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Los casos de Amanda (4): Complicada entre acuarelas


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Saludos, soy Punkycaliente, y una vez más me adentro en las intrigas de la albina que enfrenta dificultades con lo sobrenatural, usualmente terminando envuelta en situaciones comprometidas. En esta ocasión presento un relato solicitado por una seguidora, donde la albina se enfrentará a una entidad clásica del terror universal, a la cual le daré un giro inesperado. Espero que disfruten y agradezco de antemano sus comentarios y valoraciones. Besos.

Antes de comenzar el relato, es importante recordar que forma parte de una saga y que algunos personajes fueron presentados en capítulos anteriores.

Para seguir el orden de lectura, se recomienda:

“Estirpe de la cripta”

“Usada en el verano eterno” y

“La prostituta del hombre lobo”.

Además, este relato tiene tres posibles desenlaces, siendo la opción más votada en los comentarios la que continuará la historia. Espero que les guste.

Los casos de Amanda: Complicada entre acuarelas

Amanda se hallaba en su residencia, en su habitación y vistiendo solo ropa interior, examinando los vestidos seleccionados de su armario (no era una coleccionista, siempre había sido práctica) en preparación para un encuentro amoroso, con altas probabilidades de ser pasional... o al menos eso esperaba. Mark había estado ausente un mes por motivos profesionales. Si bien habían mantenido conversaciones (y videollamadas) muy apasionadas, sentía la necesidad física de estar con él.

Últimamente, experimentaba un creciente deseo sexual. En ocasiones le costaba rechazar a hombres insistentes cuando salía a tomar algo con sus pocas amistades en algún pub (había empezado a ampliar su círculo social, aunque no de manera regular, gracias al gimnasio), alguna de ellas la tienta a participar en un trío o asistir a una fiesta salvaje, ante lo cual reafirmaba su negativa al observar una fotografía de Mark.

Como válvula de escape, siempre podía recurrir a Princesa para satisfacerse. El hada la adoraba y viceversa... sin embargo, se sentía incómoda al hacerlo, pues la consideraba una especie de hermana menor (debido a que continuamente debía enseñarle cosas y reprenderla) y a la vez, su leal secretaria y criada (al principio le causaba remordimientos, pero asumió que era tan natural como un pez respirando bajo el agua). Por tanto, mantener relaciones con ella, dada su inclinación por la inocencia (aunque dominante), le dejaba un sabor agridulce... aunque de vez en cuando cedía a la tentación.

Además, si quería una relación seria con Mark, debía poner fin a eso. Una cosa era que no pudiera evitarlo, como en esos "accidentes" durante sus investigaciones. Aún recordaba con horror el incidente del chupacabras... y cómo se dejó llevar. Todavía se reprochaba frente al espejo. Si seguía así, ¿podría seguir enfrentando esas criaturas?

Negó con la cabeza, tomó un vestido y lo evaluó detenidamente presionándolo contra su cuerpo para ver cómo le sentaba. Se obligó a concentrarse. No era el momento de pensar en eso, sino en Mark, en qué llevaría puesto para recibirlo en el aeropuerto y cómo lo sorprendería en cuanto llegaran a casa.

Una sonrisa coqueta se dibujó en su rostro y buscó en el cajón de la lencería. Rebuscó un poco hasta encontrar su corset borgoña, que resaltaba en su piel pálida. Recordaba el momento en que se lo llevó para sorprender a Mark, casi destrozan la cama de aquel hotel con la intensidad de sus encuentros. Con las ganas que él le tendría, sería mejor no llevar ni bragas ni sujetador,

Que la lencería de calidad no es precisamente económica y el educado Mark puede ser un poco tosco en la cama. Al pensarlo se mojó ligeramente… Si, optaría por llevar únicamente el corset.

Se lo colocó con cautela y se observó en el espejo, sus senos se movieron ligeramente, mientras se examinaba de arriba abajo girando, sin depilarse en esa zona porque a él le parecía atractivo y por suerte, no había ninguna marca de arañazos, mordiscos u otros tipos de marcas comprometedoras. Mark se preocupó mucho la primera vez, tuvo que mentirle, pero con el tiempo había ganado algo de confianza y se permitió revelarle que tenía una ocupación particular y peligrosa. Sin embargo, eso no cambiaba que seguía siendo Amanda, la mujer que lo adora, y que no lo querría menos a causa de eso.

A pesar de que Mark le mencionó que en algún momento, si ven que todo está bien, no necesitaría continuar con ese trabajo tan peligroso. El sueldo de Mark era más que suficiente, de hecho, mucho más que suficiente, pero… era buena en eso, sentía una responsabilidad y no quería que más personas sufrieran a causa de las travesuras de criaturas sobrenaturales. Además, le gustaba cazar incluso en situaciones complicadas. No se veía cumpliendo el rol de ama de casa o trabajando desde casa, en realidad.

Suspiró, se probó vestido tras vestido, hasta llegar a uno de color negro, con un escote discreto, pero que Amanda llenaba con elegancia y que le quedaba ajustado sin resultar molesto, con pocos detalles decorativos que lo hacían ver elegante. Además, era bastante corto, siempre le parecía que si se inclinaba mínimamente se le vería todo el trasero. Perfecto para la ocasión.

Fue entonces cuando escuchó el móvil en la mesa del comedor. Sin dudarlo, dejó el vestido que había elegido antes de ponérselo y fue directo a por el móvil para contestar la llamada. Pasó por el pasillo en dirección al comedor, cuando se giró al escuchar cómo Princesa lavaba los platos en la cocina. El hada canturreaba para sí misma, con su vestido de Blancanieves, pero desde la cintura para abajo no llevaba nada, dejando ver su bello trasero que se movía al ritmo de la limpieza de los platos y daba la espalda a la puerta, no a la ventana... la cual tenía la cortina abierta. Ohhh dios, otra vez.

La verdad es que tenía un vecindario tranquilo, donde la gente iba un poco a su aire, pero siempre saludaban, se podía pedir ayuda sin temor a que fueran bruscos contigo y no eran muy estrictos con las normas de apariencia del vecindario. Aun así, había alguien que le molestaba. Hacía unos meses se mudó un joven a la casa que daba al patio trasero de ella. Por lo que sabía, no llegaba a la veintena, si es que llegaba a ella. Pasaba horas y horas frente a la pantalla gigante de su ordenador, prácticamente no salía y parecía que se alimentaba únicamente de comida rápida variada que los repartidores traían puntualmente 2 veces al día y una vez al mes, la furgoneta con la compra del supermercado.

Y no, no hacía fiestas multitudinarias, ni ponía la música muy alta, sacaba la basura una vez al día y reciclaba la basura cada tres, no se quejaba e incluso saludaba, aunque de manera un tanto tímida. Un vecino "modelo" algo peculiar. Si no fuera porque varias de las ventanas de la casa de Amanda podían ser vistas desde su habitación, a veces se entretenía observándolas, especialmente cuando se cambiaban, o colgaban la ropa o situaciones similares. Le dejó en claro qué pensaba cuando le mostró lo que era capaz de hacer al partir un tocón de un hachazo y lo miró directamente para indicarle que sabía que la estaba observando. Y cesó por un tiempo, pero...

