Viviendo una experiencia con la hija de mi cónyuge


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Sara como una hija

Después de experimentar un verano extremadamente caluroso, cuando el invierno cubrió nuestras cabezas de nieve, cada bocanada de aire fresco era bienvenida. Descubrí que mi virilidad, mi hombría, no estaba del todo extinta, a pesar de necesitar la ayuda de una pastillita azul (viagra).

Estábamos en la boda de uno de los sobrinos de mi esposa. La protagonista era Sara, a quien le gustaba que la llamaran Sarita, una mujer de 28 años que había sido abandonada por su novio meses antes de casarse, situación que había ocurrido hace casi cinco años y desde entonces no se le había visto con ningún otro hombre. Tenía el cabello largo y negro, una carita preciosa de piel morena, delgada, con poco pecho y un bonito y redondeado trasero.

Después de la celebración, cuando la gente empezaba a marcharse y al ser el evento en un pueblo distinto al de Sarita, mi esposa, siempre dispuesta a solucionarlo todo, sin consultarme, le dijo:

-No te preocupes, tu tío te llevará a casa.

El dilema era que su casa estaba a unos sesenta kilómetros de distancia, lo que significaba otros sesenta de regreso. Ya era tarde, cerca de las diez y media de la noche, y me di cuenta de que volvería en plena madrugada. Además, había tomado unas copas de más, lo suficiente como para estar algo alegre, algo peligroso teniendo en cuenta que la carretera estaba húmeda tras la lluvia de la tarde. Conducir de noche nunca fue lo mío, menos en noches como esa. No había otra opción que cumplir con mi deber.

En el trayecto, hablamos de diversos temas, especialmente de su vida, ya que al no vivir en el mismo lugar, nos veíamos poco. Pasaba de la medianoche cuando llegamos a su vivienda, y comenzaba a llover de nuevo. Sarita vivía en una casa de una sola planta, pintada de color blanco, en las afueras del pueblo, en lo alto de un montículo. Antes de que me bajara de mi Opel Corsa, entre ladridos de perros vecinos desconcertados por la presencia de un coche desconocido, Sarita me propuso:

-¿Te gustaría pasar y tomar un vino antes de regresar?

-Está bien, pero solo una copa, aunque ya estoy bastante cargado, un poco de vino no viene mal.

Entramos a su casa. Encendió la luz. La cocina era a la vez cocina, sala y comedor. Según lo que pude observar, la vivienda tenía únicamente dos habitaciones. Sarita sacó una botella de vino tío Pepe, dos vasos de la alacena, un sacacorchos de un cajón, los puso sobre la mesa y me dijo:

-Sírvete mientras yo me pongo algo más cómodo.

Se fue, llevaba un vestido blanco ceñido que le llegaba por encima de las rodillas y zapatos de tacón del mismo color. Regresó con una bata roja de botones y zapatillas cómodas. Yo estaba sentado en una silla a la mesa, y al observarla, comenté:

-Este vino está realmente bueno.

Recogiendo su cabello en una coleta, Sarita me preguntó:

-¿Te apetece algo de queso o fuet para picar?

-No, gracias, ya comí suficiente hoy como para toda la semana.

En mi mente, lo primero que pensé fue "te devoraría a ti", sin saber que ese pensamiento se haría realidad minutos más tarde. Sarita no perdió el tiempo. De pie junto a mí, con una mirada desafiante, preguntó:

-Me he dado cuenta de que no has dejado de mirarme en todo el día, ¿qué opinas tú de esto?.

¿Te agrado, me veo bien y te parezco atractiva amigo?

Yo tampoco iba a desperdiciar mi tiempo. Me levanté, me acerqué a ella, acaricié su mejilla con un dedo, y le dije:

-Estás fantástica y hermosa, estás espectacular Sarita, todos los hombres en la reunión te miraban con deseo, obviamente me gustas y mucho, y si no fueras mi sobrina te demostraría lo atractiva que eres con acciones.

-No precisamente me interesaría una demostración de eso, pero si consideras que está mal alegrar a una sobrina por un momento me contengo.

-Bueno, si lo que prefieres es hacer feliz a una sobrina un rato, me aguantaré.

-Por favor, Sarita, no juegues con situaciones peligrosas, podrías salir lastimada.

Le respondí intentando bromear.

-Siempre he sentido que te parezco atractiva por la forma en que me miras, pero si me equivoco, entonces debo estar confundida.

