Esa tarde no teníamos planes, así que Marcela acordó recogerme para dar una vuelta en coche por la ciudad, en pleno enero argentino, con un calor insoportable, pero éramos jóvenes y nos lanzábamos a esas locuras.
Escuché la bocina, y al salir la vi saludándome alegre desde el auto, me acerqué rápido, abrí la puerta y antes de sentarme me saludó con un beso en la mejilla.
-¿qué tal, Marce?
-hola Edu, sí, todo bien, cierra la ventanilla que enciendo el aire, hace un calor infernal
Ella con toda la frescura del mundo lucía un short diminuto y el busto apenas cubierto por una bikini ajustada que no dejaba mucho a la imaginación.
A simple vista se apreciaba que esos pechos firmes y juveniles estaban muy comprimidos.
Arrancó el coche y mientras hablábamos de tonterías recorrimos la ciudad; obviamente no había nadie, todos seguramente estaban en plena siesta refugiándose en sus aires acondicionados.
Hacía tiempo que no nos veíamos, así que nos pusimos al día, compartimos nuestras experiencias y un poco más.
En los caminos de piedra era inevitable ver cómo se mecían esos hermosos pechos que hacían hervir mi sangre.
Ella fingía desentenderse, pero notaba cómo la observaba disimuladamente.
En una de esas casualidades de la vida, pasamos por un bache enorme y uno de sus hermosos senos se escapó de la bikini.
Madre mía, qué espectáculo, ese pezón rosado asomando, una imagen celestial.
-Oops, lo siento mucho -dijo ella- nerviosa y apresurada por volver a colocar ese melón jugoso en su sitio.
-Vaya bache -respondí, aunque en realidad quería decir ¡vaya pechos, eres encantadora!
-¡Mira cómo me miraste, eres un descarado!
-Bueno, Marcela, soy humano y hombre, ¿qué esperabas? Además, sabes que estás muy atractiva.
Se ruborizó un poco y trató de cambiar de tema, al menos eso intentó.
-me asusté, tócame el pecho.
Puse mi mano sobre su pecho, efectivamente, su corazón latía rápido, pero creo que el hecho de tener mi mano allí lo aceleraba aún más.
-Sí, estás asustada todavía.
Mantuve mi mano allí unos instantes más, y al retirarla recorrí sutilmente con mis dedos, si quería jugar, jugaríamos.
Continuamos el trayecto, aunque lo curioso era que nos estábamos alejando de la ciudad.
Decidí no darle importancia y permanecí en silencio al respecto.
Minutos después, nos detuvimos al costado de la carretera, en un camino poco transitado y menos a esas horas.
Detuvo el coche, me miró de forma inusual y hizo algo que no me esperaba.
Como si fuera una actriz de películas para adultos, se desabrochó la bikini frente a mí, mostrando sus dos pechos sin ningún pudor.
-¿Querías verlos, pervertido? Aquí los tienes, míralos todo lo que quieras.
Se acariciaba, los apretaba, se estaba divirtiendo.
Tomó mi mano izquierda y la llevó a su pecho derecho.
No podía creer lo firmes que estaban.
-Dame un masaje, mis pechos quedaron algo adoloridos por tantos golpes.
Sin dudarlo, empecé a masajearlos de inmediato.
Eran mejores de lo que esperaba, pero no pude resistirme mucho a solo tocarlos, me incliné decidido y comencé a darles pequeños mordiscos.
Ella gemía mientras me los entregaba cada vez más, al parecer le encantaba que le chuparan los pechos.
Ya mis dos manos acariciaban sus pechos, en perfecta armonía con mi lengua.
Su respiración se aceleraba cuando aprovechaba su confianza y succionaba sus pezones en mi boca, mordiéndolos.
Con suavidad.
-¡oh sí, muerde, me encanta!
Se encontraba en un estado extremadamente cachondo, como una loba en celo.
Gimiendo, expresó: "Baja tus pantalones, quiero complacerte ahora".
