Tenía 34 años y dos hijos cuando trasladaron a mi esposo a Arequipa. Se trataba de un importante ascenso en la empresa en la que trabajaba, asumiendo la jefatura de la región sur. Este nuevo cargo incluía casa, gastos y numerosos beneficios. Aunque me costó aceptar dejar Lima, decidí hacerlo considerando las oportunidades económicas que ofrecía y el salto profesional que significaba para él.
Enamorados de Arequipa desde el primer momento, nos instalamos en una casa alquilada por la empresa. Esta residencia era considerablemente grande, con un jardín inmenso en la parte trasera. Desde el principio me preocupó cómo podría encargarme de mantenerlo. Por suerte, el acuerdo de alquiler también incluía personal de limpieza, cocina y cuidado de los niños, además de un jardinero que visitaba cada 15 días.
Nos mudamos en febrero y en marzo nuestros hijos comenzaron la escuela, estableciendo así un ritmo cotidiano. Con demasiado tiempo libre en mis manos mientras mi esposo trabajaba, me planteé la posibilidad de buscar empleo o incluso comenzar a estudiar. Aunque no necesitaba trabajar por motivos económicos, quería ocupar mi tiempo de forma útil. Descarté la idea de estudiar por pereza.
En medio de mi búsqueda laboral, la empleada de limpieza me informó un martes que el jardinero deseaba hablar conmigo. A pesar de que visitaba la casa cada dos semanas, nunca antes me había solicitado una conversación personal. Me sorprendió, dado que su salario lo pagaba directamente la empresa de mi esposo. Aun así, accedí a hablar con él.
Descendí hasta la recepción y me encontré con un joven atractivo a su lado. El jardinero me explicó que se trataba de su hijo, quien deseaba aprender el oficio junto a él y necesitaba mi autorización. Tras confirmar que era mayor de edad, otorgué mi permiso sin objeciones. El asunto quedó zanjado.
Desde mi habitación podía observar el jardín, donde vi al joven quitarse la camiseta al comenzar a trabajar con su padre. Su cuerpo joven y vigoroso, moldeado por el trabajo duro y la constante actividad física, quedó al descubierto. No era el físico de un gimnasio, sino el de alguien acostumbrado al esfuerzo diario.
Aquella mañana resultó sumamente placentera mientras lo observaba, y tras su partida, me entregué a la auto complacencia imaginándomelo a mi lado. Quince días después regresó y, al no tener empleo aún, me recreé mirándolo desde mi ventana. Salí al jardín para tener una mejor vista y luego me deleité en la intimidad de mi habitación mientras lo observaba a través del cristal, sentada en el sillón.
Finalmente, encontré trabajo en una oficina del centro de la ciudad, a medio tiempo de 8 am a 1 pm. Dado que vivíamos cerca, podía ir caminando y regresar con facilidad. Salía de casa después de que los niños tomaban el transporte escolar y antes de que mi esposo partiera a su oficina, la cual quedaba bastante lejos y a la que ingresaba a las 8.30 am. Regresaba del trabajo poco después de la 1 pm y me ocupaba de dejar todo en orden para la vuelta de mis hijos alrededor de las 3 pm. Mi esposo solía regresar después de las 8 pm.
Un mes después de comenzar en mi nuevo empleo, mientras caminaba de regreso a casa por la calle Mercaderes, me topé con el hijo del jardinero. Escuché mi nombre y al girar, lo vi saludándome con respeto pero con una mirada cargada de deseo. Me preguntó qué hacía por esa zona y le expliqué que trabajaba cerca. Me dijo que él también laboraba por la zona y, al despedirse, me halagó diciendo que lucía muy guapa. Esta expresión me hizo sentir bien, tanto que al llegar a casa, me desnudé en la habitación y me sumergí en fantasías con él.
En los meses siguientes, nos cruzábamos con cierta frecuencia, un par de veces al mes. Estos encuentros...
Probablemente luego de escuchar su "piropo", al regresar a casa terminaba estimulándome sobre mi cama.
Algunos meses después, por el cumpleaños de una de las chicas de la oficina, acordamos salir a tomar algo, tanto chicos como chicas. Siendo yo considerablemente mayor, con una brecha de edad entre 20 y 25 años con el resto, acepté la invitación debido a lo amables que fueron conmigo. Consulté a mi esposo y él estuvo de acuerdo, pensando que me vendría bien.
El viernes de nuestra cita para salir, al finalizar mi jornada laboral regresé a mi hogar. Me arreglé con una falda corta, una blusa coqueta y un chaleco ligero. A eso de las 8pm, la hora acordada para encontrarnos, me dirigí hacia el bar en la calle San Francisco donde habíamos quedado. Se trataba de una casona con varios bares alrededor de un patio, un ambiente muy juvenil donde al principio me sentí algo fuera de lugar, pero decidí hacer lo mejor de la situación. La charla y la bebida crearon un ambiente agradable. Después de un tiempo, necesité ir al baño y me indicaron su ubicación.
