Sofia es una antigua amistad que conozco desde la infancia, durante un par de años estuve enamorado de ella. Los primeros amores siempre perduran en la memoria. Sin embargo, la vida puede acercar o distanciar a las personas. En este caso, nos alejó y pasaron alrededor de 10 años hasta que nos reencontramos y pusimos al día.
Actualmente, ella es una mujer con dos hijas y un esposo que la adora. A pesar de los cambios, sigue siendo la misma de siempre y sigue atrayendo miradas allá donde va. A pesar de su delgadez, posee una cintura curvilínea que se ajusta a su altura de 1.63 metros, pechos pequeños, piernas delgadas y tonificadas por el ejercicio. Destaca especialmente su trasero, que, aunque de pequeño tamaño, es sorprendentemente redondo y firme. Todo esto lo sabe resaltar luciendo ajustados jeans o faldas de licra. Conserva su mirada alegre de siempre, aunque ha cambiado su cabello castaño por un tono rubio oscuro. A pesar de lo llamativo de su apariencia, su mayor encanto radica en su forma sensual de ser, cada movimiento parece estar calculado para embrujar a quienes la observan, manteniendo su atención cautiva.
Sin duda, el punto culminante de su encanto es verla bailar, posee una agilidad hipnótica en las caderas, independientemente del ritmo musical: ya sea quebradita, salsa, cumbia, bachata o reggaetón, la atención siempre se centra en el movimiento de su cadera.
Después de retomar la relación y profundizar en las conversaciones, tras un tiempo llegaron los mensajes más íntimos y las fotos sugerentes. Finalmente, acordamos reunirnos en un hotel. Sin embargo, la experiencia no cumplió mis expectativas. Su forma de gemir y gritar resultó extraña y le restó toda la emoción al momento íntimo. Cada caricia provocaba gritos y gemidos excesivamente fingidos, lo que me llevó a replantearme la situación. A pesar de intentarlo durante varios meses, la última vez resultó tan molesta que decidí tomar medidas y dar por finalizada la relación.
A pesar de esta extensa introducción, ahora presento el relato de nuestro último encuentro.
Quedamos en encontrarnos para un encuentro fugaz este sábado, ya que ella asistiría a una fiesta con amigos de su esposo y disponía de un par de horas antes de reunirse con él. Llegó en su furgoneta, vistiendo una falda café claro, botas altas negras, una blusa negra de manga corta y una chaqueta a juego con la falda. Nos saludamos con entusiasmo y antes de partir le pedí que se deshiciera de la falda. Al principio se mostró sorprendida, pero le indiqué una calle donde dar la vuelta y quitársela mientras esperábamos avanzar en el tráfico. Siguió mis indicaciones. Se levantó ligeramente en el asiento del conductor, se despojó de la falda y debajo llevaba un tanga negro transparente, dejando al descubierto unas piernas irresistibles. Acaricié la pierna que tenía más cerca, abrió las piernas para facilitar el acceso de mi mano entre ellas. Le besé el cuello y le susurré al oído: - Anhelo profundamente poseerte.- En ese momento, el tráfico nos permitió continuar el trayecto.
Le di indicaciones sobre qué calles tomar. Nos dirigimos hacia un parque cercano. A esa hora, el tráfico era escaso y encontramos lugares poco iluminados para estacionarnos. Una vez allí, puso la radio, comencé a besarla y a acariciarla. Con una mano buscaba la firmeza de sus glúteos mientras ella exploraba mi entrepierna. Con la mano en sus nalgas, intentaba llegar al centro de las mismas mientras las apretaba con deseo. Ella notó mi excitación y comentó: - Pareces estar listo para mí. - A lo que respondí que investigara bien y lo comprobóque la sortija metálica que llevaba puesta en él. Me pregunté qué era y se lo expliqué. Me dijo que eso no le agradaba. Pero en la calle la besé. Dejé su nalga para acariciar con ambas manos sus pequeños senos. Cambié sus quejas por suaves gemidos contra mis labios. Todavía nada de sus extraños sonidos.
