No todas las paradas de tren son áreas con mucha gente. Y en ciertos momentos aún menos. Ni es necesario que sea de madrugada. Por la mañana, después del horario pico, las paradas pequeñas a las afueras suelen quedar casi desiertas incluso sin personal.
Habiendo notado eso, le sugerí a mi amante tener una cita ahí. Decidimos ir al lavabo de hombres. A las 10.15 la parada ya está vacía y comienza el turno de limpieza.
Él entró primero y se metió en uno de los cubículos al fondo. Yo me detuve a comprar unos caramelos y cuando creí que nadie se daría cuenta me apresuré a entrar en el lavabo y nos encerramos en el cubículo.
Por suerte, eran similares a los del lavabo de mujeres. Decentemente años. Los separadores estaban elevados apenas un palmo del suelo y llegaban al techo. Y estaba limpio.
Me abracé a él y comenzamos a besarnos y acariciarnos furtivamente.
- Ven, aún pueden ver nuestros pies.
Sentado en el inodoro con la tapa baja, me invitó a sentarme en su regazo.
- Dobla las piernas y apóyalas sobre la tapa, así solamente se verán mis pies.
Entonces, quedé sentada sobre sus rodillas, con las piernas separadas y la falda abierta, mostrando una atrayente oscuridad.
Me besó nuevamente, introduciendo su lengua profundamente. Yo entrelazaba y desentrelazaba la mía mientras él acariciaba mis rodillas y muslos. Llevó sus labios a mi oído.
- Hoy te vestiste muy bonita – susurró húmedamente mientras con el dedo índice recorría la silueta de mi pecho y tocaba mi pezón. Comenzaban a marcarse por encima de la camisa. - A partir de ahora no haremos ningún ruido, no queremos que nadie se dé cuenta.
Por alguna razón, escucharle decirlo me excitó. Y creo que él percibió la humedad en mis bragas.
Apresuradamente abrió los botones de mi camisa, debajo de la cual no llevaba nada. Agarró un pecho con cada mano y hundió su cara entre ellos. Los masajeaba, lamía, chupaba, se frotaba. Desesperado. Cerré los ojos y apreté los labios. Contenía los gemidos respirando pesadamente, muy pesadamente.
Su saliva se deslizaba por todo mi pecho. Comenzó a lamerme los senos como si fueran helados. Los golpeaba con la lengua mientras los apretaba uno contra el otro hasta que un pezón rozó al otro. Los frotó.
Atrapé su rostro y lo besé profundamente. Muy profundamente. Otra vez entrelazábamos las lenguas. Me incliné sobre él y pude sentir su erección.
Nos separamos y nos miramos. Escuchamos a alguien entrar al lavabo. Incluso desde lejos se escuchó cómo se bajaba la cremallera, orinaba y los pasos se alejaban de nuevo. Bueno, al final el lavabo estaba para eso.
Rápidamente cambiamos de posición. Yo me quedé sentada con las piernas cruzadas sobre la taza y él se puso de pie frente a mí.
Mordiéndome los labios, se abrió el pantalón. Sacó su miembro, hermoso y duro, y me lo mostró mientras lo acariciaba y acariciaba mi cabeza.
Cerré los ojos y separé un poco los labios. Él los abrió completamente introduciendo el glande en mi boca. Lo dejó allí, apoyado en mis labios mientras yo lo rodeaba con la lengua. Lo acariciaba, buscando esa línea que lo une al tronco. La delineé con la lengua. Una y otra vez.
Comencé a realizar el movimiento de succión con los labios. Él sujetó mi cabeza con ambas manos y poco a poco me penetró la boca. Me hizo sentir cómo toda su carne hinchada pasaba entre mis labios. Se detuvo a la mitad y la hizo rotar en mi boca, como si quisiera agrandarme.
