Los anhelos de mi espíritu (segunda parte)


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Interrumpiste el breve silencio que llenaba la habitación con una solicitud bastante simple.

"Fer, colócale la peluca rubia y una vez hecho eso, quiero que sienta el tapón con inflador que nos obsequiaste hoy", ordenaste.

Fer buscó la peluca entre las pertenencias que le habías indicado traer de la habitación y la ajustó sobre mi cabeza cubierta por la máscara. Estaba sudando y la peluca solo empeoró mi sensación de calor. Entonces, escuché tu risa y a través de los auriculares percibí tus palabras:

"Ahora baila para mí, querida. No deseo que te desnudes. Baila con destreza. Demuestra lo seductora que puedes ser. Lo capaz que eres de excitar al más viril. Vamos, mi amor, despliega tus encantos y tus gestos provocativos que me ponen tan cachonda. Hazme sentir orgullosa, cariño. Provoca en mí el deseo de poseerte y poseer ese trasero insaciable que posees. Pero antes, ponte en posición de cuatro patas y ofrece tu cuerpo a Fer... él ya tiene el tapón en la mano y parece ansioso por introducírtelo", expresabas.

Inmediatamente adopté la posición requerida en el suelo. Incliné mi cabeza hacia abajo y levanté las caderas en señal de sumisión, tal como te complacía que lo hiciera con tanto gusto. Sin esperar más instrucciones o siquiera sentir la presión del tapón en la entrada de mi retaguardia, decidí moverlo en círculos, buscando provocar a Fer. Escuché tu sonrisa a través de los auriculares y de repente percibí una mano firme aferrando mis caderas, impidiéndome moverme como lo estaba haciendo. Sin previo aviso, sentí cómo Fer insertaba el tapón en mi boca y decía:

"Humedece esto, golfa. Te vendrá bien, porque te va a estirar hasta el límite", expresó.

Tragué con dificultad, casi sintiendo arcadas. Era inmensamente ancho y considerable en tamaño. Pero era consciente de que no podía defraudarte, y con un esfuerzo sobrehumano logré no solo introducirlo hasta el fondo, sino también simular una succión para excitar tanto a tu amigo como a ti. Escuché tus gemidos y supe al instante que lo había logrado. Fer movía el tapón dentro de mi boca y sentía que mis labios estaban a punto de reventar. Si anteriormente me había costado complacer su miembro viril, esto era una prueba de fuego, pero puse todo de mí para satisfacerte y que te sintieras orgullosa de mí.

Después de varias embestidas, lo retiró bruscamente de mi boca, respiré profundamente, volviendo a apoyar mi frente en el suelo. Entonces sentí la presión del tapón en mi retaguardia. En cuestión de segundos, desapareció por completo dentro de mí. Supe que había sucedido porque percibí cómo mi cuerpo lo recibía con gratitud, y un suspiro de placer se escapó de mis labios. En ese momento, Fer se encargó de recordarme que se trataba de un tapón inflable, y gradualmente experimenté una creciente presión en mi trasero. Gruñí. Apreté los dientes y los puños. Sentía que mi integridad corría peligro. Pensé que no resistiría, pero lo único que sucedió fue que una lágrima se deslizó por mi mejilla, oculta tras la máscara, hasta llegar a mis labios.

Recordé todas las veces que me habías hecho llorar. Ya fuera por el dolor físico o, sobre todo, por las humillaciones extremas a las que me sometías. Apodábamos a esas lágrimas "las lágrimas de la felicidad" y, efectivamente, tuvieron el efecto revitalizante que esperabas, porque apreté con fuerza los labios y respiré profundamente, tratando de recuperar la calma, tal como me habías aconsejado en numerosas ocasiones.

En ese instante, mientras mi cuerpo se acostumbraba al tapón y ya me preparaba para levantarme a bailar y excitar a nuestro amigo, escuché una voz. Entre la tensión ocasionada por la embestida del tapón en la boca y el momento que acababa de vivir al resistir su incremento de tamaño, no había sido consciente de que tu nuevo compañero de Mazmorra había llegado a tu casa. Sin duda, no había otra explicación, ya que escuché claramente cómo te presentabas.

Ante otra persona:

“Me alegra mucho conocerte también, Miguel. Antes que nada, quisiera agradecerte por los dos momentos tan maravillosos que me has brindado. No imaginé que alguien pudiera ser tan habilidoso en ese aspecto. Ahora veremos si eso es lo único que sabes hacer o si también eres talentoso en otras áreas”, expresó la persona.