Desabroché su blusa y se la quité junto con la chaqueta. El sostén hacía juego con las transparencias negras entre sus piernas. - Pásate al asiento de atrás. - Le dije. Cuando lo hizo aproveché para palmearla en la nalga. No con fuerza, pero sonó bien. Se quejó y me dijo que no le gustaba. Pero me moví hacia atrás y me senté sobre ella con mis piernas a sus costados. Nuevamente la besé y deslicé mi mano por debajo de su hilo, separé sus pliegues y jugué un poco con mis dedos en esa dulce zona que disfruto tener entre mis labios. Cuando empezó a gemir con esos sonidos extraños dejé de tocarla y me senté a un lado de ella. Me desabroché el cinturón, abrí el pantalón y bajé un poco mi miembro viril que saltó contra mi estómago y luego cayó grueso y pesado en mis pantalones. Le dije: - ¿Ves lo gruesa y venosa que se ve con la sortija? ¡Ahora trágatela! - Acomodó su cabello suelto detrás de las orejas, me agarró con una mano y se inclinó para llevárselo a la boca.
Comenzó a chupar y de inmediato dije: - Así, más abajo, trágatela toda. - Tomó ritmo. Y coloqué la sortija con los dedos empujándola con fuerza hasta la base. Esto hizo que tuviera un impulso de sangre extra y se pusiera completamente rígida, más gruesa, más firme y las venas más marcadas. Por lo tanto, ella ya no descendía completamente sobre mi erecto y curvado miembro. Así que recogí su cabello con una mano, sin jalarlo, solo sujetándolo y con la otra mano sostuve su cabeza para comenzar a penetrarla, más rápido y más profundo de lo que ella estaba acostumbrada. Inmediatamente emitió esos sonidos placenteros del sexo oral rudo.
Se incorporó y respiró profundamente. Se limpió la saliva de la boca y me dijo: - ¡Maldito Rey cabrón! - Me besó y agarró con fuerza a mi amigo con su mano. Supongo que esperaba que me doliera. Pero eso me agrada y más con la sortija porque se siente como toda la sangre se acumula, como cuando contienes la respiración por mucho tiempo y sientes cómo se concentra toda la sangre en la cara. Lo único negativo es que después de eso se pierde un poco la rigidez. No el tamaño, solo algo de firmeza y las venas marcadas. Mientras ella me besaba, busqué con las manos su hilo y con los pulgares lo deslicé hacia abajo. Ella colaboró, así que salió muy fácilmente a pesar de las botas.
La hice ponerse en cuatro. No era la pose de gata perfecta por el espacio. Pero aun así su trasero se veía delicioso, elevado, sobresaliendo de las sombras e iluminado por la luz del poste que estaba a la distancia. Quería saborear ese trasero y lamer todos los pliegues y hendiduras. Pero la única consideración que tuve fue escupirme en el miembro y embadurnar su saliva y la mía en la punta. Comencé a jugar con la entrada y sin esperar más, ella comenzó con sus gemidos peculiares. Realmente me molestaban y tenía que detenerlos de alguna manera. Busqué su hilo, aún con la punta de mi miembro entre sus pliegues, casi dentro, casi fuera. Estiré el hilo negro entre mis manos frente a mí y lo llevé a su boca, no para introducirlo en ella y que probara su propio sabor. Sino como una rienda delgada que cruzaba sobre su boca. El movimiento que hice hacia adelante hizo que entrara completamente en ella. En el mismo momento en que entró, gritó y su hilo cortó el mismo, porque le hizo cerrar la boca. Fue perfecto. El gemido ahogado, su cuerpo recibiendo por completo y la sensación de poder y control. Hacían que se me erizara la piel tan solo al recordarlo.
Acomodé el hilo para sujetarlo con la mano derecha, justo como si fuera una rienda. Con la otra abrí sus nalgas para ver mejor entre las sombras cómo me deslizaba lentamente en ella. Se quedó quieta y gimiendo tanto como su ropa interior permitía, podía sentir la expectación.de ella, sobre qué es lo que realizaría. Continué moviéndome de manera pausada y gradualmente percibí cómo se abría ante mí, pudiendo aumentar poco a poco el ritmo. Pasaron unos minutos hasta que ella empezó a moverse, exhibiendo la destreza que tiene en esa zona de su cuerpo. No resulta sencillo mover la cintura con libertad en esa postura, y menos aún con la restricción que le imponía su prenda íntima y el espacio reducido dentro de la camioneta. Sin embargo, ella parecía dar la impresión de que sus caderas cobraban vida y se movían por sí solas.
