Acompañada con el padre de mi mejor amiga


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Hace unos pocos meses que mantengo una relación con Rafael, quien es el padre de mi mejor amiga.

Nuestro romance es un secreto, ya que lo mantenemos oculto de su esposa y de su hija, sin embargo, eso no nos impide disfrutar intensamente cuando estamos juntos.

En nuestros momentos íntimos, Rafael y yo nos sumergimos en un mundo donde solo existe nuestro placer y el uno al otro.

Hoy recibí una llamada suya informándome que mi amiga y su madre se ausentarán por un viaje, lo que significa que tendremos la oportunidad de disfrutar de un apasionado encuentro esta tarde y que además pasaré la noche en su compañía.

Tras unos minutos de espera, la puerta se abrió y pude apreciar lo atractivo que lucía.

Resultaba impresionante ver cómo un hombre de 60 años mantenía una apariencia juvenil, como si tuviera 45 años.

Su experiencia me encantaba y a él le fascinaba mi juventud, ya que tengo 20 años.

Tomó mi mano para conducirme hacia su casa y, posteriormente, sujetó mi rostro con ambas manos para brindarme un tierno beso de saludo.

-¿Qué sorpresas me esperan hoy, querido? -pregunté mientras deslizaba mi lengua por su cuello, sintiendo sus manos firmes en mi cintura.

-Te aguardan placeres exquisitos, mi ardiente jovencita. -Tras estas palabras, me tomó en brazos de manera inesperada, colocándome sobre él y llevándome a su habitación.

Con sumo cuidado me recostó en la cama, prodigándome cortos besos en el cuello que despertaron los primeros estremecimientos de excitación en mi cuerpo.

Sus labios abandonaron mi piel para despojarme lentamente de la ropa.

Una vez desnuda, dirigí mi mirada hacia un costado y avisté un balde rebosante de hielos.

Mis ojos se iluminaron al descubrir aquella incógnita visual.

Rafael extrajo dos hielos del recipiente y los colocó sobre mis senos.

Experimenté sensaciones de frío y placer al sentir el contacto gélido que él se encargaba de extender alrededor de mis pechos, hasta que los hielos se tornaron diminutos.

Luego, tomó otros dos hielos, esta vez destinados a mis pezones ya erizados por la estimulación previa.

-¿Qué percibes? -inquirió, mientras frotaba rápidamente los hielos sobre mis pezones.

-Frío y placer simultáneamente, ¡es delicioso! -respondí extasiada.

-Justo lo que deseaba lograr, pronto sentirás el calor. -Concluyó Rafael.

Sus palabras me desconcertaron un instante, pero al concluir con los hielos, comprendí su propósito al pasar su lengua ardiente con un frenesí embriagador sobre mis pezones y pechos.

La combinación de frío y calor durante el acto sexual resulta exquisita, ya que despierta un torbellino de sensaciones que impactan de forma inigualable.

No pude contener un gemido al sentir la cálida y abundante saliva que Rafael distribuía con maestría sobre mis pezones.

Una vez estimulados mis senos, era el turno de dedicarse a mi zona íntima.

Tomó un solo hielo y lo deslizó rápidamente en movimientos circulares alrededor de mi sexo, desencadenando estremecimientos de placer mucho más profundos que los anteriores.

Al agotarse el hielo, llevó a cabo una acción totalmente inédita para mí.

Tomó otro pedazo de hielo, esta vez, en lugar de moverlo, lo depositó con suavidad en el centro de mi clítoris, comenzando a deslizarlo con sutileza, apenas perceptible a la vista pero intensamente palpable, abriendo mi intimidad hasta introducir el pequeño bloque con un solo movimiento de su mano.

Un gemido escapó de mis labios, una mezcla de sorpresa y excitación.

-¿Te encuentras bien?

-Sí, me siento de maravilla, deseo que repitas la acción.

-¿Con cuántos?

-Con dos.

Complaciendo mi petición, prosiguió con dos más.

Cubitos seguidos se introdujeron en mi vagina sin dificultad y me sentí complacida con ello, ya que generaban la sensación de un pene, pero con otra temperatura.

Esperaba que Rafael me realizara sexo oral, sin embargo, hizo algo incluso mejor.

Después de quitarse su remera, jean y bóxer.

Se colocó encima de mí y con un solo movimiento me penetró por completo, provocando que el calor invadiera nuevamente mi vulva, mientras él realizaba los movimientos que tanto disfrutaba en el acto sexual, yo acariciaba su espalda.

Nuestros gemidos se fusionaron, nos convertimos en un solo ser, nos evadimos del mundo por unos cuantos minutos, mientras las oleadas de calor en mi vagina esta vez eran continuas y placenteras por la penetración de Rafael.

Rafael dejó de penetrar mi vagina para colocarme en posición de cuatro, pero al posicionar su miembro en la entrada de mi trasero se detuvo.

-¿Qué sucede?

-Quiero disfrutar de tu delicioso trasero como si fuera un postre -fue la única explicación que me dio, extendió su brazo hasta un mueble que estaba al costado de la cama y sacó un spray de crema de uno de esos cajones.

Retiró la tapa y mis nalgas y la entrada de mi ano fueron cubiertas con una crema bastante untuosa, luego Rafael hundió su bello rostro entre mis glúteos y lamió mi ano hasta que no quedó nada de crema.

Con la misma pasión y rapidez con la que lamió mi ano, también acarició mis dos nalgas con mucha excitación mientras las apretaba firmemente.

-Ahora sí voy a darle a mi ardiente amante lo que se merece -me susurró al oído al mismo tiempo que me brindaba la penetración que tanto ansiaba.

-¡Ay papi, más fuerte! -grité yo.

Él cumplió mi deseo y agarró ambos de mis pechos, en esta ocasión sus dedos se sintieron muy cálidos en mis pezones y los acariciaba mientras intensificaba sus movimientos.

Después de unos minutos deliciosos de penetración, ambos llegamos al clímax al mismo tiempo y terminamos acostados abrazados.

-Quédate conmigo esta noche -me dijo mientras acariciaba mi cabello.

-Sí -le respondí mientras lo besaba; en su boca quedaba un poco de crema que pude probar, con el sabor de mi ano mezclado con lo que él me aplicó.

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