Con Princesa las cosas son distintas. En primer lugar, como no podía confiar en lo que sucedería si ella saliera de casa sin supervisión, estaba aislada del mundo. Lo cual despertaba su curiosidad hacia cualquier cosa fuera de su "fortaleza". En segundo lugar, desde antes le gustaba recibir atención. Y un individuo, aunque fuera extraño, que seguía cada uno de sus movimientos le resultaba estimulante. Y dicho por ella misma, le excitaba un poco la situación, por ello.

organiza esos espectáculos exhibicionistas. Habían tenido numerosas discusiones sobre el tema, en las que ella expresaba su desconfianza, preocupación por su bienestar, y sugería que podrían hacer actividades juntas cuando ella necesitara salir.

Sin embargo, cada vez era más frecuente que ella se disgustara y le reprochara que saliera con otras amistades. Mientras tanto, ella se mantenía ocupada viendo series, películas y cómics, o manteniendo la casa impecable para su regreso. La adquisición de una consola había facilitado su interacción con otras personas en línea, pero también debía tener precaución al respecto. Por poco anduvo mal una vez, cuando estuvo a punto de dar un puñetazo a una "amiga" que Princesa había invitado tras conocerla en línea, resultando ser un hombre obeso de 40 años con manos largas y conceptos retorcidos sobre el consentimiento. Otros amigos suyos entendieron la señal.

Le resultaba entretenido provocar al vecino vistiéndose de manera sugerente en lugares visibles. A pesar de que el vecino tenía miedo de Amanda y no se acercaba. Sin embargo, se preguntaba qué pasaría si ella consiguiera otro trabajo que la llevara a estar ausente por varios días. Su preocupación no era por Princesa, sino por el vecino. Anteriormente, siendo un hada, era delicada como ladrona de días, pero ahora, convertida en un Boggart, era capaz de levantar una lavadora con una sola mano para limpiar debajo de ella. Con Amanda, solo habían ocurrido algunas discusiones y un jarrón de metal lanzado contra la pared, lo que los llevó a prometerse no llegar nunca a ese extremo. Si alguien con manos largas y sin entender un "no" por respuesta entraba en escena, era probable que se quedara sin manos.

Interrumpió por un momento para reprender una vez más al hada, pero el sonido del móvil persistió. Podría tratarse de algo relacionado con el trabajo. Por lo tanto, apretando los dientes, retomó su camino. Finalmente, respondió sin mirar el número y con voz neutral dijo: - Aquí Amanda, ¿Con quién hablo?-

Una voz madura, pero con un toque juguetón, respondió: - ¡Qué impersonal, Amanda! Como si no nos conociéramos desde hace años.-

El rostro de Amanda se iluminó de alegría y una sonrisa traviesa se formó en su rostro: - ¡Oh, Louis! ¡Cuánto tiempo! Perdona, no me di cuenta de que era tu número... – Sabiendo que la conversación se extendería, se sentó en una silla y pasó más de media hora contándole cómo había sido su vida y los trabajos que había realizado desde la última vez que hablaron.

Louis da Silva era un hombre mayor que en su momento había acumulado una gran fortuna con inversiones inmobiliarias y había logrado construir un pequeño imperio, pero a su vejez y sin descendencia a quien heredar, había decidido vender para seguir con su verdadera pasión que, en su edad avanzada, era lo único que le motivaba: una colección peculiar de elementos sobrenaturales.

Así fue como lo conoció Amanda, la inexperta cazadora que daba sus primeros pasos en un mundo cruel, y Louis, el hombre de negocios recién jubilado que, tras liberarse de las preocupaciones empresariales, se dedicó a la filantropía y a su afición fuera del alcance del gran público.

Desde el principio, su relación fue buena, con cierta química entre ellos. Durante un par de años, Amanda y él mantuvieron una relación más allá de la típica de jefe y empleada, a pesar de la diferencia de edades. Ella aportaba entusiasmo y él experiencia a la dinámica. Además, sus personalidades encajaban: él era detallista y tolerante ante los posibles "accidentes" en el trabajo de Amanda. Y el sexo... recordaba que era extraordinario.

A pesar de ello, fue él quien decidió poner fin a la relación al sentirse demasiado mayor, pero continuaron manteniendo una amistad cercana (a pesar de que Amanda siguió sintiendo algo por él durante un tiempo considerable) y él se convirtió en la figura del abuelo cariñoso que le había faltado en su familia, ya que su padre perdió a sus seres queridos a una edad temprana.

Con el paso de los años, su relación se enfrió y ahora apenas se comunican.

De tiempo en tiempo con algunos meses de separación entre conversaciones. En ocasiones acudía a verlo, pero actualmente él evitaba estas visitas, al sentirse más deteriorado y al observar la compasión en los ojos de Amanda. De tanto en tanto, recibía encargos de su parte, todos relacionados con recolectar objetos.

Finalmente, su voz algo ronca le habla sobre la razón de su llamada: - Amanda, ahora que nos hemos puesto al día, quería hablar contigo sobre un asunto de negocios. Es algo bastante sencillo. He recibido información sobre un cuadro que se considera embrujado. Pero ya sabes cómo son estas cosas... - Tosió brevemente tras hablar tanto tiempo seguido. - Ejem... El vendedor, que vive relativamente cerca de ti, tiene su propia reputación como pintor de lo macabro y de alguna manera tiene el cuadro en su poder. Sé que sabrías determinar si el cuadro es auténtico o no. ¿Conoces la mansión en el páramo del distrito de los lagos?

Amanda asintió para sí misma y respondió con profesionalismo: - El famoso cuadro maldito que representa el secuestro del último niño de la familia Winston, por parte de un ser sobrenatural, mientras la imagen del cuadro va cambiando según la hora en la que se mire, desde el anochecer hasta el atardecer. -continuó de manera más informal- Pensé que estaba custodiado en alguna colección privada, sería una buena adquisición, Louis. Es comprensible que estés interesado.- Además, según lo que tenía entendido, no representa peligro, lo cual aliviaría la consciencia de llevárselo a su amigo.

Seducir su lado coleccionista siempre es un buen enfoque al tratar con Louis, por lo que se percibió que su tono de voz se volvía más alegre: - Por eso necesito saber si es auténtico o no. Ya he realizado el pago como garantía, pero aún podría echarme atrás si me están tomando el pelo - Inhaló con dificultad para concluir: - Quiero que le eches un vistazo, certifiques su autenticidad y lo lleves a mi agente en el aeropuerto. Amanda sonrió, mataría dos pájaros de un tiro. Por lo tanto, lo siguiente fue adoptar una postura interesada, pero sin exagerar, para obtener una recompensa mayor por este encargo, es un amigo, pero él podría permitírselo fácilmente y nunca se sabe cuánto tiempo pasaría antes de encontrar otra oportunidad.