-No, cariño, no te equivocas, siempre te he encontrado muy atractiva, pero nunca me he animado a insinuarme por temor a que te ofendas y te enojes.

-Sigue lloviendo con fuerza, ¿por qué no llamas a tu esposa y le comentas que las condiciones climáticas están muy malas y es peligroso conducir en esa situación, así podrías quedarte a pasar la noche en mi casa y partir por la mañana?

-¿Quieres decir que pasar la noche en tu casa?

-Bueno, si prefieres descansar, esa decisión te corresponde, tengo una habitación libre que podrías ocupar si así lo deseas.

Era claramente una proposición. Sarita se mordió el labio inferior, rodeó mi cuello con sus brazos y luego, colocando una de sus piernas entre las mías, me dijo antes de besarme apasionadamente, lo cual me excitó mucho.

-No creas que sería fácil dormir en la misma casa con una mujer como tú en la habitación de al lado.

-Bueno, eso tiene solución, si tienes miedo de dormir solo, puedes compartir la habitación conmigo, prometo no forzarte. Dicho esto, solté una carcajada.

-Si no te incomoda dormir conmigo, también podrías dejar de pensar en mí como tu sobrina y podríamos explorar otras posibilidades si así lo prefieres.

Estaba abrumado. No llevaba encima ninguna pastilla azul (viagra) y podía quedar en una situación incómoda si decidía ir a la cama con ella y no respondía como debía. Últimamente necesitaba la pastillita cuando intentaba algo con mi pareja. Intenté encontrar una excusa y le dije: -No puedo, Sarita. Mañana tengo compromisos y si me quedo, llegaré tarde.

-¿Realmente no quieres quedarte?

Ella volvió a besarme, su pierna rozaba mi entrepierna cerca de su intimidad.

-Parece que estás buscando una excusa, ¿tienes miedo de tener intimidad conmigo? No te preocupes, bueno, quizás sí, podría hacerte algunas cosas si me lo permites.

-Por favor, Sarita, no digas eso, me pondré hecho una furia, no sabes cuántas veces he deseado estar contigo en la cama, siempre me has gustado y pensar en ti con tu marido me ponía furioso.

-Entonces, ¿por qué tanto miedo y prisa por irte?

Sarita notó cómo latía mi entrepierna. Vi que se sonrojaba, su rostro estaba rojo. Le pregunté: -Es que...

No la dejé seguir, me besó con deseo y pasión. -Es eso, ¿verdad? vente, vayamos a la habitación donde estaremos más cómodos para continuar hablando.

Tomó mi mano y me llevó a una habitación con una cama grande, dos mesitas y un armario, pintada de blanco al igual que el resto de la casa.

Ella intentó desabrocharme el cinturón con sus manos en mi cintura, pero las detuve.

-Espera, Sarita, espera.

-¿Qué esperamos, no te apetece tener relaciones conmigo?

-Claro que sí, pero es que...

Otra vez las dudas.

-Sarita, hace tiempo que no hago nada con tu tía y podría ser que...

-¿Temes no estar a la altura, eso es lo que piensas?

Al otro lado del

Había ido a la cama y me quité la chaqueta, el chaleco y la camisa; finalmente, me rendí y la dejé actuar. Sarita me observaba mientras me bajaba los pantalones y pudo notar que ya no tenía un cuerpo tan atlético. Tenía algo de barriga, propia de un aficionado a la cerveza, pero después de todo, ya no era tan joven, pues ya había cumplido sesenta años hace unos cuantos meses, 61 para ser más precisos. Mientras me quitaba los zapatos, los calcetines, el pantalón del traje y los calzoncillos para ver mi miembro, ella dijo:

-Vaya, estás muy bien dotado, tu miembro es como el de mi ex, pero mucho más grueso. Me encantará recibirlo con gusto.

-¿Te gusta recibir sexo oral?

Me preguntó mientras me estimulaba. Antes de poder responder, ella ya estaba arrodillada al borde de la cama, acariciando mi pene y mis testículos, que colgaban como es normal a mi edad.

-Todavía tienes unos testículos grandes y firmes. ¿Cuándo fue la última vez que eyaculaste?

-Ya ni me acuerdo, Sarita.

Respondí, empezando a disfrutar de sus caricias. Antes de que pudiera contestar, ella ya lo tenía en su boca, estimulando el glande.

