Infiel debido a mi error. Prostituta por obligación (37)


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Ese acto sexual, su autenticidad y mi tormento.

Aunque es lo que más anhelo, es imposible retroceder y retornar al principio. Este actuar mío tan generoso y entregado con Mariana, no era lo que tenía en mente. ¿Experimentó tanta satisfacción con él, como para haber estado dispuesta a causarme este inmenso sufrimiento? ¿Y con sus otras vivencias forzadas… ¿Más humillación?

Considero que tanto Rodrigo como Kayra, me vieron como un masoquista ingenuo, al sugerirme soportar lo más posible el dolor de escucharle sus aventuras. Sí, es probable que interiormente tenga algo que manifiesta cierta perversión, para sentarme frente a ella aparentando y no tener el coraje de mandarla a la maldita sea de una vez por todas.

… «Evalúa si ha asimilado la lección. Verifica si en este tiempo en soledad, tras su angustia y amargura, le ha servido para reflexionar sobre la felicidad y lealtad que abandonó. Escúchala castigarse, revelándote todos los motivos que ha esgrimido cuando ha conversado conmigo. Es muy cierto que con todas sus mentiras te excluyó, pero Camilo, igualmente estás incluido en sus verdades».

Recuerdo claramente esa llamada de Rodrigo. Maureen se estiraba.

… «Ten en consideración algo cuando la veas, Camilo. No escuches a esa mujer para odiarla. ¡No! Escucha atentamente a tu esposa si deseas perdonarla. Sí, amigo mío, a ellas les perdonaremos sus fallos, queramos o no. Y, además… ¡Las seguiremos amando toda nuestra vida a pesar de sus verdades a medias y sus fallas completas! ¿Pero sabes algo más? Esta vida no es una calle de sentido único, es una autopista con desvíos para tomar otros caminos. Asimismo, si lo decides, también existen cambios si optas por regresar».

… «Consejo hermoso para los ilusos enamorados, amigo mío. ¡Cómo se nota que esa mujer también te hizo daño, a ti!». —Hicimos silencio y al instante desapareció la tensión, cuando expulsamos el aire que nos sobraba, al extrañar a nuestros amores. Nos reímos por nuestra situación similar y… ¿Por qué demonios, me encuentro sonriendo ahora?

¡Vaya! Si lo ha hecho, todavía no lo sé. No tengo evidencia de cuánto se ha arrepentido por lo que hizo, y creo firmemente que Mariana tampoco tiene certeza de cuánto daño se causó. Después de las difíciles pruebas reaparece la calma que cura, pero en muchos casos, suele haber recaídas. ¿Se habrá liberado de su locura, o no hubo tal enfermedad? ¿Será por amor que me buscó, o es pura necesidad? Necesito regresar allí, e instarla a que continúe recordando esa vez y las otras porque claramente hubo más. ¡Todas!

¡Aún la quieres! Susurra desde lo más profundo de mi ser, este corazón enamorado. Pero la imagen que me devuelve el espejo, es la de un hombre diferente, decepcionado y agotado, que se apoya resignado con ambas manos sobre este lavamanos de cristal. Me observo en mi rostro y ya no es la misma cara alegre de hace casi dos años.

¡Olvida! Me advierte la razón escapando al exterior desde lo más profundo de mi mente, mostrándome la cruda realidad en mi ceño fruncido, y tras las lágrimas, descubro ese rojo sangre que impera en cada parte blanca de mis ojos, ambos irritados.

¡Maldición! Cuando regrese, amigo mío, me la vas a pagar. Por hacerme creer que pasar por todo este sufrimiento, sería lo mejor para los dos.

Debo salir de este baño y permitir que ella concluya. Resistir un poco más mientras dejo que Mariana sufra a mi lado, en la misma medida. A fin de cuentas, este desenlace lo estamos viviendo juntos, y ambos debemos dejarlo atrás si queremos volar nuevamente.

— ¿Quieres agua? —Su ofrecimiento repentino logra que me gire parcialmente. ¿Se ha demorado un poco más de lo habitual?

—No, gracias. Así estoy, –y

Elevo mi palma exhibiendo el cóctel, que está casi a medias: "Estoy bien, cariño".

Incluso su tiempo dedicado a orinar en privado es algo que he observado detenidamente. No le molestaba hacerlo a mi lado en el baño, ni le incomodaba escucharme mientras se afeitaba. ¡Una complicidad inusual, pero tan cercana!.

Lo veo acercarse lentamente, deslizándose entre los velos blancos que lo rodean, moviéndose al ritmo de la brisa matutina. Sale de la penumbra de la habitación, entrando a la claridad del balcón con una botella de agua en su mano izquierda, cubriéndose los ojos, aunque es evidente que ha llorado.

Con la mano derecha intenta ajustar el nudo de su bata, logrando el efecto contrario, pero sin inmutarse al revelar la franja de piel desnuda. Con una sola palma separa los extremos de la tela suave que antes lo cubría. Es muy poco para mi deleite, sin embargo, suficiente para mi visión; puedo detallar la cadena de oro y la alianza brillante moviéndose sobre los vellos oscuros de su pecho, y más abajo puedo apreciar su abdomen bronceado, más tonificado y definido.

Debajo de su ombligo, una línea de vellitos oscuros que parecen una línea firme, llevan mi mirada hacia la zona cubierta por rizos negros en su pubis... ¿Recortados y mejor arreglados que antes? Recuerdo cuando jugaba con mis dedos y lo masturbaba, ¡Dios mío!

—Bueno Mariana, si te sientes lista y deseas continuar, adelante. —Dijo con falsa jovialidad, atándose la bata y tomando otro cigarrillo, pero no para fumar.

—No soy yo quien necesita recordarlo. ¡Eres tú quien está obsesionado con compararte con él! —Respondí con orgullo y un poco de molestia.

—Me preguntaba qué parte de tu cuerpo le atraía más, además del lunar en tu labio. ¿Qué faceta de su personalidad lo volvía tan "macho" en la cama para encender tu pasión? Llegué a imaginar cómo era su intimidad contigo... Lo sé, suena a una locura. —Ella asintió.

— ¿Lo rudo de su apariencia o la ternura hipócrita que a ti te gustaba recibir de mi parte? No te imaginas las veces que he reflexionado, sobrio o ebrio, en cómo te sorprendió, en qué falté y no pude enseñarte. —Ella movió la cabeza de lado a lado, negando, mientras miraba al suelo.

—Y así es. Ya te lo he dicho claramente. —Ahora sus ojos topacio me desafiaban con altivez.

Entonces, ¿a esto quería llegar? De acuerdo. Le responderé con sinceridad, tratando de no herir su ego, a todas esas preguntas que parecen tan importantes para su orgullo masculino.

—No entiendo por qué insistes en seguir con esto. —Le dije mirándolo con determinación y firmeza en mis palabras. —¿Qué buscas obtener? Camilo... Cariño, solo vine a hablar contigo y a pedirte perdón por revelarte la parte de mi vida que te oculté... Mis errores... Los actos que oculté tras bastidores en nuestro hogar. Pero esto no es bueno para ninguno de los dos. ¡Por favor, no me hagas revivir todo esto!

—Te expliqué que solo quiero aclarar algunas dudas que han socavado mi confianza en ti durante estos meses. — respondió.