- Entonces esta noche quedo en encontrarme con tal Richard Pickman y cerramos todos los detalles. Gracias por confiar en mí, Louis. Te llamaré cuando haya entregado el cuadro a tu agente... Ah, por cierto. - Pausó la llamada por un momento para tomar una foto de su muslo cubierto por las tiras de la prenda:- Por los viejos tiempos. Espero contar con tu permiso para visitarte, te extraño.-

Louise rió al ver la fotografía, para luego toser ligeramente: - jajaja A veces pienso que debería haber arriesgado más y haber continuado con lo nuestro. Ummm lo pensaré, pero como mucho te dejaría abrazarme, ya no estoy para más. Hasta pronto, Amanda.-

La sonrisa de Amanda se desvaneció, quedando pensativa, y reflexionando sobre lo que podría haber sido... él fue el primero en ver algo más que... no importa, ya no se puede cambiar el pasado: - Hasta pronto, Louise. - Finalizó la llamada y gritó en dirección a la cocina mientras guardaba nuevamente el móvil en su bolso: - ¡Princesa! ¿Qué te he dicho que hagas?-

Princesa salió de la cocina con toda su vestimenta puesta y una expresión inocente: - Ummm no lo sé, Amanda, me dices tantas cosas. Por cierto, he preparado un pastel para mañana y he completado todas las tareas. - El hada puso ojitos de cachorro mientras mostraba un pastel muy elaborado, el favorito de la cazadora. Amanda iba a decir algo más, pero fue conquistada por la actitud y el soborno de Princesa: - Ufff, te lo digo por tu propio bien, ya lo sabes. -

Dándose por vencida ante la encantadora hada, cambió de tema para desviar la atención: - Tenía planeado salir después de cenar hoy, pero parece que ha surgido un trabajo, por lo que tengo que ir antes. - Se giró coquetamente para que Princesa pudiera observar su conjunto: - ¿Qué opinas? Creo que a Mark le encantará.

Princesa se mordió el labio y declaró, aún sosteniendo el pastel en sus manos: -

Por entender la importancia del empleo, no abandonarías tu hogar hasta que fueras en busca de Mark. – Amanda se ríe, se acerca a Princesa y le muestra su gratitud con un beso en la boca antes de girarse para retirarse, evitando ser tentada en exceso.

De vez en cuando es agradable sentirse atractiva y hermosa piensa mientras se dirige a su habitación. Allí considera la posibilidad de vestir su indumentaria laboral, pero descarta la idea. No hay suficiente tiempo para regresar a casa, y no sería conveniente cambiarse en el automóvil o en un baño público. Opta por ponerse la vestimenta reservada para Mark y espera que no haya imprevistos.

De todos modos, mete algunas cosas en su bolso por si acaso y se prepara para salir. Una vez más, está apurada de tiempo y debe apurarse para llegar a la residencia de cierto Pickman… Ese nombre le resulta familiar… Sin pensarlo demasiado, se encamina a la dirección proporcionada por Louis, le quedan dos horas, ya que había planeado esperar en el aeropuerto por si el tráfico dificultaba el acceso cerca de la hora de llegada.

Una hora después

El ático de la casa del pintor Richard U. Pickman es amplio, casi tan grande como la planta baja. A diferencia de otras estancias de la casa, se nota que ha sido muy utilizado. De hecho, sobre la mesa de trabajo se pueden ver los platos sucios de una comida de trabajo y una pequeña nevera que hace ruido al funcionar. Además, no hay muchos muebles, solo caballetes ocupados por lienzos a medio terminar, murales expuestos en los rincones vacíos y cuadros terminados colgados o apilados.

La estancia está repleta de retratos de seres extraños realizando actividades perturbadoras, como aquel en el que se aprecian monstruos con hocicos de perro aullando a la luz de la luna sobre las tumbas de un cementerio, o inquietantes criaturas marinas nadando alrededor de un barco mientras son señaladas por los intranquilos marineros, o criaturas aladas, como ángeles desollados, danzando alrededor de un campanario de iglesia, ante la indiferencia de los fieles que no perciben su presencia.

La iluminación del ático proviene de los amplios ventanales que llenan el lugar de luz, permitiendo ver la jaula de metal situada en el centro de la sala, la cual resalta entre el arte siniestro como un elemento discordante. En su interior, semiconsciente, se encuentra Amanda, la cazadora de monstruos ha sido sedada hace diez minutos, pero debido a malas experiencias se recupera pronto de estas circunstancias.

Intenta recuperarse sentada en el suelo, apoyada en los barrotes, aún vistiendo la ropa elegante con la que llegó. Su bolso, por supuesto, yace donde cayó durante su desmayo... No obstante, en su bolsillo interior posee algo, una pequeña esperanza. Apenas puede concentrarse para apartar la mirada del retrato que tiene frente a ella, mostrando una horrenda criatura, un invuche, y se pregunta por qué está encerrada en una jaula.

Recuerda haber entrado en la casa del artista, que a pesar de su rostro alargado, mal gusto al vestir y arrogancia, resultó ser un comerciante serio y ofrecer una obra auténtica (lo notó en cuanto se acercó a él). Tras las formalidades habituales y fingir interés en su retórica, había dejado el cuadro en el auto y, como siempre es útil mantener contactos en el medio, decidió aceptar una breve visita a su galería personal, repleta de retratos de entidades a las que algunas había enfrentado, y otras le alegraba no haberlo hecho. Cuando se percató de que había escuchado su nombre en boca de un antiguo Houdini desaparecido hace más de 40 años, experto en magia de encierro en objetos, fue demasiado tarde y conocido por ser un amoral que vendería a sus amigos si pudiera. La trampa ya estaba lista mucho antes de que pudiera reaccionar.

Mientras tanto, al otro lado de la habitación con mirada clínica, el pintor observa, ya ha delineado con lápiz la zona alrededor de la jaula, pensando en los

tonalidades que va a utilizar y aguarda el momento oportuno para pintar ¿Esperar a la luz de la luna o comenzar su obra inmediatamente? Incertidumbres, incertidumbres. Se divierte al observar cómo la cazadora albina intenta aclarar sus pensamientos, apoyándose en los barrotes con movimientos desordenados, explorando todo con cierta perplejidad, claramente buscando una salida, parece no haberse percatado del peligro que representa el cuadro en el interior de la jaula, a pesar de haberlo observado detenidamente ¿Es tanto esfuerzo por encargarse de esta joven? ¿Dónde estaría el mundo si él no hubiera estado, recuerda cuando en sus tiempos desafiaba a hombres de verdad, tanto es así que tuvo que esconderse durante décadas para evitar ser detectado... Aunque no puede negar que, tras la cantidad de droga somnífera que le ha administrado, le sorprende que pueda moverse siquiera, pero es preferible así.

El encargo de su cliente le había resultado estimulante, un reto, algo se escuchaba sobre la pequeña albina y sus cacerías ¿La mejor cazadora de monstruos desde hace dos décadas? tonterías, pero quizás se equivoque, porque a cambio de uno de sus cuadros, donde inevitablemente la víctima se mueve y queda plasmada en agonía, se le ofrecía una década más de vida. Y lo que un hombre de 109 años que aparenta poco más de 30 sabe, es que no hay que rechazar este tipo de ofertas. Mientras sean otros los que sufran las consecuencias.

Finalmente, Amanda logra enfocar su mirada en Pickman por un momento, emite algunos murmullos al aire, débiles intentos de maldecir e insultar al pintor, que poco a poco son más claros. La luz del sol comienza a volverse ligeramente rojiza, indicando que la tarde se aproxima a la noche y el señor Pickman, con total calma, ignorando a la albina, enciende las luces para mejorar la visión de la escena, en algún momento las apagará nuevamente para que solo la luz de la luna ilumine su obra maestra. Sí, una albina a la luz de la luna, sin duda destacaría entre otras obras mediocres, como las que ha tenido que enterrar en el sótano, solteronas que se desviven por un artista, jovencitas en cuerpo de mujer, inocentes de diferentes tipos… bueno, lo que quedaba de ellas.