Sin objeciones, cumplí con su petición. Gracias a que llevaba unos pantalones cortos bastante holgados, fue un proceso sencillo.
Ella se lanzó sobre mi erección sin previo aviso. Gracias a la sesión de masajes, ya la tenía erecta, por lo que después de recorrerla con su lengua, la introdujo profundamente en su garganta.
Sí, toda la erección, la mantuvo allí unos segundos antes de retirarla rápidamente y comenzar a practicar sexo oral de manera frenética.
Sus succiones parecían intentar arrancar mi glande, pero eran sumamente placenteras.
Arrodillada en el asiento del conductor mientras me complacía, movía su trasero dejando al descubierto una diminuta tanga que se perdía en su entrepierna.
Con rapidez, una de mis manos se dirigió hacia allí para acariciar ese magnífico trasero, mientras la otra empujaba su cabeza para ayudar en la felación.
Después de unos cinco minutos, mis testículos estaban cubiertos de su saliva. Entonces, ella retiró mi miembro de su boca y sugirió que fuéramos al asiento trasero.
Sin dudar, seguí sus indicaciones y una vez allí, me pidió que me colocara en el medio y se montó sobre mí. Estaba muy excitada, por lo que mi firme erección no tardó en introducirse en su vagina apretada, penetrándola poco a poco hasta casi llegar al fondo.
Gemía en mi oído, abrazándome con fuerza.
-¡oh sí, papito, así, hazme el amor, déjame sentirte completamente dentro!
-Sí, cariño, te voy a complacer por completo.
Cabalgaba como una apasionada yegua, incluso golpeando su cabeza contra el techo en algunos descuidos, pero sin perder la concentración en la maravillosa tarea que realizaba sobre mi miembro erecto.
Sus prominentes pechos rozaban constantemente mi boca y eran succionados cada vez que estaban a mi alcance.
-Eres un cabrón, ¡tienes un miembro delicioso! -decía entre gemidos.
Movía mi pelvis como podía para penetrarla aún más profundamente, quería clavarla con fuerza.
Al agotarse de cabalgar, se recostó en el asiento, dejando su trasero a la altura de mi cara.
-Vamos, papi, ahora te toca a ti, quiero que me hagas el amor -me instó.
La agarré de la cintura mientras frotaba mi miembro sobre su vagina, hasta lograr introducirlo una vez más.
Permití que llegara hasta los testículos, ya que estaba muy lubricada, así que fue fácil.
Una vez dentro por completo, lo retiraba para luego volver a introducirlo con fuerza, mientras ella se derretía en el asiento.
-¡Oh, sí, cariño, me encanta así de fuerte, hazme el amor!
No dejaba de pedir sexo y yo no dejaba de dárselo, estaba disfrutando al máximo.
Después de varios minutos y varios orgasmos, comenzó a pedirme que eyaculara.
-Cariño, quiero tu semen, ¿me lo darás? Tengo mucha sed.
-Sí, amor, te daré toda mi leche.
En un movimiento rápido, ella se apartó y se giró hacia a mí.
Fue directamente a mi miembro y empezó a masturbarme mientras me miraba con una expresión lujuriosa.
Estaba ansiosa, realmente lo deseaba.
-Uf, ahí viene, voy a eyacular, cariño.
-Sí, sí, dámela toda, la deseo.
Abrió la boca de par en par y recibió mi eyaculación con fuerza directamente en su garganta, los siguientes disparos fueron más débiles y quedaron en la entrada de su boca.
Con los ojos llenos de satisfacción, absorbió las últimas gotas que quedaban en mi glande, limpió con sus dedos los restos en la comisura de sus labios y se tragó todo. No hubo ni una sola mancha en el tapizado del auto.
Recuperamos el aliento, nos vestimos y continuamos conduciendo. El olor a sexo impregnaba el auto por completo, y descubrimos que, aunque sea verano y haga mucho calor, no está mal dar un paseo por la ciudad.
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