Desde pequeño he crecido en una familia con una gran riqueza. Siempre he tenido todo lo necesario, el dinero y la posición social nunca han escaseado en mi entorno familiar. Mis padres son propietarios de múltiples empresas que generan cuantiosas sumas de dinero anualmente. Para mí, la vida era idílica. Todo lo que deseaba adquirir estaba al alcance de mi mano, solo bastaba con sacarlo de la cuenta bancaria o de la caja de seguridad en casa. Todo me parecía magnífico, la vida me otorgaba el dinero que quisiera sin ningún esfuerzo. Sin embargo, para mis padres la situación era diferente, tenían un gran dilema y ese dilema era yo.
Nunca había trabajado ni tenía intenciones de hacerlo. Era un auténtico holgazán. ¿Por qué debería trabajar si todo lo que quisiera estaba a mi disposición sin necesidad de esforzarme? Tampoco mostraba interés por estudiar, siempre reprobaba, jamás me esforzaba y finalmente abandoné la escuela. En ese entonces, era un joven malcriado, que se creía superior a los demás por tener dinero y no respetaba ninguna regla ni a nadie. Me comportaba como quería sin que nadie me detuviera. Mis padres estaban extremadamente cansados de mi conducta, habían criado a un auténtico perezoso y a una persona irrespetuosa y sin valores. Era una persona repugnante que despreciaba a todo el mundo, solo le importaba el dinero y sus caprichos, lo demás le resultaba insignificante.
Era un día común y corriente. Mi madre se encontraba de muy mal humor y nerviosa. Había recibido una llamada crucial de uno de sus clientes. Debía viajar de inmediato a otro país debido a un problema importante que había surgido con el cliente. Si no se presentaba de inmediato, corría el riesgo de perder al cliente, lo cual era inaceptable. Perder a ese cliente significaba una pérdida monetaria considerable para las empresas de mis padres. El inconveniente era que mi padre también estaba de viaje, realizando un extenso viaje de negocios en China, negociando una transacción vital que le mantendría ausente al menos un mes. Aquí radicaba el inconveniente, que era yo.
Un joven prácticamente adulto, en su sano juicio, habría sido responsable y se habría quedado en casa. El problema era que yo era un joven totalmente irresponsable. Ya me había quedado solo en casa en varias ocasiones y a la vuelta de mis padres se habían encontrado con graves problemas. En una ocasión incendié la casa, jugando con fuego con mis amigos. En otro incidente organicé una fiesta con prostitutas que terminó en desastre, la policía intervino y me metí en graves problemas que mis padres tuvieron que solucionar. En otra ocasión abusé de una empleada que limpiaba la casa. Obligué a la joven y atractiva empleada de limpieza a dejarme introducir un objeto en una parte de su cuerpo a cambio de no ser despedida. Ella, asustada, accedió y fue vejada hasta que finalmente, al regresar mis padres, les contó lo sucedido y tuvieron que compensarla con una gran cantidad de dinero para evitar que revelara lo ocurrido. Podría seguir mencionando mil fechorías, cada una peor que la anterior. No había sido detenido porque mis padres siempre desembolsaban una suma considerable para ocultar mi comportamiento delictivo.
Mi madre estaba sumamente exasperada, debía cancelar su urgente viaje con el cliente importante ya que no podía dejarme solo. Un joven que ya debería estar formando una familia y dedicándose a los negocios familiares, y lo único que provocaba eran conflictos y más conflictos... Este problema era prácticamente insoluble a mi edad, era demasiado tarde, nunca había aprendido modales ni educación. Tenía dinero fácilmente sin ningún esfuerzo. Era un auténtico imbécil que se burlaba del resto del mundo.
Mi madre desayunaba en su mesa con su café mientras hojeaba el diario todas las mañanas. Seguía totalmente enfadada y irritada, estaba a punto de perder.
A uno de sus clientes más importantes le ocasioné un daño debido a mi falta de responsabilidad. Mientras repasaba la prensa, se encontró con un anuncio muy peculiar y fuera de lo común.
“Se ofrece niñera para enseñarle modales a su esposo, cuidar de él y disciplinarlo. Cualquier hombre se volverá sumiso y aprenderá disciplina a mi lado”. El anuncio era absurdo, pero mi madre no tenía nada que perder, se hallaba desesperada sin encontrar una solución. Qué ocurriría si en vez de ser para su esposo, fuera para su hijo? Un joven ya adulto que era totalmente irresponsable y desobediente. ¿Aceptaría aquella niñera? Sin dudarlo, decidió contactar con el anuncio. Concretó una reunión con la Niñera de manera urgente. Incluso la idea me agradó, pensaba que llegaría una mujer joven y atractiva, con la cual podría volver a intentar introducir un plátano en su trasero, o quizás, en esta ocasión algo más grande como un calabacín. Sería muy divertido humillarla. Mi mente ya empezaba a concebir todo tipo de situaciones humillantes hacia la niñera atractiva.