Pickman había viajado por medio mundo, había experimentado el horror sobrenatural en toda su magnitud y las criaturas le habían dejado tranquilo. Claramente deseaban ser inmortalizadas por su glorioso pincel. Había escuchado rumores sobre la peculiar naturaleza de la albina, lo cual de alguna manera le excitaba, él, por otro lado, era algo similar... era ignorado, recuerda cuando ese wendigo destrozó a sus compañeros de acampada en un bosque de Canadá… Temió por su vida, pero fue completamente ignorado por ellos. Encontró la belleza en la brutalidad y comenzó a plasmarla, incluso escuchando las súplicas de sus antiguos amigos. En fin, nunca tuvieron un sentido artístico desarrollado. Con los años, incluso ese ápice de remordimiento y renuencia desapareció y ahora podía dibujar sin miedo por más grotescos y peligrosos que fueran los seres con los que se encontrara. Mientras no los perturbara activamente, aún conserva esa gran cicatriz, un acto de imprudencia juvenil que no se repetirá.

Ya que se había convertido en un mago. Capturando criaturas en sus cuadros, quebrantándoles la voluntad para usarlos como siervos, guardianes y a veces, como asesinos. A los más astutos los torturaba para obtener secretos. A los más feroces y bestiales… siempre encontraba formas de sacar provecho. Luego los quemaba, pero ahora había conseguido una gran oportunidad. Uno especialmente peligroso.

Sin embargo, se sentía algo nervioso. Pues hasta ahora había visto a muchas criaturas en su entorno natural. Acechando, merodeando, aprendiendo de sus presas, incluso alimentándose ante su impávida mirada… Ahora podría ver a una de ellas copulando y no a cualquiera, un invunche. Uno de los maléficos guardianes de los brujos chilenos. Su deformidad, causada por el hechizo de creación, hacía que una de sus piernas descansara en su espalda y que llagas cubrieran todo su cuerpo. Este en particular hacía mucho que

Había extraviado el olfato y sus ojos, antaño humanos, permanecían siempre inyectados en sangre. Su lengua larga apenas se sostenía en su mandíbula fracturada, sin embargo, al chasquear sus colmillos, la guardaba con rapidez. Su órgano genital abultado se balanceaba de un lado a otro con los movimientos de la espeluznante criatura, tornándola aún más horrible y obscena, lo cual deleitaba al pintor. Esta había sido una gran captura en tiempos de sus aventuras.

La superficie del cuadro comenzaba a expandirse mientras las garras de la criatura intentaban rasgarlo y abrirse paso a través del lienzo. Amanda, tambaleándose en su enésimo intento, se aferraba a los barrotes y se aproximaba poco a poco hacia la puerta de la celda, como un cervatillo recién nacido. El pintor sonreía al observar cómo, detrás de Amanda, la criatura "rompía" el lienzo y emergía de él, como un agujero en la pared.

Sus garras se movían en el aire en busca de algo a lo que agarrarse, para después dejar caer de golpe todo el corpachón de la criatura al suelo. La criatura se estremeció al enderezarse apoyada en su única pierna y sus dos manos largas terminadas en garra. Amanda, más lúcida ya, la miraba con horror mientras la humedad de su entrepierna crecía ante la presencia sobrenatural, algo que no había experimentado dentro del cuadro pero que, de repente, se volvía particularmente intenso. Un gemido involuntario escapó de sus labios, anticipando lo que le aguardaba.

El que su propio cuerpo reaccionara de esa manera la hacía sentirse impura y algo promiscua. Aunque en su mente surgía el recuerdo de que había pasado tiempo desde su última relación íntima, y aquel miembro... Sacudiendo la cabeza, mientras la criatura giraba para encararla. Había oído hablar del invunche y de su peligrosa reputación, pero nunca habría imaginado encontrárselo en una casa de veraneo de mal gusto.

-Estás loco, Pickman... - logró articular Amanda, con la boca aún pastosa y esforzándose por enfocar la vista, aún entumecida por la droga suministrada, que claramente era potente. - ¿No comprendes por qué ni siquiera los peores criminales recurren a los Invunches? - la criatura olisqueaba a su alrededor, no mostraba agresividad, sus ojos inyectados en sangre ligeramente nublados, seguramente bajo el influjo de algún hechizo. Amanda proseguía, esperando que recapacitara, o al menos la mantuviera entretenida. Si tenía un invunche, entonces debía de tener cerca el tótem o colgante que lo controlaba.

¡Dios, por qué me siento tan excitada! se quejaba en su interior Amanda. Lo incómodo de tener esa extremidad en la espalda era que el Invunche ofrecía una visión de su sexo, lo cual despertaba el deseo en Amanda. Tragando saliva y sintiéndose más insegura sigue diciendo: - Es cuestión de la sangre, la maldición que los engendra se vincula a ella y solo esa sangre puede controlarlos... - El tufo de la criatura impregnaba la jaula, le recordaba al ghul de hacía poco más de un año, estremeciéndose al recordar el castigo que le infligió contra el suelo la criatura... aunque en el caso de aquellos seres se debía a su dieta y su proximidad a los cadáveres.

En el caso del Invunche, era porque estaba muerto, pero la maldición provocaba que, a pesar de estar en proceso de descomposición, se regenerara una y otra vez. Odiaba a su creador por no permitirle abandonar este mundo, y al no poder atacarlo, descargaba su furia con los demás. Además, se alimentaba de carne humana por gula más que por necesidad. Y aún así, Amanda se sentía excitada.

Pickman se reía de esa forma característica de quienes no acostumbran a hacerlo: - Querida, llevo en este negocio más tiempo del que imaginas, y seguiré estándolo después de que este ser te consuma por completo. No antes de ver cómo te monta como si fueras una yegua. Alguien pagó una fortuna para que recibieras este... castigo. Pero no te preocupes, serás inmortalizada - Haciendo un gesto como si espantara a una mosca, continuó examinando la escena, mientras el Invunche se movía de un lado a otro, observando a la albina con ¿curiosidad? Hmm, pensaba Pickman, esto es nuevo... ¿Y por qué estaba aquella?¿Algo te emociona ya? Pensé que tendría que lanzar el encantamiento para provocar una ninfomanía depravada. Ja, a veces las circunstancias se presentan por sí solas. Sin embargo, no podía dejarlo al azar, tenía el hechizo, el cual le había entregado el cliente. Pickman había asimilado su poder, tenía el talento necesario y mientras lo conservara, sería él quien plasmara la obra y los demás formarían parte del entorno.

Recordando que el Invunche solo respondía a órdenes en su lengua nativa, evoca los modismos de sus viajes y con un mal español declara:"Desnuda a esa mujer rápidamente". La criatura se voltea y le fulmina con una mirada furiosa que logra helarle la sangre por un instante. Claro, el medallón... - se recrimina a sí mismo, reconociendo su error.

