En una noche de verano, un viernes como cualquier otro, mi compañero y yo disfrutábamos de una cerveza en el bar de costumbre, con el propósito que normalmente nos mantenía ocupados: enamorar a una nueva mujer entre los dos.
Y la verdad es que teníamos una buena razón para ello. Ya habíamos tenido ciertos encuentros con las mujeres que él frecuentaba, y aunque era evidente que cada una de ellas terminaría teniendo relaciones íntimas con él en algún momento, eso no era exactamente lo que buscábamos. Nuestra meta era (luego de pulir nuestra estrategia y habilidades) convencerlas de tener una experiencia con ambos.
El juego era sencillo, yo actuaba como un intelectual despreocupado, planteando preguntas peculiares, a veces incómodas pero apropiadas y siempre en el límite de lo correcto; teníamos señales secretas para desviar la atención, para intensificar el ambiente, para relajarlo, para desestabilizar a la otra persona y por supuesto... para sugerir nuestras intenciones, envueltas en un sutil juego de indiferencia y un erotismo extraño, fresco e irresistiblemente intrigante.
De esta manera logramos, de forma casi cinematográfica, conseguir un papel en los encuentros que aparentemente eran solo de amistad, en su mayoría.
Después de este contexto, debo compartir con ustedes la historia que hasta ahora sigue siendo la favorita en mi mente, transformando mi estado intelectual, sobrio y educado en un instinto animal que las mujeres desean para vivir una noche casual intensa.
Como les comentaba, queridas lectoras; estábamos en un bar, casi resignados a pasar el resto de la noche consumiendo cocaína, bebiendo cerveza y debatiendo sobre teorías de conspiración e ideas descabelladas que seguramente continuarían hasta el amanecer.
De repente, mi compañero solicitó rápidamente la cuenta. Como si alguien o algo lo estuviera presionando. Se le veía nervioso y ansioso, tan ansioso que se levantó y, antes de que trajeran la cuenta, fue directamente a pagar en la caja.
Le pregunté qué ocurría, y él simplemente se contuvo y me evitó. Lo único que dijo fue: "debemos llegar a casa en 20 minutos".
Abonó la cuenta, subimos al coche y en menos de 15 minutos estábamos guardando unas cervezas en el refrigerador de su casa, tomando asiento y tranquilizándonos.
Una vez cumplido el objetivo de llegar a casa, volví a preguntarle qué sucedía, pero justo en ese momento sonó el teléfono, anunciando la llegada de una visita...
El misterio persistía, opté por esperar a descubrir qué estaba por ocurrir, mientras observaba a mi compañero pasear de un lado a otro como un depredador enjaulado, pensando intensamente de una manera que nunca antes le había visto hacerlo.
El timbre sonó, él abrió la puerta y entró una mujer que claramente no era del tipo de mujeres que normalmente le atraían a él...
Ella lucía segura, su rostro denotaba un maquillaje natural, mostraba algunas arrugas en sus ojos, lo cual indicaba que era alguien ocupada, con experiencia, responsable e inteligente. Nada que se pareciera a las mujeres que mi amigo solía invitar...
La saludé como si fuera la mejor amiga de mi compañero, porque en ese momento, eso era lo que pensaba; una visita amistosa, casual y sin importancia...
Por obra del destino, esa noche iba a descubrir una faceta de mí que desconocía. Una vez que me presenté ante esa chica, no pude evitar recorrerla con la mirada de arriba abajo. Vestía unos pantalones muy ajustados, extremadamente ceñidos. Negros y fabricados con un material similar al cuero que simplemente conducían la mirada hacia sus muslos, grandes y tonificados, y finalmente a un espectáculo de formas redondeadas y perfectas justo debajo de su espalda.
Fue solo por un instante que me dejé llevar por pensamientos imaginativos y algo pervertidos, imaginando
Desde la deliciosa sensación de su cuerpo, hasta los gemidos que posteriormente brotarían de ella tras poseerla apasionadamente como una bestia en celo, volví mi mirada para observar a mi amigo quitándose los pantalones y exhibiendo la ropa que había seleccionado para hacer el amor con él.
La breve charla que manteníamos se vio interrumpida por las manos salvajes de mi amigo, que, dominadas por la excitación, traspasaron los límites que habían sido rebasados segundos atrás. Ella dejó de hablar, y yo asumí mi papel, contemplando la intensidad con que los roces se transformaron en castigos para sus glúteos y muslos. El ambiente se impregnó únicamente con el sonido de su piel siendo acariciada, seguido de algunos susurros que apenas lograba soltar, y la voz de él, solicitándole que le hiciera sexo oral.
