Este viaje estaba planeado desde hace tiempo; mi madre deseaba explorar las montañas y yo tenía dudas entre el mar y las sierras. Buscamos un punto en común y descubrimos que nos gustaba el senderismo y la escalada, así que decidimos ir a la montaña para poder compartir tiempo juntos, algo que nuestras responsabilidades cotidianas nos impedían hacer.
Coordinamos nuestras vacaciones anuales, preparamos el auto con nuestras pertenencias y emprendimos el viaje hacia Córdoba, una de las maravillas naturales de mi amada Argentina. El aire seco, con un treinta a cuarenta por ciento de humedad, y una temperatura agradable convertían el lugar en un paraíso.
Mi cuerpo moldeado por el ejercicio se acomodó en el asiento del copiloto; al parecer, me tocaba conducir mientras recorríamos los primeros kilómetros de los ochocientos que nos separaban de Valle Hermoso, nuestro destino.
Después de pasar por la Capital Federal, tomamos la Panamericana y mi madre preparó unos mates para hacer más ameno el viaje entre sorbo y conversación, algo que nunca antes había hecho con ella desde la separación de papá.
Así comenzó la charla.
- Manu, puede sonar extraño, pero nunca me has preguntado sobre nuestra separación - dijo mi madre.
- No, mamá, sé que el matrimonio fracasó, pero desconozco los motivos - respondí.
- ¿Quieres que te lo cuente? - preguntó ella.
- Si no te molesta, estaré encantado de escuchar - contesté.
- En absoluto. Todo comenzó porque nosotras, las mujeres, no podemos compararnos - explicó.
- ¿A qué te refieres? - pregunté intrigado.
- Sí, los hombres pueden juzgar si tenemos buenos pechos o un buen trasero, es algo visible. Nosotras, en cambio, solo podemos confiar en la suerte y yo no fui afortunada, pues además de tener un miembro diminuto, tu padre era precoz. Para colmo, nunca aprendió a complacerme adecuadamente, así que, además de soportar su mal genio, sufrí una insatisfacción sexual considerable. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que he tenido un orgasmo. Por eso decidí separarme y llevar una vida de celibato - reveló mi madre.
- ¿Quieres decir...? - titubeé.
- Sí, Manu, desde el momento del divorcio no he estado con ningún hombre - confesó ella.
- Pero, mamá, una mujer tan hermosa como tú, con ese físico y esa dulzura, ¿nunca has tenido pareja? Incluso yo pienso que, de no ser mi madre, me tendrías corriendo detrás de ti. No te enojes, pero estás increíble - expresé sinceramente.
- Seguramente lo dices porque eres mi hijo - respondió ella.
- No, mamá, te lo digo como hombre, no como hijo - insistí.
Recorrimos varios kilómetros casi en silencio, intercambiando solo comentarios esporádicos que nos hacían reír.
Me pidió que parara para que ella pudiera ir al baño y así intercambiar los asientos, propuesta a la que accedí de inmediato. Nos detuvimos en un área de servicios unos kilómetros más adelante. Ambos bajamos del vehículo; ella se dirigió lentamente hacia el baño y yo me apoyé en el capó del auto para fumar un cigarrillo, observando su cuerpo ajustado en unas mallas deportivas negras y verdes que resaltaban su hermoso y redondeado trasero, separando sus glúteos por la presión de la tela. Sus movimientos de izquierda a derecha resultaban tan sensuales que me excitó, algo que no podía creer: me estaba excitando con mi madre. Lo mismo sucedió cuando regresó, pues sus redondeados senos se marcaban en un top negro y, al parecer, no llevaba sujetador, ya que se notaban sus pezones, atrayendo mi mirada.
De manera muy sensual, se acercó a mí, tomó mi rostro entre sus manos y acercó sus labios carnosousement, como si fuera a decir algo, pero en su lugar sopló suavemente sobre mis ojos.
- ¿Por qué has hecho eso, mamá? - pregunté intrigado.
