Me llamo Miguel, 59 años, 178 cm, ojos azules, 90 kilos y la vida no me ha tratado mal físicamente, excepto por la pérdida de algo de cabello canoso y algunos kilos de más en mi abdomen.
No desagradable al menos según dicen.
Isa, como la llamaban, tiene aproximadamente mi misma edad. Durante los años que trabajamos juntos, aunque solo tuvimos conversaciones superficiales, siempre sentí que conectábamos bien, y que quizás podría haber habido algo más entre nosotros si yo no estuviera casado y ella fuera tan reservada.
Ella es una mujer delgada, morena, 1,68 m, culta, con unos ojos azules impresionantes, atractiva, con un aire melancólico y cierta apariencia maniática, probablemente producto de ser soltera y vivir sola.
Habiendo ascendido en la empresa hasta llegar a ser secretaria de Dirección, no tenía mucho tiempo para relacionarse con los demás empleados, algo que agradecía. Muchos la consideraban extraña, en ocasiones incluso se autodefinía como rancia, la primera vez que la escuché usar ese término para describirse, lo primero que pensé es que necesitaba liberarse un poco.
Debido a cambios en la empresa, tuve la oportunidad de prejubilarme en buenas condiciones y unos meses después recibí un mensaje de whatsapp de Isa informándome que también se retiraba. Habíamos hablado alguna vez de su deseo de disfrutar de la vida, aprovechando su salud aún aceptable.
Comenzó con un viaje con una amiga durante unos días. A su regreso, la llamé porque planeaba ir al mismo lugar con mi familia y quería que me contara sobre su viaje. Me envió algunas fotos en las que no aparecía, le dije que para eso estaban las postales. Instantáneamente me envió algunas fotos suyas, me gustó su rapidez y disposición.
Poco tiempo después, tuve que hacer unos trámites y la llamé para tomar un café y ponernos al día. Quedamos en el centro porque no estaba seguro de dónde vivía. Cuando llegó, llevaba una falda, una blusa y zapatos de tacón, me gustó su elección, en más de 10 años trabajando juntos solo la vi usar falda en una ocasión.
Empezamos a hablar de trivialidades, recuerdos, proyectos, hobbies, etc. En un momento de reflexión, hizo una mueca de resignación y me dijo que era una lástima no poder compartir ese tiempo con nadie. Aproveché para decirle que, siendo una mujer tan atractiva, no tendría problemas en "compartir su tiempo" con amigos/as y que nunca es tarde para ello. Me respondió que solo le interesaba visitar museos y exposiciones con gente, pero que no le gustaba socializar demasiado. Había acostumbrado a estar sola, a lo que añadí que estar con gente implicaba tener que quedar con ellos para socializar, como nosotros lo hacíamos con el café.
Me miró y dijo que eso era diferente, mostrando complicidad en su mirada.
Se notaba que el tema de la soledad la incomodaba. Para cambiar de tema, me preguntó si seguía haciendo bricolaje en casa con reparaciones pequeñas, ya que alguna vez se lo había mencionado. Consultó sobre un mueble que quería arreglar y le dije que me enviara unas fotos para poder asesorarla mejor. Más por inercia que otra cosa, sin pensarlo, me invitó a verlo en su casa, ya que vivía cerca y todavía era temprano, acepté.
Pagué y fuimos caminando hasta su casa, se notaba tensa a medida que nos acercábamos. Al llegar, bromeó sobre lo que dirían los vecinos si nos veían juntos.
–Supongo que no sería la primera vez.
–Ni en sueños, soy muy celosa de mi privacidad, no me gusta que hablen de mí –dijo mientras abría la puerta.
–Detrás de esta puerta todo puede ser tan privado como desees, si ningún hombre ha venido es tu asunto, no el de los vecinos, ya somos adultos para hacer lo que nos plazca, nos lo hemos ganado y más a estas alturas de la vida.
En ese instante, ella estuvo de acuerdo conmigo y me expresó nuevamente que, por ser tan aburrida y conservadora, nunca había dado el paso.
Después de revisar el mueble, lo arreglé en unos minutos. Ella me ofreció algo para beber y, al retomar la conversación al despedirme, la animé a relacionarse más y a dar ese paso, pues ya era hora. Le recordé que los tiempos habían cambiado considerablemente.
Ella bajó la mirada lentamente y, como si le hubieran dado un golpe, tragó saliva, temblando como un flan.