Se escucharon risas, y enseguida Miguel respondió:

“Soy sumamente diestro en complacer de esa manera y aguanto bastante sin llegar al clímax. Pero si deseas comprobarlo, tendrás que solicitarlo directamente”, dijo con confianza.

Sentí una sensación de calor y emoción. Aquella persona había invitado a un individuo dominante en lugar de sumiso. Y yo me encontraba a una distancia considerable. Justo cuando empezaba a procesarlo, sucedió una de esas casualidades que solían ocurrir en nuestras vidas, ya que la persona comentó:

“Mira cariño, en este momento tengo a uno de esos individuos dominantes que tanto disfrutas en casa. Y ¿sabes lo mejor? Después de que me haga sentir placer mientras bailas para Fer, planeo disfrutar de su compañía mientras Fer y tú están juntos. ¿Te parece bien que le muestre quién tiene el control a este campeón, mi amor?”.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Era evidente que esa persona prefería tomar la iniciativa en vez de dejar que cualquier persona se jactara de dominarla. En ocasiones, sin embargo, optaba por ser tomada simplemente para provocar mi enfado y frustración, mientras sus gemidos llenaban la habitación de hotel o nuestra propia habitación. En ese momento supe que el nuevo amigo le proporcionaría placer, generando en mí una mezcla de sensaciones entre placer y humillación.

Justo cuando pensaba en ello, escuché decir:

“Miguel, desnúdate y ven aquí, atractivo... estoy ansiosa por recibir placer. Y tú, sé sexy mientras bailas para mi amigo. Excita esa excitación que lo tiene listo para satisfacer ese deseo en tu interior. Vamos chicos, cada uno a lo suyo. Ahora”.

Poniéndome de pie con dificultad debido a los tacones, me balanceé mirando fijamente a Fer, retrocediendo lentamente hasta colocarme en el centro de la habitación. Sin apartar la mirada de él, empecé a moverme de manera provocativa como si fuera una bailarina sensual. Mis manos se deslizaban desde mi cuello hasta mis pechos al ritmo de una melodía imaginaria. Mis caderas se movían de forma exagerada, enviando besos y haciendo muecas mientras me perfilaba. Estaba actuando de manera seductora. Era como si fuera Laila. Aunque no sonaba música alguna, sus gemidos de placer llenaban mis oídos. Su delicia aumentaba gradualmente, acompañada de una respiración cada vez más intensa.

Mi excitación creció y mi erección bajo la falda corta que Fer me había hecho llevar de acuerdo a tus instrucciones se hizo evidente. Él notó de inmediato el bulto entre mis piernas y comenzó a tocarse mientras me observaba. Su miembro, largo y grueso, creció mientras continuaba acariciándose. Mientras tanto, tus gemidos seguían resonando en mi cabeza cuando dijiste:

“Pedro, de rodillas. Acércate y pon un condón en Fer con la boca. Miguel, no pares, estoy a punto de llegar”.

Arrodillándome, gateé hasta los pies de Fer como un felino, y comencé a lamerlos sorpresivamente. Fue en ese instante cuando se escuchó tu tercer orgasmo del día.

“¡Increíble! Eres perfecta, hermosa. Eres una zorra increíble. Estoy llegando… ¡oh sí, sí, sí, sí! Miguel, ahora quiero que me limpies detalladamente. Nada de lamer, solo limpiar mi cuerpo, mi trasero, mi zona íntima, el sofá y cualquier rastro de mi orgasmo. Hazlo lentamente... Necesito recuperar el aliento antes de tenerte, mientras mi conquista es poseída por mi amigo Fer”.

Tu amigo Fer me miraba intensamente, sujetando su miembro por la base mientras me decía:

“Ven acá, despierta. Has estado provocándome un rato...

Me acerqué, me puse de rodillas y desenvolví el preservativo. Lo coloqué en su miembro y noté que no sería posible ponérselo solo con los labios. Era necesario ejercer presión para asegurarlo en su pene. Después de intentar en vano bajar el preservativo hasta la base utilizando únicamente la boca, él me apartó abruptamente y me dijo:

“Tienes que aprender a practicar sexo oral de manera más eficaz. Voy a tener que comentárselo a Laila, y debo decir que no creo que le agrade mucho la situación”

Triste, observé cómo él se colocaba el condón apretando su miembro. Sin prestarme atención, me agarró del cuello y dijo:

“Sube tu falda, cariño. Voy a retirar el tapón y lo reemplazaré con un miembro real”.

