a su antojo y mi cuerpo se sentía tan ligero que ni siquiera era un desafío.
Lorena: ¡Más, por favor! ¡Qué rico! Soy tu sumisa, dame placer, dame sexo.
Mis palabras parecían excitarlo más, intensificando las embestidas; al girar, vi a Elizabeth besándolo mientras él estimulaba su intimidad, haciéndola gemir como una auténtica lasciva.
Elizabeth: Sí, sigue, profesor, me encanta. ¡Qué placer!
Y llegó un clímax, ella quedó tendida en la cama, extasiada y liberando fluidos. Mauricio no dejaba de poseerme, mis piernas adormecidas, sabía que aquello aún no terminaría...
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