Amanda observa detenidamente cómo Pickman extrae un collar de una de sus bolsas tras buscar durante unos minutos. Mientras tanto, el Invunche se encuentra completamente excitado, con su miembro erecto y goteando anticipadamente, su lengua, visible debido a que su mandíbula no encaja por completo, adquiere una forma similar a la de un perro que está a punto de lanzarse sobre su presa... aunque por la forma en que la mira, no parece estar pensando en devorarla, al menos no literalmente. Lentamente se acerca a la entrada de la celda, observando a Pickman que aún sigue ocupado y al Invunche que espera confundido, emitiendo sonidos obscenos y desagradables, los cuales Amanda prefiere no interpretar.

Sin duda, al intentar abrir la cerradura, esta se encuentra cerrada, pero parece antigua y no especialmente complicada. Por lo tanto, con nerviosismo busca en su bolsillo a ver si lo encuentra... "vamos..." se murmura a sí misma, mientras siente cómo la humedad desciende por sus piernas y ella sin satisfacción sexual. Con esa criatura deseándola y...

No, no, eres tonta Amanda, no te comportes de forma provocativa. Aunque el atuendo que llevaba, con ese vestido de noche corto y la lencería, no ayudaba precisamente... y, lo recuerda ahora. Un rubor tiñe su rostro, a pesar de lo absurdo de su sonrojo, como si al psicópata que se encuentra detrás del caballete o al monstruo excitado le importara que llevara solo un corpiño color borgoña... sin calzones como única prenda interior.

Entonces, siente los espasmos previos al orgasmo, sus ojos se abren, nunca había experimentado algo así... ¿Será tan potente el aura de la criatura? No puede actuar de esta manera, no puede ni siquiera pensar... su mano se dirige directamente a su entrepierna levantando el dobladillo del vestido y a pesar de la situación, comienza a excitarse con fuerza, mientras escucha los gruñidos de la criatura. Jugando rápidamente con su hendidura para penetrarse con decisión con sus dedos, mientras sus flujos no cesan, percibe la tensión de la criatura detrás suyo, esperando ser instruida para actuar en su contra.

La imaginación de Amanda es más rápida que ella y la visualiza excitando al Invunche con deseos de lanzarse sobre ella y presionarla contra los barrotes penetrando su intimidad al descubierto con su miembro... el aullido ansioso del Invunche llena la habitación y hace que tanto de masturbarse como de registrar los bolsillos interiores del traje, cese.

Y lo hace sin pensarlo, observando hacia Pickman en busca de complicidad, como si estuviera cometiendo una travesura, mientras una de sus manos se da placer, la otra levanta ligeramente el dobladillo del traje dejando al descubierto sus nalgas, y gira la cabeza mordiéndose los labios tratando de contenerse, para observar la reacción de la criatura. El cuerpo del Invunche está tenso, arañando el suelo del desván con sus zarpas afiladas, su lengua colgando de su boca con anticipación se agita en el aire y su miembro... no debería mirarlo, pero no puede evitarlo... no debería excitarlo, pero está a punto de llegar y... Pickman toma el amuleto y nuevamente ordena al Invunche: "Desnuda a esa mujer rápidamente". Finalmente, Amanda encuentra el valor suficiente para sacar la pequeña ganzúa de su bolsillo, un pequeño recuerdo de aquella vez que quedó atrapada en una misión con un espectro en un armario empotrado.

Mientras el intenso orgasmo la hace convulsionar,

Amanda es abordada por el Invunche, quien con sus poderosas manos rasga su vestimenta, revelando el corsé que resalta sus generosos pechos, los cuales se liberan al aire. Mientras tanto, su sexo sin depilar se muestra con los labios húmedos por los fluidos que han emanado de su entrepierna. Un suspiro escapa de sus labios, mezcla de desesperación por ceder a sus deseos incontrolables y de alivio al ver que será poseída. La bestia la empuja contra las rejas y comienza a lamer su cuello, inundándola con su olor nauseabundo, lo que le hace lagrimear levemente, aunque sus caderas se mueven ansiosas al contacto con el cuerpo de la criatura.

Con los ojos enrojecidos, el Invunche fija una mirada cargada de odio en Pickman. A pesar de su deseo de actuar, se contiene, pues espera órdenes; es un guardián, un asesino… pero ahora, por primera vez, anhela algo más. Ignora por completo las acciones de Amanda, quien intenta abrir la cerradura.

Amanda traga saliva, su cuerpo reacciona con intensidad a pesar de que la criatura, sin llegar a penetrarla, apoya su miembro sobre su piel. Casi instintivamente, ella se acerca, mostrando aún más su sexo mojado al alzarse de puntillas. Mientras su lado lógico intenta descifrar el movimiento de la cerradura para abrir la puerta.

Por otro lado, Pickman finalmente obtiene el medallón, una reliquia siniestra hecha con la calavera de un bebé y ornamentada con hierbas secas y grabados ancestrales. Un artefacto que pocos saben cómo crear y que otorga poder sobre el Invunche. La sorpresa que se llevó al regresar a su cabaña en el bosque con la criatura a su lado fue indescriptible. Desde entonces, había utilizado al ser como guardián y asesino.

A pesar de los olores y la falta de armonía, tener al Invunche en un lienzo era una cosa, mostrando la belleza del horror, pero tenerlo merodeando... era inquietante. Invertir en un lienzo especial no había sido barato, pero no se arrepentía. Cerró los ojos y se concentró en el hechizo crucial para que la criatura sucumbiera a sus impulsos lascivos, algo vital para su plan. Su empleador, en quien confiaba plenamente, le había ofrecido esta oportunidad. Recordó cada palabra con precisión, sabía que no podía cometer errores.

Amanda, ajena a todo, reprimía sus gemidos mordiéndose los labios mientras la criatura probaba y erraba, acercándose cada vez más a la entrada de su sexo. La tensión en el ambiente era palpable, y la necesidad de la bestia por poseer a la cazadora se hacía cada vez más evidente. Por otro lado, Amanda, entre excitada y fatigada, luchaba por mantenerse en puntillas y contenerse, sus piernas apenas respondían. En un susurro para sí misma, se repetía: "Amanda, céntrate... No es el momento...".

Ante la relajación de su cuerpo, la punta del miembro del monstruo penetró en ella, expandiéndola. Sintió la presión en sus paredes vaginales mientras el ser avanzaba en su interior, como sumergirse en agua helada. Un escalofrío recorrió su espalda ante la incertidumbre de ceder por completo. Amanda se dio cuenta de la realidad: la droga que le habían suministrado estaba surtiendo efecto, difuminando su capacidad de resistencia. A pesar de ello, disfrutaba de la situación, cautivada por la excitación del momento. Sí, era la droga, no podía ser de otra manera. Aun así,

En ocasiones le resultaba difícil manejar de manera eficiente la ganzúa, que está a punto de caerse mientras baja cada vez más, descendiendo sobre el miembro del Invunche.