En el segundo patio de la casona descubrí un pequeño pasadizo que conducía hacia los baños, los cuales eran privados y unisex. Al entrar en uno de ellos, que afortunadamente estaba limpio a esa hora, me di cuenta claramente de que eran utilizados para encuentros sexuales rápidos, siendo incapaz de ignorar su propósito. Me pregunté si habían sido diseñados con esa intención o si era simplemente una coincidencia.
Al salir del baño, me topé con el hijo del jardinero. En cuanto me vio, me dijo "señora Lucía, qué guapa se ve". El deseo en sus ojos aumentaba por efecto del alcohol que seguramente ya había consumido. Con unas copas de más y tras salir de ese pequeño baño, el cual estaba destinado a ser usado para encuentros sexuales esa noche, me sentí ardiente. Agradecí con una sonrisa y él respondió algo como "con una mujer como usted, cualquier lugar es perfecto", una afirmación que podía interpretarse como un elogio pero también como una insinuación de intimidad, sugiriendo que estaría bien hacerlo en cualquier sitio, incluyendo el baño del que acababa de salir.
De regreso al grupo, mi esposo me llamó para preguntar si deseaba que me recogiera, a lo que accedí pidiéndole que lo hiciera a las 12.30 am. Con la certeza de que él vendría por mí, me relajé y empecé a beber un poco más relajada, hasta que terminé bastante mareada. De hecho, todos estábamos en ese estado.
Hacia las 11.30 pm, volví a necesitar ir al baño. Me fui imaginando un encuentro con el hijo del jardinero, aunque no tenía intención de buscarlo activamente. Al llegar al baño, una chica salió y al entrar y estar a punto de cerrar la puerta, sentí cómo alguien la empujaba. Era el hijo del jardinero. Con una mirada llena de deseo y un estado semiebrio, me preguntó si podía entrar.
Con la excitación a flor de piel, acepté. A mi edad, era la mujer mayor en el local, rodeada principalmente de veinteañeros y probablemente todos menores de 30. La situación se volvía intensa y despertaba un morbo indescriptible en mí. Sabía que nuestro tiempo era limitado, además, con él siendo tan joven y ebrio, lo más probable es que eyaculara rápidamente.
A pesar de la confianza mostrada al entrar, una vez dentro del diminuto baño, su actitud cambió. Volvió a ser el joven de 19 años que había sido. De complexión fuerte pero algo torpe en su desenvolvimiento. Sin decir una palabra, desabroché su cinturón. No intentó besarme y yo no busqué sus labios. Se limitó a oler mi cabello, cuello y hombros.
Su pene estaba flácido. Con mis caricias, en cuestión de segundos se puso erecto. Un miembro viril de joven. Hacía tiempo que no probaba uno así. El espacio era reducido. Me giré contra una de las paredes laterales, abrí mis piernas y con su miembro aún en mi mano, lo atraje hacia mí. Él seguía oliendo mi cuello. Yo me sentía sumamente excitada.
Le pedí que me penetrara.
Solté su miembro. Con sus manos elevó un poco mi falda, dejándome con el trasero descubierto, solo protegido por mi tanga. Frotó su pene entre mis nalgas. Yo misma aparté la tanga hacia un lado. Me incliné lo más que pude.
Le repetí, penétrame.
Con mi tanga apartada hacia un lado y mi postura inclinada. Mi vagina
le quedaba a disposición. Me penetró de golpe. Experimenté cómo todos sus centímetros llenaban mi vagina casi siempre insatisfecha. Sentir ese miembro, más ancho y más largo que el de mi hogar, me llevó a disfrutar de manera deliciosa.
Él repetía "señora Lucía, señora Lucía", no lograba articular otra cosa, pero el "señora" seguido de mi nombre, en un baño de bar, me ponía muy excitada. Quise cambiar de postura, pero el espacio era muy reducido. Mi única opción era arrodillarme en el inodoro, aunque lo veía muy sucio. No había ni lavabo para apoyarme. Impulsada por la excitación, quería ser su sumisa, por completo, y con papel higiénico que tenía en la cartera, sin dejar de ser penetrada, limpiar la tapa del inodoro. Movida por la brutal excitación, me arrodillé encima y me entregué por completo. Ya era su sumisa.
Empezó a embestirme de esa manera. Sentía más intensamente su miembro llenándome. Tuve un orgasmo y él continuaba sin cesar. Experimenté un segundo orgasmo. Comenzó a indicarme "tómesela señora Lucía". Me levanté. Me puse en cuclillas y eyaculó en mi boca. Afortunadamente, sin derramar nada.
Le pedí que se marchara. Me quedé allí. Oriné. Limpié cuidadosamente mi vagina y mis nalgas con papel higiénico y toallitas húmedas. También limpié mi rostro con toallitas húmedas.
Cuando salí, ya no estaba. Regresé al grupo. Nadie había notado mi prolongada ausencia. Un rato después llegó mi esposo. Mientras lo besaba, sentía la culpa de hacerlo con unos labios que habían probado otro miembro y con una lengua que había recibido semen de un amante ocasional. Como seguía bebiendo, él no se dio cuenta de nada.
Terminé la noche teniendo relaciones en casa con mi esposo, simulando un orgasmo que lo llenó de felicidad.
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