—¿Así que todo tu sufrimiento se reduce a eso? ¿Quieres saber cuán feliz me hizo sentir? ¿Quieres escuchar de mí si era mejor en eso que tú? ¿Es eso lo que te preocupa y duele tanto? Bien, sigamos lastimándonos como deseas. Te hundirás aún más en tu dolor y tristeza, arrastrándome contigo a ese tormento. ¿Crees que fui realmente feliz? ¿Que disfruté y no me arrepiento de nada? Listo,

Mi existencia. ¡Comencemos a disfrutar de esta tormenta!

Mariana permanece sentada, inclina hacia abajo y a la derecha su cabeza. Con ambas manos recoge sus cabellos desde la nuca y los eleva, con estilo sofisticado y perezosamente los deja caer lentamente, pensativa y... ¿Preocupada?

—Mi amor, tal como te mencioné antes, tener relaciones conmigo se volvió su obsesión y mis pechos eran un enigma que quería resolver. ¿O desvelar? Sí, eso mismo. Tenía la intención de desnudarlos. Y en mi caso, yo deseaba descubrir esa otra parte desconocida de él, ya que no me conformé con enseñarle cómo realizar sexo oral a una mujer. Es hora de revelarte lo que pretendía hacer con él.

—No fue tan torpe para aprender, ni tan experto como pensaba. Desconocía que esos labios también se besan, ni dónde se ubicaba el clítoris, o las increíbles sensaciones que, al estimularlo con sus dedos o la boca de forma adecuada, podía desatar en las mujeres. ¡Tal como tú lo hacías conmigo!

Su mirada azul está puesta en mi dirección, pero parece distante y me atraviesa, ya que, aunque me observa, no me ve. Concentrada en sus pensamientos, a un metro y medio del marco de la ventana, la caricia del velo blanco más próximo, agitándose con el viento, la alcanza con el borde y la trae de vuelta aquí, para que continúe hablándome de otra cosa, pero dentro de la misma escena y en esta maldita habitación.

—Pero al final, resultó igual de voraz que todos los hombres, y eso incluye también a ti. —Mi marido abre sorprendido los ojos en exceso, al igual que la boca, y el cigarrillo que tenía sin encender, liberado del tenso agarre entre sus dientes perlados, cae al suelo dando vueltas.

Espontáneamente sonríe al ver mi gesto de desconcierto. Con su brazo izquierdo aún cruzando su pecho, la palma de su mano zurda masajea la parte posterior de su cuello mientras reflexiona, y yo me agacho para recoger mi cigarro enrollado.

—Por supuesto. ¿Por qué te sorprende? Quería explorarlo todo. Mi boca, mis pechos, mi entrepierna y... Tu trasero. Ahh, y al igual que tú, tenía un fetiche similar, pero para él lamer mis dedos de las manos era algo excitante y provocador, al igual que a ti te fascina lamer mis pies. ¡En fin! Entre los rumores en la oficina, las confesiones de "aventuras" inolvidables de mis compañeras, decidí permitirle hacer lo que quisiera conmigo. Le otorgué el control de la situación... Temporalmente.

—Así como te encuentras ahora, yo también en ese maldito pasado quería descubrir. —Le digo, mientras voy recordando cómo...

... "Sus manos recorren mi cuerpo y me acarician con desesperación. Su lengua no deja de buscar invadir mi boca, rozar mi paladar y jugar con mi lengua. Desabrocha mi sujetador y se aparta. Yo misma cruzo los brazos, para soltar las tiras del sostén y lanzarlo hacia la cama. No cae como debería y por el peso de las copas se desploma del borde a la alfombra. Me incorporo y se los enseño. Finalmente sus ojos color avellana pueden contemplarlos".

Es probable que la pose de Mariana refleje fatiga. Tuvimos un día amargo ayer, y una noche extensa, muy tensa. O tal vez sea que, -a través del telón de sus recuerdos-, esté viendo un carrusel de imágenes claras y por eso esté sonriendo, mirándome aquí de manera tan genuina, sin maquillaje y desnuda bajo esa bata, mientras que allá, donde se encontraba bien maquillada y vestida para él, sin estar aquí, preparada para que él la desnudara.

—Admiró mis pechos y los acarició detenidamente. Y... Los besó durante varios segundos. Quizás se tomó un poco más de tiempo, y ya. Normal y predecible. ¿Verdad?

... "¡Meliiii! ¡Qué deliciosa sorpresa tenías guardada para mí. ¡Ufff! ¡Qué pareja!de senos tan deliciosos encontré por aquí! —La expresión feliz en su rostro confirma su elogio y, además de mi sonrisa orgullosa, en lo profundo de mi entrepierna, un poco más de lubricante agradece el flujo.

— ¿Si ves pastelito, ¿cómo no traíste sal para chupártelos? —Bromeó y enseguida sentí cómo en su boca, casi por completo, cabía toda mi mama derecha.

… «Inclina la cabeza y con sus dientes libera mi pezón de la presión. Frota su nariz contra la otra mama, la izquierda. Percibe el aroma que emana cerca de él y juega a moverlo hacia arriba, o hacia los lados con el tabique y las aletas, incluso a enterrarlo con la presión de la punta celestial de su nariz. Lo sopla suavemente, y siento el fresco aliento que endurece mi pezón, eriza la areola, la nuca, los antebrazos y mis muslos… Todo el resto de mi piel. Se ríe con ganas por haber logrado excitarme y me anima, sin palabras, a sonreír. Me carcajeo con él.»

—Estaba feliz disfrutando su recompensa, como niño pequeño saboreando un par de piruletas recién compradas y ofrecidas por su amiga… Las disfrutó, supongo. ¿Y tú, Mariana? Me imagino que estabas igual que él… ¡Gozando de tu traición!

— ¿Mmm? Sí, estaba. Muy nerviosa también, pero sí. Lo estuve. Y disfruté de que se alimentara, con las que antes menospreciaba.

… «Saca la lengua y la desliza plana, humedece y me estremezco. Ese no lo muerde. Mientras succiona y muerde el pezón, gimo suavemente al principio, muy placentero y luego siento cómo se acelera mi ritmo cardíaco y recuerdo algo esencial… ¿Al menos trajiste condones para probar lo demás? ¿Verdad?»

Camilo da media vuelta y encuentra su encendedor en la mesita. Yo lo veo sufrir por esta confesión, y detrás de él este hermoso amanecer. Un paraíso al que he venido para llevarlo de la mano hacia el infierno que no imaginó. ¡Ok, mientras él fuma, seguiré con esto!

—Se tomó su tiempo para… Para terminar de quitarme la ropa. Y… ¡Puff! Una… Una vez desnuda frente a él, admiró mi cuerpo y lo elogió con un par de silbidos. Muy típico en él.

… «Jadea él, y yo respiro agitadamente. Sus dedos tamborilean en mis caderas. Tiraron de la tira y estiraron el elástico decorado de mi tanga, temeroso de romperlo o hacerlo caer. Yo misma con mis manos sobre las suyas, lo insto a vencer su indecisión. Comprende y separa los laterales, bajándola de un solo tirón, y se libera de mi cuerpo desde el centro, ya húmeda la delicada tela, dejando al descubierto mi intimidad y su entrada rosada».