Pickman finalmente recuerda el hechizo y sonríe de manera siniestra. Lo pronuncia, palabra por palabra. Una vez completado, sabe que lo ha ejecutado correctamente. Sí, ahora deseaba perturbar a la cazadora imaginando su humillación final. Sin percatarse de lo que ocurre en la jaula, mientras prepara los colores y dispone los pinceles para pintar, silbando por un momento. Ajeno a los gemidos ahogados de Amanda, pues ella ha terminado de bajar los pies y está acostumbrándose al miembro de la criatura, la cual deja de apoyarse en los barrotes y sujeta los pechos de Amanda, provocando su reacción de arquearse ante el placer de su tacto, lo que desemboca en otro orgasmo mientras se aterroriza por la situación y las respuestas de su cuerpo.

El pintor se burla: - Cómoda, señorita Amanda, debo decir que eres más valiente de lo que esperaba; lo habitual sería que gritaras pidiendo ayuda o te desmoronaras, pero mantienes la compostura-. Amanda levanta la cabeza, en un instante de racionalidad piensa "ojalá fuese cierto", al notar cómo el Invunche comienza a mover su cuerpo arriba y abajo, muy lentamente pero sin pausa, aumentando el ritmo con confianza, penetrándola con un sonido acuoso cada vez que llega al fondo de su vagina.

Una vez liberada del impulso mágico impuesto por Pickman, la criatura gruñe satisfecha al satisfacer su lujuria. Las garras de la criatura sujetan con fuerza los pechos, masajeándolos sin percatarse y provocando que los gemidos de Amanda se intensifiquen, lo que a su vez la incita a desear más intensidad.

El pintor, creyéndose solo, grita por el deseo de devorar a la cazadora: - Ahora esa repugnante criatura te poseerá y dará sentido a tu penosa existencia. Ahhh, el arte-. Coge unos tapones para los oídos, para evitar distracciones, pues el Invunche no deja de gritar (casi al unísono con Amanda, quien tras morderse los labios hasta casi sangrar para contener los gemidos, se ve obligada a abrir la boca cediendo al placer, sin darse cuenta de que la puerta hace clic al abrirse y la ganzúa cae al suelo. Instintivamente, se aferra a los barrotes para no golpearse mientras la embestida del Invunche se vuelve más agresiva. Su piel blanca bajo la luna, ya que Pickman ha apagado las luces, se cubre de sudor por el calor del encuentro, y sus ojos se entrecierran ante el siguiente orgasmo que sacude su cuerpo.

Pickman recuerda que debe recitar de nuevo el hechizo y sus palabras rítmicas en un idioma extraño resuenan en la habitación. Por un instante, la lucidez de Amanda regresa, ya no embotada por la droga (aunque sí por el deseo), y escucha sorprendida. ¿Está hablando en serio? Sin embargo, el Invunche retira su miembro de su interior y la gira para enfrentarla. La lengua de la entidad busca su boca y, al intentar ignorarla, la criatura aprieta su cuello, obligándola a abrir la boca para introducir su lengua impura, al tiempo que levanta su cuerpo para penetrarla de nuevo con su falo húmedo de sus fluidos. Esto lleva a que Amanda agarre con sus piernas la cintura del avieso ser, disfrutando del acto, pensando en su carta de triunfo. Casi inconscientemente juega con la lengua de la entidad.

Pickman se quita los tapones y observa la escena, su sonrisa malévola al ver cómo la criatura obliga a Amanda a besarla y la penetra sin miramientos, lo excita de cierto modo. Sin duda, la albina es atractiva, a pesar de ser una prostituta de alto rango, y gracias al hechizo no sufrirá daños graves... Aunque por un momento se pregunta por qué llevaba lencería bajo la ropa. Mmm, podría pasar por alto este detalle, de lo contrario sería demasiado surrealista y su cliente no lo.DEFINEKPIS('').

pensaría. Siempre había sido un excelente observador y esperaría pacientemente a que la criatura adoptara una postura vergonzosa, para luego contemplar su rostro horrorizado, esa sería la culminación perfecta.

Con Amanda aferrada a su cintura, una de sus poderosas manos envuelve la espalda de Amanda y con la otra empuja ambos cuerpos hacia atrás. Con una admirable agilidad, se gira para caer con suavidad en el suelo de la celda. Utilizando la garra libre para amortiguar el impacto, a pesar de que el trasero de Amanda golpea el suelo, su boca ocupada por la lengua del ser le impide emitir quejido alguno. Sus piernas se separan instintivamente de la espalda del invunche, ofreciéndole así mayor facilidad para penetrarla.

Nuevamente, el ser comienza a penetrarla. Amanda voltea su rostro lejos de Pickman para ocultar el gesto de placer que le embarga, ese último vestigio de dignidad que se permite, mientras comienza a gemir con cada embestida. La sensación de un mes sin sentir a un hombre y su propia naturaleza se entrelazan, permitiéndose dejarse llevar. –Sigue así, mi monstruo... ufff, dios- murmura entre gemidos, más para sí misma que para el Invunche, mientras Pickman continúa pintando, frunciendo el ceño. ¿Dónde están los gritos de terror, las súplicas, la petición de clemencia...? ¿Qué le sucede a esta mujer?

El invunche experimenta una sensación extraña, algo que no había sentido antes... tal vez desde su época humana, hace siglos, pero lo disfruta. Posee a Amanda, quien se estremece de placer debajo de él de manera puramente instintiva, al igual que obedece a las órdenes de su maestro... Sin embargo, no puede detenerse esta vez, ni aunque se lo solicitaran, y su cuerpo se estremece en su primer orgasmo justo en el instante en que retira su miembro erecto de la vagina de Amanda para luego introducirlo de nuevo con fuerza. Encuentra satisfacción en el rostro de placer de Amanda al hacerlo. Así, sus pantorrillas, el vello pálido alrededor de su sexo y parte de su corset se ven salpicados con su semilla.

Amanda percibe el calor en las zonas que han sido alcanzadas por la eyaculación de la bestia y, por un momento, se desilusiona al no sentir el rastro de la semilla del ser en su interior. Voltea su rostro hacia la criatura, consciente de que se encuentra en un momento peligroso, en el que el instinto de "reproducción" podría dar paso a su otro instinto de devorar carne humana. Prepara su mano derecha para tapar la boca del invunche si fuera necesario... Pero ese momento no llega; la criatura la observa con curiosidad, incluso sorpresa, aguardando ¿qué? Se pregunta Amanda mientras recupera el aliento momentáneamente, sin ningún amuleto que le brinde protección.

Pickman presencia la escena con frustración ¿Ya? ¡La maldita zorra ni siquiera ha gritado! Sin muestras de terror en su rostro, sin lágrimas. ¿Cómo podría crear arte con ese desenlace? Si al menos la atacara después, pero ahí está el invunche, pasmado, observándola. Sus manos se crisp...

los barrotes y le dirige una mirada llena de hostilidad.

Pickman se estremece, se comenta que la mirada del invunche puede maldecirte y al ver cómo titilaban los amuletos que lleva ocultos bajo el cuello de la camisa como protección en estos casos y cómo se rompían uno a uno, la veracidad del rumor es evidente. Enfurecido, coge el amuleto que le ha permitido controlar al invunche, y al observar cómo la cazadora se arrodilla para levantarse, con su trasero blanco como la nieve en pompa, con su entrepierna aún húmeda por estar tan cerca de una criatura mágica tan poderosa. Pickman reitera la orden de acabar con Amanda, apuntándola con el dedo.