Con un movimiento de cadera, la introdujo hasta el fondo. Agarró con fuerza mi cabeza para que no me apartara. Sus testículos rozaban mi barbilla, quería sacar la lengua para
lamerlo, pero no fue lo suficientemente extensa. Mi garganta había quedado atrapada por su cabeza.
Permaneció así por algunos segundos prolongados, disfrutando del calor de mi boca. Disfrutaba el sabor de su miembro viril.
Poco a poco fue retirando la cadera hacia atrás hasta sacar completamente su miembro. Acarició mi rostro y pude volver a respirar.
Nuevamente introdujo su miembro en mi boca. En esta ocasión, lo hizo con suma delicadeza. Y lentamente también retrocedió.
Cambié de posición. Me arrodillé sobre la tapa. Ahora era yo quien podía practicarle sexo oral. Tomé su miembro y lo lamí. Lo recorrí por completo. Desde los testículos hasta la punta, que ya mostraba signos de excitación. Deslicé la punta de mi lengua sobre su entrada y la lami con movimientos suaves.
Descendí de nuevo a su escroto y lo introduje entero en mi boca. Lami sus testículos hasta que mi saliva los empapó. Y luego continué lamiendo hacia arriba.
Una vez más alguien ingresó. Mientras se escuchaba cómo se desabrochaba el pantalón, volví a introducir todo su miembro en mi boca. Aferré sus glúteos y le proporcioné sexo oral de forma intensa. Él se sostenía de las paredes laterales y se esforzaba por no mover las piernas. Permitió que le complaciera con sexo oral.
Pasé mi mano por debajo de la cintura de mi falda y mis bragas húmedas. Deslicé mis dedos entre mis labios vaginales. Hacia atrás y adelante, de forma pausada. Su miembro seguía penetrando y saliendo de mi boca mientras me estimulaba. Lo introduje por completo nuevamente, hasta que la punta alcanzó mi garganta y entonces jugué con mis dedos en la entrada de mi vagina. Incliné mi cabeza hacia atrás, lentamente, subiendo los dedos hasta llegar al clítoris. Lo acaricié mientras su miembro volvía a penetrar mi boca.
Mientras lo hacía, alguien más entró en otro cubículo y por un memento me quedé inmóvil, con el miembro a medio introducir. Él empujó mi cabeza para que continúe. Nadie nos observaba. Continué con movimientos precisos y delicados con su miembro endurecido y caliente hasta que escuchamos el sonido del agua del inodoro y los pasos que se alejaban del baño.
Permanecimos unos instantes escuchando. Solo se podía percibir algún ruido fuera del baño. Aprovechamos para cambiar de posición nuevamente. Ahora tendríamos que arriesgarnos un poco a que se vieran mis piernas. Él se colocó el preservativo en su miembro mientras yo descendía de la tapa y separaba una pierna a cada lado del retrete. Apoyé mis manos en la pared trasera. La falda, ajustada, al abrir tanto las piernas se levantó por encima de mis glúteos por sí sola. Momentáneamente quedé preocupada de que los golpes fueran audibles.
No se preocupó siquiera de bajar mis bragas. Las apartó, tomó mis caderas y, sin previo aviso, de un solo empuje, su miembro penetró en mi vagina. Mordí mis labios para no gemir y sentí que a él también le costaba contenerse. Clavó con más fuerza sus dedos en mi piel y su miembro se deslizó sin dificultad hasta lo más profundo de mi vagina.
Nuevamente alguien ingresó al baño y nos obligó a quedarnos inmóviles. Mientras orinaba, me masajeaba los glúteos e inclinaba sobre mí.
- Vamos a tener una acabada rápida, ¿de acuerdo? - me susurró con deseo
Una vez a solas, me poseyó como nunca lo había hecho antes. Se agarró fuertemente a mis caderas y me penetraba con una fuerza y velocidad desenfrenadas. Un movimiento rítmico que me excitaba intensamente. Sus caderas se movían con brío, llegando al punto en que parecía que sus testículos también querían entrar en mí. Se aferró a mis pechos mientras continuaba penetrándome con pasión.