-Tienes el glande rosado, me encanta. Y voy a dejarte exhausto. ¿Le gusta recibir sexo oral a la dama?

Dijo, sacándolo de su boca y mirándome. A la dama no le interesa en absoluto, pensé, concentrado en el acto que me brindaba.

-Hace mucho que a la dama dejó de gustarle todo.

-Qué desperdicio con un miembro tan bello que posees.

Por fin logré decir, sintiendo cómo Sarita estimulaba mi pene, notando cómo se endurecía. Sarita lo realizaba de manera excepcional; no puedo decir que fuera un experto en el tema, pero sentía el calor de sus labios rodeando mi glande y eso me estaba enloqueciendo. Empecé a sentir una sensación de hormigueo en mis testículos y supe que no sería capaz de contener la eyaculación, pero no podía dejarme llevar por el placer y acabar tan rápido, eso la decepcionaría, y eso era lo último que quería. No podía defraudarla, pensé, seguro de que una vez que eyaculara, mi miembro se ablandaría y no podría satisfacerla como ella deseaba. Así que intenté contenerme. La detuve en su actividad oral.

-Detente Sarita, ahora me toca a mí.

La ayudé a levantarse y quitarse la bata que aún llevaba puesta, dejándola desnuda. Sus senos pequeños tenían areolas diminutas y pezones pequeños, que cabían perfectamente en la boca. Su entrepierna estaba cubierta por una abundante mata de vello oscuro. Nos recostamos en la cama. Acaricié sus senos y la besé mientras exploraba con mis dedos los pliegues de su zona íntima, notando que su intimidad era diminuta y sus labios vaginales no colgaban como los de mi esposa. Sarita no había sido madre, por lo que su vagina aún conservaba su forma original y parecía la de una joven adolescente.

Mientras tanto, ella masturbaba mi miembro. Lentamente, fui descendiendo hasta llegar a su tesoro entre las piernas. Pasé la lengua entre sus labios vaginales desde el clítoris hasta el ano, algo que la excitaba. Lamiendo y succionando con diferentes velocidades, siempre de abajo hacia arriba y con la punta de la lengua. De su vagina fluían constantemente los jugos de la excitación, pegajosos, espesos y blanquecinos. Después de quince o veinte minutos, su respiración se aceleró, sus gemidos aumentaron y su pelvis se arqueabaLa cintura descansaba sobre los pies, mientras sus manos se aferraban a las sábanas, arrugándolas, su eyaculación era inminente. Presioné mi lengua contra su vulva, la lamí y chupé con urgencia desde la entrada de su intimidad hasta el clítoris, introduciendo la lengua lo más profundamente posible. Como resultado, Sarita experimentó un orgasmo intenso, entre gemidos y fuertes resoplidos.

Luego de su clímax, seguí realizando la misma acción durante varios minutos más, lamiendo toda su área íntima con la lengua plana y ajustada a la vez, desde la vagina hasta el clítoris. Sus gemidos me indicaron que se acercaba a otro orgasmo; sería el segundo sin haberla penetrado aún. Yo seguía erecto, ansioso por el momento de entrar en ella completamente. Su entrepierna no dejaba de segregar fluidos en abundancia. Los sentía, deslizándose por mis labios y tenían un sabor ligeramente salado. Nunca antes había practicado sexo oral con alguna de mis parejas, pero esa noche, con Sarita, lo hice instintivamente. Sin que ella lo pidiera, ni siquiera lo insinuara, simplemente lo hice.

Sus fluidos brotaban de su intimidad como si fuera una fuente. Sarita estaba extasiada de placer, sin articular palabras, solo gemía, se retorcía y levantaba la pelvis. Casi al final de su orgasmo, escuché el sonido inconfundible de las sábanas rasgándose por la presión que ejercía sobre ellas; sus uñas habían logrado atravesar la tela. Me aparté de ella y me recosté a su lado, dejándola recuperar el aliento. No pasó ni un minuto antes de que Sarita se inclinara hacia mí y me besara, diciendo:

-Tío, ha sido maravilloso, nunca nadie me ha hecho sentir tanto placer. No se compara a tener sexo, es mucho más intenso y duradero. ¿Quieres que te haga sexo oral y me trague tu semen?

-No, Sarita, quiero penetrarte profundamente, hacerte el amor -respondí.