- Porque parecía que te habían entrado dos pechos en los ojos - respondió entre risas.
Me sonrojé sin articular palabra, y continuamos el viaje.
Después de varias horas, en las que disfrutamos de la compañía mutua y de paisajes maravillosos, llegamos a Valle Hermoso, lista para vivir nuevas experiencias juntos en nuestra aventura en Córdoba.
durante el viaje pudimos divisar las montañas, las cuales se hacían cada vez más grandes e imponentes a medida que avanzábamos en los kilómetros.
Cuando llegamos a la cabaña que había alquilado mi madre en un lugar hermoso que coincidía con su nombre, Valle Hermoso, descargamos el auto y nos acomodamos eligiendo nuestras camas para luego ducharnos y salir a cenar.
No podía creer lo que veían mis ojos, mi madre salía del baño sin ningún pudor en ropa interior, algo que nunca había presenciado en todos los años que tengo de recuerdo. Se acercó, empujó mi barbilla con dos dedos cerrando mi boca, dejando entrever una leve sonrisa en la suya.
Mientras cenábamos, mi mente solo podía pensar en lo que había presenciado, aunque también hablábamos sobre las actividades que realizaríamos al día siguiente.
Cuando volvimos a la cabaña para descansar, se repitió la escena, mi madre se quedó en ropa interior, con un sujetador apenas cubriendo sus generosos pechos y una tanga que se perdía entre sus nalgas, con un pequeño triángulo frontal cubriendo sus labios vaginales perfectamente depilados. Yo hice lo mismo, me desvestí y me quedé en ropa interior, y una cosa que no podía ocultar era mi erección. Tratando de que no se notara mucho, me metí entre las sábanas y no tardé en quedarme dormido. Antes de caer en el sueño profundo, juraría que vi a mi madre acostada de lado, observándome.
Al día siguiente, todo seguía su curso normal. Desayunamos tranquilamente, aunque no podía sacar de mi cabeza las imágenes de mi madre.
- ¿Listo Manu para la aventura? -me preguntó mi madre.
- Sí, mamá, perdón, quiero decir, ¿Listo Andrea?
- Así está mejor, hijo. Hoy iremos a la reserva natural llamada Vaquerías, después de unas escaladas llegaremos a dos hermosas cascadas donde podremos disfrutar del paisaje y relajarnos con el sonido de la naturaleza.
- Suena genial, Andrea, es un buen plan para comenzar.
- Espero disfrutar este momento que he esperado por años. -dijo ella con una sonrisa.
- Estoy aquí para acompañarte y ayudarte en lo que necesites.
- Eso espero, cariño.
Llegamos a la reserva, donde los guardaparques nos recomendaron regresar antes de que oscureciera. Nos deseamos suerte y empezamos nuestra caminata. Entre las dos cascadas que visitaríamos, tendríamos unas dos horas y media, sin contar el tiempo que nos detuviéramos a disfrutar del paisaje y a "descansar".
Finalmente, llegamos a la primera cascada, la Cascada de los Helechos, pequeña pero encantadora, con su caudal de agua descendiendo por un sendero de piedras para luego perderse entre la vegetación. Tomamos un descanso para seguir con nuestro recorrido.
Después de reponernos, retrocedimos unos metros para tomar el sendero que llevaba a la Cascada del Ángel. Siguiendo otro camino de piedras, llegamos a la caída de agua en treinta minutos. Quedamos impresionados por la magnificencia del lugar, una poza formada por la cascada rodeada de las paredes de las montañas, con agua cristalina y fría por naturaleza.
Sin dudarlo, Andrea se desvistió completamente y se sumergió en el agua para nadar unos metros. Luego se giró hacia mí y me dijo:
- Manu, ¿qué estás esperando? Desnúdate y únete.
Tímido, me quité la ropa quedando solo en calzoncillos, a pesar de la absoluta soledad, estaba mi madre, quien me dio la vida. Nadando hacia mí suavemente, salió del agua dejando al descubierto sus curvas y me ayudó a quitarme la última prenda. Mi pene saltó erecto, observando la inmensidad del paisaje y a mi madre con su único ojo.