La bestia está muy enojada con ese hombre que le da órdenes sin razón aparente, pero sigue la indicación del dedo y contempla el espectáculo involuntario que ofrece la albina. Su miembro se endurece nuevamente y se dirige hacia ella. Emite un gruñido gutural, lo que hace que Pickman sonría y Amanda gire la cabeza atemorizada, pero su mirada se posa en cierta parte de la anatomía de la bestia, preparándose para el "asalto" agarrándose a los barrotes más cercanos y suspirando en voz alta: - ¿Por qué siempre termino en cuatro...? - Entonces, el Invunche avanza y se posiciona detrás de ella, logrando introducir su miembro con facilidad en el sexo de Amanda con un sonido de chapoteo al encontrárselo nuevamente húmedo, aunque esta vez Amanda se permite gemir de placer, seguido de gemidos y los siniestros sonidos del invuche.

Pickman, fuera de sí, arroja el lienzo al suelo y lo pisa: - No, no, no. Esto debería ser una tortura, un canto al sadismo y, y... Maldita, no sé qué estás haciendo. - Vuelve a rebuscar en su maletín, mientras escucha un "Lo siento, Mark..." entre gemidos fuertes de Amanda. Finalmente saca un revólver, tan antiguo como él mismo, pero de confianza. Las armas modernas le parecen carentes de alma.

Todavía alterado por lo que está ocurriendo, da grandes pasos hacia la jaula, buscando un ángulo de visión para poder dispararle a la albina. Cuando lo encuentra, se concentra a pesar del temblor de la jaula debido a los embates del Invunche y finalmente dispara.

Por un momento, todo se detiene en la habitación, ya no hay actividad sexual en la jaula, ni se escuchan las confusas maldiciones de Pickman. Como si el sonido del disparo, que ha llenado la sala con su estruendo, hubiera eclipsado todo el ruido en la estancia. La expresión de enojo de Pickman se transforma en terror al ver que el invunche ha protegido a Amanda con su brazo grueso, donde la bala se aloja sin causar daño. Pickman retrocede en cuanto el invunche se estrella contra la jaula moviéndola como si no pesara, doblando los barrotes en un intento por alcanzarlo, el aullido de furia de la criatura hace que la sangre del pintor se enfríe. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué? Dispara un tiro tras otro, siendo víctima del mayor horror de su prolongada vida. Pues en este caso, la víctima es él.

Amanda, jadeante, se va incorporando lentamente gracias a los barrotes y se endereza. Pickman se ha olvidado de ella. Así que ahora, menos entumecida, se acerca a la puerta de la celda y la abre. Pickman se da cuenta demasiado tarde y ni siquiera intenta apuntar a la cazadora. Corre hacia la trampilla del desván, huyendo como la presa que es para un cazador con años de experiencia, en este caso, cientos de ellos. La experiencia gana al final, chico. Su padre siempre se lo decía cuando le ganaba al ajedrez... Fue su último pensamiento racional. No llegó muy lejos.

La criatura se abalanza sobre él, derribando varios caballetes y salpicando los cuadros con su sangre. Las garras del invunche le causan heridas profundas y con fuerza lo estampa una y otra vez contra el suelo. Apenas tiene tiempo de gritar de forma agónica antes de que la criatura abra sus costillas como si fuera un armario y arranque su corazón, que late una última vez antes de que la mandíbula del invunche lo destroce al devorarlo.

Según el convenio, el ser adquiere su libertad para marcharse a donde le corresponde (es decir, que su espíritu se libere), si el hechicero la deja marchar de todo corazón… En esta situación, literalmente.

Amanda lo contempla apoyada en la jaula, iluminada por la luz lunar, pero los segundos transcurren y luego, tras un minuto, el ser se voltea hacia ella. Sí, el necio de Pickman le había lanzado un conjuro malayo de transferencia de propiedad hasta la muerte del lanzador o de la víctima del hechizo. Concediéndole la autoridad, pero el carácter de Amanda le había impedido articular sus pensamientos para deshacerse del invunche… nunca mejor dicho, con una instrucción coherente, en realidad lo había incitado a seguir adelante, sin percatarse.

Ahora el Invuche está en libertad, debería haberse ido. Pero ahí está avanzando con precaución hacia ella. Y Amanda, con las piernas como gelatina, sin nada cercano a un arma que pudiera dañar al ser, aún vestida con su corsé y con el semen de la criatura secándose en su piel. Temiendo ser ¿Violada? "Sí, Amanda, eso ha sido, no ha sido por gusto... Amas a Mark, te atraen los hombres y mujeres humanas", se repite como un mantra, aunque le resulta difícil creerlo.

Traga saliva cuando el ser está a solo dos metros de ella, pero sus ojos se abren de par en par cuando la bestia formula una pregunta con pausas entre palabra y palabra, con un tono tranquilo a pesar de sus ojos inyectados en sangre y un inglés marcado por un acento: -¿Libertad, dueña o protector?-

Sorprendida por este hecho, Amanda cuestiona -¿Puedes hablar?- El ser asiente y responde con firmeza -Poco-. Entonces Amanda reflexiona sobre lo que le ha interrogado, aún algo alterada (incluso después del tiempo prolongado que han compartido), considera una posibilidad. La libertad significaría que el ser podría morir, ser dueña implicaría convertirse en su ama y... ¿protector? ¿Quiere estar velando por mí de forma autónoma?

La albina, apoyada en los barrotes e intentando fijar la mirada en la fantasmal cara del invunche (para evitar mirar otras partes de él), intenta satisfacer su curiosidad: -Entiendo que quieras que elija entre ser tu dueña o liberarte, pero ¿Por qué la última opción? Los de tu especie no actúan sin motivo...- La criatura intenta una sonrisa que indudablemente genera más miedo que simpatía: -Te gusta-. Amanda se siente incómoda y casi deja escapar una sonrisa: -¿Te gusto?-

El invunche asiente una vez y siente nuevamente esa sensación en su cuerpo, pero se tranquiliza con un pellizco en su trasero y Amanda expone: -Más bien, te excito-. Como si él no hiciera lo mismo conmigo... es increíble. El Invunche asiente con alegría. Luego, reflexiona y reitera: -Te gusto-. Genial, ahora se encontraba con un ser no vivo, poderoso y caníbal que sentía deseos por ella, pero de manera consentida a cambio de favores. Frunciendo el ceño, le explica cruzando los brazos, tratando de comprender las verdaderas intenciones de la criatura: -No voy a proporcionarte sangre ni carne humana. En el caso hipotético de que elija las dos últimas opciones y si las buscas por tu cuenta, no te lo permitiría...- Pero la bestia señala hacia el sexo de Amanda, haciéndola ruborizarse: -¿Órdenes a cambio de sexo? Y si lo haces por decisión propia, ¿cómo te lo compensaría?-

El invunche sonríe de nuevo mientras se acerca un poco, intentando no resultar amenazante: -Tú eliges-. Amanda abre mucho los ojos: -¿Cr-crees que te lo daría por gusto?- La criatura asiente, lo que la hace sentir mal e increíblemente incómoda, ya que al decirlo se sintió entre halagada y excitada.

Amanda reflexiona durante un largo rato, observando a la criatura y evaluando los pros y contras de esa relación mutua. ¿Qué decisión tomar?

