Mi cónyuge y yo nos encontrábamos viendo la televisión en un sábado por la tarde, relajados, sin ninguna prisa ni planes futuros en mente. La película que estábamos viendo tenía escenas de contenido erótico que despertaron nuestra imaginación y nos incitaron a romper la monotonía. La fantasía y la realidad son dos cosas distintas. A medida que pasan los años en el matrimonio, a veces surge la curiosidad y el deseo de buscar experiencias más allá de lo convencional. ¿Por qué no intentarlo?
Después de un rato viendo la película, ella sugirió que saliéramos y hiciéramos algo diferente. Accedí a su propuesta y le dije que se arreglara para la ocasión. Su forma de arreglarse me dejó entrever lo que realmente tenía en mente, pero decidí seguirle la corriente sin hacer comentarios al respecto. Su apariencia era provocativa y sugerente, lo cual indicaba que nuestra salida no sería convencional.
Salimos sin un destino específico, y durante el trayecto fui sugiriendo posibles actividades. Cuando le propuse ir a bailar, ella estuvo de acuerdo. Sin embargo, su reacción me hizo intuir que buscaba algo más. Decidí dirigirme hacia una zona de la ciudad que destaca por ofrecer entretenimiento para adultos, como discotecas, tiendas eróticas, moteles y bares swinger.
Al llegar a un lugar conocido como "Pussycat", noté que ella parecía entusiasmada. De alguna manera, parecía estar buscando un encuentro sexual con alguien más. Me pregunté por qué no simplemente había mostrado interés en estar conmigo en lugar de buscar esa aventura. Probablemente, quería que yo fuera testigo de sus escapadas para hacer la situación más excitante.
Finalmente, entramos a "Pussycat" y nos sumergimos en un ambiente sugerente y poco concurrido. ¿Será que era demasiado temprano? No importaba, ella parecía estar disfrutando la experiencia y estábamos listos para explorar qué más nos deparaba la noche.
transcurría el tiempo. Bien pensé, acomodémonos y esperemos para ver qué sucede.
Un año atrás, habíamos visitado ese lugar. Lo llamativo del "Pussycat" es que se encuentra al lado del "Jardín Real", un motel con 130 habitaciones. Es sencillo encontrar habitaciones disponibles, por lo que, si se conoce a alguien en la discoteca, la noche, sin duda alguna, termina en el edificio contiguo. Ese era el atractivo de ese lugar, reflexioné. Al fin y al cabo, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Nos instalamos en un rincón y pedí unas bebidas para empezar a crear el ambiente de la velada. Inicialmente, salimos a bailar los dos. Prácticamente éramos los reyes de la pista junto con las pocas parejas presentes. Mientras estábamos ahí, mi esposa, con discreción y disimulo, no dejaba de observar hacia la barra, identificando a quienes llegaban y podrían captar su interés.
Al haber estado en esa situación previamente, las reglas del juego estaban claras. Ella, al encontrar a alguien que le interesara, intentaría entablar conversación con la persona para conocerse un poco y, si correspondiera, plantear directamente las intenciones del encuentro. La condición para aquel interesado en estar con ella, como siempre, era que yo estuviera presente. No era complicado. La cuestión era que apareciera, entre los hombres presentes, alguien que despertara su interés y comenzaran los acercamientos.
El tiempo pasaba y parecía que no había ningún objetivo a la vista. Entonces, bajo el pretexto de pasar al baño a retocarse un poco, ella anunció su partida. En realidad, aprovechaba la ocasión para dar un paseo y ver si alguien mostraba interés al verla vagando sola por allí. Y, dado que esa estrategia ya había funcionado antes, funcionó nuevamente esta vez. En poco tiempo regresó a la mesa acompañada de un caballero. A mi parecer, nada excepcional, pero un hombre dispuesto al fin y al cabo. Se presentó como Arturo. Se sentó a conversar con nosotros por un tiempo y, sin demorar mucho, mi esposa lo invitó a bailar.
Ella baila con ellos y, si se desenvuelven bien, con ritmo, decide si la aventura vale la pena o no. A partir de ahí, todo se desenvuelve. Supuse que aquello se concretaría, ya que no veía mucha competencia entre los hombres presentes. Y, si ella lo había elegido, tendría sus motivos. Me quedé observándolos mientras bailaban y el caballero, quizás con la aprobación tácita de ella para avanzar, se atrevía a acariciar el cuerpo de mi esposa, quien al parecer daba su consentimiento para ello.