Sin decir palabra, me incliné hacia el suelo, apoyando mis rodillas y mi frente, y subí mi falda por encima de mi cintura con las manos. De forma brusca, bajó la tanga que había colocado cuidadosamente y sentí cómo aflojaba el tapón. No duré mucho tiempo sintiendo alivio, ya que de manera brusca lo extrajo de mí y sin permitirme recuperar la compostura, noté cómo su miembro ocupaba el espacio antes ocupado por el tapón inflable. Sentí sus manos fuertes agarrando mis caderas y embistiendo con fuerza mientras decía.

“Eres una mujer barata... eres una mujer barata y te voy a tratar como mereces. Te haré el amor hasta dejarte sin poder caminar durante una semana”.

Recibí cada una de sus violentas embestidas mientras sentía que me empujaría contra la pared opuesta. Mi trasero ardía mientras sentía que caería al suelo por la brutalidad con la que Fer me trataba. Entonces, cuando intentaba relajarme y dejarme llevar por tu amigo, escuché que le decías a Miguel.

“Ven aquí, Miguel. Siéntate en el sofá y ponte el preservativo. Estoy ansiosa por hacer el amor contigo”.

Rieron juntos, sentí claramente sus caricias, sus mordiscos y tus ojos llenos de lujuria, aunque no pudiera verte. Percibí tu placer y tus deseos de unirte a él en intimidad. Sentí tus intenciones de humillarme con tus gemidos... con tus orgasmos. Estaba seguro de que sus manos exploraban tu cuerpo, y te imaginaba claramente excitada, con la boca entreabierta... mojada a pesar de haber sido estimulada por su lengua. Sentía sus besos e imaginaba vívidamente cómo disfrutabas de su pecho, mordiéndote los pezones, el cuello... cada vez más excitado, cada vez más firme, y con el preservativo listo para penetrarte. Deseaba escuchar el momento en que te montabas en él. El momento en que sentías su miembro dentro de ti por primera vez, pues siempre me lo haces saber. Cuando compartimos y te entregas a otro, permites que su miembro desaparezca poco a poco en ti mientras me miras fijamente a los ojos, y podría adivinar que me informarías que habías sentido incluso sus testículos, indicándome que estaba completamente dentro de ti.

Pero no pude enfocarme como habría querido porque Fer empezó a golpearme con más fuerza. Me tapaba la boca con ambas manos y me utilizaba como apoyo para continuar su embiste más vigorosamente, mientras yo gemía y balbuceaba que me lastimaba. Sin freno, presionó sus manos en mi boca y me atrajo hacia sí para decirme:

“Ahora es tu turno de disfrutar de este miembro en tu trasero. Y lo quiero intenso y veloz, así que vamos... realiza un esfuerzo y céntrate en brindarme placer, porque noto que estás distraído”.

Estaba en lo correcto. Estaba más concentrado en tu disfrute que en satisfacer a tu amigo Fer, así que me esforcé en recibir su miembro, empujando mi trasero contra él con movimientos rítmicos y profundos. Mis rodillas estaban destrozadas, pero sabía que te sentirías orgullosa de mí, incluso si en ese momento estabas ocupada cabalgando a Miguel. Mis oídos se llenaron

de gemidos y de gritos. Escuchaba duplicadamente los susurros de Fer cada vez que su miembro llenaba mi trasero ansioso. Escuchaba a Miguel expresarse así:

“Vaya, qué diestra eres en la cama, nena… tendré que concertar más encuentros contigo. Continúa... no te detengas y sigue disfrutando todas las ocasiones que desees... yo aún tengo mucho tiempo por delante”.

Pero sobre todo, te escuchaba a ti. Escuchaba tus suspiros, tu respiración, tus sonidos... tus palabras “sí, sí, sí, sí” que anticipaban cada uno de tus clímax, y en ese momento me di cuenta de que habías tenido ya varios orgasmos desde que empezaste a tener relaciones con Miguel. Me fascina tu elevado nivel de excitación, y esa habilidad para llegar al clímax repetidas veces... 6, 8, 10 veces. Realmente todas las que desees, ya que mientras más ardiente estabas, más ansiabas. Estaba pensando en lo ansioso que estaba por estar contigo cuando Fer me devolvió a la realidad.