—Se arrodilló sin que se lo pidiera, y hizo lo que yo le enseñé. Lo que le di a probar inicialmente.

… «Se desliza sobre las medias del liguero que embellecen mis piernas, en picada la tanga, para finalmente retirarla de mis pies, levantarla y llevarla hasta sus fosas nasales. Aspira el aroma ligeramente ácido de mujer "excitada" que lo doblega y lo incita a probar nuevamente –sumiso entre mis muslos– lo dulce y lo avinagrado, que antes le negaba a otras».

No sé si borrarlo para siempre de su mente era el objetivo, pero ahora la estoy obligando a que pinte en la mía, acuarelas con varios tonos de gris, sobre lo que vivió con ese aprovechado de siete mujeres. Podré ver en su rostro si se ruboriza por lo que está recordando, o si, por el contrario, palidece con su antigua oscuridad.

—Comenzó a tocarme… Allí. Con la mano izquierda vi cómo lograba deslizar hacia abajo hasta mis tobillos, atrapado en un revoltijo de tela, lo que quedaba de mi tanga, haciéndome abrir las piernas para su deleite, unos centímetros más. Sus dedos gruesos separaron los labios, ampliaron la abertura, y, embadurnados con mis propios fluidos, se adentraron un poco más en mi piel.

… «Inclino mi cabeza sobre mi hombro derecho y con una mano,

aprieto mi pecho izquierdo y pellizco el pezón. Lo observo con curiosidad y deseo, entregada al erotismo del momento y al gusto de tenerlo inclinado ante mí, cuando sus dedos índice y medio, curvados en perfecta armonía, avanzan por mis labios mayores hacia los rincones más ocultos, pero no intenta introducirlos. Siento la punta de su lengua rodeando mi ya hinchado clítoris, a lo que respondo moviendo mis caderas hacia adelante.

—Qué parte tan deliciosa y sabrosa. ¡Estás muy atractiva, pastelito! —Me halagó, igual de vulgar como siempre.

—¡En efecto, así es! Creo que no tengo nada descompuesto. —Le respondí con una sonrisa, manteniendo mi posición, abierta... Me quedé abierta y disponible completamente para él. ¡Disculpa!

Quizás ahora en la mente de Camilo, se despliegan de forma vívida las imágenes de ese momento intenso y la intrusión digital en lo que solía ser su espacio privado. Centrándose en su imaginación, paso a paso se sumerge con dolor y resignación en las escenas que le cuento de ese episodio mío con su odiado Playboy de playa.

Se produce un silencio y al girar la cabeza me doy cuenta de que, aprovechando la interrupción, Mariana se ha levantado y toma un sorbo largo, haciendo gárgaras en su boca antes de adentrarse en la habitación, saboreándolo antes de traspasarlo, justo al llegar al borde de la mesita de noche. Coge su teléfono, lo desbloquea y revisa si ha recibido alguna notificación.

No oigo nada, pero ella lo observa detenidamente. Al parecer, nadie le ha escrito, tal vez una notificación sin importancia, un anuncio publicitario o un mensaje que no puede o no quiere leer en ese momento. Con disciplina, vuelve a dejarlo en la superficie de madera, exactamente donde lo encontró, casi en la misma posición.

Al darse la vuelta, se percata de que la he estado observando atentamente, y en silencio regresa al balcón. Colocando un pie -el derecho- en el suelo de madera, el otro con cierta vacilación sobre la baldosa de la habitación, sus ojos no se apartan de los míos y sé que su voz pronto se hará oír, revelando más aspectos de su traición y aumentando mi sufrimiento.

—Camilo, yo... ¡Maldita sea! Lo siento, lo siento. –Escondo mi rostro entre las manos y sollozo. – Se... Sentí placer cuan... Cuando sus dedos me pene... Me penetraron con decisión, y el movimiento de su mano se volvió más constante, ascendiendo y chocando contra... Mi pelvis se contraía al sentir cómo sus dedos me invadían, abriéndose paso en mi interior, estrechándose al retirarse... Y casi sin darme cuenta, percibí espasmos cortos pero continuos en mis caderas, mientras buscaban más fricción y, con ello, obtener mayor placer.

... «Mis dedos despeinan su cabello, cálido y sudoroso, apoyando su frente. Excitada y temblorosa, me mantengo de pie como puedo, hasta que inevitablemente mis muslos se tensan y se adormecen. Me apoyo con ambas manos en su cabeza, retorciéndome de placer frente a sus ojos de verde selva y marrón claro, respiro agitada y gimo largamente como una gata en celo, para mí y para excitar aún más a Nacho, dejo escapar cortos grititos, con vocales abiertas y haches mudas, acompañados de mil gestos expresivos. Estoy llegando, ¡uf!... Llegué.»

—Lo siento mucho, pero es que yo...

... «Sus dedos se mueven perezosamente dentro de mí, recogiendo el líquido viscoso que emano con placer y que veo cómo se desliza desde la entrada hasta el punto más estrecho y rugoso. Sin suficiente aire para los dos, mi boca, bien abierta, lo anhela, y en gemidos entrelazados con los suyos, chupo con deleite mi esencia impregnada en sus dedos. Un flujo sin dirección definida embadurna la curva de mis nalgas, ambos muslos y más abajo, gotas sin tocar el suelo, y un gemido prolongado escapa de mi garganta hacia el vacío...»

del techo de esta sala».

—Comparto ese sentimiento. No tienes idea cuánto. —Me dice finalmente Camilo, con su voz grave y algo ronca, sin mostrar sorpresa en su tono, y en su rostro, –humedecido por sus lágrimas– sin gestos de emoción o curiosidad por los detalles. Es probable que ya haya anticipado lo que viene. Seguramente lo ha imaginado.

—Me incliné y gemí al alcanzar el clímax. –Le respondo para aclarar su duda. – Y en ese momento tan álgido, sin vergüenza alguna proclamé entre gritos cortos y otro gemido prolongado, el placer que me brindó con sus dedos. Me hizo sentir bien, y mi zona íntima liberó una cantidad considerable de líquido, combinación de agua u orina… Intenso, es verdad, pero eso mismo ya lo había experimentado muchas veces contigo. La sensación fue similar, no tan diferente en la forma, pero aún así se sintió diferente, porque lo logré con la ayuda de otra persona, la de un hombre al que inicialmente detestaba por su personalidad altanera, pero del que me sentía atraída físicamente cuando ingresó de repente y con tanta confianza en mi vida.

—¿Entonces quedaste impresionado por su actuación? ¿Te gustó cómo te complació? —Le pregunto insensatamente, ella guarda silencio, indecisa, se voltea para darme la espalda, con su vaso en la mano derecha, apenas lo ha tocado.

—Sí, no voy a negar que me gustó. Lo hizo bien, sería absurdo negarlo en este momento. Puse de mi parte y él aprendió algo nuevo en algún lugar. ¿Lo habrá hecho con su novia? ¿O practicó con alguna de sus otras parejas? Eso no lo sé, y no me importó. Lo importante es que, sí, Camilo, me proporcionó placer.