Llegados a la mesa, ella, con total naturalidad, me informa que Arturo desea compartir un momento con ella, si a mí no me molesta. A lo que respondo que no tengo objeción. Simplemente querría saber si ya ha tomado una decisión y, de ser así, adelante. Tú eres la interesada. Sí, responde, estoy muy interesada. Bien, replico, ¿qué tienes en mente? Ir a un lugar donde podamos estar a solas. Ya sabes. Sí, lo sé, vamos al edificio de al lado.
Ella avanza, pues conoce el camino, mientras yo me quedo atrás para pagar la cuenta. El caballero duda si seguirla a ella o esperarme. Le indico, bueno, si en verdad desea estar con ella, es mejor que la acompañe. Ya los alcanzaré. Sí, señor, me responde. ¿Quiere algo en particular? me pregunta. Pues que haga lo que sabe hacer con las mujeres. Ni ella ni yo tenemos problema con eso. Está bien, responde y se apresura a reunirse con mi esposa.
Al llegar al "Jardín Real", ellos me esperaban en la recepción. Ya tenemos la habitación, comenta ella. Bien, ¿y a qué esperamos?, pregunto. Nada, responde ella. Te estábamos esperando para subir juntos. Bueno, ve tú adelante, le digo a mi esposa, iré a comprar condones. Oh, sí, qué bueno que lo recordaste... se me había olvidado. ¿Algo más?, pregunto. Te esperamos arriba, dice.
Cuando llego a la habitación, la puerta estaba abierta.
La puerta estaba entreabierta. El caballero aguardaba sentado en la cama y mi esposa, según deduje, se había dirigido al baño. ¡Claro! No podía faltar el arreglo previo. Base, lápiz labial, fragancia. Todo formaba parte del juego de cortejo y seducción que mi pareja desplegaba para estimular a su compañero. Y aquel hombre, claramente excitado, no se hizo esperar.
Cuando ella se acercó a él, él la abrazó y la besó con pasión. No puedo decir quién besaba a quién, la escena se veía tan natural. Mi esposa se lanzaba a la aventura sin reparos y él, al verse correspondido, aportaba lo suyo para que todo fluyera. Sintiéndose muy varonil, actuó en consecuencia y se lanzó sobre ella para reclamarla como suya. Esa era su intención, ¿no?
Ambos estaban excitados y, sin mediar palabra, cada uno empezó a desvestirse por su lado. Mi esposa, con agilidad, quedó completamente desnuda en cuestión de segundos. El caballero, también apurado, la seguía de cerca. Al bajar sus pantalones, mi esposa tuvo una primera impresión visual del miembro que pronto la penetraría, y por su expresión, le resultó atractivo. Tanto así que se arrodilló frente a él de inmediato para brindarle placer con su boca, comenzando con una gratificante felación.
El hombre no podía creerlo. Mientras ella le proporcionaba una atención dedicada a su miembro grueso y robusto, él disfrutaba de aquello, sin duda. Probablemente estaba al borde del éxtasis, por lo que, un tanto nervioso, quizás con temor a llegar rápidamente al clímax, interrumpió a mi esposa y expresó su deseo de penetrarla. Aquella solicitud urgente resultó estimulante para ella y, sin más preámbulos, se recostó en la cama abriendo las piernas para recibirlo. Acto seguido, me miró y realizó un gesto. ¡Claro! Era momento de colocar el preservativo.
Le pasé el preservativo al caballero, quien rápidamente lo colocó. No quería hacerla esperar y, ansioso como estaba, no dudó en introducir su miembro en la vagina húmeda que lo esperaba ansiosa. Observé cómo aquel sólido miembro se introducía en el interior de mi esposa, quien colocando sus manos en las nalgas de su amante, lo incitaba a ir más profundo y a realizar fuertes embestidas. Él, siguiendo sus indicaciones, no se hizo rogar. Embestía con fuerza y, preso de la emoción del momento, la besaba apasionadamente mientras continuaba con sus movimientos rítmicos.
Indudablemente, aquello debió llevarla a un nivel de excitación máximo. La conozco lo suficiente como para reconocer que cuando su rostro se sonroja, está disfrutando al máximo. El físico del hombre era corriente, nada destacable, pero algo en él encendía la pasión de mi esposa, quien en ese momento trataba de contenerse sin éxito, comenzando a gemir conforme su excitación iba en aumento. El sonido de la penetración en el cuerpo de mi esposa se intensificaba, al igual que sus gemidos.