Es el cuerpo más hermoso que he tenido el placer de contemplar. Dándome la mano, me condujo hacia el agua.
Con un ambiente más sosegado y en completo silencio, ambos nos adentramos en el agua y nadamos un poco, hasta llegar a un rincón donde divisamos una piedra y pudimos hacer pie. Con el agua alcanzándonos el cuello, solo nuestras cabezas emergían. Mis ojos, color esmeralda, se fijaron en la profundidad del azul que caracterizaba los suyos. Nuestras bocas se acercaron simultáneamente mientras Andrea exploraba mi cuerpo con sus hábiles dedos. La abracé y la besé con pasión, nuestros cuerpos se fundieron dejando notar la firmeza de mi miembro en su abdomen. Separó sus labios de los míos para exhalar un suspiro y una vez más nuestras lenguas continuaron su danza ritual. Descendió su mano derecha hacia mi miembro deseoso, rodeándolo con ella en un vaivén. Sorpresivamente, lo soltó, alzó sus piernas rodeando mis caderas para unir nuestros sexos. Mi pene empezó a adentrarse en la calidez de su sexo ávido y fogoso, sus gemidos y gritos resonaban en las paredes rocosas cercanas, testigos silenciosos de lo que acontecía entre una madre privada de placer por largo tiempo y su joven hijo con las hormonas desbordadas.
El frenesí del movimiento, ese glorioso baile sensual, generaba pequeñas olas que retornaban acariciando nuestra piel. No tardó mucho en que ambos alcanzáramos un orgasmo desenfrenado, expresado con jadeos y gritos propios de una película para adultos. Permanecimos abrazados por un instante, hasta que mi miembro se fue quedando flácido y se retiró de su interior. Salimos del agua para sentarnos en una roca que hacía de banco improvisado, así, completamente desnudos, nos disponíamos a secarnos al sol y a tomar unos mates, entre caricias y besos mudos, sin tocar el tema.
Llegó una pareja al lugar y al vernos, su primera reacción fue de sorpresa. Luego, intercambiaron miradas, se desvistieron y mientras nosotros nos vestíamos para partir, ellos se lanzaron a nadar desnudos, imitando nuestra acción.
Con un susurro en el oído, me dijo...
- Vamos, dejemos que la naturaleza disfrute; además, me quedé con ganas de recuperar el tiempo perdido.
- Sí, Andrea, vamos.
Retomamos el camino hacia la cabaña, conversando banalidades, omitiendo por completo lo ocurrido, como si fuera algo natural.
Llegamos a nuestro destino y entramos, fundiéndonos en un apasionado abrazo y besándonos. Mientras nos dirigíamos hacia la cama, íbamos dejando un rastro de ropa en el suelo. Al llegar, se detuvo en seco.
- Voy a ducharme y vuelvo, ahora quiero todo, todo lo que me perdí durante tanto tiempo.
- Claro, Andrea, te espero ansioso.
Mientras escuchaba el agua caer en la ducha, uní las dos camas individuales para hacer una sola, nuestro lecho nupcial por varios días más.
Me dirigí hacia el baño y me uní a ella en la ducha. En ese momento, ella ya estaba por salir, me enjabonó detenidamente, aprovechando para acariciar mi miembro que estaba firme como una roca. Al enjuagarme, se arrodilló frente a mí, abrió la boca e introdujo mi pene en ella, brindándome un placer indescriptible, la mejor felación que había experimentado en mi vida sexual, su experta lengua recorría cada centímetro y se detenía en el glande antes de regresar al tronco y los testículos. Poniéndose de pie repentinamente, dijo:
- Esto es solo una muestra, vamos a la cama, Manu, quiero disfrutar al máximo de lo que la naturaleza le negó a tu padre y de la destreza que hasta ahora me has demostrado para hacerme gozar.