Aquello era un espectáculo, realmente no entendía lo que ocurría, pero lo disfrutaba en gran medida. Ella sacó su pene, encontrándose con lo que había imaginado: un miembro viril, firme, pálido, curvado... justo cuando lo introdujo en su boca, me miró.
Fue la mirada de una mujer decidida a averiguar por qué solo me limitaba a observar la escena, sin mover un dedo, sin parpadear un instante siquiera, para contemplar a aquella mujer que, hace 10 minutos, llegaba como cualquier vecina para satisfacer a mi amigo.
La escena perduró el tiempo que tardó la impaciente necesidad de mi amigo por contener tremenda eyaculación y dar paso a separar las piernas de aquella mujer, que desde mi posición cobraban vida y exigían ser utilizadas para el placer máximo de un hombre. Yo observaba con serenidad, confiado en que mi deber por el momento era solo observar, sin hacer ruido alguno, sin un solo movimiento, gesto o reacción que pudiera interferir con la actuación que se estaba llevando a cabo a dos metros de distancia. Enfoqué mi atención en las manos de él, explorando con fuerza las nalgas y los muslos de ella. Mi rostro: astuto, calmado, calculador... inexpresivo y ocultando todas las sensaciones que realmente experimentaba en ese momento y que estaban a punto de descontrolarse...
“Sube” dijo mi amigo manejando su pene húmedo y grande, resultado de haber estado dentro de la boca de aquella chica, mientras su otra mano ya alcanzaba el húmedo y excitado sexo de la mujer.
No hubo más palabras, no solicité permiso, subí con ellos y me mantuve pegado a la pared de la habitación, de nuevo sin emitir ruido alguno, como si fuera un juez analizando pruebas.
Él la colocó en la cama y procedió a lo que cualquier hombre habría hecho primero con ella. La puso en posición animal, ella percibía el roce de su miembro erecto sobre su húmeda vagina, indudablemente estaba lista para enseñarle a mi amigo cómo satisfacer a una mujer de verdad. Sus glúteos rogaban porque aquella verga la penetrara, justo antes de entregarse a ese sexo hinchado y húmedo, ella pidió usar condón. No puedo describirles el momento en que él introdujo su herramienta dentro de ella, y no puedo hacerlo porque su mirada me robó la atención, la cual no apartó ni un segundo de la mía incluso cuando aquel hombre estaba a punto de penetrarla. Lo que les puedo decir es que no pude resistir ese juego de seducción. Bastó con que, con esa mirada, abriera su boca y me invitara sutilmente a participar en esa experiencia.
Me acerqué a ella con sutileza, mientras él la embestía sin miramientos, mi pene ya estaba erecto como nunca antes, ella parecía ansiosa por descubrir finalmente lo que se escondía bajo mi pantalón de cordones, que fueron retirados al mismo tiempo que aquel miembro duro y hinchado se liberaba de mi ropa interior, sin perder tiempo, lo introduje en su boca.
A diferencia de otras mujeres, ella marcó un ritmo especial. Sentía que mi erección iba a estallar dada su magnitud, sin embargo, mi papel persistía, y solo contemplaba cómo ella se comía cada centímetro de esa recompensa carnal, la observaba a los ojos, colmados de placer,
avergonzada; siendo penetrada y al mismo tiempo intentando utilizar su boca como merecía esa experiencia única.
La erección de mi compañero llegó a su fin, sin eyacular. No hubo palabras, se apartó y ella, sacando mi pene de su boca, me pidió que me pusiera un preservativo para disfrutarlo.
Solo quedaba uno, uno era suficiente. Me lo coloqué un poco nervioso, pero seguro de que tenía frente a mí a una mujer que quería recompensar mi locura y disciplina, que de alguna manera sabía que se convertiría en una energía que cambiaría a mi amigo en simplemente un elemento más de la verdadera experiencia.
Lo que sucedió después fueron quince minutos de mi mejor rendimiento dentro de una mujer. Ritmo, olor, sabor, ruido. Aquel miron que se encontraba de forma extraña provocando deseo, ahora era quien hacía chocar las nalgas de esa mujer una y otra vez. No sé si alcanzó el orgasmo. No importaba, en ese momento la persona que estaba detrás de ella, bombeando, golpeando, penetrando cada centímetro de pene en esa mujer, que con sus gemidos hacía que sintiera que había sido más de lo esperado.
Terminé aumentando el ritmo, nunca me ha parecido molesto el preservativo, de hecho, me causa más placer el hecho de que lo vean siendo retirado lleno de semen, resultado de una cogida excepcional.
Gracias. Fue lo que dijo, mientras mi amigo murmuraba "te has lucido, amigo".
Gracias a ti.
Y pensar que todo fue por la venta de un colchón.
Extraño solo observar. Extraño agarrar sus caderas y entrar y entrar y entrar.
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