Así, en esa postura, ella alcanzó el orgasmo y los gemidos se volvieron más audibles. ¿Qué estaría experimentando en ese instante? No lo sé con certeza. Lo cierto es que el encuentro con aquel hombre parecía estar cumpliendo su cometido al calmar sus ansias. Ella contorsionaba su cuerpo mientras él continuaba con su labor. Poco después, el ritmo de los movimientos masculinos decreció, probablemente tratando de prolongar al máximo su propio clímax, hasta que finalmente se fundió con ella en un abrazo, intentando hacer perdurar el momento.
Ambos jadeaban exhaustos. Quizás ella más que él. O al menos, a juzgar por sus gemidos, era evidente que ella exteriorizaba con más intensidad sus sensaciones. Él, manteniendo el control, respiraba agitadamente. Permaneció unos instantes sobre ella, esperando a que el calor de su miembro se disipara. Poco a poco fue separándose con cuidado, retirando su miembro delicadamente. Mi esposa parecía querer retenerlo un poco más, pero el hombre, sin duda,
Necesitaba tomar un respiro y recobrar las fuerzas del miembro que ya había cumplido con su tarea.
"Estuvo delicioso", le dijo mi esposa. "Espero que lo hayas disfrutado". "Sí", respondió él, "fue agradable", dijo mientras se sentaba en un lado de la cama. Ella, recostada con las piernas abiertas, continuó conversando con él en esa postura. "¿Vienes a menudo por aquí?" preguntó ella. "No", respondió él. "Hoy vine por curiosidad y con ganas de tomar algo y pasar el rato. Tuve suerte. Nunca me había pasado algo así antes". "¿En serio?", replicó mi esposa. "Pensé que eras un habitual de este lugar". "No", respondió él. "Lo de hoy fue casualidad".
"¿Estás casado?", preguntó ella. "Sí". "¿Tu esposa sabe dónde estás?" "No, para nada. Iba de camino a casa y, no sé, me dio por pasar por aquí, tomar algo y ver qué sucedía. Solo eso". "¿No te resultó sospechoso que una mujer te propusiera ir a la cama?" "No. Te ves distinguida, diferente. No tuve inconvenientes en aceptar. La novedad me excitó. Es extraño que una mujer se acerque y pida algo así. Me pareció un poco extraño, pero, ¿por qué no averiguar qué podía ocurrir?" "Bueno", dijo ella, "me voy a vestir y arreglar, puede que me demore. Ha sido un placer", añadió. Se levantó de la cama y se dirigió al baño.
Nuestro protagonista, después de eso, se quedó perplejo. Si tenía otras intenciones, ya no había posibilidad. Era evidente que la aventura había llegado a su fin y, además, él no dijo nada ni expresó interés en continuar. Así que, una vez que ella cerró la puerta del baño, él se vistió y, poco después, educadamente se despidió de mí. "Gracias por todo", mencionó antes de abandonar la habitación. "Hasta pronto".
Yo seguí viendo la televisión mientras ella reaparecía, lo cual ocurrió mucho tiempo después. Tras tomar una larga ducha, finalmente salió, renovada y arreglada, supongo, vestida como si nada hubiera ocurrido. Me pareció divisar otra discoteca en las cercanías. "¿Por qué no vamos allá?", sugirió ella. "¡Claro, vamos!"
Bajamos a recepción y me dirigí al encargado para señalarle que aún no entregaríamos la habitación y que regresaríamos más tarde. "No hay problema", respondió. "Guarden la llave y la devuelven luego". Salimos de allí en dirección a la otra discoteca que mi esposa había avistado. Por alguna razón, ella se adelantó mientras yo la seguía a cierta distancia. Junto a la entrada del local, se encontraba un joven parado allí. Pensé que era el portero, pero, para sorpresa mía, cuando mi esposa pasó junto a él, este le palmeó las nalgas y le dijo: "Mamita, estás muy buena".
Yo, que venía detrás, intenté enfadarme por su descaro, pero, para mi sorpresa, mi esposa, aparentemente tranquila y serena, tomó su mano y, mirándolo de arriba abajo, le respondió: "Bueno, podríamos irnos a la cama los dos. ¿Será tan atrevido en la intimidad como lo eres aquí? Si quieres te lo demuestro", le contestó el atrevido. Aunque ella no era joven, su forma de vestir dejaba claro que estaba insinuándose. ¿Qué tenía que perder el joven con tomar la iniciativa? Como mucho, un regaño. ¿Por qué me impactaba lo que estaba ocurriendo? En fin.