–Siempre me acobardo al final. Quiero hacerlo, pero me bloqueo y pierdo la oportunidad. Siempre me ha pasado. Por eso he renunciado. Soy una rareza.
Me acerqué a ella invadiendo un poco su espacio, tomé su barbilla con suavidad y, manteniendo su mirada, la besé suavemente. Ella abrió los ojos de par en par, pero no apartó su boca.
Después, retrocediendo un paso, ella recordó mi situación.
–Esto no está bien.
–¿Te gustó?
–Esa no es la cuestión, estás casado.
–¿Te gustó?
–Sí, pero es que...
Tomé su mano y le dije que teníamos derecho a disfrutar de los años que la vida nos otorgara, que ahora debíamos ser nosotros quienes marcáramos las reglas de la vida, pero que la decisión era suya, pues ya había dado un primer paso.
–¿Te arrepientes?
Negó con la cabeza, intentando organizar sus pensamientos. Dudó por un momento.
–Sí.
–¿Sí qué?
–Que me gustó y tienes razón.
–No pareces muy convencida –le recriminé por su tibieza.
–Estoy confundida, no sé qué hacer ni cómo actuar.
–Déjate llevar.
La abracé y la besé más apasionadamente, lo que desembocó en un beso más intenso. Ella lo aceptó con deseo, la sentía temblar, agitando la respiración. Estaba liberándose de todos esos años de contención, pero se percibía que había tomado la decisión, dejándose llevar y que esta vez no dejaría pasar la oportunidad, al menos en ese momento.
Después de calmarnos, la conduje hacia el sofá y le dije que debíamos establecer algunas bases y normas antes.
Me miraba como si estuviera recibiendo las instrucciones para manejar un auto nuevo, asintiendo solo y denotando impaciencia por comenzar.
–Isa, supongo que tu mente está llena de preguntas sobre a dónde nos puede llevar esto.
–Aunque no lo había planeado, creo que podemos tener una buena relación.
–¿Qué esperas de esta relación? Ya sabes cuál es mi situación civil y no tengo intención de cambiarla.
Ella miró hacia abajo.
–Me ha tomado por sorpresa a mí también, y entiendo tu situación –comenzó a responder con clichés–: un compañero, alguien con quien hablar, con quien compartir tiempo, preocupaciones, deseos, contarle mis cosas...
–¿Y qué más?
–Bueno, pues no sé... que se preocupe por mí, que me quiera, que cuide de mí...
La interrumpí de inmediato.
–Creo que lo que me estás contando es la idea de un novio ideal para una adolescente. Pero en este momento de la vida, creo que quieres deshacerte de todos estos años de prejuicios y vivir la vida que te has negado a ti misma.
–¿Me equivoco?
En ese instante, una lágrima recorrió su rostro, como si la hubieran descubierto en una mentira sin salida. Se sintió abrumada.
–No sé qué hacer ni cómo hacerlo. He tenido un par de relaciones, pero siempre buscando lo mismo y de manera brusca, sin importar en lo más mínimo quién soy yo. Al final, me resigné y me fui encerrando en mí misma. Algunas de mis amigas a veces me han hablado de sus relaciones, a veces con detalles escandalosos, me generan curiosidad, incluso envidia por su determinación. He intentado ser así alguna vez, pero a la hora de...
La realidad me dejaba inmóvil y no avanzaba.
Observé que iba a caer en un ciclo de quejas. La sujeté con firmeza por los hombros
–¿Qué deseas hacer en este preciso momento?
–No ocurrirá nada que no desees.
La miré, en sus ojos había incertidumbre y en sus labios entreabiertos, deseo, la abracé y la besé nuevamente, esta vez la dejé explorar hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Abrazos y algún agradecimiento, no se decidía.
–¿Estás considerando avanzar ahora?
Dudó un instante y bajó lentamente su mano por mi costado hasta la cintura, la detuve y la hice ponerse de pie, en ese instante deslicé mi mano bajo su falda que emitía un calor evidente y fui subiendo mi mano, al llegar al borde de sus bragas ya se advertía su humedad, mirándola fijamente le pregunté:
–¿Es esto lo que deseas?
Ella suspiró.
–En este momento, más que nada en el mundo. Uff
Se notaba que libraba una batalla interna y que buscaba liberarse, la tomé por la cintura y entre besos nos dirigimos al dormitorio, la acosté suavemente en la cama y mientras la desvestía a besos, ella cerraba los ojos visualizando mis movimientos, le quité las bragas y mostrándoselas.
