Mi compañera de estudios ¡darás a luz a mi hijo!


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En la facultad, nos encomendaron una investigación de campo para supervisar un terreno arrendado por la institución. Los alumnos más destacados, entre los que me encontraba, fuimos elegidos para controlar el progreso de la siembra de ciertos cultivos y la reacción de ciertos animales a la comida que habíamos desarrollado. Una vez en el lugar, asignaron a mi grupo y a mí la zona donde estaban los animales, y durante toda la mañana de ese primer día estuvimos trabajando siguiendo las indicaciones.

Después del almuerzo, nos permitieron explorar los alrededores. Fue entonces cuando la vi, era ella. Me acerqué, la saludé y ella, tan alegre como siempre, me correspondió con alegría. Al llamarla por su nombre, o al menos por el nombre que recordaba, ella se sorprendió y me preguntó cómo lo sabía. Fue en ese momento cuando le revelé mi identidad, pasando ella de la duda a la emoción al reconocerme. Me dijo que no podía creerlo, que estaba cambiado y más atractivo. Gentilmente le respondí: Tú también has mejorado. Esto la hizo reír.

Me llevó a su alojamiento temporal, una especie de rancho en medio de la granja y el campo, y allí la puse al corriente de todo: que me había casado, que tenía dos hijos, pero que aún quería tener más, aunque mi esposa lo estaba considerando. En tono humorístico, ella mencionó: Bueno, ¿para qué son las amigas? La miré por un momento y le contesté: No sería una mala idea, al fin y al cabo, tus senos serían muy útiles para amamantar. Se ruborizó y rió.

Por su parte, desde que salió del colegio, ella no había tenido ninguna relación amorosa, parecía incluso evitarlas, incapaz de congeniar con nadie. Después de unos minutos de conversación, me pidió que la esperara un momento. Mientras aguardaba, escuché un ruido como de algo que caía a lo lejos. Desde la cocina, ella me pidió ayuda. Según me explicó al llegar, se había tropezado y una jarra de agua fría se le había derramado encima. Le ayudé a quitarse la camiseta, y un poco avergonzada se cubrió con un mantel que luego dejó a un lado, como si quisiera que le viera los senos.

Me dijo que le dolía la pierna derecha, producto del golpe que se había dado al caerse, y me pidió que se la masajeara. Con su consentimiento, realicé la acción en medio de lo que parecía un incidente fortuito, sin segundas intenciones. Posteriormente, me pidió que la acompañara a uno de los ranchos donde guardaban ropa, ya que no podía caminar adecuadamente. La cargué en brazos, y nos dirigimos allí, aprovechando que estaba atardeciendo para que no nos vieran.

La llevé a un lugar donde se encontraban los animales, y en un rincón había ropa y otros objetos. Después de quitarse la falda y extenderla en el suelo, ella se recostó sin especificar en qué pierna sentía la molestia, insinuando que todo había sido una estratagema para estar a solas. Mientras se acomodaba y, dado su escasa vestimenta, tan solo con mi pantalón corto y camiseta, no tardé en despojarme de la ropa y dirigirme hacia su tesoro, tomándola por sorpresa y penetrándola directamente en su intimidad en la posición en que se encontraba, sus gemidos se confundían con los sonidos de los animales presentes, mis testículos chocaban contra su área genital, y mi deseo creciente de dejarla embarazada aumentaba con cada embestida.

Mi miembro se abría paso repetidamente en su interior, y ella continuaba gimiendo por el placer que experimentaba. En un momento de lucidez, me dijo: Deberías usar preservativo. A lo que respondí en medio del disfrute: ¿Para qué? Si la razón creo que es más que evidente…

La razón por la que llegué hasta aquí por ti fue para fecundarte y dejarte encinta, pues serás la madre de uno de mis hijos, después de todo no puedo desperdiciar estos pechos más.

Ella intentó oponer resistencia, pero mis embestidas silenciaron cualquier intento de protesta. La acariciaba intensamente, le quité el sujetador que ocultaba sus grandes pechos, mientras continuaba penetrándola sin descanso, si no fuera por los animales, creo que todos afuera nos habrían oído, ya que al menos yo me contuve, pero ella gemía como una auténtica perra en celo.

Seguí sin parar, hasta que sentí que iba a eyacular, mis manos agarraban sus caderas para inmovilizarlas, en el último momento presioné mi cuerpo contra el suyo, mis brazos rodearon su abdomen y mis manos se aferraron a sus pechos, que no dejaban de moverse con cada embestida, los apreté con fuerza hasta que el dolor se unió al placer de sentir cómo la calidez de mi semen la llenaba por completo.

Desde mis testículos, mi esperma recorrió todo mi miembro hasta llenar por completo su útero, tres potentes chorros calientes de semen la inundaron, seguidos de otros menos intensos. Sin embargo, estaba claro que no iba a detenerme ahí, así que sin dudarlo, y con mi miembro aún dentro de ella, continué con el vaivén de la penetración, ella ahora, a diferencia de antes, pedía más y más, sabía que de nada servía resistirse, después de la intensa eyaculación que experimentó en su interior, era evidente que quedaría embarazada, si no lo estaba ya.

La giré y la tuve cara a cara, su cuerpo estaba empapado en sudor por la vigorosa embestida recibida, y sin darle oportunidad de decir nada, la besé profundamente mientras la penetraba de nuevo, con mi miembro aún lleno de semen, listo para seguir llenándola aún más. El vaivén continuó durante casi una hora, donde aprovechando cada momento, no solo la penetraba sin descanso con un miembro que cada vez se sentía más lastimado, sino que también disfrutaba de su sexo con mis manos y mi boca.

Sentí de nuevo la llegada del clímax, y esta vez, con ella deseando más, sus piernas me rodearon mientras con ambas manos sostenía su cabeza para besarla, y ella me abrazaba, eyaculé por segunda vez en su interior, para mi sorpresa, esta vez, por el morbo de la situación, sentí cuatro chorros dispararse desde mi miembro, ella también lo sintió y no pudo contener los gemidos de placer.

Realmente no podía creer lo que acababa de hacer, sin duda, era lo mejor que había experimentado en mi vida. Sabía que después de esa intensa unión, ella quedaría embarazada, pero también entendía que debíamos mantenerlo en secreto entre nosotros, mi esposa no debía enterarse, incluso si ella también me hubiera sido infiel con uno de sus compañeros de trabajo.

Ella comprendió su papel desde el principio, y me aseguró que no diría nada sobre quién era el padre de su hijo, pero que yo tampoco debía descuidarla. Eso me tranquilizó. Al día siguiente, el trabajo en el campo y la granja había finalizado, regresé con mi grupo de investigación, y ella se quedó con su familia. Mantuvimos contacto durante los siguientes seis meses, donde ella me informaba sobre el progreso de su embarazo y lo feliz que estaba por la llegada de su hijo.

Hasta que dejé de recibir noticias de ella, fue entonces que...

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