Ella, sin soltar su mano, le dijo: "Bien, si estás listo ¡vamos! Veamos qué tan valiente eres". Y se alejó en la dirección de la habitación. Ella, con su conquista, pasó junto a mí, ignorándome como si no me conociera, por lo que el joven no tenía idea de mi papel en todo este enredo. Hice como que no pasaba nada y seguí la farsa, sabiendo que tarde o temprano coincidiríamos en el "Jardín Real".
El joven, asumiendo su papel de macho alfa, se propasó con mi esposa durante todo el trayecto. Metió sus manos bajo su falda y, puedo afirmar con seguridad que, cuando llegamos a la puerta
Desde que entró a la habitación, él tenía una idea clara de qué tipo de mujer tendría frente a él. Es muy probable que ella también lo haya intuido y, si mostró interés en el muchacho, seguramente haya detectado su encanto. Sin embargo, las llaves de la habitación las tenía yo, por lo que tuvieron que esperar.
Ellos fueron los primeros en llegar a la habitación, por lo que cuando me uní a ellos, parecían estar charlando mientras esperaban. Ella presentó al muchacho como su esposo y mencionó que él nos acompañaría. ¿Tenías algún problema con eso?, preguntó. No señora, contestó él. Mientras tanto, yo abría la puerta. "Sigamos adelante", comenté. Mi esposa entró primero, luego el chico, quien me saludó muy amablemente. Yo los seguí.
Una vez que cerré la puerta, ya se encontraban frente a la cama. Mi esposa, tomando el control de la situación, indicó al muchacho que se acostara boca arriba, y en esa posición empezó a bajarle los pantalones. Al hacerlo, ambos nos llevamos una sorpresa, ya que el muchacho tenía un miembro impresionante que, una vez expuesto, se levantó como el cuerno de un rinoceronte, con la raíz gruesa y la punta delgada.
Impulsada por el deseo, mi esposa no pudo resistirse y, quitándose la falda y las bragas, le puso el preservativo al muchacho con evidente placer, acariciando su virilidad y, siguiendo su objetivo, se subió a él inmediatamente. Manteniendo su torso vestido, no se quitó la blusa que llevaba puesta. Actuó rápidamente, colocando el glande de aquella impresionante masculinidad en su vagina, dejándose caer sobre ella para comenzar a moverse al compás de sus crecientes emociones. La escena era realmente estimulante y excitante, especialmente cuando, desenfrenada, balanceaba sus caderas como si no hubiera un mañana. Estaba sumamente excitada y parecía que aquel momento nunca terminaría.
El muchacho, pasivo, solo observaba las acciones de mi esposa para satisfacer sus deseos. Ella se movía con soltura sobre él y yo disfrutaba viendo cómo aquel pene entraba y salía del cuerpo de mi mujer, quien, incansable, seguía empujando con fuerza hacia adelante y hacia atrás, de lado a lado, en círculos. Pensé que esa profunda penetración tal vez le resultaría incómoda, pero al parecer, más que incomodidad, aquel contacto le producía un placer intenso e inesperado. Estaba descontrolada, pero extremadamente entusiasmada con la experiencia. Creo que ni ella misma hubiera imaginado que la noche terminaría de esa manera.
Después de unos minutos, ella alcanzó el clímax, gimiendo al ritmo de sus sensaciones. Tras un sonoro "¡uuuy...!", su cuerpo cayó exhausto sobre el de él y toda acción cesó. "Estuvo maravilloso", le dijo al muchacho, y se quedó tumbada sobre él mientras recuperaba el aliento. Luego de unos momentos, se colocó a su lado, acariciando con su mano el miembro que acababa de disfrutar.
Tendidos en la cama, conversaron por un rato. "¿Qué estabas haciendo cuando te contacté?", preguntó ella. "Estaba esperando a un amigo", respondió él. "Tenemos una cita con unas amigas, pero habíamos quedado en encontrarnos antes y pasar un buen rato antes de que llegaran ellas". "¿Y no iban a llegar con ellas?", preguntó ella. "Ellas viven fuera de la ciudad y vienen a pasar el fin de semana en la capital. Aprovechamos para divertirnos y pasar el tiempo juntos antes de que regresen. A veces se van el domingo, a veces el lunes, dependiendo de su agenda".