Sin atreverse a sostenerme la mirada, Mariana responde serena, sin arrogancia, más bien escucho su voz calmada. Cierra los párpados con la tela desmaquillante, ya sea por vergüenza o simplemente para concentrarse en recordar, ya sea con gusto o sin él, las técnicas empleadas por su romántico de ocasión para hacerla disfrutar, como cuando ella se esforzaba por pintar algunas de sus acuarelas monocromáticas, con trazos de sus antiguos recuerdos de los campos cultivados por su padre y sus hermanos, y al finalizar, ambos disfrutábamos al ver la belleza de las tonalidades, logrando los contrastes en ese paisaje.

Todo con su dedicación y esfuerzo personal… ¡Sin mi ayuda! Tal vez ahora esté reviviendo su encuentro amoroso con ese desagradable donjuán de siete mujeres, delineando sus cuerpos desnudos, casi oliendo su aroma seductor, trazando los contornos y la perspectiva de esa habitación maldita, intentando dar textura con varios trazos transversales a una pintura erótica que, por más que intente, ya no puede borrar, quizás diluir un poco. Suspira, se lamenta y llora. Sufre ahora, al narrarme cuánto lo disfrutó.

—Te preguntarás si los comparé. Bueno, sí, lo hice momentáneamente, no fue mi intención inicial, simplemente surgió de forma natural, inesperada para mí, que no deseaba tenerte cerca en ese momento. Fue mi cuerpo el que te evocó al reaccionar. Pero en realidad, en nada se asemejan. ¿Es él mejor que tú? A ti te sobraba el tiempo para dedicarme atención. Él sentía la urgencia y yo... ¡Caramba! Necesito un trago y un cigarrillo.

Mueve el cóctel en su mano y el cigarrillo la espera en la cajetilla entreabierta. Y yo, pacientemente, aguardo la continuación que no se hace esperar.

—Yo manejaba el tiempo y la moderación como Chronos, para no entregarme por completo de una sola vez, y por supuesto, para no llegar demasiado tarde a casa. Concluí esa comparación pensando que José Ignacio había actuado como era de esperar. Yo gemí, suspiré y jadeé excesivamente, para excitarlo. Contigo nunca tuve que simular nada de eso. ¡Lo juro! Fueron similares en el placer físico, en el esfuerzo y las ganas, como las tuyas hacia mí. Pero aquí, –señalo mi corazón con el dedo– en la conexión

sentimental… Él jamás… ¡Jamás estuvo a la altura de tus expectativas! Coincidieron conmigo en ciertos aspectos y actitudes para ese disfrute íntimo, pero Camilo… Jamás fue significativo para él, de ninguna manera… ¿Cuál será la magnitud del amor?... En fin, quiero comunicar que no hubo ninguna manifestación de afecto hacia él. ¿Me comprendes?

Los dedos de Mariana exploran el borde de la puerta de aluminio anodizado, acariciándolo de arriba abajo, el dedo índice se detiene en la ranura de la cerradura y allí, fija su mirada y, inclinando la cabeza, dirige hacia mi dirección, la continuación de sus acciones y los motivos que me expone con frases entrecortadas.

—José Ignacio se erguyó, con una sonrisa dibujada en sus labios y pegajosos, lanzándome una de sus típicas miradas deseosas, con una mitad de su rostro limpio y la otra mitad brillante, cubierta de saliva y mis fluidos blanquecinos y pegajosos. Me besó sintiéndose triunfador, ya que comprendió que, con sus habilidosos dedos, había logrado provocarme un intenso placer. Aquel beso apasionado que no rechacé, fue el preludio y la continuación de la travesía –entre la pared y la cama– de nuestra experiencia en ese motel. Yo, ya le había cedido el control, dejándole hacer lo que quisiera, así que lo que seguía ya no estaba en mis manos, él tomó las riendas.

Como una leona enjaulada, observo a Mariana dar vueltas alrededor de la mesa redonda, esquivando los respaldos de las sillas, y moviéndose hacia el otro extremo de ese balcón. Con la cabeza gacha, de reojo me escudriña. Puedo ver en su mirada oblicua, que desea saber cómo estoy afrontando la situación. No tiene por qué preocuparse por mí después del desastre. Es cierto que tengo los ojos húmedos y el corazón destrozado. Sin embargo, sigo en pie.

—Abrí los ojos durante el beso y él los mantenía cerrados. Con una claridad excepcional, casi en alta definición, pude distinguir en su frente surcos brillantes y diminutas gotas de sudor. Reconocí en su piel el olor a lavanda y anís; musgo, roble y sándalo, mezclados en una fragancia cítrica un tanto ácida. El mismo perfume de papá, que solía incomodarme. Pero su mejilla izquierda y especialmente el mentón, olían a mí. Sus labios e incluso la punta de su nariz, también tenían mi fragancia.

… «A Nacho le excita lo prohibido y a mí, el deseo me consume. Lo llevo a cabo ahora. Desabrocho su camisa y Nacho colabora manteniendo sus brazos extendidos a los costados de su cuerpo. Vuelve a sonreír, me mira lamiéndose los labios, y besa hasta tres veces, el negro profundo de mi cabello cuando bajo la cabeza para desabotonar el último botón de su camisa. Con dos movimientos de sus hombros, se deshace de ella, mira al suelo como si estuviera vigilando su caída para no pisarla. Puedo admirar su cuerpo con tranquilidad. ¡Qué bien se ve, ay Dios mío! Tan blanco como mi piel cuando dejo de broncearme, y completamente depilado. Me gusta, sí. Me fascinan los trapecios que se forman desde su cuello hasta los hombros, y por supuesto sus tatuajes. La espalda ancha, sus pezones de un rosa pálido, los abdominales bien definidos y en el centro de su vientre, el ombligo alargado y hundido. Falta el resto del trabajo, lo que me espera más abajo. ¿Lo hará Nacho? ¿O me tocará a mí?»

—Se desplaza hacia mi esquina, en silencio y reflexionando. ¿Echará de menos?

—Él, con ambas manos apoyadas en mis hombros desnudos, se deshizo de la mezcla de algodón Pima y lana Merino, esparcidos en el suelo y rodeando sus pies. Se desprendió de sus elegantes mocasines de punta afilada de charol, pero conservó las medias de canalé, negras como su pantalón. Ese gesto fue la señal que me permitió prever su siguiente movimiento. Agarró mis clavículas entre sus fuertes dedos y me hizo girar, caminar hacia atrás mientras nos besábamos, fue su decisión seductora. Mis pantorrillas chocaron contra el borde mullido de la cama, y ahí fue cuando me arrojó hacia atrás sobre ella. Fue una acción tosca y brusca. Demostró su faceta animal, poco cortés.¡Y no fue de mi agrado! No me acostumbraba a eso, y esa acción hizo que pensara en ti porque... ¡Tú no eres así!

¡Puff! Giro mi rostro en dirección contraria, para que Mariana no note mi expresión de enojo y malestar. Fue inevitable que escuchara mi suspiro profundo. ¡En fin!

—No te agradó cómo te trató, y a pesar de eso, lo permitiste. Y al adelantar mentalmente la situación, supongo que permitiste que hiciera contigo quién sabe cuántas cosas más, cuando pudiste detenerlo todo, retractarte, vestirte, alejarte de ese individuo y regresar a tu hogar. Pero así no fue. Y creo entender la razón. ¡Te gustaba su trato abusivo!