-Yo también deseo que me penetres, pero no puedes eyacular dentro de mí, podrías dejarme embarazada y no quiero que eso suceda -explicó ella.

La idea me fascinaba, pero no quería desaprovechar la oportunidad de estar dentro de ella. Por lo tanto, le dije:

-Tranquila, Sarita, no te preocupes, lo haré como dices, pero quiero ver tu expresión al alcanzar el orgasmo con mi pene dentro de ti. Antes de eyacular, lo sacaré de tu interior.

La besé de nuevo, apasionadamente. Volví a estimular sus pechos. Me posicioné entre sus piernas y la penetré completamente. Ella soltó un fuerte suspiro.

-¡Dios mío, es enorme, lo siento todo adentro! -exclamó Sarita.

Sarita no se movía con destreza, pero después de diez minutos de movimientos, haciendo pausas para prolongar el acto, cerré sus piernas y abrí las mías. Mi pene entraba y salía con firmeza de su estrecha cavidad, su vagina apretaba mi miembro, sintiéndolo cada vez más hinchado y rígido. Utilicé la punta de mis pies como apoyo sobre su cuerpo para no aplastarla mientras la penetraba durante unos minutos, manteniendo solo la punta de mi glande dentro de ella. Sarita me pedía, suplicaba que la adentrara por completo, que me sumergiera por completo.

-No, así no, aprieta, métela toda, quiero sentirte completamente dentro de mí -exclamó Sarita.

En ese instante, Sarita alcanzó otro orgasmo, clavando sus uñas en mis nalgas y mi espalda. Una explosión de placer recorrió su interior y bañó mi pene. Su vagina se contraía alrededor de mi miembro, generando una succión vigorosa. Luché por besarla, pero recibí un mordisco en el labio inferior que me hizo sangrar. Sarita gritaba descontroladamente, como si estuviera sufriendo. Incapaz de contenerme por más tiempo, le avisé que iba a retirar mi pene, que no aguantaba más.

-No, no lo saques aún.

Te atacaré, te atacaré y escaparás.

Ella me mantuvo sujeto con sus piernas enredadas alrededor de mi cintura y no me permitió retirarme, los fluidos golpearon en lo profundo de su intimidad, ella al sentir la eyaculación emitió un gemido de placer y comenzó a jadear y moverse frenéticamente. Después del clímax, quedé exhausto sobre su cuerpo, percibiendo cómo le costaba respirar bajo el peso de mi cuerpo. Intenté apartarme, pero ella me detuvo con un grito.

-No, no te muevas, quédate quieto.

Seguía sintiendo las contracciones de su cuerpo apretando mi miembro viril. Ella se movía tratando de cambiarse de posición y quedar encima de mí, y yo le permití hacerlo. Con las rodillas a ambos lados de mi cintura, ella se ubicó encima de mí cerrando sus piernas para unirse más estrechamente. Me tomó con tal intensidad que pronto volvió a experimentar un orgasmo. Cuando terminó, se quedó sin fuerzas. Estaba tan excitado que eyaculé de nuevo en ella. Tumbados en la cama, notó cómo mi pene, después de la segunda eyaculación, estaba flácido y exhausto, y comprensiva, me preguntó:

-Vaya, pensabas que no se iba a poner rígido, menuda cantidad de esperma que me has dejado, ¿qué vamos a hacer si quedo embarazada?

Le expliqué que no me había dejado retirarlo, ella sonrió sabiendo que había sido su elección recibirla dentro.

-Espero que repitamos esto más adelante.

La besé, ella agarró mi pene y percibí cómo se recuperaba. Sonriente, le dije:

-¿No mencionaste que harías sexo oral para tragarte mi semen?

Con una expresión alegre, sonrió y me preguntó:

-¿Puedes continuar?

Sonriendo, le respondí:

-Depende de ti lograr que esto se levante de nuevo, aún no he visto tu reacción al momento de tu clímax.

Moví mi pene con la mano, aún semi rígido. Continuamos, aunque en esta ocasión le tomó un poco más de tiempo, alrededor de una hora, para que se levantara nuevamente, pero lo logró. No pude ver su rostro al llegar a su orgasmo, pero sí cuando fui yo quien lo experimentó y ella ingirió lo que quedaba de mi semen. La relación de intimidad con mi sobrina se prolongó durante varios años, hasta que ella retomó una relación de pareja y gradualmente redujimos nuestros encuentros sexuales hasta dejarlos por completo.

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