"¿Y tu amigo ya llegó?", preguntó ella. "No lo sé. No me he comunicado con él. Déjame revisar". Entonces, el hombre se puso de pie, tomó su celular y revisó los mensajes en WhatsApp. "Está cerca", comentó, "pero dice que las chicas se están retrasando. No van a llegar en menos de dos horas y es posible que prefieran regresar a su casa y encontrarnos otro día. Me está preguntando si nos tomamos algo y esperamos o si sencillamente cancelamos la cita". "Bueno", dijo mi esposa, "¿te gustaría quedarte un rato con nosotros? Tengo ganas de estar."
con dos individuos simultáneamente. ¿Llamará la atención el programa?
Informa acerca de tus actividades, sugirió mi esposa, y consulta si puede acompañarnos. Después cuéntame. Yo, escuchaba esa conversación entre sorprendido y expectante, ya que, luego de presenciar a mi esposa disfrutar con dos hombres en la misma noche, no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Estará buscando presumir ante el joven y ver su reacción? Y si él sigue el juego, ¿seguirá con la aventura? El chico, entonces, se retiró al baño para llamar a su amigo. Básicamente le dijo que estaba con una mujer y que ella quería estar con ambos. Al salir, nos confirmó que todo estaba arreglado y que su amigo no tardaría en llegar.
Cuando el otro individuo llegó, estuvo atento a las indicaciones de su amigo. Así que, instruido por él, procedió a desnudarse frente a todos nosotros, un poco receloso al verme presente, pero, tras haber conversado con su compañero previamente, ya sabía en qué aventura se había embarcado. Para integrarlo en la actividad, mi esposa le pidió que la terminara de desnudar y comenzó a acariciar su órgano sexual, que era menos voluminoso que el de su amigo, pero muy apropiado para lo que mi esposa tenía en mente. ¿Qué te gustaría hacer? le preguntó ella. Quiero penetrarla, respondió él, si me lo permite. Ven, respondió ella con gestos de acercamiento, abriendo sus piernas para recibirlo.
Los eventos acontecieron rápidamente, ya que el sujeto, tras colocarse el preservativo, se situó entre las piernas de mi esposa en posición de misionero y comenzó a penetrarla con firmeza. Ella, al parecer complacida con la experiencia, solicitó al otro individuo que se colocara a su lado, a la altura de su rostro, para realizar sexo oral mientras ella era penetrada por su amigo. El miembro de este segundo individuo se puso erecto de inmediato y, sintiendo la excitación de su dureza, solicitó que intercambiaran de posición con su amigo para no descuidarla. Así que ambos empezaron a turnarse para penetrarla. Uno lo hacía por un tiempo y luego cedía su lugar al otro. Ella, al parecer satisfecha con la situación, disfrutaba con la rotación de sus compañeros sexuales.
Luego de un breve lapso, pidió al recién llegado que se acostara y colocándose en posición de perrito sobre él, solicitó al de mayor tamaño que la penetrara por detrás hasta llevarla al clímax, mientras ella realizaba sexo oral a su amigo. Acto seguido, el individuo, con el consentimiento para disfrutar de mi esposa, introdujo su vigoroso y gran miembro en ella, quien seguramente disfrutaba la profundidad de esa penetración. Se escuchaban gemidos, veían movimientos corporales, y finalmente, experimentaron orgasmos. Pese a la intensidad de las sensaciones y a haber llegado al clímax, ella no quería dar por finalizado el momento, por lo que esperó a que el individuo eyaculara y retirara su miembro.
Cede tu lugar y continúa hasta terminar, le dijo al otro, por lo que sin dudarlo, se ubicó detrás de mi esposa y la complació a su antojo, bombeando por unos minutos y acariciando a mi esposa hasta no poder más, llegando él también a su propio clímax y presionando las nalgas de ella hasta que finalizó su erección, momento en el cual retiró su miembro algo flácido pero con el condón lleno de semen. Observar a los dos individuos entregándose a mi esposa fue impresionante. Una vez finalizado el acto y con la actitud decidida de mi esposa de que todo había terminado, los hombres procedieron a limpiarse, vestirse y despedirse de manera cortés.
Mi esposa y yo nos quedamos un tiempo más allí, mientras ella se recuperaba del esfuerzo y la intensidad de las emociones vividas. Oye, señalé, nunca imaginé que alguna vez pasaría esto. Y yo tampoco, respondió ella, pero sentí deseos intensos de tener relaciones íntimas y, francamente, con uno no era suficiente. Salió bien así. Disfruté y ya estoy tranquila. Ante eso, sin palabras. ¡La vida te sorprende!
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