- Gracias, Andrea, espero estar a la altura de tus expectativas.
Después de secarnos, nos dirigimos hacia el lugar que ambos deseábamos: la cama.
Como si estuviera pactado de antemano, cada uno fue con su lengua al sexo del otro. La mía exploró la geografía vaginal de Andrea de manera exquisita, sus jugosos labios emanaban sus deliciosos jugos que saboreaba con placer, aún incrédulo ante lo que estaba sucediendo. Estaba teniendo relaciones sexuales con mi madre y lo estaba disfrutando.
En...
En ese instante de mayor disfrute, me dediqué a brindar el placer que tanto le negaron. Sentí cómo sus piernas se tensaban y aprisionaban mi cabeza, para luego, tras un gemido peculiar que ya había escuchado en la cascada, mi boca fue colmada por su líquido agridulce que fluía abundantemente de su suave vagina. Esta experiencia me excitó de una manera nunca antes experimentada, provocando que mi instinto reaccionara liberando todo mi semen en su boca entre gemidos contenidos. Ella degustaba cada gota de manera lenta, saboreando aquel líquido viscoso por primera vez.
Sin tiempo para recuperarnos, se colocó de rodillas sobre sus cuatro extremidades ofreciéndome generosamente su sexo, el cual exploré con mi lengua curiosa sin dejar de lado el esfínter anal, que palpitraba con cada movimiento.
- Por favor, introdúcela ya, deseo que esté adentro - me suplicó.
- Sí, quiero poseerte, hacerte el amor - respondí.
- ¡¡¡Ya!!! No aguanto más, quiero tu pene dentro de mí y que me digas cosas atrevidas, trátame como la perra que siento que soy - insistió.
Así como me lo pidió, introduje mi miembro sin dificultad alguna utilizando palabras obscenas que la excitaban, lo cual la llevó a mover sus caderas aún más rápido acompañando mis embestidas. En ciertos momentos, giraba su cabeza, con sus largos cabellos dorados, para mirarme a los ojos con una expresión de lujuria total. En una de esas miradas con sus ojos color cielo, le propiné un par de nalgadas. Su boca se entreabrió, sus ojos casi se pusieron en blanco y alcanzó un orgasmo espectacular.
- Sí, hijo de mil putas, dame más fuerte, me has convertido en una perra; cógeme fuerte con ese enorme miembro, lléname, hoy deseo más, mucho más. Quiero que me hagas descubrir todo lo que me he perdido, soy tu madre y te lo ordeno. Hazme todo lo que creas que debo aprender - exclamó.
- Pero mamá…
- No hay peros, soy toda tuya y tú eres todo mío. Harás todo lo que yo desee - afirmó.
Me hizo recostar boca arriba y colocó su entrepierna sobre mi rostro para que continuara lamiendo su sexo, que empapaba mi cara y boca con sus jugos y hasta con mi propio semen, el cual estaba probando por primera vez en mi vida. La combinación no me disgustó. Después de unos instantes, experimentó una liberación de líquido que casi me ahoga, tan absorta estaba en sus gemidos y gritos que ni se percató.
Pensando que se había orinado, me pidió disculpas. Le expliqué la situación y ambos reímos.
Agotados, dialogamos sobre lo ocurrido, dejándome en claro que de ahora en adelante sería su esclavo sexual, dispuesto a cumplir sus deseos cuando, donde y como ella quisiera. Expresó su interés por probar el sexo anal, pero logré convencerla de posponerlo para poder disfrutar de una experiencia satisfactoria, propuesta que aceptó gustosamente al entender la importancia de no tomarlo a la ligera y que debía surgir naturalmente, sin programaciones.
Los nueve días siguientes estuvieron marcados por la pasión, incluyendo un encuentro sexual a la luz de la luna en el camino de regreso a casa.
Al acercarnos a casa, me dijo:
- Manu, hijo, hoy comienza una nueva etapa para nosotros. Es el primer día del resto de nuestras vidas.
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