Mis suposiciones estaban equivocadas. La Niñera no era una mujer joven y atractiva como yo esperaba, todo lo contrario. Era una mujer mayor, casi como una abuela. Una mujer de alrededor de sesenta años, con un aspecto más bien rechoncho, con una barriga y un trasero prominentes. Tenía el pelo corto y rizado, además de llevar gafas de lectura. Quizá no había calculado bien su edad a primera vista, pues creo que era mucho mayor de lo que pensaba, las arrugas en su rostro delataban su edad, quizá anda cerca de los setenta años. A su favor puedo decir que estaba muy bien vestida y elegante. Llevaba una camisa blanca abotonada, una falda negra por debajo de las rodillas y medias negras que llegaban hasta unos botines de tacón. Aun así, no era el tipo de mujer que había imaginado, era alguien que me triplicaba en edad o más. Parecía una abuela saliente de una película de corrección, donde ella era la directora estricta. Tenía un rostro severo y parecía odiarlo todo, era una mujer más bien antipática, fea, gorda y mayor.
Mi madre y la Niñera se sentaron y comenzaron a hablar. Mi madre le explicó la situación, todos mis antecedentes y el tipo de joven que yo era. Todas las palabras fueron negativas, era un dolor de cabeza constante que no desaparecía. Mi madre le contó a la niñera todas mis travesuras, sin escatimar en detalles sobre mi intimidad. La niñera se mostró sorprendida y le presentó sus tarifas. Mi madre, por su parte, se quedó asombrada al comprobar lo caros que eran sus servicios, sería una fortuna cuidar de mí y estaba segura de que no daría resultados. La niñera la tranquilizó, indicándole que solo cobraría si obtenía resultados y explicó que estos eran garantizados. Nunca fallaba, me convertiría en un joven educado y responsable, de lo contrario, no cobraría y sería gratuito. Mi madre aceptó, no tenía nada que perder y además, no tendría que pagar si estaba convencida de que no funcionaría. Rápidamente se puso a hacer las maletas para partir de viaje de inmediato.
Sonreí a la niñera, no era la mujer que yo esperaba, pero estaría a mi disposición como mi esclava y sirvienta durante toda la semana, me serviría las 24 horas del día, y podría hacer con ella lo que quisiera. Ese era mi pensamiento, pero estaba muy equivocado.
La niñera, llamada Margaret, se acercó a mí. Se sentó cómodamente a mi lado y sacó de su bolso una hoja de papel que me ofreció para leer. Examiné la hoja y vi que contenía 50 reglas de comportamiento, una serie interminable de normas de todo tipo. Eran directrices que debía seguir al pie de la letra. No me molesté en leer todas las reglas, pero puedo mencionar algunas que me causaron hilaridad. Hablaban sobre la limpieza de la casa, debía mantener todas las estancias limpias, incluyendo la cocina, los baños, mi habitación, entre otros. Había horarios que debía cumplir, normas de entrada y salida de la casa, debía pedir permiso siempre para salir de casa y muchas otras directrices sobre educación, modales y respeto, así como normas de higiene, alimentación e incluso sexuales; no podía autocomplacerme sin su autorización. Aquellas 50 normas...eran reglas típicas de una institución militar. Mi risa aumentaba, me desternillaba ante cada regla. Arrugué el papel con las normativas escritas formando una bola y las arrojé al suelo frente a la niñera Gloria.
- No tengo intenciones de acatar ni una sola regla de tu lista. Por el contrario, serás tú quien esté a mi disposición, cumplirás cada una de mis peticiones sin protestar si deseas recibir tu salario. Me obedecerás por completo, serás mi sirvienta por una semana - le dije desafiante, me disponía a divertirme con esa anciana.
La niñera se levantó de su silla y se aproximó a la salida. Parecía demasiado sencillo, pensé que había logrado hacerle entender su posición, pero me equivoqué. Antes de dejar la habitación del espacioso salón donde nos encontrábamos, se volvió hacia mí y me miró fijamente con su rostro de abuela desagradable.
- Si desobedeces una regla, tal vez solo te llevas una reprimenda verbal. Si desobedeces dos normas, recibirás un aviso de castigo. Si incumples tres reglas, serás castigado severamente y si te saltas más de tres, recibirás una lección que nunca olvidarás, pedirás perdón llorando, te lo aseguro. Debo advertirte que siempre cumplo mis promesas, sin excepción - me advirtió la niñera sobre las consecuencias de no seguir sus reglas. Empecé a reír a carcajadas, esa anciana era muy entretenida para mí. Me tomaba a broma todas sus normas y amenazas.
- Ahora debo retirarme. Esta tarde volveré para comprobar si has cumplido con tus responsabilidades. - La anciana niñera salió de la habitación sin prestarte más atención. Continué riéndome a carcajadas. No tenía intención de acatar ninguna de sus normas. Mis vacaciones apenas comenzaban, estaría solo en casa por una semana, podría hacer lo que quisiera y conocía la combinación de la caja fuerte de mis padres, tenía todo el dinero que quisiera. Llamé a uno de mis amigos por teléfono, le propuse ir a un club privado que tanto disfrutábamos, gastaríamos mucho dinero en bebidas y prostitutas, iba a ser una semana de diversión inolvidable, al menos eso creía yo... pero ahí estaba la niñera Margaret... No debí subestimarla.
Continuará.
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