Inesperadamente, salió de mi retaguardia y me atrapó del cabello, acercándome a él, para decirme:

“Dime, ¿vas a abrir la boca para que eyacule en tu garganta o prefieres tragarte el preservativo con el peligro de ingerir tus propias equivocaciones?”

Le miré fijamente y como respuesta, le quité el preservativo y empecé a satisfacerlo oralmente con dedicación. Con entusiasmo. Tal como me habías enseñado. Era imponente y me costaba mucho lograr introducírmela entera sin causarme arcadas, pero estaba dispuesto a hacerle recordar ese día sin importar lo que ocurriera.

Con una mano agarraba su miembro mientras lo estimulaba y mi boca completaba la tarea, y con la otra, acariciaba sus testículos, lamiéndolos ocasionalmente. Entonces, cuando sentí que estaba a punto de llegar al clímax, aumenté el ritmo y la profundidad de mi sexo oral mirándolo a los ojos, y en mi boca, estalló su eyaculación. No dejé de complacerlo ni un instante, a pesar de sentir su fluido cálido inundándome, saliendo por el escaso espacio que su grueso miembro permitía entre mis labios, permitiéndome seguir estimulándolo con su propio fluido como lubricante. Sentía sus manos empujar mi cabeza hacia su miembro, y unos movimientos pélvicos cada vez más intensos, me indicaron que había alcanzado el éxtasis completo.

Entonces, sin apartar la mirada de él, degusté el líquido que había en mis labios, en mi barbilla y en mi mano, y sin dudarlo empecé a lamer su miembro, que volvía a tener un tamaño normal... ingiriendo el fluido que había quedado esparcido. Siempre me decías que nada debía desperdiciarse, y así lo hice. Posteriormente, le agradecí y apoyé mi cabeza en sus pies mientras recobraba el aliento.

Fue en ese momento cuando percibí otro de tus orgasmos. Había perdido la cuenta de cuántos llevabas, pero sin duda eran bastantes. Estaba pensando que al menos la promesa del hombre robusto se había cumplido, pero como si estuviéramos conectados, te encargaste de reconfirmarlo:

“Oh Pedro. Quiero que este chico forme parte de mi vida siempre que desee tener intimidad con otro hombre. Qué resistencia tienes. Qué miembro tan delicioso, cariño. ¡Debes probarlo!”

Y otro clímax inundó mis oídos mientras mantenía la cabeza apoyada en los pies de Fer, quien recuperaba el aliento y parecía disfrutar del espectáculo auditivo de tus éxtasis, de vuestros susurros. Entonces, una lágrima recorrió mi mejilla.

La lágrima de la felicidad. De nuestra felicidad. De nuestra forma de amarnos, y de disfrutar de la entrega de una manera recíproca y total. Sin previo aviso, escuché:

“Soy la dama de Laila. Gracias por concederme tu placer, preciosa. ¡Disfruta mucho, mi amor!”

Parecía que no me escuchaste, o no pudiste responder porque justo en ese momento escuché tu enésimo orgasmo. Sin embargo, lo que sí pude oír claramente fue algo que me colmó de ira y frustración. Era asombrosa tu habilidad para seguir avanzando y apretar más y más:

“Pedro, mi amor… voy a colgar el teléfono y a quitarme los audífonos. Ansío disfrutar con este chico hasta quedar inmóvil. No te preocupes por mí, estaré bien. Despide a mi amigo Fer, date una ducha y descansa en el sofá hasta que te llame. Adiós, hermoso… ¡ay!”

Y entonces, el silencio. Y mi rabia. Y mis ganas de llorar. Y el calor ascendiendo por mi cuerpo como si estuviera sobre un volcán. Y mi mente hizo el resto. La inseguridad. Los celos. La frustración. Y las lágrimas empapando mis ojos, impidiéndome ver que Fer se había levantado y dirigido al baño.

Me quedé en la sala. Me convertí en un ovillo, acostándome en el suelo en posición fetal hasta que escuché el ruido de la puerta. Supe que Fer se había ido. Cerré los ojos e intenté evadirme de todo lo que estaba sintiendo imaginándote disfrutar con otro hombre sin que yo estuviera presente de ninguna manera.

Y entonces, la oscuridad.

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