–A juzgar por su estado, estás deseándolo
Sonrió nerviosa, y pronunció un tímido “Sí”.
–Pero antes, vamos a explorar hasta dónde estás dispuesta.
Deslizando mi mano hasta su entrepierna, jugué por un momento con un pequeño triángulo de vello, (me sorprendió lo cuidado que lo mantenía para no ser una activa sexual) introduje un dedo, un pequeño suspiro y el hecho de que colocara su mano sobre la mía empujándola hacia adentro, indicaba que anhelaba algo más, seguí besándola, succioné sus pechos que, aunque pequeños, aún estaban firmes y fui descendiendo hasta empezar a lamer sus labios y su clítoris, ella intentó apartarme incorporándose un poco, pero mi persistencia, su excitación y el movimiento de su pelvis señalaban que estaba disfrutando, volvió a dejarse caer.
–¿Nunca te han realizado sexo oral?
–No, tampoco ha habido muchas ocasiones dijo con una sonrisa nerviosa
–Relájate, esto es un regalo.
Introduje un dedo en su vagina, mientras recorría su cuerpo con mi lengua, ella se estremecía, su respiración se agitaba más, colocó sus manos sobre mi cabeza, empezó a gemir levemente. Había superado su bloqueo, se entregaba por completo.
A los pocos minutos comenzó a convulsionar experimentando un orgasmo intenso, pensé que no iba a detenerse, yació en la cama desmadejada por un momento hasta reponerse, se incorporó y me dio un beso apasionado, como pocos.
–Gracias, gracias.
Me levanté, seguida por su mirada y salí de la habitación sabiendo que eso la desconcertaría:
–Ponte algo, te espero en el salón.
Al instante salió con un albornoz y semblante preocupado.
–¿Hice algo mal?, necesito que me guíes.
–Escucha, tenías una fuerte excitación y necesitabas aliviarla, pero antes de continuar debes saber qué espero de ti y si estás dispuesta a concederlo.
–Aquí están mis condiciones:
–Soy dominante, y si iniciamos esta relación no explorarás otras opciones sin mi aprobación. (jugaba con la ventaja de su soledad)
–No me contactarás a menos que te lo indique.
–Acudirás cuando y donde te diga.
–No intervendré en tu vida social (poca vida social), ni familiar. Tampoco tú en la mía jamás.
–En público seremos dos amigos amables, pero en privado serás la más sensual de las mujeres.
–Te daré un par de días para reflexionar, si decides que No, ... Esto se acaba aquí, si aceptas te convertirás, entregándote a mí en eso que siempre has deseado y no te has atrevido
Por tu comportamiento, creo que eres sumisa, y que solo imaginarlo te excita.
¿Dominante, Sumisa? Parecía no entender qué implicaban esos términos. Le sugerí que investigara, e incluso leyera algún
Cuento. Le di ciertas instrucciones.
–La elección te corresponde.
Mientras me preparaba para marcharme, ella agarró mi mano y me expresó:
–Tengo la mente y el cuerpo acelerados, no tengo que pensarlo, fue una locura, pero me gusta y quiero seguir adelante. Deberás tener paciencia conmigo, guiarme.
–¿Quedaste con ganas de más?
–Uff, fue increíble, llevaba mucho tiempo deseando dar este paso y por supuesto que quiero más.
Tiré de la cuerda de su bata hacia mí y, dándole un beso apasionado, se la quité.
–Creo que no hace falta que te explique muchas cosas, es mejor descubrirlas por tu cuenta.
Ella esbozó una sonrisa traviesa asintiendo, bajé mis manos hasta su trasero, apretándola contra mí, sintiendo el calor de su intimidad.
Interrumpiendo el beso, me dedicó una mirada lujuriosa, tomó mi mano y me llevó de vuelta al dormitorio.
Esta vez la hice sentarse en la cama y me quité el cinturón.
–¿Necesitas alguna aclaración?
Desabrochó mi cinturón rápidamente y, al ver mi miembro, titubeó sobre qué hacer.
–Ja, ja. ¿Todavía no lo has hecho? Supongo que habrás visto alguna película, ¿verdad?
–No, es la primera vez, he visto algunas, pero me da vergüenza.
–Comienza a lubricarlo con los labios y saliva.