—¡No! "Maldición", Camilo. ¡Por supuesto que no!... A ver, te lo explicaré de otra manera. Lo estaba evaluando, ¿entendido? Analizaba su comportamiento conmigo para verificar la veracidad de los comentarios de las otras mujeres. Esos que elogiaban tanto su masculinidad y sus habilidades sexuales. Esos rumores de la oficina que me habían llevado a imaginar... ¡A desear estar con él! ¿Ya lo entiendes? —Su enojo podría ser una muestra de mi error, o una actuación más para engañarme y hacerme creer que era de día cuando en realidad ya era de noche. ¡Qué tristeza no poder confiar en sus palabras de nuevo!

—Está bien, está bien. ¿Entendido? Olvida lo que dije. –Me dice Camilo levantando los brazos como si estuviera siendo apuntado con un arma y no con mi mirada de total molestia–. ¡Te doy el beneficio de la duda! Aunque hablando de dudas... Me resulta familiar tu interés por la sumisión y las ataduras. Esa fascinación tuya de los últimos meses, por tener conmigo ese tipo de encuentros... ¡Intensos! —Vaya, buen punto. ¡Pero no es momento para más explicaciones! No sobre eso, sino sobre lo que sucedió con Nacho después.

—¿Quieres saber qué hice? –Camilo asiente y continúo. – Así que me recompuse y me senté en un rincón de la cama. Él se colocó frente a mí, con su aire de dominante conquistador. Entonces le dije...

—¿Crees que solo tú tomas las decisiones aquí? ¡No-no-nooo! — Enganché mis pulgares en su cintura, por debajo del elástico de su... Un bóxer muy pequeño, de esos tipo slip, que alguna vez, cuando tú y yo estábamos juntos, sugestioné que compraras para avivar mi pasión en algunas noches, mientras Kayra cuidaba a nuestro hijo Mateo. —Camilo recapitula, frunce el ceño entre sus abundantes cejas negras, luego da un sorbo de agua mineral de la botella. Relaja su frente y recuerda.

—Como decía, José Ignacio no se lo esperaba y creo que mi reacción le causó gracia, ya que se rió. O tal vez estaba pensando que quería hacerle sexo oral.

—¡Y se lo hiciste! No es difícil de averiguar. —Me reprocha, pero con un tono bastante calmado.

—Sí, lo hice. Pero antes decidí desconcertarlo, hacerle ver que yo también puedo jugar. En una de las veces que le amenacé con bajarlos, con mis dedos agarré la tela de su slip y su aroma a hombre excitado llegó a mis fosas nasales. Incliné la cabeza para ver de cerca, pude notar que su pene estaba semi erecto. Aparté la vista al instante, pero la curiosidad me ganó y bajé completamente la prenda, deslizando mis uñas por sus muslos pálidos, soltando la escasa tela al sobrepasar sus rodillas.

... «Mientras Nacho mantenía la cabeza dirigida al techo, observando nuestro reflejo en el espejo, abrí bien los ojos y me fijé detenidamente en su miembro. Lamentablemente, su pene no estaba totalmente erecto, seguía inclinado hacia un lado, pero su glande ya estaba lubricado y tenía un tono rojizo violeta. Estaba hinchado, con la cabeza grande por la excitación; parece que ahora, había disminuido un poco su tamaño con respecto a antes, cuando

Me lo tenía bastante cerca, le faltaban algunos centímetros tanto en longitud como en anchura. ¿Tendré que soplarle para que reaccione? Hummm..., lo acaricio suavemente y este trozo de carne reacciona al instante. Está empezando a calentarse, late en mi mano. Me entra la curiosidad y quiero ver hasta dónde puedo hacerlo crecer. Creo que escupiré sobre el tronco y comenzaré a estimularlo.

Gira su cuerpo 90 grados, con la cabeza inclinada, y finalmente sus dedos logran liberar un cigarrillo del empaque. Da un sorbo a su cóctel y coloca el vaso muy cerca del encendedor. Lo toma y con sus labios entreabiertos, enciende el cigarrillo y la llama quema la punta. Aspira, y luego exhala el humo por la nariz y un poco por la boca. Observa su pie. Lo mueve y lo balancea. Lo vuelve a colocar con calma en su posición original. Se sostiene firmemente sobre el escenario, y con la cabeza inclinada hacia su hombro derecho, Mariana me escudriña con sus ojos topacios, tan cristalinos por el llanto como deben estar los míos. ¿Está sufriendo? Parece que sí.

—Ansiosa por continuar con lo que estaba haciendo, lo incité a ponerse manos a la obra. ¡Vaya! Parece que este bebé... bebé está despertando, ¿no? – le dije. Abre los ojos, me mira con arrogancia, encoge los hombros y sonríe. ¡No! Espera, eso no fue, se rió. Sí, se puso engreído y toma su miembro por la base, lo acaricia y lo aprieta ligeramente, presumiendo su tamaño y grosor.

Camilo se da la vuelta, con destreza, coloca el cigarrillo detrás de su oreja derecha, parcialmente oculto por un mechón de su cabello. Luego inclina la espalda y vuelve a apoyarse en la barandilla. Aprieta con fuerza la madera. Se percibe algo más en sus ojos entrecerrados, observando un panorama ahora despejado. Parece que le falta algo en mi descripción para alimentar su ego masculino. ¿Debería decirle?

—Si... Si te lo estás preguntando, no comparé su tamaño con el tuyo. Observé el suyo primero. Te dije que eran similares, salvo la leve curvatura hacia la derecha de él. Además, el de él es... bastante más claro que el tuyo, claramente más oscuro que el resto de tu piel. ¿Entendido? Después... Sí, lo hice. Se lo chupé nuevamente.

... "Deseo saborear su pene y meterlo en mi boca. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos avellana, brillantes y redondos. Quiero hacerle sufrir un poco, pero Nacho, expectante, desea algo distinto. Toma mi nuca y me indica que abra la boca y me introduzca suavemente su miembro, pero sin pausa lo haga descender hasta lo más profundo de mi garganta. Permito que dirija mi cabeza y le permito dominar el ritmo por unos momentos, pero me ahogo, siento que me sofoco y esta tortura se hace interminable, ya que no estoy acostumbrada a esto. Retiro su miembro de mi boca y él embiste con el glande, con toda la extensión de su pene, golpeando mis labios y ambas mejillas."

Si no fue el tamaño ni el estilo... ¿En qué más les superé?

—Dejó de sujetar su pene, y... Me permitió continuar acariciándolo sin prisa, quizás con menos fuerza de la que estaba acostumbrado cuando otra mujer lo hacía, o cuando, por necesidad, se masturbaba solo en su habitación. No estaba ansiosa por hacerlo acabar rápidamente, así que aparté su mano del vientre con una mano y comencé a besar cada parte, desde el glande hasta sus testículos. Lo dejé disfrutar un rato, hasta que sentí que lo tenía bien excitado y erecto. Percibí su olor, el que provenía de su pene humedecido, y en la palma de mi mano, sentí cómo latía aquel miembro y se. . .Se acercaba, según su respiración agitada, el momento de su llegada. Me detuve, paré bruscamente el movimiento de mi mano, y luego lo observé.