Me mordía los labios para no gritar. Solo descansamos al escuchar nuevamente pasos. Tapó mi boca con una mano para contener mis jadeos. Comenzó a acariciarme. Jugaba con mi clítoris abultado entre los dedos. Sentía que mis piernas empezaban a fallar.
Escuchamos el secador de manos y los pasos alejándose. Con una caricia prolongada dejó de jugar entre mis labios vaginales y volvió a penetrarme ardientemente. Con aquella desesperación, no tardó en alcanzar el clímax.
en quietud.
Ingresaron a otro de los compartimientos. Nos manteníamos inmóviles, con el pene aún insertado entre mis muslos. Él acariciaba mi cabello y mis pechos mientras descansábamos. El sudor me cubría por completo. Seguía excitada, muy excitada, así que empecé a estimularme nuevamente. Al darse cuenta, él acariciaba mis pechos. Tiró de mi pezón. Sabía que eso siempre me provocaba gemir y en esta ocasión me costó contenerme. Inclinado sobre mí, comenzó a disfrutar de mis dos pechos sudorosos. Yo disfrutaba de sus caricias. Y de la estimulación que me estaba dando a mí misma.
Ya había olvidado al hombre que había ingresado al baño cuando escuché cómo salía. Justo en ese momento otro entró para orinar.
Así que continuamos, yo cada vez más excitada. Frotaba mis nalgas contra él mientras él apretaba mis pechos. En ocasiones parecía que quería exprimirme. Y eso me excitaba aún más.
Quedamos solos nuevamente.
- Sube a la tapa - me susurró jadeando.
Subí sobre ella, esperando que no cediera. Por un instante, mis ojos se asomaron por encima del separador. Efectivamente, estábamos solos. Me incliné hacia adelante, esta vez apoyando las manos en la puerta. Él se sentó entre mis piernas. Miró hacia arriba y se pasó la lengua por los labios.
Estaba arqueada, por lo que mis pechos colgaban sobre él como dos pechos de vaca. Sentía el sudor recorrer su piel y gotear desde los pezones. Desde su posición, si miraba hacia arriba, veía los labios rosados de mi vulva brillantes y separados, y el orificio de mi vagina húmedo y abierto. Recién penetrada.
Se estiró un poco hacia arriba y deslizó su lengua húmeda desde la vagina hasta el clítoris. Aguante otro gemido. Repitió el lametón. Una y otra vez. Pegó su boca a mi sexo y comenzó a estimularlo con pasión. Su lengua exploraba entre mis pliegues.
Con la yema de un dedo empezó a masajear la entrada de mi vagina. Luego llevó sus labios hasta mi clítoris. Lo lamió, suave y con mucha saliva. Lo besaba. Cada vez sentía más intensidad en sus pulsaciones.
Con una mano agarró mi nalga. El dedo de la otra mano me penetró, suave pero con firmeza. Y entonces comenzó a estimular mi clítoris con su boca.
Mi mente se nublaba, aunque intenté mantenerme concentrada en no gemir. Volvía a sentir debilidad en las piernas.
Chupó con más intensidad al introducirme otro dedo. Me dio un golpe en la nalga. Volvió a lamer mi clítoris, rápido, cada vez más rápido. Sus dedos seguían penetrándome. Me miró a los ojos, rojos y sudorosos. Volvió a colocar su boca en mi sexo. Me lamió y comenzó a chupar como si se alimentara de una teta. Sus dedos se movían con rapidez.
Sólo un último chupetón y mi cuerpo se tenso por completo justo antes de llegar al orgasmo.
Los dos dedos que me había introducido estaban empapados de mis fluidos. Los sacó y antes de retirarlos por completo me dio un gran lametón de atrás hacia adelante.
Me ayudó a mantenerme arrodillada en la tapa. Por un momento nos quedamos abrazados, pensando en cómo íbamos a arreglarnos para salir.
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