–Abre la boca –tomé su cabeza y introduje mi miembro, recorriéndolo con la punta. Al principio trató de apartarse tímidamente, pero poco a poco se fue animando, estaba claro que no tenía experiencia, pero sí interés. Después de unos momentos.
–Detente, practicarás más adelante. Acuéstate.
Terminé de desnudarme y, acostándome a su lado, pasé mi mano por su entrepierna, estaba muy excitada.
–Parece que necesitas algo más…
Esta vez no se ruborizó, solo mostró una mirada lujuriosa.
–Uff, ¿quedan dudas?
–¿Sobre quién eres ahora o lo que deseas?
–Soy tu aprendiz y quiero hacerlo.
–Más bien eres una lasciva y quieres que te posea, por lo caliente que estás.
Se mostró un tanto desconcertada, mientras yo seguía jugando con su intimidad, manteniendo su calentura.
–¿Quién eres y qué deseas?
Y, aunque le costó, entró en el juego.
–Soy tu lasciva y deseo que me poseas.
Me posicioné sobre ella, y colocando sus piernas en mis hombros, jugué con mi miembro en la entrada de su zona íntima, lo introduje lentamente hasta que se adaptó, empezó a moverse al compás con su cadera, comenzando a gemir, yo estaba cada vez más excitado, casi al límite, la penetré de golpe, ella soltó un grito que pensé que la lastimaría, se notaba estrecho por no haber sido usado habitualmente, pero su excitación previa fue efectiva, comenzó a moverse de manera frenética.
–Mmmm, Sí, sí, más, más, me encanta, no pares, uff, me encanta, lo que me he estado perdiendo, voy a aprender muy rápido...
–Sigue así, que lo disfrutarás al máximo.
–Mírame, quiero ver tu rostro de lujuria mientras hacemos el amor, su expresión era todo un manjar, se acariciaba los pechos, se llevaba las manos a la boca para acallar sus gemidos, una sonrisa de satisfacción acompañaba sus gestos mientras continuábamos.
–Gírate, ponerte en cuatro.
Contrariada por la solicitud, aunque en ese momento no era mi intención.
–Por ahí no, nunca lo he hecho y dicen que duele.
–Hoy no será, es solo para ver lo excitada que estás, al principio puede doler, pero lo prepararemos, no permanecerá virgen y al final te gustará. –Dije dándole una palmada. Asintió con una sonrisa traviesa, ya no tenía reservas.
Penetrándola de nuevo en su zona íntima, soltó otro grito y volvió a moverse.
–Parece que también te gusta esta postura, lasciva.
–Sí, quiero más, me encanta, sí, sí.
Le di un par de azotes no muy fuertes.
–¿Te gusta?
–Me gusta todo, los azotes, que me digas esas palabras, que me poseas, quiero más, más, ugh, ugh, oh, qué placer.
Isa había salido.
Ante la inminencia de su llegada, intensifiqué mis embestidas, desplazándonos juntos. Ella experimentaba pequeños espasmos, mientras sentía cómo se deslizaba por sus muslos el resultado de otro orgasmo.
Una vez reducimos el ritmo, le di un beso y le indiqué:
–Ahora será más sencillo para ti, límpialo.
Con una amplia sonrisa, se puso manos a la obra eficientemente, sin dejar de observarme, buscando mi aprobación, generando un morbo increíble.
Una vez finalizó, nos dimos una ducha entre besos y caricias.
Y en esta ocasión sí me despedí:
–Te lo digo de nuevo, ya conoces mis expectativas. Si estás de acuerdo, dentro de dos días envíame un mensaje por whatsapp, tómate tu tiempo. En caso contrario, entenderé que no deseas continuar. Ha sido un placer. Pero una vez comencemos, no habrá marcha atrás. La decisión es tuya...
Trató de darme una respuesta nuevamente, pero la detuve con un suave beso.
–Reflexiona sobre ello y escríbeme...
Apenas había dado unos pasos desde el portal, cuando recibí un mensaje de whatsapp.
–Acepto. Lo he meditado y aún me tiemblan las piernas, qué liberación.
Apagué el teléfono y regresé a casa.
Continuará...
Si alguien desea contactarme, puede hacerlo a través de mi correo: [correo electrónico], siempre y cuando lo haga con cortesía, siendo adultos, con pleno conocimiento de lo que cada uno busca y desea.
Otros relatos que te gustará leer