1. Amanda reconsidera sus pensamientos. Aunque el invunche esté actualmente bajo el hechizo de la naturaleza de Amanda, nada impediría que volviera a recurrir a sus malas artes. ¿Dejaría a alguien cerca de una máquina de matar como esa? Y a pesar

En algún momento de un pasado lejano, había una persona dentro del rojo de sus ojos.

No era apropiado castigarle convirtiéndolo en su esclavo por lo que ocurrió en la jaula... No tenía muchas opciones frente a los estímulos que la naturaleza de Amanda ofrecía. Por eso, el Invunche percibe la mirada y sonríe al decir aliviado: - Descanso -. En el fondo, solo deseaba poder marcharse de este mundo en paz.

Amanda asiente y da la orden. El cuerpo del Invunche ni siquiera toca el suelo antes de desvanecerse en una nube de polvo. Observa los cuadros y el cadáver del hechicero, cómo su traje favorito se reduce a cenizas, y suspira... Esperaba que el baño tuviera un aroma lo bastante fuerte y el armario algo que le quedara... más o menos. Por culpa de ese desgraciado apenas tenía tiempo para eso.

2. Después de reflexionarlo un momento, bajo la mirada paciente del Invuche, Amanda lo plantea de esta manera. Permitirle descansar podría ser loable, pero tener a un Invunche como aliado, incluso a través de un acuerdo tan peculiar, es una ventaja poderosa... Amanda comienza a sentirse incómoda. En estos casos, debería ser destruido para dar paz al alma. Pero no es que vaya a llamarlo siempre, es más bien por si acaso. Además, son criaturas que no pueden alejarse del lugar que protegen, tal vez solo podría usarlo en la ciudad... Y... no es que le viniera mal.

Su entrepierna se humedece nuevamente al pensarlo, lo que provoca que la criatura husmee y sonría: - Trato -. Indicando que sabe que ella aceptará estar con él de alguna manera. Monstruo despreciable... le está cayendo bien - Acepto, pero ya te he comunicado mis condiciones, si las rompes tú serás castigado - El Invunche asiente con seriedad aunque con un destello de felicidad en la mirada, por primera vez le plantean las cosas de igual a igual y eso parece gustarle - Y si las rompo yo, pues te toparás con consecuencias, según prefieras - Asiente el Invunche de manera igualmente seria.

La criatura regurgita algo y Amanda lo recoge con disgusto, una piedra, el Invunche señala: - Collar -. Amanda entiende que debe llevarlo engarzado para poder usarlo. Al guardarlo, la criatura poco a poco se desvanece... y uno de los ventanales se rompe, cayendo sobre un coche que queda abollado por una fuerza invisible. El Invunche está en la ciudad.

3. Amanda lo medita detenidamente y recuerda varios casos en los que las criaturas sobrenaturales no eran tan malas o se convirtieron en aliados que ayudaron contra amenazas mayores. Además, tenía el caso de Princesa, de la que ya no quería separarse. El Invunche está ligado por la promesa, no causará daño a nadie... Podría tenerlo con un nuevo collar, pero aun si fuera uno de color rosa. Sería otra forma de encarcelamiento para él. Y no parece estar interesado en cruzar al otro lado a pesar de todo lo que ha sufrido, quizás durante siglos.

Sin embargo, con cierta vergüenza, ella se siente halagada por las atenciones de la criatura. Incluso ahora, sabiendo que le queda poco tiempo, le gustaría dejarse llevar un poco más por el monstruo "domesticado". Podría haberla matado, haber luchado contra ese ligero hechizo y destrozarla con sus garras.

No es que esté engañando a nadie, como se ha mencionado, no habría nada entre ellos a menos que ella lo deseara. Demonios, sigue estando provocador. Pobre... Se muerde ligeramente el labio y finalmente dice de manera coqueta: - Estoy de acuerdo en que actúes por tu cuenta, pero con la condición de no atacar a nadie y según tu comportamiento, podrías recibir una recompensa -. Se acerca a él para acariciarle la barbilla, dejándolo cerca de su zona íntima - Serás mi guardián, entonces. Pero ahora debo apurarme, nos encontraremos más adelante - El Invunche asiente, la criatura poco a poco se desvanece... y uno de los ventanales se rompe, cayendo sobre un coche que queda abollado por una fuerza invisible. El Invunche está en la ciudad.

Después de contemplar un momento el exterior, ella suspira.

Sale de la habitación sin dirigir su mirada al cuerpo de su captor y desciende las escaleras. Recorre cada habitación hasta que encuentra el lugar donde había caído debido a los efectos de la droga, y ahí estaba su bolso con todas sus pertenencias. Si lo hubiera tenido cerca, la situación no se habría descontrolado tanto. Encuentra el lavabo y se observa en el espejo. Tenía el cabello despeinado, el rostro aún enrojecido por el placer, partes de su cuerpo marcadas por el firme agarre del invunche y, por supuesto, su ropa interior y corpiño cubiertos de la eyaculación de la criatura, ya seca tras el tiempo transcurrido desde su liberación. "Vaya firma que te ha dejado, chica", se dice a sí misma mientras ríe por su comentario. Aunque al mirarse más seriamente, reflexiona sobre lo extraño y particular de lo ocurrido ese día, recordando la situación del mes pasado con el chupacabras y ahora aquello.

No podía dejar las cosas así. No siempre podía depender de la suerte, ni esperar ayuda en todo momento. Tampoco era adecuado profesionalmente terminar tan excitada que le incapacitara para pensar. Mucho menos sentirse estimulada al verse reflejada en el espejo en ese estado. Pero recordar la descarga... aún con su semen encima, adherido a ella. Tan accesible.

La mano de Amanda desciende hasta su muslo y con cuidado recoge con su dedo parte del semen seco para luego llevarlo a su boca. Incluso a distancia, el olor era muy fuerte... por lo que abre la boca y...

En ese momento, suena su teléfono móvil en su bolso, lo que la hace dar un respingo y limpiarse las manos antes de contestar. Era Mark, informándole que su vuelo se retrasaba tres cuartos de hora. Debía prepararse, vestirse y recogerlo. También recordó el tema del cuadro en su maletero. Qué despistada era. Sin dudarlo más, se encaminó hacia la ducha para tomar un baño tras limpiar el corpiño de las manchas. ¿En qué estaba pensando antes? En fin, no podía perder más tiempo.

Después de asearse y secar el corpiño como pudo, busca en los armarios del villano algo de ropa más femenina... y la encuentra. Un traje de dos piezas que le quedaba bastante bien... aunque quizás ajustado en ciertas zonas, pero no revelador. Pickman, el sujeto, era definitivamente un tipo extraño.

En un momento dado, se detiene junto a la puerta para dejar un mensaje a Tom, su "amigo" del FBI. A pesar de ser un idiota, en situaciones como esa, funcionaba correctamente. Además, le encantaría llevarse el mérito de haber acabado con las maldades de un hechicero malévolo. Así tendría algo con lo que contrarrestarlo si se ponía pesado. Con una sonrisa en el rostro, sale a la noche en dirección a su coche, mientras un vecino se horroriza al ver que este ha sido aplastado. Ese no era su problema y quería encontrarse de nuevo con Mark. Se sentía nuevamente llena de energía, encendiendo el coche y desapareciendo en la noche.

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