—¿Te agrada mi pene? —Me preguntó con su habitual prepotencia. Y así le respondí que sí. En efecto, Camilo, su miembro no me desagradó. Combinaba muy bien con el resto de su cuerpo. Solo… Solo esperaba que, al penetrarme, no me decepcionara. Discúlpame por ser tan sincera, pero considero que es mejor para mi redención, ante todo ser completamente transparente. Y aunque sufras a causa mía, como lo estás sufriendo, puedas tener una razón más clara para emitir tu juicio. Mentir no me sirvió, ahora tal vez al ser tan honesta, pueda recuperar en algo tu confianza.

No obtuve respuesta, no dijo nada. Solo lloraba, y cruzaba sus antebrazos sobre la barandilla, apoyando su frente en ellos. ¡Dios mío! ¿Por qué tuve que traicionar su amor infinito?

—Creo que es suficiente, cariño. No es necesario que te narre más. Puedes imaginar el resto.

—Entonces mi suposición… Esta sensación de derrota es real. Él lo hace mejor contigo. Te satisface mejor que yo y por eso… Por eso Mariana, decidiste seguir con él.

—¡Detente, Camilo! ¡Ya es suficiente! ¿Te escuchas bien? Me hablas de él como si todavía estuviera presente en mi vida y no es así. Fue parte de mi pasado. ¿Entiendes? Y… Y no me complació más que tú. Elimina de tu mente esa idea absurda. Dejé de verlo, pero no por tu intervención, asustándolo o amenazándolo. Simplemente me desilusioné de él por su… por su cobardía, pues me abandonó primero. Se acobardó antes de que tú lo enfrentaras. Cuando supe que estaba en el hospital, fui a visitarlo por compasión, sí. Pero al ver que no estaba realmente presente en mi vida, –y señalé mi corazón con el dedo y luego mi sien derecha– sentí lástima al darme cuenta de que prácticamente no tenía a nadie. No tuve ni tengo ningún otro tipo de contacto con él después.

¿Cómo puedo estar seguro de eso? ¿Cómo puedo confiar en sus palabras, si yo…

—Si antes de venir aquí, sentía que estaba perdiendo la razón, al verte ahora aquí, deseando escuchar sin escándalos todo lo que viví con él, creo que tú también estás mal de la cabeza. Entiendo que quieras despejar esa duda que te atormenta, pero es una apuesta sin sentido la que has propuesto. Sufres al escuchar mis verdades, pero ni así me crees y sigues martirizándote inventando cosas, escuchando causas y analizando efectos que solo existen en tu imaginación y en ese maldito orgullo de macho herido y lleno de complejos.

—¡No puedo creer que te hayas obsesionado con ese tipo, así como así! ¿O que te acostaras con él solo para apartarlo del camino de tu amiga? ¡Debe haber algo más! Sentimientos involucrados, además del deseo de venganza. ¿No?

—¡Otra vez con lo mismo, Camilo! No me enamoré, de eso estoy segura. Pero si tanto disfrutas saboreando el dolor que estás experimentando, déjame entonces continuar contándote lo que ocurrió, o mejor… Lo que no ocurrió y yo… Yo sí decidí hacer con él. Así que para desmentir tu absurda teoría de que me enamoré de él por sus notables habilidades en la cama, no me interrumpas y prepárate otro trago, un poco más fuerte, sin tanto jugo de naranja, para que puedas soportar toda la verdad, embriagándote.

—Nos dejamos caer sobre la colcha. Cayó encima de mí y por un momento pensé que me sofocaba con su peso. Mi entrepierna se rozaba con placer contra su muslo. Sus manos acariciaban mi cuello y un costado. Sentía su pene erecto sobre mi ingle, estirando la piel de ese lado. Percibía cómo restregaba su cuerpo contra el mío, frotando sincronizadamente, su pecho contra mis pechos, mi ombligo contra sus abdominales y mi cadera contra su pelvis. Mi… Estaba bastante húmeda, y notaba cómo de su glande emanaba un líquido tibio, cada vez que lo presionaba contra.

mí dermis, juntándola hacia arriba como si tratara de construir una elevación con los pliegues de mí piel, se filtraban viscosas gotas al deslizarlo hacia abajo.

—Intentando ser divertido, al deslizar sus manos bajo mis axilas, con sus dedos me torturó con cosquillas. Aquí, bajo mis dos brazos, –le enseño dónde, como si no supiera, aunque no me ve– igualmente en las corvas y las plantas de mis pies, se ensañó conmigo. Me revolqué en medio de su risa y mis risas. Con sus manos revoloteando, feliz me abarcaba y no paraba en su travesura con mi cuerpo, pasando sus dedos como patas de araña por detrás de mi cuello hasta la espalda, acariciando sin cuidado mis senos para llegar con sus cosquillas a mis costados y… Y ahí lo detuve. Le grité un, ¡Basta! ¿O dos? Ya que reapareció tu imagen en mi cabeza. Esos juegos eran muy nuestros, y aunque sufriera a carcajadas bajo tus ágiles dedos hasta casi orinarme, mis costados que son mi debilidad, ese punto vulnerable era solo tuyo y mi cuerpo solo debía reaccionar a ellos, que fueron quienes lo descubrieron.

El silencio de este amanecer, rasgado muy temprano por el rumor del oleaje, cede aún más ante mi respiración entrecortada, mi propio llanto y el sonido que produzco al sorber mi nariz. Escucho murmullos. Son conversaciones provenientes de la habitación que nos queda debajo. Allí hay risas tras las palabras y gritos, pocos, de pequeñas criaturas que exigen visitar la playa pronto. Y más abajo escucho chirridos, son las patas de algunas sillas plásticas que alguien acomoda, cambiando su posición alrededor de las mesas cercanas a las piscinas, y cuyos parasoles de colores bien cerrados a esta hora, no pueden detener esos sonidos que llegan a mis oídos en decibelios bajos. ¡¿Qué me importa ahora que riera mejor conmigo, si pichaba mejor con él?!

—Pues él ya echado encima de mí, se calmó y… Supongo que me acarició, como lo haría cualquier hombre que deseara estar conmigo. Utilizó su afilada barbilla como apoyo sobre mi esternón y su lengua escaló por la piel del seno diestro hacia el pico de mi pezón, para clavar allí su incisiva mordida. La mano que apretaba mi otro seno, lo deslizó por mi costado y en ese recorrido pausado, acarició con el pulgar la circunferencia de mi ombligo y lo profundizó, escarbando dentro buscando no sé qué. El dedo meñique por la cadera recorrió el pliegue de la ingle, colando instantes después por el centro de mi vulva, su dedo índice y el del medio, evitando la zona recortada de mi pubis.

—¿Te sientes bien? —Por respuesta, Camilo encoge los hombros.

Mi esposo obediente, no me responde y tampoco bebe de su botella de agua. Sigue con su mirada perdida observando la lejanía, liberando su ira sobre la baranda de madera al golpearla con el puño derecho. Quiere aparentar ante mis ojos, que aquella vez de mi entrega a Nacho, la está asimilando más o menos bien. Pero sé que no es así, pues gruesas lágrimas ruedan por sus pómulos y cristalinas luchan contra la ley de la gravedad para no desprenderse del resto de su cara.