Sentí que podía intensificarse más el movimiento en ese momento. Por ende, decidí incrementar con brío mis embestidas en su interior, pero anhelaba aún más. Tomé con la mano libre su mano izquierda, la cual estaba firmemente aferrada al asiento. La llevé hacia su espalda, manteniéndola en esa posición mientras la penetraba vigorosamente, no había otra manera de describir lo que estaba realizando, aparte de que la penetraba con fuerza y determinación, utilizando toda mi energía para ello. Entre jadeos, le expresé: -¡Disfruto plenamente tenerte en esta posición y colmarte con mi miembro viril!- La embestí sin piedad, chocando con fuerza y el sonido de nuestros cuerpos eclipsaba el sonido de la radio. El anillo hacía que se aproximara de manera lenta al clímax, pero que no pudiera llegar fácilmente. Para lograr el clímax, era necesario retirarlo, y para retirarlo, se debía perder firmeza en la decisión. La postura encorvada en ese espacio reducido ya me estaba causando molestias en la espalda. Por ello, le indiqué que cambiáramos de posición. Liberé al mismo tiempo su brazo y el sostén. Le pedí que no soltara el sostén. No deseaba escuchar sus gemidos extraños. Acaricié el brazo que había estado sosteniendo mientras la besaba con la prenda íntima aún en su boca.
Fue un momento desafiante y peculiar, pero increíblemente sucio y placentero. Me senté y ella, de manera instintiva, se sentó sobre mí con la espalda hacia mí, posicionando sus piernas a los costados de las mías. Se elevó lo suficiente para que yo la guiara hacia su cálido interior y se dejó caer. Entre gemidos, susurros y la prenda íntima en su boca, mencionó que no disponía de mucho tiempo, supongo que observó la hora en el tablero del vehículo. -El anillo hace todo más lento y debido a la firmeza con la que tengo mi miembro viril, no va a salir fácilmente, así que debes ser enérgica y moverte con ímpetu hasta que alcance el clímax- le expliqué gruñendo. Rápidamente comenzó a realizar movimientos circulares, ocho y movimientos de vaivén. Le comenté que esas acciones siempre eran placenteras, pero con el anillo necesitaba que fuera más enérgica o no concluiríamos pronto. Se inclinó entre los asientos delanteros y comenzó a moverse con determinación. Fue aumentando el ritmo hasta conseguir una velocidad considerable, el espectáculo era tremendamente excitante, pero yo también ansiaba llegar al clímax. Ella gemía deliciosamente entre respiraciones entrecortadas y con la prenda íntima entre sus dientes. Moví las caderas para sincronizar nuestros movimientos y que nuestros cuerpos chocaran al unísono.
Percibía que estaba próximo al clímax, pero el maldito anillo no me permitía llegar, siendo una tortura deliciosa. Me aferré con las manos al asiento sobre mi cabeza mientras nuestros cuerpos se golpeaban, sintiendo que la camioneta se sacudía por completo, y por encima de sus gemidos, mis gruñidos y la radio, se escuchaba el crujir de los muelles del vehículo. Por un instante, todo pareció apagarse y no podía escucharnos a ninguno de los dos, solo resonaba el latir de mi corazón en mi cabeza, y entonces, exploté, lo hice con tanta intensidad que pensé que mi corazón se detendría, sentí cómo disparaba desde lo más profundo de mis entrañas, uno tras otro los chorros de semen. Gritaba con los dientes apretados, me esforcé tanto que incluso me dolió la cabeza en la nuca. Experimenté un momento de desconcierto y al recuperar la consciencia, me encontraba empapado en sudor, ella también resplandecía con gotas de sudor en la espalda y glúteos. Estaba recostada hacia adelante entre los asientos, respirando agitadamente y jadeando. Aún permanecía dentro de ella, pero no quería moverme.
No deseaba que las sensaciones eléctricas desaparecieran. Percibía cómo el semen continuaba fluyendo hacia fuera, no en chorros o explosiones, simplemente se deslizaba hacia afuera. Aún me costaba recuperar el aliento. Como pudo, se movió hacia la guantera, sacó toallitas húmedas, me las arrojó en el pecho y se recostó en el asiento junto a mí. Me dijo: -Eres un cabrón de mierda.- Le llevó un tiempo moverse y comenzamos a limpiarnos. Finalmente, el anillo salió. Me lo arrebató de las manos, lo examinó contra la luz y afirmó: -Creo que me gusta, tráelo la próxima vez.
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