En el ascensor


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Esta es la narración de cuando nos encontramos casualmente aquella noche...

Después de una jornada laboral agotadora y un tanto melancólica, siendo pasadas las tres de la madrugada, llegué al edificio de departamentos donde vivía. Por casualidad, coincidí contigo en la puerta del ascensor, dado que compartíamos el noveno piso. Ya te había visto anteriormente y me llamaba la atención la belleza de tus ojos, tu forma de expresarte y el color de tu cabello. Sin embargo, en esa ocasión fue la primera vez que te vi con un atuendo provocador. Venías quizás de alguna festividad, lucías una falda no tan corta pero sí holgada de color rosa, y una blusa semi transparente de tono blanco que dejaba entrever tu lencería del mismo color. Además, llevabas una diadema rosa que sujetaba tu cabello de una manera encantadora, llamando poderosamente mi atención...

Mientras aguardábamos el ascensor, no podía apartar la mirada de ti y, obviamente, te diste cuenta. Me sonreíste y me saludaste, a lo que respondí el saludo y te elogié lo hermoso de tu cabello. Tú acariciaste tu melena y me preguntaste si me gustaba. Asentí y te animaste a preguntar si podías tocarlo. Aceptaste con un gesto de cabeza, acercándote a mí. Mis dedos rozaron tu cabello mientras mis ojos se perdían en los tuyos; tu sonrisa me cautivaba cada vez más. Te cuestioné si tenías pareja sentimental, a lo que respondiste que no tenías novio, sino un esposo. Al soltar tu cabello y retroceder un paso, te acercaste y me confesaste que no había de qué preocuparse, ya que a esa hora no estaría en casa y nadie nos vería allí, con una sonrisa traviesa y una mirada fogosa...

Las puertas del ascensor se abrieron y entramos. Al cerrarse, te abracé y te besé apasionadamente mientras tiraba suavemente de tu cabello. Tu mano buscaba mi miembro mientras la mía acariciaba tu pecho por encima de la blusa. Ninguno de los dos pulsó el botón del piso, por lo que el ascensor permanecía inmóvil. En mi mente sabía que mientras no nos moviéramos, podríamos hacer cuanto deseáramos allí...

Descendí con mis labios por tu cuello, mientras mis manos desabrochaban tu sostén dentro de la blusa. Al liberarlo, tus senos exquisitos saltaron como resortes liberados. Desabotoné un botón de tu blusa y mi boca buscó tus pezones erguidos; tus senos tibios se convirtieron en un manjar delicioso que jamás había probado...

Entre tanto, ya habías desabrochado mi pantalón y tu mano jugueteaba con mi miembro por encima del calzoncillo. Cuando lo extrajiste, con tu mano lo acariciaste y comentaste lo hermoso que se veía, luego te agachaste para comenzar a estimularlo con tu boca. Mientras lo succionabas, tu mano rozaba tu intimidad, tu lengua realizaba maravillas en mi pene y succionabas la punta mientras acariciabas mis testículos. Mientras yo seguía acariciando tu cabello siguiendo el vaivén de tu cabeza...

Jalé tu pelo y te giré rápidamente, inclinándote sobre la barandilla. Levanté tu falda de un tirón y arranqué tu tanga. Intentaste protestar, pero te empujé y te incliné aún más. Abrí tus piernas como hacen los policías y te penetré de una vez, rápidamente. Mis embestidas eran intensas y tú gemías en cada envestida. Te golpeé una nalga dejando la marca de mi mano, me sentí un poco fuera de lugar, pero pediste más fuerte, así que con la otra mano hice lo mismo en la otra nalga. Decías que querías más, seguí con mis embestidas y con un dedo acaricié tu trasero, notando cómo lo contraías. Mojé mi dedo con saliva y lo introduje lentamente, mientras seguía penetrándote, percibiendo cómo te excitabas cada vez más hasta llegar al orgasmo; apretabas mi dedo con cada contracción de tu venida. Me detuve un instante para saborear mejor esa sensación y tú saliste de mi miembro. Te pusiste de pie, me besaste y me pediste que me recostara, a lo que accedí. Te erguiste sobre mí y comenzaste a bajar, tomando mi miembro, que aún estaba muy húmedo.

De tus zumos y lo introdujiste lentamente en tu trasero, ascendiendo y descendiendo pausadamente al principio y luego acelerando el ritmo. La visión era espectacular, observaba cómo tus pechos rebotaban mientras cerrabas los ojos y mordías tus labios. Aquello fue demasiado para mí y llené tu trasero de semen, nuestros cuerpos estaban empapados en sudor y en el ambiente flotaba un intenso aroma a pasión...

De repente, el ascensor comenzó a moverse y nos pusimos de pie, apenas logramos vestirnos a toda prisa. La puerta se abrió en el piso 14 y descendimos mientras la mirada incrédula de un hombre con su esposa nos escudriñaba de arriba abajo. La puerta se cerró y soltamos una carcajada. Al llegar al piso bajo, llamamos nuevamente al ascensor y al entrar encontramos tu diadema. La recogí y llegamos a nuestro piso. Te acompañé a tu departamento, te entregué tu diadema y me dijiste que la conservara como recuerdo de esa noche. Me diste un beso, entraste y yo me fui a mi departamento pensando en la suerte que había tenido...

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