—¿Ya lo tienes duro y listo? —Inquirí.

—¡Lo tengo tieso y grueso, como tronco de burro! —Respondió con sarcasmo y orgullo, mostrándome al incorporarse, su miembro erguido.

—Voy a hacer que «explotes» como nunca, pero esta vez no será con mis dedos. Te lo voy a introducir hasta el fondo. —Declaró orgulloso y colocó sobre mis rodillas sus manos. Separó mis piernas con apresurado ímpetu y se situó en el medio de ellas, con su miembro viril, duro y amenazante.

—Estás muy equivocado si piensas que lo haremos sin protección. ¡Ni loca! Ponte un preservativo, o si no... Nada de cariñitos. —Le insté a hacerme caso, amenazándolo con no darle cariños ni mimos, mientras con ambas manos alejaba su vientre del mío y cerraba los muslos impidiendo que su pene me penetrara.

—Se levantó de mala gana y buscó dentro de su pantalón, sacó unos sobres negros, otros.

brillantes, y se me aproximó con una amplia sonrisa.

—¡Preservativos importados, pastelito! Solo para utilizar contigo a la fuerza. ¿Deseas de sabores? ¿O prefieres hacerlo a oscuras para que puedas observar, además de fuegos artificiales, ¿mi miembro adornado con colores fluorescentes? —Ni pienses que voy a probar ese trozo de goma. ¡Ponte uno de colores, mejor! —Le respondí.

El silencio persiste en Camilo, y en su postura se observa una rigidez mantenida desde hace tiempo. Ahora sufre porque así lo decidió. Le causo mayor dolor con cada acción relatada. Me duele herirlo revelando estos detalles, aunque son necesarios para que entienda que José Ignacio no fue un amante superior a él. ¡Vaya! Mi corazón late con fuerza, al igual que debe estar sucediendo con el suyo. Ambos casi al borde de un infarto.

—No apagó la luz, pero abrió rápidamente el envoltorio y desenrolló el condón anaranjado a lo largo de su miembro. Entonces, abrí rápidamente mis piernas y lo invité. La verdad es que me sentía más apurada que excitada. Se posicionó sobre mí y rodeé mis piernas alrededor suyo. Bajé un poco la cabeza para poder observar cómo agarraba su miembro con una mano y lo guiaba hacia la entrada de mi vagina. Al posar su glande rosado en la entrada de mi intimidad, me aferré a su nuca y elevé mis caderas, levantando un poco mis glúteos para que nuestra unión fuera satisfactoria. Le pedí que me penetrara y al sentir su primer movimiento, yo... Emití un gemido de placer, sincero y prolongado, hasta sentirme llena, cuando él se agarró a mis glúteos para profundizar en mí y casi de inmediato retrocedió.

El entorno que nos rodea se impregna de una tristeza insondable y una pesadez desgarradora. Se acerca un paso más y queda cerca de mi espalda. Espero, obviamente, que no me abrace, ya que debe estar extremadamente avergonzada y arrepentida al seguir mis instrucciones y contarme todo lo que hizo con su amante. Me sorprendería mucho si actuara de manera diferente. Si es tan sincera como parece, estoy a punto de no pecar por ignorancia y finalmente, comprender qué sintió Mariana por ese hombre atractivo de ver...

—¡Tenía tantas ganas de hacer el amor contigo, Meli! Eres... Eres perfecta para mí. Bailamos bien juntos y en la cama no te desenvuelves tan mal. ¡Además... Gimes delicioso! —Así me susurraba al oído mientras, al principio suavemente, se movía dentro de mí. Tras los elogios, sudando, se fue acelerando. Verás, yo... Yo estaba inmovilizada por sus manos, sujetando mis muñecas por encima de mi cabeza y el resto de mi cuerpo bajo su peso, pero sintiendo ya, tras cada roce de su miembro contra las paredes de mi vagina, un poco de placer. ¡Ya untado un dedo, untada la mano! Así que le animé a que me diera más fuerte. —Hazlo más rápido. —Lo urgí y él lo hizo. —En cambio, Camilo permanece rígido e inexpresivo. —José Ignacio comenzó a jadear como un toro, respirar agitadamente como si se estuviera ahogando después de penetrarme, y a mover su cadera de forma constante y con muy poca destreza comparado contigo. Cambiar de ritmo, tomar pausas para disfrutar, y reanudar hasta llevarme al éxtasis nuevamente. Eso... Ese estilo definitivamente no era lo suyo.

El contenido de la botella de agua mineral se termina tras el último sorbo, y con pereza doy media vuelta para colocarla horizontalmente sobre la mesa. Reflexiono sobre lo escuchado y analizo si debo creer en sus palabras o no. Con un rápido movimiento de muñeca, hago girar en su eje el envase vacío y fijo mi mirada en esos giros. Aún no me atrevo a enfrentar a Mariana. Aún queda más por escuchar.

Mariana da pasos cortos por detrás de la silla y la mesa. Camina lentamente, como si estuviera midiendo la distancia que separa la mitad del balcón del extremo opuesto del pilar de madera que la sostiene. Lo hace mientras mira al

permanecía, con los ojos muy abiertos y su semblante muy serio. Su cabeza inclinada se menea de izquierda a derecha, negando al recordar esa noche. Molesta por algo que le sucedió con él.

—Si recuerdo bien, además de su deseo por entrar y salir de mi interior, como novedad o adicional a esa estimulación sexual, en su mente solo estaba grabada la costumbre de levantar su torso para empujar con más fuerza, y usar una mano para estrujarme un pecho, entre el pulgar y el índice, retorcerme el pezón e intentar morderme el cuello, según él, para marcar su territorio. Por supuesto, no se lo permití. No porque me asustara que, al dejarme esa marca, me expusiera a que tú la encontrases y preguntaras sorprendido por qué, sino porque no era una ternera ni mucho menos su propiedad.

—Me penetraba con fuerza, llegando a golpearme el perineo con sus testículos colgantes. Al movimiento de cadera le añadía no solo constancia, sino también una gran energía. Sudaba mucho, me susurraba vulgaridades al oído para excitarme, pero era él quien se excitaba, y podía sentir cómo sus embestidas se aceleraban progresivamente anunciando el clímax de ese acto. Envolví mis piernas alrededor de su cadera para retenerlo dentro de mí unos instantes antes de llegar al clímax, y apretarlo con mis músculos, tal como a ti te gustaba que lo hiciera.

—Lo estaba sintiendo diferente, y no sé si debido a la textura de ese preservativo o al analizar su comportamiento, perdí la motivación y no lograba concentrarme en el acto ni lubricarme como era debido. Finalmente, colocó sus manos a cada lado de mis hombros, se incorporó un poco, profundizó la penetración tanto como era fisiológicamente posible, para susurrar un —"¡Me voy a correr, Meli!" Su gemido algo sofocado, atrapado entre sus dientes apretados. Siguió con dos o tres embestidas consecutivas y en la última su liberación descontrolada, con un rostro de placer y yo...

—¿Te quedaste a medias? —Interrumpo sus pensamientos.

—Sí, pero más que estar molesta, fue más una sensación...

—¡Te defraudó! —Insisto para que responda a medias, sin estar segura de la veracidad de mi suposición. Mariana me mira con resignación.

