Siempre me ha agradado charlar con personas mayores, por lo tanto, el día que recibí mi primera clase de conducción, me sentí a gusto al conocer al instructor. Roberto tenía alrededor de 55 años y una personalidad algo peculiar; desde que subí al asiento del acompañante, mantuvimos un buen ambiente que hizo llevadera cada sesión. Cuando escuchaba en la radio del coche una canción que le gustaba, la subía al máximo volumen y la cantaba con mucho entusiasmo.
Una de las canciones que más sonaba, decía: "... cuando te des cuenta, ya lo habremos hecho". Yo, entre incómoda y curiosa, me cuestionaba si tal vez era una indirecta para mí.
Así transcurrieron las prácticas hasta que llegó la penúltima clase. Todavía tenía algunas dudas sobre el estacionamiento y quería practicar un poco más antes de presentarme a obtener la licencia. Pero fue Roberto quien me dijo: "te voy a dar mi número de teléfono y cualquier cosa que necesites preguntar, mándame un mensaje". La verdad es que no sabía si era una oferta amable o una insinuación, pero, en realidad, en los últimos días había estado considerando la posibilidad de mantener una relación con él.
No era un hombre especialmente atractivo y prácticamente duplicaba mi edad; sin embargo, después de varios años separada, aunque el corazón seguía dolido, el cuerpo ansiaba compañía. Por lo tanto, unas cuadras antes de regresar a la autoescuela, tomé un riesgo.
–Roberto, ¿puedo preguntarte algo?
–Claro –respondió en un tono neutral.
–¿Estás casado?
–Ven mañana a las 10 –fue su única respuesta.
Evidentemente compartíamos la misma idea, pero él, a pesar de poner en riesgo su trabajo, había estado esperando alguna señal. Al día siguiente simularíamos que era una nueva lección de conducción e íbamos, finalmente, a satisfacer nuestras ansias mutuamente.
Me preparé como si fuera una ceremonia que no vivía desde hacía mucho tiempo. Me arreglé cuidadosamente y debajo de mi atuendo cotidiano, me puse lencería blanca para sorprenderlo. Minutos antes de las 10, caminaba por la misma calle donde solía esperar para que me recogiera.
Al verme, Roberto abrió la puerta del coche sin decir una palabra, pero esbozó una leve sonrisa y puso la música alta como de costumbre. Estaba un poco tensa pero expectante, había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve una buena sesión de placer y esta vez quería que fuera con un hombre experimentado, que supiera exactamente qué hacer.
En pocos minutos llegamos a su apartamento; comenzó a besarme suavemente mientras acariciaba mi espalda y yo me dejé llevar. Me quitó la parte de arriba de la ropa con dos movimientos rápidos y luego, me desabrochó el sostén. Comenzó a masajear mis pechos con ambas manos mientras continuaba besándome apasionadamente: ¿cómo era posible que este hombre supiera exactamente lo que me gustaba? Mientras tanto, yo simplemente coloqué la palma de mi mano sobre su pantalón para sentir su miembro erecto en su totalidad y anticipar el placer que vendría al ser penetrada.
Empecé a jadear, entonces Roberto decidió ir un paso más allá y deslizó una mano para acariciarme suavemente con dos dedos por debajo del pantalón. Se movía con calma, como alguien que sabía lo que hacía. Repentinamente, subió un poco la mano e ingresó por dentro de mi ropa interior; con un leve roce pudo comprobar lo excitada que estaba, entonces introdujo apenas las yemas de los dedos en mi vagina y casi me instó a retorcerme de placer y pedirle que continuara.
De inmediato me quitó los pantalones vaqueros e hizo lo mismo con los suyos. Con determinación pero sin brusquedad, me empujó sobre la cama boca arriba y me penetró de manera deliciosa, con un ritmo perfecto, besándome profundamente y sujetándome por detrás: de forma clásica, sin técnicas extrañas pero como todo un caballero, como el hombre maduro que era, haciéndome sentir un placer máximo, hasta que escuchó mi prolongado orgasmo y, sin dejar de disimular su satisfacción por el trabajo bien hecho con su alumna, también alcanzó el clímax.
Regresamos los dos como si nada a la autoescuela y nos despedimos hasta la siguiente clase; en esta ocasión, no conduje el coche, pero sí recibí una lección sobre cómo tratar a una mujer.
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