—Digamos que fue una experiencia totalmente distinta a lo que había imaginado antes de acordar ese encuentro para saldar una deuda y conocer de primera mano su manera de tener relaciones. Me quedé satisfecho pero a la vez invadido por un sentimiento de culpa, por haberte engañado para cumplir un deseo que... ¡Me decepcionó!

—¡Esto sí que es tener relaciones de verdad! Gemiste de tal forma que me hiciste llegar al clímax. Me encantó verte disfrutar. ¿Estás contenta, Meli? —Me habló orgulloso de su "logro", retirando con cuidado el preservativo, y balanceándolo frente a mí, lleno de su líquido.

—¡Uff! No te imaginas. Fue algo demasiado... ¡Animal y rápido, querido! Me dejaste con ganas de más. ¿Así tratas a todas? —Le dije mi frustración en la cara.

—Solo a aquellas con las que quiero volver a estar. Como contigo y con mi novia. Con las demás no me esfuerzo tanto. —Respondió con los ojos cerrados, incapaz de captar mi sarcasmo. Su egolatría estaba limitada a una sola neurona, impidiéndole entender a fondo mi ironía.

—Después de ese primer encuentro fallido, apoyó su pecho en mi espalda y presionó mis nalgas con su pubis, dejando sentir su miembro flácido, reposando entre mis muslos, como su legítimo dueño. Con mis brazos sobre mis senos, soportando el peso de su brazo derecho sobre ellos, me levanté poco después con ganas de fumar un cigarrillo y calmar la sed que me produjo ese acto sexual, con un buen trago de cerveza. Luego él hizo lo mismo, acercándose a la silla con forma sinuosa.

donde me encontraba sentada, para descansar, según él, con un porro de marihuana y varias copas de aguardiente «Néctar».

—Esos aromas, el de mi tabaco y su hierba, fueron mezclándose lentamente con el olor a sexo que aún permeaba el ambiente de la habitación. Encendí el televisor y cambié de canales, porno no era lo que quería ver, así que seguí buscando hasta que encontré uno que solo pasaba videos musicales. Con los ojos cerrados y el cigarro entre los dedos de mi mano derecha, moví mis caderas de manera seductora al ritmo de «Vaina Loca» y José Ignacio pensó que lo hacía para él, para agradarle y provocarlo más al bailar sin ropa.

—Elevado en la cima de su orgullo o flotando en la nube de humo denso de su porro, sonriente se recostó de nuevo en la cama y desde allí me silbó de nuevo, elogiando mi sensualidad y la belleza de mi cuerpo. Me acerqué a él sin dejar de moverme como una serpiente, pero no para buscarlo sino para apagar en el cenicero que estaba al lado, en la mesita de noche, la colilla que casi me quemaba los dedos.

—¡Estás espectacular, bombón! —Me dijo feliz y tranquilo. Pero su expresión soberbia y victoriosa, cambió cuando acerqué mis labios a los suyos, y en lugar de besarlo como él esperaba, pellizqué su pezón izquierdo y exhalé el humo que había guardado en mi boca. Aparte del gemido de dolor, un signo de interrogación apareció en su mirada, al montarme en su regazo, mi trasero, el que tanto le gustaba, descansando sobre su pecho y con mi zona íntima muy cerca de sus labios entreabiertos.

—¿Qué deseas que te haga? —Preguntó mientras apretaba con sus dedos una nalga mía y mi intimidad, no tan húmeda, pero sí olorosa, mientras mi movimiento hacía guiños a su lengua.

—Vamos, mi niño hermoso. ¿Todavía no te lo imaginas? ¿Debo hacerte dibujos o enviarte señales de humo? ¡Por favor! —Y abrí mis labios mayores, esta vez sí lo hice por él, para que pudiera verlo bien.

—Vamos bebecito… ¡Todas las mujeres lo tenemos aquí! –Camilo se estremece, la palabra le molesta, pero ese no fue el motivo para referirme a él… ¡Mi bebé! –. ¡Escondido, pero presente! Y me resulta incomprensible que ninguna de tus amantes te haya instado a buscarlo, conformándose únicamente con sentir dentro de ellas, el grosor y la longitud de tu miembro. ¿Acaso soy yo la excepción?

Miro hacia donde está Camilo. Llora y suspira. Sé que sufre.

Quiero consolarlo, acercarme por detrás y abrazarlo. La razón me advierte que ya es tarde, pero mi corazón latiendo rápido, insiste en que, –con mis manos– todavía es temprano para alcanzarlo. ¿Qué disparate es este? ¿Acaso pretende que, con mi confesión sexual, libere algo que guarda en su interior? Odio. Eso podría ser. Es precisamente lo que nunca expresó en ningún momento mientras estuvo, después de enterarse.

Y sí, podría ser como cuando hablaba con su amigo, esa otra tarde cuando lo buscaba desesperada, luego de intentar quitarme la vida con una sobredosis de opioides, encerrada en mi habitación, y al escuchar el llanto de Mateo tras la puerta llamándome, pude reaccionar y lo vomité todo, para luego salir con mi hijo a buscarlo al concesionario para rogarle nuevamente que me ayudara a encontrarlo.

—«Él, por el momento, no quiere saber nada de usted. No puedo hacer más por ahora. Pero sepa señora, que su esposo está sufriendo a solas, porque don Camilo la ama profundamente, y no desea de ningún modo, su mal. Quitarse la vida no es la solución. Tiene otras opciones a su alcance para salir de esa situación. No lo intente de nuevo, mejor observe a esta personita que tiene ahora en su regazo. Este niño no tiene por qué pagar los platos rotos de sus acciones. Usted, su hijo y él, merecen darse otra oportunidad para continuar con sus vidas. ¿Juntos o separados? Eso no lo sé ni me incumbe, pero considero que ambos como

Personas adultas, que son responsables, deben dialogar y velar de forma consciente por el porvenir de esta existencia que, con cariño, engendraron y están criando. Él no siente aversión hacia ella, eso es algo que tengo claro porque individuos como él o como yo, y aquellos que entregamos nuestro afecto a una sola mujer, –sin esperar ninguna recompensa a cambio– nunca podremos detestar a quien nos ha hecho tan felices durante nuestros años juntos. ¿Suficientes explicaciones para ustedes dos? No tengo certeza. Ese período de tiempo es algo que ustedes mismos deberían apreciar, preferiblemente de manera directa, con sinceridad.

Quizás Rodrigo tuviera razón. Para poder seguir adelante, mi esposo necesita despojarse de su profundo amor hacia mí, y para lograr ese objetivo requiere aborrecerme… ¡Categóricamente! Mi merecido suplicio será seguir cavando en mi propia sepultura, revelando la verdad, para que al hacerlo sufrir, a través de mis confesiones, consiga al menos que me perdone si decide no regresar conmigo.

¡Vaya! En fin, si esa es su decisión, que así sea y continuemos afligiéndonos con estos recuerdos, y… Que se cumpla lo que Dios disponga y ojalá comprenda que mi lealtad emocional nunca estuvo en entredicho al mantener a sus espaldas mi relación con Nacho, y que jamás puse en primer plano mi infidelidad carnal, ni con él ni con otros que compartieron mi lecho.

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